El sábado siguiente a la ceremonia de graduación, vino la fiesta. Mi vestido ya estaba reservado hace un mes, era hasta la rodilla, color rojo, con una pretina en la cintura, negra con mostacillas, y amarrado en el cuello. Los zapatos tenían un taco aguja impresionante y tenían punta y talón solamente. Eran negros. Mi cabello estaba completamente liso, pero con un par de ondas encima. Los ojos los maquillé negros y puse unos leves brillitos en los costados de los párpados. Por último, en la boca puse gloss rojo pasión, al igual que el color de mi vestido y las uñas.
Ese día, Edward me pasó a buscar a las ocho en punto. Venía bello, con una chaqueta y pantalón negros, de corte moderno y corbata gris, que lo hacía parecer casi novio, jejeje, pero se veía guapísimo. Me esperó en la entrada de la casa, porque yo prefería que no entrara y él, obvio, ni siquiera lo sugería. Abrió la puerta de su coche, pero antes, me tomó por la cintura y esos ojos de ámbar cristalizado se iluminaron.
–Te ves bellísima –posó sus labios cereza, levemente en los míos para no sacarme el gloss.
–Gracias –respondí algo presumida.
Partimos a la fiesta, que se realizaría en una casona antigua, remozada, en las afueras de la ciudad. Llegamos, y antorchas de pie, estaban aportadas en la entrada del gigantesco jardín, con árboles inmensos, que expelían un intenso aroma a eucaliptus. Una brisa tibia acompañaba la noche estrellada y el alboroto de mis compañeros no se hacía esperar.
El lugar, era una especie de inmenso salón con mesas cuadras de ocho. Era una decoración moderna, pero finísima, de muy buen gusto. En medio de éstas, había una especie de candelabro, decorado con rosas blancas y todos los platos eran blancos, cuadrados, también. Y el toque distinguido lo hacían unas servilletas de organza, fucsia para las mujeres y verde manzana para los hombres.
La cena estuvo maravillosa, pero el baile, mejor. El salón dispuesto para pista de baile, era inmenso, con música a todo dar, decorado con telas de organza de colores, que caían desde unos paneles apostados por todos lados y por debajo, iluminados por focos, dando vida al inmenso salón. Además, obvio, estaban las chispeantes luces de colores y la infaltable bola de espejos. La música fue fenomenal y la compañía mejor.
Ya en plena madrugada fuimos a conocer la espectacular terraza con vista a la bahía completa. Edward me tomó por la cintura y susurró en mi oído.
–¿Te gustó tu fiesta de graduación? –dijo mientras ambos observábamos en horizonte infinito, perdido en la oscuridad.
–¡Es todo perfecto! –me di media vuelta hacia él y entreabrí sus labios con los míos.
–¡Me encanta verte así de feliz mi vida! –dijo con sus labios pegados a los míos, haciendo que su hálito tibio alborotara las hormonas.
–¿Sabes lo que hay abajo? –me guiñó un ojo.
–No –entendí la picardía en sus ojos.
–¡Ven! –tomó mi mano y entrelazó sus lánguidos dedos de modelo en los míos.
Bajamos por una especie de escalera caracol y descendimos a un jardincito, al costado del patio principal. Miré bien a mi alrededor y pude diferenciar la hierba fresca y el rocío del madrugada. Había un árbol gigante y el lugar estaba algo apartado del resto. Las olas se agolpaban contra las rocas y la brisa marina se hacía sentir. Estaba amaneciendo.
Lo cogí por el cuello y entendí su invitación perfectamente. Subí mis manos a ese cabello broncíneo y lo acaricié, disfrutando cada hebra de él. Sus manos comenzaron a viajar efusivamente por todo mi cuerpo y metió una de ellas entremedio de mi vestido para coger uno de mis pechos, para continuar, bajando su rostro de dios heleno hacia ellos y dentro de lo que podía, lamerlos. Mientras, yo acariciaba su masculinidad y frotaba mi cuerpo ardiente contra el de él.
Tomé su cinturón y lo desabroché, seguido del cierre de ese pantalón que lo hacía ver como modelo de catálogo. El árbol se difuminaba en dos y daba lugar a una especie de asiento, donde cabía sólo yo. Me hice hacia atrás y me acomodé en él, en tanto, Edward levantaba mi vestido y liberaba su masculinidad. Separé mis piernas, y la ínfima prenda interior que llevaba abajo, hizo posible que el me penetrara sin necesidad de sacarla por completo, más bien, la hizo sólo hacia un lado.
Nuestros cuerpos se comenzaron a mover en un compás licencioso y las pieles de los dos hervían, a pizcas de sacar llamas. Sus movimientos se fueron intensificando y yo cada vez me humedecía más y lo invitaba a quedarse dentro de mí para siempre, él lo sabía. Su erección tocaba fondo y me sentía completa con él, era una sensación magnífica que no me aburriría jamás de experimentar.
Busqué su boca, dulce y deliciosa y pasé mi lengua por el borde de sus labios. Ahora su rostro estaba completamente sonrojado en sus mejillas y el cabello lo tenía más desordenado de lo habitual, sin embargo, se veía fabuloso, ese rostro de placer quedaría grabado para siempre en mi mente, sin duda alguna.
El clímax no tardó en llegar y sentí, a raíz de que su parte íntima se contraía, que había desembocado en mí, por supuesto, lo seguí de inmediato.
La luz ya estaba en todo su esplendor y aún acalorados por nuestro encuentro express, Edward, me besó.
–Te amo mi vida… –me arrulló en sus brazos firmes.
–Y yo a ti Edward –le di un gran beso.
Mi vestido ya estaba abajo, pero Edward tenía que arreglar todavía su pantalón y la camisa que había quedado estropeada por la cercanía de nuestros cuerpos. Cuando estuvimos listos, nos devolvimos por donde mismo, y una señora, al parecer, a cargo del recinto, nos dirigió una mirada fulminante, que nos dejó en claro que nos había visto, pero no era la primera vez, así que, rompimos a reír a penas salimos.
–Vamos a terminar grabando una película porno –dijo él muy divertido.
–¡Uf! Se queda chica al lado de nosotros –lo abracé y me crucé en su camino para besarlo.
Ya no quedaba nadie y el sol comenzaba a salir. Nos sentamos en el Volvo plateado, y nos fuimos al departamento de Edward.
Al llegar, como las ganas aún no se disipaban por completo, entramos directo a su habitación, iluminada por el cielo brillante y sin más preámbulo, nos deshicimos de su ropa y mi vestido, que quedaron casi en el pasillo del departamento. Nos besamos con necesidad, hasta que él me acomodó en la cama y separó mis rodillas levemente, para hundirse en mi parte más íntima, besando y humedeciendo cada parte de ella, sin obviar nada. Ahora él se puso encima de mí y posó su masculinidad en mi boca para que yo lo besara, ahora estábamos los dos otorgándonos demasiado placer.
Delicadamente introdujo uno de sus dedos en mi cavidad y luego, se lo llevó a la boca, excitándome aún más. Finalmente, me tomó por las caderas y él se puso por detrás de mí. Apoyé mis manos en las almohadas y Edward se incorporó en mi interior, mientras besaba mi espalda. Entraba y salía sin pausa, haciendo que cada vez se tornara más infinita la sensación de gozo. Sus gruñidos eran inevitables y mis quejidos, tampoco los podía controlar. La fricción se hizo más potente y sentí su descarga en mi interior, que a estas alturas era más suyo que mío.
Nos quedamos los dos desnuditos sobre la cama con manta de plumas, mientras yo me aferraba a su pecho tibio y pálido. Él me tomó por el mentón y me obligó a mirarlo.
–Aún espero tu respuesta… –me increpó con sus ojos de miel líquida.
No supe qué decir, aún era menor de edad y en realidad, a veces pensaba que su proposición era una reacción post–sexo, por eso no dije nada.
Sonreí y me fui al baño. Cuando salí él me esperaba en pijamas y tenía una polera para mí. Me quedó mirando un buen rato, creo que esperando mi respuesta, y luego, se tendió en la cama, sin decir nada. Me acomodé a su lado y nos dormimos toda la mañana y parte de la tarde, también.
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