A pesar de que nos amábamos, empecé a sentir rabia por Edward. Si él se hubiese cuidado como lo hacía con las otras jamás habríamos sufrido ese terrible episodio del aborto, claro, como no era a él a quien le habían practicado una intervención, era fácil olvidarse de todo…, pero yo, yo jamás olvidaría lo que me había pasado y menos aún el alma de un pequeño inocente que fue masacrado bajo las manos asesinas de su propia abuela.
Cada día recordaba lo sucedido y no me podía perdonar haber sido tan estúpida y no darme cuenta de lo que estaban haciendo…
Ya se habían cumplido tres meses desde lo ocurrido, yo había vuelto al colegio, y Edward se había conseguido un certificado médico con su padre, por tan larga ausencia. Como antes, después de clases salía con destino al departamento de Edward.
Ese martes llegué y él no estaba, y lo extraño fue… que me sentí aliviada de no verlo. Fui a su dormitorio y encendí el televisor, sin mayores expectativas, hasta que me dormí. Alcancé a despertar un poco, cuando sentí que los labios de Edward se posaron en mi frente. Abrí los ojos y él estaba ahí, observándome, pero al acercarme más a él me di cuenta de que su aliento olía a cerveza.
–Veo que no estuviste sólo en clases –enarqué una ceja media irónica.
–Sí, es que Jasper y James, como teníamos unas horas libres, me dijeron que fuéramos a tomar unas cervezas… –se deshizo en explicaciones.
–No me interesa en verdad –dije molesta, en realidad,sí, me daba rabia.
Fui a la cocina, saqué un vaso de agua y volví a buscar mi mochila.
–¿Dónde vas? –preguntó inquieto.
–Me voy –dije fría.
–¿Por qué tan luego? ¿Te molestó que fuera a tomarme una cerveza? –preguntó incrédulo.
–No en verdad, me da lo mismo Edward –mentí.
Iba saliendo cuando él me tomó por la cintura y me giró rápidamente para que lo mirara.
–Oye nenita no te enojes… –exclamó dulcemente.
–No me digas nenita ya no soy una niña –reclamé molesta.
–Bueno, Bella no te vayas –me suplicó con su mirada.
–Edward ¡Déjame pasar! –intenté escabullirme de sus brazos.
Edward sintió mi rechazo.
–¿Qué pasa Bella? –ahora se alejó algo de mí.
–Me quiero ir –dije ya con rabia.
–¿Alguna mala cara? –hizo un bello gesto con su boca y se acomodó el cabello.
–Ninguna, quiero estar sola, eso es todo –fui brusca.
Giré la manilla y salí del departamento. Estuve dando vueltas en un mall cercano a su casa y luego, me fui a la mía. En cuanto abrí, apareció Phil, con esa cara de perro amargado que lo caracterizaba, desde que lo corrí por degenerado.
–¡Ah! Te dignaste a volver –fue irónico.
No lo contesté. Después de ese episodio, en que intentó abusar de mí, no le dirigí nunca más la palabra. Cerré la puerta con llave y me acosté. Pero antes, las imágenes de Edward colocándose el preservativo con tal habilidad, me irritaba cada vez más ¿Por qué esperar a que me embarazara para cuidarse? ¡Idiota! Y se cree maduro, porque tiene cinco años más que yo. Con esa ira acumulada en mi interior, me dormí.
Desperté muy temprano la mañana siguiente e hice mi vida normal, pero esta vez me vine directo a mi casa y obvié pasar donde Edward. Esa noche me llamó, sin embargo, opté por no contestarle, porque si lo hacía sería para decirle un par de tonteras que lo más probable es que después me arrepintiera y con justa razón.
Transcurrió el jueves y el viernes. Su número, anunciaba sus llamados todos los días, incluyendo el sábado y el domingo, que me pasé en cama, lateada, viendo películas. Amaba a Edward, pero todo se había tornado tan difícil después del aborto. Sé que él intentaba hacer todo por agradarme y en lo posible, por aliviar mi dolor, pero en este momento no era suficiente. Ya no sentía las mismas ansías por hacer el amor con él y cuando lo hacíamos, no podía dejar de pensar que una acostadita más o menos para él, daba lo mismo, al parecer había tenido tantas, en cambio para mí, él había sido todo, o casi, porque lo de Rob daba francamente lo mismo en este momento.
El lunes fui a clases e intenté concentrarme en estudiar, pero era complicado, todo lo que había vivido era demasiado fuerte y bloqueaba mi capacidad de concentración. Ese día salía a las cuatro de la tarde y hacía demasiado frío. Se abrieron las puertas, donde todos salíamos como un gran rebaño, y caminé hacia la micro. Pero, cuando llegué a la esquina, vi estacionado el auto de Edward, me giré y ahí estaba él. Llevaba puesto unos pantalones negros, con una chaqueta gris clara y creo que abajo andaba con una polera blanca.
–¿Podemos conversar? –preguntó decidido.
–Edward… no… no quiero… no tengo ganas –respondí insegura.
–Por favor…
Subí a su auto y estacionamos a unas cuadras del colegio.
–Bella ¿Qué pasa? –sus ojos de miel estaban disminuido en pequeños cristales.
Su mirada me increpó hasta los huesos. Tragué saliva y lo miré a los ojos. Finalmente le dije lo que había estado pensando durante estos días.
–Edward, creo que…
Èl me miraba expectante.
–Debemos terminar –fui tajante.
–¿Por qué? ¡Yo te amo! –dijo algo desesperado.
–Sí, pero creo que yo no, ya no como antes al menos.
Él quedó atónito en su asiento y miraba al vacío sin articular palabras. Hasta que el silencio me quemó y tuve que salir del auto, para irme, pero él me tomó del brazo con fuerza y me dijo.
–Es por lo del embarazo ¿Cierto? –preguntó con los ojos tristes.
–En gran parte… –fue mi respuesta, corta y precisa.
Ahora liberó mi brazo y pude bajar del auto sin problemas. Estaba a punto de llover y sentía un gran vacío en mí, todo, todo lo que tenía hace tres meses había muerto de un minuto a otro ¡Eso era tan injusto! La fuerte presión que sentía en mi garganta, aceleró la salida de mis lágrimas ¡Ya lo extrañaba! Pero no era lo mismo, no desde lo que había pasado.
Llegué cerca de las nueve de la noche a mi casa, completamente mojada y me topé con Reneé en la cocina.
–Vienes toda mojada, te vas a resfriar Bella ¡Anda y cambiate! –exigió.
Tiré lejos el plato y la enfrenté.
–¿En serio te preocupa que me pueda enfermar? Después de que me cagaste la vida con un aborto –dije iracunda, con la sangre fluyendo casi a la velocidad de la luz.
–Fue por tu bien, para que tuvieras un futuro mejor…
–¿Mejor? ¡Me cagaste la vida! Métete bien eso en tu cabeza malévola –respondí histérica.
–Bella ¡Hija! –me llamó con soltura.
–¡Hija' ¿Hija? Yo dejé de ser tu hija cuando mataste a mi hijo ¡Te odio tanto, tanto! Que se me llega a descomponer el estómago cuando te veo –sentía mi rostro hervir por la rabia.
Salí de la cocina, di un fuerte portazo y desde ese día, pasó muchísimo tiempo antes que le volviera a dirigir la palabra. Pasé un mes entre la casa y el colegio, y después de todo no había sido tan malo, porque mejoré mis notas considerablemente. Extrañaba mucho a Edward, pero algo más fuerte que mis sentimientos, me impedían bajar la guardia e ir a verlo o llamarlo, creo que era una mezcla entre pena, ira y dolor.
Al cabo de un mes y medio sin saber de él, ya mi corazón estaba sanando poco a poco. Pero, había un cambio profundo en mí, eso era indudable. Ese sábado, llamé a Joyce.
–Hola ridícula –le dije en tono de broma.
–Y ¡Este milagro! ¿A qué se debe? –parecía muy sorprendida.
–Mmmmm, en realidad, tienes razón, hace tiempo que no me aparecía –sonreí.
–Y ¿Cómo has estado ingrata? –ahora hablaba un poco más en serio.
–Bien, oye ¿Te tinca si salimos hoy en la noche?
–¿A "La Cueva del Ratón"? –preguntó ella.
–Mmmmm, no habrá otro lugar, es que… no sé… ahí, hay tanta gente…–estaba dubitativa, no me quería encontrar con Edward, aunque sabía que era inevitable.
–¿Lo dices por tu ex? –preguntó algo irónica.
–¿Cómo sabes que es mi ex? –la increpé.
–¡Uf! Creo que metí la pata –se retractó.
–¡Entonces! ¿Quién te dijo? –insistí.
–Lo supuse… –contestó insegura de lo que acababa de decir.
–¿En serio? ¿Por qué? –mi corazón comenzó a latir a mil, en verdad, parece que no quería escuchar lo que sabía que me diría Joyce.
–La verdad, lo he visto un par de veces con distintas minas… –fue al grano.
–¿Haciendo qué? –exigí furiosa.
–¡Agarrándoselas! –fue honesta– pero Bella ¡Olvídate! Ya es tu ex y bueno, hay millones de minos ricos dando vueltas –intentó tranquilizarme, pero yo sentía muchísima rabia.
–Bueno, si es así, vamos a "La Cueva" no más –aseveré picada.
–Ok, te paso a buscar a las once. Besos –cortó el móvil.
Sentí que mi pulso se aceleraba a mil y mi corazón no dejaba de latir impaciente y un leve dolor de estómago se apoderó de mí ¡Qué rabia! ¡¿Así de fácil me había olvidado? ¡Maldito Edward! Rompí a llorar y tiré lejos uno de mis peluches felpudos. Me recosté sobre la cama y las lágrimas no paraban de salir. Claro para él había sido todo tan simple, en cambio, yo, yo había quedado divida en dos, antes y después de nuestro noviazgo.
Un impulso, casi sobrenatural se apoderó de mí y en ese mismo momento tomé la decisión de que yo volvería a ser la misma de antes, sin importar lo que hubiese pasado con él ¡No podía interferir en mi vida de esa manera! ¡Esto ya era lo último! Fui a la cocina y me instalé dos bolsas de manzanilla para deshinchar mis ojos y luego, tomé un exquisito baño de tina con aromas, que se incorporaron a mi piel como adhesivos.
Saqué una polera con pabilos, bastante ajustada, que acentuaba mis pechos y disminuía aún más mi cintura. Me puse unos pitillos, con unos tacones que me hacían ver más adulta y cogí mi cabello con un pinche al costado. Para finalizar puse un pañuelo morado con brillos en mi cuello. Maquillé mis ojos, negros con plateado, delineados perfectos y puse un gloss rojizo en mis labios. Tomé mi chaqueta y salí a esperar a Joyce. A la hora fijada, ella estacionó su auto en mi casa.
Subí al auto y ella comentó.
–¡Estás como más adulta! –miró sorprendida.
–Debe ser el maquillaje –respondí.
Ella me miró de reojo y nos fuimos directo a "La Cueva". Mientras conducía ella fumaba, así que le pedí uno.
–¿Desde cuándo fumas cigarros? –parecía divertida.
–Mmmm, desde hoy –me largué a reír como en los viejos tiempos.
–Bueno, un vicio más, que más da –soltó una gran carcajada.
Llegamos al antro nocturno y entramos free pass, como siempre. Creo que al gorilote le extraño verme entrar sobria. Entré y le guiñé un ojo con una gran sonrisa. Él me miró, negó con la cabeza, y sonrió. Dentro estaba ya atestado de gente, el humo de cigarrillo y otras hierbas daba una gran cachetada al entrar y me comenzaron a arder los ojos, pero en fin, daba lo mismo. Corrimos a la barra y a Andrew, se le iluminó el rostro cuando me vio. Me dio una roncola, conversamos un rato y fuimos a bailar, pero, antes, dejó la segunda provisión en mi mano. Di un gran sorbo y comenzamos a bailar. Moví mis caderas sensualmente y recogía mi pelo para seducirlo, quería saber cuánto poder tenía sobre los hombres. Acerqué mi rostro al suyo y roce mi mejilla con la de él, provocando cierta tensión en el baile. Andrew era bastante mino, y creo que recién le estaba viendo su otra arista ya no sólo de amistad, claro. Sin embargo, él siempre me había visto como algo más que una amiga, o al menos, lo pretendía.
Terminé mi segundo ron y ya me sentía arriba de la pelota. Nuestros cuerpos se rozaban, algo impacientes. Un chispazo de incertidumbre me hizo mirar hacia alrededor, y entre la muchedumbre lo distinguí, su pelo broncíneo era inconfundible. Venía de la mano de una mina de pelo rubio rojizo, con ondas perfectas ¡Cuánto lo odié! ¡Joyce tenía toda la razón! ¡Qué pica más grande! Fue tanta la fuerza con que lo miré, que claramente la energía lo hizo voltearse, pero menos mal, alcancé a sacar antes de que me viera, pero, en cambió, me acerqué al rostro de Andrew y le di un gran y fogoso beso, sólo para que él lo viera, para que él supiera que haberme alejado de él no era mi fin, sino que todo lo contrario. Nos seguimos besando, Andrew era increíblemente atractivo, así que no era gran sacrificio, más bien, besaba de mil maravillas. Entre bailes y juegos, estiré mi cuello y él posó sus labios suaves, humedeciendo mi piel. Esto estaba cambiando de color.
La noche estaba densa, cargada de emociones y vibras, pero continué bailando. Andrew me arrastró de la mano, él estaba muy contento.
–¿Quieres un jugo? –me preguntó con ternura y una gran sonrisa.
–Mmmm ¿Jugo? ¡Qué fome Andrew! –hice un puchero.
–¡Está bien! –asintió no muy convencido.
Cogió mi mano nuevamente, él estaba muy orgulloso de estar conmigo, al parecer un comentario que me había hecho Rob alguna vez, tenía sentido, refiriéndose a Andrew.
–Si está baboso por ti –dijo entre risas, pero medio picado.
–¿En serio? No te creo… –le pegué una palmadita en el brazo, cuando aún éramos amigos.
–Va, no te digo –levantó ambas cejas.
Sentía la mano tibia de Andrew y obvio, como era tan popular en "La Cueva" un montón de minas se abalanzaban a saludarlo, pero a mí me daba lo mismo, además que él casi las ignoró. En una de esas paradas a saludar una mina algo más efusiva que lo habitual me dio un empujoncito y yo inevitable, empujé a alguien más.
–¡Perdona! –dije cortésmente y miré de reojo.
Fue entonces cuando me crucé con su mirada, al principio, al igual que yo, pensó que era una persona cualquiera, pero de inmediato, se dio cuenta de que no. Sus ojos se dulcificaron sólo por unos segundos, pero luego, se tornaron fríos y distantes.
–No hay problema –respondió y me volvió a dar la espalda.
Sentí que me hundiría en ese mismo instante. Mis piernas casi flaquean, he incluso sentí una especie de mareo, hasta que Andrew, se dio vuelta y alegremente, me besó en la comisura de los labios, haciéndome volver a tierra. Sin embargo, noté, o yo quería creerlo, que él miró de reojo, pero no hizo nada, no obstante, sentía esa energía posarse sobre mis hombros.
Aún media ida, sentada en la barra, Andrew me trajo otro ron. Me lo tomé casi al seco y no me hizo ni cosquillas. Mi nuevo compañero me tomó por la cintura y me volvió a besar, mientras sujetaba mi quijada. Hasta que llegó Joyce de la mano con una nueva adquisición, miré detenidamente y era ¿James?
–Hola –saludó casi indiferente.
–Hola –contesté con algo de nervios.
Andrew me tenía aferrada a él y cada cosa que yo decía, él me miraba con demasiada atención ¡Era muy linda persona! La música se puso buena de nuevo y lo arrastré a la pista, sin dejar de pensar en Edward ni un solo segundo. Miré a mi alrededor, y mis radares lo detectaron de inmediato ¡Estaba besando a la mina de pelo perfecto! Y ella lo tenía sus manos por encima de su cuello ¡Quería que me tragara la tierra! Pero esto no me podía superar, él ya era mi ex, como me había dicho Joyce, no valía la pena amargarme la existencia por él.
Cuando ya era pasado las cuatro y media, Joyce se acercó a mí y me susurró al oído.
–¡Vamos! Mañana tengo que salir con mis viejos temprano.
Asentí, y le avisé a Andrew que me iba. Él sonrió y enrolló mi pelo en un hombro.
–Espero verte luego Bella –fue tiernucho.
–Yo también –acerqué mis labios a los suyos y él me besó, lentamente, sin pensarlo.
–¡Ya Bella! Me tengo que ir –insistió Joyce.
Salimos y ella me interrogó.
–¿En verdad te gusta Andrew? –sonrió extrañada.
–Sí ¿Por qué no? Él es bastante más mino que varios.
–No sé, es raro verlos juntos, pero si te gusta ¡Está bien! –abrió las puertas del auto y nos subimos.
Eché mi cabeza para apoyarla en el asiento y tuve la mala ocurrencia de mirar hacia atrás, por el espejo retrovisor. Fue entonces cuando vi a Edward, casi echado sobre la mina y sus manos no estaban precisamente en la espalda. La ira me inundó el alma y sentí un gran arrepentimiento por amarlo tanto...