INDISCRECIÓN

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 01/12/2012
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 34
Comentarios: 119
Visitas: 54534
Capítulos: 36

 

Edward y Alice Cullen son una atractiva pareja de clase alta y cuentan con un exclusivo círculo de amistades. Su idílica existencia se acaba cuando entra en sus vidas la joven Bella, aportando frescura y encanto…, tanto que incluso el hasta entonces fiel y modélico marido, Edward, cae en sus redes e inicia con ella una tórrida relación. Moderna, sexy, urbana, ardiente, sofisticada, erótica, cosmopolita e indiscreta. ¿Cuánto crees que puede durar la fidelidad?

 

Basada en Indiscreción de DUBOW

 

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Capítulo 11: CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 3

 

Por la mañanan ella lo despierta cuando vuelve a la cama, cojeando ligeramente debido al corte en el pie. La luz se cuela débilmente por las cortinas.

—He pensado que te podía apetecer —dice, y lo besa en la boca, el aliento acre. Deja dos tazas de té en la mesilla. Él se incorpora, apoyándose en las almohadas. Bella está desnuda, la piel blanca, suave, tersa. Un lunar en la cara posterior del muslo, el vello entre las piernas, abundante y negro. Se mueve como si pudiera pasarse la vida desnuda. A Edward le gustaría verlo.

—Buenos días —la saluda él—. Ven aquí.

Ella avanza hacia él a cuatro patas, como un animal, mirándolo fijamente a los ojos. Lo besa con avidez. Él la tumba boca arriba, la cara entre sus piernas. Ya está húmeda. Gime, le coge la cabeza mientras la lengua de él entra y sale.

—Por favor, sí, no pares.

 La intimidad que implica hacer el amor a la luz del día. No hay donde esconderse. El resto del mundo se ha ido a trabajar. La penetra. Se miran en silencio a los ojos, los de ella castaños, grises los de él, en tácita comunión. Y luego ella baja los párpados y echa atrás la cabeza, la boca abierta, la pelvis moviéndose, largo, corto, largo, corto, como un código morse entre amantes, hasta que el ritmo aumenta cuando ella abre los ojos, y van más y más y más de prisa, mirándose a los ojos, ella gritando: «¡Sí, sí, sí!»

—Llevo queriendo despertarme contigo desde que nos conocimos en la playa —confiesa ella después. Están tumbados en la cama, las piernas abiertas, agotados como atletas—. Pero jamás pensé que fuera a pasar.

—Pues ha pasado. ¿Ha sido como esperabas?

—Mejor —contesta Bella, y lo besa.

—¿Qué hora es?

—Casi las ocho. No quiero, pero tengo que ponerme en marcha. ¿Qué vas a hacer hoy?

—Tengo más reuniones, un almuerzo, una copa, una cena.

—Quiero verte. ¿No te puedes escaquear de la cena?

—Eso pensaba. Preferiría verte.

Ella esboza una sonrisa radiante.

—¿A qué hora podemos vernos? Puedo intentar salir antes de la oficina.

—¿Te parece a las siete y media?

—Perfecto.

En la ducha, él le enjabona el pelo y los pechos, las nalgas contra él, se le pone dura. Lentamente, sin decir nada, ella cambia de postura, se agacha, de espaldas a él, los brazos contra los azulejos. Él dobla las piernas para compensar la diferencia de altura. Se mira mientras la penetra. Esta vez la cosa va de prisa, el agua corre por sus cuerpos, salpica el suelo. Tiene una espalda preciosa.

—No quiero dejar de follarte nunca —dice ella.

—Es posible que tengas que hacerlo —responde él con una sonrisa—. No sé si puedo mantener este ritmo, ya no tengo diecisiete años.

—En ese caso tendremos que darte un montón de ostras.

En la calle, se separan con un beso. Ella le da su número.

—Te llamo más tarde —le asegura él, y la ve alejarse en la mañana gris, fría. Conserva el recuerdo de su calor.

Baja en taxi al centro y entra en su hotel, su preferido en la ciudad: tranquilo, apartado, a sólo una manzana de Central Park. Los suelos de mármol blanco y negro. El bar prepara el mejor bullshot de Manhattan.

—Buenos días, señor Cullen —lo saluda el portero. El padre de Alice vivió allí los dos últimos años de su vida, devastado por el alcohol.

En su habitación parpadea una luz roja en el teléfono. Tiene un mensaje de Alice: «Hola, soy yo. Supongo que tenías una reunión a primera hora. Llámanos luego. Johnny te manda recuerdos. Te echamos de menos.»

También hay un mensaje de Reuben, uno de Norm y otro mío. Se supone que esa noche vamos a tomar algo. Edward llama al servicio de habitaciones y pide que le suban una cafetera y huevos revueltos con beicon. Luego se quita la ropa, va al cuarto de baño y se ducha con agua hirviendo varios minutos antes de afeitarse. Llega el desayuno. Lo firma y deja la propina en metálico.

Llamará a Alice más tarde.

A las tres llama a Bella.

—Llevo todo el día esperando tu llamada —afirma ella—. No puedo parar de pensar en ti.

—Lo siento, antes no he tenido ocasión. ¿Sigue en pie lo de esta noche?

—Si todavía te apetece...

—Pues claro. He quedado con Jasper a las seis en su club para tomar una copa. Puedo verte después.

Ella se ríe.

—Madre mía, ¿con Jasper?

—Sí, no puedo decir que no. Además, Jasper me cae bien.

—A mí también me cae bien Jasper, es sólo que parece mucha coincidencia. ¿Tú crees que se olerá algo?

—¿Por qué iba a olérselo? No sabe que te he visto.

—Entonces ¿dónde quedamos?

—Me da lo mismo, siempre y cuando haya montones de ostras.

Ella se echa a reír.

—Conozco un sitio en la calle Spring. Tiene unas ostras buenísimas —contesta, y le da el nombre y la dirección del restaurante.

Después de colgar, a él le sorprende lo excitado que se nota.

Edward y yo nos vemos a las seis. Como de costumbre, se le olvida ir con corbata, pero mi club le presta una de las que tienen precisamente para gente como él.

Tiene buen aspecto, parece algo cansado, si acaso, lo cual es lógico dada la diferencia horaria. Nos sentamos en el bar. Hay algunos socios jugando al backgammon.

—¿Qué tal han ido las reuniones?

—Bien. —Se encoge de hombros—. El sector está muy nervioso últimamente, y quieren saber cómo avanza el libro. Al fin y al cabo es cierto que han invertido mucho en mí. Aunque no me imagino a Hemingway haciendo esto. Él probablemente les hubiera dicho que se fueran al carajo.

Hablamos de Roma, de los planes para las navidades, de Alice, de la salud de Johnny. Del nuevo libro.

—¿Cómo va?

Se toma una copa.

—Lento.

—¿Por qué?

—No lo sé. Creí que instalarme en Roma me serviría de inspiración, pero ha resultado casi demasiado estimulante. Me siento, pero soy incapaz de concentrarme, y al final me paso horas caminando.

—¿Te sirve de algo?

—La verdad es que no. El libro no termina de arrancar. Pero a Alice le encanta aquello. Va a sus cursos de cocina y a sus clases de italiano. Y Johnny se lo está pasando en grande. Uno de sus mejores amigos es el hijo del embajador de Australia. Le está enseñando a jugar al críquet.

Está tan encantador como siempre. Cuenta una divertida anécdota de la vez que se perdieron cuando fueron a la Villa d’Este. Pero también hay algo distinto. No está tranquilo. Después se me pasa por la cabeza que ésa ha sido una de las pocas ocasiones que lo he visto sin Alice. A las siete menos diez se excusa diciendo: «Lo siento, Jazz. Tengo que irme.» Nos damos la mano, y él sale disparado. No me importa, en ningún momento se habló de hacer algo más que tomarnos una copa. Yo me pido otra y espero a ver quién viene. Con suerte aparecerá otro socio solo y podremos cenar juntos. Más tarde, cuando salgo del club, me dicen que a Edward se le olvidó devolver la corbata.

Capítulo 10: CAPÍTULO 2 Capítulo 12: CAPÍTULO 4

 
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