Edward
Mi celular sonó incesantemente toda la semana ¡No podía contestarle! ¿Por qué se había metido con ese pelotudo? ¡Cómo tan pendeja y calentona! ¡Ups! Qué rabia tenía ¡Qué desilusión! Yo la adoraba, pero esto, esto ¡Me superaba!
La fui a dejar de inmediato… no quería estar ni un minuto más con ella, porque millones de palabras hirientes saldrían de mi boca y después, yo mismo, no me perdonaría jamás haberla tratado tan mal, pero ¿Qué haría con ella ahora? Toda esa cantidad de sensaciones maravillosas que tenía con ella se habían esfumado de un momento a otro, por culpa de una niñería más ¿Cómo no entendía? ¡Argh! ¿Por qué no éramos capaces de mantener una relación estable y normal? ¿Por qué había tenido que destruir todo de una vez? Quise perdonarla, pero algo en mí, no me lo permitiría tan fácilmente… ella revolcándose con otro ¡No, eso era demasiado!
Estaba furia y profundamente herido. Esa semana omití sus insistentes llamados, a pesar, que por poco, contesto, sobre todo el viernes. El sábado me llamó James. Eve ya le había contado que habíamos terminado con Bella.
—Viejo y ¿Vuelves a las pistas ahora que eres soltero y codiciado, nuevamente? —soltó una carcajada. Sé que él no tenía nada en contra de Bella, pero le era más cómoda nuestra soltería, así podríamos salir tranquilo de cazería.
—¿Qué tienes en mente? —sonreí ante su aseveración.
—Una salidita a bailar…
—¡Uf! ¿Dónde? —dije no muy entusiasmado.
—A "La Cueva del Ratón" ¿Qué otro lugar podría haber sido? —insistió.
—Bueno, allá, mmm, no sé —Bella siempre iba para allá y no me quería encontrar con ella media ebria, en brazos de otro menos del imbécil de Rob.
—Tú ex noviecita no creo que esté ¡Cómo tan mala raja! —soltó una brusca carcajada.
—Ok —acepté.
—¡Aah! Pero tienes que pasar a buscar a alguien… —fue persuasivo.
—¿A quién? —exclamé lateado.
—A Tanya. La minita de ingeniería comercial que pregunta siempre por ti —rió irónico.
—Mmmm, está bien, pero sin compromiso —exclamé no de muy buena gana.
—¡Uyy! Pareces mina Edward… como tan rogado perro —soltó una carcajada.
—Voy a ir…
—Nos vemos a las diez y media en "La Cueva" —cortó.
Me quedé viendo un partido de fútbol e inevitablemente pensaba en ella. No podía dejar de pensar qué estaría haciendo ¡Moría por verla! Realmente sentía algo indescriptiblemente fuerte por esa niñita traviesa. La recordé y una sonrisa involuntaria se apoderó de mí.
Me bañé y me puse la camisa azul, con unos jeans cualquiera. Fui a buscar el auto y partí a buscar mi encargo. Recordaba donde vivía, porque un par de veces la había ido a dejar, antes de conocer a Bella. Cuando estuve debajo de su edificio, la llamé, también tenía su número de alguna fiesta universitaria. En pocos minutos se estaba subiendo al auto ¡Era muy rica! Pero, no sé, no me convencía. Andaba con jeans ajustados, unas botas hasta la rodilla, una polera negra, también ajustada, que marcaban demasiado sus curvas, incluyendo unos voluptuosos pechos, redonditos y amasables. Desvié la vista de esa parte de su cuerpo, había sido muy evidente y no me gustaban ese tipo de actitudes, pero ¡Ella lo había provocado con esa ropa! Sin embargo, sonrió, no le disgustó la idea de que la mirara más de la cuenta.
—Hola —me saludó con beso en la mejilla.
—Hola —fui cortés.
Nuestras miradas se cruzaron como en los viejos tiempos. Llegamos a "La Cueva del Ratón" y entramos. Bailando ya estaba James, con una nueva adquisición, Eve y Jasper. Esto último, no me quedaba tan claro, Jasper, después me tendría que explicar un par de cosas, pero en fin, ahora no era el momento. Fui por unas roncolas, una para Tanya y otra para mí. Ella me arrastró a la pista de baile con énfasis. Bailamos y la tomé por la cintura, mientras ella me coqueteaba con su hermosa cabellera rubio rojiza. De vez en cuando, echaba una mirada a mi alrededor, creo que en el fondo, albergaba la idea de verla.
Tanya era muy sensual. Sus caderas se movían incesantes y no era difícil detectar que me estaba seduciendo, y en parte, lo estaba logrando, hasta que la vi. Bella bailaba en la tarima, muy sexy con su amigo de la barra. Él la tomó por las caderas y ella las movía más de lo recomendable, hasta que él, la aferró a su cuerpo con fuerza y puso su mano en parte de sus glúteos, mientras, su rostro estaban demasiado cerca ¡Qué mierda esta pendeja! ¿Cómo podía ser tan marac..? Estaba furioso, además, la ira se aumentaba con el par de rones que había bebido. Quise correr y sacarla de sus brazos, pero ¡No podía! ¡Me sentía demasiado impotente! ¡Esto sí que no se lo aguantaría!
Conteniendo la rabia, le tomé la mano a Tanya y la arrastré sin darle mayor explicación. Retiramos nuestras cosas en guardarropía. En cuanto llegamos afuera, tomé su rostro y la besé con rabia. Ella respondió muy bien. Detrás de la discotheque había un lugar algo íntimo, una parte del estacionamiento que no era muy concurrida. Caminamos con urgencia hacia ese lugar. Con furia, y las imágenes de Bella con Rob haciéndolo, puse mis manos en el botón de su jeans. Tanya no se opuso, más bien, se dejó y comenzó a frotar mi masculinidad, liberándola y luego, posando su boca en mi erección, logrando mi excitación. La agarré con fuerza y bajé sus pantalones, dejándolos puestos sólo en una pierna. Andaba con colales, así que fue fácil. La tomé por sus muslos y la apoyé contra la pared, mientras ella abría sus piernas. Hice hacia un lado su diminuta ropa interior y me introduje en ella ¡Maldita sea no podía dejar de ver y añorar sentir a Bella! Los gemidos de mi acompañante fueron cada vez más intensos, hasta que estuve a punto de desembocar en ella, pero, en un momento de lucidez, me salí y eyaculé fuera.
Nuestros cuerpos estaban hirviendo, pero ahora no quería estar con Tanya ¡Quería estar solo! Dejarla ahí. De repente comenzó a vibrar mi móvil, cortaron y volvieron a insistir. Miré, era Eve.
—¡Edward! ¿Estás ocupado? —preguntó con su voz dulce.
—No —dije mientras ella me increpaba con su mirada.
—Sé que terminaste con Bella —esa palabra terminar me dolió— pero… ella está aquí en el baño de mujeres, muy ebria y no deja de preguntar por ti.
Enmudecí.
—¿Estás ahí? —Eve me sacó de la catarsis.
—Sí —contesté sin pensarlo.
—No tengo cómo llevármela… ¿Puedes ir a dejarla tú? —mi amiga estaba complicada.
¿Cómo la iba a dejar abandonada? No podía, era un deber moral, y para qué me engañaba, el amor me movilizaba, casi de forma involuntaria.
—Voy —corté casi exasperado, necesitaba verla, tocarla.
¡Ups! Tanya estaba a mi lado.
—Tanya lo siento, no te podré llevar de vuelta a tu casa —fui frío.
Ella estaba molesta ¡Era lo menos no! Pero, debía ir a buscar a mi pequeño amor.
—Está bien —asintió furiosa.
Me devolví al recinto y Josh, el guardia gorilote como dice mi Bella, no puso ningún problema en que volviera a entrar. Pase entre la gente y llegué a la puerta del baño de mujeres y llamé a Eve.
—¿Están ahí todavía? —pregunté ansioso.
—Sí —cortó y apareció en el umbral de la puerta —pasa Edward, yo no me la puedo… —exclamó preocupada.
Entré y ahí estaba ella, absolutamente borracha y llorando.
—¡Bella! ¡Bella! Mi amor ¿Me oyes? —le di unos golpecitos en el rostro ¡Me daba una pena inmensa verla en ese estado!
—¿Edward? —logró articular algunas palabras.
—Sí, mi vida… —quise llorar, me sentía tan mal por lo que acaba de hacer.
Eve nos acompañó al auto y la acomodó bien en el asiento del copiloto. Parecía un títere, sus extremidades caían sin ningún control. Creo que durmió durante el camino. Cuando llegamos a mi departamento, la cargué en brazos, la comencé a desvestir poco a poco, en tanto ella dormitaba y le puse la parte de arriba de uno de mis pijamas. Oí que murmullaba algo, pero no tenía claridad de qué decía, hasta que la recosté en mi cama y me arrodillé a su lado para escucharla.
—Edward ¡Te amo! ¡Te amo! ¡Perdóname! —sentí que mi corazón se aceleró a mil por hora ante sus palabras.
—Mi vida… —besé su frente tersa y tibia.
La arropé para que no se enfriara y me recosté a su lado, mientras acariciaba su nariz respingada con mi dedo índice, hasta que finalmente, entre sollozos, se durmió igual que un niño.
Bella
La puerta se cerró inmediatamente y yo lo miraba perpleja ¿Qué pasaría por su mente? Tragué saliva y lo seguí mirando hipnotizada…
–No es momento de que te vayas aún –habló con sus labios pegados a los míos y me aferró por la cintura.
–Es que mi casa… –dije titubeante, pero en verdad, su aroma me estaba enloqueciendo.
–Quedó todo listo ayer, por eso no tienes que preocuparte –cruzó su brazo por detrás de mi cintura.
Mi respiración se iba agitando y él me torturaba, hablaba a milímetros de mi boca y yo, moría por devorármelo a besos.
–Edward, perdona, no quise molestarte ayer… –contesté encima de sus deliciosos labios cereza.
–¿Segura? –cerró sus ojos y paso su nariz por el costado de mi rostro, mientras inspiraba.
No contesté ¡Él me estaba haciendo perder el juicio! No aguanté más y busqué sus labios con mi boca, pero Edward se hizo hacia atrás, en un juego perverso. Lo quedé mirando perpleja, deseosa de tenerlo. Nuevamente se acercó a mí y ahora si cautivé su boca, húmeda y deliciosa. Desesperada entreabrí sus labios y saboreé su saliva, exquisita, soberbia, tibia y afrodisíaca. Eché mi cuello hacia atrás y él lo humedeció lentamente. Mi respiración se agitaba al igual que el pulso.
Me tomó con fuerza por las caderas y aprisionó mi cuerpo contra el suyo. Nuestras lenguas retozaban, se reencontraban, lujuriosas y necesitadas. Tomé la polera de su pijama azul y la saqué con demencia, por fin tenía el privilegio de ver y tocar su torso desnudo y suave. Acaricié ese pelo broncíneo que me hacía perder los estribos y besé su cuello, en tanto le daba pequeños mordiscos en él, que hacían que su respiración se entrecortara.
Caminamos hacia la cocina, mientras Edward bajaba mis pantalones y finalmente, antes de sentarme sobre la mesa rectangular del comedor de diario, ellos ya habían desaparecido por completo. Con sus lánguidas y pálidas manos desabotonó mi polera gótica, tipo corsé, hábilmente, quedando mis pechos erguidos hacia él, sin mayor trámite. Nos acariciábamos con urgencia y de reojo vi como el vaho del hervidor, templaba aún más la cocina. Necesitaba sentirlo, así que metí mi mano en su masculinidad y la comencé a frotar, preparándola para entrar en mí. Sus manos se fueron rápido a mis caderas y bajaron mi tanga con soltura. Separé mis piernas, levemente, y el bajó su mano a su erección para introducirse en mí. Me tomó por debajo de las rodillas y me acercó a él, mientras me piernas se acomodaban a la perfección alrededor de sus caderas. Lo besé impaciente, mojé mis labios y luego, mordí los suyos, que se veían más rojos y sabrosos que nunca.
Por fin, y con toda la tensión previa, se introdujo en mí, provocando cada vez más humedad en mi interior. Su masculinidad se abría paso en mí, una y otra vez, y su cuerpo, iba tomando cada vez un rosado más intenso, sus mejillas estaban absolutamente acaloradas y él no paraba de mirarme. Hasta que finalmente le hablé, mientras lo hacíamos.
–¿Me extrañaste? –pregunté con el corazón apretado. Temía que dijera que no.
Él no contestó, sentí pena y dejé de mover mis caderas con el mismo énfasis. Por supuesto, Edward se dio cuenta de inmediato y posó sus manos en mis caderas, aferrándome más hacia él. Su respiración estaba errática. Como no me contestó, dejé de moverme definitivamente. Si Edward no me amaba, todo esto perdía sentido. Todavía dentro de mí y al sentir que no tenía ninguna respuesta de mi parte, me abrazó con fuerza y demasiada energía, susurrando en mi oído.
–Como no te voy a extrañar si yo te amo –mi estómago se contrajo de inmediato al oír sus dulces palabras y tomé su rostro entre mis manos.
Fijé mis ojos en los suyos y estaban enrojecidos, y creo que también, algo húmedos.
–¡Perdóname mi vida! –le rogué desde el alma.
–Bella, mi amor, te amo, te amo –repetía con la voz entrecortada.
Salió de mí con resignación y yo lo miré impávida ¡Cuánto lo amaba! Mi pecho explotaría de amor en cualquier instante y creo que el de él, también. Bajé de la mesa de diario y me pasé a llevar la herida, que de nuevo se abrió. Ardía un poco, pero Edward con sus reflejos rápidos fue por una gasa nueva, creo que él anoche me había curado. Fuimos a su baño y mi principesco amor, con paciencia y excesiva ternura selló mi piel. Se paró en frente de mí e inclinó su rostro para besarme, con calma y deseo.
Rozándonos, caminamos hacia su cama, me recostó en ella, acariciando uno de mis pechos y en seguida, los saboreó, en cuanto yo acariciaba su cabello de bronce y miel. Mis pezones se erizaron a tal punto que Edward, torció sus exquisitos labios en una sonrisa sensual y excitante. Me mantuve en la orilla de la cama y bajé mi boca hasta su masculinidad, invitándolo a entrar en mí. Él estaba de pie y acariciaba mi cabello alborotado. Me levanté y lo besé. Edward me miraba absorto. Me senté nuevamente y tomé sus manos. Me hice hacia atrás, acomodé mi cabeza en la almohada y él se metió en mi entrepierna con deseo, tocando mis muslos insistentemente, provocándome escalofríos y una grata sensación al tenerlo entre mis piernas.
Edward volvió a mí con el deseo impregnado en sus ojos ámbar, pero cuando se disponía a acercarse en medio de mí, lo frené e hice que él se recostara. Estaba expectante, él apoyo la cabeza, levemente, en la almohada y yo me senté sobre él, pero dándole la espalda. Tomé su dureza y la introduje en mí, evocando un pequeño quejido de satisfacción al tenerlo dentro. Me comencé a mover, primero algo inclinada y después me hice hacia atrás, con mis caderas moviéndose incesantes. Él pasó sus manos por ellas, y yo giré la cabeza de medio lado para intentar verlo de reojo, estaba desesperado y era justamente el resultado que había querido lograr en este tiempo.
Cuando sus gruñidos fueron muy evidentes, di media vuelta y lo enfrenté. Edward se sentó, apoyándose en el respaldo de la cama y yo comencé a moverme fieramente, mientras sentía como nuestras partes íntimas estaban perfectamente compenetradas.
Comencé a respirar con demasiado ímpetu, era tan potente el placer, que la respiración me quedaba corta. Inspiré y expire muy agitadamente por la boca y la nariz al mismo tiempo, mientras el mejor momento se acercaba, unos cosquilleos intensos comenzaron a subir por mis pies, siguiendo por las piernas, hasta mi espalda, era una sensación maravillosa ¡Nunca la había experimentado antes! Ahora, mis oídos se apunaron y comencé a sentir unas contracciones en mi interior. Él estaba disfrutando tanto como yo, y yo estaba feliz de poder proporcionarle ese placer infinito. El aire se iba colando al unísono por mis vías respiratorias y no podía dejar de pensar en nada más que en lo que estábamos haciendo en ese momento. Continué moviéndome, sintiéndolo de tal forma, que el oxígeno se apoderó de mí y en el momento del clímax, un grito desgarrador e incontrolable me salió de las entrañas, además de experimentar un placer divino, sentí que me desvanecía de tanta emoción y caí como un estropajo sobre él, quien acaba de vivir una práctica tan mística como la mía.
Por unos minutos me desvanecí ¡Fue todo tan intenso! Que me costaba explicarlo ¡Era indescriptible! ¡Magnífico! ¡Fabuloso! Desperté de mi inconciencia y noté que Edward me increpaba con esos dulces ojos de miel líquida, que ahora estaban iluminados, algo desconcertado, pero con una sonrisa de satisfacción en esos deliciosos labios cereza.
—¿Qué te pasó? —no podía evitar sonreír, sin embargo, tenía un dejo de preocupación.
—¡No lo sé! —dije extrañada y también riendo— pero ¡Fue magnífico! —rompí a reír.
—¡Guau! Y ¿Yo causé eso? —tenía torcido sus labios en una gran sonrisa.
—Creo que sí —contesté algo avergonzada de lo que había ocurrido.
—¡No sabía que los desmayos eran parte del sexo! —exclamó divertido.
—Parece que lo son… —mordí mi labio inferior extrañada.
Él posó sus dulces labios en mi boca y me besó lentamente, alimentando mis ansias y entregándome esa sensación de placer post-sexo ¡Increíble! Acaricié su rostro y él no dejaba de sonreír, incluso cuando me besaba.
—¡Te amo! —le dije desde las entrañas.
—Tú te has convertido en mi vida… —sus ojos se iluminaron y acarició mi rostro.
Ese día nos reconciliamos y por fin, por fin, me volvió el alma al cuerpo nuevamente, sin él, creo que es mejor estar muerta, Edward es mi vida.
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