Gracias a las Estrellas.

Autor: 012Victoria210
Género: General
Fecha Creación: 19/01/2010
Fecha Actualización: 27/09/2013
Finalizado: NO
Votos: 58
Comentarios: 180
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Capítulos: 36

TERMINADO

Tras un accidente, Bella se ve en la necesidad de acudir a la familia de Carlisle. Los Cullen, quienes seran en adelante su nueva familia. Alli se enamora, y aprende el significado de la frase "Sigue Adelante"  

Las cosas no siemore son como uno las planea. El destino es el que baraja las cartas, y nosotros somos los que jugamos. La vida podrá tener sus momentos alegres y cálidos, pero tambien dias tristes y no deseados.

"Yo jamás podre saber lo que el destino me deparará, pero hay algo de lo que estoy completamente confiada: El amor, todo lo puede"

Bella Swan

"Fruta Prohibida", en LunaNuevaMeyer

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Capítulo 29: ¿Amor? Definitivamente.

—¡Oh, Esme! ¿Ésta es la casa de la que me han hablado tanto? — inquirí, observando la esplendorosa y magnifica casita donde Esme y Carlisle residían — ¡Es preciosa!

—Gracias, cariño — ella susurró. Cada vez que me miraba, sus ojos se volvían acuosos, y su sonrisa era tan dulce y a la vez tan melancólica, que alejaba la vista para no tener que soportarlo. Sabía que le entristecía que yo no pudiera mantener una relación con ella como era antes, pero no podía hacer nada

—Es perfecta. Es rustica, pero a la vez elegante. ¿Tú te encargaste de las decoraciones?

Todos nos habíamos reunido el día extrañamente soleado de hoy, para compartir en lo que podría decirse, una tarde en familia. En un principio, la idea de Alice me había parecido un tanto incomoda, tomando en cuenta las diferentes vibras emocionales que cada uno de nosotros portaba, y se mezclaban entre sí a través del ambiente. Por ejemplo, la incomodidad que me producía mantener una careta firme y siempre sonriente frente a personas que amaba, por supuesto, pero sabiendo aun así, que no recordaba del todo. Al igual que la tristeza de Esme, el ánimo un tanto decaído de Carlisle que —a pesar de saber disimularlo, con su personalidad siempre carismática e infinitamente paciente—, me resultaba sumamente racional.

—¡Oh, sí! Alice me echó una mano también.

—Son ustedes muy talentosas.

—Gracias — volvió a decir — Me alegra que al fin estés recuperándote.

Su humilde confesión impactó sobre mi pecho con la fuerza de un puño. El dolor no fue un dolor que demostraba tristeza, condolencia, lástima. Por encima de esos absurdos e indeseados sentimientos, fue, más que todo, un dolor que daba a entender que aquella omisa parte de mi persona se quebraba de felicidad, y un extraño sentimiento en relación con el afecto. Mi corazón palpito veloz al alzar la mirada y toparme con los ojos almendrados de Esme, que embargaban un purísimo amor. Un amor que la Bella escondida en mi interior correspondía con una intensidad abrazadora.

Sonreí en respuesta, y en un movimiento impulsivo y a la vez anhelado, tomé su mano entre las mías, en un gesto de sincero agradecimiento.

—Me alegro yo también, Esme. Siento un profundo amor hacía ti. Y espero, que no malinterpretes mis palabras y asumas que es solo agradecimiento, porqué no es cierto.

Sus ojos casi se llenaron de lágrimas, casi, y no contuvo el deseo de abrazarme.

—Gracias, mi niña — susurró con voz queda, como si supiera que se volvería temblorosa si continuaba hablando.

Desde la lejanía, observe el rostro inmutable de Carlisle, que admiraba la escena con unas pupilas que comenzaban a volverse acuosas. Le sonreí, para darle a entender que mis palabras no se referían solamente a su esposa. ¿Cómo no quererlo, sí desde que lo vi, supe que no podría odiarlo? Sentía aquella conexión con ellos, una conexión que despertó solo segundos con verlos. Los quería, de eso estaba completa e indudablemente segura.

—¡Mamá! ¿Dónde pusiste el tostador ese, que es parrilla y waflera a la vez? — preguntó Alice desde la cocina, dejando ver solamente su cabecita asomada tras la pared. Para ese entonces, ya Esme y yo nos habíamos desprendido de nuestro cariñoso abrazo.

—¡En la despensa de abajo, cielo!

—Oh, gracias, no me acordaba de esa — y regresó a sus labores.

...

—¿En qué piensas, Bella? — Edward preguntó, acariciando con una delicadez placentera mi antebrazo derecho. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral por el toque de sus yemas, que ahora habían optado por mantenerse inertes alrededor de mi mano.

—Siento que no encajo aquí — me atreví a confesar, alzando mi cabeza para tener el gusto de observar su rostro apacible, que no tardó en manifestar un ceño fruncido, el demostración de su duda ante mis palabras.

—¿Por qué dices eso? Eres parte de ésta familia. Por supuesto que encajas.

—No me refiero específicamente a que no encaje. Más que todo, me siento… intrusa, pero solo por mí misma. No sé con qué palabras expresarme, quiero decir… ustedes comparten tantas anécdotas, aquellos chistes privados que me cuesta familiarizar. Me siento una extraña en la estancia de una casa ajena.

—No tienes porque sentirte así — insistió él, mandando una ola de calma a través de mi cuerpo con su dulce voz — Te amamos, eso nunca lo olvides. Estamos aquí, para ayudarte. No eres una extraña, Bella, métetelo en la cabeza. Eres una Cullen, y no dudes jamás con respecto a este hecho.

Ambos nos miramos, y tras unos segundos, una sonrisa de alivio y alegría surcó la comisura de mis labios. No tenía idea de cómo Edward le hacía, para calmar el furioso oleaje sentimental que acostumbraba a atormentarme en mis indagaciones negativas. Pero me sentía contenta de que siempre estuviese allí, para alegrarme, para relajarme, con palabras esperanzadoras que sabía bien, decía solamente pensando que era cierto.

—¡Yo abro!

Ambos dimos un respingo al oír la voz soprano de Alice, que había reventando la pequeña burbuja privada que nos mantenía atados. Me separé de él, sin apartar la sonrisa de mi rostro, y me sentí curiosa al escuchar el sonido del timbre que tronaba rápidamente y sin descanso. Vaya, así de embelesada habré estado para no percatarme de aquel ruido.

—¿Quién podrá ser? — dijo Esme, limpiando sus manos en el delantal verde que cargaba puesto para preparar nuestro almuerzo.

—No lo sé — Carlisle contestó — Tal vez se trate de la vecina…

—¿La vendedora de bienes raíces? ¿Ha continuado viniendo hacia aquí? ¡Qué persona más irritante!

—¿Quién es irritante?

La voz no provenía de ninguno de los integrantes de mi familia. Todos parecieron sorprenderse al sonido grueso y firme de aquella voz masculina, antes de que el portador de tal voz haya siquiera cruzado el pasillo para hacer aparecer su alta silueta.

El hombre era alto, musculoso, de piel bronceada y cabellos oscuros, rebeldes. Sus ojos, tan profundamente azules como el mar pacífico, estudiaron con asombro mi rostro, y mi figura. Detrás de él, se hallaba una mujer extraordinariamente hermosa, de cabellos castaños casi dorados, y unos ojos almendrados que se ampliaron desmesurados al verme, antes de llevarse una mano a la boca.

El chico de aspecto intimidante y a la vez felino, esbozó una amplia sonrisa que dio a entrever su dentadura blanquecina, y abrió los brazos, en un gesto de alegría, y burlo recibimiento.

—¡Bella Swan! — exclamó con voz fuerte, a la vez cantarina.

—Hola — saludé, con un asentimiento de cabeza. ¿Quién era este hombre, y de donde lo conocía? Su rostro me era bastante familiar… ¿Dónde lo había visto?

Dejando a una mujer sorprendida tras sus espaldas, el hombre se acercó a pasos vacilantes hasta mi dirección, sin apartar su mirada astuta de mis ojos y, tomándome desprevenida, tomó mi mano derecha con delicadeza y plantó un casto beso sobre mi dorso.

Mis ojos se ampliaron ante el reconocimiento que surgió en mi mente de la nada. ¡Por supuesto! ¡Lo había visto en los álbumes de fotos, en mis escasos recuerdos, y en la foto de la nieve!

—¡Clay Smith! — grité, antes de ponerme de pie.

—El mismo, preciosa.

—Ahora te recuerdo — murmuré, forzando a mi mente a hacer aparecer los recuerdos ocultos — Tú eres el que me ofreció probar mi primer cigarro.

—¿Le has dado un cigarro a mi esposa? — Edward se puso a la defensiva, mirando a Clay con una ceja arqueada.

—Tan aburrido como siempre — puso los ojos en blanco — ¿Viste que tuve razón al no decirle nada antes?

—Ahora lo sé de todos modos, idiota — Edward refutó.

—Como sea. Bella, querida, que lástima que ya he conseguido mi pareja. De no ser así, te diría que sigo disponible — me guiñó un ojo cómicamente.

Me acordé entonces de la mujer que lo acompañaba. Ya había dado dos pasos al frente, y en su rostro, se veía una pequeña y tímida sonrisa, aunque el asombro no había desaparecido del todo.

—Hola, Bella — saludó con voz temblorosa, a la vez insegura. Le dirigió una dulce sonrisa a Edward, quien devolvió junto con un parpadeo de asentimiento.

—Hola… — contesté, al tiempo en que entrecerraba mis ojos… ella era… rayos. La respuesta al acertijo bailaba descaradamente en la punta de mi lengua.

—¿Me reconoces? — inquirió.

—No… logro hacerlo.

Dio unos cuantos pasos al frente, y me estrechó en un abrazo vacilante, el cual no me demoré en responder, para no lastimar sus sentimientos.

—Eres… — ¿era cierto lo que diría?

—Soy Kate. Kate Tamblyn.

.

.

.

—¿Carmen y Eleazar?

—Ellos le mandan saludos a Bella. No pueden venir. Ya sabes cómo anda Eleazar con los problemas del corazón, y Carmen se ha quedado a cuidarlo hasta que mejore.

—¿Cómo sabían que estábamos aquí?

—Alice nos llamó — aclaró Clay, a la pregunta de Edward.

—No me sorprende, la verdad. Alice prácticamente publicará en un blog de internet la noticia — le dio un codazo amistoso a su hermana, quien le sacó la lengua infantilmente.

—Kate, Clay — intervine a la conversación — No es por ser grosera. Pero, ¿podrían aclararme este asunto? Según tengo entendido, Kate, eras la ex novia de Edward. Y tú, Clay, te habías acostado con Tanya…

—¡Que no me acosté con ella, joder! — repuso, cuando el resto de la familia comenzó a reír a estruendosas carcajadas por mi inocente comentario. Clay le dirigió una mirada furiosa a Alice, quien se retorcía de la risa — Siempre exagerando los hechos, Alice.

—No los exagero. Admite que si no hubiera interrumpido, hubieses puesto en acción tus manos que yacían sobre su…

—Eh, ¡Alice! Estoy aquí — Kate interfirió, agitando la mano. No se encontraba enteramente enojada, pero tampoco le agradaba la idea de escuchar como Clay casi cometía un desliz con otra mujer qué, era casualmente, su prima por parte de tía.

—Vale, lo siento.

—¿Lo sientes? ¿Cómo vas a sentirlo, si incluso les tomaste una foto aquella vez? — Emmett se carcajeó, ignorando la advertencia de la mirada de la rubia.

—¡Una fotografía! — el compañero de Kate se puso de pié, con ojos cegados de incredulidad — ¡Alice!

—¡Te juro que no la tengo! Si la tuviera, ¿crees que no la hubiera mostrado ya? Jasper me obligó a eliminarla. Emmett, ¿a éstas alturas vienes a abrir la boca?

—Se me escapó. Lo siento.

—Ah, pues yo soy tan prudente que jamás permitiría que se me escapara el hecho de que te descubrí aquella vez cuando cambiaste las aspirinas de Edward por drogas — confesó Alice, mostrando un semblante de 'niña santa'. Estaba claro que de santa no tenía nada.

—¡Fuiste tú! — ahora fue tiempo de Edward para interferir, levantándose bruscamente de su asiento, con una mirada furiosa — ¡Maldito seas, Emmett! ¡Por tu culpa casi me echan del hospital por estar drogado en media consulta!

—Venga, Edward, al final no te despidieron

—Porqué Carlisle tuvo que intervenir, alegando que era un 'joven recién graduado qué se excedió de cantidad a causa de los nervios' — replicó

—Hijos, cálmense, por favor…

—Nosotras somos amigas, Bella — continuó Kate, haciendo un esfuerzo por ignorar las disputas entre los hermanos Cullen, que ahora se habían instalado en un infantil debate acerca de 'moralidad' — Bueno… digamos que anteriormente no éramos exactamente amigas, porqué, he de admitir, seguía enamorada de Edward y estaba sumamente celosa. Pero a último momento, antes de graduarnos, me atreví a acercarme y pedirte disculpas por mi comportamiento. Tú me perdonaste, Edward milagrosamente dejó de odiarme, a pesar de todo lo que le hice…

—Sabes que nunca te odié — Edward aclaró, con voz suave y calmante, olvidándose de la discusión en la que se hallaba — Tal vez creí que te odiaba, pero no es así, y te lo he dicho.

Mi esposo esbozó una cálida y tranquilizadora sonrisa.

—Gracias — sonrió con timidez, y amarró sus largos cabellos en una coleta de caballo — Un día fui de visita a su casa, por una invitación de Alice. Y ese mismo día, conocí a Clay — le dirigió a su compañero una profunda y amorosa mirada, que le correspondió besando su sien — Él había aparecido mágicamente para sorprenderlos a ustedes, pero la sorprendida terminé siendo yo. Al final nos hicimos novios en menos de un mes, y acordamos estudiar juntos en la misma Universidad para no separarnos. Desde ese entonces estamos juntos, y tú y yo nos hicimos más unidas que antes. Salimos muchas veces con los chicos, y, al principio el ambiente era tenso, porque para ti era difícil de olvidar que yo quería a Edward. Pero terminaste aceptando que desde que conocí a Clay lo había olvidado, y nuestra relación mejoró muchísimo. Cuando tuviste el accidente, solo pude visitarte al hospital dos veces, porqué yo vivo nuevamente en Canadá, junto con Clay.

—Vaya — contesté, verdaderamente sorprendida. ¡Qué vueltas, las que da la vida!

.

.

.

—Vamos a salir hoy — Edward comentó, tomando el dorso de mi mano para depositar un beso. Casi puse los ojos en blanco, al observar aquella mirada juguetona tan característica de sí mismo, que claramente demostraba que algo estaba maquinando.

—¿A dónde?

—Es una sorpresa.

—No me gustan las sorpresas.

—No me sorprende — soltó una suave risilla, que me dio a entender que se estaba burlando de mí.

Y siguiendo sencillamente aquel desesperado impulso que, era realizado al tiempo en que dejaba recostar mi cabeza cómodamente sobre su hombro, alargué la mano para deslizarla a través de su brazo, provocando así, que ambas pálidas manos se trabaran. No era la primera vez que accedía al impulso de acercarme a Edward, porqué su contacto me era sumamente reconfortante.

—De acuerdo, iré contigo, aunque no tenga la más mínima idea de a donde me llevarás. ¿Cuándo debo estar lista?

—En unas horas. Aun es temprano.

—¿Porqué no duermes un poco primero?

—Nah. Estoy bien. Además, se está muy cómodo aquí — dijo, el tiempo en que pasaba un brazo por encima de mi hombro, apoyándolo sobre la cima del sofá, en el cual, ambos nos hallábamos recostados.

Edward regresó temprano del trabajo, cosa que agradecí, ya que no me sentía cómoda en una casa tan espaciosa y tan sola a la vez. El primer movimiento que realicé cuando vi su silueta traspasar el umbral de la puerta, fue echarme en sus brazos y alegrarme de que haya vuelto al fin. En un principio se mostró bastante sorprendido por mi descarga de energía, ya que no acostumbraba a mostrarme tan alegré con él, pero realmente, le había extrañado mucho. Hacía ya una semana desde que había pasado junto con mis hermanos de visita a la casa de mis padres adoptivos, y fue aquella semana precisamente, la que le exigió duramente horas de trabajo a Edward, quien regresaba por las noches completamente exhausto de su arduo trabajo; me besaba dulcemente la mejilla y me estrechaba en sus brazos, antes de relajarse con una ducha y caer muerto sobre el colchón de su cama. Su ausencia me resultaba angustiante, a la vez desesperante, ya que, debía admitirlo, me había acostumbrado a la presencia de Edward y estar separada de él me frustraba severamente. Me encantaba que sonriera para mí, que me aprisionara con su mirada abrazante, o que susurrara a mi oído que me quería o me preguntara qué era lo que haríamos hoy. Cualquiera —a excepción de mi familia—, diría que era extraño que a tan poco tiempo de haber salido de mi estado de coma, tuviese una atracción y amistad cómplice con mi esposo. ¡Por supuesto que eso no era malo! Pero claro, si tomamos en cuenta que no lo recordaba del todo, y las sesiones terapéuticas eran una viva prueba de la importancia del asunto, debía admitir que sí era extraño —aunque agradecía que Jasper haya logrado conseguir un consultorio de terapia cerca de Portland, cobrando uno que otros favores, para realizar allí mis sesiones terapéuticas—.

Pero… para mí no había nada de malo. ¿No se supone qué es mi esposo, y debo comportarme como una buena compañera, a pesar de todos los obstáculos que se atravesaban? A pesar de que Edward en repetidas ocasiones haya comentado que yo no tenía por qué aparentar que todo estaba bien aun sabiendo que las cosas habían cambiado drásticamente, no me molestaba en escucharlo o hacerle caso. ¿Cuál era el problema? Me sentía gustosa de recibirlo con un abrazo cuando regresaba del trabajo, ayudarle cuando él preparaba la cena —e incluso, preparándola yo antes de que llegara—, y permitir que él me tomara de la mano o pasara su brazo alrededor de mi cintura, porque sabía que él había sufrido bastante, y me alegraba que sus ojos se iluminaran al verme. Y lo más importante, porque me gustaba; tantos sus gestos, como él mismo. Me gustaba, ¿para qué obviar el asunto, si las cosas podrían llegar a ser, más adelante, tal y como eran antes?

—Debo confesar que me alegra que podamos salir juntos. Últimamente no he tenido la oportunidad de pasar mucho tiempo contigo — confesé, sin poder evitar que aquel rubor bañara mis pómulos.

Desde que había despertado de mi estado inconsciente, lo único que ésta mansión me ofrecía como entretenimiento durante las horas que Edward pasaba en el Hospital en ayuda de los enfermos, era comida a más no poder, televisión por cable, y una variada y pesada cantidad de libros de medicina, los cuales me había dedicado a devorar, sentada sobre el sofá cama de mi habitación. Si quería comenzar a ejercer mi profesión nuevamente, lo mínimo que debería hacer era refrescarme la memoria con un baño de conocimiento. Me sorprendía a mi misma al saber detalladamente acerca de algunos síntomas de alguna enfermedad, mucho antes de que terminara de leer el caso que se presentaba en la página del libro, al igual que se me facilitaba el aprendizaje de los órganos, arterias, huesos, y músculos de la anatomía humana. Supuse que aquella información había sido tan importante dentro de mi vida, que mi cerebro no presentaba dificultades para expandirse, y dejarme recordar acerca de la buena doctora que fui en un pasado. Edward decía que si continuaba así, en menos de un año podría volver a ejercitar mi carrera.

A pesar de lo aburrida que estaba cuando permanecía sola en la casa, Alice, Rose, o Emmett se encargaban de venir a verme y entretenerme hasta que llegara la noche. Aunque últimamente, la situación había cambiado un poquito a la costumbre, ya que a mis hermanos, el trabajo comenzaba a exigirles más atención, y a veces tenían que echarse un rápido viajecito hacía el estado en el cual se hallaba su hogar permanente, para poder llegar a su trabajo. Y no les culpaba. Yo estaba siendo un inconveniente dentro de sus planes, y ellos hacían todo lo posible por mantenerme contenta, pero sin dejar a tras sus oficios laborales.

—A mí también me alegra. Espero no te moleste mi atrevimiento al decirte esto, pero no tienes idea de cómo extraño poder salir contigo a solas.

¡Maldito rubor, maldito metabolismo!

...

—¿En cuál auto iremos? — pregunté, cuando ambos nos hallábamos en la cochera, listos y arreglados.

No me sorprendió que Alice me haya llamado, para recomendarme —exigirme— lo que tendría que utilizar el día de hoy para nuestra cita. Si, una cita. Y su desbocada imaginación me había alistado con: un vestido azul marino muy ceñido a mi cuerpo, y unos tacones plateados. No deseaba usar zapatos de tacón pero… ¿Cómo negarle algo a Alice?

Edward, por su parte, tuvo la suerte de vestirse como se le antojó. Pero… Válgame Dios, que buenos gustos tiene. Una camisa negra de botones, que contrastaba magníficamente con su pálida piel, y que brindaba un brillo diferente a sus ojos verdes. Unos pantalones de mezclilla oscuros, tirando más al azul que al negro. Unos zapatos negros, pulcros, como si fuesen nuevos, aunque yo ya se los haya visto con anterioridad. Una chaqueta negra, esa clase de chaquetas que solamente los hombres de Hollywood portaban durante sus entrevistas con la prensa. Aquel cabello húmedo y alborotado, que con mechones adornaba la pálida piel de su frente lisa. Y aquella sonrisa burlona y torcida, siendo el toque perfecto para terminar de definirlo como hombre perfecto… ¡El muy maldito podría rodar por el suelo, vestir con harapos, y aun así se vería como si acabase de grabar un anuncio!

—En el Ferrari — contestó, acariciando casi con adoración su humilde coche.

—¿Y cuál es ese de allá? — señalé con un movimiento de cabeza, aquel gran bulto cubierto de mantas grises. Podía distinguir claramente la silueta de una camioneta.

—Dudo muchísimo que tu Chevy pueda, siquiera, encender el motor. Hace tiempo ya que falleció el pobre.

¿Mi Chevy? ¿La Chevrolet?

Creí que se habían deshecho de él.

—¿Desecharla? Jamás lo haríamos sin tu consentimiento. Aunque, vale decir que Emmett siempre ha sentido el deseo de tomar un martillo y acabar con él, prenderle fuego, y bailar a su alrededor.

—¿Puedo verla?

—Por supuesto que sí. Lamento no habértela mostrado antes. Supongo que tantas cosas en mi mente, me obstruyen atender otras más.

Se acercó hasta la escondida camioneta, y de un tirón, la descubrió de su manto polvoriento.

La camioneta seguía casi intacta, al igual que en la foto que Renee me había tomando a mí, abrazando la camioneta, hacía ya tantísimos años. A pesar del polvo adherido, se diferenciaba que su color seguía siendo de un rojizo casi anaranjado, pero opacado levemente por las manchas blancas, y rallones qué, señalaban, a la pintura que se había pelado con el paso de los años.

Dejé que mis dedos acariciaran el fuerte capo, y se deslizaran a través de las ventanas, mientras caminaba alrededor de la camioneta para poder contemplar cada detalle. No me importó que mis dedos se ensuciaran con las negruras de la camioneta; permití que mi mano memorizara el tacto sólido de su relieve, de sus desigualdades, y de las zonas llanas de las puertas.

"Habla Jessica Wislow directamente desde los ángeles. Nos acaban de informar que el Vuelo 93 de Madrid, destino Phoenix, explotó en el aire aproximadamente a las cuatro de la tarde del día de hoy…."

No. No, No, No.

….Mis padres estaban muertos, y yo era lo suficientemente estúpida para seguir esperando por ellos. Jamás más los volvería a ver….

… El recuerdo era lo suficiente para sentirme caer nuevamente en el abismo. Coloque mi puño sobre mi boca para acallar los sollozos, que amenazaban por darse a escuchar a través de mi garganta, mis pulmones….

—¡Isabella, deja de ser infantil, y haz el favor de parar de llorar! — la abuela exigió, mirándome con ojos inexpresivos.

—Mis padres se han ido, tu hija de ha ido, ¿y solo tienes palabras para decir, que no sea infantil por extrañarlos?

—Tú madre está muerta y sepultada. No podemos hacer nada para remediarlo. Compórtate como una muchacha madura, y deja ya de lamentarte….

…."Es para recordarte, que siempre estaremos contigo".

Detecto la pequeña gota de agua salada que resbala lentamente por mi mejilla, hasta perderse debajo de mi mandíbula. Siento la tristeza emerger desde el fondo de mi pecho. Si bien no los recordaba del todo, ¿cómo no echar de menos, a las personas que me dieron la vida? Estaba atada a su recuerdo, a los tristes. Necesitaba liberarme de la tortura.

Cerré los ojos, y casi pude vislumbrar a Charlie, a mi lado, golpeteando una y otra vez con los nudillos de su mano cerrada el capó de la camioneta, demostrándome lo fuerte y resistente que era aquel dinosaurio. Yo, frente de él, con una sonrisa impagable en mi rostro, antes de correr a sus brazos y abrazarlo con ternura. Renee, de pie frente a la entrada de nuestra casa con su ceño fruncido y su mueca contradictoria, mirando la camioneta, la cual no le transmitía la más mínima confianza. Ruedo los ojos, antes de abrir la puerta del piloto y sentarme en aquel asiento cómodo, olfateando el olor a menta, cuero, y humo de pipa. Observo a mi madre desde mi posición, con ojos suplicantes de que accediera a mi regalo. Renee se adentra a la casa, agitando las manos en el aire con un gesto mudo de 'está bien, haz lo que quieras'. Yo no hago otra cosa más que sonreír ampliamente, antes de poner en marcha la camioneta para dar una vuelta.

—¿Te ha gustado en serio? Si lo deseas, podemos hacerle unos cuantos arreglos…

—¡No! Me encanta como está — negué con la cabeza, sin borrar la sonrisa de mi rostro — Te quiero, Charlie. Eres el mejor padre del mundo.

La mirada serena de mi padre parece ablandarse, y carraspea, mirando en otra dirección. Charlie parece indeciso, antes de pasar vacilantemente su brazo por mi cintura, para acércame un poco hacia él.

—Ehh… Yo también te quiero, Bells susurra, algo apenado. Sabía lo complicado que era para Charlie demostrar sus sentimientos abiertamente, ya que era un hombre orgulloso y sumamente tímido. Pero me basta con saber que me ama más que a nada en el mundo.

Había abierto la puerta del piloto y ahora acariciaba el volante del auto, para luego pasarlas por el asiento. Vuelvo a cerrar mis parpados, y sonrió inconscientemente, guardando el recuerdo de los ojos brillantes de Charlie, de su rostro, de su cabello rizado. Retengo la imagen de Renee, sentada en el patio trasero de la casa, recostada cómodamente sobre una silla desplegable, cogiendo un libro con su mano derecha. Alza la mirada, y me guiña un ojo al verme. Casi puedo olfatear el aroma de los moffins de avena que acostumbraba a preparar durante las tardes, siguiendo las instrucciones de un libro de cocina, que le habían regalado sus amigas en su curso de cocina.

—¡Bella, querida! ¿Qué te parece, si me acompañas a ir de compras?

—¿Compras? No quiero.

—¿Por qué no?

—No me gustan los probadores.

—¿Qué clase de boba excusa es esa? — ella suelta una carcajada sonora, burlándose de mi cara asqueada — Pasaremos por la librería y te compraré un ejemplar. ¿Trato?

Gruñí en mi fuero interno. Maldita sea por saber cómo convencerme.

—Trato.

.

—Charlie, necesito que me des dinero.

—¿Para qué?

—Para comprar el libro que Renee me prometió, pero que no logró comprar porque ya se había gastado todo el dinero.

Para mi pesar, vuelvo a sonreír, pero aun con el sentimiento de abandono y pérdida, latentes en mi corazón, el cual había acelerando el movimiento de aquel musculo vital mientras la angustia crecía, al volver a tomar en mente que mis progenitores, habían muerto ya hacía muchos años.

Hasta ese momento, no me había dado cuenta de qué, a pesar de haber perdido la menoría, no los había dejado ir. ¿Para qué seguir sufriendo por quienes ya habían muerto, y posiblemente se hallaban en un lugar mejor que éste? ¿Cuál es el caso, si solo traerá pesares?

Les quería. Y ahora… me sentía… libre. Del dolor…

Me aferré solamente al recuerdo de sus rostros, sonrientes, felices, optimistas. Y allí supe, que no me sentía culpable, tal como había dicho Edward que me sentía en un pasado. Ahora… estaba felíz.

Cerré la puerta del piloto, y me di la vuelta para ir hasta mi esposo. Lo presentía, sabía que se encontraba de pie frente a mí, pero no tuve muchas ganas encararlo. A cambio de eso, le abracé por la cintura, y suspiré, sintiendo como mi cuerpo se libraba de la tensión, cuando sus brazos me rodearon y sus labios rozaron mis cabellos. No lloré. Sentía que no era la primera vez que tenía este pensamiento, y sabía que más de una vez había flaqueado en el intento de dejar de llorar.

—Bella, cielo, ¿cómo estás? — Edward inquirió, tomando mi rostro entre sus manos para verificar el estado de mi rostro.

—Ahora, estoy bien. Creo que ya es tiempo de dejar de lamentarme, y dejarles ir — susurré, sonriendo ampliamente.

¡Adiós, mamá y papá! ¡Nos encontraremos algún día!

.

.

.

—Oh — fue lo que pude expresar, con mis ojos bien abiertos. Si bien, sabía que no era la primera vez que mis pies tocaban el suelo de tan majestuoso sitio, no pude evitar plasmarme con una expresión de contrariedad absoluta.

—Si te quedas allí, van a creer que éstas sufriendo un paro respiratorio.

Me volteé, topándome con aquella expresión burlona suya, que hacia un inmenso esfuerzo en contener la risita que deseaba fugarse de su garganta.

—¿Estás loco? ¿Has visto la pinta de este sitio? ¡Parece un restaurante de Hotel cinco estrellas!

—De hecho, unos italianos están negociando comprar el edificio para reconstruirlo y convertirlo en un hotel de categoría y…

—No me causa gracia — le interrumpí, luchando con las ganas de cruzarme de brazos y taconear sobre el suelo — Gastaremos todo el dinero que nos queda en el banco para cenar aquí. O, más bien, tu dinero.

Edward respondió, soltando una alta y sonora carcajada.

—¡Como si venir aquí no hubiese sido cosa de costumbre! — replicó, antes de rodar los ojos y guiarme a través del lugar con un brazo alrededor de mi cintura.

¿Cómo he permitido malcriar tanto a Edward desde que nos casamos? Maldito sea por tener esa mirada tan persuasiva.

Un mesero vestido de traje negro, se acercó a nosotros a paso elegante y derecho, sin borrar esa mirada serena y esa sonrisa cordial de su rostro. No pude evitar compararlo con el mayordomo de Will Smith.

Nos condujo hasta una de las mesas que se hallaban en el piso superior. Mi mirada deslumbrada viajo a través del enorme candelabro de diamantes que colgaba sujeto firmemente en el techo, y me sentí de pronto protagonista de aquellas películas de bailes antiguos que se mostraban en las mansiones de a comienzos de 1900, por el espacioso sitio, repleto de personas de una buena estabilidad económica y un atuendo que podría costarle un año de sueldo a un empleado común, y por la decoración elegante y llena de luces, como el salón de fiestas del Titanic.

—¿Sigues enfadada conmigo? — preguntó Edward, cuando ya nos habíamos ubicado en nuestra mesa.

—No demasiado — confesé con voz solemne, sin despegar la vista del menú — Debo aceptar que éste lugar es agradable, además de que no sirve de nada discutir contigo. Puedo hacer un esfuerzo en ign… ¡No puedo creer que éste sea el precio de un plato de calamares! — casi grité, al contemplar el precio de uno de los platillos recomendados por el cheff — Es definitivo. Nos vamos.

—Quiero dos especiales del día, el mejor vino que tengan, y una cesta de pan — pidió mi marido, ignorando cada una de mis refutaciones, al mesero que yacía de pie a nuestro lado tomando nota de sus palabras. El hombre, que correspondía con el nombre de John — según la identificación de su uniforme—, se giró sobre sus talones en un movimiento fluido, y se dirigió a la cocina sin mirar atrás.

Edward volteó al fin a observarme. Con un codo apoyado a la mesa, descansó su mejilla sobre la palma de su mano, portando su semblante más inocente y coqueto. No voy a negar que mi rabia se apaciguo tenuemente cuando pestañeó tres veces consecutivas, y su rostro angelical dio a mostrar una exquisita sonrisa de lado.

—Eres imposible — grazné.

Él se encogió de hombros.

—Y tú eres, y serás siempre, una persona demasiado mandona.

—Yo no soy mandona — mascullé.

—Oh, sí, si lo eres.

Suspiré, dispuesta a no seguir discutiendo con él absurdamente.

Nos entregaron la comida al pasar de 30 minutos. Mi orgullo flaqueó significantemente cuando los meseros colocaron aquel enorme y apetecible plato de comida frente a mí. Mi estomagó gruñó tan fuertemente, que el potente tímpano de Edward captó el vergonzoso ruido, provocando que me sonrojara de vergüenza cuando la sorna brilló dentro de sus ojos verdes, sumando una ceja arqueada.

—¿No se supone que era Rosalie la del oído biónico?

Durante el transcurso de la noche, nuestras conversaciones no tocaron puntos privados de nuestra relación, y tampoco heridas cerradas. Éramos solo Edward y Bella, dos amigos que ahora se reunían para despojarse del estrés, y para disfrutar de una noche tranquila y relajante a la vez.

Platicamos acerca de nuestros gustos, en general. Algunas palabras triviales acerca de la economía y el mundo del Hollywood, burlas a espaldas de nuestros hermanos, aclaraciones —para mí—, con respecto a la vida de Carlisle, Alice, y la mayoría de mi familia.

—¿No te parece irónico, que estemos casados ya, y que tengamos una cita para conocernos? — Edward comentó con expresión sarcástica, luego de haber dado un sorbo del vino de su copa.

—Bueno, no sería ni la primera vez tener una cita de reconocimiento entre nosotros — respondí, observando atentamente su semblante risueño sin lugar a distracciones.

—En realidad, nosotros nunca tuvimos una 'primera cita'. Nos conocimos con el paso del tiempo luego de que llegaras a Forks, y no fue necesario invitarte a salir para conocerte. Digamos que, éramos, como aquello que Alice no paraba de decir, Best Friends Forever, o algo por el estilo.

¡Qué chistosa situación! Una primera cita, años después de nuestra boda.

—Algo de lo que no estoy enterada, ¿cuánto tiempo nos llevó hacernos novios?

—Un mes, más o menos. Fue en la casita del lago. El beso se dio primero antes del noviazgo, que llego unos días después, luego de que discutieras conmigo.

Oh, sí que recordaba aquel beso, no del todo, pero bien claro tenía que fue en una alberca, y que luego salí corriendo de allí. ¿La razón? Inseguridad, probablemente.

—Por causa de Kate — agregué. Alice me había explicado muy explícitamente la situación cierto momento durante el almuerzo en Seattle.

—Si…

—¿Y tú…? Hum, según tengo entendido, Kate y tu habían establecido una relación de unos cuatro años. ¿En algún momento, cuando la viste, no…?

—¿Me confundí? No. Para ese entonces, estaba enamorado de ti, y Kate no era más alguien que fue parte de mi vida. Si, fui feliz con ella, pero el amor se desvaneció luego de que se fuera, y renació poderosamente cuando supe que te quería a ti, años atrás.

Estaba enamorado de mí, me quería años atrás. ¿Y no lo estaba ahora? Sería muy estúpido deducir que no.

Edward debió percatarse de mi confusión, ya que se apresuró a continuar:

—Por supuesto, el amor que te profeso no ha acabado aún, y no creo que acabe nunca.

¿Me ruboricé? Si. ¿Mi corazón latió como loco? Si. ¿Correspondo al sentimiento? Tal vez. ¿Deseé atizarle un puñetazo por volver a plasmar aquella sonrisa burlona tan cansona? También.

…..

—¿Cuándo fue la última vez que vinimos aquí? — pregunté.

Edward se inmutó durante unos cuantos segundos, posiblemente, recordando cuando había sido aquella vez. Cuando pareció enterarse de la respuesta, podría jurar haber visto un tenue asomo de tristeza a través de sus facciones alegres, que se mostraron algo crispadas por una expresión indescifrable. Logró recomponer su compostura cuando alzó la mirada para verme, y, a pesar de la duda y curiosidad que me desesperaba por una explicación de su ánimo, decidí pasarlo por alto.

—Unos meses antes de tu accidente. Acostumbrábamos a venir, al menos, una o dos veces al mes.

—¿Y por qué dejamos de venir?

Respondió con un encogimiento de hombros.

No sabía por qué, pero sentía una especie de tensión, cuando, después de volver del baño de damas, me había puesto a contemplar las sopotocientas paredes de aquel local tan grande y elegante. Algo importante, e inexplicablemente angustiante, bailaba descaradamente entre lo más recóndito de mi mente, pero no concebía descifrar que cosa.

Un indescifrable sentimiento se apoderó de mi estomago.

.

.

.

Lo primero que hice, cuando mis pies tocaron el suelo de la casa, fue desprenderme de los malditos tacones. Los dejé a un lado del sofá de la sala, consciente de que a Edward no le molestaría una pequeña muestra de desorden por mi parte.

—Uff. ¡Gracias por la salida, Edward, me ha encantado la comida! — exclamé, con los ojos cerrados, y mi cuerpo descansando en el sofá — ¿Te irás a dormir ahora?

—No si tú no lo harás — respondió, al tiempo en que se deshacía de su chaqueta.

—Estoy cansada, aunque no tengo demasiado sueño.

—Entonces, te acompañaré hasta que te duermas.

Fiel a su palabra, me acompañó durante una hora a mi lado, mientras intentaba despertar el sueño con una película de Di Caprio, 'La isla siniestra'. Al final de todo, la película fue tan desesperante que me pregunté si la loca terminaría siendo yo.

—¿Sueño? — preguntó, con una sonrisa.

—Algo. Aunque me causa muchísima flojera pararme.

—Ah. Eso no es problema.

Y tomándome desprevenida, me cargó en brazos y comenzó a llevarme escaleras arriba. Me depositó en el suelo cuidadosamente frente a mi habitación.

—Que tenga pereza no quiere decir que me debes traer cargada hasta aquí — me quejé, aun así, sin estar molesta.

—¡Bah! Ni que fuese la primera vez – rodó los ojos.

—Entonces…

—Entonces… buenas noches — se despidió. Se acercó para depositar un beso sobre mi mejilla, y se giró sobre sus talones para dirigirse a su habitación.

—Edward — pronuncié, sin saber la intención de mi llamado. Él se volteó, justo después de haber tocado la perilla de su puerta.

—¿Dime?

No sabía que fue exactamente lo que me motivó para dar los primeros pasos a su dirección. Y no fue, hasta que estuve justamente frente a él, que comprendí que lo quería tanto, como para atreverme al fin, a hacer lo que había querido hacer hace mucho.

Mi mano se movió casi por voluntad propia hasta su mejilla. Él se estremeció. Pude detectar sus ojos como platos, cuando pasé mi mano por su cuello hasta hacerla descansar cerca de su nuca. Me puse de puntillas, y dejé que mis labios rozaran suavemente los suyos. Edward permaneció quieto por unos segundos, como un madero, al parecer, demasiado aturdido como para realizar una acción inmediata.

Mis labios se separaron de los suyos, y luego volví a juntarlos con los de él. Allí fue cuando Edward reaccionó, y sus labios petrificados comenzaron a responder, presionando dulcemente sobre los míos. Una sensación nerviosa aguardo en mi estomago, como miles de mariposas agitadas, y mi respiración hiperventiló tenuemente cuando acarició mi mejilla con una de sus manos, transmitiéndome una calidez que atravesó a través de mi cuerpo junto con un estremecimiento.

Para mi pesar, Edward se separó antes de lo que yo deseaba, y por esa razón, tomé valor para hacer presión sobre su cuello, y besar con más fuerza sobre sus labios. Sabía que en estos momentos, Edward se debatía entre responder el beso como se debe o alejarse, para no tratar de 'confundirme', o 'incomodarme' tan pronto. Así que, sin importarme mostrarme algo atrevida con lo siguiente, lo jalé de su camisa y atrapé su labio inferior entre mis dientes, para demostrarle que no tenía miedo, que realmente, deseaba que me besara.

Eso pareció ser suficiente para él. Un suave gruñido se escapó de su garganta, y su mano aprisionó mi barbilla para profundizar el beso. Mis piernas, débiles, pudieron haber flaqueado si Edward no me hubiese rodeado la cintura con sus brazos, y me hubiese apoyado contra la puerta de su habitación.

Casi dejo salir un gemido, cuando su cuerpo se pegó junto al mío, creando una presión placentera entre nosotros. Mis manos ahora jugaban y tiraban con rudeza su cabello, y nuestras lenguas bailaban deliciosamente al ritmo de nuestro deseo.

Deseo. Fue allí cuando comprendí que no sentía solamente una fuerte atracción por Edward, sino también, repentinamente, una pasión que nació solo con el simple roce de nuestros labios. Lo deseaba. Así de sencillo. Y no contuve un gemido cuando sus manos, que yacían en mi espalda, recorrieron mi cintura, y se aferraron fuertemente sobre mi cadera y me apretaron contra él.

El intenso beso, fue aminorándose, entre besitos, hasta que nos separamos finalmente. Mis manos no se privaron de acariciar su cuello y sus hombros.

—Te quiero.

¿Fui yo la que dije eso? Seguramente, y no me arrepentía de ello. Es más: me sentía orgullosa de aceptarlo al fin, y mucho más frente a él.

Abrí mis ojos, para encontrarme con los suyos, tan intensos y profundos. Pero la magia se opacó, cuando vi un destello de tristeza gobernar en su semblante.


Si me quieren, díganmelo. Si me odian, díganmelo. Si consideran que estoy comenzando a ponerme cansona con este desesperante suspenso 'coge culo', como decimos aquí en mi pais, también díganmelo xD

Ehh. Bueno, ¡Un beso, al fin! ¡Tenía que meterle algo de dulce a la historia, y terminar de aclarar los sentimientos de Bells! (sin interrupción de Emmett xD) y les dejé un cap muyyy largo, espero esten satisfechas.

Por cierto, queridas y hermosas lectoras de mi alma. ¡A partir del próximo capítulo comienzan a revelarse los secretos! Ohhh sí, lo que todas estaban esperando, y lo que más preguntaban, '¿Qué mierda es lo que pasó?'

¡OJO! No TODO se revelará en el próximo cap, sino a partir de allí. Será de a poquito, y poco a poco descubrirán lo sucedido durante aquellos siete años que todas desconocen, y la pregunta más importante: ¿Quién es Charlotte?

¡Oh, sí, mis niñas! ¡Estoy ansiosa por comenzar a escribir eso! :D (*Saltos de alegría*)

Capítulo 28: ¡Se ha escapado el perro! Capítulo 30: La joven de los ojos dorados

 
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