INDISCRECIÓN

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 01/12/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 34
Comentarios: 119
Visitas: 54514
Capítulos: 36

 

Edward y Alice Cullen son una atractiva pareja de clase alta y cuentan con un exclusivo círculo de amistades. Su idílica existencia se acaba cuando entra en sus vidas la joven Bella, aportando frescura y encanto…, tanto que incluso el hasta entonces fiel y modélico marido, Edward, cae en sus redes e inicia con ella una tórrida relación. Moderna, sexy, urbana, ardiente, sofisticada, erótica, cosmopolita e indiscreta. ¿Cuánto crees que puede durar la fidelidad?

 

Basada en Indiscreción de DUBOW

 

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Capítulo 28: CAPÍTULO 3

CAPÍTULO  3

 

 

Me acuerdo de cuando Johnny nació. Alice estuvo cuarenta horas con dolores, luego dilató alrededor de las seis de la tarde y se pasó las tres horas siguientes empujando, Edward a un lado, una enfermera al otro, la instaban a respirar, a empujar y a empujar más, mientras durante casi todo ese tiempo Johnny asomaba la cabeza. Alice empujaba con tal fuerza que se le rompieron los capilares de debajo de los ojos. Finalmente el médico le tuvo que practicar una episiotomía de urgencia. Un enfermero corpulento tuvo que retener a un Edward desesperado para que no fuera detrás. Al cabo de un rato Johnny nació, cubierto por la sangre de su madre, y ella lo pudo coger sólo un instante, ya que ambos requerían cuidados médicos. A Johnny lo llevaron de inmediato a la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales.

El médico, un hombre menudo con acento alemán, les habló del corazón del niño. Tenía un defecto congénito, algo que no habían detectado en las revisiones prenatales. Lo mantenían en observación, y habían llamado a un cardiólogo pediatra. Cabía la posibilidad de que hubiera que operar. Edward estaba furioso con el médico por haber permitido que el niño coronara durante tanto tiempo, haciendo que tanto la madre como el hijo realizaran un esfuerzo físico innecesario. Sin embargo, Alice lo tranquilizó con un roce de su mano. «Está bien...», le dijo. Y mirándola, sabiendo por lo que acababa de pasar, Edward no dijo más, se limitó a cogerle la mano y besarla, y la miró con amor, admirando su valor y su fuerza.

Durante todo ese tiempo yo aguardaba nervioso en la sala de espera, comiéndome la cabeza, harto de la CNN e igual de inquieto que un futuro padre. Siempre he odiado los hospitales, el hedor, la enfermedad, la pose de los médicos. Era una tortura, pero estaba dispuesto a soportarla por Alice. Después, al ver el gesto adusto de Edward, me tranquilizó saber que mis peores temores no se habían hecho realidad, aun cuando las noticias que me dio tampoco eran las que queríamos oír.

—Tiene algo en el corazón —me contó—. Lo han llevado a la UCIN. Alice lo está pasando mal, pero se recuperará. Le han dado un sedante para que se duerma.

Estuvimos en vela toda la noche, entre la habitación de Alice y la UCIN. Yo incluso sugerí demandar al médico y me ofrecí a ocuparme del caso. No obstante Edward me frenó, preocupado únicamente por su hijo recién nacido, que aún no tenía nombre, que descansaba en una cama similar a una burbuja, en el minúsculo rostro una mascarilla, con electrodos en el pecho, monitores que pitaban, un gorrito de tela a rayas cubriéndole la cabeza, los ojos hinchados tras asomarse de repente a la vida. No estaba claro cuál de los dos parecía más indefenso, si el padre o el hijo. Edward también estaba agotado, la noche anterior había dormido en una silla en la habitación de Alice mientras ella tenía contracciones, y esa noche volvería a dormir en el hospital, eso si podía dormir.

Al día siguiente llevaron a Johnny a la habitación de Alice y dejaron que lo cogiera. La habitación era otra, en una planta más alta y de mayor tamaño. Ya había varios ramos de flores, el mayor de todos el mío, además de un oso de peluche enorme. Con el niño en brazos, Alice tenía un aspecto beatífico, aunque parecía medio muerta. Nunca la había visto tan consumida; blanca, con ojeras.

—Es tan hermoso... —suspiró.

—Se pondrá bien —le aseguré—. Los médicos de aquí son los mejores. Y tengo un amigo que está en la junta. No te preocupes, están haciendo todo lo que pueden.

—Gracias, Jasper.

La enfermera volvió y nos dijo que tenía que llevarse a Johnny. La cara que puso Alice nos rompió el corazón.

Yo también hice ademán de marcharme.

—Jazz, antes de que te vayas —me detuvo Edward—. A Alie y a mí nos gustaría pedirte algo. —Se miraron, cogidos de la mano, y luego me miraron a mí—. Jasper —continuó él—, espero que no te coja por sorpresa, pero nos gustaría que fueras el padrino.

—Será un honor.

Miré a Alice, con la esperanza de que esa mirada expresara lo agradecido que les estaba.

—Si hay alguien capaz de impedir que lo atrape Satán, ése eres tú —aseveró Edward con una sonrisa, estrechándome la mano.

Alice extendió los brazos y yo me incliné para besarla.

—Gracias —musitó.

—¿Ya sabéis cómo se va a llamar?

—Sí —contestó Edward—. Llevamos hablándolo algún tiempo, pero no nos hemos decidido hasta esta mañana.

—Se llamará John Jasper Cullen.

Me ruboricé. Que tu mejor amiga le ponga tu nombre a su hijo o te pida, de una manera pequeña, pero real, que seas un miembro de facto de la familia no sucede todos los días. Me conmovió. A partir de ese momento Johnny pasó a ser casi tan importante para mí como su madre. Incluso le abrí un fondo fiduciario y lo nombré mi único heredero. Algún día será bastante rico.

Esa noche, para celebrarlo, pedí la cena a uno de los mejores restaurantes de Nueva York. Era julio, y enviaron langosta y un Pouilly-Fumé frío en cubiteras con hielo. Nos facilitaron una mesa, mantelería y cubertería de plata, y hasta un camarero para servirnos. Todo muy refinado. Alice estaba hambrienta, aunque exhausta. Comió un poco y le dio un sorbo al vino, pero no tardó en disculparse y decir que tenía que dormir. Intenté convencer a Edward de que saliera a tomar una copa, pero rehusó, dijo que quería estar con Alice y Johnny.

Los años que siguieron fueron muy duros, Johnny entrando y saliendo del hospital, sometiéndose a distintas operaciones. La peor vez fue cuando tenía tres años y se desplomó en el jardín de la casa de Nueva York y Edward lo tuvo que llevar corriendo a urgencias.

Surgió una complicación adicional, pero con Alice, no con Johnny. Un día después de que naciera Johnny, el médico llamó aparte a Edward. El parto había sido traumático para Alice, había estado empujando demasiado tiempo, y tener otro hijo podía ser peligroso. «Lo siento», se disculpó. Eso no me lo contó Edward. Me lo contó Alice, años después. A menudo me he preguntado qué habría pasado de haber existido otro hijo.

Sin embargo, yo sabía que tener un hijo enfermo había afectado a Alice. Ser madre la cambió, la volvió más protectora, menos aventurera. Johnny pasó a ser el centro de su universo, y ella se negaba a salir de la órbita que describía a su alrededor. Pero también la hizo más resuelta y desinteresada que nunca. Y Edward estuvo presente en todas las etapas del camino. Por aquel entonces trabajaba en su libro, el que le daría renombre, y solían encerrarse durante semanas seguidas, viviendo felices ellos solos. Yo siempre era bienvenido, como el capitán del vapor correo que visita a un farero y a su familia, una fuente de diversión y noticias del mundo exterior, pero intuía que nunca les entristecía verme volver por donde había venido.

Cuando la salud de Johnny se estabilizó, se volvieron menos solitarios. Luego llegó el éxito del libro de Edward, y de nuevo él se permitió abandonarse a su naturaleza más social. Se le daban bien las multitudes, se lo veía seguro y era divertido, atento cuando tenía que serlo. Le gustaban las fiestas, tanto asistir a ellas como darlas. A Alice le gustaban menos, y rara vez quería dejar a Johnny, así que lo más habitual era que invitaran a gente a su casa. Alice lo hacía por Edward, pero también por ella misma. Y, claro está, el hecho de que fuera buena cocinera, guapa y lista no hacía ningún daño, de manera que la gente siempre acudía.

Pero lo que más feliz le hacía era tener cerca a Edward y a Johnny. Tal vez en algún lugar de su corazón temiera que si no lo hacía podía perderlos a los dos. Y eso habría acabado con ella.

Por eso me inquietó tanto verla abandonar a Johnny como lo había hecho. Ésa no era la Alice que yo conocía. Nada de aquello era lo que yo conocía. Johnny la necesitaba, y yo también.

 

 

La llamo al día siguiente de la escena en el restaurante. Esta vez lo coge.

—Eso fue un golpe bajo —me espeta.

—No sé a qué te refieres.

—Venga ya, sabes perfectamente a qué me refiero.

—Siento haberte fastidiado la cita. Por cierto, parecía un tío majo.

—Eres un capullo.

—¿Ah, sí?

—Sí. No sé cómo diste conmigo, pero desde luego no me creo eso de que habías quedado con un cliente. Tú jamás quedarías con un cliente en un lugar como ése, de la misma manera que jamás votarías a un demócrata.

Cierto. No lo haría. Pero no tengo la menor intención de confesar.

—Bueno, supongo que todos somos capaces de hacer cosas nuevas. Tampoco es que sea tu sitio.

Silencio al otro extremo. Y luego:

—Ahora mi vida es muy distinta de lo que era.

—La tuya y la mía.

—Yo no quería que lo fuera —admite en voz baja.

—Ni yo tampoco.

—¿Qué hay de malo en que salga con hombres? —Ahora está enfadada—. Estoy separada, y Edward se está tirando a Bella. ¿Se puede saber por qué tengo que quedarme encerrada? ¿Es que no puedo divertirme un poco?

—Por supuesto que puedes divertirte, es sólo que sé que has estado saliendo mucho, y ¿no se le hace difícil a Johnny? Él también lo está pasando mal, te necesita más que nunca.

Hasta entonces no ha habido mención alguna a la noche que pasamos juntos. Yo no pienso sacar el tema, y por lo visto ella tampoco. Sólo quiero que las cosas vuelvan a ser como eran.

Alice suspira.

—Me estoy planteando desaparecer una temporada.

—¿Con Johnny?

—No, tiene colegio. Puede quedarse con Edward. Les vendrá bien a los dos.

—¿Estás segura de que es lo mejor?

—No. No estoy segura de nada. Sólo sé que si me quedo en Nueva York ahora mismo me volveré loca.

—Y, dime, ¿te irías sola?

—Muy gracioso. Sí. No quiero estar con nadie ni ver a nadie. Sólo quiero estar sola. Ir a algún sitio, sentarme en la playa y pensar qué coño voy a hacer. México, algún sitio así. Quiero agua salada verde. Agua salada verde tan pura y clara que sea lo único que haya entre la arena y el cielo.

Me alivia oír eso.

—No parece mal plan.

—No te estoy pidiendo tu aprobación, maldita sea.

—¿Te puedo ayudar en algo?

—Pues ahora que lo dices, sí. Por favor, ve a ver a Johnny de vez en cuando. Sé que con Edward estará bien, pero quiero que sepa que las demás personas que hay en su vida también lo quieren.

—Claro, será un placer. ¿Cuánto tiempo vas a estar fuera?

—No lo sé, unas semanas. Me gustaría desaparecer un año, pero sé que no lo puedo hacer.

—¿Cuándo piensas marcharte?

—Si puedo, la semana que viene. Cuanto antes, mejor. Cuando vuelva, podemos abrir la casa de los Hamptons. Sé que a Johnny le encanta aquello. No me puedo creer que casi estemos en verano otra vez. Dios mío, qué año —comenta entre risas.

 

La noche antes de que salga el vuelo de Alice, Edward se pasa por su casa a buscar a Johnny. Como es natural, le pregunté a Alice si quería que yo estuviera presente. Para mi sorpresa, me contestó que no era necesario, pero me cuenta cómo fue a la mañana siguiente, cuando llama desde el aeropuerto para despedirse. Yo ya le había pedido que me dijera cómo podía localizarla. No me gusta la idea de no saber dónde está.

—Me gustó verlo. Me sorprendió —admite.

También a mí me sorprende oírla decir eso. Es la primera vez que habla bien de Edward desde que todo salió a la luz. Hasta ahora sólo había expresado desprecio.

—¿A qué te refieres?

—Estuvo encantador, y me dio su medalla de san Cristóbal, la que lleva siempre cuando vuela. Me dijo que quería que la tuviera yo.

—¿La aceptaste?

—Claro. Sabe lo poco que me gusta subirme a un avión.

—¿De qué más hablasteis?

—De Johnny. Le dije que no quería que estuviera con Bella.

—¿Cómo se lo tomó?

—Se mostró conforme. Dijo que lo entendía. Luego intentó disculparse otra vez.

—Y tú, ¿qué dijiste?

—Que no quería hablar del tema.

—¿Hablasteis de alguna otra cosa?

—No mucho. De nada en particular, ya sabes. De México, que es uno de los pocos sitios a los que no hemos ido juntos, ¿sabes? Quizá por eso voy yo. En cualquier caso, nos tomamos una copa, en el salón. Es extraño, porque me resultó cómodo, ¿sabes? Dijo que el libro avanzaba. Lo curioso del caso es que hasta me hizo reír. Ya sabes cómo es cuando se lanza. No hay nadie que cuente una gracia como Edward, y aunque me prometí ser inmune a sus encantos, me hizo reír a carcajadas. He estado tan enfadada con él que no me podía creer que aún fuera capaz de hacer eso, pero sí. Por un instante casi se me olvidó lo que hizo y lo cabreada que me tiene, y casi fue como si nada de eso hubiera sucedido. Y Johnny también parecía feliz y contento. Me figuré lo que estaba pensando.

Me paro a asimilar lo que me cuenta.

—¿Has cambiado de idea?

—¿Cómo?

—Que si has cambiado de idea. Respecto al divorcio.

—Puf, no lo sé. ¿Acaso no es normal? He leído que pasa mucho. A medio camino te entra el miedo y te preguntas si es lo que de verdad quieres hacer. Nos damos mucha prisa en tirarlo todo por la borda. Quiero decir que mi padre intentó follarse a todo lo que llevaba faldas, estando casado o no, pero ésa no era la razón de que sus esposas lo dejaran. La vida puede ser muy solitaria, ¿sabes?

Lo sabía mejor que la mayoría.

—¿Lo sigues queriendo?

—No lo sé. Me he pasado los últimos veinte años de mi vida con él. Se me hace raro no tenerlo alrededor. A veces lo echo de menos. Mucho. Y Johnny también, desde luego. Lo he visto tan emocionado porque va a pasar tiempo con su padre que casi me he puesto celosa. Le pregunté si me iba a echar de menos y me dijo que claro, pero vi que se moría de ganas de irse con su padre. —Se ríe.

—Bueno, y entonces ¿qué vas a hacer?

—De momento, nada. Irme a México. Ya pensaré allí las cosas, y confío en que ello me dé cierta perspectiva. Volveré dentro de un par de semanas. Para entonces, si cambio de parecer, podré hacer frente a la situación. O no.

—Bueno. Pues buena suerte, y vaya con Dios.

—Gracias, Jazz. Gracias por todo. Has tenido mucho aguante. No creo que hubiera podido salir adelante sin ti. Sabes que te quiero. Eres el único hombre que nunca me ha fallado.

—Yo también te quiero —contesto, pero no lo digo en el mismo sentido que ella.

 

Me imagino el rostro de Bella cuando asimila la noticia. Edward la ha invitado a cenar al pequeño restaurante que hay cerca de su piso. Se habrán tomado unos martinis, y después la ensalada de escarola con beicon y un bistec con patatas fritas en mantequilla. Una botella de vino tinto. Ella estará feliz, disfrutando de una de esas salidas cada vez más escasas. Incluso ha quedado con él en el restaurante para poder ir a casa a quitarse la ropa del trabajo.

—Tengo algo que decirte, y que espero que no te importe —empieza Edward—. Johnny se tiene que quedar conmigo las próximas tres semanas, Alice se va de viaje. Me llamó ayer para decírmelo. No se lleva a Johnny.

—No hay nada malo en eso —responde ella, sin entender muy bien adónde quiere ir a parar—. Me encantaría ayudarte a cuidar a Johnny, es maravilloso.

—Lo siento, pero no creo que ahora mismo sea buena idea que veas a Johnny. Alice y yo lo hemos hablado.

—Lo habéis hablado, claro. Y tú, ¿qué dijiste? ¿Diste la cara por mí?

A Edward lo coge por sorpresa ese arrebato de ira, aunque tal vez no debiera.

—La cosa no fue así —explica, encogiéndose de hombros y cortando un pedazo de carne.

—¿Ah, no? Así que se supone que debo desaparecer tres semanas, hasta que vuelva Alice, ¿es eso?

—No es tanto tiempo.

—Ésa no es la cuestión.

—Muy bien, entonces ¿cuál es? ¿Me sugieres que te anteponga a mi hijo? Me conoces lo suficiente para saber que nunca podría hacer eso. Además, ¿qué otras opciones tenía? Necesito hacer cuanto esté en mi mano para asegurarme de que un juez me conceda poder pasar el mismo tiempo con Johnny que a Alice si el divorcio sigue adelante.

—¿Cómo que si sigue adelante? ¿Es que no quieres que siga adelante?

La pregunta lo sobresalta.

—Pues claro que no quiero que siga adelante.

Ella clava la vista en él.

—¿Qué?

Edward le lanza una mirada irónica.

—Lo que has oído. No me quiero divorciar. No quiero perder a mi familia. Siento que no sea lo que quieres oír, pero es la verdad.

—¿Significa eso que todo lo demás es mentira?

—No, en absoluto. No hace falta que tergiverses así mis palabras. Te tengo mucho cariño, espero que lo sepas. Pero también creí que entendías lo que sentía.

Ella baja la cabeza, mordiéndose el labio. Al fin pregunta:

—Y ¿qué hay de mí? Estoy harta de esto, Edward. Te quiero, pero necesito saber que tú también me quieres.

—Ya hemos hablado de esto. Sabes que quiero a Alice y a Johnny. Son mi vida. La cagué, y Alice me odia, pero haría lo que fuera por recuperarlos. Pensé que lo sabías. Lo siento si te he hecho pensar otra cosa.

Ella ladea la cara.

—Soy una idiota —afirma—. Dios...

—¿Por qué dices eso?

—Por pensar que me elegirías a mí. Cuando Alice pidió el divorcio, creí que tal vez tuviera una oportunidad, pero ahora, aunque ella no te quiera a su lado, la sigues prefiriendo a ella antes que a mí.

Edward asimila sus palabras.

—Es cierto.

El odio brota por los ojos de Bella.

—Eres un egoísta, Edward. Sólo piensas en lo que quieres tú, nunca en lo que quieren los demás o en cómo tus actos afectan a otros. Sé que no pensaste en mí un solo minuto cuando hablabas con Alice. Y ¿sabes cómo me hace sentir eso? Me hace sentir como una mierda.

—Lo siento.

—¿Lo sientes? ¿Es todo lo que puedes decir?

—Estamos hablando de mi familia. Éramos felices hasta que... —Se detiene.

—Hasta ¿qué? Hasta que aparecí yo y me lo cargué todo, eso era lo que ibas a decir, ¿no?

Él abre la boca para decir algo, pero sabe que sería inútil.

—Olvídalo —dice ella mientras se levanta—. Puesto que tantas ganas tienes de pasar las tres semanas siguientes con Johnny, ¿por qué no empiezas ahora mismo?

—Puede que no sea mala idea.

—¿Cómo?

Edward profiere un suspiro.

—Quizá sea mejor que no volvamos a vernos. Lo he estado pensando mucho últimamente. Eres estupenda, pero aún amo a mi mujer. Tengo que hacer todo lo que pueda para salvar mi matrimonio y mi familia. Además, tú eres muy joven. ¿De verdad pensabas que esto llegaría a alguna parte?

Ella lo mira anonadada. Finalmente dice, con una voz apenas audible:

—Cabrón.

—Bella...

Bella mete un brazo a toda prisa en la manga de la chaqueta y luego el otro. A continuación coge el bolso.

—Lo siento —repite él, pero no hace nada para impedir que se vaya.

Se miran como si no se conocieran.

Él la ve salir por la puerta, con los restos de su cena delante. Aún hay vino en la copa de ella, su plato a medias, el cuchillo y el tenedor donde los dejó, la servilleta en la silla. Edward está a punto de levantarse e ir tras ella, pero cambia de idea y le indica al camarero que le traiga la cuenta. Los clientes de las mesas de alrededor, que habían dejado de hablar, se ponen a comer de nuevo.

Edward se termina el vino, deja el dinero. Es generoso, va contando los preciados billetes que deja de propina.

Al salir del restaurante, echa a andar hacia el piso de Bella, en parte por la costumbre. Ella todavía no le ha dado una llave. Podría llamar al interfono, supone. Decirle que ha cambiado de parecer y confiar en oír el clic con el que se abre la puerta, señal de que todo está perdonado y de que él puede estar con ella una vez más. Sin embargo cuando llega al portal, sigue sin saber qué hacer. Las piernas le pesan como si fueran de plomo. Su dedo presiona el timbre que lleva el nombre de Bella, una vez, dos. Se siente aliviado cuando nadie responde. Vuelve a la acera y mira su ventana. No hay ninguna luz. Bella no está en casa.

Edward baja por la calle hasta el bar de la esquina. Pequeño, poco iluminado. Entra y le pide un whisky al camarero. Se mira en el espejo. Lo asalta la ira. Ira hacia sí mismo. ¿Qué coño ha hecho? ¿En qué coño estaba pensando? ¿Se puede saber qué hace allí? Tuvo tanto amor... y lo despilfarró. Puede que Bella tuviera razón: había acaparado demasiado, y no sería capaz de recuperarlo nunca. Pero tenía que intentarlo.

Apura la copa y se marcha, volviéndose de nuevo hacia el edificio de Bella. Levanta la cabeza y ve que sigue sin haber ninguna luz. Su piso está a unas manzanas, y el aire todavía es frío, pero aún no está listo para meterse en la cama. Da media vuelta y echa a andar en dirección contraria, preguntándose si alguna vez volverá a ese sitio.

 

Capítulo 27: CAPÍTULO 2 Capítulo 29: CAPÍTULO 4

 
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