Energía al Límite (+18)

Autor: angiie0103
Género: Romance
Fecha Creación: 24/04/2012
Fecha Actualización: 24/06/2012
Finalizado: SI
Votos: 6
Comentarios: 60
Visitas: 63189
Capítulos: 37

Bella es una adolescente que vive la vida al máximo, se deja llevar por los vicios y sus hormonas. Un día conoce a Edward, quien la tratara de alejar de ese mundo perverso. 


Bueno, primero que nada, esta es una historia original de Daddy's Little Cannibal, que por cierto adoré! Y me vi en la obligación de traducir...

 

 

Esta historia no me pertenece, la autora es Daddys Little yo solo traduci que quede bien claro

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Capítulo 24: Una vida para olvidarte?

Nunca entendí bien porque ella me dejó. Intenté hacerlo todo por sacar adelante nuestro noviazgo, pero creo, y con justa razón, que Bella no había sido capaz de superar el aborto. Había sido horrible, yo tampoco lo podía olvidar, sin embargo, era a ella a quien habían intervenido y sentía muchísima más culpa porque no se dio cuenta de que la llevaban al matadero de su propio hijo. Jamás se imaginó que a manos de su madre moriría nuestro pequeño, fruto de este maravilloso amor…

En un principio ella sólo dormía, creo que en parte eran las pastillas y también, estaba con depresión por lo sucesos terribles. Yo la amaba y hubiese seguido con ella el resto de mi vida. Creo que aún la amo, demasiado, a pesar de que había pasado cinco meses desde nuestro término. Lo que me daba más rabia es que Reneé logró su objetivo y nos separó, ella me lo juró, y así había sido, cada uno por su lado.

Me sentía tan solo cuando ella me dejó, no quería saber nada de nadie tampoco, era contradictorio. Recuerdo que Alice llegó en una visita intempestiva, creo que para ver cómo seguía todo, y llegó, justo en el momento en que más la necesitaba. Se cumplía una semana desde que habíamos terminado con Bella y eso me destrozó el alma. Nunca imaginé siquiera, lo que significaba amar, era, creo, mi primer amor y no la olvidaría jamás, pasaran meses o años. Ella siempre ocuparía un sitial muy importante en mi corazón.

Alice llegó ese lunes en la noche. De repente oí el timbre y con pocas ganas me levanté. Ella tenía llaves, pero era muy respetuosa, porque probablemente pensó que estaba con Bella. En cuanto la vi, me dio un fuerte abrazo y preguntó enseguida.

–¿Estás ocupado? –sonrió algo pícara, pero creo que mis ojos pagados le dijeron todo.

Fui a buscar unas tazas de café y nos sentamos en la alfombra del living, como lo hacíamos cuando vivíamos juntos. No sabía cómo empezar, pero mi hermanita era la mejor terapeuta que uno puede tener y hacía las preguntas precisas, sin parecer entrometida.

–¿Qué pasó? ¿Cómo está Bella? –fue lo primero que me preguntó con dulzura.

–Terminó conmigo –no pude evitar que mis ojos se llenaran de lágrimas, aunque intenté contenerme.

–¿Por qué? –no parecía impresionada.

–No sé –ella secó una de mis lágrimas con ternura.

–Edward… mira, he estado averiguando sobre casos de abortos y la verdad es que la mayoría de las mujeres quedan muy afectadas. Es muy, pero muy difícil de superar. Imagínate en el caso de Bella, ella sólo tiene 17 años, su mamá es su peor enemiga, amigas, amigas, al parecer no tiene… debe estar muy desorientada… –acarició mi rostro.

–Pero ¡Yo la amo! En verdad la amo, yo la cuidaría, te juro que si tuviera un año más le pediría que se casara conmigo… no me importa que nuestros padres se enojen. Trabajo y termino de estudiar, no sé, haría cualquier cosa con tal de volver a estar con ella –ahora hablaba entre sollozos y Alice me escuchaba con paciencia, sin recriminaciones ni charlas de vida, tan sólo me oía e intentaba comprenderme.

–Hermanito querido me da tanta pena verte así, pero el amor es así, el verdadero al menos, se sufre si no somos correspondidos ¿Te duele aquí cierto? –puso su pequeña mano en mi corazón y ejerció presión.

–Sí –contesté igual que un niño y me acomodé en sus piernas, mientras ella acariciaba mi cabello.

–Todo pasará Edward, de verdad, tranquilo mi pequeño –besó mi frente y creo que me dormí por unos instantes, porque Alice me despertó y tal como si fuera un infante de cinco años, me acompañó hasta la cama y acarició mi cabello hasta que me dormí nuevamente.

La visita y las palabras de Alice me reconfortaron bastante, al menos, para seguir mi vida normal e ir a estudiar. El viernes de esa semana se fue, por mí se hubiese quedado ¡Ella era una mezcla entre amiga y madre! No podía tener mejor confidente.

Fui a mi dormitorio y saqué todas las cosas que me hacían recordarla: sus pijamas,

algunas cosas de perfumería, su escobilla de dientes –era muy linda, tenía forma de sirenita, jajaja–; tenía el corazón destrozado, ella era mi vida. El amor es traicionero, hace que de la vida plena, en segundos desees estar muerto. Y así es, aunque no lo quisiera, porque cuando volví ese día en que ella me dejó, lloré y sentí que moriría ¿Qué sería de mi vida sin ella? Nada, no lo podía imaginar, porque Bella se había convertido en mi mundo…

Después de la tercera semana ya decidí que carretear sería lo mejor que me podía pasar, era la única manera de olvidarme, en parte, de lo que había pasado. Ese jueves, después de clases nos vinimos todos a mi casa, como lo hacía antes de Bella. Estuvo bastante entretenido, incluso apareció hasta Kristen y me pidió disculpas por la cachetada de la última vez que nos habíamos visto, sin embargo, yo no sentía nada, absolutamente nada por ella, pero estuvo bien, aclarar las cosas siempre es bueno.

Cuando eran casi las ocho, vi que James hizo un par de llamadas, invitando a más gente, pero no tomé atención, uno o dos más, francamente daba lo mismo. Sin embargo, para mi sorpresa la persona que llegó era Joyce, la amiga de Bella, pero jamás me habló de ella, en absoluto, conversamos un montón de banalidades, pero nadie preguntó nada, probablemente James le había advertido.

Poco rato después, llegó Tanya, obvio, invitada también por James. No parecía enojada por lo de la última vez, todo lo contrario. La mayoría se fue, porque era tarde y yo me quedé conversando con Tanya en el living. James no demoró en desaparecer con Joyce, y se fueron a uno de los dormitorios, que procuré, por higiene, que no fuera el mío.

La noche ya estaba encima y Tanya no dejaba de seducirme, y debo confesarlo, estaba débil. Ella se levantó a la cocina y yo la seguí, creo que lo hizo a propósito. Entré y ella cerró la puerta, me dio un largo y lujurioso beso. Yo obvio, respondí. Llevaba el cabello en una cola y ella misma lo desarmó. Bajé mis manos a sus pechos y los acaricié con demasiada energía. Sus caderas eran redondas y bien definidas, al igual que su trasero. Mis manos viajaron por todo su cuerpo y ella jamás se opuso, más bien, todo lo contrario. La aferré con fuerza por la cintura y la llevé a mi cuarto. Cerré con llave e inmediatamente le quité la polera, y luego desabroché su corpiño, dejando libre sus pechos de aureolas rosadas, y más grandes que los de Bella –las comparaciones eran inevitables–, tomé sus senos entre mis manos y los besé. Acto seguido, saqué sus jeans, conjuntamente con sus pantaletas negras, muy sexies. No esperé a que ella sacara mi polera y yo mismo la tiré al suelo. Sin embargo, sus hábiles manos de mujer experta, desabrochó mi cinturón, casi sin que yo me diera cuenta, al igual que bajó mis pantalones. Sola se recostó sobre mi cama y me llamó, era tremendamente atractiva.

Estaba dispuesto a hacerla mía, cuando me acordé de un gran detalle, que ya jamás pasaría por alto: el preservativo, obvio. Lo acomodé bien y me introduje en ella para sentir su tibieza y suavidad. Sus quejidos aumentaban en intensidad y frecuencia, al igual que los míos, sin embargo, en el momento del clímax, sobre todas las cosas del mundo deseé que fuera Bella la que estaba ahí, y cuando bajé a tierra y vi a Tanya, me sentí algo desilusionado, pero intenté que ella no lo notara.

Me vestí y fui por un par de vasos de jugos a la cocina. Giré mi cabeza y ahí estaba Joyce, con una gran sonrisa y picardía en los ojos.

–Y ¿James? –pregunté.

–Recuperándose, tal como lo estás haciendo tú –dijo con una gran sonrisa burlesca y yo, casi me atraganto con el jugo ante sus palabras.

–¡Qué bien! –intenté no parecer impresionado ante sus dichos.

–Y ¿Bella? ¿Qué pasó con mi amiga? –dijo entre risas.

–Terminamos –fui seco.

–¿Terminamos? Tú sabes que cuándo dicen terminamos es porque te han pateado ¿Cierto? Y es una lástima, un chico tan buen mozo, mmmm, yo no lo dejaría suelto por ahí –susurró a mi oído.

Menos mal llegó James en ese instante y me quedó mirando medio raro. Después supe que era por la conversación que habíamos tenido con Joyce. Él sabía que ella era bastante peligrosa y no controlaba sus hormonas, pero en realidad, su descaro le impactó, lo malo era que ella realmente le gustaba, fuera como fuera.

Volví al dormitorio y Tanya estaba vestida, sólo con una polerita corta y calzones. Me sentí algo incómodo en un principio, pero ¿Qué iba a hacer? Una descortesía más como la de la otra vez no me lo perdonaría jamás. Le entregué su vaso de jugo y esta vez le pregunté.

–¿Quieres que te vaya a dejar? –intenté ser cortés.

–Ahora me estas echando –enarcó una ceja.

–No, en absoluto, es sólo que es tarde –intenté excusarme.

–Pero yo no he terminado contigo Edward, aún no me saco la espinita de la vez pasada –fue muy sensual y ya tenía puesta su mano en mi masculinidad.

Finalmente ese día la fui a dejar en la madrugada. Con Tanya continuamos saliendo, ella me gustaba, pero no se parecía, ni le llegaba a los talones a mi relación con Bella. Esto era para intentar sacar el otro clavo. Entremedio, incluso tuve algunos filtreos con otras amigas de James, pero a estas alturas todo daba lo mismo.

Una noche, un par de semanas después, decidimos ir a bailar el mismo grupito de siempre, incluyendo a Tanya. Llegamos cerca de la una, y ella no me dejaba casi respirar, me tenía en todo momento a su lado. En cuanto llegamos a "La Cueva" mi corazón se comprimió, era inevitable pensar en Bella, o lo peor, me podía encontrar con ella, pero debía enfrentarlo.

Entramos y caminamos hacia un lugar donde siempre nos acomodábamos, pero cuando pasé por un costado de la pista de baile, no pude, no sé por qué, obviar mirar hacia el lado, era como si me hubiesen llamado. Observé con detención y ahí estaba ella, besándose con su amigo de la barra. Sentí una gran desilusión, era traición pura, me dejaba y ahora se iba con otro, si no quería nada con nadie ¿Por qué estaba con él? Después, en toda la noche no fui capaz de despegar mi vista de donde estaba ella, sin embargo, un minuto que la perdí, por la intromisión de Tanya, sentí que me empujaron y una suave voz me dijo.

–¡Perdona! –miré de reojo y la reconocí, por unos segundos, quise tomarla en mis brazos y capturarla, para poder amarla, pero enseguida vi que iba de la mano de su amigo. Por un momento sentí que la odiaba.

–No hay problema –fue la única manera que se me ocurrió para ignorarla, pero para

peor, él la besó en los labios y se notaba feliz de tenerla a su lado ¡Quién no! Yo moría por ser él, en ese instante.

Una semana después, James me entregó un sobre cerrado, que se lo había entregado Joyce ¡Eran las llaves de mi departamento! Y sabía perfectamente quién las había enviado, no era necesario que me lo dijeran. Miré bien, haber si tenía alguna nota, una pizca de ella, pero nada, era el sobre frío y con las llaves dentro, pero nada más. Con esto supe que nuestro amor estaba absolutamente destrozado y no había modo de remediarlo, porque honestamente, hasta ese día, albergaba la esperanza de volver a estar con mi vida.

Mi relación con Tanya continuó, pero nada formal, era más bien clandestino, aunque ella se esforzaba por revertir la situación, a toda costa quería ser mi novia, aunque yo le había dado reiteradas señales de que no estaba interesado en un noviazgo, ni nada parecido. No había pasado ni un solo día en que no la recordara, en cuanto me levantaba, al volver de la universidad, en la noche antes de dormir o al acostarme con Tanya. Ella seguía intacta en mi mente, mi alma y mi corazón.

Un viernes cualquiera, llegaron todos mis compañeros y empezamos el carrete como a la diez de la mañana y en medio de ese gentío apareció Joyce, como ya era habitual, porque andaba de punto fijo con James. Ese día, ya en la tarde, nos quedamos conversando. Ella estaba bien y yo, me había tomado un par de cervezas de más. Pero, ahora, como nunca en todo este tiempo, fue directo a la herida.

–¿Has hablado con Bella? –preguntó seria.

–No, desde que terminamos nunca más –eso me dolía mucho, a veces moría, sólo por oír su dulce voz.

–Ella está de novia –soltó una leve risa irónica. Inspiré hondo y por fin pude articular algunas palabras.

–¿En serio? –sentía que el mundo se me venía al suelo.

–Sí, con Andrew. Él es un buen chico, está bien para ella: es tres años mayor, estudia y trabaja –continuó pero no la seguí escuchando ¡Qué rabia! ¡Qué comentario más estúpido!

–¡Qué bueno! –fui cínico.

–Además, la mamá de Bella lo adora ¿Lo puedes creer? Después de que les hizo la vida imposible a ustedes dos –fue malévola.

–Sabes Joyce, no me interesa hablar de Bella ¿Podemos cambiar el tema? –exigí molesto.

–¡Uf! Parece que ese corazoncito aún está herido –curvó sus labios en una sonrisa.

–De verdad ¡Basta! –casi me pongo de pie, pero justo llegó James a buscarla ¡Menos mal! Pero, antes de irse me susurró al oído.

–Ella aún te ama… –me guiñó un ojo y se fue.

Sus palabras me quedaron dando vueltas en la cabeza ¿Sería verdad? Una ola de esperanza vana vino a mi mente ¡Oh, no! Lo descarté de inmediato, sino, estaría conmigo. Agradecí en ese momento que Tanya no estuviera, porque realmente añoraba a Bella y no quería estar con nadie más en este minuto.

Me metí a la ducha y me preparé para salir. Miré el móvil y tenía una llamada perdida de Tanya. No se la devolví, algo me decía que hoy tenía que salir solo.

Tomé las llaves del auto y cerca de las doce me fui a "La Cueva del Ratón". Saludé a Josh y él me preguntó por Tanya.

–Y ¿Tu nueva adquisición? –soltó una carcajada.

–¿Tanya? –sonreí.

–Si la barbie, entre rubia y colorina –hizo un gesto que, francamente estaba para su cena. A lo menos le tenía ganas.

Solté una carcajada y luego, dudé en preguntarle si había visto a Bella. Después lo pensé bien y desistí, porque ella andaba con el gallo de la barra, que trabajaba aquí. Jamás me diría la verdad…

Entré pasado de revoluciones, por el carrete del día y me senté en un lugar medio oscuro, a mirar si la veía. En un principio observé la barra y ahí estaba él, pero Bella, por ningún lado. Continué expectante por si aparecía. Ya habían pasado más de dos horas y Tanya no había dejado de insistir, pero no le contesté.

Me levanté al baño y cuando salí, la vi, estaba parada a un costado de la guardarropía, creo que estaba esperando dejar sus cosas, cuando me decidí a interceptarla. La tomé por la espalda y la arrastré hacia un pasillo a la nada, pero que estaba más sombrío. En

un principio, parece que no me reconoció, es más pensó que era su novio, pero en seguida se dio vuelta y me miró inquieta, con los ojos desorbitados, pero yo la tenía aprisionada contra una puerta, así que nadie la vería.

–Tengo que hablar contigo –puse mis labios muy cerca de los suyos– te espero afuera.

–¿Qué te dice que iré? –se molestó, fue desafiante, pero sentía su respiración agitada por la tensión.

–Mi instinto –sonreí y posé levemente mis labios en los suyos.

Salí rápidamente y la esperé a un costado de la discotheque. Miré el reloj, ansioso, creo que si no hubiese estado medio prendido jamás la habría abordado de ese modo, pero el trago más las palabras de Joyce, hicieron que me decidiera a buscarla. No salía nunca y yo la esperaba detrás de un auto. Pasaron diez, quince y veinte minutos, hasta que de repente vi que ella miraba para todos lados, algo indecisa. No podía perder tiempo, de lo contrario se arrepentiría. Salí de la oscuridad, la tomé de la mano y la arrastré con decisión.

–¡Ven! –le dije entre murmullos, pero con voz firme.

Bella me miraba inquieta, sé que no estaba segura de lo que hacía. La llevé a mi coche, abrí su puerta, luego la mía y cuando estuve en frente de ella, continué.

–¿Podemos ir a un lugar dónde no nos tengamos que esconder? –pregunté inseguro, temía que dijera que no y se fuera.

–¿Dónde Edward? –su dulce voz estaba dubitativa.

–A mi departamento…

–No sé…, no creo que sea lo mejor… –mordió su labio inferior, pero eso fue la señal para decirme a hacerlo.

–¡Anda Bella! –intenté persuadirla, porque sabía que faltaba sólo un poco.

Asintió con la cabeza. No perdí tiempo y puse a andar el motor de mi Volvo, que en estos instantes agradecía que fuera tan veloz. Estaba muy ansioso y creo que ella también, porque no había hablado nada en todo el camino. Llegamos al subterráneo y una vez en el ascensor, ella pareció arrepentirse.

–Edward, no creo, esto no está bien –me suplicó con los ojos.

–Por favor, dame unos minutos, tan solo unos cuantos –le rogué desde las entrañas.

Entramos y ella se quedó apostada en el umbral de la puerta. Mientras yo encendía la lámpara.

–Vamos, no te quedes ahí, pasa –intenté ser cortés.

Sentí pánico de que estuviese tan cerca de la puerta, en cualquier momento se arrancaría de mí y eso era lo último que quería.

–¿Quieres algo? –ofrecí nervioso.

–Agua –fue lo único que articuló.

Casi corrí a la cocina y saqué un vaso, le puse agua y un par de hielos, pero me di cuenta que cuando lo llevaba, mi mano temblaba, así que tragué saliva, inspiré profundo y salí.

–Toma –lo dejé en sus manos rápido, no quería que ella notara mi ansiedad.

Le dio un gran sorbo al vaso y lo dejo en la mesa lateral. Sentía que mi corazón iba a explotar al estar ahí con ella. Nos quedamos mirando y sus dientes castañeaban levemente, pero no hacía una gota de frío, por lo que deduje que yo no era el único nervioso. Alcé mi mano y acaricié su rostro con suavidad ¡Amaba esa piel, esos ojos y esa maravillosa boca! Ella no se opuso, más bien, se quedó quieta y cerró los párpados cuando la toqué. Eso era un buen indicio.

Mojé mis labios instintivamente y entreabrí los de ella. Mi corazón estallaría de emoción. Sentía que latía tan fuerte que hasta me causó algo de vergüenza.

Ella temblaba, al igual que yo. Nuestro beso fue pausado, pero cargado de ansías de amarnos. Podía sentir su lengua fina y suave y no podía dejar de besarla. Bella pasó sus manos por detrás de mi cuello y yo la aprisioné a mi cuerpo, casi al punto de fundirme en ella. Pasé mis manos por ese cabello que tanto amaba y bajé mis labios hacia su cuello, delgado y frágil. Se dejó, eso era lo mejor.

Mis manos ahora bajaron hacia sus pechos, firmes y adorables, e inmediatamente desabroché la blusa morada con que andaba. Besé sus hombros e inspiré su exquisito aroma que me enloquecía. Saqué su blusa y me contuve para no liberar sus pechos de inmediato. Ella me miraba y dejaba que yo la amara con desenfreno. Andaba con una pequeña mini, que no fue difícil de sacar, pero sí lo fueron sus botas. Quedó en ropa interior, una tanga azul y un sostén morado ¡Ella era así casual! ¡Por eso la amaba!

Bella acarició mi cuello y luego quitó mi polera y yo mismo saqué mis pantalones. La tomé por los muslos, como en los viejos tiempos, y ella cruzó sus piernas por detrás de mis caderas. Nuestras pelvis se rozaban, pero todavía no era tiempo, quería y necesitaba disfrutarla a concho. La llevé a la pieza de Alice, porque no quería que en la mía se encontrara con algo que le fuera a desagradar. Con sus tibias y pequeñas manos bajó mis boxer, frotando mi intimidad. Me miró con picardía y bajó sus labios a mi masculinidad, haciéndome sentir una de las mejores sensaciones que había sentido en mi vida. Ahora ella era toda una experta, eso estaba claro.

Liberé sus pechos y me los llevé a la boca, provocando que su piel se erizara, al igual que esos pequeños y rosados pezones que tanto amaba. Saqué su tanga y separé sus piernas para deleitarme con su parte más íntima, que tanto había extrañado. Oí que ella emitió un leve e insinuante quejido, que me excitó aún más. Quise incorporarme entre sus piernas, pero ella se sentó y me llevó a acomodarme, apoyando mi espalda en el respaldo de la cama.

¡Cuánto había añorado todo esto! Con su hermosa cabellera, suelta y perfecta, separó sus piernas, acomodándolas una a cada lado de mis caderas. Tomó mi masculinidad y la introdujo en ella. Su interior se daba paso para recibirme y la podía sentir, húmeda, tibia y suave ¡Esto era demasiado! Mi pecho se contraía ante tantas emociones juntas.

Mi respiración estaba errática y la suya también. Busqué sus deliciosos labios y mientras nuestros sexos se amaban, nuestras lenguas se encontraban, inquietas y desesperadas. En un minuto de lucidez le susurré al oído.

–Si quieres me pongo preservativo –dije contra mi voluntad, porque lo único que quería era estar dentro de ella. No quería salirme ni un segundo.

–No, ahora sí tomo pastillas –contestó, mientras intensificaba el movimiento de sus caderas.

Ella iba a decir algo, pero se arrepintió, pero no importó, ahora yo me arriesgué.

–¡Te amo Bella! –la aprisioné fuerte por las caderas.

–Y yo a ti Edward –exclamó entre quejidos y la voz entrecortada.

–Te siento tan mía mi vida –dije desde las entrañas.

–Yo soy tuya mi amor –buscó mi boca para posar sus labios fogosos en los míos.

Sentí que me volvía el alma al cuerpo, aunque fuera por algunos minutos. Yo era el hombre más feliz del mundo cuando estaba dentro de su mundo, que sentía era mío y de nadie más. Su espalda comenzó a sudar, al igual que su cuello. Pasé mi mano por él y elevé un poco su cabello, para aliviarla del calor, aunque era la sofocación más maravillosa que un ser humano puede imaginar. En cualquier momento llegaría a la gloria, sin previo aviso y así fue… su interior se comenzó a contraer y humedecer cada vez más, al igual que sus quejidos eran pocos controlados, la miré y me dejé llevar por ese momento divino. Desemboqué en su interior y no quería salir de ahí por ningún motivo.

Ella pareció desesperarse un momento y se paró con rapidez a coger su ropa interior. Me puse de pie y me propuse no dejarla ir por ningún motivo, no esta noche. La capturé en la entrada.

–No te vayas, te lo imploró Bella –fui un gusano.

–Yo tampoco me quiero ir, pero esto no está bien…

–¿Por qué no? ¡Si nos amamos! –cogí su rostro y le hablé casi al borde de la desesperación.

–Edward tu tienes tu vida y yo tengo la mía –dijo no convencida.

–Cuando tú me dejaste la mía se acabó. Tu eres mi vida Bella –la besé con todo el amor que había tenido contenido en estos instantes.

–Mi amor –me abrazó con ímpetu y sentí que comenzó a sollozar.

Capítulo 23: Vidas separadas Capítulo 25: Post Amor

 
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