EL MANUSCRITO ASHMOLE

Autor: kdekrizia
Género: Sobrenatural
Fecha Creación: 14/05/2013
Fecha Actualización: 07/11/2014
Finalizado: NO
Votos: 50
Comentarios: 213
Visitas: 151996
Capítulos: 85

 

En el corazón de la Biblioteca Bodleiana de Oxford, la apasionada historiadora Isabella Swan Bishop se topa en medio de sus investigaciones con el manuscrito identificado como Ashmole 782.

Descendiente de un antiguo linaje de brujas, Isabella intuye que el manuscrito está relacionado de alguna manera con la magia, pero no quiere tener nada que ver con la brujería. Y después de tomar algunas notas sobre sus curiosos dibujos, lo devuelve sin perder más tiempo a las estanterías. Lo que Isabella no sabe es que se trata de un manuscrito alquímico que ha estado perdido durante siglos y cuyo descubrimiento ha desencadenado que hordas de daimones, vampiros y brujas salgan a la luz de las salas de lectura de la Biblioteca. Una de esas criaturas es Edward Masen Cullen, un enigmático genetista, amante del buen vino y vampiro milenario, cuya alianza con Isabella se hará progresivamente más íntima y poco a poco surgirá entre ambos una relación que hará tambalear los tabúes asentados desde hace tiempo en un mundo secreto y encantado. La teoría de la evolución de Darwin no contempló todos los seres que habitan la Tierra. Desde Oxford a Nueva York, y de aquí a Francia, la magia, la alquimia y la ciencia nos desvelan sus verdaderos vínculos en el libro definitivo sobre la brujería y sus poderes.

 

BASADO EN EL DESCUBRIMIENTO DE LAS BRUJAS DE DEBORAH HARKNESS

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Capítulo 66: CAPÍTULO 66

Capítulo 66

 

Todas hemos perdido algún bebé, Bella —dijo Goody Alsop, con tristeza—. Es un dolor que la mayoría de las mujeres conocen.

—¿Todas?

Eché un vistazo a la sala de estar de Goody Alsop para mirar a las brujas de la congregación de Garlickhythe.

Empezaron a salir historias a borbotones de bebés perdidos al nacer y de otros que habían muerto a los seis meses o a los seis años. Yo no conocía a ninguna mujer que hubiera sufrido un aborto…, o creía que no la conocía.

¿Alguna de mis amigas habría sufrido una pérdida así sin que yo lo supiera?

—Eres joven y fuerte —dijo Susanna—. No hay razón para pensar que no puedes concebir otro hijo.

Ninguna razón en absoluto, salvo por el hecho de que mi marido no volvería a tocarme hasta que hubiéramos regresado al mundo de los nacimientos controlados y las monitorizaciones fetales.

—Es posible —dije, encogiéndome de hombros de forma evasiva.

—¿Dónde está el señor Masen? —preguntó Goody Alsop, en voz baja. Su espectro vagaba por la sala como si creyera que podía encontrarlo en los cojines del asiento de la ventana o sentado sobre el aparador.

—Fuera, atendiendo sus negocios —dije, ciñéndome más el chal. Era de Susanna y olía a azúcar quemado y manzanilla, exactamente como ella.

—He oído que estuvo en el Middle Temple Hall con Christopher Marlowe anoche. Viendo una obra, al parecer.

Catherine le pasó a Goody Alsop la caja de confites que había llevado.

—Los hombres ordinarios pueden languidecer terriblemente por un hijo perdido. No me sorprende que a un wearh se le haga especialmente difícil. Son posesivos, después de todo —manifestó la anciana, antes de extender

la mano para coger algo rojo y gelatinoso—. Gracias, Catherine.

Las mujeres aguardaron en silencio, con la esperanza de que aceptara la prudente invitación de Goody Alsop y Catherine y les contara cómo lo estábamos afrontando Edward y yo.

—Lo superará —dije escuetamente.

—Debería estar aquí —dijo Elizabeth, secamente—. ¡No veo razón alguna por la que su pérdida debiera ser más dolorosa que la tuya!

—Porque Edward ha padecido mil años de vida con el corazón roto y yo solo treinta y tres —respondí, con idéntica sequedad—. Él es un wearh, Elizabeth. ¿Quieres saber si me gustaría que estuviera aquí, en lugar de ahí

fuera, con Kit? Desde luego. ¿Y si pienso rogarle que se quede en El Venado y la Corona por mi bien? De ninguna manera.

Iba subiendo la voz a medida que mi dolor y frustración se desbordaban. Edward había sido indudablemente dulce y sensible conmigo. Me había consolado mientras me enfrentaba a los cientos de frágiles sueños futuros que habían sido destruidos al perder a nuestro hijo.

Eran las horas que pasaba en otros sitios lo que me preocupaba.

—La cabeza me dice que Edward ha de tener la oportunidad de llorarlo a su manera. El corazón me dice que me ama aunque ahora prefiera estar con sus amigos.

Solo deseo que pueda volver a tocarme sin tristeza. Sentía aquel pesar cuando me miraba, cuando me abrazaba, cuando me cogía de la mano. Era insoportable.

—Lo siento, Bella —dijo Elizabeth con expresión afligida.

—No pasa nada —le aseguré.

Pero sí pasaba. El mundo entero me parecía discordante y errado, con colores demasiado brillantes y sonidos demasiado estridentes que me sobresaltaban. Notaba el cuerpo hueco e, intentara lo que intentara leer, las palabras no lograban captar mi atención.

—Te veremos mañana, como habíamos dispuesto —dijo Goody Alsop con brío mientras las brujas se marchaban.

—¿Mañana? —fruncí el ceño—. No estoy de humor para hacer magia, Goody Alsop.

—Y yo no estoy de humor para irme a la tumba sin verte tejer tu primer hechizo, así que te esperaré cuando las campanas den las seis.

Aquella noche, me quedé observando fijamente el fuego mientras las campanas daban las seis y las siete y las ocho y las nueve y las diez. Cuando las campanas dieron las tres, oí un ruido en las escaleras. Pensando que se trataba de Edward, acudí a la puerta. La escalera estaba vacía, pero sobre uno de los peldaños había una serie de objetos: un calcetín de bebé, una ramita de acebo y un pedazo de papel con un nombre de varón escrito. Me lo puse todo en el regazo mientras me hundía en uno de los desgastados

escalones, arrebujándome en el chal.

Todavía estaba intentando figurarme qué significaban aquellas ofrendas y cómo habían llegado allí, cuando Edward salió disparado escaleras arriba en una muda imagen borrosa. Se detuvo de repente.

—Bella.

Se pasó el dorso de la mano por la boca, con los ojos verdes y vidriosos.

—Al menos te alimentas cuando estás con Kit —dije, poniéndome en pie—. Me alegra saber que vuestra amistad incluye algo más que poesía y ajedrez.

Edward puso la bota en el escalón, al lado de mis pies.

Usó la rodilla para presionarme contra la pared, atrapándome con eficacia. Su aliento era dulce y ligeramente metálico.

—Por la mañana te odiarás a ti mismo —dije tranquilamente, volviendo la cabeza. Había aprendido a no salir corriendo cuando todavía tenía el penetrante olor de la sangre en los labios—. Kit debía haberse quedado contigo hasta que las drogas abandonaran tu cuerpo. ¿Toda la sangre

de Londres tiene opiáceos?

Era la segunda noche seguida que Edward salía con Kit y volvía a casa colocado hasta las cejas.

—No toda —ronroneó Edward—, pero es la más fácil de conseguir.

—¿Qué es esto? —pregunté, levantando el calcetín, el acebo y el pergamino.

—Son para ti —dijo Edward—. Cada noche llegan varios. Pierre y yo los recogemos antes de que te despiertes.

—¿Desde cuándo?

No me fiaba tanto de mí misma como para decir nada más.—

Hace dos semanas, cuando te reuniste con el Rede. La mayoría son peticiones de ayuda. Desde que… Desde el lunes también te llegan regalos —añadió Edward, extendiendo la mano—. Me ocuparé de esto.

Yo apreté más la mano sobre el corazón.

—¿Dónde está el resto?

La boca de Edward se tensó, pero me enseñó dónde los guardaba: en una caja en el desván, metida bajo uno de los bancos. Rebusqué entre el contenido, que, en cierto modo, era similar a lo que Jack sacaba de los bolsillos cada noche: botones, trozos de cintas, un pedazo de porcelana

rota. Había también mechones de pelo y docenas de cachitos de papel con nombres escritos. Aunque eran invisibles para la mayoría de los ojos, podía ver los hilos desgarrados que colgaban de cada tesoro, todos ellos

esperando a ser atados, unidos o remendados de otra forma.

—Son peticiones para que haga magia —dije, levantando la vista hacia Edward—. No deberías habérmelo ocultado.

—No quiero que hagas hechizos para todas las criaturas de la ciudad de Londres —respondió Edward, y sus ojos se oscurecieron.

—¡Bueno, y yo no quiero que cenes fuera todas las noches antes de irte a beber con tus amigos! —repliqué—.

Soy una bruja, Edward. Las peticiones como estas tienen que ser tratadas con cuidado. Mi seguridad depende de mis relaciones con nuestros vecinos. No puedo ir por ahí robando barcas como Gallowglass ni gruñéndole a la gente.

—Milord.

Pierre apareció en el otro extremo del ático, donde una estrecha escalera bajaba en espiral hasta una salida oculta detrás de las enormes bañeras de las lavanderas.

—¿Qué? —preguntó Edward con impaciencia.

—Agnes Sampson ha muerto. —Pierre parecía asustado —. La llevaron a Castlehill, Edimburgo, el sábado, la ejecutaron con garrote y luego quemaron su cuerpo.

—Dios santo.

Edward palideció.

—Hancock dijo que estaba completamente muerta antes de que encendieran la madera. No debió de sentir nada — continuó Pierre. Era un pequeño acto de clemencia, de los que no siempre se concedían a una bruja condenada—. Se negaron a leer vuestra carta, milord. A Hancock le dijeron que dejara de hacer política escocesa para el rey de Escocia si no quería que le pusieran los tornillos a él la próxima vez que se dejara ver por Edimburgo.

—¿Por qué no puedo solucionar esto?

Edward explotó.

—Así que no es solo la pérdida del bebé lo que te ha llevado hacia la oscuridad de Kit. También te estás escondiendo de lo que sucede en Escocia.

—No importa lo duro que trabaje para solucionar las cosas, al parecer no puedo romper este maldito patrón — dijo Edward—. Antes, como espía de la reina, me deleitaba con los problemas de Escocia. Como miembro de la Congregación, consideraba la muerte de Sampson como un precio aceptable que había que pagar para mantener el statu quo. Pero ahora…

—Ahora estás casado con una bruja. Y todo parece distinto.

—Sí. Estoy atrapado entre lo que en su día creía y lo que ahora considero más querido, entre lo que una vez defendí orgullosamente como una verdad absoluta y la magnitud de lo que ya no sé.

—Volveré a la ciudad —dijo Pierre, volviéndose hacia la puerta—. Podría haber algo más que descubrir.

Estudié el rostro cansado de Edward.

—No puedes esperar entender todas las tragedias de la vida, Edward. Yo también desearía que todavía tuviéramos el bebé. Y sé que ahora mismo parece imposible, pero eso no quiere decir que no haya un futuro que esperar: uno en el que nuestros hijos y nuestra familia estén a salvo.

—Un aborto tan temprano es casi siempre signo de una anomalía genética que hace que el feto no evolucione. Si ha sucedido una vez… —Su voz se apagó.

—Hay anomalías genéticas que no comprometen al bebé —señalé—. Mírame a mí, por ejemplo.

Yo era una quimera con un ADN mal emparejado.

—No puedo soportar perder otro hijo, Bella.

Simplemente… no puedo.

—Lo sé —respondí. Estaba más que cansada y deseaba tanto el bendito olvido del sueño como él. Yo nunca había conocido a mi hijo como él había conocido a Lucas y, aun así, el dolor era insoportable—. Tengo que estar en casa de Goody Alsop esta noche a las seis —añadí, levantando la

vista hacia él—. ¿Vas a salir con Kit?

—No —dijo Edward en voz baja. Acto seguido, apretó los labios contra los míos fugazmente y con tristeza—. Iré contigo. Edward fue fiel a su palabra y me escoltó hasta la casa de Goody Alsop antes de ir a El Ansarino de Oro con Pierre.

De la forma más cortés posible, las brujas le explicaron que los wearhs no eran bien recibidos. Guiar con éxito a una bruja en su hechizo iniciático requería una considerable acumulación de energía sobrenatural y mágica. Los wearhs no harían más que estorbar.

Mi tía Sarah habría observado con muchísima atención cómo Susanna y Marjorie preparaban el círculo sagrado.

Algunas de las sustancias y del material que usaban me resultaban conocidos, como la sal que salpicaban sobre las tablas del suelo para purificar el espacio, pero otras no. El instrumental de bruja de Sarah estaba compuesto por dos cuchillos (uno con el mango negro y otro blanco), el grimorio Bishop y varias hierbas y plantas. Las brujas isabelinas requerían mayor variedad de objetos para ejecutar su magia, incluidas escobas. Nunca había visto a una bruja con una escoba salvo en Halloween, cuando estas

eran de rigor, al igual que los sombreros puntiagudos.

Cada una de las brujas de la congregación de Garlickhythe había llevado una escoba única a casa de Goody Alsop. La de Marjorie estaba hecha de una rama de cerezo. En la parte superior del palo, alguien había tallado glifos y símbolos. En lugar de las habituales cerdas, Marjorie había atado hierbas secas y ramitas a la parte de abajo, donde el mástil central se dividía en ramas más finas.

Me dijo que las hierbas eran importantes para su magia: la agrimonia, para romper encantamientos; la matricaria, que parecía hecha de encaje, todavía con sus flores blancas y amarillas, para proteger, y los robustos tallos de romero con sus glaucas hojas, para purificar y aportar claridad. La escoba de Susanna estaba hecha de olmo, que simbolizaba las fases de la vida, desde el nacimiento a la muerte, y estaba relacionada con su profesión de comadrona.

Además, tenía plantas atadas al palo: las carnosas hojas verdes de la lengua de serpiente, para sanar; los espumosos racimos de flores blancas del eupatorio, para proteger, y las puntiagudas hojas de senecio, para la buena salud.

Marjorie y Susanna vertieron cuidadosamente la sal en el sentido de las agujas del reloj, hasta que los finos granoscubrieron cada centímetro de suelo. La sal no solo limpiaría el espacio, según explicó Marjorie, sino que

además lo conectaría con la tierra para que mi poder no se desperdigara por el mundo una vez que fuera totalmente liberado.

Goody Alsop cubrió las ventanas, las puertas…, hasta la chimenea. A los fantasmas de la casa les dieron la opción de quitarse de en medio quedándose entre las vigas del techo o buscar refugio temporal con la familia que vivía en el piso de abajo. Como no deseaban perderse nada y

estaban un poco celosos del espectro, que no tenía más opción que permanecer al lado de su señora, los fantasmas empezaron a revolotear entre las vigas, cuchicheando sobre si alguno de los residentes de Newgate Street tendría un momento de paz ahora que los espectros de la medieval

reina Isabella y una asesina llamada lady Agnes Hungerford habían retomado sus riñas.

Elizabeth y Catherine me tranquilizaron —y ahogaron los espantosos detalles de las terribles hazañas y la muerte de lady Agnes— compartiendo algunas de sus aventuras mágicas y haciéndome hablar largo y tendido sobre mí misma. Elizabeth estaba impresionada por cómo había canalizado el agua que corría bajo el huerto de Sarah, atrayéndola hacia las palmas de las manos gota a gota. Y Catherine cacareó con deleite cuando les conté que, una vez, un arco y una flecha reposaban pesados en mis manos cuando, de repente, había brotado un chorro de fuego mágico.

—La luna ha salido —dijo Marjorie, con la redonda cara rosada rebosante de expectación. Las contraventanas estaban cerradas, pero ninguna de las otras brujas la cuestionó.

—Ha llegado el momento, entonces —dijo Elizabeth con tono de eficiencia, sin rodeos.

Las brujas recorrieron una a una todas las esquinas de la habitación rompiendo ramitas de sus escobas y dejándolas allí. Pero no se trataba de montones al azar. Habían situado las ramas de tal manera que se superponían y formaban un pentágono, la estrella de cinco puntas de las brujas.

Goody Alsop y yo tomamos posiciones en el centro del círculo. Aunque los límites eran invisibles, eso cambiaríacuando las otras brujas se situaran en los lugares designados. Una vez que lo hubieron hecho, Catherine murmuró un hechizo y una línea de fuego curva viajó de bruja en bruja y cerró el círculo.

El poder manaba del centro. Goody Alsop me había advertido que lo que estábamos haciendo esa noche invocaba magia ancestral. Pronto la demoledora ola de energía fue sustituida por algo que me hacía cosquillas y

emitía chasquidos como mil miradas de bruja.

—Echa un vistazo en derredor con tu ojo de bruja y dime qué ves —dijo Goody Alsop.

Cuando mi tercer ojo se abrió, creo que esperaba ver que el propio aire había cobrado vida y que cada una de sus partículas estaba llena de posibilidades. En lugar de ello, me topé con que la habitación estaba llena de filamentos mágicos.

—Hilos —dije—, como si el mundo no fuera más que un tapiz.

Goody Alsop asintió.

—Ser una tejedora implica estar atada al mundo que te rodea y verlo en forma de hebras y colores. Mientras que algunos lazos ponen grilletes a tu magia, otros uncen el poder de tu sangre a los cuatro elementos y los grandes misterios que yacen tras ellos. Las tejedoras aprenden a

liberarse de las ataduras que las retienen y usan el resto.

—Pero no sé cómo distinguirlas.

Cientos de hebras rozaban contra mis sayas y mi corpiño.

—Pronto las pondrás a prueba, como un pájaro pone a prueba sus alas, para descubrir qué secretos guardan para ti.

Ahora, nos limitaremos a cortarlas todas, para que puedan regresar a ti sin ataduras. Mientras corto las hebras, debes resistir la tentación de abrazar el poder que te rodea. Dado que eres una tejedora, querrás arreglar lo que está roto.

Libera tus pensamientos y vacía tu mente. Haz que el poder haga lo que desee.

Goody Alsop me soltó el brazo y empezó a tejer su hechizo con ruidos que no guardaban semejanza alguna con el habla, pero que me resultaban extrañamente familiares.

Cada vez que emitía un sonido, veía que los filamentos se alejaban de mí, enrollándose y girando. Un rugido me llenó los oídos. Mis brazos respondieron al sonido como si se tratase de una orden, levantándose y estirándose hasta que me quedé en la misma posición en forma de te en que me había puesto Edward en la casa de las Bishop cuando había atraído el agua que había bajo el huerto de Sarah.

Los filamentos mágicos —todas aquellas hebras de poder que podía tomar prestadas pero con las que no podía quedarme— regresaron reptando a mí como si estuvieran hechas de limaduras de hierro y yo fuera un imán. Mientras acudían a mis manos para reposar en ellas, luché contra la necesidad de cerrar los puños alrededor y atraparlas. El deseo de hacerlo era intenso, como Goody Alsop había  vaticinado que ocurriría, pero dejé que se deslizaran por mi piel como los lazos de satén de las historias que mi madre me contaba cuando era niña.

Hasta el momento, todo había acontecido como Goody Alsop había predicho. Pero, como nadie podía saber lo que ocurriría cuando mis poderes tomaran forma, las brujas que rodeaban el círculo se prepararon para enfrentarse a lo desconocido. Goody Alsop me había advertido que no todas las tejedoras hacían que se manifestara su espíritu familiar en el hechizo iniciático, así pues, no debía esperar que apareciera alguno. Pero durante los últimos meses, la vida me había enseñado que lo inesperado era más probable que improbable cuando yo andaba cerca.

El rugido se intensificó y el aire se revolvió. Una bola de energía giratoria pendía justo sobre mi cabeza. Aunque se alimentaba de la fuerza de la habitación, su propio centro continuaba hundiéndose, como si fuera un agujero negro.

Mi ojo de bruja se cerró con fuerza para evitar aquella visión vertiginosa y turbulenta.

Algo palpitó en medio de la tormenta, se liberó y adquirió una forma imprecisa. Tan pronto lo hizo, Goody Alsop se quedó en silencio. Acto seguido, me dirigió una última y larga mirada antes de dejarme sola en medio del círculo.

Se oyó un batir de alas y el latigazo de una cola con púas.

Un hálito caliente y húmedo me lamió la mejilla. Una criatura transparente con una cabeza reptiloide de dragón se sostenía en el aire, golpeando las vigas con sus brillantes alas y haciendo que los fantasmas huyeran en busca de refugio. Solo tenía dos patas y las garras curvadas de sus pies tenían un aspecto tan mortífero como las púas que cubrían su largo rabo.

—¿Cuántas patas tiene? —gritó Marjorie, que no veía bien desde su posición—. ¿Es un dragón normal y corriente?

«¿Un dragón normal y corriente?».

—Es un dragón escupefuego —dijo Catherine, maravillada. Acto seguido, levantó los brazos dispuesta a pronunciar un hechizo protector si este decidía atacar.

Elizabeth Jackson movió también los brazos.

—¡Esperad! —gritó Goody Alsop, interrumpiendo su magia—. Bella todavía no ha completado el tejido. Tal vez encuentre la manera de amansarla.

«¿Amansarla?». Miré a Goody Alsop, incrédula. Ni siquiera tenía claro si la criatura que se hallaba ante mí era material o espiritual. Parecía real, pero podía ver a través de ella.

—No sé qué hacer —dije, empezando a entrar en pánico.

Cada vez que la criatura batía las alas, esparcía una lluvia de chispas y gotas de fuego por la habitación.

—Algunos conjuros comienzan con una idea, otros con una pregunta. Hay muchas maneras de pensar en lo que viene después: hacer un nudo, liar una cuerda, incluso forjar una cadena como la que hiciste entre tú y tu wearh

—dijo Goody Alsop en voz queda y tranquilizadora—. Deja que el poder fluya por ti.

El dragón bramó impaciente, extendiendo las patas hacia mí. ¿Qué buscaba? ¿Una oportunidad para atraparme y sacarme de la casa? ¿Un lugar cómodo para posarse y descansar las alas?

El suelo crujió bajo mis pies.

—¡Hazte a un lado! —gritó Marjorie.

Me moví justo a tiempo. Inmediatamente después, un árbol surgió del sitio donde, hasta hacía poco, mis pies habían estado plantados. El tronco se elevó y se dividió en dos oscuras ramas que, a su vez, dieron lugar a otras. Las puntas de los brotes se transformaron en hojas verdes, luego aparecieron capullos blancos y, finalmente, bayas rojas. En cuestión de segundos, me encontraba bajo un árbol hecho y derecho, un árbol que florecía y daba frutos al mismo tiempo.

Los pies del dragón escupe fuego se aferraron a las ramas superiores del árbol. Por un momento pareció posarse. Una rama crujió y se quebró. El dragón se elevó de nuevo en el aire, con un nudoso pedazo de árbol firmemente sujeto entre las garras, sacó rápidamente la lengua en un latigazo de fuego y el árbol empezó a arder. Había muchísimos

objetos inflamables en la habitación: los suelos y los muebles de madera, los tejidos que vestían las brujas…

Solo lograba pensar en que debía hacer que el fuego dejara

de extenderse. Necesitaba agua y en grandes cantidades.

Noté algo pesado en la mano derecha. Bajé la vista, esperando ver un cubo. En lugar de ello, estaba sosteniendo una flecha. Fuego mágico. ¿Pero para qué me serviría más fuego?

—¡No, Bella! ¡No intentes hacer el hechizo! —me advirtió Goody Alsop.

Vacié la mente de pensamientos de lluvia y ríos. En cuanto lo hice, mi instinto tomó el control y mis dos brazos se elevaron delante de mí, mi mano derecha retrocedió y, cuando abrí los dedos, la flecha voló hacia el

corazón del árbol. Las llamas se elevaron altas y con rapidez, cegándome. El calor amainó y, cuando recobré la vista, me encontré sobre la cima de una montaña bajo un vasto cielo estrellado. Una enorme luna creciente colgaba

baja en los cielos.

—Te he estado esperando.

La voz de la diosa era poco más que una brisa. Llevaba unas vestiduras suaves y el cabello le caía en cascada por la espalda. No había rastro de sus armas habituales, pero un gran perro caminaba a su lado con paso suave. Era tan grande y negro que bien podría ser un lobo.

—Sois vos —exclamé, mientras una sensación de temor me oprimía el corazón. Llevaba esperando ver a la diosa desde que había perdido al bebé—. ¿Os habéis llevado a mi hijo a cambio de haber salvado la vida de Edward?

Aquella pregunta fue enunciada en parte con furia y en parte con desesperación.

—No. Esa deuda está saldada. Ya me he llevado a otro.

Un niño muerto no me sirve de nada.

Los ojos de la cazadora eran verdes como los primeros brotes de los sauces en primavera.

Se me heló la sangre.

—¿Qué vida os habéis llevado?

—La tuya.

—¿La mía? —pregunté, paralizada—. ¿Estoy… muerta?

—Desde luego que no. La muerte pertenece a otro. Es la vida lo que busco —aseguró la cazadora con voz súbitamente penetrante y radiante como un rayo de luna—.

Me prometiste que podría llevarme a quien quisiera o lo que quisiera a cambio de la vida de tu amado. Te elijo a ti. Y todavía no he acabado contigo —dijo la diosa, dando un paso atrás—. Me has entregado tu vida, Isabella Diana Swan Bishop.

Ahora es el momento de hacer uso de ella.

Un chillido en las alturas me alertó de la presencia del dragón escupe fuego. Levanté la vista, intentando divisarlo por encima de la luna. Cuando parpadeé, su perfil se hizo perfectamente visible contra el techo de la casa de Goody Alsop. Había vuelto a la casa de la bruja, ya no estaba en la

yerma cima de una colina con la diosa. El árbol había desaparecido y ya no era más que un montón de cenizas.

Volví a parpadear.

El dragón me devolvió el pestañeo. Tenía unos ojos tristes y familiares: negros, con el iris plateado en lugar de blanco. Este emitió otro grito estridente y abrió las garras.

La rama del árbol cayó en mis brazos. Era como el astil de la flecha, más pesada y sólida de lo que su tamaño sugería.

El dragón escupe fuego inclinó la cabeza y de sus fosas nasales salieron unas volutas de humo. Me sentí tentada a levantar la mano y tocarlo para saber si su piel era cálida y suave como la de una serpiente, pero algo me decía que el

gesto no sería bien recibido. No quería asustarlo. Podía retroceder y atravesar el tejado con la cabeza. Y ya estaba suficientemente preocupada por el estado de la casa de Goody Alsop tras lo del árbol y el fuego.

—Gracias —susurré.

El dragón respondió con un leve y cantarín gemido de fuego. Luego me estudió con aquellos ancestrales y sabios ojos plateados y negros, mientras movía la cola adelante y atrás, pensativamente. Finalmente, estiró al máximo las alas antes de apretarlas alrededor del cuerpo y desaparecer.

Todo lo que quedó del dragón escupe fuego fue un hormigueo en las costillas que, en cierto modo, me decía que este estaba dentro de mí, esperando a que lo necesitara.

Con el peso de aquella bestia en mi interior, caí de rodillas y la rama golpeó el suelo. Las brujas corrieron hacia mí.

La primera en llegar a mi lado fue Goody Alsop, que extendió los brazos para abrazarme con fuerza.

—Lo has hecho bien, niña, lo has hecho bien —susurró.

Elizabeth ahuecó la mano y, con unas cuantas palabras, la transformó en un somero cucharón de plata lleno de agua.

Bebí de él y, cuando el recipiente se vació, volvió a ser

simplemente una mano.

—Este es un gran día, Goody Alsop —dijo Catherine, con el rostro coronado de sonrisas.

—Así es, y bastante duro para una bruja tan joven — añadió Goody Alsop—. No haces nada a medias, Bella Masen. Para empezar, no eres una bruja ordinaria, sino una tejedora. Y luego tejes un hechizo que invoca un serbal

simplemente para amansar a un dragón. Si lo hubiera presagiado, no me lo habría creído.

—He visto a la diosa —anuncié, mientras me ayudaban a levantarme— y a un dragón.

—Eso no era un dragón —dijo Elizabeth.

—Solo tenía dos patas —explicó Marjorie—. Eso la convierte no solo en una criatura de fuego, sino también de agua, capaz de moverse entre los elementos. El dragón es la unión de los polos opuestos.

—Lo que es cierto para el dragón de fuego, lo es también para el serbal —afirmó Goody Alsop, sonriendo con orgullo—. No todos los días un serbal extiende sus ramas hasta un mundo mientras sus raíces permanecen en

otro.

A pesar del alegre parloteo de las mujeres que me rodeaban, me sorprendí pensando en Edward, que esperaba  noticias en El Ansarino de Oro. Mi tercer ojo se abrió para buscar una hebra hecha de otras dos, una negra y una roja, hacerle atravesar la habitación, la cerradura y la oscuridad que había más allá. Le di un tirón y la cadena que estaba dentro de mí respondió con un amable repiqueteo.

—Si no estoy muy equivocada, el señor Masen acudirá en breve para recoger a su esposa —dijo Goody Alsop, secamente—. Será mejor que te levantemos o creerá que no es fiable dejarte con nosotras.

—Edward puede ser muy protector —dije, excusándome—. Más aún desde que…

—Nunca he conocido a un wearh que no lo fuera. Es su naturaleza —aseguró Goody Alsop, ayudándome a levantarme. El aire se había vuelto a llenar de partículas que me rozaban suavemente la piel cuando me movía.

—El señor Edward no tiene nada que temer en este caso —dijo Elizabeth—. Nos aseguraremos de que puedas encontrar el camino de vuelta de la oscuridad, exactamente como tu dragón escupe fuego.

—¿Qué oscuridad?

Las brujas se quedaron en silencio.

—¿Qué oscuridad? —repetí, dejando a un lado la fatiga.

Goody Alsop suspiró.

—Hay algunas brujas, muy pocas brujas, que se pueden mover entre este mundo y el que está por venir.

—Viajeras del tiempo —dije, asintiendo—. Sí, lo sé. Yo

soy una de ellas.

—No entre esta época y la que está por venir, Bella, sino entre este mundo y el que está por venir —dijo Marjorie, señalando la rama que estaba a mis pies—. Entre la vida… y la muerte. Tú puedes estar en ambos mundos.

Por eso te ha elegido el serbal, no el aliso o el abedul.

—Nos preguntábamos si este podría ser el caso. Has sido capaz de concebir al hijo de un wearh, después de todo —dijo Goody Alsop mientras me observaba con atención. La sangre había abandonado mi rostro—. ¿Qué

sucede, Bella?

—Los membrillos. Y las flores —recordé. Se me aflojaron de nuevo las piernas, pero seguí en pie—. El zapato de Mary Sidney. Y el roble de Madison.

—Y el wearh —añadió Goody Alsop dulcemente, entendiéndome sin necesidad de que le dijera nada—. Son muchas las señales que apuntan hacia la verdad.

Un golpeteo ahogado se oyó en el exterior.

—Él no debe saberlo —dije imperiosamente, mientras tomaba a Goody Alsop de la mano—. No ahora. Ha pasado muy poco tiempo desde lo del bebé y Edward no quiere verme mezclada en asuntos de vida y muerte.

—Es un poco tarde para eso —respondió la anciana, con tristeza.

—¡Bella!

Los puños de Edward aporrearon la puerta.

— El wearh va a partir la puerta en dos —comentó Marjorie—. El señor Masen no será capaz de romper el hechizo vinculante para entrar, pero la puerta hará un ruido tremendo cuando ceda. Piensa en tus vecinos, Goody

Alsop. Goody Alsop hizo un gesto con la mano. El aire se hizo más denso y luego se relajó.

Edward estuvo de pie ante mí en un suspiro. Sus ojos grises me examinaron.

—¿Qué ha pasado aquí?

—Si Bella quiere que lo sepáis, os lo contará —dijo Goody Alsop. Luego se volvió hacia mí—. Teniendo en cuenta los hechos acaecidos hoy, creo que deberías pasar algún tiempo con Catherine y Elizabeth mañana.

—Gracias, Goody —murmuré, agradecida porque no hubiera revelado mis secretos.

—Un momento —dijo Catherine, mientras se acercaba a la rama de serbal y quebraba una fina rama—. Coge esto.

Deberías llevar un trozo contigo a todas horas como talismán.

Catherine me puso el trozo de madera en la palma de la mano.

No solo Pierre, sino también Gallowglass y Hancock nos estaban esperando en la calle. Me metieron apresuradamente en un bote que esperaba al fondo de Garlic Hill. Cuando estuvimos de regreso de nuevo en Water Lane, Edward los echó a todos y nos quedamos solos en la bendita quietud de nuestra alcoba.

—No necesito saber qué ha sucedido —dijo Edward con aspereza, cerrando la puerta tras él—. Solo necesito saber que de verdad estás bien.

—De verdad estoy bien.

Le di la espalda para que pudiera aflojarme los cordones del corpiño.

—Tienes miedo de algo. Puedo olerlo.

Edward me dio la vuelta para verme la cara.

—Tengo miedo de lo que podría descubrir sobre mí misma.

Lo miré directamente a los ojos.

—Descubrirás tu verdad.

Parecía tan seguro, tan despreocupado. Pero no sabía nada del dragón escupe fuego ni del serbal, ni de lo que significaban para una tejedora. Edward tampoco sabía que mi vida pertenecía a la diosa, ni que era así en virtud del trato que había hecho para salvarlo.

—¿Y si me convierto en una persona que no te gusta?

—Eso no es posible —me aseguró, mientras me atraía hacia él.

—¿Aunque descubriéramos que llevo en la sangre los poderes de la vida y la muerte?

Edward se alejó.

—El hecho de que te salvara en Madison no fue una casualidad, Edward. También insuflé vida a los zapatos de Mary…, al igual que se la arrebaté al roble de Sarah y a aquellos membrillos.

—La vida y la muerte son grandes responsabilidades — replicó Edward. Sus ojos de color verde grisáceo estaban tristes—. Pero te amaré igualmente. Olvidas que yo también tengo poder sobre la vida y la muerte. ¿Cómo era

lo que me dijiste aquella noche que me fui de caza en Oxford? Dijiste que no había diferencia entre nosotros.

«De vez en cuando yo como perdiz. De vez en cuando tú te alimentas de ciervos».

»Tú y yo somos más parecidos de lo que cualquiera de los dos imaginábamos— añadió Edward—. Pero si tú puedes pensar bien de mí, sabiendo lo que sabes sobre lo que he hecho en el pasado, entonces debes permitirme pensar igual de ti.

De pronto sentí la necesidad de compartir mis secretos.

—Había un dragón escupe fuego y un árbol…

—Y lo único que importa es que estás sana y salva en casa —dijo, antes de hacerme callar con un beso.

Edward me estuvo abrazando tanto tiempo y con tal fuerza que, durante un maravilloso instante, casi le creí.

Al día siguiente fui a la casa de Goody Alsop para reunirme con Elizabeth Jackson y Catherine Streeter, como había prometido. Annie me acompañó, pero la enviaron a casa de Susanna a esperar hasta que finalizara la lección.

La rama de serbal estaba apoyada en una esquina. Por lo demás, la habitación tenía un aspecto totalmente anodino y en absoluto parecía un lugar donde las brujas dibujaran círculos sagrados o invocaran dragones escupe fuego. Aun así, esperaba que hubiera algún otro signo visible de que

estábamos a punto de hacer magia: un caldero, quizás, ovelas de colores que representaran a los elementos.

Goody Alsop señaló la mesa, donde habían colocado cuatro sillas.

—Ven, Bella, y siéntate. Hemos pensado que deberíamos empezar por el principio. Háblanos de tu familia. Es mucho lo que se descubre al indagar sobre el linaje de una bruja.

—Pero yo creía que me ibais a enseñar a tejer hechizos con fuego y agua.

—¿Qué es la sangre sino fuego y agua? —dijo Elizabeth.

Tres horas después de que me hubieran disuadido, estaba agotada de desenterrar recuerdos de la infancia: la sensación de que me vigilaban, la visita de James Knox a casa, la muerte de mis padres. Pero las tres brujas no se conformaron con eso. También reviví cada instante del instituto y de la universidad: los daimones que me seguían, los pocos hechizos que lograba hacer sin demasiados problemas, los extraños acontecimientos que habían comenzado justo después de conocer a Edward… Si todos ellos tenían algo en común, yo no conseguí vislumbrarlo, pero Goody Alsop me despidió asegurándome que pronto tendrían un plan.

Me arrastré hasta el castillo de Baynard. Mary me hizo sentarme en un sillón y rechazó mi ayuda, insistiendo en que debía descansar mientras ella intentaba descubrir cuál era el problema de nuestra hornada de prima materia. Se había puesto toda negra y pringosa, y tenía una fina capa de

mugre verdosa encima.

Mi mente empezó a divagar mientras Mary trabajaba. El día era soleado y un rayo de luz se filtró en el aire lleno de humo para posarse en el mural que representaba al dragón alquímico. Me eché hacia delante en la silla.

—No —dije—. No puede ser.

Pero lo era. El dragón no era un simple dragón, porque solo tenía dos patas. Era un dragón escupe fuego y tenía la punzante cola en la boca, como el uróboros del estandarte de los De Cullen. La cabeza del dragón estaba inclinada hacia el cielo y sostenía una media luna entre los dientes.

Una estrella de varias puntas se elevaba sobre él. «El emblema de Edward». ¿Cómo no me había dado cuenta antes?

—¿Qué sucede, Bella? —preguntó Mary, con el ceño fruncido.

—¿Harías algo por mí, Mary, aunque se trate de una petición extraña?

Empecé a desatarme los cordones de las muñecas en anticipación a su respuesta.

—Por supuesto. ¿Qué necesitas?

El dragón vertía serpenteantes goterones de sangre en el recipiente alquímico que tenía bajo las alas. Allí la sangre nadaba en un mar de mercurio y plata.

—Quiero que tomes mi sangre y la pongas en una solución de aqua fortis, plata y mercurio —dije. Los ojos de Mary fueron de mí al dragón escup fuego y regresaron —. Porque ¿qué es la sangre sino fuego y agua, una

conjunción de elementos opuestos, además de un enlace químico?

—Muy bien, Bella —accedió Mary, desconcertada.

Pero no hizo más preguntas.

Apreté el dedo con seguridad sobre la cicatriz que tenía en la cara interna del brazo. Esa vez no necesitaba ningún cuchillo. La piel se separó, como sabía que sucedería, y la sangre manó simplemente porque la necesitaba. Joan se acercó presurosa con un cuenquito para recoger el líquido rojo. Allá arriba, en la pared, los ojos plateados y negros del dragón siguieron las gotas mientras caían.

«Empieza con la ausencia y el deseo, empieza con sangre y miedo», susurré.

«Empieza con el descubrimiento de las brujas», respondió el tiempo en un eco primigenio que encendió las hebras azules y ambarinas que titilaban sobre las paredes de piedra de la habitación.

 

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