Gracias a las Estrellas.

Autor: 012Victoria210
Género: General
Fecha Creación: 19/01/2010
Fecha Actualización: 27/09/2013
Finalizado: NO
Votos: 58
Comentarios: 180
Visitas: 224755
Capítulos: 36

TERMINADO

Tras un accidente, Bella se ve en la necesidad de acudir a la familia de Carlisle. Los Cullen, quienes seran en adelante su nueva familia. Alli se enamora, y aprende el significado de la frase "Sigue Adelante"  

Las cosas no siemore son como uno las planea. El destino es el que baraja las cartas, y nosotros somos los que jugamos. La vida podrá tener sus momentos alegres y cálidos, pero tambien dias tristes y no deseados.

"Yo jamás podre saber lo que el destino me deparará, pero hay algo de lo que estoy completamente confiada: El amor, todo lo puede"

Bella Swan

"Fruta Prohibida", en LunaNuevaMeyer

http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=575

http://www.fanfiction.net/u/2218274/

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 32: Esposa y Amante

Isabella POV.

No pude resistirlo. Dios bien sabe que me esforcé por no perder la cordura, pero la noticia me había clavado una estaca violenta en el centro de mi pecho. Era demasiado para asimilar… demasiado para aceptar.

Inhalé profundamente, cuidando hacerlo despacio para no esforzar mi garganta comprimida, y para no ahogarme con mi propio llanto. Tras verificar que estaba en condiciones para poner en marcha el coche —o al menos comprobé que no iba entrar en un ataque de histeria homicida—, me acomodé en el asiento y tanteé entre las llaves de la casa entre mis manos, buscando la de la cochera para poder salir de esa casota antes de que a Edward se le ocurriera la fantástica idea de perseguirme por todo el territorio de Washington.

Me sentí minúsculamente relajada cuando gocé del roce del viento en mi rostro y el movimiento del auto en marcha, mientras conducía sin rumbo fijo a través de la carretera del bosque, concentrándome solamente a mi frente, para no sufrir la desgracia de colisionar con una camioneta fantasma por simple distracción de mi parte. Esa sería la gota que derramaría el vaso, y lo que necesitaría para acabar como un vegetal nuevamente, o en el peor de los casos, muerta y enterrada.

Manejaba, ahora más lentamente, y hacia el mayor de los esfuerzos por dejar brotar los recuerdos de lo que se supone debería tener. Pero me era difícil, ya que no lograba descubrir la más pequeña información. Nada del embarazo, y mucho menos, nada del accidente.

Bien, yo misma no podía negar nunca que mis avances eran impresionantes, pero eso no significaba que toda mi vida regresaría nuevamente y sería exactamente como lo era antes del accidente. Eran raros, los casos, donde uno podía disfrutar de la dicha de quedar intacto tras una pérdida de memoria de tiempo indefinido, pero la mayoría de las veces quedaban secuelas, hemorragias, o lo más básico: simplemente, no todo volvería. Que era lo que me pasaba a mí en el presente.

Por más satisfecha que me sintiera al poder recordar una parte de mi vida, de mis padres, de mis años de casada con Edward, entre otras tantas cosas, nunca sería lo mismo. No recuerdo todo lo que pasó en estos siete años, excepto lo que rara vez llega a mi mente sin causa ni motivo, o algún objeto o hecho me impulsaba a empujar la memoria para que saliera, y me guiara a saber que estaba en lo correcto. Al igual que no recordaba mi infancia. Prácticamente, no recordaba nada, solo unos cuantos momentos junto a mis padres, tal vez una navidad, y uno que otro ambiente que, bien podría ser una jugarreta de mi mente que trabajaba arduamente en poder sacar algo, cualquier cosa, y terminaba mezclando escenarios hasta crear alguna imagen que podría ser falsa. Tampoco recordaba mucho a mis amigos de cuando era niña, o estudiaba en Phoenix. Un poco del instituto, unos cinco rostros tal vez, pero no demasiado. Si no tenía que me ayudara a estimular un poco, sería difícil, y al parecer nunca fui demasiado atraída por ser fotografiada.

Recuerdo a Angela. Recuerdo su cabello oscuro y sus lentes pequeños, sus labios finos, y la sonrisa tranquila y expresión serena que acostumbraba a portar la mayor parte del tiempo. Recuerdo a Jessica, una habladora imparable, cotilla y chismosa a más no poder. Recuerdo a Mike, aquel relajado y divertido muchacho que solo se encargaba de disfrutar de la vida. Pero lo hacía porque tenía quienes me ayudaran a hacerlo, pero lamentablemente, no se trataba de ellos. Se habían ido, habían hecho sus vidas y construido su futuro, y con el tiempo, según Edward me había dicho, fuimos perdiendo contacto hasta que las llamadas pararon. No me extrañaría que no supieran que ha sido de mi vida y la de Los Cullen, y no me extrañaría en lo absoluto.

Suspiré hondamente, extrañándome, al percatarme de que había parado de llorar. Pero cuando volví a recordar la causa de mi reciente decaída, las lágrimas regresaron veloces como una cuenca, y la ola de reconocimiento impactó como el mar a las rocas saladas del océano, por segunda vez esta tarde. Dolió, y mucho.

Edward me había sido infiel durante el tiempo en que yo permanecí desconectada de la realidad.

Había quedado embarazada no mucho después de venir a Forks.

Tras la caída había abortado fatídicamente.

Había abortado un bebé. Mi bebé. Nuestro bebé.

Cerré los ojos unos instantes donde verifiqué que ningún auto venía de regreso, solo para poder acallar la súplica que mis ojos exigían: descansar un rato. Yo misma necesitaba descansar, pensar, sin nadie que viniera a interrumpir mis cavilaciones.

Puse a mi cerebro a trabajar en los cálculos, y dejé a mi mente vagar en lo que podría haber sido, si no hubiera ocurrido el accidente:

Edward y yo habíamos llegado nuevamente a Forks a mediados de noviembre. Según tenía entendido de una vez que a Edward se le escapó mientras conversábamos acerca de mi pasado, habíamos contratado una ayuda para mí a finales de enero —Charlotte, en otras palabras—, luego de que nos habíamos instalado completamente en nuestra mansión, y para ese tiempo ya habíamos comenzado a trabajar en el hospital. Edward había dicho que nuestro bebé tenía alrededor de tres meses antes de ser abortado, el 31 de marzo del año pasado, que fue el día en el que caí de aquel acantilado. Por lo tanto, probablemente, nuestro hijo estuviera dentro de sus siete u ocho meses de edad, depende de la fecha en que haya podido haber nacido. Tal vez, un bebé hubiera fortalecido nuestra relación hasta convertirlo en algo muchísimo más serio de lo que era, y las pequeñas discusiones habrían disminuido. En estos instantes podíamos estar los tres en casa de Esme, reunidos en un encuentro familiar lleno de risas y llantos. Al igual que podíamos estar en nuestra casa, yo cuidando al niño(a), mientras Edward cumplía con sus labores en el hospital, o viceversa. Como también podríamos habernos mudado, buscado otro sitio y un horario más flexible con más beneficios, y tendríamos tiempo de cuidar juntos a nuestro hijo, sin tener que emplear uso de una niñera. Aunque en situaciones extremistas, podríamos haberlo hecho.

¿Cómo podré llegar a saber yo lo que hubiera pasado? Nunca. Nunca tendría una respuesta, porque no se podía regresar el tiempo y volver atrás. No podría tener a mi hijo conmigo de nuevo.

¿Cómo se sentiría poder cargar una pequeña criatura, algo mío, mío y de Edward, un pequeño pedacito de ambos? ¿Cuánta sería la dicha de ver a un mini Edward, un niño de ojos verdes y cabello chocolate riendo y correteando descalzo por la casa, junto a un auto de juguete o el oso de peluche que Emmett me había regalado? No sé si en un pasado me habrán interesado los niños, y supongo que no es así, porque no me siento específicamente atraída, e incluso cuando veía aquellos programas de bebés que suelen pasar en Discovery Home o cualquier rama. Pero… el hecho de pensar que pudimos haber experimentado ser padres… tener un bebé, darle mimos, escuchar sus risas al hacerle cosquillas en el estómago, o escuchar por primera vez la palabra 'mamá', salir de sus pequeños labios con su voz de campanitas….

Un nuevo sollozo nació desde el fondo de mi pecho, y me vi obligada a aparcar frente a un lado de la carretera, sobre un terreno vacío, para poder controlar mis manos temblorosas y mi respiración agitada.

¿Por qué, Dios? ¿Qué te he hecho yo, para que me arrebataras algo tan preciado como un hijo? ¿Qué te ha hecho Edward?

Por más decepcionada y… enfurecida por su engaño, no podía dejar de ponerme en su sitio y ver las cosas desde su punto de vista. Evidentemente, él habrá sufrido, y el doble que yo. Yo corría con la suerte —y desgracia a la vez—, de no haber estado enterada de las verdades…

…Pero él sí. Sí a mí me dolía tanto, y ni siquiera podía recordar… ¿Cómo no le va a doler a él?

Puse en marcha el auto de nuevo, y pasé el dorso de mi mano por debajo de mis ojos, para dejar a un lado las lágrimas que me obstruían la vista. Conduje hasta llegar al pueblo sin mayores obstáculos, y aparqué frente a un pequeño cafetín, que fue el primer mini local de comida que vi. Necesitaba un café.

Entré cabizbaja y directa, para evitar que la gente observara mi rostro y se entretuviera pensando en que podría estarle pasando a la morena de estado zombi. Caminé directamente hasta la última mesa del fondo, lo más alejada posible de las personas, y me dejé caer en la silla, pasando mis manos por mis cabellos para amoldar su desastrosa forma.

No ignoré el hecho de que el cotilleo hizo acto de presencia cuando uno me pilló, y luego otro y otro, hasta que todo el pequeño local me reconoció de lejos. De todos modos, según tenía entendido, en un pueblo tan pequeño como Forks todo el mundo se enteraba de todo, y el hecho de que la hija adoptiva de Carlisle Cullen haya regresado junto a su hermano adoptivo y esposo Edward Cullen, para, meses más tarde, tener un accidente y caer en un estado de coma… digo que tenían muchas cosas de que hablar.

Me percaté de la mirada insistente de una de las meseras, que no se desprendía de verme sin parpadear. Era joven, de unos 30 años o tal vez un poco más, y su cabello era de un lindo pelirrojo ondulado. Le dijo algo al oído a una de sus compañeras y tomó su libreta de apuntes, antes de salir de la barra y caminar en mi dirección.

—Bienvenida, ¿qué puedo servirte? — preguntó amigablemente, esbozando una simpática sonrisa entre dientes, pero no sin dejar a un lado su mirada evaluadora.

—Un café negro, muy cargado.

—¿Algo más? ¿No desea un poco de agua, o algo para comer? No vaya a ofenderse, pero no tiene cara de haber tenido un día feliz, precisamente.

Solté una risita amarga, seca, sin gracia alguna. Evidentemente, era demasiado evidente para las personas que me rodeaban.

—Estás en lo correcto. Creo que este día no ha sido especialmente alegre — contesté cortésmente, sin poder evitar hacer una mueca de disgusto — Un vaso de agua, aparte, no estaría mal. Gracias.

El rostro de la mujer se contrajo en una expresión de preocupación. Abrió la boca para decir algo, y volvió a cerrarla, sin percatarse de que yo la observaba extrañada por el rabillo del ojo. La vi morderse el labio inferior y agachar la cabeza, antes de susurrar un claro 'En un minuto' y regresar a su puesto, entre pasos rápidos pero inseguros.

Volvió al tiempo anunciado con mi café y el vaso de agua. Cuando estaba por entregarle el dinero, ella colocó una mano en alto y negó con la cabeza, asegurando que era cortesía de la casa, y se regresó hasta la barra sin dejarme siquiera refutar su decisión.

Descrucé las piernas y me hundí más en el asiento, deseando inmensamente que se abriera un hoyo en el suelo y la tierra me tragara entera. Esto era lo que faltaba: que comenzaran a compadecerse de mí. ¿Por qué tendría esa mujer regalarme un café? No nos conocíamos, y ni siquiera intercambiamos más de veinte palabras. Odié por completo su decisión.

Bufé bajito, enojada por sentirme tan vulnerable.

—¡Oh, aquí estás!

¡No! No, no no no no. Todo menos esa voz.

Suspiró con esfuerzo, parecía haber estado corriendo. Pasó una mano por sus largos cabellos y se arregló la bufanda violeta alrededor del cuello, para, acto seguido, caminar apresuradamente en mi dirección.

—¡Te he estado buscando! ¿Dónde te habías metido? ¡Te perdiste en el bosque! — siguió objetando, al tiempo en que se sentaba en la silla frente a mí y se cruzaba de piernas, ignorando al parecer, la mirada envenenada que le enviaba con una daga como regalito.

—¿Cómo en encontraste? — pregunté, con el ceño fruncido.

—Seguí tu coche.

—¿Qué es lo que quieres, Charlotte? — mascullé entre dientes, dejando a rienda suelta la furia contenida de hacia horas.

—Solo quiero hablar contigo.

—¿Sobre qué deseas charlar? — pregunté aun así. Sí, en estos momentos la odiaba por haberse acostado con el hombre que yo amaba, pero era un odio inmerecido. Quiero decir… ¿Qué culpa tenía ella?

Mucha, mucha culpa.

No, no la tiene. O al menos no tanto. ¡Yo estaba prácticamente fuera del planeta!

Esas no son excusas.

Sí son buenas excusas. Edward tenía que… bueno, podría estar considerando planear que hacer en su vida, en caso de que yo tardara años en despertar o no lo hiciera.

Aun así te frustra dolorosamente.

Sí.

Mis dos coherencias se debatían por ser la ganadora, pero hasta yo misma sabía que terminaría quedando en punto muerto.

—Quiero aclararte las cosas, explicarte lo que realmente sucedió.

—No quiero escucharlo de ti. En todo caso, sería Edward el que tiene que decírmelo.

Inhaló profundamente y por primera vez, vi destellar ira dentro de sus ojos.

—Eso no es lo que me pareció cuando saliste huyendo unos veinte minutos después de que yo me marchara — arqueó una ceja, como para echarme en cara los hechos — Sé que no confías en mí, y es comprensible. Pero no me importa. Allá tú si quieres recapacitar, o seguir comportándote tan inmaduramente. Edward no merece eso.

No pude evitarlo. Exploté.

—¿Inmadura? ¡¿Inmadura? ¿En qué derecho estás de decirme a mí que soy inmadura? ¡No fui yo la que aprovechó la oportunidad de que estaba dormida para enredarte con mi esposo!

Al momento en que dejé fluir las palabras, me arrepentí por completo por no haber modulado el tono de mi voz. Abrí los ojos, asustada, y le eché una ojeada al lugar, comprobando por mí misma lo que me temía. Todos nos miraban atentamente a ambas, y las charlas y conversaciones se habían acallado, hasta el punto en que solo reinó un silencio sepulcral.

Observé a Charlotte, quien ignoraba olímpicamente lo sucedido. Parecía no importarle lo que todos pensaran de ella, ahora que yo la había delatado públicamente, y ya todos habían vuelto sus cabezas para conversar entre ellos los cotilleos que estarían difundidos para mañana.

—¿Por qué no charlamos afuera, y damos un paseo? — propuso con un semblante indescifrable, descruzando sus brazos.

Sin darme cuenta mis pies ya estaban agilizados, siguiendo sus pasos hasta que ambas salimos del cafetín. Llegué a ver la expresión asombrada e incrédula de la mesera que me había atendido, pero ésta desvió la mirada, posándola sobre la bandeja vacía en sus manos.

No tenía idea de porqué la seguía, pero resultó ser un mero instinto. La curiosidad era más poderosa que cualquier barrera de ignorancia que había planeado para ella, porque quería escuchar lo que tenía que decirme. Algo me decía que no me mentiría.

—No te enojes con él, por favor — suplicó, con ambas manos dentro de los bolsillos de su sudadera gris y la cabeza gacha, pateando las piedritas que habían en su camino. Su cabello castaño cubría su rostro e impedía que viera sus expresiones.

—¿Por qué no habría de hacerlo? — piqué, tratando de sacarle la información.

—Por qué no se lo merece. Te quiere mucho, y ha estado extrañándote un año entero, deseando que despertaras para volver a tenerte a su lado.

—Pero eso no es lo que parece. Sí fue capaz de tener un amorío contigo el año que estuve hospitalizada, ¿cómo puedo saber que tanto me quiere? Lo que me dijo niega todo su amor por mí — resoplé amargamente. ¿Acaso ella vendría a defenderlo?

Ella amplió sus ojos como platos y empuñó ambas manos. ¡Oh, no! ¿Lo había dicho en voz alta?

—¡Eso no es cierto! — rugió ella, deteniéndose frente a mí para mutilarme con la mirada — ¿Cómo que un amorío? ¿Cuál jodido amorío? ¡Ni siquiera era su amante!

—¿Qué estás diciéndome? — inquirí, comenzando a sentirme confundida.

—Solo fue una vez — declaró, suavizando sus sentimientos para observarme con un manto de tristeza — Solo una, nada más. Ni siquiera estaba en sus cabales como para estar al tanto de sus acciones, ya que había estado bebiendo. Él te adora, Bella, perdónalo, perdóname. Yo sí sabía lo que hacía y me aproveché de la situación, sabiendo perfectamente que la culpa lo carcomería al día siguiente. ¡Tú eres doctora, Bella! ¡Deberías saber que uno jamás es uno mismo cuando se está borracho! — hizo una pausa, recuperando el aliento que, por cierto, yo había estado conteniendo durante su discurso — Nunca te fue infiel. Infiel es quién traiciona a su persona amada, pero él nunca te traicionó, nunca dejó de amarte, nunca dejó de pensar en ti. Tal vez creas que se habrá acostado conmigo por placer o amor, pero no es así, Bella; su cuerpo y su alma nunca me han pertenecido, sino a ti. Lo que pasó esa noche fue solo un error, algo imprevisto, algo que no significa nada para él. Él estaba muy arrepentido, me lo dijo. Luego de que despertaras le pedí que nos encontráramos para pedirle perdón, para aclarar lo ocurrido, y él estaba loco de desesperación, porque no sabía cómo mirarte a la cara sin sentirse culpable, y ahora más, que no podías siquiera recordarlo. ¿Tienes la más mínima idea de lo mucho que le dolió? ¿Qué sentirías tú si el llegara a olvidarte, ah? ¿Cómo te sentirías creyendo que posiblemente, él llegaría a enamorarse de otra mujer que no fueras tú? ¡Ponte en su maldito lugar! ¿Crees que ha estado saltando y haciendo fiestas todo este tiempo? ¡No! Ha estado sufriendo por ti. ¡Así que no vengas a decirme que tienes razón y que tú solita estás mal con ésta situación, por qué no eres tú la que ha estado conviviendo con ella en silencio todo éste tiempo!

—Oh… — sollocé, llevando ambas manos a mi rostro — Él no me explicó por qué se acostó contigo…. Solo me dijo que me había engañado. ¿Por qué no me dijo que no eras su amante? Eso fue lo que me dio a entender… — volví a llorar, restregando mi cara para eliminar las lágrimas.

—Supongo que por eso te afectaste tanto… — negó con la cabeza — Ya sabes cómo es Edward de cabezota. Es prácticamente imposible para él excusarse por sus metidas de pata — ambas soltamos una risita por sus palabras.

Ella lloraba, al igual que yo lo hacía por su confesión. El peso de la culpa y el dolor recayó sobre mí como cien toneladas, mientras rebobinaba sus palabras en mi cabeza. Sentía que ella estaba en lo correcto, porque era cierto, pero el lado egoísta y celoso de mí solo deseaba salir huyendo y negarlo una y otra vez cobardemente, y solo pensar en el hecho de que las cosas no eran así de simples, que Edward me había engañado. Pero… ¡Es tan cierto! ¿Qué más podría haber hecho él? ¿Andar por ahí lamentándose para siempre por mi huida? Yo… yo hubiera querido que reconstruyera su vida si no despertaba. ¿Cómo no desearlo? No merecía sufrir por mí. Y aunque éste caso fuera diferente, y de verdad él había tenido sexo con Charlotte estando prácticamente inconsciente, y sí me quería.

Entonces supe que yo no tenía por qué juzgarlo a él, ni a ella. No debía juzgar a Edward por lo que hizo, porqué estaba verdaderamente arrepentido, y a ella… era tan fácil y obvio saber el porqué de sus lágrimas, que no pude evitar sentirme identificada con ella.

—Estás enamorada de él, ¿cierto?

Mi pregunta la envaró en su posición, y la hizo palidecer del miedo. Comenzó a tronar los huesitos de sus nudillos con nerviosismo, pero era lo suficientemente valiente como para mirarme a los ojos al responder.

—Sí — admitió — Te prometo que intenté con todas mis fuerzas no hacerlo, pero me fue imposible. Lo siento.

—Está bien, te perdono. No te culpo. ¿Cómo no te vas a enamorar de él? Es… especial.

—Sí — sonrió inconscientemente — Mucho — su cara volvió a sombrearse — Pero eso no es algo que debería importante. Cuando pueda, me iré lejos, y no pisaré Forks de nuevo.

No voy a negar que deseaba que se fuera, aunque solo era una partecita de mí. Pero no tenía por qué desear ese tipo de cosas.

—Gracias —susurré, mirándola avergonzada — Por todo, por ayudarme a mí, por ayudarle a él, por ayudarme con mi embarazo. Sé cómo debes de sentirte. Aunque debería sentirme enojada contigo por abusar de él prácticamente, y estar enamorada de él, no lo hago, no sé porque. Pero no creo odiarte ahora.

Alzó la cabeza de golpe.

—¿Ya te lo dijo? ¿Lo del aborto? — tartamudeó.

—Sí, ya estoy enterada del asunto — sonreí — Gracias de nuevo. Algo en mi interior me dice que éramos buenas amigas, y me acompañabas mucho.

—Sí — sonrió con tristeza — Lo éramos. También estaba encariñada con el futuro baby, es una lástima que no haya podido ver el mundo.

—Sí — suspiré con dolor — Lo es.

.

.

.

No percibí rastros de Edward cuando entré a la casa en la noche, procurando hacer el más mínimo ruido.

Revisé cada una de las habitaciones, buscándolo, pero no lo encontré por ningún lado. No fue hasta que lo vi recostado en el jardín, que pude respirar tranquila.

Yacía tendido sobre la hamaca sostenida a ambos árboles. Pareció haberla puesto él mismo, porque yo la había quitado para lavarla hacia un tiempo. Me acerqué a paso sigiloso hasta su posición para poder apreciarlo, y las lágrimas volvieron cuando vi sus ojos cerrados y su respiración pausada. Se veía tan hermoso así de tranquilo, de pacífico, sin aquella expresión torturada cuando me explicó la verdad… ahora que lo sabía todo, y Charlotte me había hecho reflexionar, supe que jamás podría odiarlo… ¡Amaba tanto a ese hombre! ¿Cómo podría llegar a vivir sin sus sonrisas, sin sus palabras, sin sus ojos tan hermosos y profundos, su mirada sincera y, y sin su amor? ¿Cómo desprenderme de algo tan valioso para mí? ¿Sería tan idiota como para dejarlo, por algo que, si nos ponemos a ver de un punto tercero de vista, era bastante comprensible y estúpido, de alguna extraña manera? ¡Tenía que ser bien masoquista si me separaba de él ahora, que tanto nos necesitábamos el uno al otro!

Un suave gemido salió de mi garganta y el abrió los ojos en el acto, sorprendido. No se había dado cuenta de mi llegada. Sus pupilas negras, bordeadas por un verde oscuro, causado por la oscuridad de la noche, me miraron sin parpadear, sin demostrarme nada a través de ellos. Su expresión era casi de nada, un poco expectativa… solo esperando a ver mis reacciones.

Primero fue mi pierna derecha, y luego la izquierda, y de pronto me encontraba en sus brazos recostada a su lado, con mi cara enterrada en su pecho y sus manos acunando mi cintura. Dejé que mi nariz rozara su cuello e inhalé su dulce y embriagador aroma, con las pequeñas lágrimas deslizándose por mi rostro.

—¡Lo siento! Lo siento tanto, mi vida… perdóname, por favor — suplicó él con voz temblorosa, cuando comencé a llorar contra su cuello.

—No… no hay nada que perdonarte. Está bien. Te amo, y no quiero perderte, no por esto. No vale la pena en lo absoluto separarme por ti ni siquiera por horas, horas que he estado deseando, desde lo más fondo, volver aquí y estrecharte en mis brazos. No podría pelear contigo. Te quiero, te necesito conmigo ahora mismo. Luchemos por nosotros, en honor a nuestro hijo — volví a llorar al recordarlo.

Alcé la cabeza, y casi con violencia desesperada, lo jalé de los cabellos y lo obligué a que me besara. Me urgía sentir sus labios con los míos, sus cabellos entre mis dedos, su pecho contra el mío…

A pesar de los esfuerzos que hizo por apartarse, al final acabó rindiéndose con un suave gemido y respondió el beso con la misma intensidad. Parecía haber estado deseándolo tanto como yo desde ésta mañana feliz, que todo era normal.

—Te quiero. Nunca pienses lo contrario. Nunca podré llegar a amar a otra como te amo a ti — murmuró contra mis labios, apenas dándome tiempo de repasar la frase antes de volver a atacarlos.

—Lo sé, lo sé. Te creo, y yo también te quiero demasiado.

Nos separamos unos minutos más tarde, luego de que nuestra locura fue desvaneciéndose al comprobar que era cierto, que estábamos aquí los dos, que no nos separaríamos.

—Cuéntame — pedí con voz suave, depositando besitos en su pecho — Cuéntame lo que te faltó. Cuéntame lo que no te dejé decir cuando salí corriendo.


Si, soy una hija de puta por dejarlo así, pero al menos espero que este cap recompense un poco el tiempo que he tardaro en publicar ultimamente, y que las amenazas de muerte y de envio de vulturis se conviertan en besos y abrazos xD.
En el prox cap se acabara el misterio. O al menos eso creo, pero si, seguro que sí xD. Y pronto se acerca un Lemmon... no será demasiaaadooo explicito, saben más o menos como es mi estilo. Pero aun así, tendra lo suyo ;) Oh, otra cosa. Saben que yo no estoy demasiado familiarizada con Lunanuevameyer, así que por eso no respondo comentarios demasiado. Pero sepan que los leo, admiro, dosfruto, gozo, etc. Muchas gracias, han sido mi apoyo todo este tiempo, y lo aprecio muchísimo :)
Nos leemos pronto!

Capítulo 31: Memorias Capítulo 33: Flores Para Riley

 
14439427 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10757 usuarios