EL MANUSCRITO ASHMOLE

Autor: kdekrizia
Género: Sobrenatural
Fecha Creación: 14/05/2013
Fecha Actualización: 07/11/2014
Finalizado: NO
Votos: 50
Comentarios: 213
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Capítulos: 85

 

En el corazón de la Biblioteca Bodleiana de Oxford, la apasionada historiadora Isabella Swan Bishop se topa en medio de sus investigaciones con el manuscrito identificado como Ashmole 782.

Descendiente de un antiguo linaje de brujas, Isabella intuye que el manuscrito está relacionado de alguna manera con la magia, pero no quiere tener nada que ver con la brujería. Y después de tomar algunas notas sobre sus curiosos dibujos, lo devuelve sin perder más tiempo a las estanterías. Lo que Isabella no sabe es que se trata de un manuscrito alquímico que ha estado perdido durante siglos y cuyo descubrimiento ha desencadenado que hordas de daimones, vampiros y brujas salgan a la luz de las salas de lectura de la Biblioteca. Una de esas criaturas es Edward Masen Cullen, un enigmático genetista, amante del buen vino y vampiro milenario, cuya alianza con Isabella se hará progresivamente más íntima y poco a poco surgirá entre ambos una relación que hará tambalear los tabúes asentados desde hace tiempo en un mundo secreto y encantado. La teoría de la evolución de Darwin no contempló todos los seres que habitan la Tierra. Desde Oxford a Nueva York, y de aquí a Francia, la magia, la alquimia y la ciencia nos desvelan sus verdaderos vínculos en el libro definitivo sobre la brujería y sus poderes.

 

BASADO EN EL DESCUBRIMIENTO DE LAS BRUJAS DE DEBORAH HARKNESS

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Capítulo 35: CAPÍTULO 35

CAPÍTULO 35

 

Una vez lavados los platos, Edward y yo recogimos la carta de mi madre, la misteriosa nota y la página del Ashmole 782 y las llevamos al comedor. Extendimos los papeles sobre la enorme y desgastada mesa. En los últimos tiempos se había usado en muy contadas ocasiones, ya que no tenía sentido que dos personas se sentaran en el extremo de un mueble diseñado para dar cabida fácilmente a doce comensales. Mis tías se reunieron con nosotros con humeantes tazas de café en las manos.

Sarah y Edward se agacharon sobre la página del manuscrito de alquimia.

— ¿Por qué es tan pesada? —Sarah cogió la página y la sopesó cuidadosamente.

—No siento nada especial con el peso —confesó Edward, cogiéndola de las manos de ella—, pero hay algo raro en su olor.

Sarah olió profundamente.

—No, simplemente huele a viejo.

—Es más que eso. Sé cómo huelen las cosas viejas —dijo él sardónicamente.

Emily y yo estábamos más interesadas en la enigmática nota.

— ¿Qué crees que significa? —pregunté, arrastrando una silla y sentándome.

—No estoy segura. — Emily vaciló —. La sangre significa generalmente la familia, la guerra o la muerte. Pero ¿y la ausencia?

¿Quiere decir que esta página está «ausente» del libro? ¿O advertía a tus padres que ellos no iban a estar presentes mientras tú crecías?

—Mira la última línea. ¿Mis padres descubrieron algo en África?

— ¿O fuiste tú el descubrimiento de brujas? —sugirió Emily suavemente.

—La última línea debe de tratar sobre el descubrimiento del Ashmole 782 por parte de Bella —intervino Edward, levantando la mirada de la boda química.

—Tú crees que todo se refiere a mí y a ese manuscrito —mascullé—. La nota menciona el tema de tu ensayo para All Souls, el miedo y el deseo. ¿No te parece que es extraño?

—No más extraño que el hecho de que la reina blanca en esta imagen lleve mi escudo. —Edward me acercó la ilustración.

—Se trata de la encarnación del mercurio..., el principio de la volatilidad en la alquimia —dije.

— ¿Mercurio? —Edward parecía divertido —. ¿Una máquina metálica de movimiento perpetuo?

—Podría decirse así. —Sonreí también, pensando en la pelota de energía que yo le había dado.

— ¿Y el rey rojo?

—Es estable y con los pies en la tierra. —Fruncí el ceño —. Pero también se supone que es el sol, y normalmente no se le suele representar vestido de negro y rojo. Lo habitual es sólo de rojo.

—Así que tal vez el rey no sea yo y la reina no seas tú. — Tocó la cara de la reina blanca delicadamente con la punta de su dedo.

—Quizás —dije lentamente, recordando un pasaje del manuscrito del Aurora de Edward. «Prestad atención todos y escuchadme, todos aquellos que habitáis el mundo: Mi amado, que es rojo, me ha llamado. Me buscó, y me encontró. Soy la flor del campo, un lirio que crece en el valle. Soy la madre del amor verdadero, y del miedo, y de la comprensión y la esperanza bendita».

— ¿Qué es eso? —Edward tocó mi cara en ese momento —. Parece bíblico, pero las palabras no son las adecuadas.

—Es uno de los pasajes sobre la boda química del Aurora Consurgens. —Nuestros ojos se encontraron y así permanecieron.

Cuando el aire se puso denso, cambié de tema—, ¿A qué se refería mi padre cuando mencionó que tendríamos que viajar lejos para descubrir la trascendencia de la imagen?

—El matasellos es de Israel. Tal vez Charlie quiso decir que tendríamos que regresar allí.

—Hay muchos manuscritos alquímicos en Jerusalén, en la Universidad Hebrea. La mayoría de ellos pertenecían a Isaac Newton. — Dada la historia de Edward en ese lugar, por no mencionar a los caballeros de Lázaro, no era una ciudad que yo tuviera muchos deseos de visitar.

—Para tu padre, viajar a Israel no era «viajar lejos» —dijo Sarah, que estaba sentada enfrente. Emily caminó alrededor de la mesa y se puso a su lado.

— ¿Y qué era viajar lejos para él? —Edward cogió la carta de mi madre y echó un vistazo a la última página buscando nuevas pistas.

—El interior australiano. Wyoming. Mali. Esos eran sus lugares favoritos para viajar en el tiempo.

La expresión me impresionó con la misma intensidad que la palabra «encantamiento» me había producido hacía sólo unos días. Ya sabía que algunas brujas podían moverse entre el pasado, el presente y el futuro, pero nunca se me ocurrió preguntar si alguien de mi familia tenía esa habilidad. Era poco frecuente, casi tanto como el fuego de brujos.

— ¿Charlie Swan Proctor podía viajar en el tiempo? —La voz de Edward adquirió el tono de neutralidad deliberada que a menudo adoptaba cuando se mencionaba la magia.

Sarah asintió con la cabeza.

—Sí. Charlie iba al pasado o al futuro por lo menos una vez al año, generalmente después del congreso anual de antropólogos de diciembre.

—Hay algo en la parte de atrás de la carta de Reneé. — Emily dobló el cuello para ver debajo de la página.

Edward le dio la vuelta rápidamente.

—Dejé caer la página para sacarte antes de que el manantial de brujos comenzara a brotar. No había visto esto. No es la letra de tu madre —dijo, pasándomela.

La letra de la nota escrita a lápiz tenía largas curvas y agudos picos. «Recuerda, Bella: "La experiencia más hermosa que podemos tener es la del misterio. Es la emoción fundamental que está en la cuna del verdadero arte y la verdadera ciencia.

Quien no lo sepa y ya no pueda hacerse preguntas, no pueda maravillarse, es como si estuviera muerto y sus ojos están oscurecidos"». Yo había visto esa letra en alguna parte antes. En los huecos remotos de mi memoria, revisé imágenes tratando de saber dónde, pero sin éxito.

— ¿Quién habrá escrito una cita de Albert Einstein en la parte de atrás de la nota de mi madre? —les pregunté a Sarah y a Emily, moviendo la página hacia ellas e impresionada otra vez por lo conocida que me resultaba.

—Eso parece obra de tu padre. Había ido a clases de caligrafía. Reneé bromeaba con eso. Hacía que su letra pareciera muy anticuada.

Giré lentamente la página para observar con detenimiento la letra otra vez. Efectivamente su estilo parecía del siglo XIX, como la letra de los encargados de compilar los catálogos de la Bodleiana durante la época victoriana. Me puse tensa, miré con cuidado la escritura y sacudí la cabeza.

—No, no es posible. Mi padre no puede haber sido uno de aquellos empleados de la biblioteca, él no habría podido, en modo alguno, escribir el subtítulo del siglo XIX en el Ashmole 782.

Pero mi padre podía viajar en el tiempo. Y el mensaje de Einstein era para mí indiscutiblemente. Dejé caer la página en la mesa y metí la cabeza entre mis manos.

Edward permaneció sentado junto a mí y esperó. Cuando Sarah emitió un bufido de impaciencia, él la hizo callar con un gesto decidido. Cuando mi mente dejó de girar, hablé:

—Había dos descripciones en la primera página del manuscrito. Una estaba escrita con tinta, y era de Elias Ashmole:

Antropología o tratado que contiene una breve descripción del hombre. La letra de la otra, a lápiz, era diferente: En dos partes: la primera, anatómica; la segunda, psicológica.

—El segundo subtítulo debió de ser escrito mucho más tarde

—observó Edward —. No creo que hubiera algo que pudiera llamarse «psicología» en la época de Ashmole.

—Pensé que databa del siglo XIX. —Volví a coger la nota de mi padre —. Pero esto me hace pensar que la escribió mi padre.

La habitación quedó en silencio.

—Toca las palabras —sugirió finalmente Sarah —. A ver qué otra cosa dicen.

Pasé suavemente los dedos sobre las letras escritas con lápiz. Surgieron imágenes de la página, de mi padre vestido con levita oscura de solapas anchas y una larga corbata negra, inclinado sobre un escritorio cubierto de libros. También había otras imágenes de él en su estudio en casa, con su habitual chaqueta de pana, garabateando una nota con un lápiz del número dos mientras mi madre miraba por encima de su hombro, llorando.

—Fue él. — Aparté los dedos de la página con un visible temblor.

Edward tomó mi mano en la suya.

—Ya has sido bastante valiente por un día, ma lionne.

—Pero tu padre no sacó la boda química del libro de la Bodleiana —reflexionó Emily —, entonces ¿qué estaba haciendo allí?

—Charlie Swan Proctor estaba hechizando el Ashmole 782 para que nadie, excepto su hija, pudiera pedirlo y hacerlo salir del depósito.

—Edward se mostraba seguro.

—Entonces por eso fue por lo que el hechizo me reconoció. Pero ¿por qué no actuó del mismo modo cuando volví a pedirlo?

—No lo necesitabas. Sí, querías tenerlo —dijo Edward con una sonrisa tensa cuando abrí la boca para protestar—, pero eso es diferente. Recuerda que tus padres aseguraron tu magia para que tu poder no pudiera serte sacado por la fuerza. El hechizo en el manuscrito no es diferente.

—Cuando pedí el Ashmole 782 la primera vez, lo único que necesitaba era tachar el siguiente punto en mi lista de cosas que tenía que hacer. Es difícil creer que algo tan insignificante pudiera provocar semejante reacción.

—Tu madre y tu padre no podían preverlo todo, como el hecho de que ibas a ser una historiadora de la alquimia y trabajarías en la Bodleiana con regularidad. ¿Podía Reneé viajar en el tiempo también? —le preguntó Edward a Sarah.

—No. Es poco frecuente, por supuesto, y los viajeros en el tiempo más experimentados son también muy versados en brujería. Sin los hechizos apropiados y las precauciones adecuadas, uno puede terminar en algún lugar no deseado, sin importar el poder que tenga.

—Sí —dijo Edward secamente —. Puedo pensar en un buen número de épocas y lugares que tú querrías evitar.

—Reneé a veces iba con Charlie, pero él tenía que cargar con ella. —Sarah le sonrío a Emily—. ¿Recuerdas Viena? Charlie decidió que iba a llevarla a bailar el vals. El pasó todo un año viendo qué sombrero llevaría ella para el viaje.

—Se necesitan tres objetos de la época y el lugar en particular al que uno quiere regresar. Eso evita que uno se pierda — continuó Emily—. Si uno quiere ir al futuro, hay que usar brujería, porque es la única manera de encontrar el camino.

Sarah recogió la ilustración de la boda química, poco interesada por los viajeros en el tiempo.

— ¿Para qué es el unicornio?

—Olvida el unicornio, Sarah —repliqué impaciente —. Mi padre no puede haber querido que yo regresara al pasado a buscar el manuscrito. ¿Acaso quería que viajara en el tiempo y me apoderara de él antes de que fuera hechizado? ¿Qué ocurriría si me encontraba con Edward por accidente? Seguro que eso hubiera provocado un desastre en el contínuum del espacio—tiempo.

—Bah, la relatividad. —El tono de Sarah era desdeñoso—. Como explicación, eso sirve sólo hasta cierto punto.

—Charlie siempre decía que viajar en el tiempo era como cambiar de trenes —intervino Emily —. Uno se baja de un tren, luego espera en la estación hasta que haya sitio para él en un tren diferente.

Cuando se viaja en el tiempo, se parte del aquí y ahora y el viajero queda detenido fuera del tiempo, hasta que haya un sitio para él en algún otro tiempo.

—Eso es similar a la forma en que los vampiros cambian las vidas —reflexionó Edward —. Abandonamos una vida..., organizamos una muerte, una desaparición, un cambio de residencia, y buscamos otra. Os sorprendería lo fácilmente que la gente se aleja de su hogar, de su trabajo y de su familia.

—Seguro que alguien nota que el John Smith que ellos conocían la semana pasada no tiene el mismo aspecto —protesté.

—Eso es todavía más asombroso —admitió Edward—. Siempre que uno escoja cuidadosamente, nadie dice ni una palabra.

Algunos años en Tierra Santa, una grave y a veces mortal enfermedad, la probabilidad de perder una herencia, cualquier cosa proporciona una excusa excelente para que criaturas y humanos hagan la vista gorda.

— Bien, sea posible o no, el hecho es que no puedo viajar en el tiempo. Eso no aparecía en el informe de ADN.

— Por supuesto que puedes viajar en el tiempo. Lo has estado haciendo desde que eras una niña. —El tono de Sarah desacreditaba con petulancia las conclusiones científicas de Edward—. La primera vez tenías tres años. Tus padres se asustaron terriblemente, llamaron a la policía... Fue todo un escándalo. Cuatro horas después te encontraron sentada en la silla alta de la cocina comiendo una ración de la tarta de cumpleaños. Seguramente sentiste hambre y volviste a tu propia fiesta de cumpleaños. Después de eso, cada vez que desaparecías, nos imaginábamos que estabas en algún otro tiempo y que luego aparecerías. Y desaparecías muy a menudo.

Mi alarma ante la idea de un bebé viajando en el tiempo cedió paso a un nuevo descubrimiento: yo tenía el poder de responder a cualquier pregunta histórica. Mi estado de ánimo mejoró considerablemente.

Edward ya había pensado en esto y esperaba pacientemente a que yo lo alcanzara.

—No importa lo que tu padre quisiera, porque no vas a viajar a 1859 —dijo con firmeza, haciendo girar la silla para que lo mirara a la cara —. El tiempo no es algo en lo que vas a interferir. ¿Comprendes?

Incluso después de asegurarles que me iba a quedar en el presente, nadie me dejó a solas ni por un instante. Entre los tres me pasaban en silencio del uno al otro en una coreografía digna de Broadway. Emily me siguió arriba para asegurarse de que hubiera toallas, aunque yo sabía perfectamente dónde estaba el armario de la ropa blanca. Cuando salí del baño, Edward estaba echado en la cama jugueteando con su teléfono. Se quedó arriba cuando bajé para hacer una taza de té, pues sabía que

Sarah y Emily me estarían esperando en la sala.

Tenía la lata de Marthe en mis manos, y me sentía culpable de haberlo olvidado el día anterior, rompiendo así mi promesa.

Decidida a tomar un poco de té ese día, llené la tetera y abrí la caja de metal negra. El olor a ruda desató el recuerdo nítido de ser arrastrada hacia los aires por Jane. Agarré la tapa con más fuerza, me concentré en otros olores y recuerdos más felices de Sept Tours. Echaba de menos sus muros de piedra gris, los jardines, a Marthe, a Rakasa..., incluso a Esme.

— ¿De dónde has sacado eso, Bella? — Sarah entró a la cocina y señaló la lata.

—Marthe y yo lo preparamos.

—Es el ama de llaves de la madre de él, ¿verdad? La que hizo el ungüento para tu espalda.

—Marthe es el ama de llaves de Esme, sí. —Puse un ligero énfasis en sus nombres propios —. Los vampiros tienen nombres, al igual que las brujas. Tienes que aprenderlos.

Sarah levantó la nariz.

—Habría pensado que irías a un médico a buscar una receta, no que ibas a depender de la vieja tradición de las hierbas.

—El doctor Fowler podrá atenderte si quieres algo más fiable. — Emily también había decidido intervenir—. Ni siquiera Sarahes una gran defensora de las hierbas anticonceptivas.

Escondí mi confusión metiendo una bolsita de té en la taza, mientras mantenía mi mente en blanco y mi rostro apartado.

—Esto está bien. No hay necesidad de ver al doctor Fowler.

—Es cierto. No si te estás acostando con un vampiro. Ellos no pueden reproducirse, no de la manera que un anticonceptivo pueda impedir. Lo único que tienes que hacer es tener cuidado con sus dientes cerca del cuello.

—Lo sé, Sarah.

Pero no era así. ¿Por qué Marthe me había enseñado con tanto cuidado a hacer un té totalmente innecesario? Edward había sido claro en lo que se refería a que no podía procrear hijos de la manera en que lo hacían los seres de sangre caliente. A pesar de mi promesa a Marthe, me deshice de la taza a medio hacer en el fregadero y arrojé la bolsa a la basura. La lata fue a parar al último estante de la alacena, donde estaría en un lugar seguro y fuera de la vista.

A última hora de la tarde, a pesar de las muchas conversaciones sobre la nota, la carta y la imagen, no estábamos más cerca de comprender el misterio del Ashmole 782 y la conexión de mi padre con él. Mis tías empezaron a hacer la cena, lo cual significaba que Emily asaba un pollo mientras Sarah bebía un vaso de bourbon y criticaba la cantidad de verduras que estaba preparando. Edward merodeaba por la mesa de la cocina, inusitadamente inquieto.

—Vamos —dijo, agarrándome la mano —. Necesitas un poco de ejercicio.

Era él quien necesitaba aire fresco, no yo, pero la perspectiva de salir al aire libre era tentadora. Una búsqueda en el armario de la entrada reveló un viejo par de zapatillas mías para correr. Estaban desgastadas, pero me quedaban mejor que las botas de Sarah.

Lo más lejos que llegamos fue hasta los primeros manzanos antes de que Edward me hiciera dar la vuelta y me apretara entre su cuerpo y uno de los troncos viejos y retorcidos. El bajo dosel de ramas nos protegía de ser vistos desde la casa.

A pesar de estar atrapada, no apareció ningún viento de brujos como respuesta. Pero sí hubo otras sensaciones.

— ¡Santo cielo, esa casa está llena de gente! —exclamó Edward, deteniéndose sólo el tiempo suficiente para que salieran las palabras antes de volver a pegar sus labios sobre los míos.

Habíamos tenido muy poco tiempo para estar a solas desde que había regresado de Oxford. Parecía que había pasado toda una vida, pero sólo habían transcurrido unos días. Deslizó una de sus manos bajo el cinturón de mis vaqueros. Sentí sus dedos fríos contra mi piel desnuda. Me estremecí de placer, y me acercó más a él, buscando con su otra mano las curvas redondeadas de mi pecho. Apretamos la totalidad de nuestros cuerpos el uno contra el otro, y él siguió buscando nuevas maneras de establecer contacto.

Finalmente sólo quedaba una posibilidad. Por un momento pareció que Edward tenía intención de consumar nuestro matrimonio a la manera tradicional, de pie, al aire libre, en una oleada cegadora de necesidad física. Pero recuperó el control y se apartó.

—No de este modo —dijo con voz áspera y su mirada profunda.

—No me importa. —Lo arrastré otra vez hacia mí.

—A mí sí. —Se escuchó una discreta y áspera expulsión de aire cuando Edward exhaló su suspiro de vampiro —. Cuando hagamos por primera vez el amor, te quiero sólo para mí, no rodeada de otra gente. Y te querré por encima de los pocos momentos robados que tendríamos ahora, créeme.

—Yo también te quiero —dije —, y no me caracterizo por mi paciencia.

Curvó los labios en una sonrisa e hizo un delicado ruido que indicaba que estaba de acuerdo.

Edward acarició el hueco de mi cuello con el pulgar y mi sangre dio un salto. Puso sus labios en el sitio donde había estado su pulgar y los apretó delicadamente sobre la señal exterior de la vitalidad que palpitaba debajo de la superficie. Siguió el recorrido de una vena por un lado de mi cuello hacia la oreja.

—Disfruto aprendiendo cuáles son los lugares donde te gusta que te toque. Como éste. —Edward me besó detrás de laoreja—. Y éste. —Movió sus labios hacia mis párpados, y yo dejé escapar un suave ronroneo de placer—. Y éste. —Pasó elpulgar sobre mi labio inferior.

—Edward... —susurré con una mirada de súplica.

— ¿Que, mon coeur? —Observaba, fascinado, que al tocarme llegaba más sangre a la superficie.

No respondí, sino que lo atraje hacia mí, sin importarme el frío, ni la creciente oscuridad, ni la corteza áspera debajo de mi espalda dolorida. Nos quedamos allí hasta que Sarah nos llamó desde el porche.

—No habéis ido demasiado lejos, ¿verdad? —Su bufido se oyó con claridad al aire libre—. No es que eso pueda considerarse hacer ejercicio.

Me sentí como una colegiala sorprendida besuqueándose en el aparcamiento y me acomodé el jersey en la posición correcta antes de regresar a casa. Edward se rió entre dientes y me siguió.

—Pareces satisfecho contigo mismo —le dijo Sarah cuando entró a la cocina. Allí, bajo las luces brillantes, era todo un vampiro, y para colmo, presumido. Pero sus ojos ya no estaban inquietos, y por eso yo me sentí agradecida.

—Déjalo tranquilo. —La voz de Emily fue inusitadamente dura. Me pasó la ensalada y señaló la mesa de la sala donde generalmente comíamos —. Nosotras también visitábamos muy a menudo ese manzano cuando Bella estaba creciendo.

— ¡Ajá! —confirmó Sarah. Cogió tres copas de vino y las agitó en dirección a Edward —. ¿Te queda algo de ese vino, Casanova?

—Soy francés, Sarah, no italiano. Y soy un vampiro. Siempre tomo vino —replicó Edward  con una sonrisa pícara —.

Tampoco hay peligro de que se acabe. Jasper va a traer más. Él no es francés, ni tampoco italiano, lamentablemente, pero su educación lo compensa.

Nos sentamos a la mesa y las tres brujas procedimos a dar buena cuenta del pollo asado y las patatas de Emily. Tabitha se sentó al lado de Edward, y de vez en cuando le pasaba coquetamente la cola por los pies. Él se ocupó de que el vino no faltara en la copa de Sarah, y yo bebí de la mía. Emily preguntó varias veces si no quería probar algo, pero Edward rechazó todos los ofrecimientos.

—No tengo hambre, Emily, pero gracias.

— ¿Hay algo que puedas comer? —Emily no estaba acostumbrada a que alguien rechazara su comida.

—Nueces dije resueltamente. Si le vas a comprar comida, cómprale nueces.

Emily vaciló.

— ¿Y carne cruda?

Edward me agarró la mano y la apretó antes de que yo pudiera responder.

—Si quieres darme de comer, la carne sin cocinar estará bien. Me gusta el caldo también..., simple, sin verduras.

— ¿Eso es lo que tu hijo y su colega comen también, o son simplemente tus comidas favoritas?

La impaciencia de Edward con mis anteriores preguntas acerca de su estilo de vida y hábitos alimenticios cobró sentido para mí en ese momento.

—Eso es bastante habitual en los vampiros cuando estamos entre seres de sangre caliente. —Edward me soltó la mano y se sirvió más vino.

—Debes de pasar mucho tiempo en los bares, tomando vino y nueces —observó Sarah.

Emily dejó su tenedor y la miró fijamente.

— ¿Qué? —reaccionó Sarah.

—Sarah Bishop, si nos avergüenzas delante del hijo de Edward, nunca te lo perdonaré.

Mis risitas disimuladas se convirtieron rápidamente en una carcajada en toda regla. Sarah fue la primera en seguirme, y luegoEmily. Edward permaneció inmóvil y sonreía como si lo hubieran instalado en un manicomio, pero era demasiado educadocomo para hacerlo notar.

Cuando las risas se calmaron, se dirigió a Sarah:

—Me estaba preguntando si podrías prestarme tu despensa para analizar los colorantes usados en la ilustración de la boda química. Tal vez puedan decirnos dónde y cuándo fue hecha.

—No vas a sacar nada de esa ilustración. —La historiadora que había en mí se sublevó, horrorizada ante aquella idea.

—No le causaré daño alguno —replicó Edward con suavidad—. Sé cómo analizar muestras de ínfimo tamaño.

— ¡No! No debemos hacer nada con ella hasta que no sepamos a qué nos estamos enfrentando.

—No seas tan puntillosa, Bella. Además, es un poco tarde para eso cuando fuiste tú quien devolvió el libro. —Sarah se puso de pie y sus ojos se iluminaron—. Veamos si el libro de cocina puede ayudar.

—Bien, bien —dijo Emily entre dientes —. Ya eres uno más de la familia, Edward.

Sarah desapareció en la despensa y regresó con un libro encuadernado en cuero del tamaño de una Biblia familiar. Entre sus tapas estaba toda la sabiduría y la tradición de las Bishop, transmitida de bruja en bruja durante casi cuatrocientos años. El primer nombre que aparecía en el libro era Reneé, acompañado por la fecha de 1617, escrita con letra ornamentada y redonda. Otros nombres seguían en la primera página ordenados en dos columnas, cada uno escrito con una tinta ligeramente distinta y una fecha diferente a su lado. Los nombres continuaban en la parte posterior de la hoja, con numerosas Susannah, Elizabeth, Margaret, Rebecca y Sarah dominando la lista. Mi tía nunca le había mostrado este libro a nadie, ni siquiera a otras brujas. Había que formar parte de la familia para ver su «libro de cocina».

— ¿Qué es eso, Sarah? —Las aletas de la nariz de Edward se dilataron con el olor a papel antiguo, hierbas y humo que desprendía cuando Sarah abrió las tapas.

—El grimorio Bishop. —Señaló el primer nombre —. Su primera dueña fue Reneé Davies, la abuela de Bridget Bishop, quien lo recibió de su madre, Rebecca Playfer. Bridget le pasó el libro a su primera hija, nacida fuera del matrimonio en Inglaterra en 1650. Bridget todavía era adolescente en ese momento, y le puso a su hija el nombre de su madre y de su abuela. Como no podía ocuparse de la niña, Bridget se la entregó a una familia de Londres. —Sarah dejó escapar un suave sonido de disgusto —. Los rumores sobre su inmoralidad la persiguieron durante el resto de sus días. Después, su hija Rebecca volvió con su madre y trabajó con ella en la taberna que ésta tenía. Bridget iba por su segundo marido entonces, y tenía otra hija llamada Christian.

¿Y tú desciendes de Christian Bishop? —preguntó Edward.

Sarah sacudió la cabeza.

—Te refieres a Christian Oliver..., hija de Bridget en su segundo matrimonio. Edward Bishop fue el tercer marido de Bridget.

No, nuestra antepasada es Rebecca. Después de que Bridget fuera ejecutada, Rebecca cambió su apellido por el de Bishop legalmente. Rebecca era viuda, sin ningún marido que discutiera esa decisión. Fue un acto de desafío.

Edward me dirigió una larga mirada. El desafío, parecía decirme, era evidentemente un rasgo genético.

—Nadie recuerda todos los apellidos de Bridget Bishop... Estuvo casada tres veces —continuó Sarah—. El único que todos recuerdan es el que tenía cuando fue acusada de brujería y ejecutada. Desde entonces las mujeres de la familia han mantenido el apellido Bishop, sin tener en cuenta el matrimonio ni quién hubiera sido el padre.

—Leí sobre de la muerte de Bridget poco después de haberse producido —comentó Edward en voz baja —. Fueron tiempos oscuros para las criaturas. Aunque la nueva ciencia parecía despojar al mundo de todos los misterios, los humanos todavía seguían convencidos de que estaban rodeados de fuerzas invisibles. Tenían razón, por supuesto.

—Claro, la tensión entre lo que la ciencia prometía y lo que su sentido común les decía que era lo verdadero llevó a la muerte a cientos de brujas. —Sarah empezó a recorrer las páginas del grimorio.

— ¿Qué estás buscando? —pregunté con el ceño fruncido —. ¿Acaso alguna de las Bishop se ocupaba de la conservación demanuscritos? Si no es así, no vas a encontrar mucha ayuda en ese libro de hechizos.

—Tú no sabes qué hay en este libro de hechizos, señorita —dijo Sarah con tranquilidad —. Nunca mostraste el menor interés por él.

Apreté los labios en una línea fina.

—Nadie va a estropear ese manuscrito.

—Ah, aquí está. —Sarah señaló el grimorio con gesto de triunfo—. Uno de los hechizos de Margaret Bishop de la década de 1780. Era una bruja poderosa. «Mi método para percibir oscuridades en papel o tela». Por ahí es por donde vamos a empezar. —Se puso de pie y mareó el sitio con un dedo.

—Si manchas... —empecé.

—Ya te he oído las otras dos veces, Bella. Esto es un hechizo para un vapor. Sólo aire va a tocar tu querida página del manuscrito. Deja de preocuparte.

—Iré a buscarlo —se apresuró a decir Edward. Le lancé una mirada siniestra.

Cuando regresó al comedor con la ilustración sostenida cuidadosamente en sus manos, él y Sarah se marcharon juntos a la despensa. Mi tía iba hablando a una velocidad endiablada mientras Edward escuchaba atentamente.

— ¿Quién lo habría imaginado? —comentó Emily, sacudiendo la cabeza.

Emily y yo fregamos los platos de la cena y habíamos empezado el proceso de ordenar la sala, que parecía el escenario de un crimen, cuando vimos un par de faros en el camino de entrada.

—Ya están aquí. —Sentí un nudo en el estómago.

—Todo saldrá bien, querida. Es la familia de Edward. — Emily me apretó el brazo, dándome coraje.

Cuando llegué a la puerta principal, Jasper y Alice estaban bajando del coche. Alice parecía incómoda y fuera de lugar con su jersey marrón ligero y las mangas enrolladas hasta los codos, minifalda y botines mientras recorría con sus ojos oscuros la granja y sus alrededores con una expresión de incredulidad. Jasper observaba la arquitectura de la casa y olfateaba la brisa, que indudablemente olía a café y a brujas, vestido con una camiseta de manga corta de una gira de conciertos de 1982 y un par de vaqueros.

Cuando la puerta se abrió, Jasper fijó sus ojos azules en los míos con un guiño.

—Hola, mamá, ¡estamos en casa!

— ¿Te lo ha dicho? —pregunté, furiosa con Edward por no obedecer mis deseos.

— ¿Decirme qué? —Jasper arrugó la frente en un gesto de perplejidad.

—Nada —farfullé—. Hola, Jasper. Hola, Alice.

—Bella... —Las facciones delicadas de Alice estaban concentradas en su habitual expresión de desaprobación.

—Bonita casa. —Jasper subió las escaleras del porche. Tenía una botella marrón entre los dedos. Bajo las luces del porche, su pelo dorado y la piel blanca y suave brillaban.

—Adelante, bienvenidos. —Lo arrastré apresuradamente al interior, con la esperanza de que nadie que pasara cerca de la casa hubiera visto al vampiro en el porche.

— ¿Cómo estás, Bella? —La expresión de sus ojos era de preocupación, y su nariz se abría para asimilar mi olor. Edward le había contado lo ocurrido en La Pierre.

—Estoy bien. — Arriba, una puerta se cerró de golpe—. ¡Nada de tonterías! ¡Hablo en serio!

— ¿Sobre qué? —Alice se detuvo y su cabellos negros, estirados, se balancearon sobre sus hombros como serpientes.

—Nada. No te preocupes por eso. —Una vez que ambos vampiros estuvieron a salvo dentro de las paredes, la casa suspiró.

— ¿Nada? —Alice había escuchado el suspiro también, y enarcó sus cejas.

—La casa se pone un poco nerviosa cuando llegan visitas, eso es todo.

Alice miró la escalera y olfateó.

— ¿Cuántos habitantes tiene la casa?

Era una pregunta sencilla, para la cual no había una respuesta simple.

—No estoy segura —dije rápidamente, arrastrando una bolsa hacia las escaleras —. ¿Qué traes aquí?

—Es la bolsa de Alice. Déjame a mí. —Jasper la levantó fácilmente enganchándola con su dedo índice.

Subimos para enseñarles sus habitaciones. Emily le había preguntado a Edward directamente si ambos iban a compartir cama.

En un primer momento, él se mostró sorprendido ante la indiscreción de la pregunta, y luego estalló en una carcajada para asegurarle que si no estaban separados iba a haber un vampiro muerto antes del amanecer.

De vez en cuando, a lo largo del día, se había reído entre dientes diciendo:

— ¡Jasper y Alice, qué ocurrencia!

Jasper iba a quedarse en el dormitorio de invitados que antes usaba Emily, e instalaríamos a Alice en mi vieja habitación del ático. Un montón de esponjosas toallas los esperaban sobre sus camas, y le mostré a cada uno de ellos dónde estaba el baño.

No había mucho que hacer para que un invitado vampiro se sintiera cómodo...: no se le podía ofrecer comida, ni un sitio para dormir, ni ninguna de las habituales comodidades. Afortunadamente, no había habido ninguna aparición espectral ni había caído yeso para indicar que la casa estaba disgustada con su presencia.

Edward sabía que su hijo y Alice habían llegado, pero la despensa era un lugar bastante aislado, de modo que Sarah no se había dado cuenta. Cuando pasamos con los dos vampiros por el vestíbulo, Elizabeth espió desde una puerta, con los ojos enormes como los de un búho.

—Ve a buscar a la abuela. —Me volví hacia Jasper y Alice—. Lo siento, tenemos fantasmas.

Jasper trató de disimular su risa con una tos.

— ¿Todos tus antepasados viven contigo?

Pensando en mis padres, negué con la cabeza.

—Una lástima —murmuró.

Emily estaba esperando en el recibidor con una sonrisa amplia y auténtica.

—Tú debes de ser Jasper —dijo, poniéndose de pie y dándole la mano —. Soy Emily Mather.

—Emily, ésta es la colega de Edward: Alice Brandon.

Alice se adelantó. Aunque ambas, ella y Emily, tenían huesos delicados, Alice parecía una muñeca de porcelana en comparación.

—Bienvenida, Alice —dijo Emily, mirándola con una sonrisa—. ¿Alguno de los dos quiere algo de beber? Edward ha descorchado una botella de vino. —Su comportamiento era del todo natural, como si los vampiros visitaran constantemente la casa. Tanto Jasper como Alice sacudieron la cabeza.

¿Dónde está Edward? preguntó Alice, mostrando claramente cuáles eran sus prioridades. Sus agudos sentidos absorbían todos los detalles de su nuevo ambiente —. Puedo oírlo.

Llevamos a los dos vampiros hacia la vieja puerta de madera que separaba el santuario privado de Sarah. Por el camino,

Jasper y Alice siguieron asimilando todos los olores de la casa Bishop: la comida, la ropa, las brujas, el café y el gato.

Tabitha salió chillando de las sombras junto a la chimenea para ir directamente hacia Alice, como si las dos fueran mortales enemigas.

Alice siseó, y Tabitha se quedó paralizada a mitad de camino. Ambas se observaron mutuamente evaluándose, de depredador a depredador. Tabitha fue la primera en apartar los ojos cuando, al cabo de unos minutos, descubrió una necesidad urgente de lamerse el pelo. Fue un reconocimiento silencioso de que ya no era la única hembra importante en la casa.

—Ésa es Tabitha —dije débilmente —. Está muy encariñada con Edward.

En la despensa, Edward y Sarah estaban agachados, con una expresión embelesada en sus rostros, sobre una olla llena dealgo, apoyada sobre un viejo calentador eléctrico. Ramilletes de hierbas secas colgaban de las vigas y los hornos originalesestaban listos para ser usados, con sus ganchos de hierro y grúas a la espera de sostener pesados calderos sobre las brasas.

—El brillo de los ojos es crucial —le estaba explicando Sarah en tono de severa maestra—. Aclara la vista.

—Eso huele horrible —observó Alice, arrugando su naricilla y acercándose.

El rostro de Edward se ensombreció.

—Edward... —saludó Jasper en tono inexpresivo.

—Jasper... —respondió su padre.

Sarah se puso de pie y examinó a los nuevos miembros de la familia, que parecían brillar. La tenue iluminación de la despensa no hacía más que acentuar su palidez poco natural, así como el efecto sorprendente de sus pupilas dilatadas.

—Que la diosa nos ayude. ¿Cómo es posible que alguien piense que vosotros sois humanos?

—Eso ha sido siempre un misterio para mí —replicó Alice, estudiando a Sarah con el mismo interés —. Tampoco creo que sea usted precisamente alguien que pueda pasar inadvertida, con ese pelo rojo y el olor a beleño negro que sale en oleadas de su cuerpo. Soy Alice Brandon.

Edward y yo intercambiamos una larga mirada, preguntándonos cómo iban a cohabitar tranquilamente bajo el mismo techo

Alice y Sarah.

—Bienvenida a la casa Bishop, Alice. —Sarah entrecerró los ojos, y Alice respondió de la misma manera. Mi tía dirigió su atención a Jasper —. Así que tú eres su hijo. —Como de costumbre, ella no se detuvo con sutilezas sociales.

—Efectivamente, soy el hijo de Edward. —Jasper, que tenía el aspecto de haber visto un fantasma, mostró lentamente una botella marrón—. Tu tocaya era una curandera, como tú. Aprendí de Sarah Bishop cómo curar una pierna fracturada después de la batalla de Bunker Hill. Todavía lo hago de la misma forma que ella me enseñó.

En el borde del altillo de la despensa colgaban dos pies rústicamente calzados.

«Esperemos que tenga ahora más fuerza de la que tenía entonces», dijo una mujer que era la viva imagen de Sarah.

— ¡Whisky! —exclamó Sarah, pasando la mirada de la botella a mi hijo con una nueva y agradecida actitud.

—A ella le gustaban las bebidas fuertes. Pensé que tal vez a ti también podrían gustarte.

Las dos Sarah Bishop asintieron con la cabeza.

—Bien pensado —aprobó mi tía.

— ¿Cómo va la poción? —pregunté, tratando de no estornudar en aquel ambiente tan cargado.

—Tiene que estar reposando durante nueve horas —explicó Sarah—. Luego la hervimos otra vez, pasamos el manuscrito por el vapor y veremos qué aparece. —Le echó una mirada al whisky.

— Hagamos un descanso entonces. Si quieres puedo abrirla —sugirió Edward, señalando la botella.

— No me molesta que lo hagas. —Cogió la botella de manos de Jasper —. Gracias, Jasper.

Sarah apagó el calentador y puso una tapa en la olla antes de que nos fuéramos todos a la cocina. Edward se sirvió un poco de vino, les ofreció a Alice y Jasper, que declinaron otra vez el ofrecimiento, y le sirvió whisky a Sarah. Yo me preparé un té, un Lipton normal comprado en la tienda, mientras Edward les preguntaba a los vampiros acerca de su viaje y el estado de los trabajos en el laboratorio.

No había el menor rastro de calidez en la voz de Edward, ni señal alguna de que estuviera contento por la llegada de su hijo. Jasper pasaba inquieto su peso de un pie al otro, sabiendo que no era bienvenido. Sugerí que fuéramos a la sala a sentarnos con la esperanza de que se desvaneciera algo de aquella situación incómoda.

—Vamos mejor al comedor. —Sarah levantó su copa hacia su encantador sobrino nieto —. Les enseñaremos la carta. Trae la ilustración de Bella, Edward. También deben verla.

—Jasper y Alice no van a quedarse mucho tiempo —explicó Edward en tono de silencioso reproche —. Tienen algoque decirle a Bella, y luego regresan a Inglaterra.

—Pero ¡son de la familia! —observó Sarah, obviamente ajena a la tensión reinante en la habitación.

Mi tía trajo ella misma la ilustración mientras Edward continuaba mirando irritado a su hijo. Sarah nos llevó a la parte delantera de la casa. Edward, Emily y yo nos sentamos en un lado de la mesa. Alice, Jasper y Sarah se sentaron en el otro.

Una vez acomodados, mi tía empezó a parlotear sobre los acontecimientos de la mañana. Cada vez que le pedía a Edward que aclarara algo, éste mascullaba la respuesta con total frialdad. Todos en la habitación, excepto Sarah, parecían darse cuenta de que Edward no quería que Alice y Jasper conocieran los detalles de lo que había ocurrido. Mi tía continuó alegremente, terminando con la lectura de la carta de mi madre y también de la nota que había añadido mi padre. Edward me sostuvo con fuerza la mano mientras lo hacía.

Alice cogió la ilustración de la boda química. La estudió cuidadosamente antes de volver sus ojos hacia mí.

—Tu madre tenía razón. Ésta es una imagen tuya. Y de Edward también.

—Lo sé —confirmé, mirándola a los ojos —. ¿Sabes lo que significa?

— ¿Alice? —dijo Edward con aspereza.

—Podemos esperar hasta mañana. —Jasper parecía incómodo y se puso de pie—. Es tarde.

—Ella ya lo sabe —dijo Alice en voz baja —. ¿Qué viene después de la boda, Bella? ¿Cuál es el paso siguiente en la transmutación alquímica después de la conjunctio?

La habitación se inclinó y sentí el olor de las hierbas de mi té de Sep Tours.

—Conceptio. —Mi cuerpo se convirtió en una gelatina y me deslicé por el respaldo de la silla mientras todo se volvía negro.

 

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