Me quedaba sólo un mes de clases, y curiosamente y contra todo pronóstico estaba egresando y con muy buenas notas, claro que la de los años anteriores no ayudaban mucho, pero en fin, en algo había repuntado. Ahora faltaba el puntaje de la prueba para entrar a la universidad y finalmente, debía decidir qué estudiar. Tenía dudas entre diseño gráfico, publicidad o periodismo, pero diseño era lo que más me tincaba, era más entretenido.
Edward insistía en que estudiara ingeniería al igual que él, aunque era absurdo, jamás me daría el puntaje, además, que era negada para las matemáticas. Por supuesto, él, era un mateo de nacimiento y yo una oveja negra, no había punto de comparación, en cambio, él había salido a los 16 años de colegio y ahora ya estaba pasando a su último año de Ingeniería Civil Industrial, más cabezona ¡Imposible! Desde ya, no sé si por la influencia de sus padres o por su gran prestigio, ya tenía ofertas de trabajo ¡Quién como él! Su vida ya estaba casi completamente hecha y decidida. La última oferta había sido de New York, pero la rechazó, creo que por mí.
Hace un par de meses cuando había insistido en que nos casáramos le recordé que yo aún era menor de edad, y que jamás, nunca, pero nunca, lo permitiría mi papá, por la nefasta influencia de Reneé y su odio parido a Edward, que jamás comprendí.
Yo lo amaba, como a nadie en mi vida, él era mi vida, mi razón de existir, era por quien amanecía, vivía, soñaba y dormía, realmente era una sensación tan poderosa que me costaba explicar. Su amor me envolvía en un mundo de fantasía y me hacía subsistir en esa burbuja construida por él, sólo para nosotros dos ¡Era fenomenal!
Aunque mi madre me contradecía, invité a Edward a mi fiesta de graduación, fue muy linda. Esa tarde, tibia de inicio de verano, me acomodé al lado de mis compañeros de curso, estábamos divididos en dos filas y nos sentamos frente a frente las dos columnas, dando espacio para el paso al escenario. Hubo discursos, lágrimas de emoción y una atmósfera cargada de nostalgia. Mi padre viajó, desde Washington, como poca veces lo había hecho y me acompañó ese día, menos mal, porque no quería subir con Reneé cuando me tocara recibir el diploma, aún no le perdonaba su traición, era una transición que llevaba por dentro.
El sol ya se había entrado y podía distinguir desde la esquina del salón a mi príncipe encantado, bello, perfecto y bastante contento con el término de esta etapa de mi vida. Cuando cada uno de los alumnos volvimos a nuestros lugares en cada una de las filas, nos entregaron una vela a cada uno y a medida que pasaban la lista por última vez, en cuanto mencionaban nuestros nombres sonaba un campanazo y luego, nosotros, debíamos apagar la vela ¡Eso fue muy lindo! Incluso tuve ganas de llorar.
Finalmente, cuando acabó la ceremonia, todos lanzamos nuestros gorros por el aire y nos abrazamos, con esa fraternidad única que sólo lo pueden entregar los compañeros de colegio, porque después uno se da cuenta que jamás harás amigos, como los que siembras en este etapa de la vida.
Mi padre estaba todo formal y me dio un gran abrazo y besote en la mejilla.
–¡Felicidades hija! –correspondí su abrazo, a pesar de que nuestra relación no era muy cercana.
Algo tímida se acercó Reneé e intentó hacer lo mismo que Charlie, pero yo la paré con un frío beso en la mejilla. Sus ojos celestes se entristecieron y eso me causó mucho dolor, me sentí culpable, sin embargo, al posar mis ojos en los de él, mi corazón se estremeció y corrí a sus brazos. Le di un gran abrazo y noté que un par de lágrimas de emoción cayeron por mis mejillas.
Esa mirada de miel me calaba hasta los huesos y sólo quería besarlo, así que, sin más demora, me lancé a su cuello y lo besé sin que me importara nadie más que… nuestro mundo. Su boca fue muy receptiva y me devolvió un cálido y dulce beso.
Cuando oí que ya todos se iban, volví del trance en el que me había sumido con Edward y él cogió del suelo un inmenso ramo de tulipanes damasco y rosas blancas, y me le dio con un gran abrazo.
–Estoy muy orgulloso de ti mi amor… –me dijo con los ojos cargados de emoción.
–Gracias por acompañarme Edward –posé delicadamente mis labios en los suyos de cereza fresca.
Finalmente mi padre se acercó a nosotros, carraspeando y saludó a Edward, bastante formal.
–Buenas tardes joven –le extendió la mano.
Edward, tuvo que zafar un mano desde mi cintura y extendérsela.
–Un gusto conocerlo… –dijo algo nervioso.
Reneé por supuesto, no se acercó. Caminamos juntos hasta el auto y yo me quise ir con Edward, pero mi padre se acercó y me dijo.
–Te llevaremos a cenar Bella –eso fue un "Edward no está invitado".
Sentí una punzada en mi pecho, Edward, era casi mi ángel de la guarda y ellos lo despreciaban, eso me dolía, yo lo amaba y quería compartir cada minuto con él, así que respondí.
–Eeeh, yo me iba con Edward –fui seca.
Sin embargo, vi la mirada noble de Edward, quien me susurró al oído.
–Bella, anda, mañana nos veremos nosotros –me guiñó un ojo, pero noté que quedó triste, no obstante, a petición de él, accedí.
La cena fue una fomedad, Reneé y Charlie casi no se hablaban y yo, escasamente le conversaba a mi padre. El silencio sepulcral entre los tres se rompió cuando Charlie, dio por hecho de que yo me iba a estudiar a la universidad –en tres meses más– donde él.
–¡No, yo no he dicho nada de eso! –exclamé alarmada.
–Es lo mejor… –agregó mi padre.
–¿Por qué? Para que no vea más a Edward ¿Cierto? –estaba desesperada y continué– papá, tú no lo conoces, deberías al menos darle la oportunidad… él es una excelente persona –sentí que ya estaba llorando.
–Me imagino que lo es –respondió Charlie intentando calmarme– pero, las universidades aquí son demasiado caras, por lo que, si no te vas conmigo, no podrás estudiar Bella ¿Es eso lo que quieres hija? –fue testarudo.
–Yo no me quiero ir –unas lágrimas tibias caían por mis mejillas.
–Bella, no hay opción –agregó Reneé.
–¡No me iré! –grité indignada y me paré de la mesa.
Mi padre salió tras de mí y me detuvo en la esquina.
–Bella ¡Cálmate! Piénsalo bien ¿Ok? Descansa esta noche y me contestas… –intentó ser dulce, pero se notaba a la legua, que en el fondo sólo quería persuadirme.
Reneé debía haberle hablado pestes de Edward, por eso Charlie también me quería separar de él. Mi corazón estaba comprimido y no podía ni siquiera imaginarme la idea de estar lejos de mi amor ¡Sería un tormento! ¡No lo podía permitir!
Charlie nos pasó a dejar a las dos. Me fui directo al dormitorio, pero antes, miré a Reneé, cargada de odio.
–¿Por qué me haces esto? –la increpé con lágrimas en los ojos.
–Aún eres muy chica para enamorarte Bella, te queda tanto por vivir… –sus ojos celestes se dulcificaron, pero yo sentía que me traicionaba.
–No sabes lo que dices –cerré la puerta de mi dormitorio y la ignoré.
No podía dejar de pensar ¿Qué sería de nuestras vidas separados? Yo lo amaba, estaba perdidamente enamorada de Edward, él era mi todo… Cerré los ojos y caí en las manos de Morfeo sin previo aviso, pero aún media somnolienta, tomé el móvil y escribí un mensaje para Edward.
Te amo
Lo envié y pude dormir en paz.
Al otro día, Charlie me llevó a almorzar, sin embargo, no insistió en el tema del día anterior, creo que esperaba que yo me pronunciara, cosa que no haría por ningún motivo. Su vuelo era las ocho, así a las seis y media me pasó a dejar.
Llegué a la casa, tomé una ducha y lo único que quería era ir a ver a mi amor ¡Ya lo extrañaba! Desde ayer, había quedado con ganas de estar con él, pero no pudimos, por eso ahora tenía preparada una sorpresa para él, que de seguro le encantaría.
Guardé todo en mi mochila y me fui a su encuentro, pero antes le advertí a Reneé.
–Llegó mañana –fui dura y ella negó con la cabeza, pero no dijo nada.
Ya estaba anocheciendo y mi corazón se exaltaba cada vez que lo vería. Inspiraba hondo y las mariposas danzantes, revoloteaban en mi estómago sin cesar. El camino a su departamento se me hizo eterno, lo único que quería era estar junto a él y amarlo, para eso y por eso, daría mi vida entera, no había nada, absolutamente nada que valiera más la pena.
Subí al piso veinte y toqué el timbre, porque llaves no tenía, a pesar de que Edward me las había ofrecido, es más, insistió, pero no quería repetir lo de la vez anterior, capaz que me trajera mala suerte.
En cuanto abrió me lancé a sus brazos y lo besé como si no lo hubiese visto en años, y él respondió igual. Seguimos besándonos hasta el comedor y noté que en la terraza, como era verano, tenía puesta la mesa con un par de velas, copas, un pequeño arreglo de flores blancas, servilletas rojas y platos blancos cuadrados, y a un costado, una mesa con toda la variedad de sushi que uno se pueda imaginar.
–¡Gracias! –lo miré con ternura.
–Te debía una cena por tu graduación ¿O no? –extendió sus labios en un cálida sonrisa.
Como siempre, tan galante y perfecto, me hizo pasar, sirvió unas copas de vino blanco, heladas y fragantes, las alzó y me miró con dulzura.
–Por la alumna más bella que ha salido de cuarto medio –sonrió y guiñó un ojo.
–Por el amor de mi vida –posé mis labios en los suyos y él inmediatamente los entreabrió, dejando pasar su lengua suave y húmeda.
Nuestras caricias comenzaron a ser más efusivas, hasta que Edward me miró y preguntó.
–¿No vas a probar el sushi? –no sé si quería un sí o un no.
–Mmmmm, déjame pensar, que será más rico…. Tú o el sushi…mmmm, creo que te prefiero a ti –contesté toda fogosa.
–Pero tenemos toda la noche –insistió.
–Es cierto, pero, muero por estar contigo –fui sincera.
–Yo también, pero sin logramos aguantar un ratito, puede ser aún mejor –inspiró hondo, intentando calmarse y continuó– además, dijiste que me tenías una sorpresa… –una luz de picardía se le fue a los ojos.
–Es verdad…
Lo dejé en paz un segundo y nos sentamos a comer, pero cada uno de los rolls se convirtió en una sensual cena. Nos bebimos la botella completa y luego, partí en busca de mi particular obsequio.
Fui al dormitorio de Alice y como estaba media arriba de la pelota, estaba más desinhibida. Lo único que le pedí a Edward era que pusiera unos cirios a un costado a cada uno de los lados de la alfombra y apagara las luces.
Maquillé mis ojos oscuros y saqué el traje de velos rosados, liviano, hasta los tobillos y en las caderas, puse un pañuelo de tono fucsia con unas bulliciosas monedas doradas. La parte de arriba era un corpiño también rosado, que tenía una especie de tela que caía hasta las muñecas. El pelo lo decoré con unas tiritas de fantasía doradas, que se incorporaban entre medio del cabello y le daban un brillo especial.
Llegué al living –mi escenario– y puse la música oriental ah doc. Comencé deslizando mis caderas levemente, y luego, a medida que aumentaba la intensidad de la música, las movía con mayor precisión y fuerza. Edward estaba atónito. Creo que las copas de vino me habían hecho bien.
Continué bailando un par de melodías más, para no aguantar más y lanzarme a sus brazos, mientras él sonreía de pura picardía.
–¿Dónde aprendiste eso? –parecía impresionado.
–¡Uf! En actividades extraprogramáticas obligatorias del colegio –reí– ¿Por qué? ¿No te gustó? –reí burlesca, por sus ojos sabía que le había encantado.
–¡Qué dices! ¡Casi me infartas! –sonrió aún descolocado.
–Mmmm ¡Qué bueno! Era parte del plan –guiñé un ojo.
–¿Qué, infartarme? –soltó una carcajada.
–No precisamente, pero al menos impresionarte –sonreí y le di un beso suave, pero lujurioso.
Me senté sobre sus piernas y separé las mías alrededor de las suyas. Toqué, leve y minuciosamente sus labios con los míos, en tanto su respiración se agitaba. Humedecí mis labios y saqué mi lengua, sutilmente y la deslicé por sus labios. Sentí que se estremeció ante ello. Besé su rostro y comencé a desabrochar su camisa azul, mientras humedecía su torso desnudo y podía disfrutar de su respiración entrecortada y era testigo de cómo se intensificaban los latidos de su corazón.
Bajé hasta su ombligo y lamí su parte más baja, mientras Edward me observaba nervioso. Me acomodé de rodillas en el suelo y desabroché el botón de sus jeans. Él acariciaba mi cabello con delicadeza. Continué con el cierre, hasta liberar su parte más íntima y posé mis labios ahí. Su rostro estaba desvirtuado de tanto placer y saber que era yo quien se lo otorgaba ¡Era magnífico!
Subí a su boca y lo besé, tranquila, intentando canalizar mi lujuria. Él se levantó y me llevó a la alfombra, logrando con algo de dificultad, sacar el corpiño, pero esa desesperación, causaba más tensión al momento y eso me gustaba. Se puso encima de mí, acomodando sus piernas a cada lado de la mía y apoyándose en sus manos, tan sólo bajaba su rostro para saborear mis pechos y provocar, esa sensación de exquisita impotencia en mí. Hasta que lo capturé por el cuello y lo llevé encima de mí.
Ahora, cuando nuestras pulsaciones se acrecentaban y nuestras pieles hervían, él sacó mi tanga por debajo de ese voluptuoso, pero liviano faldón, pero este último, ni intentó sacarlo. Entendí su idea.
Me senté y lo acomodé contra la parte baja de uno de los sofás. Acaricié su masculinidad y me instalé frente a él, con mis piernas a su alrededor, pero antes de introducirse en mí, susurró en mi oído.
–¿Te moverás tal como lo hiciste en el baile? –su voz estaba absolutamente errática, a pesar de que aún no teníamos contacto pleno.
Cuando finalmente unimos nuestras partes íntimas, vi el placer en su rostro bello y perfecto. Comencé a mover mis caderas, tal como lo hice en la danza del vientre y las moneditas se alborotaron graciosamente, pero no nos importó, es más, creo que lo excitó aún más.
–¿Cómo lo haces para hacerlo tan maravillosamente bien? –murmulló en mi oído.
–Eres tú –ahogue mi beso en su boca.
El tiempo y el espacio desaparecieron una vez más y nos fundimos en la mística espectacular y extraterrenal del amor febril.
10
|