EL MANUSCRITO ASHMOLE

Autor: kdekrizia
Género: Sobrenatural
Fecha Creación: 14/05/2013
Fecha Actualización: 07/11/2014
Finalizado: NO
Votos: 50
Comentarios: 213
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Capítulos: 85

 

En el corazón de la Biblioteca Bodleiana de Oxford, la apasionada historiadora Isabella Swan Bishop se topa en medio de sus investigaciones con el manuscrito identificado como Ashmole 782.

Descendiente de un antiguo linaje de brujas, Isabella intuye que el manuscrito está relacionado de alguna manera con la magia, pero no quiere tener nada que ver con la brujería. Y después de tomar algunas notas sobre sus curiosos dibujos, lo devuelve sin perder más tiempo a las estanterías. Lo que Isabella no sabe es que se trata de un manuscrito alquímico que ha estado perdido durante siglos y cuyo descubrimiento ha desencadenado que hordas de daimones, vampiros y brujas salgan a la luz de las salas de lectura de la Biblioteca. Una de esas criaturas es Edward Masen Cullen, un enigmático genetista, amante del buen vino y vampiro milenario, cuya alianza con Isabella se hará progresivamente más íntima y poco a poco surgirá entre ambos una relación que hará tambalear los tabúes asentados desde hace tiempo en un mundo secreto y encantado. La teoría de la evolución de Darwin no contempló todos los seres que habitan la Tierra. Desde Oxford a Nueva York, y de aquí a Francia, la magia, la alquimia y la ciencia nos desvelan sus verdaderos vínculos en el libro definitivo sobre la brujería y sus poderes.

 

BASADO EN EL DESCUBRIMIENTO DE LAS BRUJAS DE DEBORAH HARKNESS

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Capítulo 30: CAPÍTULO 30

CAPÍTULO 30

 

 

¿Dónde está? — Edward tiró con fuerza las llaves del Range Rover sobre la mesa.

— La encontraremos, Edward. — Esme trataba de mostrarse serena por el bien de su hijo, pero hacía casi diez horas que habían encontrado una manzana a medio comer junto a un parterre de ruda en el jardín. Ambos habían estado recorriendo minuciosamente el campo desde entonces, trabajando en secciones de terreno que Edward dividió metódicamente en un mapa.

Después de mucho buscar, no habían encontrado ninguna señal de Bella y no habían podido descubrir su rastro.

Simplemente se había desvanecido.

— Tiene que habérsela llevado una bruja – Edward se pasó los dedos por el pelo – Le dije que estaría a salvo siempre que permaneciera dentro del chateau. Nunca imaginé que las brujas se atreverían a venir aquí.

Su madre tensó los labios. El hecho de que las brujas hubieran raptado a Bella no le sorprendía.

Edward empezó a dar órdenes como un general en un campo de batalla.

— Saldremos otra vez. Yo iré en coche a Brioude. Tú ve más allá de Aubusson, Esme, y hacia Limousin. Marthe, espera aquí para el caso de que vuelva o de que alguien llame con noticias.

Esme supo que no iba a haber ninguna llamada telefónica. Si Bella hubiera tenido acceso a un teléfono, ya lo habría usado. Y aunque la estrategia de lucha preferida por Edward era atravesar los obstáculos hasta llegar a su objetivo, no siempre era la mejor manera de proceder.

— Debemos esperar, Edward.

— ¿Esperar? – Gruñó Edward — ¿Para qué?

— Esperemos a Emmett. Estaba en Londres y ha salido hace una hora.

— Esme ¿por qué se lo has dicho? – Edward sabía por experiencia que a su hermano mayor le gustaba destruir cosas.

Era lo que mejor hacía. Con el paso de los años, lo había hecho física y mentalmente, y luego económicamente, cuando descubrió que destruir los medios de vida de las personas era casi tan emocionante como aplastar un pueblo.

— Cuando vi que ella no estaba en las cuadras ni en el bosque, sentí que era el momento. Emmett es mejor que tú para esto, Edward. Él puede seguirle la pista a cualquier cosa.

— Si, Emmett ha sido siempre bueno para perseguir a su presa. En este momento, encontrar a mi esposa es tarea primordial. Luego tendré que asegurarme de que ella no sea su próximo objetivo. ¬– Edward recogió las llaves – Tú espera a Emmett. Saldré solo.

— Cuando se entere de que Bella te pertenece, no le hará daño. Emmett es el cabeza de esta familia. Puesto que esto es un asunto de familia, él tiene que saberlo.

Las palabras de Esme le sonaron raras. Ella sabía lo mucho que él desconfiaba de su hermano mayor. Esme trató de alejar esa sensación.

— Entraron en tu casa, maman. Es un insulto para ti. Si quieres que Emmett intervenga, estás en tu derecho.

— Llamé a Emmett por el bien de Bella….., no por mí. No debe permanecer en manos de las brujas, Edward, aunque ella misma sea una bruja.

Marthe olfateó el aire, alerta ante un nuevo olor.

— Emmett – aclaró innecesariamente Esme con un destello en sus ojos verdes.

Una puerta pesada se cerró de golpe por encima de sus cabezas, y luego se oyeron pasos furiosos. Edward se puso tenso y Marthe puso los ojos en blanco.

— Aquí estamos – dijo Esme en voz baja. Incluso en una crisis, no levantaba la voz. Eran vampiros, después de todo, que no necesitaban ninguna clase de exageraciones.

Emmett McCarty, como era conocido en los mercados financieros, atravesó el salón de la planta baja a grandes zancadas. Su pelo color castaño brillaba bajo la luz eléctrica, y sus músculos vibraban con los reflejos rápidos de un atleta nato. Entrenado a empuñar una espada desde la infancia, había sido imponente antes de hacerse vampiro, y después de su renacimiento pocos se atrevían a contrariarlo. El hijo mediano de la progenie de los tres hijos varones de Carlisle de Cullen había sido hecho vampiro en época romana y había sido el favorito de su padre. Estaban cortados por el mismo patrón: le encantaban las guerras, las mujeres y el vino, en ese orden. A pesar de estas amables características, aquellos que se encontraban con él cara a cara en combate rara vez vivían para contar la experiencia.

En ese momento dirigió su cólera hacia Edward. Habían manifestado una mutua animadversión desde el mismo momento en que se conocieron; sus caracteres eran tan dispares que incluso Carlisle había abandonado toda esperanza de que alguna vez llegaran a ser amigos. Sus fosas nasales se dilataron tratando de detectar el olor a canela y clavo de su hermano.

— ¿Dónde diablos estás, Edward? – Su voz profunda resonó contra los cristales y la piedra.

Edward salió al encuentro de su hermano.

—Aquí, Emmett.

Emmett lo tenía cogido por la garganta antes de que las palabras salieran de su boca. Sus cabezas cerca la una de la otra, una oscura y la otra luminosa, ambos salieron disparados hacia el otro extremo del salón. El cuerpo de Edward impactó sobre una puerta de madera y la rompió con un golpe.

— ¿Cómo has podido enredarle con una bruja sabiendo lo que le hicieron a nuestro padre?

Ella ni siquiera había nacido cuando fue capturado. —La voz de Edward era tensa dada la presión sobre sus cuerdas vocales, pero no mostraba miedo.

—Es una bruja —espetó Emmett—. Todas son responsables. Ellas sabían que los nazis lo estaban torturando y no hicieron nada por impedirlo.

—Emmett. —El tono agudo de Esme atrajo su atención —, Carlisle dejó órdenes estrictas de que no se llevara a cabo ninguna venganza en caso de que él sufriera algún daño. — Aunque ella se lo había dicho a Emmett en repetidas ocasiones, eso nunca hizo que la cólera de él disminuyera.

—Las brujas ayudaron a esos animales a capturar a Carlisle. Cuando estuvo en manos de los nazis, experimentaron con él para determinar cuánto daño podía soportar el cuerpo de un vampiro sin morirse. Los hechizos de las brujas hicieron imposible que nosotros pudiéramos encontrarlo y liberarlo.

—No lograron destruir el cuerpo de Carlisle, pero destruyeron su alma. —La voz de Edward sonó hueca—. Por Dios, Emmett, podrían hacerle lo mismo a Bella.

Si las brujas le hicieran daño físicamente, Edward sabía que ella podría recuperarse. Pero nunca sería la misma si las brujas destrozaban su espíritu. Cerró los ojos tratando de alejar la dolorosa idea de que  Bella pudiera no regresar siendo la misma criatura terca y obstinada.

— ¿Y qué? —Emmett lanzó a su hermano al suelo con disgusto y saltó sobre él.

Una tetera de cobre del tamaño de un timbal chocó contra la pared. Ambos hermanos saltaron para ponerse de pie.

Marthe apareció y puso sus manos retorcidas sobre sus amplias caderas, mirándolos furiosa.

—Es su esposa —le dijo a Emmett secamente.

— ¿Te apareaste con ella? —Emmett parecía no dar crédito.

—Ahora Bela forma parte de esta familia —intervino Esme—. Marthe y yo la hemos aceptado. Tú debes hacerlo también.

—Nunca — dijo sin emoción en su voz. Ninguna bruja SERÁ nunca una De Cullen, ni será bienvenida en esta casa.

El apareamiento es un instinto fuerte, pero no sobrevive a la muerte. Si las brujas no matan a esa Bishop, lo haré yo.

Edward arremetió contra la garganta de su hermano. Se oyó el sonido de la carne al desgarrarse. Emmett se tambaleó hacia atrás y aulló, con la mano en el cuello.

— ¡Me has mordido!

—Amenaza a mi esposa otra vez y haré más que eso. —Edward respiraba agitado y en sus ojos había un brillo salvaje.

— ¡Basta! — Esme los sobresaltó en medio del silencio —. Ya he perdido a mi marido, a una hija y a dos de mis hijos.

No voy a permitir que sigáis como el perro y el gato. No dejaré que las brujas se lleven a alguien de mi casa sin mi permiso. —Sus últimas palabras fueron pronunciadas como un siseo bajo —. Y no pienso permanecer aquí discutiendo mientras la esposa de mi hijo está en manos de mis enemigos.

—En 1944 insististe en que desafiar a las brujas no iba a solucionar nada. Mírate ahora —replicó Emmett, mirando furioso a su hermano.

—Esto es diferente —respondió Edward con gran tensión.

—Claro que es diferente, por supuesto. Estás corriendo el riesgo de una interferencia de la Congregación en los asuntos de nuestra familia sólo para poder acostarte con una de ellas.

—La decisión de emprender hostilidades directas contra las brujas no era tuya en ese momento. Era de tu padre... y él prohibió expresamente prolongar una guerra mundial. —Esme se detuvo detrás de Emmett y esperó a que se volviera para enfrentarse a él cara a cara—. Debes dejar las cosas como están. El poder de castigar aquellas atrocidades fue puesto en manos de autoridades humanas.

Emmett la miró amargamente.

—Tú misma te encargaste de solucionarlo, según recuerdo, Esme. ¿A cuántos nazis convertiste en tu alimento antes de quedar satisfecha? —Era imperdonable decir una cosa semejante, pero él había sido empujado más allá de sus límites normales.

—En cuanto a Bella continuó Esme sin levantar la voz, aunque sus ojos echaban chispas a modo de advertencia—, si tu padre estuviera vivo, Lucius Sigéric Benoit Christophe Emmett de Cullen, ya estaría fuera buscándola, fuese bruja o no. Se avergonzaría de ti, que te quedas saldando viejas cuentas con tu hermano. — Cada uno de los nombres que Carlisle le había dado con el paso de los años sonó como una bofetada, y Emmett sacudió la cabeza hacia atrás con cada golpe.

Respiró lentamente por la nariz.

—Gracias por el consejo, Esme, y por la lección de historia. Ahora, afortunadamente, la decisión es mía. Edward no se permitirá el lujo de tener a esta muchacha. Fin de la discusión. —Se sentía mejor después de ejercer su autoridad y se volvió para salir con paso majestuoso de Sept Tours.

—Entonces no me dejas otra opción. —La respuesta de Edward lo detuvo.

— ¿Opción? —Emmett resopló —. Tú harás lo que yo te diga.

—Puede que yo no sea el cabeza de familia, pero éste ya no es un asunto de familia. —Edward había, por fin, comprendido el sentido del comentario anterior de Esme.

—Muy bien. —Emmett se encogió de hombros —. Emprende esa estúpida cruzada, si quieres. Encuentra a tu bruja.

Llévate a Marthe..., que parece estar tan prendada de ella como tú. Si queréis enfadar a las brujas y hacer que la Congregación os caiga encima, allá vosotros. Para proteger a la familia, renegaré de ti.

Estaba dirigiéndose a la puerta otra vez, cuando su hermano menor sacó su as de la manga: —Eximo a los De Cullen de cualquier responsabilidad en la protección de Bella Bishop. Los caballeros de Lázaro se encargarán ahora de su seguridad, como hemos hecho por otros en el pasado.

Esme se dio la vuelta para esconder su expresión de orgullo.

—No puedes hablar en serio —dijo Emmett entre dientes —. Si convocas a la hermandad, eso será el equivalente a una declaración de guerra.

—Si ésa es tu decisión, ya conoces las consecuencias. Podría matarte por tu desobediencia, pero no tengo tiempo. Tus tierras y pertenencias te son retiradas. Abandona esta casa, y entrega el sello de tu cargo. Un nuevo maestre francés será nombrado en una semana. Estás más allá de la protección de la orden y tienes siete días para encontrar un nuevo lugar para vivir.

—Si tratas de quitarme Sept Tours —gruñó Emmett—, lo lamentarás.

—Sept Tours no es tuyo. Pertenece a los caballeros de Lázaro. Esme vive aquí con la bendición de la hermandad. Te daré una última oportunidad de ser incluido en este arreglo. —La voz de Edward adquirió un tono indiscutible de mando —: Emmett de Cullen, te exijo que cumplas tu juramento y entres en el campo de batalla, donde obedecerás mis órdenes hasta que yo te libere de esa obligación.

No había pronunciado ni escrito esas palabras desde hacía mucho tiempo, pero Edward las recordaba perfectamente. Los caballeros de Lázaro estaban en su sangre, al igual que lo estaba Bella. Músculos que hacía mucho que no se usaban se tensaron en su más íntimo ser, y recursos que se habían oxidado empezaron a agudizarse.

—Los caballeros no van en ayuda de su jefe por un idilio que termina mal, Edward. Combatimos en la batalla de Acre.

Ayudamos a los herejes albigenses a resistir a los norteños. Sobrevivimos a la desaparición de los templarios y a los avances ingleses en Crécy y Agincourt. Los caballeros de Lázaro estaban en las naves que rechazaron al Imperio Otomano en Lepanto, y cuando nos negamos a seguir luchando, terminó la Guerra de los Treinta Años. El propósito de la hermandad es asegurar que los vampiros sobrevivan en un mundo dominado por humanos.

—Empezamos a proteger a aquellos que no podían protegerse a sí mismos, Emmett. Nuestra reputación heroica fue sólo un subproducto inesperado de esa misión.

—Nuestro padre nunca debió haberte pasado a ti la orden cuando murió. Tú eres un soldado y un idealista, no un comandante.

No tienes las agallas necesarias para tomar las decisiones difíciles. — El desprecio de Emmett por su hermano quedaba patente en sus palabras, pero sus ojos mostraban preocupación.

—Bella vino a mí pidiendo que la protegiera de su propia gente. Me aseguraré de que tenga esa protección, al igual que los caballeros protegieron a los ciudadanos de Jerusalén, de Alemania y de Occitania cuando estuvieron amenazados.

—Todos pensarán que esto es algo personal, como también lo habrían creído en 1944. Entonces tú dijiste que no.

—Estaba equivocado.

Emmett se mostró indignado.

Edward respiró hondo, lentamente y estremeciéndose.

—En otro tiempo habríamos respondido de inmediato a semejante ultraje sin pensar en las consecuencias. Pero el miedo a divulgar los secretos de la familia y la reticencia a provocar la ira de la Congregación me frenaron. Esto sólo sirvió para alentar a nuestros enemigos a atacar a esta familia de nuevo, y no cometeré el mismo error ahora que Bella está involucrada. Las brujas no se detendrán ante nada para conocer su poder. Han invadido nuestro hogar y han secuestrado a una de las suyas. Esto es peor que lo que hicieron con Carlisle. A los ojos de las brujas, él era sólo un vampiro. Al llevarse a Bella han ido demasiado lejos.

Mientras Emmett asimilaba las palabras de su hermano, la ansiedad de Edward se hacía más aguda.

—Bella. — Esme hizo que Emmett volviera al tema en cuestión.

Emmett asintió con la cabeza. Sólo una vez.

—Gracias —dijo Edward, con sencillez—. Una bruja la arrebató directamente en el jardín. Cualquier pista que pudierahaber quedado acerca del rumbo que tomaron había desaparecido ya cuando descubrimos que ella no estaba. —Sacó unmapa arrugado del bolsillo —. Aquí es donde todavía tenemos que buscar.

Emmett miró las zonas que Esme y su hermano ya habían cubierto y los amplios sectores del campo que faltaban por inspeccionar.

— ¿Habéis registrado todos estos sitios desde que se la llevaron?

Edward asintió con la cabeza.

—Por supuesto.

Emmett no podía ocultar su irritación.

-Edward, ¿nunca vas a aprender a detenerte a pensar antes de actuar? Enséñame el jardín.

Edward y Emmett salieron, dejando a Marthe e Esme dentro para que sus olores no oscurecieran cualquier remoto rastro de Bella. Cuando se hubieron ido, Esme empezó a temblar de los pies a la cabeza.

—Esto es demasiado, Marthe. Si le han hecho daño a ella...

—Tú y yo siempre hemos sabido que un día como éste llegaría.

— Marthe apoyó una mano compasiva sobre el hombro de su ama, y luego se dirigió a las cocinas, dejando a la pensativa Esme sentada junto a la fría chimenea.

En el jardín, Emmett dirigió su mirada de agudeza sobrenatural al suelo, donde había una manzana junto a una frondosa mata de ruda. Esme había insistido prudentemente en que dejaran la fruta en el lugar donde la habían encontrado. Su ubicación ayudó a Emmett a ver lo que su hermano no había percibido. Los tallos de la ruda estaban ligeramente doblados y conducían a otra mata de hierbas con hojas rotas, y luego a otra.

— ¿En qué dirección soplaba el viento? —La imaginación de Emmett ya estaba en funcionamiento.

—Del oeste —respondió Edward, tratando de ver lo que su hermano estaba descubriendo. Se rindió con un suspiro de frustración—. Esto nos lleva demasiado tiempo. Debemos separarnos. De ese modo podremos cubrir más terreno.

Volveré a revisar las cuevas.

—No estará en las cuevas —aseguró Emmett, enderezando sus rodillas y sacudiendo el aroma de las hierbas de sus manos —. Los vampiros usan las cuevas, no las brujas. Además, fueron hacia el sur.

— ¿Al sur? No hay nada en el sur.

—Ya no —estuvo de acuerdo Emmett—. Pero tiene que haber algo allí, o la bruja no habría ido en esa dirección. Le preguntaremos a Esme.

Una razón por la que la familia De Cullen había sobrevivido tanto era que cada miembro tenía una destreza diferente en caso de crisis. Calisle siempre había sido el líder de los varones, una figura carismática que podía convencer a los vampiros y a los humanos, y a veces incluso a los daimones, para que lucharan por una causa común. Hugh, uno de sus hijos, había sido el mediador que llevaba a las partes enfrentadas a la mesa de negociaciones para resolver incluso los más feroces conflictos. Godfrey, el menor de los tres hijos de Carlisle, había sido su conciencia, haciendo notar las implicaciones prácticas de cada decisión. A Emmett le correspondieron las estrategias de los combates, su mente aguda y rápida podía ver en cada plan las virtudes y los defectos. Rose había sido útil como cebo o como espía, dependía de la situación.

Edward, por extraño que pareciera, había sido el guerrero más feroz de la familia. Sus primeras aventuras con la espada habían vuelto loco a su padre por su falta de disciplina, pero había cambiado. Desde entonces, cada vez que Edward empuñaba un arma, algo en él se volvía frío y se abría paso por entre los obstáculos con una tenacidad que lo hacía invencible.

Luego estaba Esme. Todos la subestimaban, menos Carlisle, que la llamaba «el general» o «mi arma secreta». No se leescapaba nada y tenía una memoria más larga que Mnemosina.

Los hermanos volvieron a la casa. Emmett llamó a gritos a Esme y se dirigió a la cocina para agarrar un puñado de harina de un tazón y esparcirla sobre la mesa de trabajo de Marthe. Trazó el contorno de Auvernia en la harina y marcó con el pulgar el sitio donde estaba Sept-Tours.

— ¿Adónde llevaría una bruja a otra bruja en dirección suroeste desde aquí? —preguntó.

Esme frunció el entrecejo.

—Dependería de la razón por la que fue llevada.

Edward y Emmett intercambiaron expresiones de exasperación. Ése era el único problema con su arma secreta: Esme nunca quería responder a la pregunta que se le hacía. Para ella siempre había una pregunta más importante que debía ser respondida primero.

—Piensa, maman — la urgió Edward —. Las brujas quieren alejar a Bella de mí.

—No, hijo mío. Vosotros podríais haber sido separados de muchas maneras. Al entrar en mi casa y llevarse a mi invitada, las brujas le han hecho algo imperdonable a esta familia. Agresiones como ésta son como el ajedrez —dijo Esme, tocando la mejilla de su hijo con una mano fría —. Las brujas quieren demostrar lo débiles que nos hemos vuelto. Tú querías a Bella Ahora se la han llevado para hacer que te resulte imposible ignorar su desafío.

—Por favor, Esme. ¿Adonde?

—No hay nada más que montañas estériles y senderos de cabras entre este lugar y el Cantal —dijo Esme.

— ¿El Cantal? —reaccionó Emmett.

—Sí —susurró ella, con su sangre helada por las implicaciones de aquello.

El Cantal era el lugar donde Aro de Aurillac había nacido. Era su territorio natal, y si los De Cullen entraban sin autorización, las brujas no serían la única fuerza que se enfrentaría a ellos.

—Si ésta fuera una partida de ajedrez, llevarla al Cantal nos pondría en jaque —intervino Edward sombríamente—. Es demasiado pronto para eso.

Emmett movió la cabeza en señal de aprobación.

—Entonces se nos está escapando algo, entre este lugar y aquél.

—Sólo hay ruinas —informó Esme.

Emmett dejó escapar un suspiro de frustración.

— ¿Por qué la bruja de Edward no puede defenderse a sí misma?

Marthe entró en la habitación secándose las manos con una toalla. Ella y Esme intercambiaron miradas.

—Elle est enchantée —respondió Marthe bruscamente.

—La niña está hechizada —estuvo de acuerdo con reticencia Esme —. Estamos seguras de ello.

— ¿Hechizada? —Edward frunció el ceño. Un hechizo ponía esposas invisibles a una bruja. Aquello era algo tan imperdonable entre las brujas como entrar sin autorización en territorio ajeno lo era entre los vampiros.

Sí. No es que ella rechace su magia. Ha sido apartada de ella... deliberadamente. Esme frunció el ceño ante semejante idea.

— ¿Por qué? —se preguntó su hijo —. Es como quitarle los colmillos y las uñas a un tigre para luego devolverlo a la selva. ¿Por qué iba alguien a dejarla sin ningún medio para defenderse?

Esme se encogió de hombros.

—Puedo pensar en muchas personas que pueden querer hacer tal cosa, y en muchas razones también..., pero no conozco bien a esta bruja. Llama a su familia. Pregúntales.

Edward metió la mano en el bolsillo y sacó su teléfono. Emmett se dio cuenta de que tenía la casa de Madison en la lista de marcación rápida. Las brujas en el otro extremo respondieron al primer tono.

— ¿Edward? —La bruja estaba desesperada —. ¿Dónde está? Está sufriendo un dolor terrible, puedo sentirlo.

—Sabemos dónde buscarla, Sarah. —Edward trataba de calmarla hablando con voz serena—. Pero tengo que preguntarte algo primero. Bella no usa su magia.

—No lo ha hecho desde que su madre y su padre murieron. ¿Qué tiene que ver con todo esto? —Sarah estaba gritando en ese momento. Esme cerró los ojos ante tan áspero sonido.

—Sarah, ¿existe alguna posibilidad, aunque sea remota, de que Bella esté hechizada?

El silencio al otro lado fue total.

— ¿Hechizada? —dijo finalmente Sarah, horrorizada—. ¡Por supuesto que no!

Los De Cullen escucharon un suave clic.

—Fue Reneé —informó la otra bruja con voz mucho más suave —. Le prometí que nunca se lo diría a nadie. Y no sé lo que hizo ni cómo lo hizo, de modo que no me preguntéis. Reneé sabía que ella y Charlie no iban a regresar de África. Ella vio o supo algo que la asustó terriblemente. Lo único que me dijo fue que iba a poner a salvo a Bella.

— ¿A salvo de qué? —Sarah estaba horrorizada.

—No «a salvo de qué»: a salvo hasta el momento adecuado.

La voz de Emily bajó más todavía—: Reneé dijo que se aseguraría de que Bella estuviera a salvo hasta que su hija estuviera con su hombre de las sombras.

— ¿Su hombre de las sombras? —repitió Edward.

—Sí —susurró Emily —. En cuanto Bella me dijo que estaba acompañada por un vampiro, me pregunté si serías tú el de la visión de Reneé. Pero todo ha ocurrido muy rápido.

— ¿Ves algo, Emily..., cualquier cosa..., algo que pueda ayudarnos? — quiso saber Edward.

—No. Hay oscuridad. Y Bella está en ella. No está muerta — dijo apresuradamente cuando Edward aspiró con fuerza—, pero está sufriendo y de algún modo no del todo en este mundo.

Al escuchar esto, Emmett entrecerró los ojos mirando a Esme. Las preguntas de ella, aunque exasperantes, habían sido sumamente esclarecedoras. Descruzó los brazos y metió la mano en el bolsillo buscando su teléfono. Se volvió, marcó y murmuró algo en el aparato. Emmett  miró a Edward y se pasó el dedo por la garganta.

—Voy a buscarla ahora —dijo Edward—. Cuando tengamos noticias, os llamaremos. —Cortó antes de que Sarah o Emily pudieran acosarlo con preguntas.

— ¿Dónde están mis llaves? —gritó Edward, yendo hacia la puerta.

Emmett estaba delante de él, impidiéndole avanzar.

—Serénate y piensa —dijo bruscamente, pateando un taburete en dirección a su hermano—. ¿Cuáles eran los castillos entre este lugar y el Cantal? Sólo tenemos que saber cuáles son las antiguas fortalezas, aquellas que Aro puede conocer mejor.

—Por Dios, Emmett, no puedo recordar. ¡Déjame pasar!

—No. Tienes que ser listo para esto. Las brujas seguramente no la han llevado a territorio de Aro..., o al menos no lo harían si estuvieran en su sano juicio. Si Bella está hechizada, entonces ella es también un misterio para ellas.

Tardarán algún tiempo en resolverlo. Querrán tener privacidad y no vampiros que las estén interrumpiendo. — Era la primera vez que Emmett había logrado pronunciar el nombre de la bruja—. En el Cantal las brujas tendrían que obedecer a Aro, de modo que deben de estar en algún lugar cerca de la frontera. Piensa. La última gota de paciencia de Emmett desapareció—. Por todos los dioses, Edward, tú diseñaste o construiste la mayoría de ellos.

La mente de Edward recorrió veloz todas las posibilidades, descartando algunos porque estaban demasiado cerca, otros porque estaban demasiado destruidos. Levantó la mirada en estado de shock.

—La Pierre.

Esme tensó su boca y Marthe se mostró preocupada. La Pierre había sido el castillo más imponente de la región.

Estaba construido sobre cimientos de basalto que no podían ser atravesados por túneles y tenía murallas lo suficientemente altas como para resistir cualquier asedio.

Por encima de sus cabezas se escuchó un ruido rasgando el aire.

—Un helicóptero —informó Emmett—. Estaba esperando en Cullen Ferrand para llevarme de regreso a Lyon. Tu jardín necesitará reparaciones, Esme, pero seguramente te das cuenta de que ése es un daño menor.

Los dos vampiros salieron como rayos del château hacia el helicóptero. Subieron de un salto y pronto estuvieron volando a gran altura por encima de Auvernia. No había otra cosa que negrura debajo de ellos, salpicada aquí y allá con el suave brillo de la luz de la ventana de alguna granja. Tardaron más de treinta minutos en llegar al castillo, y aunque los hermanos sabían dónde estaba, el piloto descubrió su contorno con dificultad.

— ¡No hay ningún sitio para aterrizar! —gritó el piloto.

Edward señaló un antiguo camino que se alejaba del castillo.

— ¿Qué te parece allí? —replicó a gritos. Ya estaba recorriendo con la mirada las murallas en busca de señales de luz o de movimiento.

Emmett le dijo al piloto que bajara donde había señalado Edward, y recibió una mirada de incertidumbre como respuesta.

Cuando todavía estaban a más de seis metros del suelo, Edward saltó al suelo e inició una carrera desesperada hacia la puerta del castillo. Emmett suspiró y saltó detrás de él, no sin antes ordenarle al piloto que no se moviera hasta que ambos regresaran.

Edward ya estaba en el interior, llamando a gritos a Bella.

—Dios mío, debe de estar aterrorizada —susurró y se pasó los dedos por el pelo cuando los ecos se desvanecieron.

Emmett alcanzó a su hermano y lo cogió del brazo.

—Hay dos maneras de hacer esto, Edward. Podemos separarnos y registrar el sitio de arriba abajo o puedes detenerte durante cinco segundos e imaginar dónde esconderías tú algo en La Pierre.

—Suéltame —protestó Edward, mostrando los dientes y tratando de liberar el brazo de la férrea mano de su hermano.

Pero Edward se limitó a intensificar la presión.

—Piensa —ordenó —. Será más rápido, te lo prometo.

Edward repasó mentalmente el plano del castillo. Empezó en la entrada, subiendo por las habitaciones del castillo, por la torre, los apartamentos privados, las salas de audiencia y el gran salón. Luego siguió desde la entrada hacia abajo por las cocinas, los sótanos y los calabozos. Miró a su hermano horrorizado.

—La mazmorra sin salida. —Comenzó a moverse en dirección a las cocinas.

El rostro de Emmett se congeló.

—Dieu —susurró, mirando la espalda de su hermano, que se alejaba. ¿Qué tenía esta bruja que había hecho que su propia gente la arrojara a un agujero de más de veinte metros de profundidad?

Y si era tan valiosa, quien hubiera puesto a Bella en la mazmorra ciega iba a regresar.

Emmett se precipitó detrás de Edward con la esperanza de que no fuera ya demasiado tarde para detenerlo y evitar que las brujas capturaran no sólo a uno, sino a dos rehenes.

Capítulo 29: CAPÍTULO 29 Capítulo 31: CAPÍTULO 31

 


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