Gracias a las Estrellas.

Autor: 012Victoria210
Género: General
Fecha Creación: 19/01/2010
Fecha Actualización: 27/09/2013
Finalizado: NO
Votos: 58
Comentarios: 180
Visitas: 224738
Capítulos: 36

TERMINADO

Tras un accidente, Bella se ve en la necesidad de acudir a la familia de Carlisle. Los Cullen, quienes seran en adelante su nueva familia. Alli se enamora, y aprende el significado de la frase "Sigue Adelante"  

Las cosas no siemore son como uno las planea. El destino es el que baraja las cartas, y nosotros somos los que jugamos. La vida podrá tener sus momentos alegres y cálidos, pero tambien dias tristes y no deseados.

"Yo jamás podre saber lo que el destino me deparará, pero hay algo de lo que estoy completamente confiada: El amor, todo lo puede"

Bella Swan

"Fruta Prohibida", en LunaNuevaMeyer

http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=575

http://www.fanfiction.net/u/2218274/

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 34: Lluvia de Pétalos

El tiempo transcurrió rápido, casi inexistentes, hasta que ya llegábamos a finales de Junio. Durante ese tiempo yo comenzaba a restaurar mi vida y reintegrarme en la sociedad nuevamente, dejando a un lado cada uno de mis miedos.

Después de aclaradas las cosas con Edward, las cosas fueron mejorando significativamente. Ahora, dormíamos juntos en lo que era, anteriormente, nuestra habitación (es decir, la mía). No exactamente del término de la-flor-y-el-aguijón, sino más bien, del término dormir. Aunque, esperaba que el primer término se cambiara por el segundo, y no me extrañaría que pronto dejáramos explotar nuestra atracción física para terminar acostándonos de una vez por todas. Por un lado, deseaba casi desesperadamente poder sentir su majestuosa anatomía sobre la mía, pero por otro lado —el más pequeño y carente de importancia—, presentaba un miedo latente, aunque mínimo, por el hecho de no saber exactamente qué hacer. Siendo una mujer adulta y bastante llena de conocimientos, por lógica evidente, sabía cómo realizar el proceso, aunque mi miedo consistía en no saber emplear la manera de utilizarlo. Por supuesto que tenía unos que otros recuerdos de Edward y yo en posiciones y condiciones nada decentes, pero creo que aquello no me serviría de mucho a la hora de luz, cámara, acción.

A Alice y Rosalie, casi les da un ataque de pánico cuando, al regresar de su viaje, les conté todo lo que había sucedido. Rosalie se encargó de insultar a Charlotte de todas las formas e idiomas que había dentro de su léxico y lenguaje, mientras que Alice se había dedicado a negar con la cabeza y fruncir el ceño, notoriamente enfadada con toda la información que le exponía acerca de Charlotte.

Pisé, por primera vez, luego de haber sido dada de alta, los suelos lisos y pulcros del hospital de Forks por cuenta propia. Fui calurosamente recibida entre besos y abrazos y buenos deseos por los empleados y directiva, quienes se habían mantenido a raya para no asustarme antes. No me fue difícil memorizar cada uno de los nombres que me decían, y tener uno que otro pequeño atisbo de sus personalidades mientras los iba conociendo con el paso de los días. Desde hacía no mucho, me había acostumbrado a acompañar a Edward al hospital, solo para hacerle compañía, además de que aquello me ayudaría a practicar mi resistencia a la hora de ver una herida abierta o aspirar el olor de alcohol, gasas, y otros olores tan típicos. Descubrí que no era tan malo como lo había imaginado, y que parecía ser solo un simple disgusto y capricho del pasado el no desear tener nada que ver con los enfermos, pero al interactuar con la gente y las actividades, supe de inmediato que pronto podría volver sin sentirme asqueada.

Jacob acostumbraba a venir a visitarnos de vez en cuando. Le iba de maravilla con el taller mecánico que había heredado de su padre antes de morir, y había llegado a conocer a su novia, Vanessa, una muchacha tímida y sumamente simpática, tan simpática que Edward se encantó con ella de inmediato, a diferencia de Jacob, a quien Edward se encargaba de fastidiar y viceversa. Ambos se comportaban como un par de niños, pero al menos, se mostraba que, muy, muy en el fondo, compartían algún interés en común, y se llevaban bien, de una extraña manera, aunque ellos no se dieran cuenta.

Emmett fue concebido un 30 de Mayo, exactamente, una hora antes de Junio 1 —esa era la razón de las bromas acerca de las fechas de nacimiento de todos los Masen—, fue celebrado con una pequeña reunión familiar en casa de Esme y Carlisle, donde Clayton, Kate, Carmen y Eleazar, intervinieron gustosamente. Emmett no se desprendería jamás de su tía, y Eleazar ya se encontraba en mejores condiciones cómo para venir a visitar a sus grandes amigos, reconocer mi estado, y disfrutar un poco. Todos, exceptuando a Eleazar, habíamos convertido esa pequeña reunión en una noche de copas, regalos y comida chatarra, junto a un juego de Rock Band que ningún integrante masculino de la familia Cullen —incluyendo a los mayores—, podía dejar de turnarse para jugar. Me pareció sumamente gracioso y a la vez enternecedor observar a Edward frente a una batería de juguete, tocando en el máximo nivel de profesionalismo del juego entre risas infantiles, junto a Jasper y Emmett como bajo y batería, y a un Eleazar cantarín frente al pequeño micrófono. Resultó, de una forma increíblemente extraña, ver a un hombre de edad media cantando como un rockero, pero al menos no fue criticado su estilo musical a la hora del canto, ya que, de una u otra forma, cantaba excelente. Edward y Clay no paraban de discutir acerca de quién era mejor con la batería, probando su habilidad entre rondas competitivas entre ambos.

—¡Esa no cuenta! ¡Fue trampa! — Edward reclamaba una y otra vez, señalando a Clay con una vara de la batería.

—¡Claro que no! ¡Estuve perfectamente bien!

—Sí, porque estabas en el nivel dos. En cambio yo utilicé el nivel tres.

—Pero te recuerdo que yo, obtuve un puntaje de 97%, y tú, mi estimado amigo, obtuviste 90% — alardeó Clay con una sonrisa ladina.

—¡Pero yo estaba en un nivel más alto!

—Blah, blah, blah… — gesticulaba Clay con las manos, ignorando cada una de las críticas de mi esposo.

Alice, Rose, Esme, Kate y yo, sólo mirábamos, sentadas sobre el sofá, el infantil comportamiento de cada uno de nuestras parejas.

Para cuando el reloj que colgaba en la sala, tocó a las doce, ya nos encontrábamos borrachos, gracias a la mezcla de ron con Coca-Cola, Whisky para nuestros padres, y tequila, para variar. Edward y Carlisle, quienes habían defendido a capa y espada el hecho de que yo no debería beber, dejaron sus quejas aportadas con un método científico, para acabar, luego de que Emmett los persuadiera poco a poco con una botella de licor, tan entretenidos con su vaso y con la reunión familiar. La noche se basó meramente en risas atolondradas, chistes de humor negro, cantos, griteríos y bromas. Esme, quien en pocas ocasiones acostumbraba a beber, acabó especialmente igual que nosotros.

Aquella noche todos acabamos durmiendo en casa de Esme y Carlisle, repartiéndonos cuatro habitaciones de huéspedes. Edward y yo dormimos juntos en una habitación por voto general, —más que todo el de Alice — sobre una enorme cama matrimonial. Antes de acostarnos, no paramos de besarnos en uno al otro con un poco de desenfreno, y tampoco de toquetearnos de una manera algo indecorosa, para el poco tiempo que llevábamos juntos, de nuevo. Aunque, con el alcohol subido a nuestra cabeza y la pasión encendida a razón de nuestros corazones, poco habíamos llegado a sentirnos avergonzados. Pero no hicimos nada más

No fue, hasta la mañana siguiente —donde no podíamos ni Edward ni yo levantarnos de la cama— que me di cuenta de que me encantaba el tequila, y mucho más, acompañado con su porción de limón y sal aparte. Aunque lo maldecía una y otra vez, a causa de mi estresante y no deseado dolor de cabeza.

Luego, llegó el cumpleaños de los dos hermanos Cullen.

Esa mañana, Edward permanecía dormido, boca abajo, con la mitad inferior de su rostro escondida entre el bíceps de su brazo izquierdo. Sus respiraciones eran largas y pausadas, y podía tener una excelente apreciación de su espalda desnuda. Me acerqué hasta su posición y hundí la primera rodilla en la cama, hasta quedar sentada a su lado.

—Edward… despierta — murmuré con voz maternal, dando leves empujoncitos a su hombro.

—Mmmm… ¿uh? Mmm.

—Eddie, cariño, levántate.

—Mmm… — volvió a musitar — No me digas… Eddie. Suena… muy gay.

Solté una pequeña risilla, rodando los ojos. Edward abrió un ojo vacilante y dormilón, mirándome desde su orbe verde, tenuemente cubierto por la mata desordenada de cabello que cubría parte de su frente con unos mechones. Lo cerró nuevamente, al impactar la luz sobre su rostro. Luego, estiró el brazo para girar el pequeño reloj que descansaba en nuestra mesita de noche, y gruñó bajito, antes de dejar caer el brazo.

—¿Por qué me despiertas un sábado, a las ocho de la mañana?

—Oh, créeme que no lo haría si fuera por mí, pero los chicos y nuestros padres vendrás en un rato a desayunar con nosotros. ¡Es tu cumpleaños!

—Mi… cumpleaños. Claro — dijo, sin demasiados ánimos.

Edward y Alice, quienes al haber nacido el mismo día, sumaban un año más de vida para llegar a los 26, la edad perfecta, según Alice. Edward no parecía demasiado contento con cumplir años, alegando que la vida pasaba volando como el viento arrebatándole su juventud, y en menos de lo que pudiera evitar ya las canas harían acto de presencia, al igual que las arrugas y las debilidades corporales, muy naturales para una edad adulta. Realmente, a mí no me afectaba cuantos años tuviera o no. Edward seguiría siendo siempre Edward, además de que siempre sería un hombre físicamente guapo. Si siendo niño era una ternura, en su adolescencia era todo un galán, y ahora a sus 26 se veía tan bello, joven, fuerte y sano, ¿Cómo sería cuando cumpliera 40? Algo me decía que la edad solo lo haría ver más atractivo.

Celebramos ambos cumpleaños en un pequeño local llamado Track Night, en Port Angeles, donde, acostumbrábamos en un pasado a frecuentar para una noche en la que, además de comer, cantábamos con una planta de reproductor pistas de canciones para karaoke.

—Vamos Bells —dijo Emmett, cogiendo fuertemente mi mano, para arrastrarme en dirección a la tarima junto con él.

—¿Qué? ¡No! ¿Para qué?

—Pues para cantar. Duh — prácticamente me dijo idiota en la cara — Siempre cantábamos tú y yo juntos cuando veníamos aquí.

—Pero yo no sé cantar — repliqué.

—Por supuesto que lo haces. Solo que aún no lo sabes.

Luego de eso, me avergüenzo un poco de decir que no solo colocó una canción de un dúo cualquiera, sino nada más y nada menos que Say a Little Player For you . Al principio no podía contener el asombro mudo debido a la graciosa manera que tenía Emmett para realizar una interpretación de actuación sobre la tarima, besándome el dorso y haciéndome girar en vueltas. Yo, a la vez que leía sobre la pantalla del televisor la letra de la canción, comenzaba a cogerle el hilo al ritmo hasta que fui yo la que acabó cantando como una empalagada sobre la tarima en compañía de mi fornido hermano. No fue hasta que observé la grabación que Alice había capturado desde su teléfono, que me percaté de que Emmett estaba en lo correcto, y, verdaderamente, cantaba bien.

En la noche, sorprendí a Edward con una cena en la que yo me había esmerado por preparar, hasta que saliera a la perfección. Él, completamente feliz y a gusto de mi trabajo, prácticamente se atragantó con mi comida, y me felicitó por la excelencia de la misma. Luego de eso, acabamos en una buena tanda de besos profundos y bastante insistentes, antes de que yo me apartara y lo arrastrara de la mano para volver a sentarlo a la mesa, para servirle su postre.

—El postre ya lo he obtenido — se atrevió a decir, guiñándome el ojo. Mordí mi labio y me propuse ignorar el rastro de picardía que Edward arrastraba con esa frase, antes de que comenzara a sentir el retorcijón de nervios y deseo revueltos en mi estómago.

—Eres un mal pensado.

—Pero así me aman — se lució, pasando una mano intencional por sus cabellos, imitando a aquel persona de caricatura Johnny Bravo. Hasta actuando como un idiota era tremendamente sexy.

—No, así te amo yo — corrí hasta quitar una bolsa de regalo del escondite de debajo de la mesa, y me regresé rápidamente para entregárselo — ¡Feliz cumpleaños Edward!

—Me compraste un regalo — Edward sonrió, observando tiernamente el presente dentro de la bosa, que consistía en una colonia que bastante me había gustado, y una cadena de oro blanco con un medallón de figura abstracta, con un escrito detrás que decía "Mi corazón contigo".

—Gracias, me encanta — susurró, antes de envolverme con sus fuertes brazos y besarme con toda la dulzura del mundo.

—Me alegro de que te guste — dije alegremente, abrazando su cintura con mis brazos para devolverle el beso.

...

—¡Feliz aniversario, Bella! — Edward gritó a los cuatro vientos, alzándome en el aire para darme una vuelta.

—Aniversario… aniversario… ¡Oh Dios mío! ¡Es hoy! — grité histéricamente, con el pánico y la vergüenza haciendo acto de presencia para acelerar mi corazón — ¡Edward, te juro que…!

—No me jures nada — me interrumpió, plantándome un beso en la nariz — Sigues siendo muy olvidadiza. Sé que sabes que hoy es nuestro aniversario, sólo que lo olvidaste hoy.

—Oh, Edward, te juro que no sé dónde tengo la cabeza… — murmuré, aun sumamente apenada — ¡Y tu regalo! ¡Mierda! — ¡El regalo de Edward aún estaba por faltarle unos arreglos! Alice me mataría.

—No importa — se encogió de hombros — ¡Aquí está tu regalo! — me mostró un precioso estuche de color negro con un elegante lazo rojo, el cual abrí, para, sin sorprenderme en lo absoluto, encontrarme con algo ostentoso, con un espectacular collar de cadena de oro y plata, con un dije verde circular, como una… ¿piedra preciosa?

—Edward, cielo, ¿es eso una esmeralda?

—Sip.

—¿De las reales?

—Aja.

—¿Que evidentemente, te costó mucho?

—Podría decirse que sí — arqueé una ceja reprobatoria — ¡Hey, no me mires así! Sé que ya tienes como collares para adornar tu lindo cuello, pero, recuerdo que hace unos años me dijiste que sería lindo buscarle pareja al anillo que te di hace como ocho años. Y, ¿Qué tal? ¡Conseguí un collar muy parecido y que va a la perfección! Fue tu deseo, no mío: yo solo lo cumplí como el buen esposo que soy.

—No es justo. Mi falta de memoria está a tu favor. Aunque me gustó mucho, lo adoro — dije, permitiéndole que abrochara el collar en la parte trasera de mi cuello. Me volteé y le besé en la mejilla, susurrándole un suave "gracias" — Está muy, pero muy bonito. Aunque, te dije, específicamente, que no quería regalos.

—Lo sé, lo sé… — posicionó las manos en alto con las palmas hacia arriba, dramatizando su oración — La verdad, sigo sin entender por qué no te gusta que te regalen cosas.

—Yo… no sé. Pienso que no es importante — crucé mis brazos en mi pecho — Quiero decir… supongo que me abasto con ropa, comida, y todo lo básico. No me importa tener el mejor diseño, o el mejor perfume, o el mejor auto, el mejor teléfono celular, o la colección de otoño de Prada… — chasqueé la lengua, recordando todo lo que Alice se había encargado de regalarme — Contigo es suficiente. Con mi familia, y con los demás.

Edward me miró con la admiración brillando en sus pupilas. Una deliciosa sonrisa se dibujó en sus facciones angélicas, mientras acariciaba mis manos con los pulgares de las suyas.

—¿Te he dicho que te quiero mucho? — susurró cerca de mi rostro, antes de volver a besar mis labios, mientras yo asentía con la cabeza.

—¿Podrías… no sé, cancelar los planes que evidentemente tenías para mí? — pregunté, esperando que no se sintiera ofendido con mi pedido. Suspiré de alivio cuando negó con la cabeza y volvió a besarme, esta vez, cerca de mi cuello.

—No me molesta. Puedo cancelarlo todo, aunque lo de hoy no era la gran cosa. No tuve tiempo para hacer lo que verdaderamente quería, así que será para nuestro próximo aniversario. Te gustará.

—¿Qué cosa? — inquirí.

—No te lo diré — sonrió juguetonamente — Tendrás que esperar un año.

—Eso es una injusticia — espeté críticamente, frunciendo el ceño — Ahora estaré carcomiéndome de curiosidad 12 meses.

—Triste por ti.

—Eres cruel...

Llegué a la conclusión de que el pucherito que hizo con su labio inferior fue demasiado provocativo, y no pude evitar rodar los ojos y volver a besarlo, dejándome vencer por las cuchuras de expresiones que Edward utilizaba para hacerme olvidar cualquier cosa.

Cumpliendo a su promesa, Edward no se atrevió a ofrecerme alguna de las suyas en este día, y, aunque a veces podía notar las ganas que tenía de sacarme de aquí y llevarme a Dios sabrá donde, se quedó completamente tranquilo.

Mientras ambos estábamos recostados en la hamaca del jardín, me dediqué a pensar en lo maravillosos que habían sido los últimos cuatro meses posteriores a mi despertar. Al principio estaba confundida, luego, mi vida fue retomando su forma y las piezas fueron armando parte del rompecabezas, aunque no estaría completo del todo. Me conformaba, y me sentía satisfecha.

Tras permanecer tendidos afuera por más de una hora, decidimos entrar nuevamente a la casa.

—¿Qué quieres hacer ahora?

—Humm — musité — No tengo hambre ahora, pero nos dará más tarde ¿Qué te parece si hago la cena?

Hacemos la cena — corrigió — Es nuestro aniversario, cariño. Cualquier pareja normal estaría haciendo muchas cosas este día, y, no es por forma de queja, sino de realismo, nosotros estamos haciendo algo cotidiano. Por favor, hazme sentir mejor, y déjame ayudarte con la cena. El compromiso es de dos.

—Bueno — asentí, dándole la razón.

Ambos quedamos en un acuerdo de preparar pollo asado con ensalada y granos, con una salsa secreta que Edward prepararía para condimentarla. Revoloteábamos por la cocina buscando los implementos e ingredientes de cocina, colocándolos ordenadamente sobre el desayunador.

Me puse de puntillas para poder alcanzar la sal que estaba sobre uno de los estantes. Fue allí cuando sentí el brazo derecho de Edward deslizarse por mi estómago para abrazarme, y su otro brazo tomar con facilidad mi objetivo. Aquel contacto ocasionó un suave estremecimiento en mi piel.

Me volteé para encararlo y acaricie su rostro con mis manos.

—Me haces sentir enana — refunfuñé infantilmente.

—Deberías agradecer a mi metro ochenta y seis por hacerte el favor — soltó una risilla pequeña, acercando su rostro al mío para acortar la distancia entre nosotros nuevamente.

Sentí, al igual que miles de veces, la pasión encenderse y explotar cual fusión del fuego y la gasolina. Mis brazos fueron a parar descansados sobre sus hombros y los suyos rodearon mi cintura, y me encargué de devolverle el beso con más ofrecimiento del que él había esperado. Mis manos descendieron hasta su cintura y lo apreté contra mí, arrebatándole un suspiro ahogado de satisfacción, lo que, por consiguiente, liberó la lujuria que bien había estado luchando por controlar hasta ahora. Sí, hasta ahora.

Decidí que tanta excitación dentro de una persona era dañina para el cuerpo y que debía hacer algo al respecto. Llevé mis manos por debajo de su camisa y acaricié su espalda baja, haciendo que él moviera la cadera, a razón del posible cosquilleo de mis dedos al rozar su piel.

—Bella… — comenzó a decir contra mi cuello — ¡Uy! — exclamó en voz baja muy sorpresivamente cuando, sin ningún tipo de pudor, pasé mis manos por encima del pantalón de su trasero, para apretar su cuerpo contra el mío.

Sonreí contra sus labios con travesura, y él se alejó para mirarme fijamente, con la incredulidad indiscretamente expuesta sobre su rostro.

—¿Esto es…? — dejó la frase inconclusa.

Asentí nuevamente con la cabeza, mis manos ahora jugueteaban con las solapas de su camisa con coquetería.

—Ajá — confirmé — Señor Cullen, ¿qué le parece si vamos un momento a nuestra habitación? Tengo algo importante que mostrarle — no necesité decirlo dos veces.

—¡Venga! — de pronto mis piernas ya no estaban fijas junto con los pies en el suelo, y ahora estaban felizmente envueltas en su cadera.

Tropezamos, chocamos, e incluso me pareció haber roto algo con una patada, mientras nos besábamos como un par de animales sobre cada pared y cada rincón a nuestro paso, comenzando el recorrido desde la salida de la cocina hasta la llegada a las escaleras. Edward, sosteniéndose de un barrote para mantener el equilibrio, subía complicadamente los escalones, conmigo besando su cuello y sus hombros muy insistentemente. Al llegar a la habitación, me apoyó firmemente con la primera pared que encontró y comenzó a besar mi cuello con una profundidad que marcaba como asegurado que solamente él podría ser propietario de mi cuerpo, lo cual me hizo gemir seguidas veces.

Mis pies volvieron a tocar el suelo y mis manos, comenzaron ahora, a acariciar su torso por encima de la camiseta, desabrochando los botones de su camisa a su paso con suma sensibilidad. Mis manos recorrieron con una satisfacción que rayaba a la admiración, las líneas de su pecho y de su abdomen, subiendo por sus fuertes hombros y sus brazos, que yacían apoyados en cada lado de mi rostro sobre la pared.

Sus manos jalaron las mías y comenzó a guiarme hasta la cama. Edward tropezó con un zapato de tacón atravesado en su camino y dimos a parar al colchón de la cama y no en el suelo, si no fuera por los sus rápidos reflejos, conmigo quedando sobre él. No fue necesario otorgarme más segundos de análisis para emplear el instinto y apoyar mi peso a los lados de su cabeza, sobre la cama, para comenzar a besarlo con insistencia, y él tampoco, ya que comenzó a acariciar con premura, mi abdomen y los costados de mi cuerpo por debajo de la blusa, hasta que ambas manos quedaron sobre mis senos y yo suspiré, muerta de satisfacción. Sus manos se detuvieron en mis muslos, y los apretó suavemente, haciéndome gemir sobre su boca. Aunque tuviese los ojos cerrados, podía intuir que una sonrisa llena de realización bailaba en sus labios ahora mismo.

Se fue sentando, aun conmigo sobré él, y en un desconocido movimiento, se impulsó hacia adelante y fui tumbada, con una sensualidad y lentitud enloquecedora, sobre el suave colchón debajo de su cuerpo, quedando a la merced de sus intenciones. Prontamente, sus manos acariciaron mi rostro con la punta de los dedos por un segundo, antes de que me besara con una dulce fuerza delicada. Mis manos huyeron hasta sus desordenados cabellos y los presioné fuertemente, mientras sentía el exquisito placer de sus labios al acariciar la piel expuesta de mi pecho. ¿En qué momento me había despojado de la blusa? No lo sabía, y no era algo que me importara precisamente.

Acepté con plenitud el calor que se extendió a través de zonas varias de mi anatomía, al Edward recorrer mis senos con la punta de su lengua, con el terciopelo de su mano izquierda acariciando suavemente uno de mis tobillos, ascendiendo por mi pantorrilla hasta llegar a mi muslo, llevándose consigo la falda beige que había rechazado esta mañana, pero ahora bendecía con suma pasión.

Por dentro, la lujuria y la cordura batallaban entre sí por ser la ganadora, y mi cuerpo era arrastrado por el camino que la pasión me otorgaba. Mis piernas rodearon su cintura en un fluido movimiento y lo obligué a apoyar todo el peso de su cuerpo sobre el mío, comenzando con un mecer de caderas que comenzaba por hacerme jadear de desesperación sobre su boca, e igualmente a él, claro está.

Mis manos comenzaron a trabajar con su cinturón, y, tras unos segundos de luchar contra el cuero, logré desprenderlo de su jean, antes de que éste fuera también alejado de Edward, dejando sus bóxers como único atuendo.

Se alejó de mí con la respiración jadeante, y, tomándome tan desprevenida como sorprendida, sus manos tomaron el dobladillo de mi falda y la deslizaron por mis piernas en un movimiento tan experto y sensual que apenas tuve noción de cordura para transportar a mi cerebro la información a tiempo.

Me incorporé hasta quedar sentada sobre la cama, y murmuré un "ven aquí", antes de que me volviera loca y saltara sobre él como una psicópata. Edward pareció disfrutar la súplica de mis ojos, por lo que, con una sonrisa ladina, hundió las rodillas en la cama y gateó hasta mi posición, para, acto seguido, cogerme de los tobillos y arrastrarme hacia abajo, dejando a mi vientre a la altura de su rostro. Comenzó a depositar besos sobre él y mi abdomen, y mis manos seguían jalando con rudeza su cabello.

Volvió a comenzar con una nueva y revolucionada ronda de besos que siguieron el camino de mi estómago hasta mi pecho nuevamente, y, para acabar de torturarme, colocó ambas de mis manos a los lados de mi cabeza, imposibilitando el movimiento de mis brazos, mientras continuaba besando y mordiendo con demasiada provocación mi cuello y mi garganta.

—Basta — logré decir entre suspiros entrecortados — Estás siendo muy cruel… ¡Edward! — grité cuando empujo su cadera contra la mía — ¡Suéltame!

Tuvo el descaro de soltar una risa ahogada sobre la piel de mi clavícula, antes de alzar la cabeza para mirarme, con sus ojos brillosos llenos de sentimientos arremolinados.

—¿Qué te suelte? Llevo casi año y medio deseando volver a tenerte en mis brazos, y me dices que te suelte — volvió a reír, antes de depositar un beso en mi mejilla — Muy chistosa, cariño.

—Chistoso vas a quedar tú luego de que acabe contigo.

—Huy, eso sonó muy doble sentido.

—¿Y quién dijo que no intentaba sonar así?

Clavó su mirada sobre la mía con ojos oscurecidos de puro deseo, provocando una aceleración en mí ya errática respiración. Sus labios estamparon en un encuentro sobre los míos, regresando allí, a lo que sería la noche más estupenda de… bueno, de lo que podía recordar.

Me sorprendía la facilidad que tenía Edward para hacerme estremecer de tanto que podía proporcionarme. Mi cuerpo reaccionaba y se sacudía ante su toque de una manera inevitable, no intencionada. Parecía que él supiera exactamente donde tocar y cómo hacerlo, y no me sorprendía en lo absoluto, ya que con tantos años de matrimonio, evidentemente, Edward habría de conocer mi anatomía mejor que nadie en el mundo, y, a pesar de que fuera la primera vez que me relacionaba con Edward con respecto al sexo, yo misma me asombraba de reconocer la forma adecuada de utilizar mis manos para acariciar su espalda o su abdomen, o de besarlo, o de mover y hacer utilidad de mis piernas. Posiblemente se trataba de algo intuitivo o instintivo, o sólo parte de mí sabía cuál era la manera de complacer a mi esposo.

Acabamos desnudos, y revueltos entre las sábanas de la cama, con nuestros labios unidos al igual que nuestros cuerpos, encajados con una naturalidad confortante, junto un vaivén de caderas que sumaba sólo acababa de hacerme sentir mucho más que satisfecha con la vida. Afuera, había comenzado a llover. La frialdad del clima no resultó ser una dificultad para nuestra temperatura corporal, porque nuestros cuerpos ahora ardían en llamas.

Hubo una ocasión en la que mis uñas clavaron sobre la espalda de Edward casi con brutalidad y él soltó un gemido de dolor, y otra en la que los brazos de Edward, me apresaron tan fuertemente de la cintura que mi respiración quedó trabada dentro de mis pulmones, y me arqueé hacia atrás, al sentir un leve dolor en la columna, pero no dije nada, porque sentía que cualquier queja bastaría para acabar con el especial momento.

—Te extrañé tanto… — susurró contra mi pecho, sin parar de besarlo — Te amo, te amo, te amo…

Con dificultad, logré responder.

—Yo también te amo.

Mis manos se retorcieron en los cabellos de su nuca cuando sentí que pronto estallaría todo por dentro, al tiempo en que sus manos, al igual, apretaban con fuerza la piel de mis muslos, y escondía su rostro entre mi cuello.

Permanecimos abrazados. Nuestros ojos se trabaron y nos miramos, sin decir nada. Sus ojos estaban llenos de brillo, sus labios hinchados y pequeñas gotitas de sudor escurrían de los mechones de cabello que cubrían su frente, haciéndolo ver mucho más excitante.

—¿Cómo te sientes? — pregunté, luego de unos minutos de silencio.

Su boca se acercó a la mía para besarme dulcemente el labio superior.

—Feliz

Yo sonreí, mientras acariciaba el collar de diamante alrededor de mi cuello, que, aparte de mi anillo de bodas, era casi la única prenda que adornaba mi cuerpo.

Capítulo 33: Flores Para Riley Capítulo 35: Pieza por Pieza

 
14439181 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10756 usuarios