EL MANUSCRITO ASHMOLE

Autor: kdekrizia
Género: Sobrenatural
Fecha Creación: 14/05/2013
Fecha Actualización: 07/11/2014
Finalizado: NO
Votos: 50
Comentarios: 213
Visitas: 152018
Capítulos: 85

 

En el corazón de la Biblioteca Bodleiana de Oxford, la apasionada historiadora Isabella Swan Bishop se topa en medio de sus investigaciones con el manuscrito identificado como Ashmole 782.

Descendiente de un antiguo linaje de brujas, Isabella intuye que el manuscrito está relacionado de alguna manera con la magia, pero no quiere tener nada que ver con la brujería. Y después de tomar algunas notas sobre sus curiosos dibujos, lo devuelve sin perder más tiempo a las estanterías. Lo que Isabella no sabe es que se trata de un manuscrito alquímico que ha estado perdido durante siglos y cuyo descubrimiento ha desencadenado que hordas de daimones, vampiros y brujas salgan a la luz de las salas de lectura de la Biblioteca. Una de esas criaturas es Edward Masen Cullen, un enigmático genetista, amante del buen vino y vampiro milenario, cuya alianza con Isabella se hará progresivamente más íntima y poco a poco surgirá entre ambos una relación que hará tambalear los tabúes asentados desde hace tiempo en un mundo secreto y encantado. La teoría de la evolución de Darwin no contempló todos los seres que habitan la Tierra. Desde Oxford a Nueva York, y de aquí a Francia, la magia, la alquimia y la ciencia nos desvelan sus verdaderos vínculos en el libro definitivo sobre la brujería y sus poderes.

 

BASADO EN EL DESCUBRIMIENTO DE LAS BRUJAS DE DEBORAH HARKNESS

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 78: CAPÍTULO 78

Capítulo 78

 Estáis cometiendo un terrible error, Rose —le advertí, luchando contra mis cadenas. Ella y Kit habían retirado el informe maniquí de paja y arpillera y me habían atado a mí al poste en su lugar. Luego Kit me había vendado los ojos con un jirón de seda azul oscuro sacado de la punta de una de las lanzas que tenía reservadas, para que no pudiera encantarlos con la mirada. Ambos permanecían cerca, discutiendo sobre quién usaría la lanza negra y plateada y quién la verde y dorada.

—Encontraréis a Edward con la reina. Él os lo explicará todo.

Intenté que mi voz se mantuviera firme, pero me temblaba. Edward me había hablado de su hermana en el Oxford moderno, mientras bebíamos té al lado de la chimenea del Viejo Pabellón. Era tan despiadada como hermosa.

—¿Todavía osáis pronunciar su nombre?

Kit estaba loco de ira.

—No vuelvas a hablar, bruja, o acabaré permitiendo que Christopher te arranque la lengua.

La voz de Rose era ponzoñosa y no necesité ver sus ojos para saber que la adormidera y la rabia de sangre no eran una buena mezcla. La punta del diamante de Esme me arañó ligeramente la mejilla y me hizo sangre. Rose me había roto el dedo para arrancármelo y ahora lo llevaba puesto ella.

—Soy la esposa de Edward, su pareja. ¿Cuál creéis que será su reacción cuando descubra lo que habéis hecho?

—Eres un monstruo…, una bestia. Si gano el duelo, te despojaré de tu falsa humanidad y dejaré al descubierto lo que hay debajo. —Las palabras de Rose me gotearon en los oídos como si fueran veneno—. Una vez que lo haya hecho, Edward verá lo que realmente eres y compartirá nuestro placer por tu muerte.

Cuando la conversación se perdió en la distancia, dejé de tener manera de saber dónde estaban o desde qué dirección podrían volver. Estaba completamente sola.

«Piensa. Sobrevive».

Algo me revoloteó en el pecho. Pero no era pánico. Era mi dragón. No estaba sola. Y era una bruja. No necesitaba los ojos para ver el mundo a mi alrededor.

—¿Qué veis? —les pregunté a la tierra y al aire.

Fue mi dragón quien respondió. Gorjeó y trinó, mientras extendía las alas en el espacio que había entre mi barriga y mis pulmones, y valoraba la situación.

«¿Dónde están?», me pregunté.

Mi tercer ojo se abrió de par en par, revelando los brillantes colores del final de la primavera en todo su esplendor azul y verde. Un hilo verde más oscuro estaba enroscado con uno blanco y enredado con algo negro. Lo seguí hasta Rose, que intentaba subir a lomos de un exaltado caballo, que se negaba a quedarse quieto para que la vampira montara y se escapaba de ella constantemente.

Rose le mordió el cuello, lo que hizo que el caballo se quedara completamente inmóvil, pero no sirvió de nada para aliviar su terror.

Seguí otro grupo de hilos, esos de color carmesí y blanco, creyendo que podrían llevarme hasta Edward.

Pero, en lugar de ello, vi un apabullante remolino de formas y colores. Me caí lejos, muy lejos, hasta que aterricé sobre una fría almohada. «Nieve». Llené los pulmones de gélido aire invernal. Ya no estaba atada a una estaca en una tarde de finales de mayo en el palacio de Greenwich. Tenía cuatro o cinco años y me encontraba tumbada de espaldas en el pequeño jardín que había en la parte de atrás de nuestra casa de Cambridge. Y recordé.

Mi padre y yo habíamos estado jugando tras una gran nevada. Mis manoplas del color carmesí de Harvard contrastaban con la nieve. Estábamos haciendo ángeles y agitábamos los brazos y las piernas arriba y abajo. Me fascinaba ver que si movía los brazos lo suficientemente rápido, las alas blancas parecían adquirir un tono rojizo.

—Es como el dragón de las alas que arden —le susurré a mi padre. Sus brazos se quedaron quietos.

—¿Cuándo has visto tú un dragón, Bella? —preguntó en tono serio. Conocía la diferencia entre aquel tono y el de cuando bromeaba. Significaba que esperaba una respuesta, y sincera.

—Muchas veces. Sobre todo por las noches.

Agité las manos más y más rápido. La nieve estaba cambiando de color de tanto frotarla, centellaba en tonos verdes y dorados, rojos y negros, plateados y azules.

—¿Y dónde estaba? —musitó mi padre, mirando fijamente los copos de nieve. Estos se estaban amontonando a mi alrededor y se levantaban y se arremolinaban como si estuvieran vivos. Uno de ellos se elevó y se estiró hasta formar una delgada cabeza de dragón. La ventisca se desplegó y dio lugar a un par de alas.

El dragón se sacudió los copos de nieve de las blancas escamas. Cuando se dio la vuelta y miró a mi padre, este murmuró algo y le dio una palmada en el hocico como si él y el dragón ya se conocieran. El dragón expulsó vapor caliente en el aire gélido.

—La mayoría de las veces está dentro de mí…, aquí. —

Me senté para enseñarle a mi padre lo que quería decir. Me llevé las manos enfundadas en las manoplas hasta los huesos curvados de mis costillas. Las notaba calientes a través de la piel, de la chaqueta, del grueso punto de las manoplas—. Pero, cuando necesita volar, tengo que liberarlo. Si no, no tiene espacio suficiente para las alas.

Un par de alas brillantes descansaban sobre la nieve, a mis espaldas.

—Te has dejado las alas atrás —dijo mi padre, muy serio.

El dragón salió reptando del montón de nieve. Sus ojos plateados y negros parpadearon mientras se liberaba, se elevaba en el aire y desaparecía sobre el manzano para hacerse más etéreo cada vez que batía las alas. Las mías ya se estaban aquietando sobre la nieve, a mis espaldas.

—El dragón no me llevará con él. Y nunca se queda mucho tiempo —dije, con un suspiro—. ¿Por qué, papi?

—Puede que tenga que ir a otro sitio.

Consideré aquella posibilidad.

—¿Como cuando tú y mami vais al cole?

Era desconcertante imaginarte a tus padres yendo a clase. Gran parte de los niños del edificio pensaban lo mismo, aunque la mayoría de sus padres también se pasaban el día en el cole.

—Exactamente igual —respondió mi padre, todavía sentado en la nieve con los brazos alrededor de las rodillas.

Luego sonrió—. Me encanta la bruja que hay en ti, Bella.

—A mami le asusta.

—Bah. —Mi padre sacudió la cabeza—. A mami solo le da miedo el cambio.

—He intentado guardar el secreto de lo del dragón, pero creo que lo sabe de todas formas —dije con tristeza.

—Las mamis suelen saber esas cosas —dijo mi padre, y bajó la vista hacia la nieve. Mis alas habían desaparecido por completo—. Pero también saben cuándo quieres un chocolate caliente. Si entramos, apuesto a que lo tendrá preparado.

Mi padre se puso de pie y extendió la mano.

Deslicé la mía, todavía con las manoplas carmesí, en su cálida palma.

—¿Estarás siempre aquí para cogerme de la mano cuando oscurezca? —pregunté. La noche estaba cayendo y de repente me dieron miedo las sombras. Los monstruos acechaban en la penumbra, extrañas criaturas que me observaban mientras jugaba.

—No —dijo mi padre, negando con la cabeza. Me tembló el labio. Aquella no era la respuesta que quería—.

Pero no te preocupes —continuó, bajando la voz hasta que se convirtió en un susurro—. Siempre tendrás a tu dragón.

Una gota de sangre cayó al suelo, a mis pies, de la herida del ojo que me habían pinchado. Aunque tenía los ojos vendados, pude ver su movimiento lento y la forma en que aterrizaba con un húmedo plaf. Un brote negro emergió de la mancha.

El estruendo de unos cascos iba hacia mí. Alguien dio un grito fuerte y agudo que me hizo pensar en imágenes de antiguas batallas. Aquel sonido hizo que el dragón se inquietara aún más. Necesitaba liberarme. Rápido.

En lugar de intentar ver los hilos que llegaban a Kit y a Rose, me centré en los que rodeaban las fibras que me ataban las muñecas y los tobillos. Estaba empezando a hacer progresos para desatarlos cuando algo afilado y pesado chocó contra mis costillas. El impacto me dejó totalmente sin aliento.

—¡Le he dado! —gritó Kit—. ¡La bruja es mía!

—Ha sido de refilón —corrigió Rose—. Debes clavarle la lanza en el cuerpo para reclamarla como premio.

Por desgracia, yo no conocía las reglas…, ni de las justas ni tampoco de la magia. Goody Alsop me lo había dejado claro antes de irnos a Praga. «Lo único que tienes, por ahora, es un dragón díscolo, un glaem casi cegador y una tendencia a hacer preguntas con respuestas pícaras», había dicho. Yo había estado negando mi habilidad para tejer en favor de las intrigas de la corte y había dejado de perseguir mi magia para dar caza al Ashmole 782. Tal vez, si me hubiera quedado en Londres, habría sabido cómo salir de aquel lío. Pero en lugar de ello allí estaba, atada a un grueso tronco como una bruja a punto de ser quemada.

«Piensa. Sobrevive».

—Debemos intentarlo de nuevo —dijo Rose. Sus palabras se esfumaron mientras hacía que el caballo diera media vuelta y se alejaba, cabalgando.

—No lo hagas, Kit —dije—. Piensa en lo que significará para Edward. Si quieres que me vaya, me iré. Te lo prometo.

—Vuestras promesas no significan nada, bruja. Cruzaréis los dedos y encontraréis la manera de eludir vuestras palabras. Incluso ahora puedo ver el glaem sobre vos, mientras intentáis utilizar vuestra magia en mi contra.

« Un glaem casi cegador. Preguntas con respuestas pícaras. Y un dragón díscolo».

Se hizo el silencio.

«¿Qué deberíamos hacer?», le pregunté al dragón.

La bestia abrió las alas a modo de respuesta y las estiró por completo. Estas se deslizaron entre mis costillas, atravesaron la carne y emergieron a cada lado de mi columna vertebral. El dragón se quedó donde estaba, con la cola protectoramente enroscada alrededor de mi útero.

Echó un vistazo desde debajo del esternón con los ojos plateados y negros brillando, y volvió a batir las alas.

«Sobrevivir», me respondió en un susurro y sus palabras levantaron una nube de niebla gris en el aire que me rodeaba.

La fuerza de sus alas cayó sobre el grueso poste de madera que tenía a la espalda y las púas de sus extremidades dentadas seccionaron la cuerda que me ataba las muñecas. Algo afilado como una garra cortó también las ataduras que tenía alrededor de los tobillos. Me elevé seis metros en el aire mientras Kit y Rose se adentraban en la desorientadora nube gris del dragón. Iban demasiado rápido como para detenerse o cambiar de dirección. Sus lanzas se cruzaron, se enredaron y la fuerza del impacto hizo que

ambos salieran volando de las sillas y cayeran sobre el duro suelo.

Me arranqué la venda de los ojos con la mano sana, justo cuando Annie aparecía en el extremo del patio de justas.

—¡Señora! —gritó. Pero no quería que se quedara allí, no con Rose de Cullen cerca.

La sangre me chorreaba por las muñecas y los pies. Allá donde caían las gotas rojas, crecía un brote negro. Pronto una empalizada de delgados troncos negros rodearon al daimón y a la vampira, que estaban aturdidos. Rose intentó arrancarlos del suelo, pero mi magia resistió.

—¿Os importa que os cuente cuál es vuestro futuro? — pregunté con severidad. Ambos levantaron la vista hacia mí desde el corral con ojos ávidos y temerosos—. Nunca conseguirás lo que tu corazón anhela, Kit, porque a veces no podemos tener lo que más deseamos. Y vos nunca llenareis los vacíos que hay en vuestro interior, Rose: ni con sangre, ni con ira. Y ambos moriréis, porque la muerte nos llega a todos, antes o después. Pero vuestras muertes no serán dulces. Eso os lo prometo.

Un torbellino se acercó. Luego se detuvo y reconocí en él a Hancock.

—¡Davy! —exclamó Rose, mientras su dedos perlados se aferraban a las estacas negras que la rodeaban—. Ayúdanos. La bruja ha usado su magia para derribarnos.

Quítale los ojos y le quitarás también el poder.

—Edward ya está en camino, Rose —respondió Hancock—. Estás más segura en esa empalizada, bajo la protección de Bella, de lo que lo estarías huyendo de su ira.—

Ninguno de nosotros está a salvo. Ella hará que se cumpla la antigua profecía, la que Aro compartió con maman hace tantos años. ¡Acabará con los De Cullen!

—No hay ninguna verdad en ello —dijo Hancock con tristeza.

—¡Sí la hay! —insistió Rose—. «Guardaos de la bruja que tiene sangre de león y lobo, pues con ella destruirá a los hijos de la noche». ¡Esta es la bruja de la profecía! ¿No lo ves?

—Lo que veo con claridad meridiana es que no estás bien, Rose.

Rose se le aproximó, indignada.

—Soy una manjasang perfectamente saludable, Hancock.

Henry y Jack fueron los siguientes en llegar, con el pecho jadeando por el esfuerzo. Henry echó un vistazo al campo de justas.

—¿Dónde está? —le gritó a Hancock, mientras giraba sobre sí mismo.

—Allá arriba —respondió este, apuntando con el pulgar hacia el aire—, justo como dijo Annie.

—Bella.

Henry suspiró, aliviado.

Un oscuro ciclón gris y negro barrió el campo de justas y vino a descansar en una estaca rota que señalaba el punto donde había estado atada. Edward no necesitó que nadie le dijera dónde me hallaba. Sus ojos me encontraron a la primera.

Walter y Pierre fueron los últimos en llegar. Pierre llevaba a Annie a caballito y la muchacha tenía los brazos fuertemente enroscados alrededor de su cuello. Cuando este se detuvo, se bajó de su espalda.

—¡Walter! —gritó Kit, al tiempo que se reunía con Rose en la barrera—. Hay que detenerla. Sácanos de aquí.

Sé qué hay que hacer ahora. He hablado con una bruja de Newgate y…

Un brazo atravesó de un puñetazo el negro enrejado y unos dedos largos y blancos agarraron a Kit por el cuello.

Marlowe gorjeó hasta quedarse en silencio.

—Ni. Una. Palabra.

Los ojos de Edward se posaron sobre Rose.

Edward—dijo Rose. La sangre y las drogas hicieron que pronunciara su nombre en francés, arrastrando más las letras—. Gracias a Dios que estás aquí. Me alegro de verte.

—Pues no deberías.

Edward empujó a Kit.

Aterricé detrás de él y las alas recién salidas se volvieron a replegar en el interior de mis costillas. El dragón permanecía alerta, sin embargo, con la cola fuertemente enroscada. Edward percibió mi presencia y me rodeó con el brazo, aunque sin quitarle el ojo de encima a los prisioneros. Pasó los dedos sobre el punto donde la lanza había atravesado el corpiño, el corsé y la piel, hasta que mi huesuda caja torácica la detuvo. Estaba húmedo donde la sangre había calado.

Edward me dio la vuelta y cayó de rodillas, mientras rompía la tela que estaba sobre la herida. Soltó una imprecación. Con una mano sobre mi abdomen, sus ojos buscaron los míos.

—Estoy bien. Estamos bien —le aseguré.

Él se levantó con los ojos negros y la vena de la sien latiendo con fuerza.

—¿Señor Masen? —Jack se acercó sigilosamente a Edward. Le temblaba la barbilla. La mano de Edward salió disparada y lo agarró por el cuello de la camisa, deteniéndolo antes de que pudiera acercarse demasiado a mí. Jack no se acobardó—. ¿Estáis teniendo una pesadilla? Edward dejó caer la mano y soltó al niño.

—Sí, Jack. Una terrible pesadilla.

Jack deslizó la mano en la de Edward.

—Me quedaré a vuestro lado hasta que pase.

Se me llenaron los ojos de lágrimas. Era lo que Edward le decía a él en plena noche, cuando los miedos de Jack amenazaban con engullirlo.

Edward apretó con fuerza la mano de Jack en un reconocimiento silencioso. Ambos se quedaron allí de pie: uno alto, fuerte y lleno de salud preternatural y el otro menudo, delicado y con las sombras del abandono recién olvidadas. La rabia de Edward empezó a menguar.

—Cuando Annie me dijo que una wearh hembra te había atrapado, nunca imaginé…

Edward no pudo continuar.

—¡Ha sido Christopher! —gritó Rose, alejándose del enloquecido daimón que tenía al lado—. Dijo que estabas hechizado. Pero puedo oler su sangre en ti. No estás hechizado, te alimentas de ella.

—Es mi pareja —explicó Edward, en tono letal—. Y está encinta.

Marlowe exhaló un silbido. Sus ojos me pellizcaron la barriga. Moví la mano que tenía rota para proteger a nuestro bebé de la mirada del daimón.

—Es imposible. Edward no puede… —La confusión de Kit se transformó en furia—. Incluso en eso te ha hechizado. ¿Cómo has podido traicionarlo de esa forma?

¿Quién es el padre de vuestro hijo, señora Masen?

Mary Sidney había asumido que me habían violado.

Gallowglass había atribuido al principio el bebé a un amante o a un marido fallecido. Cualquiera de las dos cosas habría apelado al instinto protector de Edward y explicaría nuestro fugaz romance. Para Kit, la única respuesta posible era que le hubiera puesto los cuernos al hombre al que él amaba.

—¡Llévatela, Hancock! —suplicó Rose—. No podemos permitir que una bruja introduzca a su bastardo en la familia De Cullen.

Hancock sacudió la cabeza mirando a Rose y se cruzó de brazos.

—Has intentado atropellar a mi pareja. Has derramado su sangre —dijo Edward—. Y el niño no es ningún bastardo. Es mío.

—Eso no es posible —dijo Rose, aunque sin demasiada convicción.

—El niño es mío —repitió su hermano con ferocidad—. Fruto de mi carne y de mi sangre.

—Ella lleva la sangre del lobo —susurró Rose—. La bruja es la que auguraba la profecía. ¡Si el bebé sobrevive, nos destruirá a todos!

—Apartadlos de mi vista —exclamó Edward, con la voz rebosante de rabia—. Antes de que los haga pedazos y se los eche de comer a los perros.

Entonces derribó la empalizada de una patada y agarró a su amigo y a su hermana.

—No pienso ir… —empezó a decir Rose. Bajó la vista y se encontró con la mano de Hancock rodeándole el brazo.

—Irás a donde yo te lleve —dijo este con suavidad.

Hancock le quitó del dedo el anillo de Esme y se lo lanzó a Edward—. Creo que eso le pertenece a tu esposa.

—¿Y Kit? —preguntó Walter, mientras observaba con cautela a Edward.

—Ya que se profesan tanto afecto, encerradlo con Rose —dijo Edward, antes de lanzar al daimón hacia Raleigh.

—Pero ella se… —empezó a decir Walter.

—¿Se alimentará de él? —Edward parecía avinagrado —. Ya lo ha hecho. La única manera en que un vampiro siente los efectos del vino o de las drogas es por medio de la vena de un sangre caliente.

Walter evaluó el estado anímico de Edward y asintió.

—Muy bien, Edward. Cumpliremos tus deseos. Llévate a Bella y a los niños a Blackfriars. Déjanos el resto a Hancock y a mí.

—Le dije que no había por qué preocuparse. El bebé está bien —aseguré, mientras me bajaba el blusón. Habíamos ido directos a casa, pero Edward había enviado a Pierre a buscar a Susanna y a Goody Alsop de todas formas. Ahora la casa estaba llena hasta los topes de vampiros y brujas contrariados—. Puede que tú logres convencerlo de ello.

Susanna se lavó las manos en el cuenco de agua caliente con jabón.

—Si tu marido no confía en sus propios ojos, nada puedo hacer o decir para persuadirlo.

La mujer llamó a Edward. Gallowglass acudió con él y entre los dos llenaron el umbral de la puerta.

—¿Estás bien, de verdad?

Gallowglass no podía ocultar su rostro ceniciento.

—Tenía un dedo roto y una costilla fracturada. Podía habérmelo hecho en una caída por las escaleras. Gracias a Susanna, tengo el dedo completamente curado.

Estiré la mano. Todavía estaba hinchada y tuve que ponerme el anillo de Esme en la otra, pero podía mover los dedos sin dolor. Al corte del costado le llevaría más tiempo. Edward se había negado a usar sangre de vampiro para curarlo, así que Susanna había recurrido a unos cuantos puntos mágicos y a una cataplasma.

—Hay muy buenas razones para odiar a Rose en este momento —dijo Edward en tono grave—, pero hay algo que debo agradecerle: no deseaba matarte. La puntería de Rose es impecable. Si hubiera querido atravesarte el corazón con la lanza, estarías muerta.

—Rose estaba demasiado preocupada por la profecía que Aro compartió con Esme.

Gallowglass y Edward intercambiaron una mirada.

—No es nada —dijo Edward con displicencia—, solo una idiotez que fabuló para provocar a maman.

—Era la profecía de Meridiana, ¿no?

Tenía ese presentimiento desde que Rose lo había mencionado. Aquellas palabras me habían recordado el tacto de Aro en La Pierre. Y habían conseguido que la electricidad hiciera crepitar el aire que envolvía a Rose,

como si esta fuera Pandora y hubiera abierto la tapa de un tesoro hecho de una magia hacía tiempo olvidada.

—Meridiana quería que Aro tuviera miedo al futuro.

Y lo logró. —Edward negó con la cabeza—. No tiene nada que ver contigo.

—Tu padre es el león. Y tú el lobo.

El hielo se estancó en el pozo de mi estómago. Me dijo que algo iba mal dentro de mí, en las profundidades, donde la luz no podía siquiera llegar. Miré a mi marido, uno de los hijos de la noche mencionados en la profecía. Nuestro primer hijo ya había muerto. Encerré mis pensamientos, ya que no quería albergarlos en el corazón o en la cabeza el tiempo suficiente como para que hicieran mella en mí.

Pero no funcionó. Había demasiada honestidad entre nosotros para ocultárselo a Edward… o a mí misma.

—No tienes nada que temer —dijo Edward. Acto seguido, me rozó los labios con los suyos—. Estás demasiado llena de vida para ser un heraldo de la destrucción.

Dejé que me tranquilizara, pero mi sexto sentido lo ignoró. De algún modo, en algún sitio, una peligrosa fuerza mortal había sido desatada. Incluso en ese momento podía sentir cómo se tensaban sus hilos y me llevaban hacia la oscuridad.

Capítulo 77: CAPÍTULO 77 Capítulo 79: CAPÍTULO 79

 


Capítulos

Capitulo 1: CAPÍTULO 1 Capitulo 2: CAPÍTULO 2 Capitulo 3: CAPÍTULO 3 Capitulo 4: CAPÍTULO 4 Capitulo 5: CAPÍTULO 5 Capitulo 6: CAPÍTULO 6 Capitulo 7: CAPÍTULO 7 Capitulo 8: CAPÍTULO 8 Capitulo 9: CAPÍTULO 9 Capitulo 10: CAPÍTULO 10 Capitulo 11: CAPÍTULO 11 Capitulo 12: CAPÍTULO 12 Capitulo 13: CAPÍTULO 13 Capitulo 14: CAPÍTULO 14 Capitulo 15: CAPÍTULO 15 Capitulo 16: CAPÍTULO 16 Capitulo 17: CAPÍTULO 17 Capitulo 18: CAPÍTULO 18 Capitulo 19: CAPÍTULO 19 Capitulo 20: CAPÍTULO 20 Capitulo 21: CAPÍTULO 21 Capitulo 22: CAPÍTULO 22 Capitulo 23: CAPÍTULO 23 Capitulo 24: CAPÍTULO 24 Capitulo 25: CAPÍTULO 25 Capitulo 26: CAPÍTULO 26 Capitulo 27: CAPÍTULO 27 Capitulo 28: CAPÍTULO 28 Capitulo 29: CAPÍTULO 29 Capitulo 30: CAPÍTULO 30 Capitulo 31: CAPÍTULO 31 Capitulo 32: CAPÍTULO 32 Capitulo 33: CAPÍTULO 33 Capitulo 34: CAPÍTULO 34 Capitulo 35: CAPÍTULO 35 Capitulo 36: CAPÍTULO 36 Capitulo 37: CAPÍTULO 37 Capitulo 38: CAPÍTULO 38 Capitulo 39: CAPÍTULO 39 Capitulo 40: CAPÍTULO 40 Capitulo 41: CAPÍTULO 41 Capitulo 42: CAPÍTULO 42 Capitulo 43: CAPÍTULO 43 Capitulo 44: CAPÍTULO 44 Segundo libro Capitulo 45: CAPÍTULO 45 Capitulo 46: CAPÍTULO 46 Capitulo 47: CAPÍTULO 47 Capitulo 48: CAPÍTULO 48 Capitulo 49: CAPÍTULO 49 Capitulo 50: CAPÍTULO 50 Capitulo 51: CAPÍTULO 51 Capitulo 52: CAPÍTULO 52 Capitulo 53: CAPÍTULO 53 Capitulo 54: CAPÍTULO 54 Capitulo 55: CAPÍTULO 55 Capitulo 56: CAPÍTULO 56 Capitulo 57: CAPÍTULO 57 Capitulo 58: CAPÍTULO 58 Capitulo 59: CAPITULO 59 Capitulo 60: CAPÍTULO 60 Capitulo 61: CAPÍTULO 61 Capitulo 62: CAPÍTULO 62 Capitulo 63: CAPÍTULO 63 Capitulo 64: CAPÍTULO 64 Capitulo 65: CAPÍTULO 65 Capitulo 66: CAPÍTULO 66 Capitulo 67: CAPÍTULO 67 Capitulo 68: CAPÍTULO 68 Capitulo 69: CAPÍTULO 69 Capitulo 70: CAPÍTULO 70 Capitulo 71: CAPÍTULO 71 Capitulo 72: CAPÍTULO 72 Capitulo 73: CAPÍTULO 73 Capitulo 74: CAPÍTULO 74 Capitulo 75: CAPÍTULO 75 Capitulo 76: CAPÍTULO 76 Capitulo 77: CAPÍTULO 77 Capitulo 78: CAPÍTULO 78 Capitulo 79: CAPÍTULO 79 Capitulo 80: CAPÍTULO 80 Capitulo 81: CAPÍTULO 81 Capitulo 82: CAPÍTULO 82 Capitulo 83: CAPÍTULO 83 Capitulo 84: CAPÍTULO 84 Capitulo 85: CAPÍTULO 85

 


 
14439906 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10757 usuarios