Energía al Límite (+18)

Autor: angiie0103
Género: Romance
Fecha Creación: 24/04/2012
Fecha Actualización: 24/06/2012
Finalizado: SI
Votos: 6
Comentarios: 60
Visitas: 63207
Capítulos: 37

Bella es una adolescente que vive la vida al máximo, se deja llevar por los vicios y sus hormonas. Un día conoce a Edward, quien la tratara de alejar de ese mundo perverso. 


Bueno, primero que nada, esta es una historia original de Daddy's Little Cannibal, que por cierto adoré! Y me vi en la obligación de traducir...

 

 

Esta historia no me pertenece, la autora es Daddys Little yo solo traduci que quede bien claro

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Capítulo 8: La magia del amor

Abrí la puerta y me fui, pero con la esperanza de que él me siguiera. Rob salió detrás de mí.

—¡Bella! ¡Bella! —di media vuelta cuando ya estaba en la puerta de entrada.

—¿Por qué te vas tan luego? —me dijo sonriendo, pero extrañado.

Mmmm, no quiero llegar tarde a mi casa, se supone que hoy salgo a las doce y media del colegio —mentí.

—¿En serio? —masculló incrédulo.

—Sí, otro día nos vemos.

—¿O es por Edward? —enarcó una ceja, creo que se había dado cuenta.

—¿Por él? ¿Qué tiene que ver él? —fui descarada —No, estás equivocado —respondí a la defensiva, haciéndome la sorprendida.

—Porque si te está molestando, me avisas —exclamó desafiante.

—No, en absoluto, es re amoroso —sonreí.

Mmmm ¡Amoroso! Buena manera de referirte a alguien que recién conoces —me increpó suspicaz.

—No seas perseguido Rob —salí definitivamente, pero él me volvió a hablar.

—Bella ¿Qué harás este sábado? —su pregunta fue extraña, generalmente no habían citas.

—No sé aún —agregué aprensiva.

—¿Quieres que salgamos? —me miró serio.

—¿Salir? ¿Qué es esto? ¿Una cita? —exclamé divertida.

—Puede ser… —se sonrojó y eso era difícil en él.

Mmmm, quizás nos veamos en "La Cueva", pero no estoy segura…

—Bueno, espero verte —sonrió y besó mi mejilla.

Salí de la casa media reflexiva ¿Qué onda Rob? ¿Querría algo en serio o quizás quería salir conmigo porque pensaba que yo aún era virgen y quería ser el primero? Rompí a reír sola ante la idea, si supiera… Este pensamiento me transportó de inmediato a la imagen de Edward ¡Algo tenía ese hombre que me revolucionaba las hormonas! Era bello y perfecto, su sonrisa me derretía y cada vez que lo recordaba mi estómago se contraía. Imaginé sus besos húmedos que me enloquecían, era algo tan fuerte… y tan distinto a lo que me pasaba con el resto, bueno más que mal me había acostado con él, eso ya marcaba una gran diferencia, aunque yo no lo quisiera y me costara asumirlo.

Caminé dos cuadras, luego empezaría a llover, porque unas gotas locas caían y me estaban humedeciendo el pelo. Tomé el capuchón del polerón y me lo puse en la cabeza, dispuesta a cruzar la calle, cuando se cruzó el Volvo plateado de Edward, pero lo ignoré —esto se había convertido en un juego—, así que atravesé definitivamente. Oí cuando se estacionó —eso me hizo esbozar una sonrisa involuntaria— y en menos de dos pasos, me tomó por el brazo, arrastrándome hacia él. Me miró y sonrió sexy.

—Creo que a veces prefieres no verme —me dijo suspirando fuerte en mi rostro, casi rozando mis labios.

—Quizás… —sonreí, pero esta vez no me ruboricé.

—Pero nosotros habíamos quedado en algo —inclinó su rostro y yo instintivamente cerré los ojos para sentir mejor lo que venía. Finalmente, me dio un largo y plácido beso.

Lo quedé mirando embobada, él causaba estragos en mí, era imposible abstraerse de sus miradas y caricias. Él sonrió satisfecho.

—Vamos… —me dijo clavando sus ojos de miel en mí.

—¿Dónde? —musité asustada. Mi corazón palpitaba a mil por hora, tan solo con pensar en que se repitiera lo de la vez pasada. Él rompió a reír.

—A tomar un helado ¿Qué pensabas? —me miró riendo y no pude impedir ruborizarme.

—En nada… —bajé la mirada y mordí mi labio inferior.

—¿No te gustan los helados? —sonrió con cierta travesura en los ojos tostados.

—Sí, obvio, pero…

—Pero ¿Qué? —cogió mi rostro por el mentón y luego lo elevó, hasta fijar su mirada en la mía.

—Se supone que estoy en clases —sonreí.

—¡Ah! Entiendo ¿Entonces no te pueden ver merodeando por ahí, cierto? —sonrió y negó con la cabeza— eres un caso Bella.

—¡Ay! ¿Por qué dices eso? —le pegué despacito en el brazo, sacando una risa de sus labios.

—Es cierto, pero no por eso eres menos especial y menos atractiva —se acercó nuevamente y me besó tiernamente en los labios y luego, agregó— ¿Qué hacemos entonces? —me miró esperando mi respuesta.

—Compremos el helado, pero no me lo puedo tomar en lugar público.

—Y ¿Dónde más podemos ir si tú no quieres ir a mi departamento? —sonrió.

—¿Quién te dijo eso? —pregunté molesta.

—Tu cara de susto cuando te dije que fuéramos —rió, haciéndose aún más deseable.

—No es eso… —lo miré furiosa.

—Bueno, bueno, entonces ¿Qué haremos? —me abrazó y besó mi frente.

—Vamos por el helado y después a tu departamento —dije desafiante.

—¿Segura? —enarcó una ceja color bronce, al igual que su cabello fino.

Asentí. Cuando nos decidimos al final, me tomó la mano y entrelazó sus dedos, tibios y suaves, en los míos, estremeciéndome por completo, era algo tan simple, pero que no lo hacía con regularidad ¡Él estaba orgulloso de estar conmigo! Y eso hizo que diera un gran suspiro interno. Edward abrió la puerta de copiloto y subí ¡No podía dejar de mirarlo, parecía estúpida! Aunque trataba de que él no lo notara.

Llegamos a una heladería y él se bajó a comprar. Una brisa tibia de lluvia se colaba por la ventana del auto, inspiré profundamente. Edward venía con un par de helados ¡Enormes! Con chocolate y todo. Subió al auto y me entregó el mío.

—¿Te gusta el chocolate cierto? —preguntó tiernamente.

Asentí.

—Era lo que pensé —espetó, esbozando una sonrisa.

—¿Por qué? —curioseé.

—Ha casi todas las mujeres les gusta el chocolate —no me miró, se dio cuenta de inmediato que había metido la pata.

—No soy igual a todas las mujeres —protesté molesta, se me había acabado hasta el apetito.

Me miró suplicante.

—Lo sé… fue un comentario estúpido —sus ojos imploraban una disculpa.

—Está bien —contesté gruñona— no me gusta que generalicen —fui pesada.

—Bueno, lo tendré en cuenta —sonrió aliviado.

Terminamos nuestros helados y él preguntó.

—¿Estaba rico?

—Sí, gracias —reí.

—¿Puedo probarlo? —sonrió.

—Pero si se acab…—alcancé a responder tontamente, mientras él tapó mis palabras con un beso helado y delicioso.

Nos separamos sin dejar de mirarnos, él sonrió e hizo andar el auto, hasta que finalmente llegamos y entramos al estacionamiento subterráneo del lindo edificio. Subimos a su departamento. Mi corazón parecía que se saldría de su lugar. Me sentía muy nerviosa y Edward, tan lindo, lo notó, y antes de abrir la puerta me dijo.

—No haré nada que tú no quieras —murmuró seguro.

No contesté y entré a su departamento sin titubear.

—¿Qué quieres hacer? —preguntó distraído— tengo algunas películas…

—¿Cuáles?

—Australia por ejemplo ¿Te gusta? —hizo un gesto, inseguro.

—No la he visto, pero me tinca.

Nos acomodamos en su cama, él no me tocó ni un solo pelo y tampoco se insinuó, hasta que se me empezaron a cerrar los ojos, creo que no había pasado ni media hora. Cuando desperté, estaba tapada con un chal. Abrí los ojos y salí, era pasado las dos de la tarde. Él venía de la cocina, me vio y sus ojos se iluminaron.

—¿Cómo estuvo la siesta? —fue muy tierno.

—Bien, gracias… ¿Por qué no me despertaste?

Mmmm te ves muy linda durmiendo —sonrió.

Le pedí un vaso de agua, así que lo acompañé a la cocina, mientras él preparaba algo.

—¿Qué haces?

—Almuerzo para ti… —murmuró dulcemente y eso me consumió por completo.

—Gracias, pero no me puedo quedar mucho más…

—¿No te vas a ir ahora? ¡Si recién despertaste!

—Bueno, ahora ya, no, luego —dije acercándome hacia él.

Notó mi proximidad y me cogió por la cintura, aferrándome a él con un gran beso. Yo acaricié sus cabellos con ansiedad y Edward, me besó, con pasión, pero con sus manos pegadas en la cintura, sin subir ni bajarlas para ningún lado, creo que se había tomado muy en serio eso de "no hacer nada de lo que yo no quisiera", pero se equivocaba, yo si lo quería. Tomé su mano y la acomodé en uno de mis pechos. Él me miró extrañado.

Su boca era tibia y húmeda, y su lengua era deliciosa, tenía ganas de devorármelo. Intentaba darle besos lentos y profundos, pero sentía urgencia por comérmelo a besos. Mordí su labio inferior y él sonrió, pero respondió de inmediato humedeciendo sus labios e invitándome a saborearlos. Nuevamente, sentí esa necesidad profunda de tenerlo entre mis piernas. Él bajó sus manos a mi falda y apretó mis nalgas con efusividad, mientras intensificaba sus besos. La temperatura de nuestros cuerpos se estaba elevando y yo estallé, con sus besos en mi cuello, que me hicieron estremecer de deseo y pasión, provocándome ansiedad e inhibiéndome el pudor.

Lo cogí con ímpetu por el cuello y él acarició mis pechos, mientras yo bajaba mis manos a su masculinidad, desabrochando su cinturón y el botón de sus jeans, en tanto, sentía como su parte más íntima se endurecía. Me tomó por las caderas y yo crucé mis piernas por detrás de las suyas. Me dejó en el sofá, y comenzó a bajar el cierre de mi polerón. Sacó mi blusa y yo me deshice de su polera, humedeciendo sus pezones y besando su cuello, hasta el lóbulo y el costado de sus orejas. Acaricié su pelo de plumillas, mientras acomodaba sus manos por detrás de mi falda, obligándolo casi, a bajar el cierre, pero él me miró, ya rosado por la excitación y preguntó.

—¿Estás segura? —sus ojos eran sinceros.

—Sí, de lo contrario, no estaría aquí —sonreí y él soltó mi cabello que lo llevaba tomado en un moño.

Cuando se encontró con mis pechos erguidos por la necesidad de tenerlo, bajó su boca de cereza y los lamió con demasiada necesidad. Lentamente, bajó sus manos hacia mis medias —nada sexies— y las bajó despacio, mientras acariciaba mi muslos y los besaba, hasta que las sacó definitivamente, quedando sólo en tanga. Bajé mis manos a su masculinidad, mientras él se quitaba los pantalones. Liberé su parte íntima y puse mis labios en su erección —nunca lo había hecho, pero por la expresión de su rostro, supe que estaba bien—. Él miró sorprendido y esperó a que yo me detuviera para bajar mi tanga lentamente. Continuó besándome, pasando su mano por mi intimidad, excitándome aún más, me sentó, separó mis piernas y se metió en mi entrepierna para besarme con lujuria ¡Esto era demasiado! Subió a hacia mí, mientras mi piel se erizaba por completo, él se sentó e hizo que yo acomodara mis piernas, una a cada lado de las suyas.

—Ahora lo harás tú —me dijo con la voz deformada y con una leve sonrisa en su rostro.

Tomó mi mano, poniéndola sobre su masculinidad para ayudarme a que entrara en mí. Al principio fue algo complejo, pero luego se hundió en mí con facilidad, mientras, él afirmaba mis caderas con fuerza.

—Muévete a tu ritmo, lo que tú hagas será perfecto para mí —sonrió, mientras no dejaba de mirarme, sobre todo cuando recién estaba entrando.

Me observaba fijamente, con su rostro distorsionado por el placer. Ahora lo sentí mejor, más fuerte y más intenso ¡Era una sensación maravillosa! No podía dejar de moverme sobre él. Edward me ayudaba presionando mis glúteos hacia su pelvis. Cada vez quería sentirlo más. El tiempo y el espacio me dejaron de importar, era una sensación exquisita que nos proporcionábamos nosotros mismos, no necesitábamos a nadie más. Ahora nada importaba ¡Esto era lo mejor que había sentido en mi vida! Me acerqué a él y lo abracé mientras culminaba esa sensación en mí, ahora mi cuerpo estaba completamente contraído y no podía dejar de sentir placer. Él me miró satisfecho y susurró en mi oído.

—¿Te molesta si me pongo encima tuyo?

Lo miré hipnotizada, esperándolo, dándole su tiempo. Se acomodó sobre mí y empezó a moverse a su ritmo, mientras yo lo abrazaba por la espalda y apretaba sus nalgas contra las mías.

—¿Por qué no me querías ver? —susurró en mi oído.

—Tenía miedo de esto —respondí volviendo a encumbrarme en éxtasis.

—No, nunca lo tengas ¡Te adoro! —dijo mientras intensificaba el tono de su voz.

Me abrazó y llegamos al clímax juntos, yo por segunda vez. Él me miró embobado, algo nervioso.

—¿Fue mejor? —hizo un bello gesto con su rostro.

—Perfecto —dije tragando saliva ¡Esto era lo mejor que me había pasado en la vida!

Sonrió, me besó tiernamente y comenzamos otra vez.

Capítulo 7: Destellos de pasión Capítulo 9: Bola de cristal

 
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