EL MANUSCRITO ASHMOLE

Autor: kdekrizia
Género: Sobrenatural
Fecha Creación: 14/05/2013
Fecha Actualización: 07/11/2014
Finalizado: NO
Votos: 50
Comentarios: 213
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Capítulos: 85

 

En el corazón de la Biblioteca Bodleiana de Oxford, la apasionada historiadora Isabella Swan Bishop se topa en medio de sus investigaciones con el manuscrito identificado como Ashmole 782.

Descendiente de un antiguo linaje de brujas, Isabella intuye que el manuscrito está relacionado de alguna manera con la magia, pero no quiere tener nada que ver con la brujería. Y después de tomar algunas notas sobre sus curiosos dibujos, lo devuelve sin perder más tiempo a las estanterías. Lo que Isabella no sabe es que se trata de un manuscrito alquímico que ha estado perdido durante siglos y cuyo descubrimiento ha desencadenado que hordas de daimones, vampiros y brujas salgan a la luz de las salas de lectura de la Biblioteca. Una de esas criaturas es Edward Masen Cullen, un enigmático genetista, amante del buen vino y vampiro milenario, cuya alianza con Isabella se hará progresivamente más íntima y poco a poco surgirá entre ambos una relación que hará tambalear los tabúes asentados desde hace tiempo en un mundo secreto y encantado. La teoría de la evolución de Darwin no contempló todos los seres que habitan la Tierra. Desde Oxford a Nueva York, y de aquí a Francia, la magia, la alquimia y la ciencia nos desvelan sus verdaderos vínculos en el libro definitivo sobre la brujería y sus poderes.

 

BASADO EN EL DESCUBRIMIENTO DE LAS BRUJAS DE DEBORAH HARKNESS

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Capítulo 7: CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 7

 

A las dos y cuarto fui arrancada del sueño por una terrible sensación de estar ahogándome. Moviéndome para salir de debajo de las mantas, transformadas en pesadas y húmedas algas marinas por el poder del sueño, subía hacia las aguas más ligeras por encima de mí. Cuando comencé a moverme, algo me agarró por el tobillo y me arrastró hacia las profundidades.

Como siempre sucede con las pesadillas, me desperté con un sobresalto antes de descubrir quién me retenía desde abajo.

Durante varios minutos permanecí allí, desorientada, con mi cuerpo empapado en sudor y mi corazón marcando un ritmo staccato que resonaba en el tórax, en medio de las costillas. Cautelosamente, me incorporé. Una cara blanca me miraba desde la ventana con ojos oscuros, huecos.

Demasiado tarde, me di cuenta de que era sólo mi reflejo en el cristal. Apenas pude llegar al baño antes de vomitar. Luego pasé los siguientes treinta minutos acurrucada hecha un ovillo sobre el frío suelo de baldosas culpando a Edward Cullen y a las demás criaturas reunidas para molestarme. Finalmente me arrastré hacia la cama y dormí durante unas horas. Al amanecer, con gran esfuerzo, me puse la ropa para remar.

Cuando llegué a la portería, el guardia me dirigió una mirada de asombro.

—No pensará salir a esta hora con la niebla, ¿verdad, doctora Bishop? Tiene aspecto de estar exhausta, si me permite el comentario. ¿No sería mejor que se quedara en la cama un poco más? El río estará ahí mañana.

Después de considerar el consejo de Fred, sacudí la cabeza.

—No, me sentiré mejor si salgo. —En su rostro apareció una expresión de duda —. Además los estudiantes vuelven este fin de semana.

El pavimento estaba resbaladizo por la humedad, de modo que corrí más despacio que de costumbre para compensar el clima y también mi fatiga. Mi camino habitual me llevó a pasar junto al Oriel College y hacia los altos y negros portones de hierro entre Merton y Corpus Christi. Estaban cerrados con llave desde el anochecer hasta el amanecer para evitar que la gente se acercara a los campos junto al río, pero lo primero que uno aprendía cuando remaba en Oxford era a pasar por encima de ellos. Trepé con facilidad.

El conocido ritual de poner el bote en el agua produjo el efecto esperado. Cuando me alejé del embarcadero para perderme en la niebla, ya me sentía casi normal.

Remar en medio de la bruma hace que uno sienta todavía más la sensación de estar volando. La niebla amortigua los sonidos normales de las aves y los coches y amplifica el suave ruido de los remos en el agua y el zumbido de los asientos del bote. Sin la costa ni marcas conocidas para orientarse, sólo se puede navegar siguiendo el instinto.

Al cabo de un rato, estaba remando con una cadencia tranquila, con los oídos y los ojos atentos al más leve cambio en el ruido de mis remos, que podía indicar que me estaba acercando demasiado a la orilla, o a alguna sombra que pudiera señalarme la cercanía de otro bote. La niebla era tan densa que consideré la posibilidad de regresar, pero la perspectiva de un trecho largo y recto en el río era demasiado tentadora.

 

A escasa distancia de la taberna, con cuidado, di la vuelta en el bote. Dos remeros bajaban por el río, discutiendoacaloradamente acerca de las diversas estrategias ganadoras mientras avanzaban con el peculiar estilo de carreras de botes en

Oxford y Cambridge, en las que se corre en fila tratando de tocar al de delante sin ser tocado por el que viene atrás.

— ¿Queréis ir delante de mí? —grité.

— ¡Sí! —fue la rápida respuesta. Y pasaron a gran velocidad, sin alterar su ritmo.

El sonido de sus remos perdió intensidad. Decidí volver al cobertizo y dar por terminada la sesión de remo. Fue un ejercicio breve, pero la tensión producida por mi tercera noche consecutiva de mal sueño había disminuido.

Cuando hube devuelto el bote con su equipamiento, cerré con llave el cobertizo y caminé lentamente por el sendero que conducía a la ciudad. Estaba todo tan silencioso en la neblina a primera hora de la mañana que el tiempo y el espacio se desvanecieron. Cerré los ojos, imaginando que no estaba en ningún sitio concreto..., ni en Oxford ni en ningún lugar que tuviera nombre.

Cuando los abrí, una oscura silueta se alzaba delante de mí. Sofoqué un grito, asustada. La silueta se lanzó sobre mí, y alcé mis manos instintivamente para protegerme del peligro.

—Bella, lo siento mucho. Creía que me habías visto. —Era Edward Cullen y tenía la cara contraída en un gesto de preocupación.

—Estaba caminando con los ojos cerrados. —Me llevé la mano al cuello de mi jersey de lana, y él retrocedió un poco. Me apoyé contra un árbol hasta recuperar el aliento.

— ¿Puedes decirme una cosa? —preguntó Cullen una vez que mi corazón se tranquilizó.

—No, si piensas preguntarme por qué estoy en el río en medio de la niebla cuando hay vampiros, daimones y brujas persiguiéndome. —No tenía ninguna gana de escuchar un sermón. Y menos esa mañana.

—No —su voz tenía una cierta acidez—, aunque ésa es una excelente pregunta. Iba a preguntar por qué caminas con los ojos cerrados.

Me eché a reír.

— ¿Por qué? ¿Tú no lo haces?

Edward sacudió la cabeza.

—Los vampiros tenemos solamente cinco sentidos. Nos da mejor resultado usarlos todos —explicó sardónicamente.

—No hay nada mágico en eso, Edward. Es un juego que practico desde que era niña. Volvía loca a mi tía. Siempre llegaba a casa con las piernas llenas de cardenales y arañazos porque me chocaba con arbustos y árboles.

El vampiro se quedó pensativo. Metió las manos en los bolsillos de su pantalón gris pizarra, con la mirada perdida en la niebla. Ese día se había puesto un jersey azul grisáceo que hacía que su pelo pareciera más oscuro, pero no llevaba ninguna otra prenda de abrigo. Resultaba sorprendente, si se tenía en cuenta el mal tiempo que hacía. Repentinamente me sentí descuidada y deseé que mi malla de remo no tuviera un agujero detrás del muslo izquierdo, a causa de un enganche con el aparejo del bote.

— ¿Qué tal el remo esta mañana? —preguntó por fin Cullen, como si no lo supiera.

Seguramente no había salido para dar un paseo matutino.

—Bien —respondí secamente.

—No hay mucha gente por aquí tan temprano.

—No, pero me gusta cuando el río no está lleno de gente.

— ¿Remar con este tiempo no es peligroso, cuando hay tan poca gente? —Su tono era suave, y si él no hubiera sido un vampiro que observaba cada uno de mis movimientos, podría haber considerado su pregunta como un torpe intento de iniciar una conversación.

— ¿Peligroso por qué?

—Si algo llegara a ocurrir, seguramente nadie lo vería.

Yo nunca había sentido miedo en el río, pero debía admitir que no le faltaba razón. Sin embargo, me encogí de hombros.

—Los estudiantes estarán de regreso el lunes. Estoy disfrutando de la paz mientras dura.

— ¿El periodo escolar empieza realmente la próxima semana? — Cullen parecía de verdad sorprendido.

—Formas parte del profesorado, ¿no? —Me eché a reír.

Técnicamente sí, pero en realidad no veo a los estudiantes. Estoy aquí más como investigador.

—Su boca se puso tensa. No le gustaba que se rieran de él.

—Debe de ser agradable. —Pensé en mi clase inaugural en un aula con capacidad para trescientas personas sentadas y en todos aquellos ansiosos estudiantes de primer curso.

—Es tranquilo. Mi equipo del laboratorio no hace preguntas por la cantidad de horas de trabajo. Además, tengo a la doctora Brandon y a otro ayudante, el doctor Whitmore, así que no estoy completamente solo.

Se notaba la humedad en el aire y hacía frío. Y había algo raro en eso de estar intercambiando cortesías con un vampiro en medio de la espesa y oscura niebla.

—Debo marcharme ya.

— ¿Quieres que te lleve?

Cuatro días atrás no habría aceptado que un vampiro me llevara a casa, pero esa mañana me parecía una idea excelente. Por otro lado, me brindaba una oportunidad para preguntarle por qué un bioquímico estaba interesado en un manuscrito de alquimia del siglo XVII.

—Por supuesto —acepté.

La expresión tímida y complacida de Cullen resultó completamente tranquilizadora.

—Mi coche está aparcado cerca — informó, haciendo un gesto en dirección al Christ Church College. Caminamos en silencio durante varios minutos, envueltos en la niebla gris y la extrañeza de que una bruja y un vampiro estuviesen solos.

Caminó deliberadamente más lento para ajustarse a mi paso. Parecía más relajado al aire libre de lo que había estado en la biblioteca.

— ¿Éste es tu college? —quise saber.

—No, nunca he sido miembro de éste. —La forma en que lo dijo me hizo preguntarme de cuántos colleges de la universidad había sido miembro. Luego empecé a considerar qué edad tendría. A veces parecía tan viejo como la propia Oxford.

—Bella... —Cullen se había detenido.

— ¿Sí? — Yo había empezado a dirigirme hacia la zona de aparcamiento del college.

—Es por aquí —dijo, señalando en dirección contraria.

Edward me condujo hasta un pequeño lugar amurallado. Un Jaguar negro, bajo, estaba aparcado debajo de un cartel amarillo brillante que indicaba: Está terminantemente prohibido aparcar aquí. El vehículo tenía un permiso del hospital John Radcliffe colgado del espejo retrovisor.

—Ya veo —dije, poniéndome las manos sobre las caderas—, aparcas prácticamente donde te da la gana.

—Normalmente soy un buen ciudadano cuando se trata del aparcamiento, pero el tiempo de esta mañana me hizo pensar que podía hacer una excepción —dijo Edward a la defensiva. Estiró su largo brazo junto a mí para abrir la puerta. El Jaguar era un modelo antiguo, desprovisto de cierre centralizado o un salpicadero de tecnología moderna, pero parecía recién salido de un salón del automóvil. Abrió la puerta y subí. El tapizado de cuero color caramelo se adaptó de inmediato a mi cuerpo.

Nunca había subido a un coche tan lujoso. Las peores sospechas de Sarah sobre los vampiros se confirmarían si supiera que conducían Jaguars mientras ella seguía con un destartalado Honda Civic morado que se había oxidado para adquirir una tonalidad color violeta parduzco como de berenjena asada.

Cullen condujo por el sendero hacia los portones de Christ Church, donde esperó hasta conseguir sitio en medio del tráfico mañanero, dominado por camiones de reparto, autobuses y bicicletas.

encia aferrado al pulido volante —. Debes de estar hambrienta después de tanto ejercicio.

Ésa era la segunda vez que Cullen me invitaba a (no) compartir una comida con él. ¿Era aquello una costumbre de los vampiros? ¿Les gustaba observar a los demás mientras comían?

La combinación de vampiros y comidas hizo que mi mente se volviera hacia los hábitos alimenticios del vampiro. Todo el mundo sabía que se alimentaban de sangre humana. Pero ¿eso era lo único que comían? Ya no estaba tan segura de que ir en coche con un vampiro fuera una buena idea. Me subí el cierre del cuello del jersey de lana y me acerqué un poco más a la puerta.

— ¿Entonces? —insistió.

—Podría comer algo —admití vacilante —, y mataría por un poco de té.

Asintió con la cabeza y volvió sus ojos hacia el tráfico.

—Conozco el sitio adecuado.

Cullen condujo colina arriba y giró a la derecha por High Street. Pasamos junto a la estatua de la mujer de Jorge II de pie bajo la cúpula del Queen's College, para luego dirigirnos hacia el Jardín Botánico de Oxford. Desde el encierro silencioso del coche, Oxford parecía todavía más misteriosa que de costumbre, con sus capiteles y torres destacándose repentinamente en medio del silencio y la niebla.

Íbamos sin hablar, y el silencio de él me hizo darme cuenta de lo mucho que me movía yo, constantemente parpadeando, respirando y moviéndome en mi sitio. Cullen permanecía quieto.

Nunca parpadeaba y rara vez respiraba, y cada movimiento que hacía para girar el volante o para apretar los pedales era lo más pequeño y eficaz posible, como si su larga vida le exigiera ahorrar energía. Me pregunté otra vez cuántos años tendría Edward Cullen.

El vampiro aceleró por una calle lateral, para detenerse delante de un pequeño café lleno de clientes que devoraban platos de comida. Algunos estaban leyendo el periódico; otros charlaban con sus vecinos en mesas contiguas. Todos estaban bebiendo enormes tazas de té, advertí con placer.

—No conocía este sitio —confesé.

—Es un secreto bien guardado —dijo con un tono de niño travieso —. No quieren que los profesores universitarios arruinen el ambiente.

Me volví automáticamente para abrir mi puerta del coche, pero antes de que consiguiera tocar el seguro, Cullen ya estaba allí, abriéndola para que yo bajara.

— ¿Cómo has llegado tan rápido? —gruñí.

—Magia —respondió, frunciendo los labios. Aparentemente a Cullen no le gustaba que las mujeres abrieran ellas mismas las puertas del coche, al igual que tampoco le gustaban las mujeres que discutían con él, según se decía.

—Puedo abrir mi propia puerta perfectamente —repliqué, bajando del coche.

— ¿Por qué las mujeres de hoy en día pensáis que es importante que podáis abrir las puertas vosotras mismas? —dijo secamente—. ¿Os parece que es una manifestación de vuestro poderío físico?

—No, pero es una demostración de nuestra independencia. —Allí estaba yo, de pie, con los brazos cruzados, desafiándolo a contradecirme y recordando lo que Chris me había contado sobre el comportamiento de Cullen con una mujer que había hecho demasiadas preguntas en una conferencia.

Sin decir una palabra, cerró la portezuela del coche detrás de mí y abrió la puerta del café.

Me quedé inmóvil en mi sitio, esperando a que él entrara. Una ráfaga de aire cálido y húmedo trajo el olor de grasa de beicon y pan tostado. La boca comenzó a hacérseme agua.

—Eres increíblemente anticuado —afirmé con un suspiro, a la vez que decidía no presentar batalla. Podía abrir puertas para mí esa mañana, siempre y cuando estuviera dispuesto a invitarme a un desayuno caliente.

 

—Después de ti —murmuró.

Una vez dentro, nos abrimos paso por entre las mesas abarrotadas. La piel de Cullen, que había parecido casi normal en la niebla, resultaba llamativamente pálida bajo la cruda iluminación del techo del café. Un par de humanos nos miraron cuando pasamos. El vampiro se puso tenso.

No había sido una buena idea ir allí, pensé con inquietud mientras cada vez más ojos humanos nos examinaban.

— ¿Qué tal, Edward? —Una alegre voz de mujer saludó desde el mostrador—. ¿Dos para desayunar?

La cara de él se iluminó.

—Dos, Mary. ¿Cómo está Dan?

Bien, lo suficiente como para quejarse de que está harto de permanecer en cama. Yo diría que está mejorando.

¡Cuánto me alegro! —Dijo Cullen—, ¿Podrías conseguir una taza de té para esta señorita tan pronto como sea posible?

Amenaza con matar por un poco de té.

—No va a ser necesario, querida —me tranquilizó Mary con una sonrisa —. Aquí servimos el té sin derramamiento de sangre.

— Sacó su generoso cuerpo de detrás del mostrador de formica y nos llevó a una mesa situada en un rincón alejado, junto a la puerta de la cocina. Dio un sonoro golpe sobre la mesa con dos cartas recubiertas de plástico —. Aquí estaréis más tranquilos, Edward. Enviaré a Steph con el té. Quedaos todo el tiempo que queráis.

Cullen insistió en que me sentara de espaldas a la pared. Él se sentó frente a mí e hizo un tubo con la carta plastificada, dejando que se desenrollara suavemente entre sus dedos, visiblemente tenso. En presencia de otras personas, el vampiro se notaba inquieto e irritable, como le pasaba en la biblioteca. Se sentía mucho más cómodo cuando estábamos los dos solos.

Reconocí el significado de ese comportamiento gracias a mis nuevos conocimientos sobre el lobo noruego. Me estaba protegiendo.

— ¿Quién crees que puede ser una amenaza para mí, Edward? Ya te dije que podía cuidarme a mí misma. —Mi voz salió un poco más áspera de lo que hubiera querido.

—Sí, estoy seguro de que puedes hacerlo —replicó, dudoso.

—Mira —dije, tratando de mantener mi tono normal —, te las has arreglado para..., para mantenerlos alejados de mí, así he podido hacer mi trabajo. —Las mesas estaban demasiado cerca unas de otras como para que yo incluyera más detalles —. Te estoy agradecida por eso. Pero este café está lleno de humanos. El único peligro ahora sería que llames demasiado la atención. Oficialmente, no estás de servicio.

Cullen inclinó la cabeza en dirección a la caja registradora.

—Ese hombre de allí le ha dicho a su amigo que estás buenísima. —Trató de no darle importancia, pero su rostro se ensombreció. Acallé una risa.

—No creo que vaya a morderme —dije. La piel del vampiro se puso de un color grisáceo —. Por lo que sé del argot británico moderno, «buenísima» es un cumplido, no una amenaza.

Cullen continuó lanzado miradas irritadas.

—Si no te gusta lo que oyes, deja de escuchar las conversaciones ajenas —señalé, molesta por su actitud de macho protector.

—Eso es más fácil decirlo que hacerlo —sentenció, cogiendo un bote de Marmite.

Una versión más joven y ligeramente más delgada de Mary se acercó con una enorme tetera marrón de cerámica de gres y dos tazas.

—La leche y el azúcar están en la mesa, Edward —dijo, mirándome con curiosidad.

Edward hizo las presentaciones necesarias.

—Steph, ésta es Bella. Es de Estados Unidos y está de visita.

— ¿De verdad? ¿Vive usted en California? Me encantaría ir a California.

—No, vivo en Connecticut —aclaré, casi disculpándome.

 

—Ese es uno de los estados pequeños, ¿no? —Steph estaba evidentemente decepcionada.

—Sí. Y nieva.

—A mí me gustan las palmeras y el sol. —Cuando mencioné la nieve, perdió totalmente su interés por mí—. ¿Qué vais a tomar?

—Estoy realmente hambrienta —me justifiqué, y pedí dos huevos revueltos, cuatro tostadas y unas lonchas de beicon.

Steph, que obviamente había escuchado pedidos mucho peores, escribió lo que yo quería sin hacer comentarios y retiró las cartas.

—Para ti sólo té, ¿verdad, Edward?

Él asintió con la cabeza.

Tan pronto como Steph estuvo lo suficientemente lejos para no oírnos, me incliné sobre la mesa.

— ¿Saben quién eres?

Cullen inclinó su cara hacia delante, a treinta centímetros de la mía. Esa mañana tenía un olor más dulce, como un clavel recién cortado. Aspiré profundamente.

—Saben que soy un poco diferente. Mary tal vez sospeche que soy algo más que un poco diferente, pero está convencida de que le salve la vida a Dan, así que decidió que no importaba.

— ¿Cómo salvaste a su marido? —Se suponía que los vampiros se apoderan de vidas humanas, no que las salvan.

—Me lo encontré cuando estaba de guardia en el Radcliffe un día que había escasez de médicos. Mary había visto un programa en el que se describían los síntomas de la apoplejía, y los reconoció cuando su marido empezó a sufrirlos. Si no hubiera sido por ella, él estaría muerto o gravemente discapacitado.

—Pero ella cree que tú salvaste a Dan, ¿no? —El fuerte perfume del vampiro me estaba mareando. Levanté la tapa de la tetera para reemplazar el olor a claveles por el del tanino del té negro.

—Mary lo salvó la primera vez, pero cuando estaba ingresado en el hospital tuvo una reacción terrible a los medicamentos.

Como ya te he dicho, es muy observadora. Cuando le contó sus preocupaciones a uno de los médicos, él las ignoró... Yo la oí por casualidad... e intervine.

— ¿Atiendes a pacientes con frecuencia? —Serví a cada uno una taza de té humeante tan fuerte que parecía espeso. Me temblaron ligeramente las manos por el simple hecho de pensar en un vampiro merodeando por las salas del John Radcliffe entre enfermos y heridos.

—No —respondió, jugueteando con la azucarera—, sólo cuando tienen alguna emergencia.

Empujé una de las tazas hacia él y clavé mis ojos en el azucarero. Me lo alcanzó. Me gusta el té negro como el alquitrán con media cucharadita de azúcar y media taza de leche. Una pizca de azúcar sólo para suavizar el amargor, y suficiente leche para hacer que se parezca menos a una sopa. Una vez hecho esto, revolví la infusión en el sentido de las agujas del reloj. Cuando me pareció que no me iba a quemar la lengua, tomé un sorbo. Perfecto.

El vampiro sonrió.

— ¿Qué? —pregunté.

—Nunca he visto a nadie que para tomar el té se concentre con tanta atención en los detalles.

—Seguramente no pasas mucho tiempo con buenos bebedores de té. Todo consiste en poder calcular la concentración antes de ponerle el azúcar y la leche. —Su humeante taza seguía delante de él sin que la hubiera probado —. A ti te gusta tomarlo sin nada, por lo que veo.

—El té no es precisamente mi bebida preferida —explicó, bajando ligeramente la voz.

— ¿Cuál es tu bebida preferida? —En el mismo instante en que la pregunta salió de mi boca, deseé no haberla pronunciado.

Su estado de ánimo pasó de divertido a una furia contenida con los labios apretados.

— ¿Tienes que preguntarlo? —replicó mordaz—. Hasta los humanos conocen la respuesta a esa pregunta.

—Lo siento. No debía haberla hecho. —Cogí mi taza, tratando de serenarme.

—Así es: no debiste hacerla.

Bebí mi té en silencio. Ambos levantamos la vista cuando Steph se acercó con una bandeja de tostadas y un plato lleno de huevos y beicon.

—Mi madre cree que usted necesita algunas verduras —explicó Steph cuando abrí los ojos sorprendida ante el montón de champiñones y tomates fritos que acompañaban el desayuno —. Ha dicho que usted parecía una muerta.

— ¡Gracias! —exclamé. La crítica de Mary a mi aspecto no afectó en nada mi gratitud por aquella comida suplementaria.

Steph sonrió con ganas y Cullen me regaló una mínima sonrisa cuando cogí el tenedor y me concentré en el plato.

Todo estaba caliente y con un olor agradable, con un perfecto equilibrio entre el interior derretido y tierno y el exterior frito y crujiente. Aplacada mi hambre, ataqué la bandeja de las tostadas cogiendo el primer triángulo de pan para untar su superficie con mantequilla. El vampiro me observó comer con la misma atención que me había dedicado cuando preparé mi té.

—Dime, ¿por qué ciencia? —propuse, y me metí la tostada en la boca, de forma que no tuviera más remedio que responder.

¿Y por qué historia? —Su voz sonaba desdeñosa, pero no iba a ponerme a prueba tan fácilmente.

—Tú primero.

—Supongo que tengo que saber por qué estoy aquí —dijo con la mirada fija en la mesa. Estaba construyendo un castillo con foso con el azucarero y un anillo de paquetes azules de edulcorante.

Me quedé paralizada. Era una explicación muy parecida a la que Agatha me había dado el día anterior acerca del Ashmole 782.

—Ésa es una cuestión para filósofos, no para científicos.

—Chupé un poco de mantequilla en mi dedo para esconder mi confusión.

Sus ojos brillaron con otra oleada de cólera repentina.

—Tú sabes que no es así..., porque a los científicos eso no les importa realmente.

—Solían estar interesados en los porqués —le recordé, echándole una mirada cautelosa.

Sus cambios repentinos de humor realmente asustaban —. Ahora parece que todos están preocupados en el «cómo»...: cómo funciona el cuerpo, cómo se mueven los planetas.

Cullen resopló.

—No los buenos científicos. —Las personas que había detrás de él se levantaron para irse, y se puso tenso, preparado por si decidían lanzarse sobre la mesa.

—Y tú eres un buen científico.

Dejó que mi valoración pasara sin comentarios.

—Algún día tendrás que explicarme cuál es la relación entre neurociencia, investigación del ADN, comportamiento animal y evolución. Evidentemente no encajan entre sí. —Comí otro trozo de tostada.

Cullen enarcó la ceja izquierda.

—Te has estado poniendo al día con las revistas científicas —dijo con aspereza.

Me encogí de hombros.

—Tenías una ventaja injusta. Tú sabías todo sobre mi trabajo. Sólo estaba nivelando el campo de juego.

Masculló entre dientes algo que parecía en francés.

—He tenido mucho tiempo para pensar —replicó claramente en inglés, agrandando el foso alrededor de su castillo con otro anillo de sobrecitos de edulcorante —. No hay ninguna relación entre esas actividades.

—Mentiroso —dije en voz baja.

No resultó sorprendente que mi acusación pusiera furioso a Cullen, pero la velocidad de la transformación me impresionó. Y me ayudó a recordar que estaba desayunando con una criatura que podía ser letal.

—Dime entonces cuál es la relación —me desafió con los dientes apretados.

—No estoy segura —dije sinceramente —. Algo las une, hay una cuestión que conecta tus investigaciones, algo que les daun sentido. La única explicación es que seas una especie de urraca ladrona e intelectual, lo cual es ridículo, teniendo encuenta lo bien considerado que está tu trabajo, a tal vez te aburres con facilidad. Pero no pareces ser un tipo propenso alaburrimiento intelectual. La verdad es que yo pienso que es más bien al contrario.

Cullen me examinó hasta que el silencio se volvió incómodo. Mi estómago estaba empezando a quejarse por la cantidad de comida que había ingerido. Me serví más té y lo sometí a mi tratamiento habitual mientras esperaba a que él hablara.

— Para ser una bruja, eres muy observadora también. —En sus ojos apareció un brillo de cierta admiración.

—Los vampiros no son las únicas criaturas que pueden cazar, Edward.

—No. Todos cazamos algo, ¿verdad, Bella? —Remarcó mi nombre de modo particular—. Ahora es mi turno. ¿Por qué historia?

—No has respondido a todas mis preguntas. —Y todavía no le había hecho la pregunta más importante.

El sacudió la cabeza con fuerza, y yo desvié mi energía para protegerme del intento de Cullen de obtener información de mí, en lugar de seguir tratando de conseguir información de él.

—Al principio fue la claridad imperante en ella, supongo. — Mi voz sonó asombrosamente indecisa —. El pasado me parecía tan predecible..., como si nada de lo que allí ocurriera fuera sorprendente.

—Como si fuera contado por alguien que no hubiera estado allí —añadió el vampiro secamente.

Solté una breve carcajada.

—Muy pronto me di cuenta de eso. Pero al principio eso fue lo que me pareció. En Oxford los profesores hicieron del pasado un cuidadoso relato, con un principio, un medio y un final.

Todo parecía lógico, inevitable. Sus historias me engancharon, y eso fue todo. No me interesaba ninguna otra materia. Me convertí en historiadora y no me lo volví a plantear.

— ¿Incluso cuando descubriste que los humanos, los del pasado y los del presente, no son lógicos?

—La historia se hizo más sugerente a medida que se volvía menos ordenada. Cada vez que cojo un libro o un documento del pasado, estoy en lucha con gente que vivió hace cientos de años. Tienen secretos y obsesiones..., todas esas cosas que no pueden o no quieren revelar. Mi trabajo consiste en descubrirlas y explicarlas.

— ¿Y si no puedes? ¿Y si desafían toda explicación?

—Eso nunca ha ocurrido —aseguré, después de considerar su pregunta—. Por lo menos no creo que haya sido así. Sólo hace falta saber escuchar. La realidad es que nadie quiere mantener secretos, ni siquiera los muertos. La gente deja pistas por todos lados, y si se presta atención, es posible reunirías.

—De modo que tú eres historiadora como quien es detective —señaló.

—Sí. Con riesgos mucho menores. — Apoyé la espalda en la silla, pensando que la entrevista había terminado.

— ¿Por qué historia de la ciencia, entonces? —continuó.

— ¡El desafío de los grandes intelectos, supongo! —Traté de que aquella frase no sonara a pura charlatanería y que mi tono ascendiera al terminar para que se convirtiera en una pregunta, y fracasé en ambos intentos.

Cullen inclinó la cabeza y empezó a desmontar lentamente su castillo con foso.

El sentido común me dijo que permaneciera en silencio, pero los hilos atados a mis propios secretos empezaron a aflojarse.

—Quería saber cómo los humanos llegaron a tener una visión del mundo en la que había tan poca magia —añadí con brusquedad—. Necesitaba comprender cómo se convencieron a sí mismos de que la magia no era importante.

El vampiro levantó sus fríos ojos grises para clavarlos en los míos.

— ¿Lo has descubierto?

—Sí y no —vacilé —. He visto la lógica que usaron, y la desaparición de miles de partes desechadas a medida que los científicos experimentales fueron eliminando la creencia de que el mundo era un lugar inexplicablemente fuerte y mágico.

Pero de todos modos, al final no tuvieron éxito. La magia nunca desapareció del todo. Esperó, en silencio, a que la gentevolviera a ella cuando la ciencia fuera insuficiente.

—Entonces surgió la alquimia —dijo.

— ¡No! —protesté —. La alquimia es una de las primeras formas de la ciencia experimental.

—Quizás. Pero tú no crees que la alquimia carezca de magia. — La voz de Edward sonaba segura—. He leído tu trabajo.

Ni siquiera tú puedes apartarla del todo.

—Entonces es ciencia con magia. O magia con ciencia, si lo prefieres.

— ¿Y tú cuál prefieres?

—No estoy segura —dije a la defensiva.

—Gracias. —La mirada de Cullen sugería que sabía lo difícil que era para mí hablar de esto.

—No hay de qué. Creo. —Me eché hacia atrás el pelo que me caía sobre los ojos, sintiéndome un poco temblorosa—.

¿Puedo preguntarte otra cosa? —En su mirada se apreciaba la desconfianza, pero asintió con la cabeza—. ¿Por qué te interesas por mi trabajo..., la alquimia?

Al principio no respondió, dispuesto a dejar de lado la pregunta, pero luego se lo pensó mejor. Yo le había revelado un secreto. En ese momento era su turno.

Los alquimistas también querían saber por qué estamos aquí. — Cullen estaba diciendo la verdad, podía darme cuenta de ello, pero eso no me llevaba a comprender su interés por el Ashmole 782. Miró su reloj —. Si has terminado, será mejor que te lleve de regreso a tu residencia. Seguramente querrás cambiarte de ropa antes de ir a la biblioteca.

—Lo que necesito es una ducha. —Me puse de pie y me enderecé. Estiré el cuello en un esfuerzo por aliviar su tensión crónica—. Y tengo que ir a una sesión de yoga esta noche.

Estoy pasando demasiado tiempo sentada ante una mesa.

Los ojos del vampiro centellearon.

— ¿Practicas yoga?

—No podría vivir sin él —respondí—. Me encanta el movimiento, y la meditación.

—No me sorprende —dijo —. Remas de la misma forma..., una combinación de movimiento y meditación.

Mis mejillas se colorearon. Me estaba observando tan atentamente en el río como lo había hecho en la biblioteca.

Cullen dejó un billete de veinte libras sobre la mesa y saludó con la mano a Mary. Ella le devolvió el saludo y él me tocó ligeramente el codo, conduciéndome entre las mesas y los pocos clientes que quedaban.

— ¿Con quién vas a clase? —preguntó, después de abrir la puerta del coche y hacerme subir.

—Voy a esa academia de High Street. No he encontrado todavía un maestro que me guste, pero éste se acerca, y hay que conformarse con lo que hay. —New Haven tenía varias academias de yoga, pero Oxford no iba muy adelantada en esta cuestión.

El vampiro subió al coche, giró la llave y dio marcha atrás cuidadosamente en una entrada cercana antes de partir de vuelta a la ciudad.

—No vas a encontrar la clase que necesitas en ese sitio —dijo con seguridad.

— ¿Tú también haces yoga? —Estaba fascinada por la imagen de su  cuerpo retorciéndose en una de las posiciones.

—Un poco —respondió —. Si quieres ir a yoga conmigo mañana, podría pasar a recogerte delante de Hertford a las seis.

Esta noche tendrás que conformarte con la academia de la ciudad, pero mañana tendrás una buena clase.

— ¿Dónde está tu academia? Puedo llamar y ver si puedo ir esta noche.

Cullen sacudió la cabeza.

—No está abierto esta noche. Sólo lunes, miércoles, viernes y domingos por la noche.

— ¡Oh! —exclamé decepcionada—. ¿Cómo es la clase?

—Ya lo verás. Es difícil de describir. —Él estaba tratando de no sonreír.

Para mi sorpresa, ya habíamos llegado a la entrada de la residencia. Fred estiró el cuello para averiguar quién había llegado,vio el letrero del Radcliffe, y se acercó para ver qué estaba ocurriendo.

Cullen me ayudó a bajar del coche. Ya fuera, saludé a Fred con un gesto y estiré la mano hacia el vampiro.

—Me ha encantado el desayuno. Gracias por el té y la compañía.

—Cuando quieras —replicó —. Te veré en la biblioteca.

Fred soltó un silbido cuando Cullen arrancó.

—Bonito coche, doctora Bishop. ¿Es amigo suyo? —Formaba parte de su trabajo saber todo lo posible sobre lo que ocurría en la residencia del college por razones de seguridad, al tiempo que satisfacía su insaciable curiosidad, requisito imprescindible en un puesto de portero.

—Supongo que sí —dije, pensándolo bien.

Una vez en mis habitaciones, busqué la caja de mi pasaporte y saqué un billete de diez dólares del dinero estadounidense que guardaba. Tardé unos minutos en encontrar un sobre. Después de meter el billete sin nota alguna, escribí la dirección de

Chris, agregué las palabras vía aérea en la parte delantera en letras mayúsculas y pegué el franqueo requerido en la esquina superior.

Chris nunca permitiría que me olvidara de que él había ganado esta apuesta. Jamás.

 

 

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