Energía al Límite (+18)

Autor: angiie0103
Género: Romance
Fecha Creación: 24/04/2012
Fecha Actualización: 24/06/2012
Finalizado: SI
Votos: 6
Comentarios: 60
Visitas: 63190
Capítulos: 37

Bella es una adolescente que vive la vida al máximo, se deja llevar por los vicios y sus hormonas. Un día conoce a Edward, quien la tratara de alejar de ese mundo perverso. 


Bueno, primero que nada, esta es una historia original de Daddy's Little Cannibal, que por cierto adoré! Y me vi en la obligación de traducir...

 

 

Esta historia no me pertenece, la autora es Daddys Little yo solo traduci que quede bien claro

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Capítulo 25: Post Amor

Su amor me llenaba el alma de alegría, nadie más que Edward era capaz de hacerme suspirar, amar y desear tanto a una persona.

Estos cinco meses lejos de él habían sido difíciles, muy duros, lo único que aliviaba el dolor era Andrew. Tan apacible, cariñoso y atento, sin embargo, era imposible sentir por él lo que había sentido alguna vez por Edward.

Cuando se cumplieron dos meses desde que terminamos con Edward, y yo, ya tenía certeza de que esto no tenía ningún futuro, opté por devolverle las llaves de su departamento ¡Qué gratos recuerdos! ¿Cuántas veces no nos habíamos amado con demasiada intensidad? Jamás podría olvidar nuestros momentos juntos. Pensé en escribirle una nota, pero después me arrepentí ¿Qué le pondría? ¿Te amo? Aún no te puedo olvidar, aunque veo que tu sí —la imagen de él con esa mina me torturaba—, no, eso era absurdo y no quería hacer el loco. Saber que sin mí podía continuar, era en extremo doloroso.

Cada vez que recordaba al ahora, mi antiguo amor, sentía una extraña presión en el pecho, era una mezcla de nostalgia e impotencia de no poder retroceder el tiempo y volver con él. Ahora disfrutaría cada instante: su cálida sonrisa, esa maravillosa mirada que me traspasaba el alma, su inmenso amor y por qué no, tenerlo en mí. Esta pasión se negaba a morir, lo sentía en el alma, no en vano, una cosita hermosa se había formado en mí, fruto de nosotros dos y del amor que nos teníamos, aunque hubiese sido arrebatado de mis entrañas como mi amor por él.

El mismo día en que decidí devolverle las llaves, en señal del rompimiento definitivo de nuestro vínculo, de ese hilo invisible, pero más fuerte que el acero, para cerrar el capítulo de Edward, me junté con Andrew en la tarde. Fuimos al departamento, que compartía con una par de amigos, pero ese día estaba solo. Tomamos una taza de café y vino, lo inevitable.

Andrew era bastante sexy, no en vano tenía a toda esa tropa de mujeres locas por él. Resplandecían en su rostro unos bellos ojos azules, como también, una sonrisa perfecta; pelo castaño claro, con pequeñas ondas, a medio crecer, que le daban un toque medio artístico. Trabaja por las noches y estudiaba publicidad y, creo, por las adulaciones de sus compañeros, era bastante creativo. Incluso me tenía media convencida a mí de estudiar lo mismo y no era malo, porque como él iría unos cursos más arriba me podría ayudar con los trabajos, jejeje, bueno, pero para eso faltaban meses aún. Esa tarde me mostró un par de trabajos de la universidad y luego, compartimos algunas anécdotas de nuestras vidas, fue en ese minuto de confianza donde empezaron las preguntas más delicadas y donde, hasta ese entonces, Andrew no se había atrevida a hurguetear.

–Bella, mira si quieres me respondes, sino, no —sonrió muy transparente— pero ¿Aún estás muy afectada por lo de tu ex novio? —era complicado lo que realmente pasaba en mi interior, pero no quería dar lástima. Además, que si no salía me ayudaba a mí misma a salir de este pozo profundo, está claro, que nadie lo haría por mí.

–No –mentí– eso ya es cuento viejo –sonreí.

–¡Qué bueno! –exclamó él– porque tu me gustas mucho –sonrió y el rostro se le iluminó por completo.

Posó sus labios juveniles en los míos y dejó pasar su lengua tibia y agradable. Como mi recepción fue buena, él se acercó más a mí y comenzó a acariciar mi cabello, alborotándolo poco a poco. Crucé mis brazos por su cuello y me dejé llevar por el momento. Sus manos comenzaron a bajar lentamente, primero por mis pechos para continuar en mi parte más íntima. Mi reacción fue dejarlo, intentar disfrutar y besar su cuello soltura. Él sacó mi polera con un movimiento veloz, mientras humedecía mi sensible cuello con sus besos. El botón de mis jeans no tuvo resistencia y el del suyo, menos. Me cogió por la cintura, elevándome unos centímetros y me llevó a su cama, media desordenada, a diferencia de cómo Edward siempre mantenía la suya. Sacó un cojín de la cabecera y lo puso bajo mis caderas, para continuar, bajando hábilmente mis pantaletas fucsia. Volvió a mí y besó mis pechos, lamiéndolos y provocando que mi piel se erizara, casi por completo. Su piel rosada, iba incrementando su tono y se ponía más intensa. Separó mis piernas levemente y se dispuso a acomodarse entre ellas, pero me acordé de un detalle fundamental: preservativo.

–Andrew –dije ya excitada.

–¿Qué? –continuaba besando mis hombros y pechos.

–¿Tienes protección? –lo miré fijo.

–¡Uy! ¿En serio? –exclamó algo defraudado.

–Sí, o si no… –hice un gesto que lo dijo todo, porque él entendió de inmediato y estiró su mano a una de las mesitas de noche y sacó una caja roja con negro, y de adentro de ésta, cogió el mismo sobrecito metálico que sacó Edward la otra vez y que me revolvía las tripas, tan sólo de recordarlo.

Se puso de rodillas por unos instantes para ponerse el preservativo y volvió a acomodarse entre mis piernas, pero antes, tocó mi intimidad, introduciendo uno de sus dedos en mí para comprobar si estaba lo suficientemente húmeda. Al posarse sobre mí, mis piernas se separaron automáticamente y él introdujo su erección en mi interior. Sus movimientos fueron más lentos en un principio y no tardó en agitarse su respiración y su voz se fue deformando a medida que yo me excitaba. Esa sensación exquisita se comenzó a apoderar en mis entrañas y sentía que perdía el sentido del tiempo y el espacio, por unos instantes, hasta que oí que el gruñía con muchísima intensidad. Lo miré y sentí una gran desilusión de que no fuera Edward quien estaba junto a mí ¡Era una lástima!

Tras ese día teníamos relaciones de manera regular, y por supuesto, para evitar incidentes, decidí ir al doctor y para que me recomendara pastillas anticonceptivas ¡Era lo más seguro! Sólo un par de veces, de puro prendidos lo hicimos sin látex, porque en la mayoría de las ocasiones prefería asegurarme.

El sexo era bueno, pero nada comparable con lo que había sentido con Edward, claro que esta comparación jamás la podría manifestar…

Reneé había bajado la guardia conmigo, y a pesar de que yo la ignoraba por completo, ella intentaba conciliar nuestra relación, aunque en el fondo, tenía muy claro que era imposible. Una tarde en que Andrew me fue a buscar, ella se adelantó y lo invitó a entrar y desde ese día se hicieron inseparables, lo que me producía sentimientos encontrados, porque era agradable no tener una lucha a muerte cada vez que tenía que salir, pero me dolía mucho, muchísimo, que jamás le hubiese dado una oportunidad a Edward, y ella, lo sabía.

Todo marchaba bien con Andrew hasta esa noche en la que él me abordó con su hálito a alcohol, estaba claro que estaba pasado de revoluciones, pero no me importó.

—Tengo que hablar contigo —pegó sus deliciosos labios cereza en los míos y mi corazón estallaría en cualquier instante— te espero afuera —continuó.

—¿Qué te dice que iré? —no podía controlar la ansiedad de mi respiración.

—Mi instinto —contestó él muy seguro y eso me molestó un poco.

Edward desapareció rápidamente, y yo quedé ahí, absorta ¿Debería ir? Y ¿Qué le diría a Andrew? Yo venía llegando, porque ese día el trabajaría hasta tarde y habíamos acordado que yo lo acompañaría y luego nos marcharíamos, juntos, a su departamento.

Sentí pánico de que Edward se estuviese burlando de mí, quizás me había visto bajar la guardia y cómo andaba medio prendido me había abordado.

Sin embargo, necesitaba verlo, aunque fuese unos minutos, serían suficientes para embriagarme en él y vivir un tiempo más, sin el pesar de no tenerlo conmigo.

Llegué donde Andrew y él salió de la barra tan contento como siempre. Posó sus labios sobre los míos y me dio un gran beso. Él estaba algo extraño, no sé, como más revolucionado, pero no ebrio. Estaba muy nerviosa y no quería que mis ansias me jugaran una mala pasada.

—Andrew me voy a devolver a la casa, porque no me siento del todo bien —mentí.

—¿Qué te pasó? —definitivamente estaba con los sentidos muy muy alertas.

—La cabeza, me duele… —insistí.

—Pero y ¿No me puedes esperar? —sus ojos se entristecieron.

—Creo que no, lo siento.

—Y ¿Cómo te irás? —fue suspicaz.

—Con un amigo…

—¿Un amigo? —enarcó una ceja y sonrió incrédulo.

—Sí, y puedo saber cómo se llama…

—Mmmm, no lo conoces.

—No me gusta nada, pero que le voy a hacer —hizo un gesto de desagrado.

—Andrew me tengo que ir, porque me están esperando —temía que Edward se marchara por lo tanto que me había demorado.

Él se acercó y me dio un fogoso beso y luego dijo:

—¡Pórtate bien! —me guiñó un ojo y volvió a la barra.

No respondí. Salí casi desesperada y comencé a mirar para todos lados, pensé que se había ido ¡Qué desilusión! Por algo pasan las cosas, me resigné con pena. De la nada sentí una mano tibia que me cogió con fuerzas y reconocí su voz de inmediato.

—¡Ven! —sentí que mi cuerpo se estremecía.

Él me propuso ir a su departamento, y yo tuve la magnífica idea de ir aceptar. No hablamos en todo el camino, yo miraba por la ventana sin dejar de morder mi labio inferior y él, creo me miraba de reojo.

Al llegar a su departamento, miles de recuerdos se vinieron a mi mente, sin pausa. Estaba muy ansiosa, pero no quería que él lo notara, pero era tarde, porque mis dientes comenzaron a castañear involuntariamente y no existía la excusa del frío, pero al ver su mano temblorosa cuando me entregó el vaso de agua, me tranquilicé en algo, él tenía tanto miedo como yo.

Nuestro encuentro fue inevitable, no podía negarme a él, era una cosa magnética e inexplicable. Aún lo amaba demasiado…

Cuando terminamos de hacerlo sentí pánico, terror de estar ahí, que esto fuera toda una artimaña, venganza, no sé, me pasé mil rollos que hicieron ponerme casi histérica. A diferencia de lo que pensaba, él me siguió y no dejó que saliera. Sus ojos eran sinceros y eso me retorció el estómago y no pude evitar llorar.

Lo abracé con fuerza, quería fundirme en su cuerpo tibio y perfecto. Edward tomó mi mentón con cariño y elevó mi vista a la suya.

—Bella ¡Te amo! ¡Te juro que te amo! —decía la borde las lágrimas.

—Edward… esto no… no funcionó… —mis entrañas se estremecieron ante esta aseveración.

—Bella… no… no mi vida, no te vayas —me rogó.

Me hice de tripas corazón, abrí esa puerta de madera fina y bloqueé mis sentimientos.

Caminé un par de horas, sin rumbo, hasta que me di cuenta que ya había amanecido hace un rato. Tomé un taxi y llegué a mi infierno personal. No podía dejar de pensar en él ¡Era tan maravilloso y distinto en todo! ¡Cuánto lo adoraba! Me acosté, pero antes, el sonido de aviso de mensaje en el móvil, me alertó ¡Andrew!

—Llámame cuándo llegues —fue todo.

Obvié el mensaje, ya eran casi las siete.

Desperté cerca de las once con unos golpecitos en mi puerta era Reneé, con el rostro iluminado.

—Tienes visita —me remeció levemente, ahora último era en extremo delicada conmigo.

—¿Quién? ¿A esta hora? —dije media somnolienta.

—Es Andrew, llegó cerca de las diez, lleva más de una hora esperándote, pero es tan amoroso, que me pidió que no te despertará de inmediato ¿Qué buen niño se ve?

La ignoré ¿Cómo lo hacía Andrew para no dormir nada? ¡Uf! Me bañé y salí con el pelo casi estilando. Llegué al comedor y Reneé le había dado desayuno y todo, eso me dio muchísima pica ¿Por qué nunca había hecho con Edward? ¡Qué injusta era!

Saludé a Andrew y en cuanto salió Reneé le pregunté.

—Y ¿Tú? ¿No duermes? —enarqué una ceja, impresionada.

—Por amor, hago lo que sea… —me besó con ansias— y ¿Cómo llegaste anoche? —sonrió inocente.

—Bien, gracias —en realidad aún tenía sueño.

—Pero aún tienes sueñito parece —agregó y acarició mi rostro.

—Un poco —si supiera que casi no había dormido en toda la noche ¡Uy!

—¿Quieres que vayamos a mi departamento? —me susurró al oído, demasiado cariñoso.

—En realidad, lo siento, pero no, estoy cansada y tengo tareas —ambas cosas eran ciertas, el ¿Por qué? Era el tema. Bueno y lo de los deberes, era cierto.

—¡Uf! ¡Ese ánimo Bella! Parece que te lateo —intentó persuadirme.

—No seas tontito, para nada —sonreí.

Andrew se quedó un par de horas más y yo, me encerré en mi dormitorio como era costumbre. Vi un par de tareas por Internet y luego, dormité un poco más, pero un llamado me despertó con susto. Era mi vida.

No contesté, aún no estaba del todo segura de qué haría. Me acosté temprano y el lunes fui a mi día normal de colegio. De vuelta, venía con las imágenes de nosotros dos —Edward y yo— plasmada en las neuronas, todavía lo amaba, eso era indiscutible, tan solo con recordarlo las mariposas se agitaban en mi panza. Iba directo a la micro, cuando, desvié mi camino. Mi cuerpo, casi involuntariamente, me llevó donde Edward.

Me bajé a tres cuadras, como lo hacía habitualmente cuando éramos novios y finalmente, tomé aire, intenté controlar mis nervios y entré al edificio. Como el conserje aún me recordaba —eso era muy bueno— pasé, sin previo aviso. Tomé el ascensor, con las manos sudadas por la ansiedad, sequé una de mis manos en mi pollera escolar y toqué el timbre. Nadie abrió enseguida, pensé que no estaba, pero era raro, el conserje me hubiese dicho, él siempre sabía todo. Me di media vuelta para irme, al parecer había sido mala idea, cuando Edward apareció en la puerta de su departamento, con su pelo desordenado, algo acalorado y ¿Pijama? Cuando me vio aparecer sus ojos de miel se abrieron como platos y dijo.

—¡Bella! —creo que no me esperaba.

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Capítulo 24: Una vida para olvidarte? Capítulo 26: Estupideces?

 
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