EL MANUSCRITO ASHMOLE

Autor: kdekrizia
Género: Sobrenatural
Fecha Creación: 14/05/2013
Fecha Actualización: 07/11/2014
Finalizado: NO
Votos: 50
Comentarios: 213
Visitas: 151939
Capítulos: 85

 

En el corazón de la Biblioteca Bodleiana de Oxford, la apasionada historiadora Isabella Swan Bishop se topa en medio de sus investigaciones con el manuscrito identificado como Ashmole 782.

Descendiente de un antiguo linaje de brujas, Isabella intuye que el manuscrito está relacionado de alguna manera con la magia, pero no quiere tener nada que ver con la brujería. Y después de tomar algunas notas sobre sus curiosos dibujos, lo devuelve sin perder más tiempo a las estanterías. Lo que Isabella no sabe es que se trata de un manuscrito alquímico que ha estado perdido durante siglos y cuyo descubrimiento ha desencadenado que hordas de daimones, vampiros y brujas salgan a la luz de las salas de lectura de la Biblioteca. Una de esas criaturas es Edward Masen Cullen, un enigmático genetista, amante del buen vino y vampiro milenario, cuya alianza con Isabella se hará progresivamente más íntima y poco a poco surgirá entre ambos una relación que hará tambalear los tabúes asentados desde hace tiempo en un mundo secreto y encantado. La teoría de la evolución de Darwin no contempló todos los seres que habitan la Tierra. Desde Oxford a Nueva York, y de aquí a Francia, la magia, la alquimia y la ciencia nos desvelan sus verdaderos vínculos en el libro definitivo sobre la brujería y sus poderes.

 

BASADO EN EL DESCUBRIMIENTO DE LAS BRUJAS DE DEBORAH HARKNESS

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Capítulo 75: CAPÍTULO 75

Capítulo 75

 

Quién haría una cosa así? —me pregunté veinte minutos después, temblando al lado de la chimenea de la habitación principal del primer piso, mientras sujetaba una jícara de tisana de hierbas—. Es horripilante.

Como la mayoría de los manuscritos, el Ashmole 782 estaba hecho de pergamino, una piel especialmente tratada que había sido sumergida en lima para quitarle el pelo, luego había sido rascada para llevarse las capas subcutáneas de carne y grasa, y más tarde había sido empapada otra vez antes de estirarla en un bastidor y rascarla un poco más.

La diferencia era que, en ese caso, las criaturas que habían usado para hacer el pergamino no eran ovejas, vacas o cabras, sino daimones, vampiros y brujas.

—Debía de ser como una especie de registro. Edward todavía estaba intentando asimilar lo que había visto.

—Pero tiene cientos de páginas —dije, incrédula. La idea de que alguien desollara a tantos daimones, vampiros y brujas e hiciera pergamino con sus pieles resultaba incomprensible. No tenía muy claro que pudiera volver a dormir durante toda la noche.

—Lo que significa que el libro contiene cientos de fragmentos de diferentes ADN. Edward se había pasado tantas veces los dedos por el pelo que empezaba a parecer un puercoespín.

—Los hilos que giraban entre nosotros y el Ashmole 782 parecían hélices dobles —dije.

Tendríamos que explicarle algo de genética moderna a Gallowglass, que, sin los cuatro siglos y medio de biología y química que había entre medias, hacía lo que podía para seguirnos.

—¿Entonces el ADN es como un árbol genealógico, pero sus ramas abarcan a más de una familia? —preguntó Gallowglass, pronunciando la palabra ADN lentamente, con una pausa entre cada letra.

—Sí —dijo Edward —. De eso se trata.

—¿Has visto el árbol de la primera página? —le pregunté a Edward—. El tronco estaba hecho de cuerpos y el árbol florecía, daba frutos y se despojaba de las hojas como el arbor Dianae que hicimos en el laboratorio de Mary.

—No, pero he visto a la criatura con el rabo en la boca —replicó Edward.

Intenté febrilmente recordar lo que había visto, pero mi memoria fotográfica me falló cuando más la necesitaba.

Había demasiada información nueva que absorber.

—En la imagen se veía a dos criaturas luchando… o abrazándose, no logré descifrarlo. No tuve oportunidad de contar el número de patas. La sangre que caía generaba cientos de nuevas criaturas. Aunque si una de ellas no fuera un dragón de cuatro patas, sino una serpiente…

—Y uno fuera un dragón de dos patas, entonces esos dragones alquímicos podrían representarnos a ti y a mí.

Edward pronunció un improperio, breve pero sentido.

Gallowglass escuchó pacientemente hasta que acabamos, para volver al tema original.

—Y ese ADN ¿vive en nuestra piel?

—No solo en la piel, sino en la sangre, en los huesos, en el pelo, en las uñas… Está por todo el cuerpo —explicó Edward.

—Ah. —Gallowglass se frotó la barbilla—. ¿Y qué pregunta tienes en mente, exactamente, cuando dices que ese libro podría tener todas las respuestas?

—Por qué somos diferentes a los humanos —dijo Edward, simple y llanamente—. Y por qué una bruja como Bella podría engendrar un hijo wearh.

Gallowglass nos dedicó una radiante sonrisa.

—Querrás decir a tu hijo, Edward. Me di perfecta cuenta de que la tiíta era capaz de eso allá en Londres.

Nunca olió a nadie más, solo a ella misma… y a ti. ¿Lo sabía Carlisle?

—Pocos lo sabían —dije de inmediato.

—Hancock sí. Y también Françoise y Pierre. Supongo que se lo habrán contado todo a Carlisle —dijo Gallowglass, mientras se ponía en pie—. Iré a buscar el libro de la tiíta, entonces. Si tiene que ver con los bebés De Cullen, debemos tenerlo.

—Rodolfo lo habrá guardado bajo llave o se lo habrá llevado a la cama con él —predijo Edward—. No va a ser fácil sacarlo del palacio, especialmente si han encontrado a Pistorius y este anda por ahí lanzando hechizos y haciendo el mal.

—Hablando del emperador Rodolfo, ¿podemos quitarle ese collar de los hombros a la tiíta? Odio esa maldita insignia.

—Con mucho gusto —dije, al tiempo que tiraba de la cadena y lanzaba el chabacano objeto sobre la mesa—.

Exactamente, ¿qué tiene que ver la Orden del Dragón Vencido con los De Cullen? Doy por hecho que no debe de ser amiga de la Orden de San Lázaro, teniendo en cuenta el hecho de que el pobre uróboros ha sido parcialmente desollado y se está estrangulando a sí mismo.

—Nos odian y desean vernos muertos —dijo Edward, inexpresivamente—. Los Draculestreprueban la mente abierta con que ve mi padre el islam y a los otomanos, y han hecho voto de acabar con todos nosotros. Así podrían cumplir sus aspiraciones políticas libremente.

—Y quieren el dinero de los De Cullen —observó Gallowglass.

—¿Los Draculesti? —pregunté. Mi voz se extinguió—.

Pero Drácula es un mito humano… Un mito destinado a inculcar el miedo hacia los vampiros.

De hecho, era el mito humano vampírico por excelencia.

—Eso le causaría sorpresa al patriarca del clan, Vlad el Dragón —comentó Gallowglass—, aunque se alegraría de saber que continúa aterrorizando a la gente.

—El Drácula de los humanos, el hijo del Dragón conocido como el Empalador, no era más que un miembro de la prole de Vlad —explicó Edward.

—El Empalador era un canalla inmundo. Por suerte, ya está muerto y lo único de lo que hemos de preocuparnos es de su padre, de sus hermanos y de sus aliados, los Báthory —declaró Gallowglass, bastante jubiloso.

—Según la versión de los humanos, Drácula vivió durante siglos… Puede que todavía siga vivo. ¿Estás seguro de que realmente está muerto? —pregunté.

—Vi cómo Emmett le cortaba la cabeza y la enterraba a cincuenta kilómetros del resto del cuerpo. Entonces estaba realmente muerto, y sigue estando realmente muerto ahora —me aseguró Gallowglass, con una mirada reprobatoria—.

Deberías ser más sensata y no creer esas historias de humanos, tiíta. Nunca ha habido ni una pizca de verdad en ellas.

—Creo que Benjamín tenía uno de esos emblemas con el dragón. Herr Maisel se lo entregó. Me di cuenta del parecido de los colores cuando el emperador lo mostró por vez primera.

—Me dijiste que Benjamín había dejado Hungría —le dijo Edward en tono acusador a su sobrino.

—Y lo hizo. Lo juro. Emmett le ordenó que se marchase o que se enfrentara al mismo destino del Empalador.

Deberías haber visto la cara de Emmett. Ni el mismísimo demonio habría sido capaz de desobedecer a tu hermano.

—Quiero que estemos todos lo más lejos posible de Praga cuando salga el sol —dijo Edward, con expresión seria—. Algo va muy mal. Puedo olerlo.

—Puede que no sea tan buena idea. ¿No sabes qué noche es? —preguntó Gallowglass. Edward negó con la cabeza —. La noche de Walpurgis. Encenderán hogueras por toda la ciudad y quemarán efigies de brujas…, a menos que puedan encontrar una de verdad, por supuesto.

—Dios santo. —Edward se pasó los dedos por el pelo, dándole de paso un buen meneo—. Al menos las hogueras proporcionarán alguna distracción. Tenemos que descubrir cómo burlar a los guardias de Rodolfo, entrar en sus aposentos privados y encontrar el libro. Luego, con fogatas o sin ellas, saldremos de la ciudad.

—Somos wearhs, Edward. Si alguien puede robarlo, somos nosotros —declaró Gallowglass, con confianza.

—No va a ser tan fácil como crees. Puede que logremos entrar, pero ¿saldremos?

—Yo puedo ayudar, señor Masen.

La voz de Jack sonaba como una flauta, comparada con la sonora voz de bajo de Gallowglass y la de barítono de Edward. Este último dio media vuelta para mirar al niño con el ceño fruncido.

—No, Jack —dijo con firmeza—. No puedes robar nada,

¿lo recuerdas? Además, solo has estado en los establos del palacio. No tendrías ni idea de dónde buscar.

—Bueno… Eso no es del todo cierto —confesó Gallowglass, incómodo—. Yo lo llevé a la catedral. Y al salón principal, a ver los dibujos que en su día dibujaste en las paredes de la Escalera de los Caballeros. Y ha estado en las cocinas. Ah —añadió Gallowglass, tras una pausa—, y también ha ido a ver la colección de fieras, por supuesto.

Habría sido cruel no haberle dejado ver a los animales.

—También ha ido al castillo conmigo —dijo Pierre desde el umbral—. No quería que se aventurase a ir él solo un día y que se perdiera.

—¿Y adónde lo has llevado tú , Pierre? —preguntó Edward, en tono glacial—. ¿A la sala del trono, para que pudiera saltar arriba y abajo sobre el asiento real?

—No, milord. Lo he llevado a la herrería y a conocer al señor Hoefnagel. —Pierre se irguió cuan largo era, lo cual no era mucho, y bajó la vista hacia su patrón—. Creí que debería enseñarle sus dibujos a alguien realmente experto en esas lides. El señor Hoefnagel se quedó de lo más impresionado y dibujó un retrato con pluma y tinta de él al momento, como recompensa.

—Pierre también me ha llevado a la cámara de los guardias —dijo Jack en voz baja—. Fue allí donde cogí esto —reconoció, levantando una anilla llena de llaves—. Solo quería ver el unicornio, porque no podía imaginar cómo podría trepar hasta las estrellas y pensé que debía de tener alas. Luego el señor Gallowglass me mostró la Escalera de los Caballeros… Me gusta mucho vuestro dibujo del ciervo corriendo, señor Masen. Los guardias estaban hablando.

No pude entender todo, pero oí la palabra einhorn y pensé que, tal vez, sabían dónde estaba y… Edward cogió a Jack por los hombros y se agachó hasta que sus ojos se encontraron.

—¿Sabes lo que habrían hecho de haberte cogido?

Mi marido parecía tan aterrado como el niño. Jack asintió.

—¿Y merece la pena que te golpeen por ver un unicornio?

—Ya me han golpeado antes. Pero nunca he visto una bestia mágica. Salvo el león de la colección de fieras del emperador. Y el dragón de la señora Masen.

Jack se tapó la boca con la mano de una palmada, horrorizado.

—¿Así que también has visto eso? Praga ha sido una experiencia reveladora para todos los implicados, entonces —dijo Edward, levantándose y extendiendo la mano—.

Dame las llaves —le pidió a Jack. Este lo hizo, aunque a regañadientes. Edward se inclinó ante el niño—. Estoy en deuda contigo, Jack.

—Pero he sido malo —susurró el muchacho frotándose el trasero, como si ya hubiera sentido el castigo que Edward estaba dispuesto a repartir.

—Yo soy malo todo el tiempo —confesó Edward—.

Pero a veces de ello sale algo bueno.

—Sí, pero a vos nadie os pega —dijo Jack, que todavía intentaba entender ese extraño mundo donde los hombres adultos estaban en deuda con los niños pequeños y su héroe no era perfecto, después de todo.

—Una vez, el padre de Edward le pegó con una espada. Yo lo vi. Luego le dio un puñetazo y se puso de pie encima de él.

Las alas del dragón revolotearon suavemente dentro de mi caja torácica, dándome la razón en silencio.

—Debe de ser tan grande como Sixtus, el oso del emperador —dijo Jack, sorprendido por el hecho de que alguien lograra vencer a Edward.

—Lo es —dijo este, antes de rugir como el oso en cuestión—. Vuelve a la cama ahora mismo.

—Pero soy hábil… y rápido —protestó Jack—. Puedo coger el libro de la señora Masen sin que nadie me vea.

—Yo también, Jack —prometió Edward.

Edward y Gallowglass volvieron del palacio llenos de sangre, de suciedad y de hollín. Y con el Ashmole 782.

—¡Lo tenéis! —grité. Annie y yo estábamos esperando en el primer piso. Teníamos unas pequeñas bolsas llenas con las cosas básicas de viaje.

Edward abrió la cubierta.

—Las tres primeras páginas han desaparecido.

El libro, que solo unas horas antes se encontraba entero, ahora estaba roto y el texto corría por la página. Había pensado pasar los dedos sobre las letras y los símbolos una vez estuviera en nuestras manos para determinar su significado. Ahora eso era imposible. En cuanto las yemas de mis dedos tocaban el pergamino, las palabras sedispersaban en todas direcciones.

—Encontramos a Aelley con el libro. Estaba inclinado sobre él y canturreaba como un loco —aseguró Edward, antes de hacer una pausa—. El libro le estaba respondiendo.

—Lo que dice es verdad, tiíta. Yo mismo oí las palabras, aunque no pude descifrarlas.

—Así que el libro está vivo de verdad —murmuré.

—Y también muerto de verdad —dijo Gallowglass, mientras tocaba la tapa—. Es un objeto diabólico, además de poderoso.

—Cuando Aelley nos vio, gritó con todas sus fuerzas y comenzó a romper páginas del libro. Antes de que pudiera detenerlo, los guardias estaban allí. Tuve que elegir entre el libro y Aelley —dijo Edward, vacilando—. ¿He hecho lo correcto?

—Eso creo —dije—. Cuando encontré el libro en Inglaterra, estaba roto. Y será más fácil hallar las páginas fugitivas en el futuro que ahora.

Los motores de búsqueda modernos y los catálogos de las bibliotecas serían de enorme ayuda, dado que sabía lo que estaba buscando.

—Eso suponiendo que las páginas no hayan sido destruidas —dijo Edward—. Si ese es el caso…

—Entonces nunca llegaremos a conocer todos los secretos del libro. Aun así, tu moderno laboratorio podría revelar más cosas sobre lo que queda de lo que imaginábamos cuando iniciamos la búsqueda.

—¿Entonces estás lista para volver? —preguntó Edward, con una chispa de algo en un ojo que reprimió con rapidez. ¿Era emoción? ¿Terror?

Asentí.

—Ha llegado la hora.

Huimos de Praga bajo el fuego de las hogueras. Las criaturas de nuestra especie permanecían escondidas la noche de Walpurgis, porque no querían que la multitud las viera, no fuera a ser que se encontraran volando hacia la pira.

Hacía poco que las gélidas aguas del mar del Norte habían vuelto a ser navegables y el deshielo primaveral había quebrado el hielo en los muelles. Los barcos salían de los puertos en dirección a Inglaterra y pudimos coger uno sin demora. Aun así, el tiempo era tormentoso cuando zarpamos de la costa europea.

En nuestro camarote bajo cubierta, encontré a Edward estudiando el libro. Había descubierto que estaba cosido con largos mechones de pelo.

Dieu —murmuró—, ¿cuánta información genética más podrá contener este libro?

Antes de que pudiera impedírselo, se llevó la punta del dedo meñique a la lengua y luego a las gotas de sangre que llovían del pelo del bebé en la primera página existente.

—¡Edward! —grité, horrorizada.

—Justo lo que pensaba. Las tintas contienen sangre. Y, si ese es el caso, me atrevería a decir que el pan de oro y plata que se encuentra sobre las ilustraciones ha sido aplicado con una base de pegamento hecha de huesos. De huesos de criatura.

El barco se escoró hacia sotavento y mi estómago con él. Cuando empecé a encontrarme mal, Edward me estrechó entre sus brazos. El libro yacía entre los dos, ligeramente abierto, mientras las líneas de texto trataban de encontrar su lugar en el orden de las cosas.

—¿Qué hemos hecho? —susurré.

—Hemos encontrado el Árbol de la Vida y el Libro de la Vida, todo en uno.

Edward apoyó la mejilla en mi pelo.

—Cuando James Knox me dijo que el libro contenía todos los hechizos originales de los brujos, le dije que estaba loco. No podía imaginarme a nadie tan tonto como para poner tanto conocimiento en un solo lugar —comenté, mientras tocaba el libro—. Pero este libro contiene tantas cosas más… Y eso que todavía no sabemos lo que dicen las palabras. Si cayera en las manos equivocadas en nuestra época…

—Podrían usarlo para destruirnos a todos —dijo Edward, completando la frase.

Estiré la cabeza para mirarlo.

—¿Qué vamos a hacer con él, entonces? ¿Llevarlo con nosotros al futuro o dejarlo aquí?

—No lo sé, mon coeur.

Edward me estrechó con más fuerza, ahogando el sonido de la tormenta que arremetía contra el casco.

—Pero este libro bien podría tener la llave de todas tus preguntas.

Me sorprendía que Edward fuera capaz de separarse de él ahora que sabía lo que contenía.

—No de todas —dijo—. Hay una que solo tú puedes responder.

—¿Cuál es? —pregunté, frunciendo el ceño.

—¿Estás mareada o estás encinta?

Los ojos de Edward eran tan pesados y tormentosos como el cielo, y en ellos centelleaban brillantes relámpagos.

—Tú deberías saberlo mejor que yo.

Habíamos hecho el amor hacía solo unos cuantos días y justo después me di cuenta de que se me había retrasado el período.

—No he visto al niño en tu sangre ni he oído su corazón, aún no. Lo que he notado es un cambio en tu olor. Me recuerda a la última vez. No puedes estar embarazada de más de unas semanas.

—Creí que el hecho de que estuviera embarazada haría que sintieras más deseos que nunca de no separarte del libro.

—Tal vez mis preguntas no necesitan respuestas con tanta urgencia como creía —repuso Edward y, para demostrarlo, dejó el libro en el suelo, fuera de la vista—.

Creí que me diría quién soy y por qué estoy aquí. Pero quizá ya lo sepa.

Esperé a que se explicara.

—Después de tanto buscar, he descubierto que soy quien siempre he sido: Edward de Cullen. Esposo. Padre.

Vampiro. Y que estoy aquí por una única razón: para lograr un cambio.

 

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