Ese día de mi cumpleaños había sido ¡Fantástico! Realmente Edward era un hombre maravilloso y yo, yo estaba cada día más enamorada de él. Era una sensación indescriptible, por mí viviría las 24 horas con él, sin descanso ¡Lo adoraba! En cuanto despertaba, venía a mi mente y era él último en desaparecer en mis pensamientos cuando me dormía. También, durante el día cada vez que me acordaba de nosotros una sonrisa involuntaria, junto con un fuerte apretón de estómago me recordaba lo importante que era para mí ¡Te amo Edward Cullen! Nunca pensé llegar a sentir algo así por alguien.
El sábado siguiente a mi cumpleaños decidimos salir a celebrarlo y como hace tiempo que nos íbamos a "La Cueva del Ratón", fuimos a bailar, por petición mía, en verdad, Edward era algo reacio a salir, pero en fin como yo insistí tanto, accedió. Llegamos pasado las once, y obvio, el humo invadía al lugar sin pausa, la música rebotaba en las paredes y el piso, las luces embriagaban con fuerza y yo, bueno, partí a bailar con mi amor. Lo miraba directo a los ojos y no podía evitar sonreírle, pero era inevitable que cada cierto rato, me abalanzara a su cuello y lo besara sin tapujos ni retraimientos. La música se puso algo más fome, entonces arrastré a Edward a la orilla. Él estaba feliz y yo más, amaba cada minuto junto a él. Nos acercamos a la barra y Edward pidió unas roncolas, ese día no estaba Andrew, así que el proceso de pago era engorroso, no había más opción que hacer una tremenda fila. Ya era casi la una de la madrugada.
—Espérame aquí mi amor, para que te vas a ir a dar la lata a la fila —insistió porque yo estaba sentada y, los bancos eran escasos. Posó sus exquisitos labios en los míos y luego, desapareció entre la muchedumbre.
Una sonrisa tonta estaba dibujada en mi rostro. Empecé a observar a la gente, cada vez se llenaba más el recinto, y en eso siento que alguien me besa la mejilla seductoramente y me susurra al oído ¡Era Rob! No estaba ebrio, quizás medio arriba de la pelota, pero nada más.
—Hola —contesté algo incómoda, pronto aparecería Edward y dudo que la presencia de Rob le agradara.
—¡Te desapareciste nuevamente! ¿Cómo qué viniste? ¿Dejaste solo a tu noviecito? —una sonrisa burlesca le embargó el rostro.
—No lo dejé, vino conmigo —le acaba de dar una información muy errónea.
—¿Sí? —enarcó una ceja y sonrió más aún.
Lo miré fijo, con rabia y él lo notó.
—¿Tú crees que nos dejará bailar un ratito? —vi la maldad en sus ojos.
—No seas estúpido Rob ¡Déjame en paz! —dije furiosa.
Me tomó por el brazo y lo acarició. Se reclinó hacía mí y murmulló con su hálito tibio.
—¿Sabe lo que pasó entre nosotros el otro día? —dijo con pica.
—¿Qué crees tú? —puse cara de pocos amigos.
—Mmmm, por tu linda carita, deduzco que no… —sonrió aún más.
—¡Obvio!
—¡Qué bien! Bueno, le cuentas tú o se lo digo yo —me amenazó con una gran sonrisa.
—¡¿Qué? —exclamé alarmada.
—Bueno, le puedes contar tú, o bien, lo hago yo, pero conste, que si yo se lo digo, no obviaré ningún, pero ningún detalle, es más le contaré cada una de las cositas que hiciste conmigo…
—¿Qué mierda te pasa Rob? —dije desesperada.
—Ya sabes…, si de aquí a mañana no se lo cuentas, me las arreglaré para tener una conversación de buenos amigos con él.
—Rob ¡No! —dije a punto de que un par de lágrimas me estallaran.
—Lo siento…
Dio media vuelta y se fue. Quedé exasperada ¿Cómo le explicaría a Edward lo que había pasdo con Rob? ¿Qué mierda tenía en la cabeza cuando me metí con él? ¡Pendeja estúpida! Sentía que unas lágrimas tontas estaban ad portas de salir sin piedad. Pensé y pensé ¡Ese imbécil! ¡Qué idiotez de mi parte meterme con él! En mi estado de ensimismamiento, apareció mi bello príncipe moderno, con un par de rones en las manos, una gran sonrisa y más lindo que nunca…
—¿Qué pasa mi amor? —me besó la mejilla.
—Nada… —dije perpleja.
—¿Cómo nada? Estás extraña… —insistió.
—Me quiero ir… no me siento muy bien —dije con un nudo en la garganta.
—¿Te duele algo?
—La cabeza —mentí.
Él asintió. Retiramos nuestras chaquetas en guardarropía y nos subimos a su auto, plateado, perfecto, último modelo, igual que él. Edward me miraba intrigado, realmente no se había tragado lo de mi dolor de cabeza. Yo estuve muda todo el trayecto y sentí que él me miraba de reojo. Llegamos a su departamento, alrededor de las dos. Abrimos, entré al baño, tragué saliva y mis ojos estaban cristalizados por unas lágrimas traicioneras que estaban a punto de salir. Tomé aire y salí, él notaría mi extrañeza. En cuanto puse un pie en el living, Edward, exquisito como siempre, me tomó por la espalda, cruzando sus brazos por mis caderas y posó sus labios deliciosos en mi cuello… Sentí la tibieza de su cuerpo y la humedad de su boca ¡Quizás sería la última vez! Porque después del notición que le daría… nunca más me querría ver.
Desesperadamente me volteé quedando frente a él y entreabrí sus labios con los míos, dejando pasar mi lengua con fuerza, como si fuese una despedida. Él respondió confundido, pero siguió. Toqué su fuerte cuello y prácticamente lo devoré a besos. Edward se estaba impacientando…
—¿Qué pasa mi amor? —tomó mi rostro entre sus manos.
Casi rompí a llorar, estaba muy nerviosa.
—Debo contarte algo…
—¿Qué? —su cuerpo se puso tenso, creo que sospechaba que algo no muy bueno venía.
—No sé cómo decirlo… sólo puedo partir con que fue un error ¡Lo siento!
—¿Qué pasó Bella? —ahora el tono de su voz cambio por completo.
El ambiente se sentía tenso. Sus ojos de miel líquida, ahora estaban solidificados en un tono caramelo oscuro. Me observaba atento.
—Me metí con Rob… —dije ya llorando.
—¿Es broma? —hizo un gesto de incredulidad, pero en el fondo sabía que era verdad.
—No, lo siento tanto ¡Perdóname! —intenté acariciar su rostro, pero él se echó hacia atrás.
Lo observaba, su mandíbula estaba tensa, su mirada de traición se clavó en mí y rompió mi alma. Se giró hacia el comedor y pegó un golpe, con la mano empuñada, en la pared. Yo quedé absorta, pero lo entendía. No hablaba, no me decía nada de nada. Podía sentir su rabia y lo peor, una gran desilusión. Me miró nuevamente, con ojos de desconocido y luego, entró a su habitación. Cuando volvió, venía con la chaqueta puesta y con la mía en la mano.
—Te voy a ir a dejar —fue seco y eso me hirió el corazón.
Me paré resignada, pero con una tremenda herida en el corazón, sin embargo, sabía que no era el mejor momento para conversar con él, quizás no lo sería nunca. Él estaba a un costado de la puerta, tieso, firme, sin ningún sentimiento. Giré la manilla para abrir y Edward sostuvo la puerta, mientras yo pasaba, pero sin mirarme. Llamó al ascensor y esperó pausado, sin ira, sin amor, sin mí en su corazón. Llegamos a su auto, abrió mi puerta, sin perder la caballerosidad, pero me ignoró por completo. Sentía que el mundo se me hacía añicos, lloraba y lloraba, no podía parar de llorar. Lo miraba de reojo con demasiada pena, pero él no me miraba ni un solo segundo. Sus latigazos de indiferencia me estaban matando…
Él detuvo su Volvo en la puerta de mi casa, pero no me miró, miraba al frente todo el tiempo. Lo eché un vistazo suplicante, pero fue energía perdida. Bajé del auto, hecha un mar de lágrimas y oí que se fue a toda velocidad, tanto así, que cuando giré a mirar el auto, ya no estaba.
Lloré toda la noche, tenía demasiada tristeza depositada en mi corazón, necesitaba correr a los brazos de Edward y amarlo como lo habíamos hecho todo este último tiempo.
Dejé pasar el domingo para no hostigarlo, no comí nada ¡Lo extrañaba demasiado! El lunes fui al colegio y mi corazón se comprimió cuando salí de clases, porque a esa hora él me llamaba y luego, mi rutina era su departamento ¡Qué tonta! ¡Lo amaba! Y lo había estropeado todo por una calentura y un desafío estúpido. El miércoles no aguanté más, lo llamé, lo llamé y ¡Nada! El jueves, insistí, pero en cuanto sonó el primer tuuut, se desviaba nuevamente a un buzón de voz ¡Cuánto odiaba a esa tonta grabadora que atendía el teléfono! Estaba en mi cuarto y tiré lejos el móvil y me eché sobre la cama a llorar y llorar, hasta dormir entre sollozos.
Llegó el viernes y mi móvil sonó, corrí a mi mochila esperanzada y era ¡Rob! ¿Qué quería ese idiota? ¿Cómo se atrevía a llamarme? ¡Infeliz! ¡Desgraciado! Por su culpa ahora me ahogaba en la pena. Insistió e insistió, pero por supuesto no le contesté. Vi una película, encerrada en mi pieza, porque además con mi mamá y Phil no nos hablábamos, y me dormí cerca de las diez, pensando en mi príncipe azul, que no quería saber nada de mí.
Finalmente era sábado. Algo me decía que tenía que salir… quizás me encontraba con él ¿Quién sabe? ¿Un encuentro casual? ¡Jamás lo creería! No importa, igual iría. Me maquillé un montón, me hice una cola, me instalé unos pantalones ajustados y una sexy polera gótica ¡Me veía bellísima! Parecía una modelo ¡Así tendría más posibilidades! Tomé mi chaqueta, un bolso pequeño y me largué a "La Cueva del Ratón", ya eran casi las doce de la noche. Mi mamá ni siquiera se despidió, nuestras relaciones iban de mal en peor. Así que tomé un taxi y me fui. Entré al lugar y ya estaba atestado de individuos de todos tipos, no faltaba el jote que intentaba alguna conquista, pero yo los evadí, tenía un solo objetivo ¡Edward!
Me posé en la barra y saludé a Andrew.
—Hola —dije contenta, o al menos lo fingía.
—¡Tú cada día más linda! —fue muy amoroso.
—¡Gracias! —contesté feliz, mientras, parecía el exorcista mirando para todos lados, haber si lo encontraba.
De repente fijé mi vista y lo vi ¡Hermoso, único, notable! Mi corazón comenzó a palpitar con énfasis y locura, no sabía si ir y hablarle o esperar que él se acercara a mí, porque albergaba la esperanza de que lo hiciera. Quedé obnubilada mirándolo ¡Tan, tan hermoso! Era mi ángel encantado… ahora él era mi vida y yo haría todo por recuperarlo. Me tomé un ron casi al seco y le pedí un segundo a Andrew, quien accedió sin complicaciones.
—¿Cómo has estado Bella? —preguntó Andrew con afán de conversar.
—Bien, gracias… —sonreí hipnotizada con la imagen de Edward.
Miré mejor y me di cuenta que no estaba sólo. Una mina lo tomó por la mano y lo arrastró a la pista de baile ¿Quién era esa mina? ¿Tan rápido se había olvidado de mí? Quizás su enojo había sido una excusa para deshacerse de mí ¿A lo mejor era mentira que me amaba? ¡Oh, no! Él con otra ¡No podía ser! Quise correr a interrumpir su estúpido baile, pero estaba paralizada, quería saber qué más haría. Al lado de ellos habían dos parejas, era James con una mina rubia, y Jasper con ¿Eve? Miré bien, sentí pánico de que la mina que bailaba con mi Edward fuera Kristen, pero fijé bien la vista y no era, suspiré un segundo de aliviada, pero enseguida me puse en alerta… la estúpida se acercaba muy sensualmente a él y Edward la tenía por la cintura. Una especie de mareo se apoderó de mi cuerpo ¡No podía creer lo que veía! Tragué saliva, mi corazón se saldría de su lugar.
Tomé lo que quedaba del ron. Ya estaba media arriba de la pelota. Le pedí otro ron a Andrew y él me lo dio, pero noté que era más suave.
—¿Bailemos? —insistí a Andrew media prendida.
—Obvio ¿En qué topamos? —me dio una gran sonrisa, él era una linda persona.
Noté que habló con otro barman y salió de la barra. La música, justamente, se puso muy sensual y yo me puse en una especie de tarima a bailar ¡Necesitaba que me viera! Aunque no le gustara lo que veía. Los celestes ojos de Andrew me miraban animosos, como lo hacían cada vez que bailábamos, aunque la música no lo ameritaba, me pegué mucho a él para bailar y lo obligué, prácticamente, a pegar sus manos en mi cintura, mientras yo acercaba mi rostro al de él, que sonreía de buena gana. Di media vuelta y pegué mi espalda y trasero más de lo conveniente en su parte íntima. A esas alturas no me importaba nada más que sacarle celos a Edward.
Nuestros cuerpos ya estaban sudorosos de tanto bailar. De puro ebria le quité el cigarro a Andrew, porque yo no fumaba. Mis caderas se movían muy sensualmente. Llevaba bailando mucho rato y de cuando en cuando, miraba a Edward, a estas alturas ni siquiera tenía claro si me había visto. Volví a echar un vistazo y ¡Ya no estaba! ¿Dónde mierda se había ido? Salí disparada a buscarlo, y me pasé las mejores películas pornos de él con esa mina ¡Qué rabia! Casi corrí por todos lados, empujando a la gente, sin que nada me importara. Tomé un vaso que encontré en la barra y al parecer no era de nadie y me lo tomé al seco ¡Creo que era vodka naranja! ¡Gúacala! Igual me lo tragué, di vueltas por ahí para encontrarlo y ¡Nada! Me comencé a desesperar y mi estómago empezó a causar estragos, sentí esas incontrolables ganas de vomitar. Afirmándome de las paredes llegué al baño de mujeres. Entré a un cubículo y devolví todo, todo, todo. El vómito de copete es demasiado incontrolable y uno no puede parar de vomitar. Levanté la cabeza y todo se me daba vueltas.
Como pude intenté llegar a una silla, que era de la persona que repartía el papel higiénico, pero hoy no estaba, para su suerte, porque dejé la cagá en el baño. No alcancé a llegar a la silla y me senté en el piso a llorar desesperada ¡Mi Edward se había ido con otra! Y ¡Yo lo amaba tanto!
Un líquido tibio corría por una de mis piernas, me toqué y vi la sangre correr, no me había dado cuenta que estaba sentada sobre un vaso roto y me había hecho tira el pantalón, pero en ese momento me dio lo mismo… yo lo quería a él sobre todas las cosas del mundo.
Seguí llorando desconsolada, hasta que sentí que unas manos suaves, de mujer, que me despejaron el rostro.
—¡Bella! ¡Bella! ¡Ey! ¡Bella! —insistía la dulce voz, mientras se acuclillaba a mi lado.
Miré, dentro lo que lograba fijar la vista, creí reconocerla ¡Era Eve! Le tomé las manos con fuerza.
—¿Él no me ama cierto? ¿Nunca lo hizo? Por eso se fue con otra ¿cierto? —sentía las lágrimas correr.
—Bella, él no se ha ido…
—Se fue… ya no me ama.. —abracé mis piernas con pena, una tristeza que emergía de las entrañas.
—Mi niña, no, él…
No recuerdo nada más ¡Se me apagó la tele! ¡Me fui a negro!
Abrí los ojos y en cuanto lo hice sentí literalmente un hacha incrustada en medio de mi cabeza. Fijé bien la vista y registré el lugar ¡El dormitorio de Edward! Mi corazón se comprimió de inmediato. Me puse de pie como pude y fui al baño de su dormitorio. Mojé mi cara ¡Tenía un aspecto horrendo! Mi pelo estaba tomado en una cola, pero absolutamente enmarañado. Me miré y andaba con la parte de arriba de un pijama de él, rojo, pero él no estaba por ningún lado. Salí del baño y me vestí, ahí recién me percaté del ¡Forado con sangre de mi jeans! No tenía opción, tuve que ponérmelos de igual modo. Busqué mi polera gótica, intenté ordenar la cama ¡Qué olía de maravilla! ¡Olía a él! Y salí en tentadillas del cuarto, porque aunque no sabía qué hora era, todo estaba demasiado en silencio. Caminé y cuando iba llegando a la puerta, él apareció por la puerta de la cocina ¡Bello, radiante y en pijama!
—Buenos días —dijo sin esbozar ninguna sonrisa.
—Hola —contesté avergonzada y agregué de inmediato— no sé que hago aquí, pero en verdad, perdona si te ocasioné algún problema —giré la manilla de la entrada sin mirarlo.
—Y ¿No pensabas avisarme qué te ibas? —exclamó algo molesto.
—No, en realidad, no quise molestarte —contesté tímida.
—Si quieres, me esperas un segundo, me baño y te voy a dejar —fue caballero no amoroso.
—No, gracias, me puedo ir sola, conozco el camino —sonreí.
—Bueno, lo digo por tu pantalón, además, tuviste un corte importante en la pierna —señaló mi muslo con sus ojos.
—Mmmm, no me duele —en realidad me tiraba algo.
Cogí la manilla nuevamente para salir y entreabrí la puerta, pero Edward, la cerró de sopetón y me cargó contra ella.
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