Energía al Límite (+18)

Autor: angiie0103
Género: Romance
Fecha Creación: 24/04/2012
Fecha Actualización: 24/06/2012
Finalizado: SI
Votos: 6
Comentarios: 60
Visitas: 63174
Capítulos: 37

Bella es una adolescente que vive la vida al máximo, se deja llevar por los vicios y sus hormonas. Un día conoce a Edward, quien la tratara de alejar de ese mundo perverso. 


Bueno, primero que nada, esta es una historia original de Daddy's Little Cannibal, que por cierto adoré! Y me vi en la obligación de traducir...

 

 

Esta historia no me pertenece, la autora es Daddys Little yo solo traduci que quede bien claro

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Capítulo 9: Bola de cristal

Suspiraba tan sólo con la idea de pensar en Edward, realmente tenía algo maravilloso que me hacía estremecer por completo.

La segunda vez que lo hicimos fue fenomenal, ahora recién entendía cual era la verdadera sensación de acostarse con alguien ¡Era espectacular! Me ponía los pelos de punta.

Nuestras visitas se intensificaron y hacer el amor con Edward, se convirtió en una especie de vicio. Después del colegio, casi a diario pasaba a su departamento y teníamos relaciones toda la tarde. Durante los fines de semana, incluso me quedaba junto a él hasta altas horas de la madrugada. No había podido zafarme de él, tenía una atracción magnética conmigo, nunca podría decirle que no ¡Jamás!

Los encuentros se fueron perfeccionando poco a poco y cambiando de tenor, ahora innovábamos más: lo hacíamos en el baño, la cocina, la terraza, en todos lados, donde nos dieran ganas. La última vez,mmmmmm, había sido en el comedor.

Ese sábado llegué cerca de las nueve de la noche a su casa. Ahora iba más preparada, me había comprado ropa interior nueva, sin que lo notaran en mi casa, claro. Pasé a un sex shop y me compré unas pantaletas rojas, de encaje, con un corpiño que le hacía juego, pero con aplicaciones negras ¡A él le encantaría! Busqué unas revistas que mi mamá tenía medias escondidas, donde daban datos sobre sexo, de qué hacer para enloquecerlos en la cama ¡Yo estaba empecinada en que así fuera! A pesar de que me sentía novata en los temas engorrosos del amor carnal.

Ese día entré al departamento, él abrió la puerta con una gran sonrisa. Me lancé a sus brazos sin más conciencia que el de tenerlo dentro de mí una vez más. Él también tenía una sorpresa. Nos comenzamos a besar, nuestras lenguas se unieron en un beso sensual y algo más calmado. Podía sentir su aroma testosterónico que expelía por los poros. Su boca húmeda me estremecía, era sabrosísima, un manjar sagrado, tan solo para mí.

Le saqué su polerón con capucha —mi favorito porque lo hacía ver aún más delicioso—, mientras, él se deshizo de los míos. Me apresuré en quitarle la ropa y dejarlo a torso desnudo, tan tentadormente blanco ¡Amaba su piel de porcelana! Cuando vio mi sostén nuevo, sus ojos resplandecieron y pude ver la lujuria instalarse en esa bella mirada. Bajó mi pantalón muy hábilmente, dejándome sólo en ropa interior. Se humedeció los labios y sonrió sexy.

—¡Te ves exquisita Bella! —exclamó con los ojos titilantes. Su piel pareció erizarse.

Me tomó por las caderas con fiereza para llevarme sobre la mesa del comedor, tendiéndome en ésta como si fuera una cama. La cubierta estaba rodeada de pétalos rojos, al parecer yo era su cena, él siempre lo supo. Encendió unas velas alrededor y me terminó de recostar. Quería besarlo, pero no me lo permitía. Cogió unos frasquitos aromáticos, con una esencia muy particular de aceite. Los untó en sus manos y comenzó a esparcirlo por mi espalda, de manera muy sensual. El contacto de ese líquido con mi piel, me hizo estremecer, excitándome aún más. Luego, continuó masajeando mis glúteos, aprisionándolos con fuerza. Me obligó a voltear para quedar recostada mirando hacia arriba. Desabrochó mi corpiño y saboreó mis pechos, sonriendo al ver que se endurecían al contacto con sus labios ansiosos. Humedeció las aureolas de mis pezones, succionándolos, provocando todavía más su erección.

Enseguida pasó sus manos cubierta de ese tibio aceite por mis pechos, para continuar descendiendo por mi estómago, hasta toparse con mis pantaletas. Acarició todos los alrededores de mi entrepierna, el ombligo, mis caderas y el borde interno de mis muslos. Finalmente sonrió, hincó sus dientes en mi ropa interior de abajo, mientras se ayuda con sus manos húmedas, impregnadas en esa loción magnífica. Cuando se deshizo de mis pantaletas. Me incitó a sentarme en el borde la mesa, doblar las piernas y volver a recostarme hacia atrás. Suavemente separó mis muslos, acariciando mi intimidad con demasiada habilidad y por supuesto, no tardó en bajar su boca hacia esa parte tan sensible de mi cuerpo, para comenzar a lamerla, provocándome tremendos escalofríos y una sensación demasiado exquisita.

No pude soportarlo más, necesitaba imperiosamente tenerlo dentro de mí. Me senté y bajé de la mesa para besarlo con lujuria y desesperación. Él sabía a mí y eso me encantaba. Como aún tenía su pantalón puesto, lo besé por sus caderas, perfectamente definidas que lo hacían tremendamente sensual, y desabroché el botón. Con picardía pasé mi mano por debajo de su ropa hasta llegar a su masculinidad, que estaba completamente acordé con la situación, pero que con mis caricias aumentó aún más de tamaño. Liberé su parte íntima y posé mi boca húmeda en su erección. Él pareció enloquecer de emoción. Me cogió por las caderas nuevamente, obligándome a recostar en el borde de la mesa. Se paró frente a mí e introdujo su erección en mis entrañas. Poco a poco al principio, era una de las mejores partes, así que había que hacerlo lentamente para que se mantuviera el placer. Luego, separé aún más mis piernas y las crucé por detrás de sus caderas.

Sentí como mi interior se abrió para él, era todo perfecto, encajábamos ciento por ciento. Sus movimientos eran intensos y su respiración y la mía se agitaban cada vez más. Me senté y lo abracé con fuerza, presionándolo para que entrara más en mí. Se inclinó hacia un costado de mi rostro, pasando su hálito tibio por mi oído y con la voz errática me habló en un susurro.

—Jamás había sentido algo así por alguien —agudizó más sus movimientos.

—¿De verdad? —pregunté sin pensar a raíz de la excitación, pero con el pecho comprimido.

—Nunca… ¡Eres maravillosa Bella! —clavó su mirada media ida por el momento.

Apretó mis caderas hacia él y yo empecé a sentir que la conciencia se me iba. Me dejé llevar por la mejor sensación que había experimentado durante mi existencia, mi cuerpo contraído lo aprisionó más, hasta que él desembocó en mi interior, con un gritito que ahogó en mi hombro.

Nos observamos, mientras acariciábamos nuestros cuerpos sudorosos y húmedos por el furtivo encuentro. Él salió de mí, me tomó en brazos y me llevó a la cama, sin antes pasarme una de sus poleras para que no me enfriara ¡Vaya, olía de maravilla! Echó hacia atrás el cobertor y me tapó. Me dio un suave beso en la frente y partió a buscar un jugo de mango exquisito que había preparado él, sólo para mí.

Edward volvió, luciendo esos boxer apretados que incitaban a comérselo de inmediato, exponiendo su perfecto torso desnudo. Se sentó al borde de la cama y me besó nuevamente, ahora tan solo me tuve que sacar la polera, estaba lista para una nueva maratón de sexo o ¿Amor?

Esa noche me fue a dejar y el domingo no nos vimos, porque en mi casa me exigieron quedarme con ellos ¡Una verdadera lata! Considerando lo bien que lo podría haber pasado junto a Edward.

El lunes no fui a clases y me desvié a su departamento. Desde el pasillo se oía bastante ruido, me pareció extraño, así que toqué y para mi sorpresa me abrió una hermosa mujer de pelo ondulado, color miel y ojos verdes, era más grande que yo, debía ser universitaria también.

—¿Sí? —preguntó asomando sólo el rostro por entremedio de la puerta. Sentí como mi sangre fluyó rápidamente hacia la cabeza de pura rabia.

—Hola —intenté sonreír, confundida— ¿Está Edward?

Mmm, sí —titubeó al contestar— pasa — continuó, mientras su mirada de extrañeza estimulaba mi curiosidad.

Había mucha gente, pero como tenía rabia, no vi bien quienes eran, sólo presumo que tenían que tener su edad, veinte o más. Me quedé a un costado de la puerta de entrada y la chica que me abrió, se dirigió hacia la habitación de Edward y le golpeó discretamente la puerta.

—¡Edward, necesitan hablar contigo!

En pocos segundos salió una mujer, morena y delgada, y tras ella ¡Edward!, quien salió distraído. Sentí que el piso se me movía de pronto, a tal punto, que me faltó el aire. Quise llorar, pero me aguanté.

Cuando sus ojos tostados se posaron en mí, casi se le salieron de la impresión. Tensé la mandíbula, di media vuelta y di un tremendo portazo en su departamento. Bajé las escaleras, pero esta vez cuando llegué abajo no estaba. Sentí que unas estúpidas lágrimas caían de mis ojos a raíz de un dolor intenso en el pecho ¡Sabía que no me debía haber involucrado con nadie! ¡Qué imbécil fui! Caminé tan rápido que casi corrí, pero cuando llegué a la esquina, su auto se cruzó a toda velocidad y él se bajó corriendo. Apuré el paso, no quería que me viera llorar.

—¡Bella! ¡Bella! ¡Escúchame!

Continué caminando.

—Ey, mírame por favor —parecía angustiado— no te pases rollos, no pasó nada…

—¡Ándate Edward! No te quiero volver a ver en mi vida —dije con toda la ira que me nació de las entrañas.

Modismos

Mina: mujer.

"Pasarse rollos": inventarse películas

Capítulo 8: La magia del amor Capítulo 10: Ira

 
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