INDISCRECIÓN

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 01/12/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 34
Comentarios: 119
Visitas: 54520
Capítulos: 36

 

Edward y Alice Cullen son una atractiva pareja de clase alta y cuentan con un exclusivo círculo de amistades. Su idílica existencia se acaba cuando entra en sus vidas la joven Bella, aportando frescura y encanto…, tanto que incluso el hasta entonces fiel y modélico marido, Edward, cae en sus redes e inicia con ella una tórrida relación. Moderna, sexy, urbana, ardiente, sofisticada, erótica, cosmopolita e indiscreta. ¿Cuánto crees que puede durar la fidelidad?

 

Basada en Indiscreción de DUBOW

 

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BDSM

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Sálvame

El Affaire Cullen

No me mires así

El juego de Edward

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Capítulo 30: CAPÍTULO 5

CAPÍTULO  5

 

 

Me llegó esta carta de Alice:

 

 

Querido Jazz:

No me puedo creer que no haya venido aquí antes, pues me siento como si conociera este sitio de toda la vida. Es tan bonito... El golfo de México se extiende, verde e indolente, hasta el horizonte; la arena está limpia y es blanca. Al amanecer salen pequeños barcos de pesca que regresan por la tarde. De vez en cuando alguna nube salpica un cielo de un azul vivo, y por la noche hay millones de estrellas. Me alojo en un hotelito de Yucatán. El primer día que llegué fui al complejo de cinco estrellas donde había reservado habitación y me bastó ver a la gente y ese césped perfecto y esas fuentes innecesarias, la arquitectura pretendidamente maya y el personal mudo y acicalado para saber que tenía que salir de ahí a toda prisa. De manera que le pregunté al taxista si conocía algún sitio menos formal, y me llevó por un camino de tierra hasta una hacienda modesta en la playa donde había un perro atado a un palo a la entrada que se puso a ladrar nada más detenernos y gallinas y cabras. Era perfecta. La mujer que la lleva me dio una bonita habitación con una terraza que da al mar y un cuarto de baño al final del pasillo. No hay aire acondicionado ni servicio de habitaciones, pero sí un bar minúsculo y un restaurante pequeñito que prepara las gambas más deliciosas que he comido en mi vida, unas gambas que han sido arrancadas literalmente del mar momentos antes y cocidas con ajo, cilantro, lima y chile jalapeño. Deliciosas. Acompañadas de una cerveza Tecate bien fría, no me cansaría de comerlas.

Sin embargo, no todo es perfecto. Las cucarachas son grandes como gatos, hay algunos olores muy desagradables, mi habitación no es que esté impoluta y durante el día hace un calor horroroso. Estoy convencida de que cualquier día de éstos acabaré con diarrea, los hombres me miran como si fueran violadores en potencia, no hay caja fuerte y es muy posible que me roben la cartera y el pasaporte. La dueña del hotel, una mujer alegre llamada Sonia, que además es la cocinera, me dice que no me preocupe, pero cuando voy a pasear por la playa tiendo a atraer a algunos admiradores.

Así y todo me doy mis paseos por la playa. No hay mucho más que hacer, lo cual es estupendo. Me planteé alquilar un barco de pesca, pero Sonia me dijo que el patrón al que ella recurre no está. ¿Cuándo va a volver? No estaba segura. Quizá a finales de semana; quizá no. Me doy cuenta de que debería haber alquilado un coche, pero cuando saqué el billete de avión lo consideré un gasto innecesario. Un día contraté un conductor para que me llevara a Chichén Itzá, las impresionantes ruinas mayas que se levantan no muy lejos de aquí. Es un lugar increíble. Nunca había visitado las ruinas de una civilización que desapareció hace tiempo. En Europa construyen encima, y en Estados Unidos no hay nada tan antiguo, pero Chichén Itzá es antiguo y está muerto, su cultura y sus gentes corrieron la misma suerte que los sumerios o los hititas. Resulta asombroso pensar que esta civilización fue próspera durante miles de años y levantó esta preciosa ciudad y, luego, un buen día llegó un grupito de españoles con armas y corazas, salido de la nada, y adiós muy buenas a todo en menos de cien años. Es descorazonador pensar en la gente que un día vivió aquí, los niños, las familias, los guerreros y los sacerdotes —sí, hasta los que realizaban sacrificios humanos—, y lo perdió todo. La vida, su hogar, su cultura, su idioma. Todo destruido. Arrasado. Lo único que queda son ruinas como éstas y un puñado de descendientes cuyos antepasados huyeron a la jungla hace siglos y se escondieron para no perder la vida hasta que todo, salvo su miedo, quedó olvidado.

Ha sido buena idea venir aquí. Sabía que tenía que salir de Nueva York. Tenías razón: estaba un poco desmadrada. No soy una persona autodestructiva, nunca lo he sido. Crecí rodeada de autodestrucción, mi padre la elevó a la categoría de arte, pero yo siempre he luchado contra ella. Pero sabía que es algo que siempre he llevado en mi interior, esos deseos de perder el control, de abandonarse a la ira y a la desesperación. Deshacerme de todo lo que era importante para mí simplemente porque podía, y porque un día me desperté y me di cuenta de que todo era una mentira.

Me siento un poco como los mayas. Estaba satisfecha en el centro de mi pequeño mundo, creyéndome protegida y poderosa, pero apareció algo más implacable y derribó mis defensas. ¿Quién no pasaría a ser autodestructivo en un momento así? ¿Por qué podía luchar ya? ¿No es eso lo que sucede cuando caen las civilizaciones? Quedan los escombros. Mi cultura también estaba en ruinas, y el panorama parecía desesperanzador. Dentro de un orden mayor, ¿qué importaba lo que fuera de mí? ¿Acaso pensaba que estaba por encima del bien y del mal? ¿Que, de algún modo, podía ir por la vida creyendo que saldría indemne? La historia está llena de casos similares de autoengaño. Mira a los mayas, mira a los franceses durante la segunda guerra mundial. Creyeron que podrían ocultarse tras la Línea Maginot, pero los alemanes la rodearon.

Sin embargo, ¿mató eso a los franceses? No. Francia perseveró. Su idioma, su cultura, sus gentes, sus tradiciones volvieron a pesar de los nazis, los colaboracionistas y esa creencia tan humana de que a veces puede ser mejor rendirse que resistir. Es evidente que muchos franceses se rindieron, sí, pero la mayoría no. ¿En qué bando preferirías estar? A mí me gustaría pensar que habría estado en el de los luchadores, y por eso es tal la decepción con mi vida y conmigo misma que hasta ahora me he rendido a lo que me ha pasado. En lugar de luchar, huí. Pensé que estaba siendo valiente, pero tal vez sólo estuviera siendo cobarde. Si de verdad amaba lo que amaba, si de verdad creía en ello, tendría que haberme quedado a afrontar mis problemas. Puede que no hubiera salido airosa, pero por lo menos habría sabido que había hecho todo cuanto estaba en mi mano.

Estoy harta de huir. Ha llegado el momento de luchar.

Espero que estés bien. Siento no haber sido yo misma últimamente. Confío en que sepas lo mucho que significas para mí y lo importantes que son para mí tu amor y tu amistad. Gracias por todo, te veré pronto.

Muchos besos,

ALICE

 

P. S. Los franceses no lo lograron solos. Contaron con ayuda. Yo cuento contigo para esa ayuda. Sé que puedo contar contigo.

P. S. Recibí una carta muy bonita de Edward.

 

Capítulo 29: CAPÍTULO 4 Capítulo 31: CAPÍTULO 6

 
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