EL MANUSCRITO ASHMOLE

Autor: kdekrizia
Género: Sobrenatural
Fecha Creación: 14/05/2013
Fecha Actualización: 07/11/2014
Finalizado: NO
Votos: 50
Comentarios: 213
Visitas: 151961
Capítulos: 85

 

En el corazón de la Biblioteca Bodleiana de Oxford, la apasionada historiadora Isabella Swan Bishop se topa en medio de sus investigaciones con el manuscrito identificado como Ashmole 782.

Descendiente de un antiguo linaje de brujas, Isabella intuye que el manuscrito está relacionado de alguna manera con la magia, pero no quiere tener nada que ver con la brujería. Y después de tomar algunas notas sobre sus curiosos dibujos, lo devuelve sin perder más tiempo a las estanterías. Lo que Isabella no sabe es que se trata de un manuscrito alquímico que ha estado perdido durante siglos y cuyo descubrimiento ha desencadenado que hordas de daimones, vampiros y brujas salgan a la luz de las salas de lectura de la Biblioteca. Una de esas criaturas es Edward Masen Cullen, un enigmático genetista, amante del buen vino y vampiro milenario, cuya alianza con Isabella se hará progresivamente más íntima y poco a poco surgirá entre ambos una relación que hará tambalear los tabúes asentados desde hace tiempo en un mundo secreto y encantado. La teoría de la evolución de Darwin no contempló todos los seres que habitan la Tierra. Desde Oxford a Nueva York, y de aquí a Francia, la magia, la alquimia y la ciencia nos desvelan sus verdaderos vínculos en el libro definitivo sobre la brujería y sus poderes.

 

BASADO EN EL DESCUBRIMIENTO DE LAS BRUJAS DE DEBORAH HARKNESS

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Capítulo 33: CAPÍTULO 33

CAPÍTULO 33

 

Una mezcla de agotamiento, medicamentos y la seguridad del hogar me retuvo en la cama unas cuantas horas.

Desperté acostada boca abajo, con una rodilla doblada y el brazo extendido, buscando en vano a Edward.

Demasiado débil para incorporarme, giré mi cabeza hacia la puerta. Había una llave grande en la cerradura y voces que hablaban bajo al otro lado. Cuando el estado de confusión dio paso a una mayor claridad de conciencia, el murmullo se hizo más comprensible.

—Es atroz —reaccionó Edward—. ¿Cómo pudiste dejar que continuara de esta manera?

—Ignorábamos el alcance de sus poderes..., no teníamos ni la menor idea —explicó Sarah en un tono igualmente furioso —.

Sin duda iba a ser diferente, dado los padres que tuvo. Pero nunca esperé el fuego de brujos.

— ¿Cómo reconociste que estaba tratando de invocarlo, Emily? — dijo Edward suavizando su voz.

—Una bruja en Cape Cod lo convocó cuando yo era niña. Ella debía de tener unos setenta años —respondió Emily —. Nunca olvidaré su aspecto ni lo que sentí estando cerca de esa clase de poder.

—El fuego de brujos es letal. No hay hechizo que pueda proteger de él ni apagarlo, y ninguna brujería puede curar sus quemaduras. Mi madre me enseñó a reconocer las señales de su cercanía para mi propia protección...: el olor a azul, el modo en que se mueven los brazos de una bruja explicó Sarah —. Me dijo que la diosa estaba presente cuando el fuego de brujos es convocado. Pensaba que me iba a ir a la tumba sin presenciarlo, y ciertamente nunca esperé que mi sobrina lo desencadenara contra mí en mi propia cocina. Fuego de brujos... ¿y manantial de brujos también?

—Tenía la esperanza de que el fuego de brujos fuera un gen recesivo —confesó Edward—. Háblame de Charlie Swan  Proctor.

— Hasta hacía poco, el tono de autoridad que adoptaba en momentos como éste me había parecido un vestigio de su vida anterior como soldado. Pero cuando me enteré de la existencia de los caballeros de Lázaro, comprendí que formaba parte de su presente también.

Sin embargo Sarah no estaba acostumbrada a que nadie usara ese tono con ella, y se encolerizó.

—Charlie era muy discreto, no exhibía su poder.

—Entonces no resulta sorprendente que las brujas buscaran tan profundamente para descubrirlo.

Cerré los ojos con fuerza para tapar la visión del cuerpo de mi padre abierto desde la garganta hasta la ingle para que otras brujas pudieran comprender su magia. Su destino casi había sido el mío también.

Edward, con su enorme tamaño, se movió en el pasillo, y la casa protestó por el inusual peso.

—Era un mago experimentado, pero no podía enfrentarse a ellas. Bella podría haber heredado sus habilidades... y las de Reneé también. ¡Que Dios la ayude! Pero no tiene los conocimientos que tenían ellos, y sin eso, está indefensa. Es como si tuviera una diana pintada encima.

Continué escuchando a escondidas desvergonzadamente.

—No es una radio, Edward —dijo Sarah a la defensiva —. Bella no nos llegó con pilas y un manual de instrucciones.

Hicimos lo que pudimos. Se convirtió en una niña diferente desde de que Reneé y Charlie fueron asesinados; se retiró tan lejos que nadie podía llegar a ella. ¿Qué teníamos que haber hecho? ¿Obligarla a enfrentarse a lo que ella estaba tan decidida a negar?

—No lo sé. La exasperación de Edward era evidente —, Pero no debiste haberla dejado de esta manera. Esa bruja lamantuvo cautiva durante más de doce horas.

—Le enseñaremos lo que tiene que saber.

—Por su bien, será mejor que no tardes demasiado.

— ¡Tardará toda la vida! —espetó Sarah —. La magia no es macramé, requiere tiempo.

—No tenemos tiempo —siseó Edward. El crujido de las tablas del suelo me indicó que Sarah había dado instintivamente un paso atrás —. La Congregación ha estado jugando al gato y al ratón, pero la marca en la espalda de Bella indica que esa fase ha terminado.

— ¿Cómo te atreves a decir que es un juego lo que le pasó a mi sobrina? —dijo Sarah elevando la voz.

— ¡Baja la voz! —Chistó Emily—. La vas a despertar.

—Emily, ¿qué podría ayudarnos a comprender cuál es el encantamiento de Bella? —Edward estaba cuchicheando en ese momento—. ¿Puedes recordar algo sobre los días anteriores a la partida de Reneé y Charlie hacia África..., pequeños detalles, cosas que les preocupaban?

«Encantamiento».

La palabra resonó en mi mente mientras me incorporaba lentamente. Los encantamientos estaban reservados para las circunstancias extremas...: peligro de muerte, locura, el mal puro e incontrolable. El simple hecho de amenazar con ello le valía a cualquiera la censura de las demás brujas.

« ¿Encantamiento?».

Cuando me puse de pie, Edward estaba a mi lado. Tenía el ceño fruncido.

— ¿Qué necesitas?

—Quiero hablar con Emily. —Mis dedos estaban haciendo ruidos y volviéndose de color azul. Al igual que los dedos de mis pies, que sobresalían por entre las vendas que me protegían el tobillo. La gasa de mi pie me protegió de un viejo clavo que asomaba entre las tablas de pino del suelo empujándolo a un lado cuando avancé.

Sarah y Emily estaban esperando junto a la escalera, con expresiones de inquietud en sus rostros.

— ¿Qué pasa conmigo? —quise saber.

Emily metió la mano en la curva del brazo de Sarah.

—No pasa nada contigo.

—Acabas de decir que yo tenía un encantamiento. Que mi propia madre lo hizo. —Yo era una especie de monstruo. Esa era la única explicación posible.

Emily escuchó mis pensamientos como si los hubiera pronunciado en voz alta.

—No eres un monstruo, querida. Reneé lo hizo porque tenía miedo por ti.

—Tenía miedo de mí, querrás decir. —Mis dedos azules proporcionaban una muy buena razón para que alguien se aterrorizara. Traté de esconderlos, pero no quería chamuscar la camisa de Edward, y apoyarlos en la vieja barandilla de madera de la escalera significaba arriesgarse a incendiar toda la casa.

« ¡Cuidado con la alfombra, niña!». El alto fantasma de sexo femenino de la sala de estar estaba espiando desde la puerta de Sarah y Emily y señalaba insistentemente al suelo. Levanté un poco los dedos del pie.

—Nadie tiene miedo de ti. —Edward me miraba con fría intensidad la espalda, deseando que lo mirara a la cara.

—Ellas tienen miedo. —Señalé con un dedo chispeante a mis tías, clavando mis ojos resueltamente en ellas.

«Yo también», confesó otro Bishop muerto. Este era un muchacho adolescente con dientes prominentes. Llevaba una cesta con moras y vestía un par de pantalones cortos, deshilachados.

Mis tías dieron un paso atrás mientras yo seguía mirándolas fijamente.

—Tienes todo el derecho a sentirte frustrada. —Edward se movió para quedar de pie justo detrás de mí. El viento aumentó,y los toques de nieve de su mirada me helaron los muslos también—. Ahora el viento de brujos viene porque te sientesatrapada. —Se acercó más y el aire alrededor de la parte baja de mis piernas aumentó ligeramente —. ¿Lo ves?

Sí, esa sensación repulsiva podría ser frustración en vez de cólera. Distraída por el asunto del encantamiento, me volví hacia él para preguntarle más sobre sus teorías. El color en mis dedos ya estaba desvaneciéndose y el crujido ya había desaparecido.

—Debes tratar de comprender —rogó Emily —. Reneé y Charlie fueron a África para protegerte. Te hechizaron por la misma razón. Lo único que querían era que estuvieras a salvo.

La casa gimió a través de sus maderos y contuvo la respiración mientras sus viejas vigas de madera chirriaban.

El frío se extendió en mí de dentro hacia fuera.

— ¿Murieron por mi culpa? ¿Fueron a África y alguien los mató... por mi culpa? —Miré a Edward horrorizada.

Sin esperar una respuesta, me abrí paso ciegamente hacia las escaleras, indiferente al dolor de mi tobillo o a cualquier otra cosa que no fuera huir.

—No, Sarah. Déjala ir —dijo Edward con severidad.

La casa abrió todas las puertas delante de mí y las cerraba con un golpe en cuanto las traspasaba. Atravesé la sala principal, el comedor y la sala de estar para llegar a la cocina. Un par de botas de jardinería de Sarah se deslizaron sobre mis pies descalzos y sentí la suavidad y el frío de su superficie de goma. Una vez fuera, hice lo que siempre había hecho cuando la familia era demasiado para mí: irme al bosque.

Mis pies no disminuyeron su velocidad hasta que no pasé más allá de los escuálidos manzanos y me metí entre las sombras que arrojaban los viejos robles blancos y los arces plateados. Sin aliento y temblando por la conmoción y el agotamiento, me encontré al pie de un árbol enorme, casi tan ancho como alto. Sus ramas bajas, extensas, casi tocaban el suelo; sus hojas rojas y moradas de lóbulos profundos se destacaban contra la corteza color ceniza.

Durante toda mi infancia y adolescencia, había consolado mis desengaños y mi soledad debajo de sus ramas. Generaciones de Bishop habían encontrado el mismo consuelo en ese lugar y habían tallado sus iniciales en el árbol. Las mías fueron hechas con un cortaplumas junto a las «RB» que mi madre había dejado antes de mí, y toqué sus curvas antes de hacerme un ovillo junto al áspero tronco y mecerme como un niño.

Hubo un roce frío sobre mi pelo antes de que el anorak azul cayera sobre mis hombros. El cuerpo macizo de Edward estaba agachado cerca del suelo, con la espalda rozando la corteza del árbol.

— ¿Te han dicho qué es lo que está mal en mí? —Mi voz fue amortiguada por mis piernas.

—No hay nada malo en ti, mon coeur.

—Tienes mucho que aprender sobre las brujas. —Apoyé la barbilla en mis rodillas, pero todavía no podía mirarlo —. Las brujas no le hacen un encantamiento a nadie sin una buena razón.

Edward permaneció en silencio. Miré de soslayo en dirección a él. Podía ver sus piernas con el rabillo del ojo —una estirada hacia delante y la otra doblada— y también una mano larga y blanca, que se apoyaba sobre su rodilla.

—Tus padres tenían una buena razón. Estaban salvando la vida de su hija. —Hablaba en voz baja e inexpresiva, pero había emociones más fuertes por debajo —. Es lo mismo que yo habría hecho.

— ¿Tú también sabías que yo estaba dominada por un encantamiento? —No pude evitar que mi tono de voz fuera acusatorio.

—Marthe y Esme lo supusieron. Me lo dijeron justo antes de salir hacia La Pierre. Emily confirmó sus sospechas. No he tenido la oportunidad de decírtelo.

— ¿Cómo pudo Emily ocultarme algo así? —Me sentía traicionada y sola, igual que cuando Jane me dijo lo que Edward había hecho.

—Debes perdonar a tus padres y a Emily. Estaban haciendo lo que creían que era mejor... para ti.

—Tú no lo comprendes, Edward—dije, sacudiendo la cabeza tercamente—. Mi madre me envolvió con un encantamiento y se fue a África, como si yo fuera una criatura malvada y trastornada en la que no se podía confiar.

—Tus padres estaban preocupados por la Congregación.

—Eso es una tontería. —Me hormigueaban los dedos, y empujé esa sensación para que volviera hacia mis codos, tratando de controlar mi mal humor —. No todo tiene que ver con la maldita Congregación, Edward.

—No, pero esto sí está relacionado con ella. No hay que ser una bruja para darse cuenta.

Mi mesa blanca apareció ante mí sin previo aviso. Desparramados sobre su superficie había hechos del pasado y del presente. Las piezas del rompecabezas empezaron a organizarse por sí mismas: mi madre persiguiéndome mientras yo aplaudía con las manos y volaba por encima del suelo de linóleo de nuestra cocina en Cambridge, mi padre gritándole a James Knox en su estudio en casa, un cuento para dormir acerca de un hada madrina y cintas mágicas, mis padres de pie junto a mi cama pronunciando hechizos y haciendo magia mientras yo estaba tendida encima de la colcha de retales sin moverme. Las piezas se ajustaron en su sitio con ruiditos secos y el dibujo apareció.

— ¡Los cuentos para dormir de mi madre! —dije, volviéndome hacia él asombrada —. No podía manifestarme sus miedos directamente, de modo que convirtió todo en un cuento sobre brujas malvadas, cintas encantadas y un hada madrina. Todas las noches me lo contaba, para que pudiera recordar algo ahora.

— ¿Y recuerdas alguna otra cosa?

—Antes de que me envolvieran con el encantamiento, James Knox visitó a mi padre. —Me estremecí al escuchar el sonido del timbre y al ver otra vez la expresión en la cara de mi padre cuando abrió la puerta—. Esa criatura estaba en mi casa. Me tocó la cabeza. — Recordé que la mano de Knox apoyada en la parte de atrás de mi cabeza había producido una asombrosa sensación —. Mi padre me envió a mi habitación, y ambos discutieron. Mi madre se quedó en la cocina. Era extraño que ella no fuera a ver lo que estaba ocurriendo. Luego mi padre salió durante un largo rato. Mi madre estaba desesperada. Esa noche llamó a Emily. —En ese momento los recuerdos comenzaron a acudir con intensidad y rapidez.

—Emily me dijo que el encantamiento de Reneé fue lanzado para que se mantuviera hasta que «el hombre de las sombras» apareciera. Tu madre pensaba que yo podría protegerte de Knox y de la Congregación. —Su cara se ensombreció.

Nadie podría haberme protegido..., salvo yo misma. Jane tenía razón: soy una mala imitación de bruja. —Dejé caer la cabeza sobre mis rodillas otra vez—. No soy como mi madre.

Edward se levantó y extendió una mano.

—Levántate —dijo bruscamente.

Deslicé mi mano en la suya, esperando que él me confortara con un abrazo. Pero en lugar de ello, metió mis brazos en las mangas del anorak azul y se alejó.

—Tú eres una bruja. Es hora de que aprendas a cuidarte por ti misma.

—Ahora no, Edward.

— ¡Ojalá pudiéramos dejarte decidir, pero no es así! —Reaccionó con brusquedad—. La Congregación quiere tu poder... o el conocimiento de él, por lo menos. Quieren el Ashmole 782, y tú eres la única criatura en más de un siglo que lo ha visto.

—También os quieren a ti y a los caballeros de Lázaro. —Estaba desesperada por hacer que esto fuera más allá de mí y de mi mal comprendida magia.

—Podrían haber hecho caer antes a la fraternidad. La Congregación ha tenido muchas oportunidades. —Edward estaba calibrándome y midiendo mis escasas fuerzas y mis considerables debilidades. Eso me hizo sentirme vulnerable —. Pero en realidad eso no les preocupa. Lo que quieren es que yo no os tenga ni a ti ni al manuscrito.

—Pero estoy rodeada de protectores. Tú estás conmigo... y también Sarah y Emily.

—No podemos estar contigo todo el tiempo, Bella. Además, ¿quieres que Sarah y Emily arriesguen sus vidas para salvar la tuya? — Era una pregunta dura, y frunció el ceño. Se alejó de mí, con los ojos entrecerrados hasta parecer hendiduras.

—Me estás asustando —dije, poniéndome en cuclillas. Los restos de los efectos de la morfina circulaban en mi sangre empujados para ser eliminados con la primera descarga de adrenalina.

—No es así. —Sacudió con lentitud la cabeza, y su aspecto fue totalmente el de un lobo cuando su pelo se balanceó alrededor de la cara —. Yo sentiría el olor si realmente estuvieras asustada. Simplemente estás desequilibrada.

Un rugido comenzó a hacerse oír en el fondo de la garganta de Edward. Era algo muy diferente de los sonidos que hacía cuando sentía placer. Por precaución, me alejé un paso de él.

—Eso está mejor —ronroneó —. Por lo menos ahora tienes el sabor del miedo.

— ¿Por qué haces esto? —susurré.

Se fue sin decir una palabra.

Parpadeé.

— ¿Edward?

Dos círculos helados aparecieron en la parte superior de mi cráneo.

Edward estaba colgado como un murciélago entre dos ramas del árbol, con los brazos extendidos como alas. Tenía los pies enganchados en otra rama. Me miraba atentamente y los pequeños toques de escarcha eran la única señal que yo tenía de los cambios en su campo de visión.

—No soy un colega con el que estás manteniendo una discusión. Esta no es una disputa académica..., esto es algo de vida o muerte.

— ¡Baja de ahí! —dije bruscamente—. Está claro lo que quieres decir.

No lo vi aterrizar a mi lado, pero sentí sus dedos fríos en mi cuello y en la barbilla, torciéndome la cabeza a un lado y dejando expuesta mi garganta.

—Si yo fuera Aro, ya estarías muerta —siseó.

—Basta, Edward. —Traté de escaparme de sus manos, pero no pude.

—No. —La presión de su mano aumentó—. Jane trató de romper tu fortaleza, y tú quieres desaparecer por eso. Pero tienes que defenderte.

—Me estoy defendiendo. —Empujé contra sus brazos para demostrárselo.

—No como un humano —dijo Edward desdeñosamente —, defiéndete como una bruja.

Se esfumó otra vez. Esta vez no estaba en el árbol, ni yo podía sentir sus ojos fríos sobre mí.

—Estoy cansada. Me vuelvo a casa. —Después de haber dado solamente tres pasos en esa dirección, se escuchó una especie de rápido zumbido. Edward me había colgado de su hombro y se movía... rápido, en dirección opuesta.

—Tú no vas a ninguna parte.

—Sarah y Emily vendrán aquí si sigues con esto. —Una de ellas ciertamente iba a percibir que algo no iba bien. Y si ellas no se daban cuenta, Tabitba montaría un escándalo.

—No, no van a venir. —Edward  me dejó en el suelo, en lo más profundo del bosque —. Prometieron que no abandonarían la casa... aunque gritaras, fuera cual fuese el peligro que percibieran.

Me deslicé hacia atrás, tratando de establecer alguna distancia entre sus enormes ojos negros y yo. Los músculos de sus piernas se tensaron para saltar. Cuando me volví para salir corriendo, él ya estaba delante de mí. Giré en dirección contraria, pero allí estaba él. Una brisa se movió alrededor de mis pies.

—Bien —dijo él con satisfacción. El cuerpo de Edward se agachó en la misma postura que había adoptado al acechar al ciervo en Sept Tours, y el gruñido amenazador apareció otra vez.

La brisa se movía en ráfagas alrededor de mis pies, pero no aumentó. El hormigueo descendió desde mis codos hasta las uñas. En lugar de contener mi frustración, dejé que la sensación aumentara. Por entre mis dedos saltaban arcos azules de electricidad.

— ¡Usa tu poder! —dijo irritado —. No puedes luchar contra mí de ninguna otra manera.

Moví mis manos en dirección a él. No parecía algo muy amenazador, pero fue lo único que pude pensar. Edward demostrólo inútiles que eran mis esfuerzos atacándome y haciéndome girar antes de desaparecer entre los árboles.

—Estás muerta... otra vez. —Su voz venía desde algún sitio a mi derecha.

— ¡Sea lo que sea que estás tratando de hacer, no está funcionando! — grité en dirección a él.

—Estoy justo detrás de ti —ronroneó en mi oreja.

Mi grito rompió el silencio del bosque, y los vientos se elevaron a mí alrededor formando un ciclón en forma de capullo.

— ¡Aléjate! —bramé.

Edward extendió la mano hacia mí con una mirada decidida. Sus manos atravesaron veloces mi barrera de vientos. Lancé las mías hacia él dejando que el instinto se impusiera, y una fuerte ráfaga de aire lo hizo retroceder. Se mostró sorprendido y el depredador apareció en las profundidades de sus ojos. Vino otra vez hacia mí en otro intento de romper la barrera de viento.

Aunque me concentraba en hacerlo retroceder, el aire no respondió como yo deseaba.

— ¡Deja de tratar de forzarlo! —exclamó Edward. Él no tenía miedo y se había abierto paso a través del ciclón para clavar sus dedos en mis brazos —. El encantamiento que tu madre puso fue preparado para que nadie pudiera forzar tu magia..., ni siquiera tú misma.

—Entonces ¿cómo la llamo cuando la necesito y cómo la controlo cuando no es así?

—Debes descubrirlo. —La mirada helada de Edward pasó por mi cuello y mis hombros, localizando de manera instintiva mis venas y arterias más importantes.

—No puedo. —Una oleada del pánico me envolvió —. No soy una bruja.

—Deja de decir eso. No es verdad, y tú lo sabes. —Me dejó caer violentamente—. Cierra los ojos. Empieza a caminar.

— ¿Qué?

—Te he observado durante semanas, Bella. —La manera en que se estaba moviendo era completamente salvaje, el olor a clavo era tan embriagador que mi garganta se cerró —. Necesitas el movimiento y la anulación sensorial para que lo único que puedas hacer sea sentir. —Me dio un empujón y tropecé. Cuando me di la vuelta, él había desaparecido.

Abarqué el bosque, inquietantemente silencioso, con la mirada. Los animales se estaban protegiendo del poderoso depredador que se hallaba entre ellos.

Cerró los ojos y empecé a respirar hondo. Una brisa pasó a mi lado, primero en una dirección, luego en otra. Era Edward quien me estaba provocando. Me concentré en mi respiración, tratando de permanecer tan inmóvil como el resto de las criaturas del bosque; luego actué.

Había una tensión entre mis ojos. Respiré en ella, también recordando la recomendación en clase de yoga de Amara y el consejo de Marthe de dejar que las visiones pasaran a través de mí. La tensión se convirtió en hormigueo y el hormigueo en una sensación de posibilidad cuando el ojo de mi mente — el tercer ojo de una bruja— se abrió completamente por primera vez.

Vi todo lo que estaba vivo en el bosque: la vegetación, la energía de la tierra, el agua que se movía debajo del suelo, todas las fuerzas vitales de distinto color y tonalidad. El ojo de mi mente vio a unos conejos agazapados en el hueco de un árbol, con sus corazones latiendo de miedo tras olfatear al vampiro. Detectó a las lechuzas, que veían bruscamente interrumpida su siesta de la tarde por la criatura que se movía entre las ramas de los árboles y saltaba como una pantera. Los conejos y las lechuzas sabían que no podían huir de él.

—El rey de las bestias —susurré.

La risa ahogada y profunda de Edward resonó entre los árboles.

Ninguna criatura en el bosque podía luchar contra Edward y ganar.

—Excepto yo —susurré.

El ojo de mi mente recorrió el bosque. Un vampiro no está vivo completamente, y era difícil encontrarlo en medio de la energía deslumbrante que me rodeaba. Finalmente descubrí su forma, una concentración de oscuridad como un agujeronegro con los bordes rojos brillantes, donde su fuerza vital sobrenatural se encontraba con la vitalidad del mundo.

Instintivamente volví mi cara en dirección a él, lo cual lo alertó respecto a mi búsqueda y se deslizó para desaparecer y desvanecerse en las sombras de los árboles.

Con ambos ojos cerrados y el ojo de mi mente abierto, empecé a caminar, con la esperanza de incitarlo a seguirme. Detrás de mí, su oscuridad se separó de un arce gris en una abertura roja y negra en medio del verde. Esta vez mi rostro permaneció apuntando en dirección contraria.

—Te veo, Edward —dije en voz baja.

— ¿Me ves, ma lionne? ¿Y qué harás al respecto? —Se rió entre dientes otra vez, pero siguió acechándome, manteniendo una distancia constante entre los dos.

Con cada paso, el ojo de mi mente se hacía más brillante, su visión más aguda. Había un arbusto frondoso a mi izquierda, y me incliné hacia la derecha. Luego apareció una roca delante de mí con sus bordes grises afilados sobresaliendo de la tierra.

Levanté el pie para evitar tropezar.

El movimiento de aire sobre mi pecho me indicó que había un claro pequeño. No era sólo la vida del bosque la que me estaba hablando en ese momento, por todas partes los elementos me enviaban mensajes para guiarme en mi camino. Tierra, aire, fuego y agua se conectaban conmigo a través de pequeños destellos de conocimiento, diferentes de la vida en el bosque.

La energía de Edward se concentró en sí misma y se volvió más oscura y más profunda. Luego su oscuridad —ausencia de vida— describió un arco por el aire en un elegante salto que cualquier león habría envidiado. Estiró sus brazos para agarrarme.

«Vuela», pensé un segundo antes de que sus dedos tocaran mi piel.

El viento se levantó de mi cuerpo en un súbito zumbido de poder. La tierra me soltó con un suave empujón hacia arriba. Tal como Edward había prometido, era fácil dejar que mi cuerpo siguiera a donde mis pensamientos lo condujeran. No requirió más esfuerzo que seguir una cinta imaginaria hasta el cielo.

Allá lejos, abajo, Edward dio un salto mortal en el aire y aterrizó suavemente de pie precisamente en el lugar donde yo había estado hacía unos momentos.

Volé alto, por encima de las copas de los árboles, con los ojos muy abiertos. Los sentí llenos de mar, vastos como el horizonte y brillantes con la luz del sol y las estrellas. Mi pelo flotaba con las corrientes de aire y las puntas de cada mechón se convertían en lenguas de fuego que me lamían la cara sin quemarme. Los mechones más pequeños me acariciaban las mejillas con calidez mientras el aire frío pasaba rápidamente. Un cuervo pasó volando junto a mí, asombrado ante esta nueva criatura extraña que compartía su espacio aéreo.

La pálida cara de Edward estaba vuelta hacia mí, con los ojos maravillados. Cuando nuestras miradas se cruzaron, sonrió.

Fue la cosa más hermosa que había visto hasta entonces. Sentí una oleada de deseo, fuerte y visceral, y una oleada de orgullo de que él fuera mío.

Mi cuerpo se lanzó hacia Edward, y su rostro se transformó en un instante. Del asombro pasó a la preocupación. Gruñó, no muy seguro de mí, porque sus instintos le advertían de que yo podía atacar.

Desistí de mi caída en picado y bajé más lentamente hasta que nuestros ojos estuvieron en el mismo nivel, con los pies flameando atrás, dentro de las botas de goma de Sarah. El viento lanzó un mechón de mi pelo suelto en dirección a él.

«No le hagas daño». Todos mis pensamientos estaban concentrados en su seguridad. El aire y el fuego me obedecieron, y mi tercer ojo bebió en su oscuridad.

—Aléjate de mí —graznó—, sólo por un momento. —Edward estaba luchando por dominar sus instintos de depredador. Él quería cazarme en ese momento. Al rey de la selva no le gustaba ser vencido.

~ 309 ~El Descubrimiento de las Brujas

Ignorando su advertencia, bajé mis pies hasta que flotaron a unos centímetros sobre la tierra y estiré la mano con la palma vuelta hacia arriba. El ojo de mi mente se llenó con mi propia energía: un torrente cambiante de plata y oro, verde y azul, que brillaba como un lucero del alba. Cogí un poco de ella y observé cómo rodaba desde mi corazón a través del hombro y el brazo.

Una pelota palpitante de cielo, mar, tierra y fuego permaneció girando sobre la palma de mi mano. Los filósofos antiguos lo habrían llamado un microcosmos, un pequeño mundo que contenía fragmentos de mí tanto como del universo más grande.

—Para ti dije con voz hueca. Estire mis dedos hacía él.

Edward cogió la pelota al vuelo. Se movió como el mercurio, amoldándose a su carne fría. Mi energía llegó a un tembloroso reposo en el hueco de su mano.

— ¿Qué es? —preguntó, distraído de su impulso de cazar por la brillante sustancia.

—Yo —respondí simplemente. Edward fijó su atención en mi rostro y sus pupilas envolvieron los iris gris verdoso en una ola negra—. No me harás daño. Yo tampoco te haré daño a ti.

El vampiro balanceó mi microcosmos cuidadosamente en su mano, temeroso de derramar una gota.

—Todavía no sé cómo luchar —dije con tristeza—. Lo único que puedo hacer es escapar volando.

—Ésa es la lección más importante que aprende un guerrero, bruja. —Edward convirtió aquella palabra, generalmente un término despectivo entre los vampiros, en una palabra de cariño —. Uno aprende a elegir las batallas y a abandonar aquellas que no puede ganar; de ese modo se puede seguir combatiendo otro día.

— ¿Me tienes miedo? —pregunté, con mi cuerpo todavía en el aire.

—No —respondió.

Mi tercer ojo hormigueaba. Estaba diciendo la verdad.

— ¿Aunque tenga eso dentro de mí? —Mi mirada se dirigió parpadeando hacia la masa luminosa y palpitante en su mano.

La expresión de Edward era de precaución y cautela.

—Ya he visto brujas poderosas anteriormente. Sin embargo, todavía no sabemos todo lo que hay dentro de ti. Tenemos que descubrirlo.

—Yo nunca quise saberlo.

— ¿Por qué, Bella? ¿Por qué no querías estos dones? — Apretó con fuerza la mano, como si mi magia pudiera serle arrebatada y destruida antes de que él pudiera comprender sus posibilidades.

— ¿Miedo? ¿Deseo? —dije en voz baja, tocando sus fuertes pómulos con las puntas de mis dedos, nuevamente sorprendida por el poder de mi amor hacia él. Recordé lo que había escrito su amigo el daimón Bruno en el siglo XVI y lo cité otra vez—: «El deseo me alienta, así como el miedo me ata». ¿Acaso eso no explica todo lo que ocurre en el mundo?

—Todo, pero no te explica a ti —replicó a media voz —. No hay modo de explicarte a ti.

Mis pies tocaron el suelo y retiré los dedos de su cara, estirándolos lentamente. Mi cuerpo parecía conocer aquel suave movimiento, aunque mi mente fue rápida para registrar algo extraño allí. La parte de mí que le había dado a Edward saltó de su mano a la mía. Mi palma se cerró en torno a ella y la energía fue rápidamente reabsorbida. Hubo un hormigueo de poder de bruja y lo reconocí como mío. Incliné la cabeza, asustada por la criatura en la que me estaba convirtiendo.

El extremo del dedo de Edward echó a un lado mi cabello.

—Nada te apartará de esta magia..., ni la ciencia, ni la fuerza de voluntad, ni la concentración. Siempre te encontrará. Y tampoco puedes esconderte de mí.

—Eso es lo que dijo mi madre en la mazmorra. Ella sabía de nosotros. — Asustada por el recuerdo de La Pierre, el ojo de mi mente se cerró de manera protectora. Me estremecí, y Edward me atrajo hacia él. No era más cálido estar en sus brazos fríos, pero me hacía sentirme mucho más segura.

—Quizás eso hizo que fuera más fácil para ellos saber que no ibas a estar sola —dijo Edward en voz baja. Sus labios estaban fríos y firmes, y los míos se abrieron para atraerlo más cerca de mí. El sepultó su cara en mi cuello y lo escuché inhalar mi olor con una fuerte inspiración. Se apartó con reticencia, alisándome el pelo y ajustando más el anorak sobre mi cuerpo.

— ¿Me vas a entrenar para el combate, como si fuera uno de tus caballeros?

Edward detuvo sus manos.

—Ellos sabían cómo defenderse mucho antes de venir a mí. Pero he entrenado a guerreros en el pasado..., humanos, vampiros, daimones. Incluso a Jasper, y Dios sabe que eso fue un verdadero desafío. Pero nunca entrené a una bruja.

—Volvamos a casa. — Mi tobillo todavía latía y yo estaba a punto de caerme por la fatiga. Después de algunos pasos vacilantes, Edward me cargó en su espalda como a un niño y caminó a través del crepúsculo con mis brazos agarrados alrededor de su cuello —. Gracias otra vez por encontrarme —susurré cuando vimos la casa. Él sabía que esta vez yo no estaba hablando de La Pierre.

—Había dejado de buscar hacía mucho. Pero allí estabas tú, en la Biblioteca Bodleiana, el día de la fiesta de Mabon. Una historiadora. Una bruja, nada menos. —Edward sacudió la cabeza sin acabar de creérselo.

—Eso es lo que lo hace mágico —dije, dándole un beso suave por encima del cuello. Él todavía estaba ronroneando cuando me dejó sobre el suelo del porche trasero.

Edward se dirigió a la leñera para traer más troncos para el fuego, dejándome a solas para que hiciera las paces con mis tías.

Ambas parecían inquietas.

—Comprendo por qué lo mantuvisteis en secreto —expliqué dándole un abrazo a Emily que le hizo ahogar un gritito de alivio—, pero mi madre me ha dicho que el tiempo de los secretos ha terminado.

— ¿Has visto a Reneé? —preguntó Sarah con cautela y la cara pálida.

—En La Pierre. Cuando Jane trató de asustarme para que cooperara con ella. —Hice una pausa—. Mi padre también estaba.

— ¿Ella estaba...? ¿Eran felices? —Sarah dejó salir las palabras que la ahogaban. Mi abuela estaba de pie detrás de ella, observando preocupada.

—Estaban juntos —respondí sencillamente, y miré por la ventana para ver si Edward regresaba a casa.

—Y estaban contigo —dijo Emily firmemente, con los ojos muy abiertos —. Eso quiere decir que eran más que felices.

Mi tía abrió la boca para decir algo, lo pensó mejor y la cerró otra vez.

— ¿Qué, Sarah? —pregunté, poniéndole una mano sobre su brazo.

— ¿Reneé te habló? —Su voz era un murmullo.

—Me contó cuentos. Los mismos cuentos que me contaba cuando yo era una niña..., sobre brujas y príncipes y un hada madrina. Aunque mi madre y mi padre me habían encantado, ella trató de encontrar una manera para hacerme recordar mi magia. Pero yo quería olvidarla.

—Aquel último verano, antes de que tus padres fueran a África, Reneé me preguntó qué era lo que dejaba una impresión más duradera en los niños. Le dije que eran los cuentos que sus padres les leían por la noche, y todos los mensajes de esperanza, de fuerza y de amor que se escondían en ellos. — A Emily se le llenaron los ojos de lágrimas, que trató inútilmente de secar.

—Tenías razón — le dije en voz baja.

Aunque las tres brujas habían hecho las paces, cuando Edward entró en la cocina con sus brazos cargados de leña, Sarah lo atacó.

—Nunca más vuelvas a pedirme que ignore los gritos de Bella suplicando ayuda, y nunca más vuelvas a amenazarla otra vez, sea cual sea la razón. Si lo haces, te lanzaré un hechizo que te hará desear no haber renacido nunca. ¿Lo entiendes, vampiro?

—Por supuesto, Sarah —murmuró delicadamente Edward, en una perfecta imitación de Esme.

Cenamos en la mesa de la sala de estar. Edward y Sarah estaban en un incómodo estado de distensión, pero hubo una amenaza de declaración de guerra cuando mi tía vio que no había ni un solo trozo de carne a la vista.

—Estás fumando como una chimenea —dijo Emily pacientemente cuando Sarah se quejó por la falta de comida «decente» —.

Tus arterias me lo agradecerán.

—No lo has hecho por mí —reaccionó Sarah, lanzando a Edward una mirada acusatoria—, sino para que él no sintiera el impulso de morder a Bella.

Edward sonrió con amabilidad y sacó el corcho de una botella que había traído del Range Rover.

— ¿Vino, Sarah?

Ella miró la botella con desconfianza.

— ¿Es importado?

—Es francés — dijo, vertiendo el líquido rojo profundo en su vaso de agua.

—No me gustan los franceses.

—No creas todo lo que lees. Somos mucho más agradables de lo que dicen por ahí —replicó, haciendo que ella sonriera a regañadientes—. Confía en mí, llegarás a querernos. —Como para confirmarlo, Tabitha saltó a su hombro desde el suelo y se quedó allí como un loro durante el resto de la comida.

Edward bebió su vino y habló sobre la casa, preguntándoles a Sarah y a Emily sobre el estado de la granja y la historia del lugar. Yo me limité a observar a aquellas tres criaturas a las que tanto amaba y a devorar grandes cantidades de pimientos y pan de maíz.

Cuando por fin subimos a acostarnos, me deslicé desnuda entre las sábanas, desesperada por sentir su cuerpo frío contra el mío. Él también se metió en la cama conmigo y me atrajo hacia su piel igualmente desnuda.

—Estás cálida —dijo, acurrucándose con más fuerza contra mí.

— ¡Hum! Hueles bien —dije, con la nariz apretada contra su pecho. La llave giró por sí misma en la cerradura. La encontré allí cuando me desperté aquella tarde —. ¿Estaba la llave en el escritorio?

—La casa la tenía. —La risa de él rugió debajo de mí—. Salió veloz de las tablas del suelo junto a la cama volando en ángulo, golpeó la pared sobre el interruptor de la luz y se deslizó al suelo. Como no la recogí inmediatamente, atravesó volando la habitación y cayó en mi regazo.

Me reí mientras sus dedos se movían alrededor de mi cintura. Evitó deliberadamente las marcas de Jane.

—Tú tienes tus cicatrices de batalla —dije, esperando calmarlo—. Ahora yo tengo las mías.

Sus labios se encontraron con los míos sin perderse en la oscuridad. Movió una mano hacia la parte baja de mi espalda, cubriendo la luna creciente. Dejó que la otra se desplazara entre mis omóplatos, ocultando la estrella. No fue necesaria ninguna magia para comprender su dolor y su pesar. Era evidente en todo: en su contacto amable, en las palabras que murmuró en la oscuridad y en su cuerpo, tan sólido junto al mío. Gradualmente fue dejando desaparecer lo peor de su miedo y su cólera. Nos rozamos con los labios y los dedos, y nuestra urgencia inicial fue disminuyendo para prolongar el placer del reencuentro.

Las estrellas cobraron vida en el momento de mi máximo placer, y algunas todavía colgaban del techo, echando chispas y arrojando fuera los restos de sus fugaces vidas mientras yacíamos tendidos el uno en brazos del otro, a la espera de que la mañana nos encontrara.

 

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