Energía al Límite (+18)

Autor: angiie0103
Género: Romance
Fecha Creación: 24/04/2012
Fecha Actualización: 24/06/2012
Finalizado: SI
Votos: 6
Comentarios: 60
Visitas: 63176
Capítulos: 37

Bella es una adolescente que vive la vida al máximo, se deja llevar por los vicios y sus hormonas. Un día conoce a Edward, quien la tratara de alejar de ese mundo perverso. 


Bueno, primero que nada, esta es una historia original de Daddy's Little Cannibal, que por cierto adoré! Y me vi en la obligación de traducir...

 

 

Esta historia no me pertenece, la autora es Daddys Little yo solo traduci que quede bien claro

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Capítulo 22: Tras la tormenta

"Se necesita sólo un minuto para que te fijes en alguien, una hora para que te guste, un día para quererlo… pero se necesita toda una vida para que lo puedas olvidar".

Me sentía completamente abrumada, mi corazón estaba vacío y no había más opción que seguir adelante, pero… era todo demasiado difícil. A pesar de que amaba a Edward más que a nada en este mundo, todo, se me había vuelto un verdadero infierno.

Sus ojos de miel traspasaban mi alma, él era mi vida y su protección era fundamental para mí. Desde que le conté lo que había pasado con nuestro bebé, Edward reaccionó de un modo muy particular, solidario y respetuoso, sin embargo, sentía que la interrupción de mi embarazo podía ser mal interpretada por él. En verdad, jamás quise perder a nuestro pequeño, es más, ya me había hecho la ilusión de tenerlo entre mis brazos, porque aunque su paso por mi vientre fue tan breve, lo amaba tanto como adoraba a mi Edward.

Esa madrugada, fatídica, en que le tuve que revelar todo, absolutamente todo lo que había sucedido, sentí que él me dejaría de amar, sin embargo, me acogió, y este último mes, prácticamente había vivido en su casa ¡Cuánto lo amaba!

A diario, Edward se levantaba y me traía desayuno, a pesar de que mi apetito estaba en cero, igual intentaba persuadirme con algo novedoso para que comiera, porque según él, estaba cada vez más delgada, pero yo no lo notaba, en realidad no sentía hambre, más bien, con dormir me bastaba.

Reneé ya no me atormentaba con sus preguntas ni con sus restricciones, lo único que me pidió esa madrugada que salí fue:

–Si te vas a ir a acostar con tu noviecito, procura cuidarte, ya sabes que las consecuencias son tremendas –dijo tras la puerta del baño, con un voz lúgubre, tanto como se había convertido ella para mí. Mientras yo me escapaba al departamento de Edward.

Corrí a través de la neblina y la fría noche; caminé más de una hora, sin mucho rumbo, temía su reacción, hasta que finalmente, tomé una micro para llegar donde mi amor. Sin embargo, mientras más me acercaba, más recelo sentía de contarle lo que realmente había sucedido. Toqué su timbre y esperé, pero no salió nadie, no obstante, insistí y apreté ese interruptor, sin importarme la hora que fuera. Por un minuto me perdí en el tiempo y el espacio, estaba paralizada ante esa puerta de madera fina, pero cuando decidí alzar mis ojos, él ya estaba ahí, atónito, inmóvil a primera vista, pero luego, se abalanzó, arrullándome en sus brazos fibrosos y tibios. En ese momento no pude acallar nada más y tuve que confesar mi paso por el purgatorio y el calvario, que ahora, pesaba en mi alma.

Este último mes, casi vivía en su departamento, y la opinión de Reneé me importaba un comino. No asistía al colegio y dormía 23 horas al día, pero cada vez que despertaba él estaba ahí, radiante, perfecto, como si nada hubiese pasado.

Yo lo amaba, era un sentimiento que tenía muy arraigado en el corazón, pero la cuarentena tras el aborto, se me había hecho corta para volver a hacer el amor con él. El temor me invadía hasta las entrañas y no podía amarlo en paz. Las imágenes de esa clínica y el impacto que me llevé cuando vi mi ropa interior empapada en sangre, tras ir al baño, somnolienta, después de esa horrible intervención me habían marcado para siempre y no sería tan fácil deshacerme de ellas, por el resto de mi vida.

Un mes y medio había pasado desde el aborto y las secuelas estaban intactas en nuestras almas. Esa noche de miércoles, como hace un mes, lo sentí recostarse a mi lado. Su piel era traslúcidamente pálida y la tibieza que emanaba, alborotó mis hormonas. La luz de la luna se colaba levemente tras la ventana y el ruido de las olas del mar, invadían el ambiente. Mi interior ya no dolía tanto, y bueno, para las pocas molestias que quedaban, tomaba unos medicamentos, que creo eran los responsables de hacerme dormir sin pausa, pero esta vez, mis sentidos estaban en alerta, esperando sus caricias.

Miré el reloj, eran las cuatro de la madrugada y me sentía sucia, había dormido dos días seguidos y no había aparecido, ni por si acaso a darme una ducha, por lo que decidí tomar una, con la regadera en toda su potencia. Saqué la camisa de dormir de ositos que me había regalado Alice, y fui al baño de la pieza del lado, para no despertarlo, porque sabía que él estaba exhausto, tanto o más que yo.

Entré al cuarto de baño, encendí la ducha y entibié la habitación. Me desvestí y al entrar bajo la regadera comencé a sentir su ausencia. Las gotas, suaves y nobles, invadían cada célula de mi cuerpo adolescente y la necesidad por tenerlo se estaba acrecentando tanto, como lo había sido desde que lo conocí. Mientras escurría el agua por mi cuerpo, lo acariciaba, como si fueran sus manos las que me estaban recorriendo. Toqué mis pechos y vi la hidalguía en ellos, que eran capaces de dar vida y enloquecer un hombre a la vez. Continué enjabonándome completamente, invadiendo mi piel de espuma aromática y afrodisíaca, hasta llegar a mi lugar más íntimo. Dejé caer el agua sobre mi entrepierna e intenté imaginarme que sentiría él estando dentro de mí. Por supuesto su sensación sería totalmente distinta a la mía ¡Quería saber cómo era estar ahí! Era un misterio que jamás me sería revelado, porque para eso, tenía que nacer de nuevo, obviamente, aunque tenía una noción.

Saqué todo el shampoo y apliqué al acondicionador, fue entonces cuando sentí que abrían la puerta del baño. El agua tibia había dilatado mis vasos sanguíneos y mi cuerpo estaba absolutamente expuesto. Abrí la cortina de baño y ahí estaba él, bello y en pijamas, de pantalón a rallas azul con blanco y polera, de un solo tono. Me miró extasiado e inquieto a la vez, creo que verme, así, desnuda, nuevamente, le incomodaba en algo, no había que ser adivina para averiguarlo, su mirada, lo decía todo, sin embargo, me deseaba, eso tampoco lo podía esconder en la miel líquida que tintaba su mirada.

Al verme dispuesta a salir de la tina, se acercó y tomó la perilla de la puerta con nerviosismo, listo para escapar.

–¡Perdona! Sólo quería saber si necesitabas algo… –dijo inseguro y apretó su entrecejo, mirando al suelo.

Abrió la puerta con énfasis, y una corriente de aire fría se coló, erizándome la piel por completo. Edward, se iría, pero lo detuve.

–Edward, no… no te vayas… –dije inquieta.

Él se quedó parado en el umbral de la puerta, no se atrevía ni siquiera a mirarme fijamente.

–Me puedes pasar la toalla –solicité algo presumida, con una gran sonrisa en mis labios, sonrisa que creo él no veía casi dos meses.

–Claro –contestó sin pensarlo.

Tomó la toalla de una repisa y me la pasó con mucho cuidado, pero al dejarla en mi mano, la suya, rozó mis dedos, y ambos, sentimos un golpe eléctrico que nos puso en alerta roja. Lo miré fijo, yo lo deseaba.

Extendió su mano para que yo bajara y me envolvió en la gran toalla blanca, peluda y tibia. Nos miramos hipnotizadamente y poco a poco, nuestros rostros se fueron acercando, el de él se iba inclinando como en cámara lenta y con algo de temor, y sus labios rojos se prepararon para besarme. Esos suaves labios entreabrieron los míos, despacio, pero yo urgí el beso con el movimiento de mi lengua. Edward me tomó por las caderas y me aferró hacia él con precisión. Mi pelvis quedó bajo la suya. Sentía mi pelo mojado estilar gotas, pero no nos importó.

–¡Tócame! –susurré en su oído.

Mi hálito tibio lo puso en aviso y bajó hacia mi cuello, humedeciéndolo con su lengua, tibia y sensual. Lo miré y mordisqueé su mentón, y él automáticamente echó su blanquíceo cuello hacia atrás. Posé mis labios sobre su piel de porcelana y él bajó sus manos y las instaló por debajo de mis glúteos, elevándome levemente hacia él. Ahora la temperatura de nuestros cuerpos se estaba incrementando a fuego. Él cogió mi pelo y lo acomodó a un costado de mi hombro, y éste, automáticamente arrojó unas gotas sobre uno de mis pechos. Vi la luz en sus ojos y bajó hacía uno de ellos, con la excusa de coger una gota de mi piel. Su mano derecha subió hacia mi otro pecho y lo acarició con urgencia, pero no por eso, sin dejar de aprovecharlo. Tomé su polera azul y la arrojé al suelo, para luego, besar su torso desnudo, que respiraba evidentemente agitado. Bajé hacia sus caderas, perfectamente definidas y las besé, mientras, con mis manos, cogí la pretina del pantalón del pijama y lo comencé a bajar, lento, aumentando la tensión entre nosotros. Edward no aguantó más, y en un movimiento, casi brusco, me cogió por las caderas y obligó a que me sentara en el vanitorio. Acarició mis muslos, desde la rodilla, hacia mi borde interno, subiendo hacia mi intimidad, pero cuando estuvo ahí, y yo de manera instintiva, separé mis piernas para recibirlo, él bajó hacia mi entrepierna y me besó, logrando que mi espalda se arqueara, de una manera tan especial, como lo había sido a primera vez que lo había hecho.

Pasé mis dedos por ese perfecto pelo de bronce, y lo obligué a subir. Edward me miró algo indeciso.

–¿Estás segura? –se detuvo con pánico, lo vi en sus ojos.

–Claro que sí ¡Te necesito! –dije con la voz entrecortada.

–Espérame un segundo… –cerró los ojos, me besó, traspasándome su lengua dulce y delgada.

Salió disparado, y creo que fue a su dormitorio. Lo oí abrir un par de cajones de la cómoda y en menos de un minuto, estaba parado en frente de mí, pero con un sobrecito plateado entre sus manos.

–Y ¿Eso? –pregunté sorprendida.

–Es necesario Bella, no quiero hacerte daño nuevamente –vi la tristeza posarse en sus ojos ámbar.

Con maestría abrió el sobre y puso el preservativo en su intimidad, con demasiado habilidad, que no me pareció, es más creo que me molestó, porque su habilidad no la había adquirido conmigo, porque el jamás había usado condón mientras estuvimos juntos. Sin embargo, lo obvié, por el momento, claro.

Me besó nuevamente, pero esta vez, bajé del vanitorio y lo llevé a que se sentara sobre la taza del wc. Él me entendió de inmediato y sin chistar, se instaló, mientras yo acomodaba mis piernas por sobre las suyas, quedando en frente de él. Lo besé, con fogosidad, y llevé mi mano a su masculinidad para introducirla en mí.

Ese primer contacto fue fenomenal, a pesar de que estaba ese látex de por medio. Mi interior estaba algo más estrecho, creo que a raíz de la abstinencia, pero fue mejor, aunque en un principio con algo de dolor. Comencé a mover mis caderas con ímpetu y Edward no dejaba de mirarme, mientras lo hacíamos.

–Te necesitaba tanto –susurró en mi oído.

–Y yo a ti –contesté con la voz errática.

Sin embargo, cuando lo miré con detención, recién me di cuenta que sus ojos estaban completamente humedecidos, y no era a raíz de la excitación, sino que de la emoción. Su pena me llegó al corazón y sentí que mi pecho se apretaba, pero continué amándolo, y evité mirarlo, porque sabía que si fijaba mi concentración en esa tristeza no podría continuar. Seguí y seguí, hasta llegar al clímax, sintiendo contracciones en mi interior. Lo abracé con fuerza y él a mí. Oí sus gruñidos, al llegar junto a mí, pero ahora, ya un par de lágrimas traicioneras rodaban por mis mejillas. Cuando finalmente acabamos de hacerlo, pero él aún dentro de mí, me dijo algo, que creo se había tenido guardado todo este tiempo.

–¡Perdóname mi amor por provocarte todo este sufrimiento! –lo miré indecisa y acaricié su cabello de fibras de oro.

–No tengo de qué perdonarte Edward, por ti he vivido los momentos más lindo de mi vida y he sentido las emociones más al límite, que jamás pensé que sentiría –respondí desde el alma.

Edward acarició mi rostro con ternura y opté por pararme, ya no estábamos enfriando. Él corrió a buscarme otro pijama, terminó de secarme con la toalla, como todo un ritual y finalmente, fue a buscar el secador de pelo, que había comprado especialmente para mí, porque él no usaba. Sequé mi pelo, mientras él me observaba con ternura. Hasta que yo le planteé una duda, que se había originado cuando se puso el preservativo.

–Edward ¿Por qué nunca usaste condón conmigo? –algo en eso me molestaba.

–No sé, lo tuyo era diferente. Tú primera vez con preservativo, no sé, me da la impresión de que no iba a funcionar –sonrió con culpa.

–Y ¿Después? –insistí.

–No sé, creo que es mucho más rico, así sin nada –volvió a sonreír, pero su respuesta no me convencía, pero agregó– además, como nunca me dijiste nada, pensé que tomabas pastillas.

–¿Pastillas? ¡Nunca te dije eso, ni cerca! –exclamé algo airada y continué– lamentablemente no era como tus amigas preparadas para el sexo -sonreí irónica- creo que tu seguridad me jugó una mala pasada.

Corté el secador de pelo y salí del cuarto de baño, pero no le hablé más, porque una inmensa rabia comenzó a surgir en mí.

Capítulo 21: La triste verdad Capítulo 23: Vidas separadas

 
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