EL MANUSCRITO ASHMOLE

Autor: kdekrizia
Género: Sobrenatural
Fecha Creación: 14/05/2013
Fecha Actualización: 07/11/2014
Finalizado: NO
Votos: 50
Comentarios: 213
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Capítulos: 85

 

En el corazón de la Biblioteca Bodleiana de Oxford, la apasionada historiadora Isabella Swan Bishop se topa en medio de sus investigaciones con el manuscrito identificado como Ashmole 782.

Descendiente de un antiguo linaje de brujas, Isabella intuye que el manuscrito está relacionado de alguna manera con la magia, pero no quiere tener nada que ver con la brujería. Y después de tomar algunas notas sobre sus curiosos dibujos, lo devuelve sin perder más tiempo a las estanterías. Lo que Isabella no sabe es que se trata de un manuscrito alquímico que ha estado perdido durante siglos y cuyo descubrimiento ha desencadenado que hordas de daimones, vampiros y brujas salgan a la luz de las salas de lectura de la Biblioteca. Una de esas criaturas es Edward Masen Cullen, un enigmático genetista, amante del buen vino y vampiro milenario, cuya alianza con Isabella se hará progresivamente más íntima y poco a poco surgirá entre ambos una relación que hará tambalear los tabúes asentados desde hace tiempo en un mundo secreto y encantado. La teoría de la evolución de Darwin no contempló todos los seres que habitan la Tierra. Desde Oxford a Nueva York, y de aquí a Francia, la magia, la alquimia y la ciencia nos desvelan sus verdaderos vínculos en el libro definitivo sobre la brujería y sus poderes.

 

BASADO EN EL DESCUBRIMIENTO DE LAS BRUJAS DE DEBORAH HARKNESS

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Capítulo 40: CAPÍTULO 40

CAPÍTULO 40

 

Algunos días después, Sophie estaba sentada en la encimera central de la cocina con media docena de calabazas y un cuchillo afilado cuando Edward y yo regresamos de nuestro paseo. El tiempo se había vuelto más frío y se notaba en el aire la sombría cercanía del invierno.

— ¿Qué te parece? —preguntó Sophie, haciendo girar la calabaza. Tenía los huecos de los ojos, las cejas arqueadas y la boca abierta de todas las calabazas de Halloween, pero había transformado los rasgos habituales en algo extraordinario. Había líneas que salían de la boca y tenía arrugas en la frente, haciendo que los ojos quedaran ligeramente fuera de su sitio. El efecto, en conjunto, era escalofriante.

— ¡Asombroso! —Edward miró la calabaza encantado. Ella se mordió el labio, mirando su obra con ojos críticos. —No estoy segura de que los ojos estén bien.

Me reí.

—Por lo menos tiene ojos. A veces Sarah ni se molesta en hacerlos y simplemente hace tres agujeros redondos en un lado con la punta de un destornillador, y listo.

—Halloween es una fiesta de mucho trabajo para las brujas. No siempre tenemos tiempo para los detalles más finos — reaccionó Sarah con cierta brusquedad saliendo de la despensa para inspeccionó el trabajo de Sophie. Asintió con la cabeza en un gesto de aprobación—. Pero este año seremos la envidia del vecindario.

Sophie sonrió tímidamente y acercó otra calabaza hacia ella.

—Ahora voy a hacer una menos aterradora. No queremos hacer llorar a los niños más pequeños.

Faltaba menos de una semana para Halloween, y Emily y Sarah estaban muy ocupadas con los preparativos para la gran fiesta de otoño de la asamblea de brujas de Madison. Iba a haber comida, gran cantidad de bebida (incluido el famoso ponche de Emily, que tenía a su favor al menos el nacimiento de un bebé) y suficientes actividades propias de las brujas para mantener a los niños, excitados por el azúcar, ocupados y lejos de la hoguera después de haber recogido golosinas por todo el vecindario.

Pescar manzanas colgantes con la boca era mucho más difícil cuando la fruta en cuestión había sido hechizada.

Mis tías sugirieron cancelar sus planes, pero Edward se negó.

—A todos en el pueblo les sorprendería que no aparecierais. Ésta tiene que ser una celebración normal de Halloween.

Todos dudábamos. Al fin y al cabo, Sarah y Emily no eran las únicas que contaban las horas que faltaban para Halloween.

La noche anterior, Edward había organizado la salida gradual de cada uno de los habitantes de la casa, empezando por Nathaniel y Sophie y terminando con Jasper y Alice. Eso, calculaba, haría que nuestra partida se notara un poco menos..., y sobre esta cuestión no habría más discusiones.

Jasper y Nathaniel habían intercambiado una larga mirada cuando Edward terminó de comunicar sus planes. El daimón sacudió la cabeza y apretó los labios. Jasper se limitó a quedarse con la mirada fija en la mesa, al tiempo que un músculo de su mandíbula latía con fuerza.

— ¿Pero quién dará las golosinas? —preguntó Emily. Edward se mostró pensativo.

—Bella y yo lo haremos.

Jasper y Nathaniel habían salido rápidamente de la habitación cuando nos separamos para ocuparnos cada uno de nuestras distintas tareas, mascullando algo acerca de ir a buscar leche. Luego subieron al coche de Jaspeer y salieron casi volando por el sendero de la entrada.

—Tienes que dejar de decirles lo que tienen que hacer —reñía  a Edward, que estaba conmigo en la puerta principal viéndolos marchar—. Los dos son adultos. Nathaniel tiene una esposa, y pronto tendrá un hijo.

—Si les dejara hacer las cosas por su cuenta, Jasper y Nathaniel llamarían a una legión de vampiros para reunirlos frente a la puerta mañana mismo.

—Tú no estarás aquí para darles órdenes la semana que viene —le recordé, mirando las luces traseras del coche, que doblaban rumbo al pueblo—. Será tu hijo quien se ponga al mando.

— Eso es lo que me preocupa.

El verdadero problema era que estábamos en medio de un brote agudo de envenenamiento por testosterona. Nathaniel y Edward no podían estar en la misma habitación sin que saltaran chispas y en la casa cada vez más llena de gente les resultaba difícil no encontrarse.

Su siguiente enfrentamiento ocurrió aquella tarde cuando llegó un paquete a domicilio. Era una caja con las palabras

RIESGO BIOLÓGICO escritas a lo largo de toda la cinta de plástico de envolver en grandes letras rojas.

— ¿Qué diablos es esto? —preguntó Jasper, llevando la caja cautelosamente a la sala de estar. Nathaniel levantó la vista de su ordenador portátil y abrió sus ojos marrones con un brillo de alarma en ellos.

—Eso es para mí —dijo Edward con voz serena, tomando la caja que traía su hijo.

— ¡Mi esposa está embarazada! —exclamó Nathaniel furiosamente, cerrando con un golpe su ordenador portátil—. ¿Cómo puedes traer eso a casa?

—Son las inyecciones para Bella. —Edward podía mantener su fastidio bajo control.

Dejé mi revista a un lado.

— ¿Qué inyecciones?

—No vas a ir al pasado sin protección para toda posible enfermedad. Ven a la despensa —dijo Edward, y alargó su mano hacia mí.

—Dime primero qué hay en la caja.

—Vacunas de refuerzo... para el tétanos, la fiebre tifoidea, la polio, la difteria... y también algunas vacunas que probablemente no has recibido, como la nueva preventiva de la rabia de una sola dosis, la última vacuna para la gripe, una inmunización para el cólera. —Se detuvo, todavía con la mano extendida—. Y una vacuna para la viruela.

— ¿Viruela? —Se había dejado de vacunar a los niños contraía viruela unos cuantos años antes de que yo naciera. Eso quería decir que Sophie y Nathaniel tampoco estaban inmunizados.

Edward bajó la mano y me ayudó a ponerme de pie.

—Empecemos —dijo resueltamente.

—Hoy no vas a pincharme con agujas.

—Mejor agujas hoy que viruela o tétanos mañana —replicó.

—Espera un minuto. —La voz de Nathaniel resonó en la habitación como el chasquido de un látigo—. La vacuna para la viruela lo hace a uno contagioso. ¿Y Sophie y el bebé?

—Explícaselo, Jasper —ordenó Edward, echándose a un lado para que yo pudiera pasar.

—No contagia la viruela exactamente. —Jasper trataba de transmitirle seguridad—. Es una cepa diferente de la enfermedad. Sophie estará bien, siempre que no toque el brazo de Bella, ni nada de lo que ésta toque.

Sophie le sonrió a Jasper.

—Está bien. Puedo hacer eso.

— ¿Siempre haces todo lo que él te dice? —le preguntó Nathaniel a Jasper con desprecio, levantándose del sofá. Miró a suesposa—, Sophie, nos vamos.

—Deja de montar tanto escándalo, Nathaniel —pidió Sophie—. Pondrás nerviosa a la casa... y al bebé también, si empiezas a hablar de irnos. No nos iremos a ninguna parte.

Nathaniel le dirigió una mirada de odio a Edward y se sentó.

—Jasper me obedece a mí tanto como Sophie te obedece a ti — observó Edward.

En la despensa, Edward hizo que me quitara la camiseta y el jersey de cuello alto para empezar a frotarme el brazo izquierdo con alcohol. La puerta chirrió al abrirse.

Era Sarah. Había permanecido apartada sin hacer comentarios durante la conversación entre Edward y Nathaniel, aunque apenas había apartado la mirada de la caja recién entregada.

Edward ya había cortado la cinta protectora alrededor del recipiente de corcho blanco para abrirlo. Había en él siete ampollas pequeñas bien colocadas junto con una bolsa de pastillas, algo que parecía un recipiente de sal y un instrumento de metal con dos puntas que jamás había visto. Él ya había establecido la misma distancia médica que yo había detectado por primera vez en su laboratorio en Oxford, sin tiempo para charlas ni gestos de calidez hacia el paciente. Sarah resultaba un buen apoyo moral.

—Tengo algunas camisas blancas viejas para que te pongas. —Sarah me distrajo momentáneamente de lo que Edward estaba haciendo—. Será fácil dejarlas blancas. Algunas toallas blancas también. Deja tu ropa sucia arriba y yo me ocuparé.

—Gracias, Sarah. Eso es un riesgo de contagio menos por el que preocuparse. —Edward sacó una de las ampollas—.

Empezaremos con el refuerzo para el tétanos.

Cada vez que clavaba algo en mi brazo, yo hacía una mueca de dolor. Con el tercer pinchazo, había un ligero brillo de sudor en mi frente y mi corazón latía con fuerza.

—Sarah —dije débilmente—, ¿podrías no ponerte detrás de mí por favor?

—Lo siento. —Sarah se apartó para quedarse detrás de Edward—. Te traeré un vaso de agua. —Me pasó un vaso de agua helada cuyo exterior estaba resbaladizo por la condensación. Lo recibí agradecida, tratando de concentrarme en sostenerlo en lugar de pensar en la siguiente ampolla que Edward estaba abriendo.

Otra aguja entró en mi piel, y salté.

—Ésta es la última vacuna —aseguró Edward. Abrió el recipiente que parecía estar lleno de cristales de sal y añadió cuidadosamente el contenido a una botella de líquido. Después de sacudirlo enérgicamente, me lo pasó—. Ésta es la vacuna contra el cólera. Es oral, luego viene la inmunización de la viruela, y algunas pastillas para tomar después de la cena las noches siguientes.

Lo bebí rápidamente, pero estuve a punto de vomitar por su espesa textura y el horrible sabor.

Edward abrió el estuche cerrado que contenía el inoculador de dos puntas para la viruela.

— ¿Sabes lo que Thomas Jefferson le escribió a Edward Jenner sobre esta vacuna? —me preguntó con voz hipnótica—,

Jefferson dijo que se trataba del descubrimiento más útil de la medicina. —Sentí un toque frío de alcohol sobre mi brazo derecho, luego los pinchazos cuando la puntas del inoculador me perforaron la piel—. El presidente consideró el descubrimiento de la circulación de la sangre de Harvey sólo como un «hermoso añadido» a los conocimientos médicos. —

Edward lo movió de manera circular, distribuyendo el virus vivo sobre mi piel.

Sus tácticas de distracción estaban funcionando. Yo estaba demasiado ocupada escuchando su historia como para prestar demasiada atención a mi brazo.

—Pero Jefferson elogió a Jenner porque su vacuna relegó a la viruela a ser una enfermedad que sería conocida solamente por los historiadores. Había salvado a la raza humana de uno de sus más mortales enemigos. —Edward arrojó la ampolla vacía y el inoculador en un recipiente de desechos biológicos sellado—. Listo.

— ¿Conociste a Jefferson? —Yo ya estaba fantaseando acerca de viajar en el tiempo hasta la Virginia del siglo XVIII.

—Conocí mejor a Washington. Era un soldado..., un hombre que dejaba que sus acciones hablaran por él. Jefferson era unintelectual. Pero no era fácil llegar hasta el hombre que había detrás del intelecto. Nunca aparecería en su casainesperadamente con una intelectual como tú a rastras.

Estiré el brazo en busca de mi jersey de cuello alto, pero Edward me detuvo y cubrió cuidadosamente el sitio donde había puesto la vacuna con una venda impermeable.

—Éste es un virus vivo, así que tienes que mantenerlo tapado. Sophie y Nathaniel no pueden entrar en contacto con él, ni con nada que haya tocado. —Fue hasta el fregadero y se lavó las manos enérgicamente con agua muy caliente.

— ¿Durante cuánto tiempo?

—Se te hará una ampolla, y luego la ampolla formará una costra. Nadie debe tocar esa zona hasta que la ampolla sane.

Me puse el viejo jersey de cuello alto, teniendo cuidado de no mover la venda.

—Ahora que ya has acabado con esto, tenemos que ver de qué forma Bella te va a llevar a ti, y se va a llevar a sí misma, a algún tiempo lejano antes de Halloween. Puede que ella haya viajado en el tiempo desde que era un bebé, pero de todos modos no es fácil. —Sarah frunció el ceño manifestando su preocupación.

Emily apareció en la puerta. Hicimos sitio para ella en la mesa.

—También he estado viajando en el tiempo hace poco —confesé.

— ¿Cuándo? — Edward dejó por un momento de ordenar lo que quedaba de las vacunas.

—Primero en el camino de entrada cuando tú estabas hablando con Esme. Y otra vez el día en que Sarah trataba de hacerme encender una vela, cuando fui de la despensa hasta el huerto. En ambas ocasiones levanté el pie, deseé estar en algún otro lugar y puse el pie donde quería estar.

—Eso parece viajar en el tiempo —dijo Sarah lentamente—. Por supuesto, no llegaste lejos... y no llevabas nada. —Observó a Edward con expresión dubitativa.

Se oyó un golpe en la puerta.

— ¿Puedo entrar? —La voz de Sophie se oía amortiguada.

— ¿Puede, Edward? —preguntó Emily.

—Siempre que no toque a Bella.

Cuando Emily abrió la puerta, Sophie estaba pasándose las manos por el vientre en un gesto tranquilizador.

—Todo va a ir bien —dijo serenamente desde el umbral—. Siempre que Edward tenga una conexión con el lugar adonde van, ayudará a Bella y no será un lastre.

Alice apareció detrás de Sophie.

— ¿Está ocurriendo algo interesante? Estamos hablando de viajar en el tiempo —expliqué.

— ¿Cómo lo vas a poner en práctica? —Alice pasó junto a Sophie y la empujó con firmeza hacia atrás, hacia la puerta, cuando trató de seguirla.

—Bella irá atrás en el tiempo unas pocas horas, luego un poco más. Aumentaremos el tiempo y luego la distancia. Después haremos que Edward la acompañe y veremos qué ocurre. —Sarah miró a Emily—. ¿Puedes ayudarla?

—Un poco —respondió Emily con cautela—. Charlie me dijo cómo lo hacía. Nunca usaba hechizos para volver en el tiempo..., su poder era lo suficientemente fuerte sin ellos. Dadas las experiencias tempranas de Bella en cuanto a viajar en el tiempo y a sus dificultades con el arte de la brujería, podríamos seguir el ejemplo de él.

— ¿Por qué no vais tú y Bella al granero y lo intentáis? —sugirió amablemente Sarah —. Puede volver directamente a la despensa.

Cuando Edward se movió para seguirnos, Sarah lo detuvo con una mano.

—Quédate aquí.

El color del rostro de Edward cambió al gris de nuevo. No le gustaba que yo estuviera en una habitación diferente, y mucho menos en un tiempo diferente.

El granero todavía tenía el dulce aroma de antiguas cosechas. Emily estaba de pie frente a mí y me daba instrucciones contranquilidad.

— Quédate lo más quieta que te sea posible —dijo—. Y vacía tu mente.

—Pareces mi maestra de yoga —dije, colocando mis miembros en las líneas familiares de la postura de la montaña.

Emily sonrió.

—Siempre he pensado que el yoga y la magia tenían mucho en común. Ahora cierra los ojos. Piensa en la despensa que acabas de dejar. Tienes que querer estar ahí más que aquí.

Al recrear la despensa en mi mente, la llené con objetos, olores, personas. Fruncí el ceño.

— ¿Dónde estarás tú?

—Depende de cuándo llegues. Si es antes de que saliéramos, estaré allí. Si no, estaré aquí.

—La física de todo esto no tiene sentido. —Empecé a preocuparme sobre cómo se las podría arreglar el universo con muchas Bellas y muchas Emilys, por no mencionar a las Alices y a las Sarahs.

—Deja de pensar en la física. ¿Qué escribió en su nota tu padre? «Quien ya no pueda hacerse preguntas, no pueda maravillarse, es como si estuviera muerto».

—Casi con las mismas palabras —admití de mala gana.

—Ha llegado el momento de dar el gran paso hacia lo misterioso, Bella. La magia y el asombro, que siempre fueron tuyos por derecho de nacimiento, te están esperando. Ahora, piensa en el lugar en el que quieres estar.

Cuando mi mente estuvo llena de imágenes de él, levanté el pie. Cuando lo bajé otra vez, allí estaba yo en el granero con

Emily.

—No ha funcionado —exclamé, atemorizada.

—Estabas demasiado concentrada en los detalles de la habitación. Piensa en Edward. ¿No quieres estar con él? La magia está en el corazón, no en la mente. No se trata de palabras y de seguir un procedimiento, como el arte de la brujería. Tienes que sentirla.

—Deseo. —Me vi llamando a la revista Notas e Investigaciones del estante en la Bodleiana, sentí otra vez el primer contacto de los labios de Edward sobre los míos en sus habitaciones en All Souls. El granero se desvaneció y Edward me estaba contando la historia sobre Thomas Jefferson y Edward Jenner.

—No —dijo Emily con voz dura—. No pienses en Jefferson. Piensa en Edward.

—Edward. —Hice que mi mente recordara el contacto de sus dedos fríos sobre mi piel, el rico sonido de su voz, la sensación de intensa vitalidad cuando estábamos juntos.

Levanté el pie.

Aterricé en el rincón de la despensa, donde aparecí acurrucada detrás de un barril viejo.

— ¿Y si se pierde? —Edward parecía tenso—. ¿Cómo la haremos volver?

—No tenemos que preocuparnos por eso —dijo Sophie, señalando con el dedo hacia donde estaba yo—. Ya está aquí.

Edward se giró como un relámpago y dejó escapar un áspero suspiro.

— ¿Cuánto tiempo he estado ausente? —Me sentía mareada y desorientada, pero por lo demás, bien.

—Unos noventa segundos —informó Sarah —. Tiempo más que suficiente para que a Edward le diera un colapso nervioso.

Edward me tomó en sus brazos y me metió debajo de su barbilla.

—Gracias a Dios. ¿Cuándo podrá llevarme con ella?

—No nos adelantemos —advirtió Sarah—. Paso a paso.

—Miré a mi alrededor.

— ¿Dónde está Emily?

—En el granero. —Sophie sonreía radiante—. Ya vendrá. Emily tardó más de veinte minutos en regresar. Cuando lo hizo, sus mejillas estaban rosadas por la preocupación tanto como por el frío, aunque algo de la tensión la abandonó cuando me vio allí con Edward.

—Lo has hecho muy bien, Emily —dijo Sarah y la besó, en una demostración pública de cariño poco habitual en ella.

—Bella empezó a pensar en Thomas Jefferson —dijo Emily—. Podría haber terminado en Monticello. Luego se concentró en sus sentimientos y su cuerpo se puso borroso en los bordes. Parpadeé, y había desaparecido.

Esa tarde, con el entrenamiento cuidadoso de Emily, hice un viaje ligeramente más largo de vuelta al desayuno. Durante los días siguientes, me desplacé un poco más lejos viajando en el tiempo. Volver al pasado ayudada por tres objetos era siempre más fácil que regresar al presente, que requería una enorme concentración así como la habilidad para pronosticar con exactitud dónde y cuándo quería llegar. Finalmente llegó el momento de llevar a Edward.

Sarah había insistido en limitar las variables para ajustar el esfuerzo adicional requerido.

—Comienza por donde quieres terminar —aconsejó. De ese modo, lo único por lo que vas a tener que preocuparte es por pensar en ti misma en un tiempo en concreto. El sitio saldrá por sí solo.

Conduje a Edward al dormitorio al anochecer sin decirle qué era lo que le esperaba. La estatuilla de Bella y el pendiente de oro de la muñeca de trapo de Bridget Bishop reposaban sobre la cómoda delante de una fotografía de mis padres.

—Por más que me gustaría pasar unas horas contigo aquí, los dos solos, la cena está casi lista —protestó, aunque había un brillo calculador en sus ojos.

—Hay mucho tiempo. Sarah dijo que estoy preparada para llevarte conmigo en mi viaje en el tiempo. Vamos a volver a nuestra primera noche en la casa.

Edward pensó por un momento y sus ojos se iluminaron todavía más.

— ¿Fue aquélla la noche en que salieron las estrellas... dentro?

Lo besé a modo de respuesta.

— ¡Oh! — Se mostró tímidamente contento—. ¿Qué tengo que hacer?

—Nada. —Eso iba a ser lo peor del viaje para él—. ¿Qué es lo que siempre me dices? Cierra los ojos, relájate y déjame a mí hacer el resto. —Le dirigí una sonrisa traviesa.

Entrelazó sus dedos con los míos.

—Bruja.

—Ni siquiera te darás cuenta de lo que está ocurriendo —le aseguré—. Es rápido. Sólo levanta el pie y bájalo cuando yo te diga. Y no te sueltes.

—Ni loco te suelto —dijo Edward, agarrándome con más fuerza.

Pensé en aquella noche, nuestra primera noche, solos después de mi encuentro con Jane. Recordé cuando me tocó la espalda, feroz y amable al mismo tiempo. Sentí la conexión, inmediata y tenaz, con ese momento compartido en nuestro pasado.

—Ahora —susurré. Ambos levantamos nuestros pies a la vez. Pero viajar en el tiempo con Edward era diferente. Tenerlo a él conmigo hacia que nos moviéramos con mayor lentitud y por primera vez tuve conciencia de lo que estaba ocurriendo.

El pasado, el presente y el futuro lanzaban destellos alrededor de nosotros en una telaraña de luz y color. Cada filamento de la telaraña se movía lentamente, de manera casi imperceptible, a veces tocando otro filamento antes de alejarse suavemente de nuevo como empujado por una brisa. Cada vez que las hebras se tocaban —y millones de hebras se estaban tocando constantemente—, se producía el suave eco de un sonido original e inaudible.

Momentáneamente distraídos por las posibilidades aparentemente ilimitadas que aparecían ante nosotros, era fácil perder de vista el retorcido hilo rojo y blanco de tiempo que íbamos siguiendo. Volví a poner mi concentración en él, sabiendo que nos llevaría de vuelta a nuestra primera noche en Madison.

Bajé mi pie y sentí un suelo de ásperas tablas contra mi piel desnuda.

—Me dijiste que sería rápido —dijo él con voz ronca—. A mí eso no me ha parecido rápido.

—No, ha sido diferente —estuve de acuerdo—. ¿Has visto las luces?

Edward sacudió la cabeza.

—Estaba todo negro. Fui cayendo despacio, y sólo tu mano me impedía llegar al fondo. —La llevó hasta sus labios y la besó.

Había un persistente olor a pimiento en la casa silenciosa, y fuera era de noche.

— ¿Puedes decir quién está aquí?

Sus fosas nasales se dilataron y cerró los ojos. Luego sonrió y suspiró con felicidad.

— Sólo Sarah y Emily, y tú y yo. Ninguno de los niños. Dejé escapar una risita tonta y lo atraje más cerca de mí. —Si esta casa sigue llenándose de gente, va a reventar. —Edward metió su cara en mi cuello para luego apartarse—. Todavía tienes la venda. Eso quiere decir que cuando viajamos en el tiempo no dejamos de ser quienes sumos en el presente ni olvidamos. Lo que nos pasó aquí. —Sus manos frías se deslizaron por debajo del dobladillo de mi jersey de cuello alto—. Con tu recién descubierto talento como viajera en el tiempo, ¿con cuánta precisión puedes medir el paso del tiempo?

Aunque permanecimos felices en el pasado, estuvimos de regreso en el presente antes de que Emily terminara de hacer la ensalada.

—Viajar en el tiempo te sienta bien, Edward —dijo Sarah al observar su cara relajada. Lo premió con un vaso de vino tinto.

—Gracias, Sarah. Estaba en buenas manos. —Levantó su copa hacia mí a modo de brindis.

—Me alegra oír eso —dijo secamente Sarah, en un tono semejante al de mi fantasmal abuela. Arrojó algunos rábanos cortados en la ensaladera más grande que jamás había visto.

— ¿De dónde ha salido eso? —Miré dentro de la ensaladera para esconder mis labios enrojecidos.

—La casa —explicó Emily, preparando el aliño para la ensalada con un batidor—. Le encanta tener tantas bocas para alimentar.

A la mañana siguiente, la casa nos hizo saber que estaba esperando nuevos invitados.

Sarah, Edward y yo estábamos hablando sobre si mi próximo viaje en el tiempo debía ser a Oxford o a Sept Tours cuando Emily apareció con un montón de ropa sucia en los brazos.

—Alguien viene.

Edward dejó su periódico y se puso de pie.

—Bien. Estaba esperando una entrega hoy.

—No es una entrega, y no han llegado todavía. Pero la casa está lista para ellos. —Desapareció en el lavadero.

— ¿Otra habitación? ¿Dónde la ha puesto esta vez? —le gritó Sarah mientras se alejaba.

—Junto a la de Jasper. —La respuesta de Emily resonó desde las profundidades del lavadero.

Hicimos apuestas para ver de quién se trataba. Las conjeturas iban desde Agatha Wilson hasta a los amigos de Emily de Cherry Valley, a quienes les gustaba aparecer sin anunciarse para la fiesta de Halloween que precedía a la asamblea de brujas.

Aquella misma mañana, un poco más tarde, se oyó una autoritaria llamada a la puerta. Ésta se abrió para mostrar a un hombre alto y oscuro con ojos inteligentes. Era rápidamente identificable gracias a las fotografías tomadas en fiestas de famosos en Londres y en conferencias de prensa para la televisión. Cualquier duda que pudiera quedarme sobre su identidad fue borrada por los golpecitos habituales en mis pómulos.

Nuestro misterioso huésped era Jacob Black, el amigo de Edward.

— Tú debes de ser Bella —dijo sin placer ni preámbulo, con su acento escocés que alargaba las vocales. Jacob iba vestido formalmente con un traje negro de raya diplomática que había sido cortado exactamente a su medida, una camisa rosa pálido con pesados gemelos de plata y una corbata color fucsia bordada con diminutos lunares negros.

—Soy Bella. Hola, Jacob. ¿Edward estaba esperándote? — Me aparté para dejarlo entrar.

—Probablemente no —dijo Jacob resueltamente, sin moverse de la entrada—. ¿Dónde está?

—Jacob. —Edward se movió con tal rapidez que sentí la brisa detrás de mí antes de oír que se acercaba. Le dio la mano—. Qué sorpresa,

Jacob detuvo su mirada en la mano extendida, luego volvió sus ojos hacia su propietario.

— ¿Sorpresa? Hablemos de las sorpresas. Cuando me uní a tu... «Empresa familiar» me juraste que esto no llegaría nunca. —

Blandió un sobre con su sello negro roto pero todavía colgando de la solapa.

—Así fue. —Edward dejó caer su mano y miró a Jacob con cautela.

— ¿Qué puedo decir de tus promesas, entonces? Se me da a entender en esta carta, y por la conversación que he tenido con tu madre, que hay algún tipo de problema. —Jacob me miró a mí primero y luego otra vez a Edward.

—Sí. —Edward tensó los labios —. Pero tú eres el noveno caballero. No tienes que participar de manera activa.

— ¿Hiciste noveno caballero a un daimón? —Alice había llegado desde el comedor con Nathaniel.

— ¿Quién es? —Nathaniel agitó un puñado de fichas de Scrabble en su mano ahuecada mientras observaba al nuevo visitante.

—Jacob Black. ¿Y quién es usted? —preguntó Jacob, como si se estuviera dirigiendo a un empleado impertinente. Lo que menos necesitábamos en ese momento era más testosterona en la casa.

—Oh, no soy nadie —respondió Nathaniel despreocupadamente, apoyado sobre la puerta del comedor. Miró a Jasper cuando éste pasó.

—Jacob, ¿qué haces tú aquí? —Jasper parecía confundido, hasta que vio la carta—. ¡Ah!

Mis antepasados se estaban congregando en el salón principal y los cimientos de la casa estaban inquietos.

— ¿Podríamos continuar con esto dentro? Es por la casa. Está un poco incómoda, dado que tú eres un daimón... y estás enfadado.

—Ven, Jacob. —Edward trató de sacarlo de la entrada—. Jasper y Sarah todavía no han agotado la provisión de whisky.

Vamos a tomar un trago y a sentarnos junto al fuego.

Jacob no se movió de donde estaba y siguió hablando:

—Cuando visité a tu madre, quien se mostró mucho más dispuesta a responder a mis preguntas que tú, me enteré de que querías algunas cosas de tu casa. No valía la pena que Alain hiciera un viaje tan largo, ya que yo venía aquí para ver qué te proponías. —Levantó un gran maletín de cuero con los laterales blandos y un formidable candado, y una caja más pequeña de duros bordes.

—Gracias, Jacob. —Las palabras fueron bastante cordiales, pero Edward estaba evidentemente molesto por los cambios hechos en las órdenes que él había dado.

—Y ya que hablamos de explicaciones, es una gran suerte que a los franceses no les interese la exportación de tesoros nacionales ingleses. ¿Tienes idea del papeleo que habría sido necesario para sacar esto de Inglaterra? Si me hubieran permitido sacarlo, cosa que dudo.

Edward cogió el maletín de entre los dedos de Jacob, tomó a éste por el codo, arrastró a su amigo hacia dentro.

—Después hablamos —dijo apresuradamente—. Jasper, lleva a Jacob y preséntaselo a la familia de Bella mientras guardo esto.

— ¡Ah, es usted! —dijo Sophie, encantada, mientras salía del comedor. El bulto de su vientre se destacaba claramente debajo de una estirada sudadera de la Universidad de Carolina del Norte—. Usted es como Nathaniel, no un despistado como yo.

Su cara también está en una de mis jarras. —Le dirigió a Jacob una radiante sonrisa que expresaba a la vez alegría y sorpresa.

— ¿Hay más todavía? —me preguntó él, con una inclinación de su cabeza que lo hacía parecer un pequeño pajarillo de ojos brillantes.

—Muchos más —respondió Sophie alegremente—. Pero usted no podrá verlos.

—Ven a conocer a mis tías —me apresuré a decir.

— ¿Las brujas? —Era imposible saber qué estaba pensando Jacob. Su vista aguda no dejaba nada sin escudriñar y su cara era casi tan impasible como la de Edward.

—Sí, las brujas.

Edward desapareció escaleras arriba con el maletín mientras Jasper y yo le presentábamos a Emily. Se mostró menos irritado con ella que con Edward y conmigo, y Emily se dedicó de inmediato a atenderlo. Sarah nos recibió en la puerta de la despensa, preguntándose a qué se debería todo aquel alboroto.

—Ahora ya somos una asamblea secreta de criaturas como corresponde, Sarah —observó Sophie mientras estiraba su mano hacia la pirámide de galletas recién horneadas de la encimera de la cocina—. Un total de nueve: tres brujas, tres daimones y tres vampiros..., todos presentes y contados.

—Eso parece —coincidió Sarah, evaluando a Jacob. Observó a su pareja, que se agitaba en la cocina como una abeja desconcertada—. Emily, no creo que nuestro nuevo invitado quiera té mi café. ¿El whisky está en el comedor?

—Bella y yo lo llamamos La «sala de guerra» —Le confió Sophie, cogiendo con familiaridad a Jacob por el antebrazo—, aunque parece improbable que podamos librar una guerra sin que los humanos se enteren. Es el único lugar lo suficientemente grande como para reunimos a todos. Y algunos de los fantasmas se las arreglan para meterse también.

— ¿Fantasmas? — Jacob subió una mano y se aflojó la corbata.

—Al comedor. — Sarah cogió a Jacob por el otro codo—. Todo el mundo al comedor.

Edward ya estaba ahí. El aroma de la cera caliente llenaba el aire. Una vez elegidas nuestras bebidas y ocupados nuestros asientos, él se hizo cargo de la situación.

—Jacob tiene muchas preguntas que hacer —comenzó Edward—. Y Nathaniel y Sophie también. Y supongo que yo debo contestarlas, Bella y yo debemos contestarlas.

Dicho eso, Edward respiró hondo y se lanzó de lleno a dar explicaciones. No dejó nada sin mencionar: el Ashmole 782, los caballeros de Lázaro, los robos en Oxford, Jane y lo que ocurrió en La Pierre, incluso la cólera de Emmett. Y tampoco faltaron las muñecas de trapo, el pendiente y las jarras con rostros. Jacob miró a Edward atentamente cuando habló de viajar en el tiempo y de los tres objetos que yo iba a necesitar para retroceder a un tiempo y un lugar determinados.

—Edward Cullen —dijo Jacob entre dientes, apoyado sobre la mesa—, ¿es eso lo que he traído de Sept Tours?

¿Diana lo sabe?

—No —confesó Edward, mostrándose un tanto incómodo—. Lo sabrá en Halloween.

—Bien, tendría que saberlo antes de Halloween, ¿no? —Jacob dejó escapar un suspiro de exasperación.

Aunque el diálogo entre Jacob y Edward fue acalorado, hubo sólo dos momentos en que la tensión amenazó con crecer hasta convertirse en una auténtica guerra abierta. También Nathaniel se vio implicado en la discusión, algo que no sorprendió a nadie.

El primero fue cuando Edward le explicó a Sophie cómo iba a ser la guerra que se avecina: los ataques inesperados, las viejas y contenidas enemistades heredadas entre vampiros y brujas que entrarían en ebullición, las muertes brutales que inevitablemente iban a ocurrir cuando las maluras lucharan entre sí usando magia, brujería, fuerza bruta, velocidad y astucia sobrenatural.

—Las guerras ya no se hacen así. —La voz profunda de Nathaniel se abrió paso entre el bullicio generalizado.

Edward enarcó una ceja y su rostro adquirió una expresión de impaciencia.

— ¿No?

—Las guerras se libran en los ordenadores. No estamos en el siglo XIII. No es necesario el combate cuerpo a cuerpo. —

Señaló su ordenador portátil, sobre el aparador—. Con los ordenadores uno puede destruir a su enemigo sin hacer un solo disparo ni derramar una gota de sangre.

—Puede que éste no sea el siglo XIII, Nathaniel, pero algunos de los combatientes seguramente han sobrevivido desde aquellos tiempos y tienen un apego sentimental por el estilo antiguo de destruir a la gente. Deja que Jasper y yo nos preocupemos de eso. —Matthew creyó que con eso zanjaba el asunto.

Nathaniel sacudió la cabeza, mirando fijamente la mesa.

D— ¿Tienes algo más que decir? —preguntó Edward mientras un peligroso ronroneo comenzaba en la parte de atrás de sugarganta.

—Has dejado perfectamente claro que tú harás lo que quieras. —Nathaniel levantó sus francos ojos castaños como desafío y luego se encogió de hombros—. Haz lo que quieras. Pero estás cometiendo un error si crees que tus enemigos no van a usar métodos más modernos para destruirte. Al fin y al cabo, hay que tener en cuenta a los humanos. Ellos se percatarán si los vampiros y las brujas empiezan a pelear entre sí en las calles.

El segundo enfrentamiento entre Edward y Nathaniel no tuvo que ver con la guerra, sino con la sangre. Comenzó de manera bastante inocente, cuando Edward hablaba de la relación de Nathaniel con Agatha Wilson y sobre los padres brujos de Sophie.

—Es importantísimo que su ADN sea analizado. Y el del bebé también, después de que nazca.

Jasper y Alice asintieron, sin la menor sorpresa. El resto de nosotros se sintió algo sobresaltado.

—Nathaniel y Sophie ponen en cuestión tu teoría de que las características de los daimones son el resultado de mutaciones imprevisibles más que de la herencia —dije, pensando en voz alta.

—Tenemos muy pocos datos. — Edward miró a Jacob y a Nathaniel con la mirada penetrante e imparcial de un científico que examina a dos nuevos especímenes—. Nuestras conclusiones actuales podrían ser erróneas.

—El caso de Sophie también plantea el tema de si los daimones están más estrechamente emparentados con las brujas de lo que habíamos pensado. —Alice dirigió la mirada hacia el vientre de la daimón—. Nunca he sabido de una bruja que dé a luz a un daimón, y menos todavía de una daimón que dé a luz a una bruja.

— ¿Creéis realmente que voy a entregar la sangre de Sophie... y la sangre de mi hijo... a una banda de vampiros? —

Nathaniel parecía estar peligrosamente cerca de perder el control.

—Bella no es la única criatura en esta habitación a la que la Congregación va a querer estudiar, Nathaniel. —Las palabras de Edward no sirvieron en absoluto para calmar al daimón—. Tu madre se dio cuenta del peligro al que tu familia se estaba enfrentando, o no os habría enviado aquí. Un día podrías encontrarte con que tu esposa y tu hijo han desaparecido. Y si eso ocurriera, sería muy poco probable que volvieras a verlos.

— ¡Basta! —Interrumpió Sarah con brusquedad—. No hay necesidad de amenazarlo.

—Mantén tus manos lejos de mi familia —exclamó Nathaniel con la respiración agitada.

—Yo no soy un peligro para ellos —replicó Edward—. El peligro viene de la Congregación, de la posibilidad de una situación de abierta hostilidad entre las tres especies, y sobre todo de fingir que esto no está ocurriendo.

—Vendrán a por nosotros, Nathaniel. Lo he visto. —La voz de Sophie era firme, y su rostro tenía la misma súbita agudeza que mostró Agatha Wilson en Oxford.

— ¿Por qué no me lo dijiste? —dijo Nathaniel.

—Quise contárselo a Agatha, pero cuando comencé ella me detuvo y me ordenó que no dijera una palabra más. Estaba muy asustada. Luego me dio el nombre de Bella y la dirección de la casa de las Bishop. —La cara de Sophie adquirió su característica expresión de estar confundida—. Me alegra que la madre de Edward todavía esté viva. A ella le van a gustar mis jarras. Pondré su rostro en una de ellas. Y tú puedes tener mi ADN cuando quieras, Edward..., y el del bebé también.

La intervención de Sophie puso definitivamente fin a las objeciones de Nathaniel. Una vez que Edward hubo respondido a todas las preguntas, recogió un sobre que había pasado desapercibido junto a su codo. Estaba sellado con cera negra.

—Con esto sólo queda un asunto por resolver. —Se puso de pie y mostró la carta—. Jacob, esto es para ti.

— ¡Ah, de ninguna manera! —Jacob cruzó los brazos sobre el pecho—. Dáselo a Jasper.

—Tú puedes ser el noveno caballero, pero también eres el senescal de los caballeros de Lázaro y mi segundo en el mando.

Hay un protocolo que debemos seguir —explicó Edward con el rostro tenso.

—Edward sabe qué debe hacer —farfulló Jasper—. Es el único gran maestre de la historia de la orden que ha renunciado una vez.

—Y ahora seré el único gran maestre que ha renunciado dos veces —dijo Edward, todavía sosteniendo el sobre.

—Al diablo con el protocolo —espetó Jacob, golpeando con el puño sobre la mesa—. Todo el mundo fuera de esta habitación, menos Edward, Jasper y Nathaniel. —Y luego añadió—: Por favor.

— ¿Por qué tenemos que irnos? —preguntó Sarah con desconfianza.

Jacob examinó a mi tía por un momento.

— Es mejor que tú también te quedes.

Los cinco estuvieron encerrados en el comedor durante el resto del día. En una ocasión, un exhausto Jacob salió y pidió sándwiches. Las galletas hacía rato que habían desaparecido, según explicó.

— ¿Es sólo una impresión mía o vosotras también pensáis que los hombres nos han hecho salir de la habitación para ponerse a fumar y a hablar de política? —pregunté, tratando de no pensar en la reunión que tenía lugar en el comedor y distrayéndome con una serie inconexa de películas antiguas y mirando los programas de la tarde en la televisión. Emily y Sophie estaban tejiendo, y Alice estaba resolviendo pasatiempos que había encontrado en un libro que prometía Sudokus diabólicamente difíciles. Se reía entre dientes de vez en cuando y hacía marcas en los márgenes.

— ¿Qué estás haciendo, Alice? —quiso saber Sophie.

—Marcando los tantos —respondió Alice, e hizo otra marca sobre la página.

— ¿De qué están hablando? ¿Y quién va ganando? —pregunté, envidiándole su habilidad para escuchar la conversación.

—Están planeando una guerra, Bella. Y en cuanto a quién está ganando, Edward o Jacob..., aunque todavía no está claro

—informó Alice —. Jasper y Nathaniel han logrado meter un par de buenas ideas, sin embargo, y Sarah está aportando lo suyo.

Ya había oscurecido y Emily y yo estábamos haciendo la cena cuando terminó la reunión. Nathaniel y Sophie comenzaron a hablar en voz baja en la sala de estar.

—Tengo que hacer algunas llamadas pendientes —se disculpó Edward después de besarme con un tono amable de voz que no se correspondía con su rostro tenso.

Al ver lo cansado que estaba, decidí que mis preguntas podían esperar.

—Por supuesto —dije, acariciando su mejilla—. Tómate tu tiempo. La cena estará en una hora.

Edward me dio otro beso más largo y profundo antes de salir por la puerta trasera.

—Necesito un trago —gruñó Sarah, y se dirigió al porche a fumar un cigarrillo a escondidas.

Edward no era nada más que una sombra detrás de la neblina de humo del cigarrillo de Sarah cuando atravesó el huerto y se dirigió al granero. Jacob se me acercó por detrás, golpeando mi espalda y mi cuello con sus ojos.

— ¿Estás ya totalmente recuperada? —preguntó con tono sereno.

— ¿A ti qué te parece? —Había sido un día largo, y Jacob no hacía ningún esfuerzo por ocultar el desagrado que yo le provocaba. Sacudí la cabeza.

Jacob apartó la mirada y mis ojos la siguieron. Ambos observamos que Edward se pasaba sus blancas manos por el pelo antes de desaparecer en el granero.

—«Tigre, tigre que ardes brillante en los bosques de la noche» —recitó Jacob, citando a William Blake—. Ese poema siempre me ha hecho pensar en él.

Dejé mi cuchillo en la tabla de picar y lo miré.

— ¿En qué estás pensando, Jacob?

— ¿Estás segura de él, Bella? —preguntó, Emily se secó las manos en su mandil y abandonó la cocina después de dirigirme una mirada triste.

—Sí. —Lo miré a los ojos, tratando de mostrar que mi confianza en Edward era clara.

Jacob asintió, sin mostrarse sorprendido.

—Me preguntaba si lo aceptarías una vez que supieras quién fue..., quién es todavía. Parece que no tienes miedo de tener cogido a un tigre por la cola.

Sin decir una palabra volví a coger el cuchillo y seguí cortando.

—Ten cuidado. —Jacob apoyó su mano en mi antebrazo, forzándome a mirarlo—. Edward no será el mismo hombre en el lugar adonde vas.

—Sí lo será. —Fruncí el ceño—. Mi Edward va conmigo. Será exactamente el mismo.

—No —insistió Jacob sombríamente—. No lo será. Jacob conocía a Edward desde hacía mucho más tiempo. Y había descubierto adonde iríamos viendo el contenido de aquel maletín.

Yo todavía no sabía nada, salvo que me iba a dirigir a una época anterior a 1976 y a un lugar donde Edward había jugado al ajedrez.

Jacob se reunió con Sarah en el porche y pronto dos columnas de humo gris ascendieron por el cielo nocturno.

— ¿Va todo bien por ahí? —le pregunté a Emily cuando regresó de la sala de estar, donde Alice, Jasper, Nathaniel y Sophie estaban conversando y mirando la televisión.

—Sí —respondió—. ¿Y aquí?

—Todo en orden. —Me concentré en los manzanos a la espera de que Edward surgiera de la oscuridad.

 

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