Energía al Límite (+18)

Autor: angiie0103
Género: Romance
Fecha Creación: 24/04/2012
Fecha Actualización: 24/06/2012
Finalizado: SI
Votos: 6
Comentarios: 60
Visitas: 63180
Capítulos: 37

Bella es una adolescente que vive la vida al máximo, se deja llevar por los vicios y sus hormonas. Un día conoce a Edward, quien la tratara de alejar de ese mundo perverso. 


Bueno, primero que nada, esta es una historia original de Daddy's Little Cannibal, que por cierto adoré! Y me vi en la obligación de traducir...

 

 

Esta historia no me pertenece, la autora es Daddys Little yo solo traduci que quede bien claro

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Capítulo 28: Amore della mia vita

Su rostro perfecto, de dios heleno, me estremecía por completo. Esos cabellos dorados y broncíneos enmarcaban su preciosa y pálida piel, con labios carmesí, y que finalmente, eran iluminados por un destello de luces color miel, que daban vida a su alma. Ese era Edward Cullen, el hombre de quien me había enamorado. No podía dejar de observarlo y regocijarme con su hermosura.

Él cogió mi cara entre sus manos, lánguidas y esculpidas con cincel de un genio y acercó sus labios suaves y sabrosos a los míos que lo esperaban con ansiedad y deseo.

Levanté la vista y sus ojos me increpaban con dulzura y lujuria. Acerqué mi boca a la suya y me deleite con esa lengua tibia, húmeda y afrodisíaca. Eran tanta la agitación por tenerlo que mi corazón se exaltaba tan solo al oír su voz y oler su aroma de adonis ¡Era maravilloso!

Poco a poco comenzó a amanecer y el ruido de las olas se colaba por la fabulosa y privilegiada vista que tenía el departamento Edward, ahora el piso 20. Entre besos fogosos y sonrisas de complicidad me lancé sobre él, mientras estaba tendido en la alfombra frondosa. Curvó sus labios en una gran sonrisa al ver mi reacción.

—¿Entonces es cierto que aún me amas? —pregunté sin vergüenza.

—No es sólo que ahora te amo, siempre te amaré… —posó sus labios en mi nariz.

—Y yo a ti —no me pude contener y continué— ¡Te he extrañado tanto! —dije desde las entrañas.

Edward sonrió con ternura y me aferró a él, dejándome ahora a mí en la piso y su cuerpo encima del mío. Acariciaba mi cabello y yo enredé mis dedos en sus fibras de metales preciosos, bronce y oro. Cerró sus ojos y observé sus pestañas, eran del mismo tono del pelo. Su semblante lucía plácido, tranquilo, a pesar de que había recibido un feroz golpe en ese rostro perfecto.

Apreciaba su cuerpo tibio y firme acomodarse entre mis piernas, al mismo tiempo que su pelvis se aprisionaba, voluntaria e involuntariamente a la mía. Bajé mis besos por su cuello blanquíceo y terso, hasta lograr que su voz se entrecortara. Cogí su camisa y luego, esa polera roja y la saqué, dejando su piel traslúcida al descubierto. En medio de ese pecho perfecto reflectaban unos vellos dorados y suaves, al igual que toda su piel.

No había mejor postal que él encima mío con el rostro pálido, los labios cereza, el pelo broncíneo, cuidadosamente desordenado y esos ojos miel irradiando chispas de deseo. Edward tomó mi polera y la retiro con cautela, dejando mis pechos cubiertos sólo por una suave tela de satín negro, pero tan delgada y fina que dejaba en evidencia unos pequeños bultitos en mis senos, producto de las caricias enfáticas de mi amigo casual.

Mi príncipe encantado puso sus manos en el botón de mis jeans, lo abrió, provocando un leve dolor de estómago por vaticinar lo que venía, para luego, continuar, bajando el cierre de éste, y sacándolos de escena ya de manera definitiva. Acto seguido, desapareció mi pantaleta, al tiempo, que yo lo ayudaba a deshacerse de esos boxer grises, ajustados, que le sentaban exquisitamente, y como arte de magia, desapareció mi corpiño, sin mayores problemas, rozándose nuestros cuerpos con pleitesía.

Nos continuamos amando e inaugurando esa linda alfombra blanca que le había comprado Alice, pero ahora, innovamos, él se puso de rodillas y yo alcé mis caderas a la altura de las suyas. Edward me afirmó por los glúteos y yo subí mis piernas hasta sus hombros. No dejábamos de movernos, podía sentir como mayor intensidad como entraba y salía de mí, sin embargo, quería tenerlo en frente, necesitaba besarlo, por lo que le pedí que se acomodara sobre mí, para poder aprisionarlo contra mi cuerpo, excesivamente sudado y caluroso a esas alturas. Crucé mis piernas por detrás de sus caderas y elevé las mías para sentirlo más de cerca. Esa piel que tanto adoraba, estaba hirviendo y sus quejidos eran cada vez más intensos y ahogados. Besé su oreja, hasta que un ruido algo gutural e involuntario se escapó de mis labios, provocando una sonrisa en su rostro que inmediatamente se transformó en placer infinito.

Cuando terminamos de hacer el amor, Edward aún dentro de mí, me miró con una ternura, pocas veces imaginable, y me habló desde lo más adentro de su corazón.

—Estoy demasiado enamorado de ti, Bella —dio un gran suspiro entrecortado.

Lo besé con alegría y su rostro se iluminó por completo.

—No quiero que me vuelvas a dejar mi vida ¡Soy el ser más feliz del mundo junto a ti! —gritó sin importar los vecinos ni nadie.

Yo me puse a reír, pero intenté hacerlo callar.

—¿Por qué? —me dijo con la mirada desbordante de vida.

—¡Los vecinos! ¡Qué vergüenza! —mordí mi labio inferior.

—¡Qué importa! Lo único que importa es que tú estás conmigo…

Se hizo a un lado y se recostó desnudo en la alfombra chantilly.

—¡Uf! Tu hermana moriría si supiera lo que pasó en su alfombra —solté una carcajadita.

Se puso serio y respondió.

—No si sabe que yo soy feliz —posó delicadamente sus labios en los míos.

—¿De verdad eres feliz conmigo, a pesar de nuestro pasado? —recordé esos episodios tristes y sentí una oleada de desesperanza.

—Por tu pregunta creo que ni te imaginas cuánto mi amor —me tomó con fuerza y me aferró hacia él con urgencia.

Su lengua dulce se dio paso por mis labios hacia la mía y ambas se unieron en una danza sublime y mística. Lentamente, Edward se separó de mí y corrió a su dormitorio a buscar un poleron, con capuchón incluido y me lo puso para que no me enfriara, creo, porque él era sobre protector conmigo.

—Ven, tengo algo muy entretenido para que juguemos —guiñó un ojo y me arrastró a una de las terrazas.

Abrió el ventanal y puso a andar el motor de un jacuzzi al aire libre, rodeado de madera. Las burbujas comenzaron a emerger de pronto. Él tocó el agua y luego, desabrochó el mismo polerón que él me había puesto, dejándome desnuda. Una brisa fría se cruzó por mi piel y erizó cada uno de mis poros. Edward no pudo evitar sonreír al ver mi reacción y me dio un leve empujoncito al agua ¡Era fabuloso! Cerré los ojos y agudicé mi sentido del olfato y el oído: el primero, me hizo oler la brisa marina, fresca y energizante, y el segundo, llevó el ruido de las olas que chocaban contra las rocas, de manera natural y conmovedora. Desperté con sus labios en mi boca.

Este encuentro había sido muy deseado entre los dos. Nuestras pieles se electrizaban al chocar, y lo que venía era evidente. Él se sentó, apoyándose contra uno de los bordes y yo me senté frente a él, alternando mis piernas, cada una al lado de sus caderas. Por curiosidad, lo toqué y estaba listo para mí. Cerré los ojos y lo besé, pero al mismo tiempo, introduje su masculinidad en mí, logrando una deliciosa sonrisa en sus labios rubí y fuego eterno en nuestras venas.

Nuestras lenguas danzaban sincronizadas y aguerridas. Ahora el agua no causaba impacto en nuestras articulaciones, así que la sensación era nada más que en nuestro lugar más íntimo. Mi pelo, como estaba tan largo, estaba mojado en las puntas y húmedo en el casco, al igual que el de Edward. Su rostro me hacía alucinar, quería sentirlo cada vez más profundamente. Sus manos estaban apostadas entre mis glúteos y caderas, a la vez que su húmeda boca, mojaba mi cuello, hombros y pechos.

Yo buscaba ansiosa esos exquisitos labios cereza, deseaba sobre todas las cosas saborearlos en cada momento. Hice que nuestras lenguas se tocaran y no pararan de jugar. Su cuerpo se comenzó a tensar y sus manos se cargaron más en mis caderas para aprisionarme hacia él, hasta que desembocó en mí. Por supuesto, lo seguí muy de cerca y en el momento del clímax hice la cabeza hacia atrás de pura emoción.

Una vez calmados nuestros instintos más salvajes, miré a Edward y lo vi con el rostro desencajado y me dijo, urgido.

–No te des vuelta Bella –una leve sonrisa se escapó de sus labios cereza.

–¿Qué pasó? –pregunté intrigada.

Él cerró los ojos y escondió su cabeza en mi hombro, a la vez que una sonrisa idiota se le escapaba de la boca. Quedé absolutamente paralizada.

–Edward ¡Anda! ¡Dime! –dije ya muy urgida.

–Es que están mis hermanos –soltó una hermosa carcajada.

–¿Qué? –dije alarmadísima y continué– ¿Dónde?

–Por el ventanal…

–Y ¿Están mirando? –no quería ni imaginar la vergüenza.

–Mmmm, a lo menos vieron el final, porque la cara de Alice era memorable y Emmett, él muy idiota tenía una sonrisa que le llegaba a las orejas.

–¡Oh, no! ¡Edward! ¡Qué vergüenza! –dije con la cara hirviendo, pero no pude evitar reír.

–¿Sabías que venían? –insistí sin sentido.

–Sí, pero no hoy, a esta hora… –mordió su labio inferior y arrugó su frente en un ceño.

–Y ¿Qué hacemos ahora? No me atrevo a mirarlos –dije sentada aún en frente de él.

–Asumir –dijo nervioso y exquisito.

Él me tomó por la cintura y me hizo cuidadosamente hacia un lado, pero yo no me atrevía a mirar, y Edward, bueno, él ni siquiera tenía una toalla a mano para taparse. Así que tuvo que tomar el polerón y ponérselo en su parte íntima para entrar. Yo quería que me tragara la tierra.

Edward salió a los pocos minutos con una toalla gigante para mí, pero antes se aseguró que no hubiese nadie mirando.

–¿Nos vieron? –consulté afligida.

–Sí –era sincero.

–Edward ¡No! ¡Qué atroz! No quiero verlos, y a Emmett, ni siquiera lo conozco… –mordía mi labio inferior nerviosa.

–Bueno, al menos Alice se alegró mucho de que fueras tú –me besó la frente y arrulló en sus brazos, en tanto, entrábamos a la habitación que daba a la terraza, que para peor, era la de Alice.

Quería desaparecer en ese instante ¿Qué les diría? Hola, sí yo estaba haciendo el amor con su hermano en el jacuzzi ¡Noooo! ¡Qué vergüenza! Edward fue por mi ropa al living –más encima Alice se daría cuenta que lo habíamos hecho en su fina alfombra–. Volvió y me besó con un gran sonrisa.

–No te preocupes mi amor, nadie va a decir nada… –su mirada me inculcó seguridad.

A pasos lentos y detrás de Edward, llegué al comedor ya dispuesto para el desayuno. En cuanto llegamos, Alice se paró seria, pero con una gran sonrisa en los ojos y me abrazó.

–No sabes cuánto me alegra volver a verte, Bella –no pudo evitar sonreír.

–Igualmente –contesté, seguro ya tenía la cara fucsia de plancha.

Luego, se paró Emmett, un hombre fornido, tipo atlético, muy buen mozo, de pelo oscuro y ojos miel, al igual que el resto de sus hermanos.

–Un gusto Bella –él ni siquiera intentó ocultar la risa. Edward le dirigió una mirada cargada de furia.

Nos sentamos los cuatro a desayunar y yo no me atrevía a hablar, además que notaba que Emmett me miraba de reojo, de seguro, me observaba. Finalmente, acabó el tortuoso desayuno familiar y yo corrí con mi amor a su dormitorio. Él cerró la puerta con llave y me aprisionó contra esta, inspirando fuerte y humedeciendo mi cuello, mientras pegaba su pelvis a la mía.

–Edward, no creo que sea buena idea… tus hermanos… –me tapó la boca con un beso fogoso y profundo.

Sus caricias comenzaron a surtir efecto y comencé a sentir como esa sensación húmeda y fenomenal en mi entrepierna. Él hizo un ademán de llevarme a la cama, pero lo paré en seco.

–No Edward, no me voy a acostar en la misma cama en donde estuviste con ella –fui intransigente.

No respondió, pero me tomó por la espalda y aprisionó mis caderas con una de sus fuertes manos, para que mis caderas se echaran hacia atrás y mis glúteos quedaran en su parte íntima.

–Que no vayamos a la cama no significa que no lo haremos –mordisqueó mi lóbulo de la oreja, haciéndome estremecer por completo– ya no te escaparás de mí tan fácil –amenazó mientras su voz se iba intensificando.

Me llevó cerca de uno de los muros y con movimientos bajó mis pantalones y la ropa interior. Sentía su miembro ya endurecido que se aproximaba a mi piel, logrando aún más de tensión, pero ambicionando tenerlo dentro nuevamente. Me tomó por las caderas, él tras de mí y me hizo separar levemente las piernas, en cuanto él, no sé cómo, con maestría, logró introducirse en mí, a pesar de la incomodidad inicial de la posición, sin embargo, una vez unido fue maravilloso. El roce era tan potente que quería estar así con él, por siempre. Sus manos viajaban por mis pechos, mientras sentía su hálito tibio en mi oreja. Los movimientos se intensificaron y quise gritar de emoción, pero él con una reacción rápida tapó mi boca con una de sus manos, en cuanto el gruñía hundido en mi hombro ¡Qué sensación más poderosa! ¿Qué cosa rara era esta? ¡Por favor! Estaba enloqueciendo de placer con este hombre, creo que finalmente ese era su plan.

Subí mi pantalón y él el suyo. Aún embobada por tal torbellino de emociones, me encontré con sus ojos de miel líquida. Ahora estaba serio. Con un movimiento sutil, pero seductor, me pegó contra el muro de nuevo y con una mirada hipnotizadora, habló.

–¡Cásate conmigo por favor! –mi pecho se comprimió ante sus palabras y no fui capaz de responderle.

Capítulo 27: Aclaraciones Capítulo 29: Danza Oriental

 
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