Energía al Límite (+18)

Autor: angiie0103
Género: Romance
Fecha Creación: 24/04/2012
Fecha Actualización: 24/06/2012
Finalizado: SI
Votos: 6
Comentarios: 60
Visitas: 63188
Capítulos: 37

Bella es una adolescente que vive la vida al máximo, se deja llevar por los vicios y sus hormonas. Un día conoce a Edward, quien la tratara de alejar de ese mundo perverso. 


Bueno, primero que nada, esta es una historia original de Daddy's Little Cannibal, que por cierto adoré! Y me vi en la obligación de traducir...

 

 

Esta historia no me pertenece, la autora es Daddys Little yo solo traduci que quede bien claro

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Capítulo 36: Miles de días sin ti?

Diez años habían transcurrido desde la última vez que vi a Edward, no he vuelto a saber de él, a pesar de mail, twitter, facebook y todos los sistemas de redes de comunicación que se puedan encontrar. Una vez lo busqué en facebook y vi su foto, mi estómago se contrajo de inmediato y tuve el impulso de escribirle, de saber qué era de su vida, pero lo podía importunar, y me arrepentí de inmediato, y por último, quizás él no querría saber nada de mí, esa también era una triste, pero una posibilidad al fin y al cabo.

Mi vida en New York, había sido tranquila, finalmente, estudié lejos de mis dos padres, que había sido un alivio. Mi carrera: diseño y no publicidad como había pensado. Había egresado hace cuatro años y ahora trabajaba para una prestigiosa compañía de bebidas de fantasía. Todo era bastante tranquilo…

Durante mi penúltimo año de universidad conocí a Vittorio, un italiano que vino a Estados Unidos a realizar un post grado en psicología. Era un hombre bello, alto, piel perfectamente bronceada, ojos violetas, cabello miel y dueño de una hermosa y cautivadora sonrisa.

Vittorio, era dos años mayor que yo, era un "Don Juan" por naturaleza. Su lista de mujeres era inimaginable. Cariñoso y extremadamente fogoso en la cama, creo que la sangre mediterránea era más febril, y ese acento ¡Oh, madre mía! Hacía caer de rodillas a cualquier mujer, sin previo aviso.

Efectivamente era un dios en la cama, y creo, que debido a eso, estuvimos casi cinco años juntos, sus habilidades era bastante particulares y se hacía irresistible, pero como todo… las relaciones se agotan. Debo confesar que me encantaba, pero en el fondo, también tengo la certeza que nunca me sentí enamorada de él, era sólo entusiasmo.

Todo colapsó cuando él tuvo la brillante idea de que nos casáramos y nos fuéramos a vivir a su tierra natal, pero ahí me di cuenta, que su cultura era bastante más machista de lo que yo estaba acostumbrada y no estaba dispuesta a ser una especie de geisha moderna, eso nunca había ido con mi personalidad y se lo hice saber sin escrúpulos.

Una noche cualquiera en que ya todo no marchaba bien, y su ego había quedado herido por completo, tuve la idea de salir con unas compañeras de oficina. Se inauguró un bar, con bastante parafernalia y quisimos conocerlo. Era un lugar bastante grande, tenía millones de recovecos y tres pistas de baile, con ambientaciones distintas. Con mis amigas nos sentamos en una de las barras y me pedí un Hpnotiq, seguí un segundo, otro tercero y finalmente, el cuarto, hasta que no aguanté más las ganas de ir al baño. En uno de los living oscuros, y alejados del mundanal ruido, me encontré a Vittorio, con una mina rubia, tipo barbie. Dentro de mi ebriedad, lo quedé mirando hasta que él se dio cuenta.

El muy cara de raja, se disculpó con ella y se acercó a mí, con cara de ¿Molesto? No podía ser tan, pero tan… ¡Argh!

–Hola –dijo como si lo hubiese interrumpido de una reunión muy importante.

–Veo que te diviertes –enarqué una ceja.

–Y tú estás ebria para variar –resopló.

–¿Algún problema? –contesté irónica y continué– creo que esto es un término definitivo –intenté fijar la vista, pero la verdad me costaba articular frases.

–Si tú quieres… –fue indiferente.

–Bueno, es lo mejor, esto no venía funcionando desde hace un tiempo –sonreí para herirlo.

–Porque tú lo quisiste así –estaba picado.

–Mmmm, en realidad ya no me pasaba nada contigo… la química se acabó –le guiñé un ojo y me fui, pero sin embargo, me alcancé a dar cuenta que su rostro se desfiguró ante mis palabas, jajaja.

Su ego sexual era taaaan grande que lo que lo acababa de decir era lo "peor" que le podrían haber dicho en su vida. Entré al baño, mojé mi pelo por debajo y por primera vez noté unos leves, pero muy suaves surcos por debajo de mis ojos, que ahora, me daban un aspecto más ¿Interesante? Me agradaron muchísimo. Me sentí muy aliviada de haber terminado con esa relación que este último tiempo se había tornado demasiado tormentosa.

Volví a la barra y pedí un vaso de agua antes de salir, para que se me pasara en algo el mareo. Mis acompañantes habían desaparecido con algún mino por ahí, así que, considerando las circunstancias, tomé mi cartera y estaba dispuesta a marcharme, cuando antes de salir, un hombre bastante guapo, de cabellos rizados, dorados y piel rosada, tomó mi brazo y con esos grandes ojazos me dijo.

–¡Bella! –su tibieza la conocía.

–¿Rob? –dije no muy convencida.

–¡Guau! ¡Qué bueno verte! –sus ojos se iluminaron.

–Digo lo mismo… –en realidad estaba más guapo de cuando era adolescente.

–Y ¿Qué haces aquí? –preguntó entusiasmado.

–Estoy trabajando, en verdad, estudié aquí y luego, me quedé trabajando.

–¿En serio? ¡Yo vivo hace un par de años aquí!

–Mira tú… el mundo es un pañuelo –rompí a reír.

Miré hacia un lado y Vittorio me estaba increpando con la mirada, pero lo ignoré totalmente, y continué con la "interesante" conversación.

–Y ¿Con quién andas? –fue suspicaz, aunque intentó que no se notara.

–Mmmm, andaba con unas amigas, pero encontraron panoramas individuales más interesantes que estar conmigo –rompí a reír.

–Y ¿A ti te gustaría cambiar el tuyo? –guiñó un ojo y fue como retroceder diez años.

–¿Por qué no? –susurré en su oído.

Fuimos a su departamento de soltero, era bastante "práctico", pero no por eso menos cómodo. Entramos y no hubo tiempo para discursos. Me tomó por la cintura con deseo y me arrastró hacia su dormitorio. Con algo de apuro de adolescentes, que ya no éramos, nos sacamos todas nuestras ropas y nos sumergimos en la cama, blanda y confortable. Sus caricias eran furtivas y embaucadores y su cuerpo, firme y tonificado, que lo hacía demasiado atractivo. Me levantó de la cama y fuimos contra uno de los muros del dormitorio y me apegó contra éste, yo elevé mis caderas y acomodé mis piernas tras las suyas, hasta lograr una perfecta penetración ¡Realmente me había perdido algo bueno! Pero en verdad, siempre había sido mejor Edward, por lo que no me podía arrepentir.

El viernes de la semana que seguía, decidí aceptar la invitación de Reneé, que ahora vivía con otro hombre, porque se había separado de Phil y fui a su casa. Al bajar en el aeropuerto una ola de recuerdos, gratos y no tanto, se vinieron a mi mente. Al llegar ahí estaba ella, más mayor, delgada con esos tremendos ojos celestes que me miraban con dulzura.

–Hola hija –me dio un gran abrazo.

–Hola –dije ya no con tanto rencor.

Caminamos juntas hacia el auto y me quedé en su casa. Aclaramos varios asuntos y me pidió perdón por varios de sus errores, entre ellos, matar a mi hijo. Por supuesto, nunca comprendí su odio hacia Edward y ella me explicó, que había visto lo enamorada que estaba yo de él y le aterraba el poder que él tenía sobre mí en mi adolescencia. Me aclaró que con el tiempo se había dado cuenta que él me quería de verdad, pero que, sin embargo, éramos muy chicos y nos quedaba vida por vivir, pero eso era algo que yo jamás entendería en ese momento.

Ese domingo, decidí ir a dar una vuelta sola hacia el sur de la ciudad, donde antiguamente estuvo en sus mejores momentos "La Cueva del Ratón". Estaba atardeciendo, una brisa fría corría por el borde costero. Inspiré profundo ese aroma energizante y propio del mar y me bajé a la heladería, que ahora estaba en lugar de "La Cueva". Ahora, era un ambiente muy familiar y tranquilo, pero los recuerdos eran inevitables. Entré al lugar y finalmente, con el frío que hacía, pedí un Mokkaccino, en vez de un helado.

Me senté en la orilla de la vereda que daba hacia la playa y vi como el sol se ponía. Una fuerte presión en el pecho me obligó a inspirar profundo y su pelo broncíneo, ese rostro perfecto, sus labios cereza y esos inconfundibles ojos de miel se vinieron a mi mente con fuerza y nostalgia ¿Qué sería de su vida? ¿Estaría soltero, casado, de novio? A lo menos de novio… me respondí a mí misma, tan condenadamente rico, imposible que se hubiese mantenido soltero, me dije a mi misma con desilusión.

Cerré los ojos cuando el sol ya se había escondido y sentí unas manos tibias y fuertes que los taparon aún más. Mi corazón se agolpó a tal punto, que sentía que se desembocaría con furia de mi pecho, aunque pasaran mil años reconocería esa piel que me electrizaba de pies a cabeza.

–Hola Bella –susurró con su hálito tibio en mi oído ¡No lo podía creer! Creo que me daría un infarto…

Tomé sus manos con las mías, disfrutando a concho su piel y me giré hacia él…

Sus ojos de miel no habían cambiado nada, de nada y él tampoco, era el hombre más bello que había visto en la tierra. Su pelo broncíneo aún estaba desordenado, pero ya no tan largo, ahora más cortito, pero igualmente hermoso. Mi instinto más profundo fue abrazarlo como queriéndome fundir en él. Olí su aroma que me estremecía y sentí ahora, que la emoción me llegaba a los ojos.

–Edward –dije casi en un suspiro.

–Mi hermosa niña… –acarició mi rostro con su tibia mano.

–Te llamé con mi mente… –dije al borde las lágrimas.

–¿En serio? –él también se notaba muy emocionado, porque sus ojos se había iluminado y titilaban al mirarme.

–Sí, no venía para acá hace diez años ¿Lo puedes creer? –sonreí.

–¡Uf! Tanto tiempo… –su mirada se entristeció, pero yo no lo dejé.

–¿Cuéntame de ti Edward? –dije emocionada.

–¡Cuánto tiempo! Guau… No sé por dónde empezar –botó aire en un soplido.

De la nada apareció un niñito como de tres años, con sus mismos ojos de miel ¡Me quise morir! Pero era lo más probable ¿O no?

–¿Te esperan? –dije con tristeza.

Él sonrió y le dijo al niño.

–Dile a tu mamá que yo me voy después –acarició su cabello alborotado, broncíneo, al igual que el de él.

Inmediatamente pensé que quizás nuestro hijo hubiese sido igual y una ola de dolor se apoderó de mí.

–No Edward, si te tienes que ir… anda… yo entiendo… –quise llorar.

–No, Alice puede esperar –sonrió.

–¿Alice? –dije descolocada.

–Sí, Alice, mi hermana… –curvó sus labios en una sonrisa.

–Él es… –no pude continuar mi frase.

–Mi sobrino, el hijo de Alice y Jasper –sonrió con dulzura.

–¡Qué bueno! –no pude evitar mi comentario, salió desde las entrañas.

–¿Pensaste que era mi hijo? –sonrió divertido.

Asentí.

–No, te lo hubiese dicho Bella –besó mi mejilla muy insinuantemente y todos mis sentidos se alertaron.

–Entonces ¿No estás casado? –insistí frenética.

–No, la única vez que le he propuesto matrimonio a alguien… me plantó casi en el altar –rió divertido.

Alguien le hizo un gesto a Edward, desde lejos, creo que era Alice, pero no la distinguí bien.

–Espérame un segundo, no te muevas –amenazó con una sonrisa.

–Ok.

Fue donde su hermana, algo le dijo y luego, se devolvió con una gran sonrisa.

–Parezco chaperón de esta familia –dijo divertido.

–¿Por qué tanto? –pregunté intrigada.

–Bueno, de partida somos vecinos y como vivo solo, mi hermana insiste en incorporarme en cuanto paseo familiar hay –ahora ya estaba sentado a mi lado con los pies en la arena.

–¿Ella se casó con Jasper?

–Sí, fue un tira y afloja más o menos, pero finalmente, hace cinco años se casaron y Alice se vino a vivir aquí.

–¡Qué bien!

–Yo la adoro, pero debo reconocer que a veces se vuelve fastidiosa.

–¿Por qué´? –pregunté entre risas.

–Bueno, ella anda de casamentera y lo único que quiere es que yo forme mi familia, pero yo le digo, que si aún no aparece la indicada… –rió y sus ojos dulces me quedaron mirando fijamente.

–¿De verdad?

–Sí, bueno aparte de ti, claro –miró el suelo y continuó– pero las cosas no se dieron… con lo del accidente… –dijo con profundo pesar.

–Ni me lo recuerdes Edward… me salvé por poco.

–Lo sé y no sabes cuánto lo agradezco, de lo contrario, hubiese muerto de tristeza.

Un silencio incómodo se apoderó entre nosotros y unas gotitas tímidas lo interrumpieron.

–Tengo tantas cosas que hablar contigo –exclamó del alma– ¿Vamos a mi departamento? –sus ojos brillaban expectantes.

–Vamos… –contesté sin pensarlo.

–Me tendrás que llevar eso sí, porque mi hermana se fue –soltó una carcajada.

–Bien, ahora manejo, ya soy mayor de edad –rompí a reír.

Nos fuimos a su departamento y ahora entramos en un hotel adaptado a departamento, pero con todo el estilo de Edward y Alice, muy sobrio y minimalista. Me acomodé en un gran sofá blanco y él me preguntó entretenido.

–¿Aún te gusta el café con leche condensada? –preguntó algo nervioso.

–¡Síii! ¿Todavía te acuerdas? –dije sorprendida.

–No creerías la cantidad de cosas que me acuerdo, creo que de todo ¡Todo! con lujo de detalles –alzó la voz desde la cocina.

Volvió desde la cocina y me entregó un tazón de café ¡Exquisito! Como él. Edward se acomodó a un costado mío y nos quedamos mirando el mar bajo la luz de la luna.

–Ni te imaginas cuánto te extrañé Bella –su voz era suave como el terciopelo.

–Y yo a ti…

–¿Por qué nunca intentaste comunicarte conmigo? –su comentario fue algo recriminatorio.

–Pensé que no me querrías ver… te había acarreado tantos problemas… –sentí mucha culpa.

–Nunca fueron problemas lo que tenía que ver contigo…

–Difiero… –insistí, pero cambié el tema.

–¿Supe que te fuiste a Inglaterra tres años?

–Sí, fue una buena escuela –soltó una leve sonrisa.

–¡Qué bien!

–Y tú Bella ¿Tienes novio? –estaba ansioso, aunque trataba disimularlo.

–Mmmm, tenía –reí.

–Y ¿Qué pasó? –parecía aliviado.

–Nunca estuve enamorada de él realmente.

–Y ¿Cómo te diste cuenta? –parecía impresionado.

–¡Simple! Nunca sentí, ni cerca, como lo que sentí por ti… –lo quedé mirando fijo y con el corazón comprimido.

–¿En serio? –su rostro se iluminó a tal punto, que parecía que unas chispas se escaparían de sus ojos.

–Totalmente… –posé mis labios delicadamente sobre los suyos.

Mi piel se erizó por completo al mantener contacto con la suya. Sus exquisitos labios sabían de maravilla, era aún mejor de lo que recordaba. Acaricié su cabello y luego su cuello blanquíceo. Él me miraba perplejo, era increíble como no cambió nada en todo este tiempo.

Me tomó por la cintura y nos recostamos sobre el sofá más grande. Sentía su lengua como se daba paso por mi cuello, humedeciéndolo y luego volvía a encontrarse con la mía, sin pausa.

Sus manos viajaban por cada rincón de mi cuerpo, y la temperatura de nuestras pieles se elevaba, casi hasta estallar en llamas. Él metió su mano por debajo de mi polera y se fue derecho a mis senos, luego, levantó mi polera y comenzó a besar mi vientre, con tal dedicación y ternura ¡Cómo si el tiempo hubiese retrocedido y estuviéramos diez años antes!

Una hábil mano desabrochó mi pantalón sin problemas y continuó con sus besos hasta más abajo del ombligo. Mi piel estaba totalmente erizada. Volvió y yo frenéticamente saqué su camisa, con tanto énfasis que los últimos dos botones, estallaron, pero Edward, sólo rió y me besó de nuevo.

Ahora quería sentirlo, él estaba sobre mí y yo separé levemente mis piernas para que, aún debajo de los pantalones, tuviésemos una especie de "cercanía". Su respiración se agitaba y podía oír los latidos de su corazón, eran cada vez más evidentes, y por un momento, tuve tantos nervios como si fuese mi primera vez con él.

Ese bello rostro, pálido, ahora estaba sonrojado por la emoción del momento. Presurosamente, bajé las manos hacia su masculinidad y la sentí, ya lista, pero aún no era el momento. Saqué su cinturón y desabroché el botón de sus pantalones.

Observaba su torso desnudo, perfecto, deseable… Pasó una de sus manos por detrás de mi cintura y nos sentamos, él me ayudó con mis botas, para seguir con los pantalones. Bajó sus manos a mis glúteos y de manera sutil, pasó sus dedos entremedio de mi tanga hasta llegar a mi intimidad. Vi la sonrisa en su rostro al ver mi reacción.

Sacó mi polera, y continuó con el corpiño. Liberó mis pechos y hundió su boca en ellos, lamiéndoles y provocando un evidente cambio en éstos. Bajé sus pantalones y seguí, con sus boxer, ajustados, que lo hacían ver aún más exquisito.

Ahora sí que la necesidad de tenerlo entre mis piernas se incrementó, y ya estábamos, casi completamente desnudos, exceptuando por mi tanga. Por un minuto se detuvo y sentado frente a mí, con un brillo especial en sus ojos de miel líquidas me dijo.

–¿Esto es real? –lo sentí muy nervioso.

–Yo tampoco lo creo Edward –acaricié su rostro entre mis manos.

La luz de la luna se colaba por los inmensos ventanales del departamento y al verlo ahí, frente a mí, mis tripas hicieron estragos y comenzaron a sonar de puro nervio. Él sonrió e inspiró hondo.

–Tengo tantos nervios como tú –acarició mi cabello.

No podía dejar de mirarlo ¿Cómo en diez años no había cambiado nada mi amor por él? ¿Qué especie de poder tenía él en mí que me hacía caer como una boba ante sus pies?

Entre besos reincorporados, me abalancé sobre él y como antaño, me tomó por los muslos, mientras yo cruzaba mis piernas sobre sus caderas y fuimos a su dormitorio.

Suavemente me dejó sobre la cama, en tanto, delicadamente sacaba lo que quedaba de mi ropa interior. Él continuó con sus besos hasta llegar a mi intimidad, humedeciendo con su saliva esa parte tan sensible. Intenté sentarme y él lo notó.

Pasó por entremedio de mis piernas y me besó con dulzura y pasión. Mi cuerpo lo necesitaba, y no podía contener más el no tenerlo dentro de mí. Separé levemente mis rodillas, dándole paso a mi mundo. Él se acercó con un poco de temor, hasta que finalmente se introdujo en mí.

En cuanto estuvo dentro, cerró los ojos y luego, me miró con tanta fuerza, que sentí su amor llegar a mi alma. Su masculinidad estaba en mí ¡Esto era maravilloso! ¿Cómo pude estar tanto tiempo sin él?

–No sabes cuántas veces soñé con estar contigo nuevamente –su respiración estaba entrecortada.

–¡Esto es demasiado fuerte! –le dije entre quejidos y con la voz más alzada de lo normal.

–Es… es… es todo lo que quiero en la vida –su voz estaba errática.

Edward entraba y salía de mí con vigor y sutileza a la vez. Nuestros cuerpos encajaban perfectos, éramos dos piezas de un rompecabezas, que estaban hechos para estar el uno con el otro.

Sentía que mi interior se humedecía para él, tenerlo dentro de mí era lo mejor que me había pasado en diez años, sin duda alguna. Crucé mis piernas por sus caderas y lo abracé con fuerzas.

Mis entrañas se contraían y la parte de él, dentro de mí, estaba a punto de estallar, lo sabía por su rostro y la frecuencia de sus movimientos. Todo era exactamente igual que antes. Su cuerpo se comenzó a tensar y él mío lo seguía detrás.

–¡Te amo! ¡Te amo! –dijo sin control.

–Y yo a ti mi vida…

Sentí como descargó toda su esencia en mí y fue lo más gratificante que me pudo pasar.

Lo miré y sus ojos estaban húmedos, enrojecidos, a punto de llorar y creo que yo, ya lo estaba haciendo.

–No te imaginas cuánto te extrañé Bella… no hubo un solo día que no te recordara… –su voz se estaba quebrando poco a poco.

Lo miré anonadada ¿Sería posible que aún me amara? Porque definitivamente yo a él, sí.

–Te parecerá absurdo que te diga esto después de diez años, pero es verdad. Creo que mi corazón siempre esperó por ti, aún no teniendo certeza de volver a encontrarte –vi un par de lágrimas caer desde sus ojos angelicales.

–Edward yo… –no sabía cómo empezar.

–No es necesario que me digas algo… –su voz de terciopelo me hipnotizaba.

Él se sentó a un costado de la cama y la luna se reflejaba en ese bello pelo broncíneo. Me miró con dulzura y fue a su closet.

–¡Toma! Como en los viejos tiempos –me pasó una de sus poleras.

–Gracias…

Él no dejaba de observarme ni un solo segundo y sonreía sin mayor explicación, provocando risas en mí.

–¿Qué pasó? –pregunté algo incómoda.

–Es que no lo puedo creer, en verdad ¡Esto es lo mejor que me puede haber pasado en la vida!

Tomó mi rostro entre sus manos y con sus labios casi pegados a los míos, dejó traspasar su hálito tibio.

–¿No será la última vez que nos veamos cierto? –su mirada denotaba esperanza.

–Vivo en Nueva York. –agregué algo confundida.

–Me voy contigo –dijo con una sonrisa y lágrimas a la vez.

–¿De verdad harías eso por mí? –pregunté sorprendida.

–Y mucho más ¡No te quiero perder! Ahora sí que jamás, ahora que te encontré no te dejaré ir por ningún motivo –hablaba en serio.

Salté a sus brazos y sentí como el hundió su rostro en mi hombro y comenzó a sollozar como un niño. Por primera vez, me sentí algo más adulta y lo cobijé en mis brazos desnudos.

–Te juro que nunca más me iré de tu lado mi amor... –le prometí desde el alma.

Capítulo 35: Giro en 360º Capítulo 37: Epílogo

 
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