EL MANUSCRITO ASHMOLE

Autor: kdekrizia
Género: Sobrenatural
Fecha Creación: 14/05/2013
Fecha Actualización: 07/11/2014
Finalizado: NO
Votos: 50
Comentarios: 213
Visitas: 151989
Capítulos: 85

 

En el corazón de la Biblioteca Bodleiana de Oxford, la apasionada historiadora Isabella Swan Bishop se topa en medio de sus investigaciones con el manuscrito identificado como Ashmole 782.

Descendiente de un antiguo linaje de brujas, Isabella intuye que el manuscrito está relacionado de alguna manera con la magia, pero no quiere tener nada que ver con la brujería. Y después de tomar algunas notas sobre sus curiosos dibujos, lo devuelve sin perder más tiempo a las estanterías. Lo que Isabella no sabe es que se trata de un manuscrito alquímico que ha estado perdido durante siglos y cuyo descubrimiento ha desencadenado que hordas de daimones, vampiros y brujas salgan a la luz de las salas de lectura de la Biblioteca. Una de esas criaturas es Edward Masen Cullen, un enigmático genetista, amante del buen vino y vampiro milenario, cuya alianza con Isabella se hará progresivamente más íntima y poco a poco surgirá entre ambos una relación que hará tambalear los tabúes asentados desde hace tiempo en un mundo secreto y encantado. La teoría de la evolución de Darwin no contempló todos los seres que habitan la Tierra. Desde Oxford a Nueva York, y de aquí a Francia, la magia, la alquimia y la ciencia nos desvelan sus verdaderos vínculos en el libro definitivo sobre la brujería y sus poderes.

 

BASADO EN EL DESCUBRIMIENTO DE LAS BRUJAS DE DEBORAH HARKNESS

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Capítulo 13: CAPÍTULO 13

 

 

CAPÍTULO 13

 

 Edward pasó a recogerme después de comer. Era la única criatura entre los lectores humanos de la sala Selden.

Mientras me acompañaba por debajo de las vigas pintadas y decoradas, me interrogó sobre mi trabajo y sobre lo que estaba leyendo.

Oxford se había vuelto decididamente fría y gris, y alcé el cuello de mi abrigo para protegerme, temblando en medio del aire húmedo. Edward no parecía sentirlo y ni siquiera llevaba abrigo. El clima sombrío lo hacía parecer menos llamativo, pero no era suficiente como para que pasara completamente inadvertido. La gente se daba la vuelta y lo miraba en el patio central de la Bodleiana, y luego sacudían la cabeza.

—Atraes la atención —le dije.

—Me olvidé de ponerme el abrigo. Pero no me miran a mí, sino a ti. —Me dirigió una sonrisa deslumbrante. Una mujer se quedó boquiabierta y le dio un codazo a su amiga, inclinando la cabeza en dirección a Edward.

Me reí.

—Estás muy equivocado.

Nos dirigimos hacia el Keble College y a los parques de la universidad, para girar a la derecha en la Rhodes House antes de entrar en el laberinto de edificios modernos dedicados al laboratorio y a los espacios para los ordenadores. Construidos a la sombra del Museo de Historia Natural, aquella enorme catedral victoriana de ladrillo rojo dedicada a la ciencia era un monumento de arquitectura con temporánea funcional y carente de imaginación.

Edward señaló hacia nuestro objetivo —un edificio insulso de planta baja— y buscó en su bolsillo una tarjeta de identidad de plástico. La pasó por el lector en la puerta y marcó una serie de claves con dos secuencias diferentes. Cuando la puerta se abrió, me hizo pasar al puesto del vigilante, en donde me registró como invitada y me entregó un pase para que lo colgara en mi jersey.

—Parecen demasiadas medidas de seguridad para un laboratorio de la universidad —comenté jugueteando con el pase.

La seguridad fue aumentando a medida que recorríamos los metros de corredores que de alguna manera habían logrado construir detrás de la modesta fachada. Al final de un pasillo, Edward sacó del bolsillo otra tarjeta diferente, la pasó y puso su dedo índice sobre un panel de cristal junto a una puerta. Del panel salió un zumbido y apareció un teclado táctil en su superficie. Edward pulsó con rapidez las teclas numeradas. La puerta hizo clic y se abrió en silencio y se notó un olor limpio y ligeramente aséptico, que recordaba a los hospitales y a las cocinas profesionales vacías. Venía de espacios continuos de azulejos, acero inoxidable y equipos electrónicos.

Una serie de habitáculos con paredes de cristal se extendía delante de nosotros. En uno había una mesa redonda para reuniones, un monitor que era un monolito negro y algunos ordenadores. En otro había un viejo escritorio de madera, una silla de cuero, una enorme alfombra persa que debía de valer una fortuna, teléfonos, fax y todavía más ordenadores y monitores. Más allá había otras estancias que contenían filas de archivos, microscopios, frigoríficos, autoclaves, estantes sobre estantes de probetas, centrifugadoras y docenas de aparatos e instrumentos irreconocibles.

Toda la zona parecía vacía, aunque desde algún sitio llegaban suaves notas de un concierto de violonchelo de Bach y algo que se parecía mucho al último éxito de los ganadores del festival de Eurovisión.

Cuando pasamos junto a dos despachos, Edward señaló el que tenía la alfombra.

—Mi despacho —explicó.

Me condujo luego hacia el primer laboratorio a la izquierda. En una superficie se veía alguna combinación de ordenadores, microscopios y recipientes con muestras organizados cuidadosamente en estantes. Archivadores recubrían las paredes. Uno de los cajones tenía una etiqueta en la que podía leerse «<0».

—Bienvenida al laboratorio de historia. —La luz azul hacía que su cara pareciera más blanca y su pelo más negro—. Aquí es donde estamos estudiando la evolución. Reunimos muestras físicas de antiguos enterramientos, excavaciones, restos fósiles y seres vivos, y extraemos ADN. —Edward abrió otro cajón y sacó una serie de carpetas—. Somos sólo un laboratorio entre centenares en todo el mundo que usan la genética para estudiar los problemas del origen y extinción de las especies. La diferencia entre nuestro laboratorio y el resto es que la de los humanos no es la única especie que estamos estudiando.

Sus palabras resonaron frías y claras alrededor de mí.

— ¿Estás estudiando la genética de los vampiros?

—Y también la de las brujas y la de los daimones. —Edward enganchó con el pie un taburete con ruedas y me sentó en él delicadamente.

Un vampiro con altas zapatillas negras Converse apareció corriendo por una esquina y frenó ruidosamente mientras se quitaba un par de guantes de látex. Tenía poco más de veinticinco años, pelo rubio y ojos azules como un surfista californiano. De pie junto a Edward, su altura y complexión hacían que pareciera pequeño, pero su cuerpo era enjuto y lleno de energía.

—AB negativo —dijo, observándome con admiración—. Vaya, un hallazgo excelente. —Cerró los ojos y aspiró profundamente—. ¡Y además, bruja!

—Jasper Whitmore, te presento a Bella Swan Bishop, profesora de Historia en Yale. —Bella frunció el ceño mirando al vampiro más joven—. Y está aquí como invitada, no para recibir pinchazos.

— ¡Ah! —Jasper pareció desilusionado; luego su rostro se iluminó—. ¿Le molestaría si le saco una muestra de sangre de todos modos?

—En realidad, sí me molestaría. No tenía ningún deseo de ser pinchada por un vampiro chupasangres.

Jasper silbó.

—Esa sí que es una reacción de combate o huida, doctora Bishop. Huela esa adrenalina.

— ¿Qué sucede? —preguntó una ya familiar voz de soprano. La diminuta figura de Alice se hizo visible unos segundos después.

—La doctora Bishop se siente un poco abrumada por el laboratorio, Alice.

—Lo siento. No me di cuenta de que era ella —se disculpó Alice—. Tiene un olor diferente. ¿Es adrenalina?

Jaspe asintió con la cabeza.

—Así es. ¿Eres siempre así? ¿Envuelta en adrenalina y ningún sitio adónde ir?

— ¡Jasper! —Edward podía hacer una advertencia que helaba los huesos con una cantidad notablemente ínfima de sílabas.

—Desde que tenía siete años —dije, mirándolo directamente a sus impresionantes ojos azules.

Jasper silbó otra vez.

—Eso explica muchas cosas. Ningún vampiro podría ignorar eso. —Jasper no se estaba refiriendo a mis características físicas, aunque hizo un gesto en dirección a mí.

— ¿De qué estás hablando? —pregunté. La curiosidad era más fuerte que mis nervios.

Edward se arregló el pelo en las sienes y le lanzó a Jasper una mirada tan furiosa que podría cuajar la leche. El vampiro más joven se mostró displicente e hizo crujir los nudillos. El agudo ruido me sobresaltó.

—Los vampiros son depredadores, Bella —explicó Edward—. Nos atrae la reacción de combate o huida. Cuando las personas o los animales se ponen nerviosos, podemos olerlo.

—También podemos saborearlo. La adrenalina hace que la sangre tenga mejor sabor —agregó Jasper—. Sabrosa, sedosa yluego se pone dulce. Algo muy bueno.

Un profundo retumbar empezó en la garganta de Edward. Sus labios se estiraron por encima de sus dientes y Jasper retrocedió. Alice puso su mano firme sobre el brazo del vampiro rubio.

— ¿Qué? ¡No tengo hambre! —protestó Jasper, sacándose de encima la mano de Alice.

La doctora Bishop podría no saber que los vampiros no tienen que estar físicamente hambrientos para ser sensibles a la adrenalina, Jasper. —Jasper se controlaba con visible esfuerzo—. Los vampiros no siempre necesitan comer, pero siempre nos atraen la persecución y la reacción de adrenalina de la presa ante el depredador.

Dados mis esfuerzos por controlar la ansiedad, no era sorprendente que Edward estuviera siempre invitándome a comer. No era mi olor a madreselva lo que lo atraía..., era mi exceso de adrenalina.

—Gracias por explicármelo, Edward. —Incluso después de la noche anterior, yo seguía siendo relativamente ignorante en lo que a vampiros se refería—. Trataré de serenarme.

—No es necesario —dijo Edward secamente—. No tienes obligación de serenarte. Nosotros tenemos la obligación de mostrar una mínima cortesía y un cierto control. —Miró ferozmente a Jasper y sacó uno de los archivos.

Alice me dirigió una mirada preocupada.

—Tal vez deberíamos empezar por el principio.

—No. Me parece mejor empezar por el final —respondió, abriendo el archivo.

— ¿Saben ellos algo del Ashmole 782? —le pregunté a Edward cuando vi que Alice y Jasper no daban señales de retirarse. Asintió con la cabeza—. ¿Y les has contado lo que vi? —Asintió con la cabeza otra vez.

— ¿Se lo has contado a alguien más? —La pregunta que Alice me dirigía reflejaba siglos de desconfianza.

—Si te refieres a James Knox, no. Solamente mi tía y su pareja, Emily, lo saben.

—Tres brujas y tres vampiros que comparten un secreto —comentó Jasper pensativamente, dirigiendo una mirada a Edward—. Interesante.

—Esperemos que podamos hacer mejor trabajo manteniendo lo que el que hemos hecho al esconder esto. —Edward empujo el archivo hacia mí.

Tres pares de ojos de vampiros me observaban atentamente mientras lo abría. Vampiro suelto en Londres, decía el titular. Mi estómago dio un vuelco. Dejé a un lado el recorte de periódico. Debajo se veía el informe de otra muerte misteriosa en la que aparecía un cadáver desangrado. Luego venía una nota de una revista acompañada por una fotografía que hacía que el contenido fuera claro, a pesar de mi incapacidad para leer ruso. La garganta de la víctima había sido abierta desde la mandíbula hasta la carótida.

Había docenas de asesinatos e informes en todos los idiomas imaginables. Algunas de las muertes incluían decapitaciones. En otras aparecían cadáveres desangrados, sin que hubiera sido descubierta ni una gota de sangre alrededor. En otros casos parecía el ataque de algún animal, debido a la ferocidad de las lesiones en el cuello y el pecho.

—Estamos desapareciendo —comentó Edward cuando guardó el último de los artículos periodísticos.

—Lo que parece seguro es que los humanos son los que están desapareciendo. —Mi voz era severa.

—No sólo los humanos —dijo—. Todas estas pruebas indican que los vampiros presentan señales de deterioro como especie.

— ¿Esto era lo que querías mostrarme? —pregunté temblorosa—. ¿Qué tiene que ver esto con el origen de las criaturas o con el Ashmole 782? —Las advertencias recientes de Jessica habían removido recuerdos dolorosos, y esas fotografías no hacían más que volverlos más nítidos.

—Escúchame —invitó Edward con voz tranquila—. Por favor.

Tal vez no tenía mucho sentido su actitud, pero tampoco estaba asustándome deliberadamente. Con toda seguridad, Edward tenía una buena razón para compartir aquello conmigo. Sin soltar la carpeta, me senté en el taburete.

—Estas muertes —comenzó, cogiendo suavemente la carpeta de mis manos— son el resultado de intentos fallidos detransformar humanos en vampiros. Lo que en algún tiempo fue algo natural en nosotros se ha vuelto difícil. Nuestra sangrees cada vez menos capaz de producir nueva vida a partir de la muerte.

La imposibilidad de reproducirse hace que cualquier especie se extinga. No obstante, a juzgar por las imágenes que acababa de ver, el mundo no necesitaba más vampiros.

—Es más fácil para quienes son más viejos..., para los vampiros como yo, que nos alimentamos sobre todo con sangre humana cuando éramos jóvenes —continuó Edward—. Pero a medida que los vampiros envejecen, nos sentimos menos impulsados a crear nuevos vampiros. En cambio los vampiros más jóvenes son algo diferente. Quieren formar una familia para disipar la soledad de su nueva vida. Cuando encuentran a un ser humano con el cual desean aparearse, o tratar de tener hijos, algunos descubren que su sangre no es lo suficientemente fuerte.

—Tú dijiste que todos nos estamos extinguiendo —le recordé en tono neutro, aunque mi irritación seguía presente.

—Las brujas modernas no son tan fuertes como eran sus antepasados. —La voz de Alice denotaba sentido práctico—. Y vosotras ya no tenéis tantos hijos como antiguamente.

—Eso no parece ser una prueba..., sino más bien una valoración subjetiva —repliqué.

— ¿Quieres ver pruebas? —Alice cogió otras dos carpetas, las arrojó sobre la brillante superficie y se deslizaron hasta mis brazos—. Aquí tienes..., aunque dudo que entiendas gran parte de eso.

Una carpeta tenía una etiqueta con bordes color morado y la palabra «Benvenguda» cuidadosamente escrita en ella. La otra tenía una etiqueta con bordes rojos, con las palabras «Good, Beatrice». Las carpetas sólo contenían gráficos. Los de arriba tenían forma de lazo y eran de brillantes colores. Debajo de éstos, nuevos gráficos mostraban barras negras y grises que se desplegaban sobre papel blanco.

—Eso no es justo —protestó Jasper—. Ningún historiador podría leer eso.

—Éstas son secuencias de ADN —dije, señalando las imágenes en blanco y negro—. Pero ¿qué son los gráficos de color?

Edward apoyó los codos sobre la mesa junto a mí.

—Son también resultados de pruebas genéticas —dijo, acercando hacia él la página que mostraba la forma de lazo—. Éstos nos hablan del ADN mitocondrial de una mujer llamada Benvenguda, que heredó de la madre, y de la madre de su madre, y de todo ante pasado de sexo femenino antes de ella. Nos cuenta la historia de su herencia genética por vía materna.

— ¿Y el legado genético de su padre?

Edward cogió los resultados de ADN en blanco y negro.

—El padre humano de Benvenguda está aquí, en su ADN nuclear, su genoma, junto con el de su madre, que era una bruja.

— Volvió a los lazos multicolor—. Pero el ADN mitocondrial, fuera del núcleo de la célula, registra solamente su ancestro materno.

— ¿Por qué estáis estudiando tanto su genoma como su ADN mitocondrial? —Había oído hablar del genoma, pero el ADN mitocondrial era algo nuevo para mí.

—El ADN nuclear nos informa acerca de alguien como persona individual, única..., la manera en que el legado genético de la madre y del padre se combinaron para crearla. Es la mezcla de los genes de tu padre y los genes de tu madre lo que te otorga los ojos azules, pelo rubio y pecas. El ADN mitocondrial puede ayudarnos a comprender la historia de toda una especie.

—Eso quiere decir que el origen y la evolución de la especie están grabados en cada uno de nosotros —dije lentamente—.

Están en nuestra sangre y en cada célula de nuestro cuerpo.

Edward asintió con la cabeza.

—Pero cada historia de orígenes cuenta otra historia también..., no de principios sino de finales.

—Volvemos a Darwin. —Fruncí el ceño al hablar—. El origen no sólo trata de dónde vienen las diferentes especies. Trata también sobre la selección natural y la extinción de las especies.

—Algunos llegan a decir que El origen trata principalmente sobre la extinción —acordó Jasper, desplazándose hacia el otrolado de la mesa del laboratorio.

Observé los brillantes lazos de Benvenguda.

— ¿Quién era?

Una bruja muy poderosa —explicó Alice— que vivió en Bretaña en el siglo VII. Era un prodigio en una era que produjo muchos prodigios. Beatrice Good es una de sus últimas descendientes directas que se conocen.

— ¿La familia de Beatrice Good provenía de Salem? —susurré, tocando la carpeta con su nombre. Había una familia Good que eran vecinos de los Bishop y de los Swan.

—El linaje de Beatrice incluye a Sarah y Dorothy Good de Salem —explicó Edward, confirmando mi corazonada. Abrió el archivo de Beatrice y puso los resultados de las pruebas de mitocondria junto a los de Benvenguda.

—Pero son diferentes —observé. Era posible darse cuenta por los colores y la manera en que estaban ordenados.

—No tan diferentes —me corrigió Edward—. El ADN nuclear de Beatrice tiene menos marcadores comunes entre las brujas. Esto indica que sus antepasados, a medida que pasaron los siglos, dependían cada vez menos de la magia y la brujería en su lucha por sobrevivir. Esas necesidades cambiantes empezaron a forzar mutaciones en su ADN, mutaciones que fueron dejando de lado la magia. —Su mensaje parecía perfectamente científico, pero estaba dirigido a mí.

— ¿Los antepasados de Beatrice dejaron su magia a un lado, y eso al final va a destruir a la familia?

—La culpa no es toda de las brujas. La naturaleza también es culpable. —Los ojos de Edward estaban tristes—. Parece que las brujas, al igual que los vampiros, también han sentido las presiones de sobrevivir en un mundo que es cada vez más humano. Lo mismo ocurre con los daimones. Estos presentan cada vez menos muestras de genialidad (que era la manera en que solíamos distinguirlos de la población humana) y más demencia.

— ¿Y los humanos no están desapareciendo? —quise saber.

—Sí y no —respondió Edward—. Creemos que los humanos, hasta ahora, han resultado ser mejores para adaptarse. Sus sistemas inmunológicos son más receptivos y tienen un impulso de reproducción más fuerte que los vampiros o las brujas.

Antaño el mundo estaba dividido de manera más uniforme entre humanos y criaturas. Ahora los humanos son mayoría y las criaturas llegan solamente al diez por ciento de la población mundial.

—El mundo era un lugar diferente cuando había tantas criaturas como humanos. —Alice parecía lamentar que la plataforma genética ya no estuviera inclinada a nuestro favor—. Pero sus delicados sistemas inmunológicos van a hundir a los humanos al final.

— ¿Hasta qué punto somos nosotros, las criaturas, diferentes de los humanos?

—Bastante, por lo menos en el nivel genético. Parecemos similares, pero debajo de la superficie nuestra estructura cromosómica es distinta. —Edward dibujó un diagrama en la parte exterior de la carpeta de Beatrice Good—. Los humanos tienen veintitrés pares de cromosomas en cada núcleo de célula, cada uno organizado en largas secuencias codificadas. Los vampiros y las brujas tienen veinticuatro pares de cromosomas.

—Más que los humanos, las uvas de pinot noir o los cerdos. —Jasper guiñó un ojo.

— ¿Y los daimones?

—Ellos tienen el mismo número de pares de cromosomas que los humanos... y también tienen un solo cromosoma adicional.

Hasta donde podemos saber, es su cromosoma adicional el que los hace daimones —respondió Edward—, y propensos a la inestabilidad.

Mientras yo estudiaba su dibujo a lápiz, se me cayó un mechón de cabello sobre los ojos. Me lo echó hacia atrás con impaciencia.

— ¿Qué hay en los cromosomas adicionales? —Era tan difícil para mí seguir a Edward en ese momento como cuando tuve que estudiar para aprobar Biología en la universidad.

—Material genético que nos distingue de los humanos —dijo Edward—, y también material que regula el funcionamientode las células o lo que los científicos llaman «ADN basura».

—Sin embargo, no se trata de basura —intervino Jasper—. Todo ese material genético tiene que ser sobrante de una selección anterior, o está a la espera de ser usado en el próximo cambio evolutivo. Sencillamente, no sabemos cuál es su propósito... todavía.

—Espera un minuto —interrumpí —. Las brujas y los daimones nacen. Yo nací con un par adicional de cromosomas, y tu amigo Jacob nació con un solo cromosoma adicional. Pero los vampiros no nacen..., vosotros sois creados a partir de ADN humano. ¿Dónde adquirís un par adicional de cromosomas?

—Cuando un ser humano renace como vampiro, el hacedor primero retira toda la sangre humana, lo que causa el fallo de los órganos. Antes de que se produzca la muerte, el hacedor o hacedora le da su sangre al que está renaciendo —respondió

Edward—. Hasta donde podemos saber, el influjo de la sangre de un vampiro impulsa mutaciones genéticas espontáneas en cada célula del cuerpo.

Edward había usado la palabra «renacer» la noche anterior, pero yo jamás había escuchado la palabra «hacedor» relacionada con vampiros.

—La sangre del hacedor inunda el sistema del renacido, llevando la nueva información genética con él —completó Alice—

. Algo similar ocurre con las transfusiones de sangre humana. Pero la sangre de un vampiro produce cientos de modificaciones en el ADN.

—Empezamos a buscar en el genoma las pruebas de semejante cambio explosivo —explicó Edward—. Las encontramos..., encontramos mutaciones que prueban que todos los nuevos vampiros atraviesan una adaptación espontánea para sobrevivir cuando absorben la sangre de sus hacedores. Eso es lo que estimula el desarrollo de un par de cromosomas adicional.

—Un big-bang genético. Vosotros sois como una galaxia que nace de una estrella moribunda. En unos pocos instantes, vuestros genes se transforman en otra cosa..., en algo no humano. —Miré a Edward asombrada.

— ¿Estás bien? —me preguntó—. Podemos tomarnos un descanso.

— ¿Podría beber un poco de agua?

—La traeré. —Jasper saltó de su taburete—. Hay un poco en el frigorífico de las muestras.

—Los humanos proporcionaron la primera pista de que el estrés celular agudo producido por bacterias y otras formas del bombardeo genético podía provocar mutaciones rápidas, en lugar de los cambios más lentos de la selección natural. —

Alice sacó una carpeta de un cajón del archivo. Al abrirlo, señaló una sección de un gráfico en blanco y negro—. Este hombre murió en 1375. Sobrevivió a la viruela, pero la enfermedad impulsó una mutación en el tercer cromosoma cuando su cuerpo se adaptaba rápidamente al influjo de bacterias.

Jasper regresó con el agua. Me quité el gorro y bebí con avidez.

—El ADN de un vampiro está lleno de mutaciones similares como resultado de la resistencia a la enfermedad. Esos cambios podrían estar llevándonos lentamente a nuestra extinción. —Edward parecía preocupado—. Ahora estamos tratando de concentrarnos en qué es lo que hace que en la sangre de los vampiros se creen nuevos cromosomas. La respuesta podría estar en las mitocondrias.

Alice sacudió la cabeza.

—De ninguna manera. La respuesta está en el ADN nuclear. Cuando un cuerpo es atacado por sangre de vampiro, debe provocar una reacción que haga posible que el cuerpo capture y asimile los cambios.

—Puede ser, pero si es así, tenemos que estudiar con mayor atención el ADN basura también. Todo debe estar ahí para generar nuevos cromosomas —insistió Jasper.

Mientras ellos tres discutían, yo me remangué. Cuando la tela dejó a la vista mi codo y las venas en mi brazo quedaron expuestas al aire fresco del laboratorio, los tres dirigieron su helada atención a mi piel.

—Bella —dijo Edward fríamente mientras se tocaba el símbolo de Lázaro—, ¿qué estás haciendo?

— ¿Todavía tienes tus guantes a mano, Jasper? —pregunté, y seguí remangándome.

Jasper sonrió.

—Sí. —Se puso de pie y sacó un par de guantes de látex de una caja cercana.

—No tienes que hacerlo. —La voz de Edward parecía atrapada en su garganta.

—Lo sé. Quiero hacerlo. —Mis venas parecían todavía más azules bajo la luz del laboratorio.

—Buenas venas —comentó Alice con una inclinación de cabeza en señal de aprobación, provocando un ronroneo de advertencia el vampiro alto que estaba de pie junto a mí.

—Si esto va a ser un problema para ti, Edward, espera fuera —dije tranquilamente.

—Antes de que hagas esto, quiero que lo pienses —sugirió Edward inclinándose sobre mí de manera protectora, como hizo cuando James Knox se me había acercado en la Bodleiana—. No tenemos ninguna manera de pronosticar qué revelarán las pruebas. Es toda tu vida y la historia de tu familia, todo expuesto en blanco y negro. ¿Estás completamente segura de que quieres que eso sea examinado?

— ¿Qué quieres decir con eso de toda mi vida? —La intensidad de su mirada me hizo estremecerme.

—Estas pruebas nos dicen mucho más que el color de tus ojos y de tu pelo. Mostrarán qué otros rasgos te transmitieron tu madre y ni padre. Por no mencionar los rasgos de todos tus antepasados de sexo femenino. —Intercambiamos una larga mirada.

—Precisamente por eso quiero que toméis una muestra —expliqué con paciencia. Una expresión de confusión cruzó su rostro—. Toda mi vida me he preguntado qué hacía la sangre de los Bishop al correr por mis venas. Todos aquellos que conocían a mi familia se preguntaban lo mismo. Ahora lo sabremos.

Me parecía muy simple. Mi sangre podía revelarle cosas a Edward que yo no quería arriesgarme a descubrir por casualidad.

No quería prender fuego a los muebles, o salir volando por entre los árboles, o tener malos pensamientos sobre alguien y descubrir que a los pocos días esa persona caía mortalmente enferma. Edward podía opinar que dar sangre era peligroso.

Pensándolo bien, a mí me parecía algo tan seguro como una casa.

—Además, acabas de decirme que las brujas se están extinguiendo. Soy la última de las Bishop. Tal vez mi sangre te ayude a descubrir por qué.

Nos miramos fijamente el uno al otro, el vampiro y la bruja, mientras Alice y Jasper esperaban pacientemente. Hasta que por fin Edward dejó escapar un ruido que indicaba exasperación.

—Tráeme el instrumental para tomar muestras —le dijo a Jasper.

—Puedo hacerlo yo —exclamó Jasper a la defensiva, haciendo sonar sus guantes de látex. Alice trató de sujetarlo, pero Jasper siguió acercándose a mí con una caja de tubos y agujas.

— ¡Jasper! —dijo Alice en tono de advertencia.

Edward cogió el equipo de las manos de Jasper y detuvo al vampiro más joven con una impresionante y mortal mirada.

—Lo siento, Jasper, pero si alguien le va a sacar sangre a Bella, ése voy a ser yo.

Sostuvo mi muñeca con sus fríos dedos, flexionó mi brazo hacia arriba y hacia abajo varias veces antes de estirarlo totalmente y dejar mi mano suavemente apoyada sobre la superficie inmaculada. Había algo innegablemente escalofriante en eso de que un vampiro estuviera poniendo una aguja en mi vena. Edward ató un tubo de goma por encima de mi codo.

—Cierra el puño —pidió en voz baja mientras se colocaba los guantes y preparaba la aguja y el primer tubo.

Hice lo que me pedía. Apreté la mano y observé cómo se hinchaban las venas. Edward no se preocupó por la advertencia acostumbrada de que iba a sentir un pinchazo o una picadura. Se limitó a inclinarse sin ceremonia alguna y deslizó el afilado instrumento metálico en mi brazo.

—Muy buena maniobra. —Aflojé el puño para dejar que la sangre fluyera libremente.

Edward apretó su boca mientras cambiaba los tubos. Cuando terminó, retiró la aguja y la arrojó en un recipiente selladopara desechos biológicos. Jasper juntó los tubos y se los dio a Alice, que los etiquetó con letra diminuta y precisa.

Edward puso un cuadrado de gasa sobre el sitio del pinchazo y lo sujetó con sus dedos fuertes y fríos. Con la otra mano, cogió un rollo de esparadrapo y lo pegó sobre la gasa para que no se moviera de su sitio.

— ¿Fecha de nacimiento? preguntó Alice resueltamente, con el bolígrafo listo sobre una probeta. 13 de agosto de 1976.

Alice me miró.

— ¿13 de agosto?

—Sí. ¿Por qué?

—Sólo quería confirmarlo —murmuró.

—En la mayoría de los casos tratamos de tomar una muestra de la boca también. —Edward abrió un paquete y sacó dos objetos blancos de plástico. Tenían la forma de remos en miniatura, con los anchos extremos ligeramente ásperos.

Sin decir una palabra, abrí la boca y dejé que Edward hiciera girar el primer hisopo, y luego el otro, contra el interior de mi mejilla. Cada hisopo fue colocado dentro de un tubo de plástico sellado.

—Listo.

Al observar el laboratorio en el que me encontraba, la serenidad silenciosa de acero inoxidable y luces azules, recordé a mis alquimistas, afanándose con fuegos de carbón, débil iluminación, equipo improvisado y crisoles de arcilla rotos. Qué no habrían dado por tener la oportunidad de trabajar en un lugar así, con herramientas que podrían haberles ayudado a comprender los misterios de la creación.

— ¿Estás buscando al primer vampiro? —pregunté, señalando hacia los cajones de archivos.

—A veces —respondió Edward con lentitud—. Principalmente investigamos de qué manera la comida y las enfermedades afectan a la especie, y también cómo y cuándo ciertas líneas familiares se van extinguiendo.

— ¿Y es realmente verdad que somos cuatro especies distintas o los daimones, los humanos, los vampiros y las brujas comparten algún ancestro común? —Yo siempre me había preguntado si la insistencia de Sarah en que las brujas compartían cosas de escaso interés con los humanos o con otras criaturas no se basaría más que en tradición e ilusiones. En los tiempos de Darwin muchos pensaban que era imposible que un par de antepasados humanos comunes hubieran producido tantos tipos raciales diferentes. Cuando algunos europeos blancos observaban a los negros africanos, se inclinaban más bien por la teoría del poligenismo, que argumentaba que las razas descendían de antepasados diferentes, sin vínculos entre sí.

—Daimones, humanos, vampiros y brujas varían considerablemente en el nivel genético. —La mirada de Edward era penetrante. Él entendía por qué yo preguntaba, pero, de todos modos, se negó a darme una respuesta clara.

—Si demuestras que no somos especies diferentes, sino sólo diferentes líneas dentro de la misma especie, cambiará todo —le advertí.

—Con el tiempo podremos descubrir, si es que es así, de qué manera los cuatro grupos están relacionados. Pero todavía estamos muy lejos de ello. —Se puso de pie—. Creo que por hoy ya basta de ciencia.

Después de despedirnos de Alice y Jasper, Edward me llevó a la residencia. Fue a cambiarse y regresó a buscarme para ir a la clase de yoga. Fuimos hasta Woodstock casi sin hablar, cada uno sumergido en sus propios pensamientos.

En el Viejo Pabellón, Edward me abrió la puerta para que bajara, como de costumbre, sacó las esterillas del maletero y se las colgó del hombro.

Un par de vampiros pasó cerca de nosotros. Uno de ellos me rozó al pasar y Edward movió su mano veloz como un relámpago para entrelazar sus dedos con los míos. El contraste entre nosotros era notable, con su piel tan pálida y fría, y la mía tan vivaz y cálida.

Edward mantuvo agarrada mi mano hasta que entramos. Después de la clase, regresamos a Oxford, hablando primero de algo que Amira había dicho, luego sobre algo que uno de los daimones había hecho o dejado de hacer sin querer. Una vez atravesados los portones de la residencia, Edward apagó el motor del coche, cosa rara en él, antes de abrirme la puerta para que yo bajara.

Fred levantó la vista de sus monitores de seguridad cuando el vampiro se acercó a la ventanilla de cristal del habitáculo. El portero la abrió.

— ¿Sí?

—Me gustaría acompañar a la doctora Bishop a sus habitaciones. ¿Está bien si dejo el coche aquí, y las llaves también, por si acaso tuviera usted que moverlo?

Fred miró la placa del John Radcliffe y asintió con la cabeza. Edward le pasó las llaves por la ventanilla.

Edward —dije, impaciente—, está sólo a unos pasos de aquí, no tienes que acompañarme.

—Pero lo haré —replicó en un tono que ponía fin a cualquier discusión. Más allá de las entradas abovedadas y del vigilante, fuera de la vista de Fred, cogió de nuevo mi mano. Esta vez, la impresión de su piel fría estuvo acompañada por una perturbadora sensación de tibieza en la boca del estómago.

Al pie de la escalera, miré a Edward, con su mano todavía aferrada.

—Gracias por llevarme a la clase de yoga... otra vez.

—No hay de qué. — Apartó mi imposible mechón de pelo detrás de la oreja y sus dedos se detuvieron sobre mi mejilla—.

Ven a cenar mañana —dijo en voz baja—. Me toca cocinar a mí. ¿Te paso a buscar por aquí a las siete y media?

Mi corazón se sobresaltó. «Di que no», me dije a mí misma con firmeza a pesar de este salto repentino.

—Me encantará —me salió, en cambio.

El vampiro apretó sus labios fríos primero en una mejilla, luego en la otra.

—Ma vaillante filie —me susurró al oído. Su atractivo y embriagador olor inundó mi nariz.

Arriba, alguien había ajustado el pomo de la puerta como yo había pedido, y me costó meter la llave en la cerradura. La luz intermitente del contestador automático me dio la bienvenida, indicando que había otro mensaje de Sarah. Crucé hacia la ventana y miré hacia abajo. Edward estaba mirando hacia arriba. Saludé con la mano. Sonrió, se metió las manos en los bolsillos y volvió a la portería, deslizándose hacia la oscuridad de la noche como si le perteneciera.

Capítulo 12: CAPÍTULO 12 Capítulo 14: CAPÍTULO 14

 


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