Gracias a las Estrellas.

Autor: 012Victoria210
Género: General
Fecha Creación: 19/01/2010
Fecha Actualización: 27/09/2013
Finalizado: NO
Votos: 58
Comentarios: 180
Visitas: 224742
Capítulos: 36

TERMINADO

Tras un accidente, Bella se ve en la necesidad de acudir a la familia de Carlisle. Los Cullen, quienes seran en adelante su nueva familia. Alli se enamora, y aprende el significado de la frase "Sigue Adelante"  

Las cosas no siemore son como uno las planea. El destino es el que baraja las cartas, y nosotros somos los que jugamos. La vida podrá tener sus momentos alegres y cálidos, pero tambien dias tristes y no deseados.

"Yo jamás podre saber lo que el destino me deparará, pero hay algo de lo que estoy completamente confiada: El amor, todo lo puede"

Bella Swan

"Fruta Prohibida", en LunaNuevaMeyer

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Capítulo 30: La joven de los ojos dorados

Un año, dos meses y medio atrás.

La chica observó fijamente los ojos oscuros de su madre, adornados por la suave sombra de ojeras purpuras, casi negras, que daba a demostrar el cansancio, y las noches de sueño, que había padecido los últimos meses. La mujer, que descansaba sobre el robusto y viejo sofá mostaza, soltó un suspiro, y luego cerró los ojos, dejándose vencer al fin por el sueño.

La chica contempló su cabellera rojiza, que portaba las frecuentes canas de la vejez; sus labios finos y resecos, fruncidos en una mueca inexpresiva, y las arrugas, que resultaban naturales para aquellos 55 años de edad.

Hizo una mueca torcida, al recordar el estado de la mujer que le había dado la vida. ¿Cuánto tiempo más tendría que sufrir, allí, postrada, en aquella cama grande, con profundas depresiones por no poder sobrevivir a eso? Su muerte se aproximaba pronto, y la tumba la esperaba con los brazos abiertos. ¿Cuánto más tendría que sufrir ella misma, sabiendo que su madre se iría pronto, y luego, no quedaría nada?

Cogió su bolso, un botellón de agua, y se encaminó hacia la puerta de salida. Antes de que su mano rozara el borde de la perilla, escuchó el gorgoteo de una voz ahogada, que la llamaba.

—Mamá, ¿por qué te has despertado?

—¿A dónde vas? — exigió saber, la mujer que correspondía con el nombre de Brenda.

—Ya te lo dije. Iré a conseguir trabajo.

—¿Y cómo piensas ir hasta allá? ¡Queda muy lejos!

—En el auto, duh— dijo en un intento de hacerla reír, rodando los ojos, y acercándose a ella para besar su mejilla — Prometo volver antes de la noche.

—No vayas… — susurró Brenda.

—Madre, sabes que necesito el dinero.

—Tenemos dinero, hija.

—Sí, tenemos. Pero no lo suficiente como para atender a tus necesidades. Necesito dinero para tu tratamiento del cancer.

—¡Tonterías! Estoy perfectamente. Solo es un poco de dolor, pero eso lo puede soportar cualquiera — aseguró la señora.

—¡Estoy harta de que siempre me lleves la contraria! ¡Te quiero con vida, madre, así sea por unos años más! — exclamó la joven.

—Sí la voluntad del señor es llevarme consigo, yo no soy quien para resistirme.

—¡A la mierda lo que quiera el señor! ¡Adiós, nos vemos más tarde, mamá! — y completamente furiosa, azotó la puerta cuando la cerró.

¡Siempre el mismo maldito problema! Su madre no terminaba de entender que podría retrasar su muerte por un tiempo más, si le hiciera caso a las recomendaciones del médico. ¡Era malditamente obstinada!

Mientras ponía en marcha su coche, rememoró la conversación que había sostenido con el doctor Cullen, Carlisle, cuando le atendió porque se cortó accidentalmente la muñeca con un cuchillo, por el enojo que le provocó una más de las discusiones con su madre. Un hombre sumamente agradable y pacífico.

—¿Cómo te hiciste esto? — preguntó Carlisle, mirando asombrado la muñeca de la chica.

—Fue un accidente. No vaya a creer que soy una suicida psicópata. Fue solo… un desliz. Tantos problemas en casa me sacaron de quicio — masculló entre dientes, enojada consigo misma y con el maldito destino. No quería necesariamente que aquel doctor se enterara de su patética estupidez y de su desastrosa vida, pero no pudo evitar excusarse. No deseaba que él pensara que era una chica demasiado torpe.

—Comprendo. ¿Sabes? Me recordaste de pronto a mi hija — comentó, sin poder contener una suave risilla — Acostumbra a golpearse o tropezarse a menudo. Es muy distraída.

—Supongo que me hace sentir mejor — dijo, riendo junto a él.

—Me resultas algo familiar — dijo, reparando la herida de la chica — Me parece haberte visto antes.

—Posiblemente así sea. He venido un par de veces junto con mi madre, ella tiene… cirrosis— intentó no detonar tristeza, pero su voz demostró el dolor que le causaba decir aquello.

—Lo siento mucho, querida — se compadeció sinceramente, al ver la sombra que apareció en el rostro, anteriormente, sarcástico de la chica — Pero ya me ubico. ¿Brenda Lesnie?

—Sí, ella es. ¿Cómo lo sabe?

—Charlé una vez con ella. Es una mujer agradable.

—Sí, lo es, aunque demasiado terca.

—¿Porqué lo dices?

—Se rehúsa a venir al hospital. Las veces que ha venido han sido a rastras. Me preocupa muchísimo su situación, porque el doctor… ¿Bob, se llama? Me ha dicho que no le queda demasiado tiempo de vida y, como mucho, un año tal vez.

—Entiendo. Pero, podrías darle tratamiento. Eso ayudaría mucho en su situación.

Ese es otro problema, Doctor Cullen. No tengo suficiente dinero como para realizarlo y, además, a veces me obstina, cuando no quiere tomarlo — luchó para no hablar entrecortadamente. No quería soltar ni una sola lágrima, y mucho menos, en público — No sé qué hacer.

—¿Y has considerado buscar un empleo?

—Oh, claro que sí. Pero es difícil, porque salgo de la Universidad en las tardes, y a veces en la noche. He intentado miles de veces, pero: o el empleo exige para la mañana o tarde, o soy muy joven, o soy inexperta, o los empleos sencillamente son una basura. Mi única opción es mesera de un club nocturno. Supongo que lo consideraré — dijo casi sarcásticamente, aun sabiendo que tendría que aceptarlo. Se reprendía a si misma por decir cosas que no le incumbían al doctor Cullen, pero habían pasado años sin desahogarse. Y, por una extraña forma, ponía las manos al fuego porqué Carlisle nunca sería soplón, y que su bondad sería tan grande como para no juzgarla ni lamentarse.

Carlisle frunció los labios, meditando si decir aquella locura que había surgido dentro de su cabeza. Pero el esfuerzo vano de la chica por parecer indiferente con la situación —cosa que no daba demasiado resultado—, le motivó a decir las palabras.

—¿Sabes? Mi hijo, Edward, será ingresado pronto en éste hospital, al igual que su esposa, Bella, quien por cierto, es mi hija adoptiva, al igual que él — ¿Porqué me dirá esto? Se preguntó la chica — Y, ambos están buscando una persona que pueda colaborar dentro de la casa. Limpieza, cocina, tal vez, jardinería, ya que ninguno de ellos sabe de eso — la muchacha abrió los ojos como platos, pillando por donde iban las intenciones del hombre — Ya que el hospital exigirá bastante de ellos dos. Su regreso será posiblemente durante las noches. No es seguro que los fines de semana estén siempre desocupados. Así que… este es el caso — soltó un suspiro — Edward quiere buscar a alguien que pueda ayudar a Bella los fines de semanas, y algunas noches con la limpieza, ya que no desea que se encargue ella sola de todo. Ya que hay más traumatólogos en el hospital, no estará tan atareada como Edward.

—¿Está usted ofreciéndome, de la manera más indirecta y discreta, un empleo? — inquirió la muchacha, sin poder creérselo todavía.

—Algo así — reconoció Carlisle, esbozando una deslumbrante sonrisa entre dientes — ¿Qué opinas?

Y aquí se encontraba ella, de pié frente a aquella mansión esplendorosa, tras haber manejado muchos kilómetros para llegar hasta allí.

Definitivamente, me he vuelto loca. Yo, trabajando en la casa de un par de adinerados ¡Hey, eso no sería algo nuevo, es lo más normal del mundo pasar de un maldito barrio al imperio de la reina de Inglaterra! Mierda. Verdaderamente, necesito el empleo. Espero no lucir como una desesperada. Pensó, riendo para sus adentros.

Ni siquiera terminó de ponerse frente a la puerta para tocar el timbre, cuando la puerta fue abierta, y ella se encontró recibida por un hombre alto, de tez clara, con unos cabellos revueltos y ojos verdes, tirando más a la esmeralda que al jade.

¿Pareceré una loca de manicomio, si doy media vuelta y salgo corriendo? Hum, sí, creo que sí. Se dijo a sí misma. Sabía que trabajaría con una pareja joven, bien claro lo tenía. Pero no se imaginó ni por asomo que el tipo tendría pinta de supermodelo. No se consideraba a sí misma una chica que se dejaba atraer fácilmente por las apariencias físicas de las personas, es más, ella no había estado nunca interesada por alguien más aparte de Gordon, el chico guapo con el que salió cuando tenía solamente 15 o 16 años. Pero debía aceptar que la cordial sonrisa torcida que esbozó aquel muchacho antes de presentarse, la había dejado noqueada allí mismo.

—Buenas tardes. ¿Charlotte Lesnie, no? — preguntó, alzando las cejas.

—Sí. ¿Es usted con quien hablé por teléfono, no? — Genial. No podía decir algo más estúpido.

—Sí. Edward Cullen, un placer — estrechó su mano junto con la de ella.

—Igualmente — respondió Charlotte, quedamente.

—Pase adelante — la invitó a pasar, y ella, aun deslumbrada no tanto por el rostro angelical del muchacho, sino también por la belleza de casa que podía vislumbrar a tan solo unos pasos de su posición, asintió con la cabeza y comenzó a adentrarse a aquella casa. ¡Bendita casa! ¡Cristo, podía valer una fortuna inmensa!

En el living, se topó con una hermosa joven de cabellos caobas, y grandes ojos marrones que, según sus características, pudo asumir que se trataba de Isabella, la esposa de Edward Cullen.

—Hola — saludó con una dulce sonrisa pequeña, apresurándose a estrechar su mano con la de Charlotte — Soy Bella Cullen, tú debes de ser Charlotte.

—Correcto.

—Bien, siéntate, ponte cómoda, ¿deseas algo de beber?

—Agua, por favor — pidió, recordando que había dejado su botellón de agua en casa cuando se devolvió a atender a su madre. Al menos, el agua le ayudaría a apaciguar sus nervios.

Cuando la jarra con agua y hielo estuvo frente a ella, más un vaso, sobre la mesa de la estancia; Edward, quien se había sentado junto a su esposa en uno de los sofás, habló:

—Bien, Charlotte, ¿por qué no nos hablas un poco de ti?


Bella Swan POV (tiempo presente)

—¡No-me-jodas! ¿Tú y Edward se han besado? — gritó la voz chillona de Alice, que se encontraba en California.

—Sí — respondí, algo ruborizada, pero sin ninguna clase de arrepentimiento.

—¡Ja! Jasper me debe cincuenta dólares y un masaje en los pies — dijo Alice con orgullo. Ya tenía la imagen en mi cabeza, de una Alice saltando una y otra vez echándole en cara a Jasper: ¡Perdiste, besa mis pies!

—¿Desde cuándo Jasper y tú hacen apuestas? — inquirí, mientras planchaba una de las camisetas de Edward.

—Desde que sospeché que no tardarían ni dos meses en besarse luego de tu accidente.

—Oh, ya veo.

—Hey, Rose te manda saludos desde el baño.

—¿Está contigo?

—Sí. Me ha acompañado para ayudarme con uno de mis diseños. ¡Pero no tardaremos demasiado! En menos de una semana, me verás en la entrada con dos o tres regalos para ti.

Supongo que nome sorprendería en lo absoluto.

Genial, tienes las cosas bien en claro. Debo despedirme, Bella. Te llamo en la noche.

—Vale, cuídate — me despedí, antes de colgar el teléfono.

Una sonrisa de felicidad se extendió por mi rostro, al recordar el fogoso beso que Edward y yo compartimos esta mañana, antes de que él se fuese a trabajar al hospital. Me había levantado más temprano que él para prepararle el desayuno, y ambos nos habíamos sentado a comer en silencio, un silencio que, absurdamente, había resultado apaciblemente cómodo. Ambos actuábamos como si un hubiese sucedido nada el día anterior y, de todos modos, no era un tema que quisiera tocar ahora. Me sentía bien en ignorar el asunto, y actuar como un día común y corriente.

Luego de ofrecerse a limpiar todo y lavar los platos, se puso de píe y se preparó para irse. Me sentí triste de nuevo, ya que no lo vería durante todo el día. Varias veces me había planteado tanto él como yo el acompañarlo al hospital, pero, sinceramente, el hospital no me brindaba demasiada confianza. ¿Cómo había podido llegar a ser doctora, si no podía ni ver sangre sin sentirme mareada? ¡Tendría que comenzar a ejercitar mi estomago de nuevo, para no vomitar!

Lo acompañé hasta la cochera, y, tras haber desactivado el seguro de su Ferrari, se dio la vuelta para despedirse. Su mirada se trabó junto con la mía, y ambas se prendieron, sumidas dentro de la fuerza unida de ambas.

No tuve necesidad de pedírselo ésta vez. Edward atacó mis labios en un movimiento imprevisto, rodeando mi cintura con sus brazos para apretarme contra su cuerpo, al mismo tiempo que los míos se enrollaban alrededor de su cuello. Suspiré sobre sus labios, un acto que me fue inevitable, debido al placer que me producían sus labios sobre los míos, y sus manos acariciando mi cintura con añoro. Cuando se alejó, mi brazo se asió de su hombro en un movimiento inconsciente, un impulso que reflejó lo mucho que deseaba retenerlo conmigo —que era ciertísimo—, cosa por lo cual me sonrojé tenuemente.

—Lo siento… — susurré, sintiéndome avergonzada por mis impulsos. Dios, me sentía como una niñita.

Edward, en cambio, pareció disfrutarlo, por la impagable sonrisa de su rostro. Sus codos descansaron en el techo de su coche, y me besó de nuevo en los labios, más suave, más lento, como para prolongar el dulce momento. Yo le acaricié el cuello, y descendí por su pecho y su abdomen, hasta abrazarle la cintura.

—Te quiero, ¿lo sabes, no?

—Sí, lo sé. Te quiero, también — murmuré en respuesta — Suerte.

—Te extrañaré — dijo, aunque no fue extraño el escucharlo, ya que esa era la frase que repetía siempre antes de irse — Prometo regresar temprano, y hablar en el hospital para que me dejen en paz un tiempo, ¿vale?

—De acuerdo — dije, sin poder ocultar la satisfacción que me producía aquella frase.

Depositó unos últimos besitos sobre la comisura de mis labios, mentón, y después dejó un suave beso sobre mi frente. Lo observé arrancar el coche y perderse en el bosque.

A pesar de la felicidad que disfrutaba ahora, todavía seguía con aquel remolino en mi estomago. Ese sentimiento no me había abandonado desde que salí al restaurante caro con Edward el día anterior. No sabía por qué. Me sentía nerviosa, y asustada… algo… me faltaba. Estaba… incompleta ¿Qué era?

.

.

.

"El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos" — dije para mí misma, mientras pasaba las páginas de aquel libro de poemas que yo, acostumbraba a anotar desde que estaba en la Universidad. William Shakespeare decía unas cosas tan… ciertas, en alguna forma.

El timbre de la casa advirtió la llegada de alguien, así que me puse de pié rápidamente. Edward me había dicho que llegaría temprano el día de hoy. Aunque, lo bueno es que no me quejaba en lo absoluto.

Tomé la perilla de la puerta y la abrí de golpe, esperando encontrarme con su angelical sonrisa. Pero, en cambio, me topé con una chica joven, de un largo cabello caoba, piel clara, como la mía, y unos extraños y poco frecuentes ojos miel, casi dorados.

La chica amplió sus ojos como platos al verme, y yo, confundida, la observé de arriba a abajo, en busca de algo que pudiera serme útil para identificarla, cosa que funcionó, ya que, tenía esa extraña sensación de haberla visto antes….

—Bella… — susurró con voz temblorosa. Una pequeña sonrisa hizo aparición en su rostro inexpresivo, y podría jurar, que se esforzaba en controlar sus ojos acuosos.

—Hola… ¿Te conozco? — pregunté, aun así, sonriéndole, para no mostrarme tan maleducada.

—Sí. Yo… soy Charlotte, ¿me recuerdas? — dijo, sus ojos ahora se veían esperanzados.

Mi mente comenzó a trabajar en el acto, tratando de buscar algo que me familiarizara con ella. De pronto, algunas pequeñas e incoherentes imágenes comenzaron a vislumbrarse dentro de mi mente y, en ellas, ambas aparecíamos juntas… ¿limpiando algo?

—Ah, claro, ¡Charlotte! — exclamé sorprendida, cuando al fin pude reconocer a la chica que yacía frente a mí — Tú eras… — ¿Cómo decirlo sin sonar ofensivo?

—La sirvienta ayudante, no te reprimas — soltó una risa pequeña, pero se apagó de inmediato, al observarme fijamente a los ojos. Carraspeó, notándose bastante incómoda.

—Pasa adelante — ofrecí, haciéndome a un lado para que ella pudiera pasar.

—Gracias.

Ambas nos sentamos en el sofá, y era evidente que el ambiente se había puesto tenso de pronto, pero no era por mi parte, sino por ella, ¿le pasaba algo? ¿Por qué se veía tan… nerviosa?

—La casa sigue casi intacta, poco se han modificado o movido cosas de su sitio — ella comentó, observando atentamente cada rincón de la sala.

—¿A qué se debe tu visita, Charlotte? No me malinterpretes, es solo curiosidad. Es que… veras, yo sufro de…

—Amnesia, lo sé — me interrumpió, volviendo a bajar la mirada.

—¿Cómo lo sabes? — inquirí.

—Los chismes corren, en un pueblo tan pequeño como Forks — fue su respuesta, volviendo a esbozar una pequeña sonrisa. Pero no me era para nada tranquilizadora — He venido porqué he deseado verte. Verás, nosotras éramos… amigas.

—¿Cómo nos conocimos, exactamente?

—Bu-bueno. Tu esposo, Edward — pronunció su nombre de una manera extraña, quebrada, ¿por qué? — Deseaba buscar personas que te ayudara o les ayudaran con la casa, ya que es grandísima, y tú no podrías sola, si a él se le llegaba a complicar el trabajo. En realidad, el buscaba un personal completo, pero tu decidiste que fuera solo yo. Y… bueno, Carlisle, tu padre, me recomendó a ustedes, porque necesitaba con urgencia un trabajo para poder ayudar a mi madre con su cancer.

—¿Y cómo está ella ahora?

Una mueca de dolor alteró sus facciones.

—Ella… murió.

—Oh, lo siento — quise golpearme a mi misma por haber preguntado algo que no me incumbía.

—Como sea — cambio de tema — Ustedes me aceptaron, supongo que se compadecieron de mí. Acostumbraba a venir los fines de semana, casi siempre los sábados, para ayudarte a ti y a Edward con la limpieza… ya sabes. Tanta lluvia, y la ventisca típica de aquí, dejan cualquier casa hecha un desastre. Además del polvo que quedó en la casa todo el tiempo que estuvo abandonada. ¡Imagínate! Edward y tú no pudieron solos acabar con todo cuando se mudaron. ¡Es tan grande! Yo terminé con el trabajo. Como sea, ya que en ocasiones, Edward tenía que salir corriendo al hospital y tú te quedabas aquí conmigo, pasábamos todo el día limpiando y charlando, y yo te ayudaba con las flores, arbustos y plantas del jardín, ya que, no es por ofender, pero ni Edward ni tú saben cuidar una planta. Al principio, me contrataron por pura bondad, supongo, pero… nos hicimos amigas. Luego, tuviste que solicitarme más a menudo y… — de pronto enmudeció, y rostro se llenó de pesar — Lo lamento, Bella — dijo, controlando aquella lagrimita que quería escaparse de sus ojos.

—¿Lamentas qué?


Edward POV

Manejé rápidamente a través de las calles de Forks, tras haber obtenido un permiso para permanecer al menos, cuatro días libres. De mi mente, no podía desprenderse la imagen de mi Bella, mi hermosa esposa, entre mis brazos, sus labios con los míos, sus manos acariciándome el pelo, como acostumbraba a hacer antes, y sus labios pronunciado aquel anhelado te quiero. ¡No podía haber hombre más feliz en el mundo que yo!

Aparqué el auto frente a aquel cafetín que había abandonado desde que Bella había despertado. La campanita de la puerta, anunciante de un nuevo cliente, se alteró cuando traspase la puerta de la entrada. Alcé la mirada, topándome con la persona que había sido la causa de mi visita.

—¡Pero miren quien ha vuelto! ¡Edward Cullen! — Zoe exclamó, apresurándose a llegar a mi lado.

—¡Zoe! — esperaba que me abrazara, que me besara en la mejilla, y me diera un golpe juguetón en el hombro. Pero lo que menos esperé, fue recibir un fuerte mamorrazo en la parte trasera de mi cabeza — ¡Ouch! ¿Y eso porqué fue?

—Por haberme mantenido nerviosa durante todo este tiempo. Si no fuera porque en Forks, todo el mundo se entera de todo, ya hace rato que habría creído que la tierra te había tragado y mandando al infierno — reprochó.

—Bien, bien, lo siento. ¡Pero tengo muchas cosas que contarte! ¿Recuerdas que prometí notificarte acerca de lo que había pasado cuando me fui?

—¡Bah! Ya yo estoy enteradísima de que tu esposa ha despertado al fin de su estado de coma. Todo el mundo lo está.

…..

—¡¿Cómo qué tiene amnesia? — casi gritó mi compañera, con la boca abierta y los ojos desmesurados.

—Sí, lamentablemente. Pero ya está empezando a recordar cosas, esa es la buena noticia. Y… ¡Me quiere! ¡Me quiere, Zoe! ¿Puedes creerlo? ¡Me lo ha dicho! — anuncié, cual niño emocionado por sus regalos navideños. ¡Esto era mejor que un regalo! ¡Bella me quiere otra vez!

—Claro que lo creo. Sabes lo que dicen, que el amor lo puede todo…. Ahgh, no soy buena con esto de la cursilería, pero el punto es que nunca se apaga, o algo así es...

—Nunca. La he amado desde hace más de siete años, y la seguiré amando.

—Por cierto, ¿Qué fue lo que pasó aquel día que viniste? Estabas más deprimido de lo normal, y nunca terminaste de explicarme el porqué.

Mi ánimo decayó en pique tras escucharla, y volví a sumirme en la misma sensación de asco y culpa que me había sometido y torturado desde que Bella había despertado. Aquella culpa que ayer, después de besarla, experimenté con todo el dolor de mi alma.

—Yo… le fui infiel a Bella, Zoe — susurré, decepcionado conmigo mismo. Zoe arqueó las cejas con incredulidad, su boca formaba una pequeña 'O'.

Permanecimos en silencio por varios segundos, hasta que Zoe, lo rompió, con su voz serena.

—¿Con quién? ¿Cuándo?

—Con… Charlotte. Justamente, un día antes de que Bella despertara, ¿a poco no es una mierda? — dije, ocultando mi rostro entre mis manos. Sentí la tranquilizadora mano de Zoe acariciarme el hombro, en señal de apoyo.

—Sí, es una mierda de las grandes — concordó ella. Le agradecí enormemente por no haberme juzgado, ni por haberme pedido detalles de aquel fatídico día — ¿Y Bella ya lo sabe?

—No, no se lo he dicho aún…

—¿Y qué estás esperando? — criticó, con voz furiosa.

—No lo sé — gemí, negando con la cabeza — Supongo que tengo miedo… miedo a que cuando se entere, me abandone. No podría soportarlo, Zoe, me moriría si lo hace. He estado meditando decírselo, creo que ya es hora de decirle la verdad. No puede haber mentiras entre nosotros…

—Me parece bien — se alegró, pellizcando mi mejilla — Ve y díselo. Si te ama, estoy segura de que te perdonará.

.

 

.

 

.

Cuando visualicé la casa aparecer entre los frondosos árboles del bosque, mi primer pensamiento fue 'al fin, en casa'. Pero cuando giré hacia la izquierda, me quedé completamente estático al observar un auto que bien conocía yo, aparcado a unos metros lejos de la entrada principal. Mi respiración, que en sí ya hiperventilaba, adquirió un ritmo furioso.

¿Qué hacía Charlotte aquí?

Abrí rápidamente la puerta del cobertizo con el pequeño control remoto, y aparqué el auto torpemente a un lado del volvo de Bella. Me bajé del coche casi a tropezones, y cuando traspasé el umbral de la otra puerta que conducía en dirección al living, en efecto: Bella y Charlotte, ambas sentadas una frente a la otra en un sofá.

—¿Lamentas qué? — Bella inquirió, con su entrecejo fuertemente fruncido. La pregunta fue realizada al tiempo en que yo me dejaba mostrar en medio de la sala, y ambas, dieron un respingo al verme llegar.

La primera reacción de Bella fue sonreír ampliamente, antes de gritar '¡Edward!', y ponerse en pie para correr a mis brazos. Envolví mis brazos inertes, alrededor de su pequeña cintura, sin despegar mis ojos estupefactos del rostro de Charlotte, que había adquirido una enfermiza tonalidad pálida.

—Mira quien ha venido de visita, Edward. Es Charlotte. Me explicó acerca de ella y de su relación con nosotros — comentó mi esposa, lanzando varias miradas en dirección a Charlotte, que temblorosamente se puso de pié, tratando de dominar su postura.

—Hola, Edward — saludó, aclarando su garganta.

—Charlotte — dije en forma de reconocimiento, asintiendo con la cabeza.

Casi en el acto, Bella se percató de la tensión en el ambiente, y el jueguito de miradas que tanto Charlotte como yo manteníamos. Se alejó dos pasos de mí para observarme, con sus inquisitivos ojos entrecerrados.

—¿Qué sucede? ¿Me he perdido de algo? — preguntó, mirándonos a Charlotte y a mí saltadamente.

Suspiré, y cerré los ojos. Ya era hora de lidiar con los fantasmas: ya era tiempo de decirle a Bella, toda la verdad, por más dolorosa que fuera. Se lo merecía.

—Bella, cariño, no te alteres. Espérame aquí, necesito conversar algo con Charlotte un minuto en mi estudio.

—¿Qué cosa? ¿Por qué? ¿Solos? — apretó sus labios, formando una pálida línea. Sus ojos clavaban directamente sobre los míos, buscando la razón de mis palabras. Ni siquiera pude disfrutar de los evidentes celos que Bella tenía.

—Necesito que confíes en mí. Te lo explicaré todo. Detalladamente, con calma. Pero primero debo intercambiar unas palabras con ella. ¿Confías en mí? — ella iba a replicar, pero la acallé repitiendo — ¿Confías en mí?

—Sabes que sí — susurró, dándose por vencida.

Le lancé una mirada significativa a Charlotte, quien se encogió, pero asintió. Caminó escaleras arriba hasta mi estudio, conociendo perfectamente el camino, ya que miles de veces se había encargado de acomodarlo. Le seguí los talones, y pasé la tranca de la puerta cuando ambos estuvimos dentro del cuarto.

 

17 de abril de ese año.

—Esto es el colmo. Mira como éstas, ¡¿Dónde está la maldita llave? — la chica criticó, al observar como el doctor Cullen, el joven, el de los cabellos revueltos, el de los ojos verdes que la tenían loca, tropezó con sus pies y cayó al suelo, sosteniendo firmemente una botella de licor en su mano.

—¡Duda que sean fuego las estrellas! ¡Duda que el sol se mueva! Duda que la verdad sea mentira, ¡Pero no dudes jamás que te amo! (1) — cantaba para sí mismo una y otra vez la frase de aquel pensador que ahora no se acordaba como diablos se llamaba.

—¡Maldición, Edward! Sé que tu estado depresivo es más que aceptable, ¡pero tampoco es para que te ahogues en licor! — gritó, para luego exclamar '¡al fin!' cuando logró abrir la puerta de la cochera y visualizó la oscuridad que envolvía la casa que, había dejado de proyectar aquella luz y armonía característica que se había adormecido junto con su creadora — Vamos, entra — indicó, ayudando al borracho a levantarse de su sitio, para ayudarle a subir hasta su habitación. ¿Cómo diablos se le ocurría estarse hasta la una de la mañana metido en un bar, bebiendo sin parar aquella cosa que no tenía idea de qué era? Menos mal que le llamó y él, en su estado de embriaguez, le dijo donde estaba, porque de no ser así… ¡Adiós Audi Coupe! Por primera vez en su vida agradecía vivir cerca de aquel bar de gente loca.

En un momento de distracción, le arrebató la botella de la mano y la aventó al suelo, y se hizo añicos. Bah, ella la limpiaría al siguiente día, de todas formas, Edward no le daba demasiada importancia al estado de la casa. Podría caer un meteorito en medio de la sala y el muy idiota ni cuenta de daría.

—Edward, hazme una ayudita, ¿quieres? ¿O es que acaso quieres dormir en el suelo? — espetó, apretando el agarre de la cintura del joven, mientras ambos subían torpemente las escaleras.

Lo condujo hasta su cuarto, y lo sentó en la cama. Se dirigió hasta la ducha de su baño y abrió la regadera con agua bien fría, y luego caminó hasta el hombre, que soltaba estúpidas risitas hacia el techo. ¡Menudo desastre! El pobre tendría una buena resaca a la mañana siguiente.

—Edward, ve a la ducha, ¡y date un baño! ¡Vamos, hombre! — se sintió como si le estuviese hablando un perro.

—¿Para qué? Noooo — replicó, como un niño malcriado.

—Por Dios, Edward. Alice te va a matar cuando te vea. ¿A que no sabes que está en Washington? ¡Pues créelo! ¿quieres que te azote por idiota? ¡a la ducha!

—Está bien — concordó él. Se puso de pié, y Charlotte, estaba a punto de dar media vuelta para dejarlo solo, cuando de pronto, ¡el muy idiota se metió con todo y ropa a la ducha!

—¡Mierda! — corrió para sacarlo de allí. Al menos, no se había mojado tanto — Te vas a resfriar por pendejo.

—¿Crees que con eso me puedo morir? — murmuró él.

—No, al menos que pesques una pulmonía.

—Entonces déjame en paz. ¡Quiero morirme!

—Déjate de tonterías — se puso a hurgar en una gaveta por una camisa y un pantalón de dormir — ¡Toma! Cámbiate.

Pero ella no se percató de lo cerca que él estaba, muy, muy, cerca. Se congeló, cuando una de sus manos le acarició la mejilla, y a su cuerpo acudió un estremecimiento. Sus ojos, tristes, que habían tomado un color verde oscuro a causa de la oscuridad de la noche.

—Te pareces a ella… — susurró, tambaleándose hasta que su nariz rozó la suya.

—Edward, no sabes lo que dices — ¿Por qué mierda no prendió las luces? ¡Ahora la comparaba con Bella!

Sin esperárselo, los labios de él tocaron los suyos, y un extraño calor se arremolinó en su estomago. Sus fuertes brazos la rodearon. Se dio cuenta de que él la besaba con desesperación, con furia, ira, con dolor, pero ella no podía apartarse. Se había guardado y tragado sus sentimientos hacia él durante un año, y su voluntad estaba flaqueando. ¿Sería lo suficientemente egoísta como para responderle, aun sabiendo que él no estaba en sus cabales, y no sabía lo que hacía? ¿Sería lo suficientemente hipócrita como para traicionar a Bella, la chica que la había apoyado todo ese tiempo?

Y tras unos segundos de lucha interna, suspiró, dejándose llevar, envolviendo sus brazos alrededor de su cuello. Bien sabía que lo lamentaría después, pero no podía resistirse. Solo una noche, una sola. Sería difícil de que él se acordara a la mañana siguiente, estaba demasiado borracho. Después, pagaría las consecuencias pero… ¡El mundo podía irse a la mierda! ¡Lo amaba, y ya estaba cansada de luchar!

Ambos cayeron en la cama.


—¿Qué haces aquí, Charlotte? — solté de una.

—Vine a visitar a Bella. ¿O a caso me impedirás verla? — rugió, cruzándose de brazos.

—Claro que no. Pero creí haberte dejado bien claro que no vinieras por ahora, mientras ella se recuperaba. No quiero que le digas nada que pueda alterarla o…

—¡No soy capaz de eso! ¡Y no le he dicho nada de lo que pasó, si eso es lo que te preocupa! Y me lo dijiste hace más de un mes, Edward. ¿No es eso, tiempo suficiente para explicarle algunas verdades?

—Para tu información, Charlotte, despertar de un estado de coma no es nada fácil — rugí furiosamente — Si la persona se altera demasiado, puede sufrir alguna recaída. No iba a decirle nada cuando apenas se estaba recuperando, aunque, debo admitir, ha mejorado sorprendentemente.

Charlotte inhaló profundamente, y agachó la cabeza.

—Tienes razón. Lo siento mucho. Creo que la rabia se me fue a la cabeza. Sabes que quiero a Bella, a pesar de… bueno, ya sabes. Y lamento haber permitido llevar las cosas más allá, aquella vez. No fue mi intención, simplemente… no se qué pasó — sabía que quería soltar la lágrima, pero se hacía la fuerte — Me arrepiento, no tienes una idea de lo mucho que me duele. Pero sufro al mirarla a la cara y darme cuenta de lo inocente que es ahora, a pesar de su accidente, sigue siendo una dulzura. Me siento una escoria por lo que le hice.

—No es solo tu culpa, Charlotte. Yo bien culpable soy también.

—Pero tú estabas ebrio, y yo me aproveché de eso.

—Como sea — la tajé — Eso es ya capítulo cerrado. Borremos y hagamos cuenta nueva, ¿de acuerdo?

—Es fácil para ti decirlo — me miró con hostilidad — Tú no eres el que se enamoró de alguien casado.

Mi expresión endurecida se relajó, al recordar lo mucho que ella podría estar sufriendo, la entendía. ¿No había sufrido yo por amor en mi vida? No tenía por qué ser tan duro con ella.

—Charlotte…

—No digas más. En cualquier caso, es mi problema, no el tuyo — me interrumpió, cerrando los ojos — Quiero… por más que no me agrade la idea, deseo contarle la verdad a Bella. Disculparme, por haberla traicionado, cuando ella se encontraba inconsciente en una cama en el hospital.

—Creo que… mejor se lo digo yo, a solas con ella.

—¡Yo no quiero huir como una cobarde! — gritó.

—Lo sé, pero… por más que insistas, el que la traicionó aquí fui yo, no tú. Quisiera conversar esto a solas. Contarle todo. Si con alguien debe enojarse ella, o descargarse, o gritar, o golpear, es a mí, no a ti. Yo le fui infiel y le rompí una promesa, una importantísima. Además de… bueno, tú sabes. Es un tema más complicado, y no creo que sería lo mejor que estuvieras allí — dije, y ella parpadeó, en asentimiento.

—No me gusta la idea, quiero estar allí para explicarle que fui yo la que se aprovechó de un idiota enamorado que decidió un día morirse en alcohol. Un idiota que se dejó engatusar por una boba. Bueh…. — rodó los ojos, y tanto ella como yo reímos.

—No eres boba, Charlotte. Eres muy especial, y, aunque no lo creas, eres una persona importante para mí. Ayudaste a Bella en aquellos días, y le serviste de gran amiga. Y además, ¿Acaso tú no me serviste de apoyo y sostén durante esos largos meses de dolor y soledad? A parte de Alice y mi familia, tú me ayudaste mucho — aseguré, y sus ojos firmes se ablandaron, mostrando, a una chica dulce, y sumamente triste. Ella podría ser pesada a veces, demasiado sarcástica, e incluso, podría ser fría con las personas. Pero en el fondo, era alguien muy dulce, amable, comprensiva y fiel.

La abracé, para confirmar mis palabras. Ella, tras unos segundos de hacerse la fuerte, me regresó el abrazo. Luego, se separó rápidamente, sin querer tener otro contacto físico conmigo.

—Mejor me voy, antes de que me arrepienta y me quede y explote todo lo que le tengo que decir, y luego tú me eches a patadas. Por un lado… tienes razón, creo que debería irme. Sé por dónde se dirigirá la conversación, y eso es algo que allí, si ya no me incumbe — dijo, tomando su bolso y dirigiéndose a la puerta.

Bajamos rápidamente las escaleras. Bella caminaba de un lado a otro a través de la sala, como fiera enjaulada, mientras mordía nerviosamente la uña de su dedo meñique. Alzó la mirada cuando nos sintió llegar, preocupada. Charlotte se acercó hasta ella con timidez y la abrazó.

—¡Perdóname! — gritó con voz ahogada, apretando el agarré del cuello de Bella — ¡Te quiero, y mucho, y como deseo golpear a tu marido por no dejarme quedarme para explicarte las cosas!

—¿De qué hablas? — preguntó Bella, completamente confundida.

—Ya lo sabrás. Pero por favor, no te molestes con él, ¿vale? Te ama más que a nada en el mundo, y no fue su culpa — dijo, antes de desaparecer por la puerta.

—¿Qué fue eso? ¿Por qué tendría que molestarme contigo? ¡Edward! ¡¿Qué demonios es lo que está pasando?

—Siéntate, Bella — dije, tomándola de la mano para que se acomodara en el mueble, conmigo a su lado — Tengo contarte algo que no es fácil.

—¿Qué? — volvió a exigir.

Y sentado tensamente sobre aquel sofá, aquel mismo sofá que juntos habíamos escogido para adornar esta sala de estar; con los ojos cerrados, yo inhalaba, exhalaba, inhalaba, exhalaba….

…Y recordaba.


(1) Frase de William Shakespeare.

¡Hey, chicas, que onda! ¿Sabían que son estupendas, que me caen super bien, y que las amo y adoro mucho mucho?

( Lectoras: Jodete, Victoria ¬¬ .l. )

(Victoria: O.o)


Capítulo 29: ¿Amor? Definitivamente. Capítulo 31: Memorias

 
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