INDISCRECIÓN

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 01/12/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 34
Comentarios: 119
Visitas: 54511
Capítulos: 36

 

Edward y Alice Cullen son una atractiva pareja de clase alta y cuentan con un exclusivo círculo de amistades. Su idílica existencia se acaba cuando entra en sus vidas la joven Bella, aportando frescura y encanto…, tanto que incluso el hasta entonces fiel y modélico marido, Edward, cae en sus redes e inicia con ella una tórrida relación. Moderna, sexy, urbana, ardiente, sofisticada, erótica, cosmopolita e indiscreta. ¿Cuánto crees que puede durar la fidelidad?

 

Basada en Indiscreción de DUBOW

 

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Capítulo 4: CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 3

 

Pasan varias semanas. El verano avanza imparable. Las calles de Manhattan arden bajo un sol abrasador. Para Bella la brisa y el agua salada de Long Island no son más que un recuerdo. Ha sido desterrada al mundo de siempre, el que habitan compañeros de trabajo, amigos de la facultad, repartidores, desconocidos en el metro. Al igual que Eurídice, no volverá a caminar por campos de flores.

Bella no ha vuelto a ver a los Cullen. No tendría por qué. Regresó a la ciudad al día siguiente de pelearse con Jacob. Edward y Emmett fueron a casa de Jacob a buscar su bolsa y llevarse el coche alquilado, pero cuando llegaron no había nadie, y las cosas de Bella estaban tiradas en el asiento delantero del vehículo.

Aunque Edward y Alice le pidieron que se quedara y se mostraron sumamente amables, ella tenía la sensación de que era una intrusa, una extraña acogida valiéndose de falsos pretextos. Se olvidaría de ellos. Ahora sus vidas, que se habían cruzado temporalmente con la de ella, seguirían caminos distintos.

Pensé en ella varias veces los días que siguieron. La suya era una historia inconclusa, y yo quería saber más. ¿Qué haría? ¿Qué vueltas daría su vida? Después dio la impresión de que había desaparecido para siempre.

Hasta que una noche Edward nos anuncia a Alice y a mí cuando estamos cenando en la cocina:

—Casi se me olvida: ¿a que no adivináis a quién he visto hoy? —Había estado en Nueva York, comiendo con su agente, haciendo unos recados—. A Bella.

—¿Cómo está? —se interesa Alice.

—Tenía buen aspecto. Yo salía del restaurante e iba hablando con Reuben y de pronto casi la tiro. ¿No es increíble?

—Me cayó bien —opino—. La pobrecita estaba perdiendo el tiempo con Jacob. Menudo tarugo.

—A Alice también le cayó bien, ¿no, cariño? O por lo menos eso pensé. Estuvimos charlando un poco de todo y me preguntó por vosotros dos, y por Johnny y Emmett y Rosalie, y parecía algo tristona, así que me dije, qué coño, y la invité a pasar aquí el fin de semana. Al principio dijo que no podía, pero insistí. Espero que no te importe. Necesita que se hagan cargo de ella, y Alice, tú eres la persona indicada.

Cierto, a Alice le encanta ocuparse con proyectos personales. Ya de pequeña siempre estaba acogiendo criaturas desvalidas. Recuerdo pasarme noches en vela con ella, ayudándola a cuidar de un conejo o una ardilla moribundos que el gato (el mío, dicho sea de paso, aunque ella nunca me culpó por ello) había destripado. Los mantenía calientes, les daba agua con un cuentagotas y, como era de esperar, los enterraba en el bosque en una de las cajas de zapatos de mi madre.

—Me alegro de que la hayas invitado, cariño —contesta ella—. Pero no podemos volver a acostarla en el sofá. ¿Dónde la metemos? ¿No vienen Emmett y Rosalie?

—Por eso no te preocupes —intervengo—. Se pueden quedar conmigo, tengo espacio más que de sobra.

—Genial —replica Edward—. Gracias, Jazz. Y puede venirse con Emmett y Rosalie.

 

Llegan el viernes, tarde. El tráfico es especialmente malo los viernes, sobre todo en verano. Lo que en mi infancia se cubría en una hora y media en coche ahora te lleva tres horas o más, incluso para quienes, como yo, nos conocemos los atajos. Las granjas que antes bordeaban las carreteras han desaparecido casi por completo. Los viejos almacenes de patatas ahora son clubes nocturnos. Las pintorescas tiendecitas donde en su día compraba cómics, chucherías a un centavo y donuts son modernos establecimientos que venden jerséis de cachemir y aceite de oliva virgen. El año pasado Hermès abrió una tienda en la antigua licorería. La playa y las puestas de sol prácticamente son las únicas cosas que no han cambiado.

Bella es recibida con abrazos y besos. Agradecida, el rostro se le ilumina. Está muy guapa.

—Te he traído una cosa —dice al tiempo que le da a Alice una gran caja envuelta en un papel alegre.

—Pesa —constata Alice—. ¿Qué es? —Abre la caja y saca un reluciente cazo de cobre—. No tenías por qué. Son muy caros.

Debe de haber sido una fortuna para alguien como Bella, que trabaja para una revista, de asistente de redacción, o algo por el estilo, lo más bajo. La generosidad, así como lo apropiado del regalo, abruma a Alice, cuya debilidad son los cacharros de cocina. Le da a Bella otro abrazo, más largo.

—Me encanta, ¡gracias!

—Y esto es para ti —le dice a Edward. Y le entrega una bolsa de papel.

Él saca una camiseta roja, y al abrirla ve que delante pone: SOCORRISTA, y hay una cruz blanca pintada. Se la pone encima de la camisa, y todo el mundo se ríe y aplaude.

—Otro sueño de mi infancia cumplido —comenta riendo—. Ya sólo me faltan el silbato y la tablilla portapapeles.

Se abre una botella de vino, se sirven copas. Edward trincha el pollo, que es de corral, de la zona. También hay maíz tierno y judías verdes al dente, con sal marina. Todo el mundo se siente encantado de estar ahí. Se hacen planes para el sábado: ir a la playa y hacer un picnic parece lo suyo. Luego Edward anuncia que el sábado por la noche vendrá una canguro y Alice se librará de cocinar —«¡Ya era hora!», exclama, y todos nos echamos a reír— y saldremos a cenar todos juntos.

Es uno de nuestros restaurantes preferidos, un sitio con manteles de cuadros rojos y un chuletón de más de dos dedos de grosor que chorrea mantequilla. Los dueños son una griega diminuta y su hermano, que se pasa la mayoría de las noches emborrachándose solo en un rincón. A veces me siento con él y escucho sus planes de inversión en propiedades. Una vez, estando yo allí, entró una familia de indios de la zona, de la tribu shinnecock. Eran seis, los padres y cuatro niños. Pidieron un chuletón y se lo repartieron entre todos. Me hicieron sentir ridículo y gordo: yo me estaba comiendo uno sólo para mí.

—También tiene la peor carta de vinos del mundo, pero eso es parte de su encanto —afirma Edward.

Esa noche, no obstante, estamos todos cansados. No iremos a nadar a medianoche. Alice dice que se encargará de recoger, y Bella se ofrece para echarle una mano. Edward se disculpa y sube a trabajar. Yo llevo a Emmett y Rosalie a mi casa por los matorrales. Cuando las dos mujeres se van a la cama es tarde. Me las imagino en el salón, charlando, las piernas encogidas en el sofá, terminándose el vino. Son muy distintas, pero se están haciendo amigas. Cuesta resistirse a que te idolatren.

A Edward se le ha dado mucho bombo, y sin embargo Alice nunca se ha quejado ni se ha mostrado resentida. Se ha entregado por completo. Desde que se casaron, jamás pensé que Alice necesitara o quisiera otra cosa que no fuera Edward, pues era mucho lo que tenía ya. Él era lo que le faltaba para sentirse completa. Pero también es humana, algo que muchos de nosotros olvidamos a veces, ya que parece inmune a la mezquindad y tiene una serenidad que es mayor cuanto más se preocupa. Sabía que tenía a Edward y a Johnny —y a mí, por supuesto—, pero ¿se la puede culpar por querer más? Lo importante es que creyó que era ella la que elegía.

Como hago a menudo, me siento en mi habitación y miro su casa. A lo lejos oigo silbar el tren nocturno que vuelve a Nueva York. La luz del cuarto de Alice se apaga bien pasada la medianoche, y yo me meto en mi cama de cuando era pequeño.

Capítulo 3: CAPÍTULO 2 Capítulo 5: CAPÍTULO 4

 
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