INDISCRECIÓN

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 01/12/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 34
Comentarios: 119
Visitas: 54505
Capítulos: 36

 

Edward y Alice Cullen son una atractiva pareja de clase alta y cuentan con un exclusivo círculo de amistades. Su idílica existencia se acaba cuando entra en sus vidas la joven Bella, aportando frescura y encanto…, tanto que incluso el hasta entonces fiel y modélico marido, Edward, cae en sus redes e inicia con ella una tórrida relación. Moderna, sexy, urbana, ardiente, sofisticada, erótica, cosmopolita e indiscreta. ¿Cuánto crees que puede durar la fidelidad?

 

Basada en Indiscreción de DUBOW

 

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Capítulo 34: CAPÍTULO 9

CAPÍTULO  9

 

 

Acompaño al coche a Emmett y Rose, lamento verles marchar, me siento más vacío que nunca. Pago a los del catering y subo a ver a Alice. Estamos solos de nuevo en la casa. El sonido de su respiración en la habitación a oscuras me dice que duerme. Volveré un poco más tarde. Bajo la escalera. La cocina está limpia. Es demasiado pronto para emborracharse, pero supongo que no hay nada más que hacer. Me sirvo un whisky largo y enciendo el televisor de la biblioteca, pero no hay nada que quiera ver.

De manera que me acerco a las estanterías. Hace más de cien años mi bisabuelo empezó a coleccionar y encuadernar ejemplares de Punch, la famosa revista de humor británica. Mi abuelo y mi padre continuaron con la tradición, de manera que tenemos todos y cada uno de los números desde la década de 1840. Saco un volumen de principios del siglo XX y hojeo distraídamente las páginas amarillentas de las viñetas del propio Punch: el káiser, curas de pueblo, mostachudos héroes militares británicos de la aristocracia, bellezas esbeltas de cuello largo que encarnaban todo lo bueno y lo noble del mundo. Probablemente fuera allí, en esas páginas, donde se desarrolló mi sentido del ideal femenino. No era de extrañar que las mujeres de los dibujos guardaran semejante parecido con Alice. Me encanta pasar las páginas de esos volúmenes desde que era pequeño, pero ese día no me apetece.

Inquieto, decido ir a dar un paseo. Me pongo un abrigo y salgo sin hacer ruido, asegurándome de no dar un portazo. No soporto la idea de que Alice se despierte sola en casa, en esa cama ajena, muy probablemente desorientada, y llame sin obtener respuesta.

A pesar de la tristeza del día, o posiblemente por ello, el aire de abril me sienta bien. La tierra está blanda, y hay indicios de vida en los arriates de los narcisos. Algunas flores empiezan a asomar. Todavía hace frío, pero la primavera ha llegado. Pronto todos los árboles y las flores florecerán y se abrirán, el jardín olerá a hierba recién cortada, y en la laguna los polluelos de cisne nadarán detrás de sus padres. Primero doy la vuelta a la casa, examinando canalones, desagües. Hace años soterré los cables de la luz. Mapaches y ardillas solían saltar de las ramas de los árboles al tejado y hacían su madriguera en el desván, y muy a menudo acababan atrapados en los conductos de la calefacción. Por ese mismo motivo es preciso podar los árboles con regularidad. Anoto mentalmente pedirle al encargado de mantenimiento que recorte el seto de boj, que arregle la tela metálica para que no entren los ciervos y que ponga las redes en la cancha de tenis.

A continuación me acerco al agua. Para mi sorpresa, hay alguien en el extremo del embarcadero, de cara a la laguna. Una mujer, lleva una gabardina de color beis y botas de agua. Los asistentes al funeral se han ido hace tiempo. No es Alice.

La reconozco nada más verla.

Bella.

—Hola, Jasper —me saluda, volviéndose para mirarme.

Había olvidado lo guapa que es. Ha estado en la iglesia. Recuerdo la gabardina, pero ocultaba el rostro y la cabeza tras unas gafas de sol y un pañuelo.

Vacilo.

—Bella —digo—. Qué sorpresa.

—¿Sí? —Me dedica una sonrisilla compungida.

—Pues sí.

—Tenía que despedirme. Sabía que probablemente no fuera bienvenida, pero aun así tenía que hacerlo.

No digo nada, me sitúo detrás de ella. El embarcadero es demasiado estrecho para estar uno junto a otro.

—Alice está en casa, lo sabes, ¿no?

—Supuse que estaría ahí. ¿Cómo se encuentra?

—Desconsolada.

Ella suspira.

—Es comprensible —responde en voz baja—. ¿Y tú?

Me tomo un momento antes de responder. No he estado pensando en mí mismo.

—Muy triste —contesto.

—Lo siento tanto... Esto. Todo.

—Todos lo sentimos. Es una pérdida tremenda.

—Lo sé. No puedo dejar de pensar en Johnny.

—Nadie puede. No hay nada más triste que la muerte de un hijo.

—Alice tiene suerte de contar contigo.

Asiento. Es surrealista estar ahí hablando con ella.

—Gracias. Escucha, Bella, comprendo que quisieras venir, pero me temo que debo pedirte que te vayas. No me puedo arriesgar a que Alice se despierte y te vea. Tal y como está ahora mismo, sería demasiado.

Ella se sorbe la nariz y me sonríe.

—Claro, lo entiendo. Sólo esperaba poder pasarme discretamente, sin que nadie me viera, para decir adiós. Lo quería, ¿sabes? De veras. He estado días llorando.

—Todos lo echaremos de menos.

—Lo cierto es que en realidad él no me quería. Yo lo sé ahora, pero él nunca albergó la menor duda en su corazón. Quería a Alice... y a Johnny, naturalmente. Por si te interesa saberlo, llevaba semanas sin verlo. Desde que Johnny fue a estarse con él. Nos peleamos.

—¿Por qué me cuentas esto?

—Para que tú se lo cuentes a Alice. No sé si lo sabe. Nunca hablaba de ella, de su familia. Eso era algo que se guardaba para él. Creo que es importante. Sé que para mí lo sería.

—Gracias. Se lo diré.

—Y no creas que no he sufrido o que no voy a sufrir. Siempre llevaré conmigo una parte de Edward.

La miro sin saber qué decir. Recuerdo cuando nos conocimos. Lo fresca y distinta que me pareció.

—Adiós, Jasper. —Me tiende la mano—. Espero que no seamos enemigos.

—Claro que no. Pero ser amigos quizá sea complicado.

—Lo comprendo.

La veo alejarse y después oigo los leves crujidos de la gravilla del camino de entrada bajo sus botas. Debe de haber aparcado en la carretera. Lo siento por ella. No es mala persona. Lo creo firmemente. Y no puedo culparla por enamorarse de Edward. Era difícil no quererlo. Y ella, como tantos otros jóvenes, buscaba un atajo, sacarle ventaja a sus rivales, siempre con prisas, sin darse cuenta aún de que no hay nada bueno en acelerar el viaje, de que el destino no es el objetivo, sino tan sólo parte del proceso. Tampoco comprenden del todo que sus actos tienen repercusiones. Que se pueden destrozar vidas. Naturalmente los jóvenes no poseen el monopolio del egoísmo. Queremos lo que queremos. La amarga verdad es que rara vez nos hace felices cuando lo conseguimos.

Doy media vuelta y echo a andar hacia casa. No quiero dejar sola a Alice demasiado tiempo.

 

Capítulo 33: CAPÍTULO 8 Capítulo 35: EPÍLOGO

 
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