Hace cinco meses más o menos que conozco a Edward y todo va de maravilla ¡Estoy muy enamorada! Amo cada día con él y estar junto a mi novio es lo mejor, realmente. Definitivamente estoy media alejada de las pistas, eso es evidente, he tenido una que otra crítica al respecto, sobre todo viniendo de mis amigos "Los Jotes" y mi amiga Joyce. Sobre todo ella dice que parezco una estúpida con novio, que me he avejentado un montón, incluso, según ella, uso ropa distinta, pero creo y quiero creer que son tonteras de ella. Logré pasar tercero medio y ya estoy en cuarto, y hoy, hoy es mi cumpleaños número diecisiete.
La relación con mi mamá empeoró aún más, después que le conté lo que había hecho su marido conmigo, menos mal, nunca él volvió a insistir, pero jamás, me pidió disculpas. Al menos podíamos vivir en paz bajo el mismo techo, sin embargo, recuerdo perfecto que una noche, después que llegué, sobria, pero al parecer ello no lo notaron, Phil le decía a mi mamá.
–Tú vas a tener que asumir las consecuencias si tu hija queda embarazada… es una suelta… Qué crees, que no se revuelca por ahí con cualquiera. De hecho la han visto… John ¡Sí! Él la vio por ahí con unos tipos mayores que ella.
Mi mamá no dijo nada, eso me dolió mucho y al otro día, curiosamente, me hizo la vida imposible, a pesar que este último tiempo me he portado mejor que nunca: pasé de curso, con el apoyo de Edward por supuesto, porque él me ayudaba a estudiar en las tardes. A Reneé le molestaba cada cosa que yo hacía en la casa: donde dejaba las toallas, si quedaba un mísero pelo en el baño, si no guardaba mi ropa en el canasto de la ropa sucia o en el closeth, si llegaba tarde, si llegaba temprano, si no compartía con ellos –que claramente no era de mi agrado, considerando la situación que pasé con Phil–, si no comía, si comía algo que fuera de Phil, en fin, todo. Creo que realmente me detestaba, yo era definitivamente su piedra en el camino, eso lo tenía claro.
Alguna vez vio a Edward, por casualidad, y me dijo.
–Ese chico te quiere sólo para acostarse contigo, espero que no seas tonta y le des en el gusto ¿Qué más podría querer un hombre más grande que tú?
Eso me dolió muchísimo, yo sabía que Edward me quería como yo a él, y ella no lo conocía en absoluto y tampoco le interesaba saber más de Edward. En el fondo sabía que yo estaba más tranquila, gracias a él, pero… lo odiaba…, en realidad, creo que me odiaba a mí. Sin embargo, a pesar de que sabía que él me quería, Reneé me hacía dudar y aunque no lo quisiera, en ocasiones, no creía en la bondad y las buenas intenciones de Edward, incluso a pesar de que había dado muestras claras de que yo era muy importante para él.
Pasaba gran parte del día con él, iba al cole en la mañana y después me pasaba a verlo. Almorzábamos juntos, a veces él tenía clases en la tarde y yo lo esperaba en su departamento. Cuando volvía, me obligaba a estudiar –parecía un padre riguroso, jaja– y hacíamos el amor, casi diario, esa era la mejor parte, obvio.
Ese día cumplía diecisiete, estaba ad portas de ser mayor de edad ¡Qué maravilla! Por fin quedaba sólo un año para que nadie me fastidiara. Me levanté emocionada, me duché y salí al colegio. Mi mamá, se hizo la dormida, me di cuenta, sólo para no saludarme. Estuve atenta en clases, aunque había quedado algo triste, era primer año que Reneé no me saludaba, pero en fin, había cosas más importantes. Ese día, faltó la profesora del último bloque, así que nos dejaron salir antes. Di un par de vueltas sin rumbo, porque Edward aún no estaba en el departamento, y de repente, escuchó mi nombre.
–Bella ¡Bella! –reconocí esa voz, así que aceleré el paso, haciendo como que no escuchaba. La excusa, iba enchufada a mi Ipod Nano, que me había regalado Edward.
Bajé la vista para hacerme la desentendida, pero oí que la camioneta se estacionó y me cogieron del brazo.
–Mmmm ¡Bella! –sus rizos dorados me eran particularmente conocidos.
–¡Rob! –me hice la sorprendida y le sonreí.
–¿Qué es de ti que andas tan desaparecida? –esbozó una gran sonrisa pícara.
–Me puesto perna y matea –respondí con evasivas.
–Ah ¿Sí? Mmmm, yo me enteré de otra cosa… –dijo mientras cruzaba sus brazos atléticos.
–¿Qué? –abrí los ojos para ridiculizarlo.
–Bueno, que andas con el tal Cullen, amigo de James –enarcó una ceja, sonriendo, pero en el fondo me estaba exigiendo algún tipo de explicación.
–¿Quién te dijo eso? –¡Qué horror! No me atreví a reconocerlo.
–Todo se sabe linda… –me besó muy cerca de la comisura de los labios.
–Eeeeh, mmmm, si parece que son ciertos los rumores… –sentí que la voz me titubeó.
–Y ¿Por qué tan dudosa al contestar? ¿Acaso no estás segura? –vi una luminosidad perversa en sus ojos.
Quedé muda. Él no tenía por qué interrogarme.
–No es asunto tuyo Rob –contesté algo pesada y comencé a caminar rápido, pero él me volvió a coger por el brazo.
–¿Te tinca si damos una vuelta? –enarcó una ceja.
–¿Una vuelta? ¿Dónde? No Rob, gracias, me tengo que ir…
–¡Eres una mamona! ¡Te tiene comiendo de su mano! –sus palabras rebotaron en mis oídos.
¡Era cierto! ¿En qué mierda me había convertido? Entré en cólera ¡Idiota! Por qué me decía eso, seguramente Joyce le había hecho algún comentario. Di media vuelta furiosa, sentía que me hervía la cara de rabia.
–¿Dónde quieres ir? –fui desafiante.
–Donde quieras –sonrió y me guiñó un ojo.
Subí a su camioneta blanca y ya me estaba arrepintiendo, pero no podía quedar mal ante Rob, como una ñoña y mamona ¡Nunca! Miré la hora para distraerlo e hizo la pregunta que yo quería.
–¿Te tienes que ir luego?
–Sí, bueno, en una hora tengo que estar en mi casa, mi mamá me estará esperando –mentí.
–Bueno, entonces tenemos poco tiempo… –aparcó en una especie de plaza, donde en realidad a esa hora no había nadie.
Miré por la ventana, atrasando la situación, sabía lo que intentaría, era obvio. Se giró hacia mí y sus ojos lujuriosos me lo decían todo. Con cuidado, tomó mi mentón y me besó ¡Cuánto meses que no sentía otros labios que no fueran los de Edward! Entreabrió mi boca con sus labios ganosos y luego, dejó pasar su lengua, ansiosa y tibia. No sabía qué hacer, pero finalmente, cedí. Ahora me tomó por la cintura y me aferró hacia él, haciéndo que me subiera en sus piernas, poniendo cada una de ellas a cada lado de las suyas. Sus manos bajaron rápidamente hacia mis nalgas, y subieron para tocar mis pechos con fogosidad. Yo insistí con mis manos sólo en su cuello, pero Rob tomó una de mis manos y la acomodó en su masculinidad con fiereza. Poco a poco iba sintiendo el roce de mi intimidad con su entrepierna, aunque fuese con ropa.
–Con confianza ya nos conocemos lo suficiente –exclamó con la voz entrecortada, mientras, sonreía y jugueteaba con mi lengua y sus dientes.
Abrió el cierre del polerón y continuó, con el botón de la blusa, bajando impaciente hacia mis pechos. Su boca bajó insistente hacia uno de ellos, liberó a uno del corpiño y lo lamió con énfasis. Mis caderas lo provocaban y se rozaban, cada vez más insistentemente, con sus pelvis. Su boca ahora estaba en mi cuello. Sentí una especie de orgasmo menor, mientras oí mi móvil. En ese momento no me importó, pero en cuanto se fue la sensación, desperté de la catarsis y volé a coger mi celular, con el corazón acelerado, sabía quién era… ¡No podía contestar! Aún tenía la respiración entrecortada, a pesar de que estaba con ropa.
Rápidamente me abroché la blusa y cerré mi polerón. Rob me miraba desconcertado. Bajé de la camioneta con el móvil en la mano y llamé de vuelta.
–¿Cómo está mi cumpleañera? –su voz de terciopelo era muy entusiasta, a pesar de que ya me había saludado en la mañana.
–Bien, gracias –dije nerviosa.
–Pensé que te iba a encontrar aquí –exclamó triste.
–No, bueno, salí un poco antes y me di una vuelta…
–Te voy a buscar… –fue una afirmación no una pregunta.
–¡No! –dije efusiva.
–¿Por qué? –su voz era algo suspicaz.
–Estoy por llegar a tu casa –mentí.
–¡Qué bueno! Te tengo una sorpresa que te va a encantar, además del almuerzo, obvio.
–Para qué te molestaste –insistí muy muy culpable.
–No es una molestia… ¡Te amo! –exclamó enamorado.
–Y yo a ti… –en realidad lo amaba, todo esto era un tremendo error.
Corté el móvil con las manos transpirando y tiritando por mi traición, aunque no había sido plena, pero Edward no se lo merecía ¡Ahora me sentía tan mal! Me asomé a la camioneta y le exigí a Rob.
–Necesito que me dejes donde me encontraste –dije nerviosa.
–Y ¿Me vas a dejar así nada más? –parecía incrédulo.
–Lo siento, sí…
–Era tu noviecito ¿Cierto? –afirmó negando con la cabeza.
–No, mi mamá –mentí.
–¿Me viste cara de estúpido? –sonrió picado.
No contesté. Hizo andar la camioneta y partió furioso, tanto, que las ruedas emitieron un ruido infernal. No me dirigió ni una sola palabra. Me dejó donde nos encontramos y yo caminé hasta la micro. Me demoré cerca de veinte minutos y luego, caminé dos cuadras más. Llegué a su edificio, inspiré hondo para tomar fuerzas y olvidarme de lo que acababa de hacer, llamé al ascensor y finalmente, llegué a su departamento.
Cerré los ojos de puro nervios y toqué el timbre. Edward me abrió de inmediato, con una gran sonrisa y una luminosidad especial en sus ojos de miel.
–¡Feliz Cumpleaños mi amor! –me tomó en brazos y me dio un gran beso, cálido, húmedo y fogoso.
¿Cómo había sido capaz de hacerle algo así? Él, lindo, esperándome, y yo, la perra, a punto de revolcarme con otro…
–Gracias Edward –contesté algo tímida a tanta efusividad.
–¿Qué pasa mi vida? –acarició mi rostro con ternura.
–Nada… –contesté con tristeza, sentía más culpa que nunca.
–¡Te amo! –posó mis labios en su boca.
–Y yo te adoro Edward –lo abracé, sentía ganas de llorar.
Me abrazó con efusividad y ternura y me sentó en ese sofá en que tantas veces habíamos hecho el amor. Sacó una bolsita rosada, de un material como tul rosado y una flor lila que la envolvía, y de adentró tomó una cadenita de oro, que tenía una medallita con un santito dentro.
–Para que te proteja siempre –me besó en los ojos.
Lo miré hipnotizada, su bondad era infinita ¡Cuánto lo amaba! Mi amor, mi vida, no pude evitar que un par de lágrimas idiotas cayeran de mis ojos.
–Gracias mi amor –lo abracé y lo besé con demasiada efusividad.
Él también estaba emocionado, pero para evitarlo, sonrió con su bello pelo broncíneo desordenado y se acercó a la mesa del comedor y de detrás de ésta, sacó un inmenso ramo de flores de tulipanes damasco y rosas blancas, envueltos en papel de arroz damasco y una preciosa arpillera. Y también, trajo un tremendo chanchito rosado, muy gracioso y tiernucho.
–Esto es para la niña… –me besó en la mejilla.
–¡Cuántos regalos Edward! ¡Qué vergüenza! –creó que me ruboricé en realidad.
–Te mereces todo el mundo mi Bella –acarició mi pelo y lo enrolló por un hombro– y ahora ¡Tu almuerzo preferido! –sus bellos ojos ámbar destellaban ternura y entusiasmo.
–¿En serio? –tenía hambre.
–Obvio, en la cocina te espera una gran variedad de sushi ¡Sólo para ti!
–Mi vida… –lo besé suavemente y me impregné de su aroma testosterónico.
Él pasó su lengua entre mis labios, levemente, y acarició la mía con suavidad. Sentí su cuerpo más tenso, cuando me aferró a su cintura y me cogió el cuello y la quijada, como me enloquecía. Respondí con demasiado deseo y efusividad. Él, poco a poco me fue arrastrando hacia su dormitorio y yo, yo flotaba con la fantasía de su amor.
Abrió la puerta de su cuarto y ¡Miles de globos de colores me esperaban!, revoloteando a medida que caminábamos ¡Era como una piscina de pelotas! Pero de globos ¡Era muchísimo mejor!
–Y ¿Esto? –le grité entusiasmada y me lancé encima de ellos.
–Pensé que te gustaría y creo que no me equivoqué –sonrió con alegría y corrió a buscar su cámara digital para inmortalizar el momento.
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