Tres Amantes (+18)

Autor: LoreCullenVulturi
Género: Romance
Fecha Creación: 24/09/2013
Fecha Actualización: 30/12/2014
Finalizado: NO
Votos: 7
Comentarios: 28
Visitas: 32486
Capítulos: 33

Casi sintió que estaba en un tablero de ajedrez, que jugaba para el destino, y él era una de sus fichas, un simple peón. Él tuvo que ver un par de veces para corroborar que la muchacha castaña que abrazaba un par de libretas en torno a su pecho, y que reía por las ocurrencias de los chicos que la rodeaban, esa chica, era la misma niña a la que él había atendido en sus prácticas médicas en un orfanato de Seattle. «Es imposible», pensó aquel médico. Pero no había nada imposible en el mundo que conocía, nada que no pudiera pasar y, casi como si no lo hubiese pensado antes, aquella castaña giró su rostro y lo observó. 


"La vida es un enorme tablero de ajedrez..". Eso Edward lo tenía muy claro, pero nunca había experimentado tal cosa, no hasta que sus ojos se encontraron con los de Bella en aquella Universidad. Pero ella había huido de él sin razón aparente; las dudas embargaban su mente, sin saber que tendría más de que preocuparse, cuando su ex-prometida, Tanya, llegara a la ciudad.

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Capítulo 10: Gracias por llorar

CAPITULO X

Los ojos de Alice casi resplandecieron ante la presencia de aquella mujer. La menor de los Cullen no retiró en ningún momento la mirada de encima de la chica; observó su vestido «de marca», pensó ella «Desde aquí se ve el “Gucci”», reafirmó mentalmente; Alice bajó la vista a los zapatos de tacón que llevaba, perfectamente a juego con su vestido, después de subir la mirada, la menor de los Cullen se percató de que había mirado de arriba abajo a la chica sin detenerse en su rostro. Esos ojos azules la observaron con curiosidad, y Alice devolvió la mirada en un gesto desafiante; se percató de la melena rubia de la chica, y casi pudo asociarla con Rosalie, de hecho, eran muy parecidas, a excepción de que Hale era unos centímetros más baja que la mujer frente a los Cullen.

—Tú debes de ser Isabella— Alice dijo el primer nombre que se le vino a la mente y, convenientemente, había sido el de la camarera por la que había visitado aquella cafetería —Oh, Edward me ha hablado mucho de ti.

En ese momento la mente del cobrizo daba vueltas, alternaba miradas entre la rubia y su propia hermana, sin poder creer la facilidad con la que la menor de los Cullen mentía mientras observaba directamente los ojos de su nueva acompañante. Él nunca le había hablado de Isabella a nadie, y en última instancia, lo que de verdad importaba era esa sonrisa que se borró del rostro de Tanya cuando Alice la llamó “Isabella”.

— ¿Cómo me llamaste? — la rubia había hablado entre dientes y en ese momento el cobrizo no podía pensar con claridad.

« ¿Por qué no me traga la tierra ahora mismo?», casi suplicó Edward internamente mientras Tanya volvía su rostro hacía él y lo fulminaba con la mirada.

—Cuéntamelo otra vez Edward— la risa de Isabella inundó las 4 paredes de aquel consultorio.

El cobrizo se encontraba sentado detrás del escritorio de caoba mientras Bella se había acomodado en el sillón junto a la camilla, donde evaluaba a sus pacientes. Ella había llegado hacía ya 15 minutos y, al ver la cara de preocupación de Cullen, se había empeñado en que le contara lo que le sucedía. Ella no era como Alice, él sabía que Isabella era capaz de respetar los límites, al menos la morena no se disfrazaría de enfermera e intentaría saber si él estaba saliendo con alguna doctora o quién sabe.  Sin embargo, Edward negó con la cabeza pasando una mano por su cabello cobrizo.

—No me hagas tener que repetir algo así— suplicó observando el rostro de su acompañante.

— ¡Vamos Ed!, quiero escuchar cómo fue que Tanya huyó despavorida— la risa de Bella volvió a llenar el lugar y por primera vez, ante la situación, Edward sonrió.

—Pues ya lo sabes. Luego de que casi se me abalanza encima como gata en celo…

—Exagerado— interrumpió la castaña, al tiempo que negaba con la cabeza.

—Luego de que casi me asesina con la mirada— corrigió alzando sus cejas en dirección a Isabella, a lo que ella sonrió en forma de aprobación —Alice interrumpió preguntando “¿Es que tú no eres Isabella?”. Tanya gimoteó, me miró indignada y se fue casi corriendo— Edward se encogió de hombros —No sé cómo no se partió un tacón.

Isabella sonrió con algo de superioridad, internamente estaba celebrando que la hermana del joven médico confundiera a ese monumento de mujer con ella; celebraba aún más que Alice Cullen pensara que alguien como Isabella Swan podía tener algo con Edward y, por un segundo, pensó que el cobrizo podía creer lo mismo.

—Aún no lo entiendo. ¿Cómo fue que Alice supo mi nombre? — preguntó ella de repente.

Edward suspiró y se acomodó en su silla de cuero.

—Emmett le contó sobre la nota.

—Pero si eso no fue nada…— ella estaba tanteando el terreno, intentando saber lo que el cobrizo pensaba al respecto, pero él no decía nada que ya no hubiese dicho antes.

—No lo fue, pero Emmett creyó que sí. Y Alice… bueno, mi hermana se pone algo histérica cuando de mujeres se trata— contó el médico algo pensativo.

Isabella se mantuvo callada durante unos segundos, su mente divagaba entre lo que el chico le acababa de decir. Lo que ella quería escuchar no había sido eso, tampoco esperaba que el le declarara su amor, no, pero por lo menos esperaba una esperanza. La verdad era que, desde que ella había conocido a Edward, en el orfanato, él había sido su príncipe, siempre estuvo para ella, al menos hasta que su tiempo en el lugar acabó. Y, aunque le había dolido que él no se despidiera, entendía que era mejor así, al menos recordaría los buenos momentos y no la despedida inminente.

—¿En qué piensas? — la voz del cobrizo llamó la atención de la chica, quien levantó la mirada enseguida, solo para ver los ojos de él estudiándola una vez más.

—¿Tienes algo con tu ex novia? — soltó ella sin más.

El rostro de Edward se contrajo en una máscara dubitativa; él no le había dicho nada a Isabella sobre la cita con Tanya, mucho menos lo del beso, simplemente le había dicho que se encontraron el viernes en la facultad y claro, también la había contado sobre el episodio con Alice.

—No…— dijo algo tenso. Bella lo notó en seguida.

—¿No? — insistió ella.

—No, ¿por qué lo preguntas?

La castaña se acomodó en el sillón y le regaló un encogimiento de hombros a Edward —Es algo extraño que Tanya tome tan mal una simple confusión si no siente nada por ti— contraatacó Isabella.

El cobrizo casi se ahogó con sus propias palabras; de hecho, tuvo que carraspear para ser capaz de responder —Dije que no teníamos nada. No que no siente nada por mi— ¡boom! El rostro de Isabella se había puesto rojo en fracciones de segundos, se sentía estúpida sentada en ese lugar, estúpida escuchando esas palabras de la boca del hombre al que amaba en secreto. Se levantó del sillón y observó a Edward durante unos segundos, él había fruncido el entrecejo en el momento en el que ella se levantó de donde había tomado asiento.

—Debo irme— planteó ella con rapidez.

—Bella, ¿qué sucede? — él ya intuía lo que pasaba, ya se había dado cuenta de la forma en la que había arruinado todo en pocos segundos.

—Tengo…—«Inventa una buena excusa, Bella», se pidió a sí misma —Tengo examen mañana, debo estudiar.

Ella había comenzado a caminar hasta la puerta del consultorio, pero Edward había sido más rápido. El cobrizo sostuvo la muñeca de la chica y sus ojos se encontraron con los de ella durante unos segundos.

—Si tuvieras examen no hubieses aceptado mi invitación…— él casi había susurrado aquello, pero Bella lo había escuchado a la perfección. Estaban tan eclipsados con sus miradas y con la corriente que parecía recorrerlos con aquel simple agarre, que no se dieron cuenta cuando empezaron a juntarse. Allí, a escasos centímetros el uno del otro, su momento se vió interrumpido por la puerta del consultorio.

—¡Doctor Cullen! — Susie había entrado alterada e Isabella se había separado con rapidez de Edward, aprovechando el momento de entrada de la asistente del médico para salir casi huyendo del consultorio. El cobrizo observó a Susie casi con la decepción pintada en el rostro, pero ella argumentó que había un niño en el ala de emergencias del hospital, cuyo estado había empeorado.

Isabella había caminado tan rápido que, cuando el cobrizo salió de su consultorio hacia el ala de emergencia ni siquiera la vió en el camino.

Allí, en la calle, justo a la salida del hospital, Isabella había tomado asiento en un banco disponible. Su respiración sonaba agitada por la rapidez con la que había salido del consultorio y, aunque guardaba las esperanzas de que Edward corriera tras ella, como en esas bobas películas que veía con Alec, su mejor amigo gay –vamos, que todos necesitan uno-, Edward nunca apareció. Debía admitirse decepcionada por como habían terminado las cosas en aquella visita, su esperanza era esperar que el cobrizo terminara su turno a las 6 y salir por ahí, tal vez comer donas, o tomarse un café. Cualquier cosa. Pero nada había pasado, y no había pasado porque de un momento a otro él había insinuado que Tanya estaba interesada en él, y si era así «¿Qué caso tiene que lo intente?», se dijo a sí misma, «Ellos estuvieron a punto de casarse. Eso quiere decir que estuvieron enamorados. Ella tiene más oportunidad de recuperar su amor que yo, de hacerlo surgir», sin darse cuenta, una lagrima corrió por su mejilla.

Isabella estaba tan ensimismada que no se dio cuenta de la presencia de alguien más hasta que una moto se posó frente a ella, era una de las buenas, una harley. Ella observó el logo que rezaba la marca de la moto y solo fue capaz de alzar el rostro después de unos segundos; casi de forma gloriosa, un moreno la observaba detrás de sus gafas oscuras, no llevaba casco, un grave error; de hecho, tenía apariencia de chico malo, pero ningún bad boy se detiene a consolar a una dama, ¿o si?.

—Hey, ¿no te han dicho que las princesas no lloran? — la voz de aquel muchacho era varonil, y por un segundo Isabella lo reconoció.

—Lo hacen. Pero no en público. Suerte que no soy de la realeza— ella se había levantado y ahora caminaba en dirección a la parada de taxis.

—Jacob Black— se presentó él haciendo que la morena se detuviera. Bella se giró con detenimiento y observó al joven que se había retirado las gafas oscuras y ahora la observaba con una sonrisa provocativa.

—Is… Marie Dwyer— «Claro, idiota, no puedes decir que eres Isabella Swan», se reprendió a si misma.

—Y, Marie… ¿me dirás quien fue el imbécil que te hizo llorar?

Bella lo observó durante unos segundos; Jacob Black era el capitán de futbol americano, eso lo hacía bastante popular en la Universidad, él siempre estaba rodeado de un séquito de chicos y chicas, en especial jugadores y porristas y claro, los que pedían a gritos un poco de popularidad y creían que Jacob podía dárselas. Bella lo conocí, o bueno, al menos sabía quién era, pero por lo visto, Jacob no había prestado suficiente atención a la mesa de la cafetería que estaba a la derecha de la suya, donde Isabella siempre tomaba el almuerzo.

Practicar futbol americano lo hacía alguien bastante atractivo, su espalda era fuerte y desde la posición donde la castaña estaba, podía notar los músculos de sus brazos asfixiados por la chaqueta de cuero que él llevaba. Tenía grandes brazos, si.  Bella dudó durante unos segundos, estaba claro que no le podía decir que había venido a visitar a un profesor de la Universidad que “recién conocía”, y tampoco le podía decir que lo conocía desde hace mucho tiempo, porque tendría que decir que en realidad su nombre no era Marie, y  lo cierto era que, ella no quería tener que contar su pasado.

—Te contaré tan pronto me digas, ¿qué haces aquí? — «touché»,  pensó ella en seguida.

Jacob negó con la cabeza y se encogió de hombros —Supongo que ninguno de los dos sabremos que sucede con el otro— aceptó con un ademán.

Una idea cruzó por la cabeza de Isabella, una muy precipitada, hay que admitir.

—Nunca me he subido a una moto…— habló ella, su tono era muy convincente.

—Eso lo podemos arreglar, Marie— Black señaló la parte de atrás de su moto, y a ella no le tomó más de dos segundos decidir que eso era lo que quería. Subió a la parte de atrás y, ciertamente, nunca había dado un paseo en una, de forma que Jacob en un movimiento rápido, tomó ambas manos de Isabella y las pasó por sus pectorales, «Madre mia…», fue lo que pensó ella. Pero ahora se sostenía del abdomen definido de Black y, sabía, no había mejor remedio para el mal de amores. 

Capítulo 9: Maldita sea, Alice Capítulo 11: Sexo en el Jeep

 
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