Nos fuimos, pero sólo Jasper se fue con nosotros porque habían salido juntos. Me iba a subir atrás pero Jasper me cedió el asiento del copiloto, aunque en realidad hubiese preferido irme atrás, porque Edward tenía una cara ¡Uf! Qué nunca se la había visto. Serio, parco y no habló nada, me sentí muy incómoda. Además, aún le quedaban rezagos de sangre y la cara ya se le estaba poniendo colorada, no tenía buen aspecto, para nada…
El amigo de Edward, iba atrás, algo serio también, pero no tanto como él. Pasamos a dejarlo, se despidieron y luego, no fue con dirección a su departamento como yo pensaba, sino que a mi casa. Todo el rato con un rostro de tres metros y mirando sólo hacia delante sin dirigirme ni media palabra.
Como era más que evidente que los ánimos nos estaban para conversar, obviamente, opté por mirar por la ventana y nada más. Estábamos próximos a mi casa, cuando veo que fuera de ella, está estacionado el auto de Andrew. Mordí mi labio inferior muy nerviosa ¿Qué haría? Edward, bajó la velocidad y me miró, aún molesto.
–Está tu noviecito esperándote ¿Quieres bajarte aquí? –me miró con cara de no puedes ser tan tonta.
–No sé…–boté aire indecisa.
Por fin detuvo el auto.
–¿Qué onda Bella? Y ¿Lo dudas? No lo puedo creer –negó con la cabeza.
–No es eso Edward, pero todo se puede complicar más si no me bajo. Además, ya nos debe haber visto, tu auto no es muy discreto que digamos –aporté con las palabras atropelladas.
–Y ¿Ahora me dirás que le tienes miedo? –se le desfiguró el rostro.
–¡Es que reaccionó tan mal! –insistí.
–Esto es insólito Bella, en verdad no lo creo y ¿Qué harás? –fue categórico.
Barajé las posibilidades de qué pasaría si me bajaba en ese instante y no eran muy buenas. En las condiciones en que estaba Andrew, era capaz hasta de pegarme y por supuesto, Edward no lo permitiría y de nuevo ardería Troya.
–Me voy contigo… –susurré.
–Por un momento pensé que te habían bloqueado el raciocinio –fue muy denso y me piqué.
–¿Me estás diciendo que soy tonta? –le grité con furia.
–No he dicho eso… –contestó brusco.
Retrocedió y dio vuelta en u. El motor del auto rugió y partió a todo lo que daba el motor. Debo reconocer que conducía bastante bien, pero no era semi-dios para que no le pasara nada y podíamos chocar.
–¿Puedes disminuir la velocidad? –grité media histérica– a veces eres tan riesgoso como Andrew.
–¿En serio lo crees? –frenó bruscamente, creo que si no hubiese ido con cinturón, quedaría estampada en el parabrisas.
–¡Idiota! –le grité.
Ahora anduvo más lento.
–¡Perdona! –dijo algo arrepentido, pero sin mirarme.
Camino a su departamento, sonó mi móvil, era Andrew. Miré indecisa no sabía si contestar o no, hasta que finalmente lo hice. Por el otro lado, oí una voz angustiada.
–¡Disculpa Bella! –aún estaba frenético.
–No es un buen momento para hablar Andrew…
–¿Por qué te vas con ese imbécil? –insistía agresivo y al borde de los gritos.
–Hablaremos otro día –corté.
Miré a Edward y él enarcó una ceja.
–¡Hablaremos otro día! –me remedó burlesco.
–¡Estás insoportable Edward! Te desconozco… –dije desilusionada.
Llegamos por fin a su estacionamiento y antes de que bajara, me tomó por la mano con ansias.
–Y ¿Qué esperabas? Pones en riesgo tu vida cada vez que puedes: con exceso de alcohol, amigos que no son tal, competencias de autos clandestinas y ahora un novio drogo ¡Lo que faltaba! –fue honesto y duro.
–Bueno, sí soy tan desagradable y estúpida ¿Por qué insistes en estar conmigo? –fui directa, realmente me dolían sus palabras.
Puso su mano tibia en mi rostro y acarició mi piel, mientras sus ojos de miel se enternecían.
–Simple ¡Porque te amo! Y moriría si te pasara algo, prefiero no tenerte conmigo, pero saber que estás bien –humedeció sus labios involuntariamente.
Ante su señal y aunque no lo fuera, no pude contener las ganas de besarlo y acerqué mis labios a los suyos, tibios, suaves y una boca que me daba los besos más deliciosos que había probado en mi vida. Fue dulce y sutil, pero no quería dejar de besarlo. Hasta que él me miró con el rostro iluminado.
–¿Vamos? Ya está amaneciendo… –dio una excusa tonta.
Sonreí y asentí. Subimos a su departamento, ahora en el piso 20, y un silencio incómodo nos acompañó en el ascensor. Llegamos, abrió la puerta y ¡Guau! Era cien mil veces más grande y lindo.
–¡Uf! Qué buenos auspiciadores tienes Edward –exclamé impresionada.
–Sí, es lindo –parecía no llamarle la atención, él parecía estar acostumbrado a este tipo de lujos y más…
–Y ¿Por qué te cambiaste? –pregunté curiosa.
–Es que el otro departamento se hizo pequeño para recibir tantos amigos –sonrió.
–¿De verdad? ¡Uf! ¡Yo lo encontraba buenísimo! Alucinaría tener uno como el otro tan sólo para mí –fui sincera.
–Y ¿Cómo este? ¿Acaso este no te gusta? –se acercó a mí, provocando que mi respiración se agitara.
–Sí, pero es mucho, quizás… –contesté, mientras Edward acercaba más aún su rostro al mío.
–¡Qué lástima! –dijo desilusionado, pero con una gran sonrisa en los labios.
–¿Por qué? –respondí inocente.
–Porque me encantaría compartirlo contigo… –sus palabras hicieron que mi pecho se contrajera.
No contesté, pensé que no había oído bien ¿Quería compartirlo conmigo? ¿Qué significaba eso? ¡Uf! Me pasé mil y un rollos, pero todos demasiado fantásticos para ser ciertos.
Lo miré inquieta…
–¿Qué pasó? –curvó sus labios y su ojos resplandecieron.
–¡Nada! –como le iba a decir que me había ilusionado con lo que acaba de decir ¡Era absurdo!
Inspiró hondo, me miró como lo estuvieran torturando al verme y luego, partió a la cocina a buscar un paño lleno de hielos. Cuando lo vi, solito, poniéndose ese bulto frío en la cara para deshincharla, me enterneció sobre manera, además, había sido mi culpa.
–¡Acuéstate! –le ordené tiernamente, mientras ponía un cojín en su cabeza.
Se acomodó en la alfombra y yo me arrodillé a su lado para afirma el hielo.
–¿Te duele mucho?
–Un poco, más que doler, siento afiebrado –sonrió.
–¡Qué idiota! ¿Cómo te fue a pegar? –dije incrédula entre suspiros.
–Bueno, tú te acabas de responder –respondió con una bella sonrisa.
–¡Perdóname por meterte en problemas Edward! –fui honesta.
–Sin embargo, me llevé la mejor parte ¡Ahora estás conmigo! –dijo con una morisqueta irónica y una mirada perversa.
–¿Siempre lo planificaste? –le di un golpecito en el brazo.
–¡No! Créeme que esta vez fue casual –me guiñó un ojo.
–Edward… –saqué el paño con los hielos y besé sus labios que ahora estaban fríos.
Él me tomó por la cintura y poco a poco me fue acomodando a su lado, aprisionándome por las caderas y finalmente, acomodándome encima de él. Mientras me abrazaba frenético.
–Eres tan hermosa –corrió un mechón de mi cabello por detrás de mi oreja.
–Tú eres el ser más lindo que he conocido en mi vida –lo besé por debajo del mentón y cerró los ojos automáticamente.
Nuestros besos eran ansiosos, pero no por eso, dejábamos de disfrutar. Él bajó sus manos a mis glúteos y yo acariciaba su cuello, sin dejar de juguetear con su lengua y labios.
–Oye, me paró en seco…
–¿Qué? –exclamé entre besos ya más subidos de tono.
–Necesito que aclaremos algo –insistió.
Corté el beso de inmediato.
–Te escucho –me hice hacia un lado y él se paró, sentándose con la espalda apoyada en el sofá.
–Es sobre Tanya… –ahora sí se puso serio.
–¿La mujer del otro día?
–Sí –inspiró tomando valentía y continuó– bueno, prefiero decirte yo antes de que te vayan con cuentos –lo que venía era complicado, ya lo presentía.
–¿Qué tipo de cuentos? –enarqué una ceja, esto no me estaba gustando.
–Mira, es cierto, yo anduve con ella parte de este tiempo que estuvimos distanciados –estaba complicado.
–¿Te acostaste con ella? –pregunté de inmediato.
–¿Qué crees tú? –sabía que le costaba responder.
–Que sí –advertí desilusionada.
–Es verdad…
De manera instintiva me corrí de su lado.
–¿Qué pasó? –dijo nervioso.
–Es que… ¡No! ¡Eso no me gusta! No puedo dejar de imaginarlos –fui sincera.
–Bella ¡Escúchame! –capturó mi rostro entre sus manos– Jamás, nunca, y grábatelo bien, nunca sentí por ella lo que he sentido por ti –parecía sincero.
–¿De verdad? –pregunté algo tímida.
–¡Te lo juro! –posó sus labios sobre los míos levemente y luego, me miró suspicaz– y debo pensar que tu también tu viste relaciones con tu ¿Novio? –sus ojos ámbar se solidificaron y esperaron expectante la respuesta.
–¿Qué crees tú? –evadí la pregunta.
–Con lo que me dijiste de que ahora tomabas pastillas, me quedó clarísimo, aunque tenía la esperanza tonta de que no fuera así –sonrió y miró hacia la alfombra.
–¿Cuándo te dije lo de las pastillas? –exclamé sorprendida, pero de inmediato recordé y sonreí, pero él se me adelantó.
–¿No te acuerdas de las cosas que dices cuándo haces el amor? –me estómago se contrajo tan sólo con la idea.
–Creo… –sonreí avergonzada.
–¡Uf! Eso es peligroso, quiere decir que lo que dices en ese momento puede que no sea cierto… –dijo algo serio, pero aún sonreía.
–Eeeeh, no es eso… –sentía el rostro fucsia.
–¡Más vale que sea verdad! Porque todo lo que yo digo, sí me acuerdo y es muy, muy cierto –se acercó a mí y entreabrió mis labios con los suyos.
–Entonces ¿Aún me amas? –sentía que mi corazón explotaría.
–Mucho más que eso mi vida…-su mirada se clarificó aún más, mostrándome su alma.
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