Tres Amantes (+18)

Autor: LoreCullenVulturi
Género: Romance
Fecha Creación: 24/09/2013
Fecha Actualización: 30/12/2014
Finalizado: NO
Votos: 7
Comentarios: 28
Visitas: 32475
Capítulos: 33

Casi sintió que estaba en un tablero de ajedrez, que jugaba para el destino, y él era una de sus fichas, un simple peón. Él tuvo que ver un par de veces para corroborar que la muchacha castaña que abrazaba un par de libretas en torno a su pecho, y que reía por las ocurrencias de los chicos que la rodeaban, esa chica, era la misma niña a la que él había atendido en sus prácticas médicas en un orfanato de Seattle. «Es imposible», pensó aquel médico. Pero no había nada imposible en el mundo que conocía, nada que no pudiera pasar y, casi como si no lo hubiese pensado antes, aquella castaña giró su rostro y lo observó. 


"La vida es un enorme tablero de ajedrez..". Eso Edward lo tenía muy claro, pero nunca había experimentado tal cosa, no hasta que sus ojos se encontraron con los de Bella en aquella Universidad. Pero ella había huido de él sin razón aparente; las dudas embargaban su mente, sin saber que tendría más de que preocuparse, cuando su ex-prometida, Tanya, llegara a la ciudad.

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Capítulo 27: Forks

CAPITULO XXVII

El vuelo fue una de las mejores experiencias que Isabella tendría en Forks, aunque fue bastante incómodo tener que huir de Edward y soportar las miradas de Tanya, quien por cierto se empeñaba en seguir haciéndoles creer a todos que ella no sabía nada de “Isabella” y que creía que se llamaba Marie. Aquello era una farsa, la castaña lo sabía, empezando por el hecho de que la prometida de Edward se guindaba del brazo del cobrizo y él buscaba a Isabella con la mirada, como si quisiera disculparse, aquello era una enorme farsa; Edward no amaba a Tanya y Bella lo sabía, pero ella tampoco podía hacer nada, él había cometido un error y ella no podría interferir, no podía ser egoísta con un niño que no tenía la culpa de lo bajo que su madre caía por amarrar a un hombre.

Isabella tenía que morderse la lengua para no responder a los comentarios venenosos de Tanya; casi siempre era Alice la que interfería diciendo cosas como “Ella es mi amiga, por eso viene”, a lo que aquella rubia rodaba los ojos y se presionaba más contra el cuerpo del mayor de los Cullen. El viaje en avión, a pesar de que su puesto era al lado de Edward, Isabella intercambió el asiento con Tanya y le dio la oportunidad de sentarse con su “prometido” mientras ella tomaba un lugar cinco filas atrás del cobrizo, un poco más cerca de Alice y Jasper, quienes la miraron reprobatoriamente después de eso. Gracias a que se mantuvo lejos de aquella pareja, no tuvo problemas con la rubia, al menos hasta que bajaron del avión.

Habían llegado a Seattle y todavía les quedaba un viaje en avioneta a Port Angels, de forma que se encontraban frente a la correa 5 de equipaje en espera de sus maletas. Isabella había traído solo una maleta grande, tenía entendido que se quedarían el resto del mes y parte de Enero, o al menos así lo habían predicho Alice y Emmett, con Edward no había intercambiado palabras. Cruzada de brazos como estaba y con la mirada fija en la correa, Isabella intentaba no mirar de reojo como Tanya rodeaba el cuello del cobrizo y le besaba mientras él se tensaba ante su roce.

—Creo que esto va a tardar un poco más— Emmett se había acercado y ocupaba el lugar libre entre Bella y la pareja, algo que la chica agradeció internamente —Voy por un agua para Rose, ¿Quieren algo?

—Sí, te acompaño— la castaña se adelantó a hablar a sabiendas de que Jasper tomaría su maleta de ser necesario, y una parte de ella creyó que el mismo Edward lo haría.

—Yo quiero un agua con gas.

La voz algo chillona de Tanya no pasó desapercibida para nadie, pero Emmett sonrió ante la disposición de Isabella y empezaron a alejarse sin prestar mayor atención al rostro confuso de aquella rubia. Caminaron en silencio, aquel chico sabía que la castaña no deseaba hablar de eso y no quería presionarle, pero quería saber si estaba bien, si sería capaz de soportarlo o estaba previendo tomar un vuelo de regreso a New Haven en ese mismo aeropuerto.

—Oye Isabella…

—Estoy bien— le interrumpió ella en seguida.

En poco tiempo había aprendido a leer a sus amigos, sabía que Emmett quería decirle algo pero no sabía cómo y puede que no estuviera seguro de decirlo por miedo a cómo ella lo tomaría. Pero la voz de la castaña sonó apacible, no importaba, ella estaba bien. Emmett no dijo nada más en todo el camino, entendió que Isabella solo buscaba alejarse de Edward y él le daría esa oportunidad en vista de que la castaña estaría encerrado con el mayor de los Cullen por lo menos un mes.

Para cuando volvieron, las maletas ya estaban junto a los chicos y podían tomar la avioneta que los llevaría a Port Angels. El viaje fue pésimo, la avioneta era algo pequeña e Isabella tuvo que sentarse muy cera de Edward, podía sentir la respiración de él y, aunque era algo que le encantaba, sabía que tenía que controlarse, en especial por la mala cara que la prometida de este colocaba cuando los capturaba intercambiando miradas con cierto pesar.

Llegar a Port Angels era la prueba de fuego. Allí Esme y Carlisle Cullen los estarían esperando y el mayor de los hermanos tendría que explicar muchas cosas de su vida, empezando por el hecho de que estaba comprometido y la verdadera razón por la que lo estaba. Isabella no se equivocaba, al salir de la avioneta su mirada se centró en un par de mercedes que se estacionaban a unos metros de distancia de su posición, frente a ellos se encontraba una pareja que parecía ser de mediana edad, de no ser por las canas casi imperceptibles en el cabello rubio del hombre, Isabella jamás se hubiese dado cuenta que él era el padre de los chicos Cullen.

En los brazos de Carlisle reposaba una mujer de estatura mediana, un poco más baja que Bella, pero del tamaño de Alice. Su cabello era marrón cobrizo y la chica la asoció en seguida con Edward, por la forma del agarre de Carlisle, aquella mujer era Esme Cullen. Isabella bajó a trompicones con su maleta, seguida por Alice y Jasper, Emmett y Rosalie caminaban delante de ella y Edward fue el último en bajar con Tanya. Isabella observó a una distancia prudente el reencuentro, Alice se lanzó a los brazos del hombre que respondía al nombre de Carlisle, ella parecía ser una niña aún, se notaba que ella era muy consentida en su familia, incluso Isabella lo había notado con los dos hermanos varones, ellos eran sumamente protectores con Alice, la cabra loca de la familia.

Fue imposible no sonreír ante aquel pensamiento; en ese momento Esme rodeaba el cuello de sus hijos, Edward y Emmett, ambos tuvieron que agacharse para que su madre llegara a ellos, Edward unos centímetros más alto que Emmett, pero Bella siempre había visto gigante a este último porque era bastante corpulento y, por un segundo creyó que podría aplastar a Esme. Para cuando tuvo que acercarse a conocer a aquella pareja, Isabella notó los ojos llorosos de la madre de los chicos, supo entonces que eran del mismo color que los ojos de su hijo Edward. La castaña estrechó la mano de Esme presentándose como Isabella, una amiga de los chicos, de igual forma lo hizo con Carlisle, de quien notó que el color de sus ojos era apenas un poco más claro que los de Emmett, y mucho más que los de Alice.

Se sintió insípida momentáneamente con tanta perfección, cada uno de los matices que en los rostros de los Cullen observaba era indescriptiblemente bello, y sabía que ella no podría igualar a la mujer rubia de ojos claros que en ese momento se presentaba como la prometida de Edward. Notó en ese momento como Carlisle le dirigía una rápida mirada a su hijo para comprobar que lo que decía aquella mujer era cierto, Esme, por su parte, había desencajado su mandíbula y respiraba con algo de dificultad, parecía enojada.

Isabella se alejó de forma sutil para no escuchar el drama familiar ni notar la mirada evaluativa de Esme sobre las curvas del cuerpo de Tanya. En unos segundos, Jasper y Rosalie estaban a su lado, flanqueándola mientras observaban con precaución lo que se suscitaba a unos metros de distancia.

—Parece que a Esme no le ha gustado la sorpresa— murmuró Rosalie mientras mostraba una sonrisa que Isabella no supo ubicar, ¿era placer?

— ¿Qué te causa tanta gracia?

Esa pregunta pareció tomar desprevenida a Hale, quien recuperó la compostura de forma inmediata y buscó la voz de quien había preguntado eso. Estaban tan sumidos en el cuerpo de Esme y en la rigidez de Tanya, que ninguno se percató de Edward acercándose a su posición. Isabella lo miró con rapidez y detectó la molestia en su ceño, eso no iba a ser sencillo.

—No pasa nada, Eddie — El cobrizo negó con la cabeza ante el apodo que Rosalie le había dicho y señaló los Mercedes a su espalda.

—Vamos, los esperan.

Isabella caminó como si fuera parte de una procesión y casi pudo desear que la tierra la tragara cuando Alice argumentó que Esme deseaba hacerle unas preguntas a Tanya y que solo por eso tendría que subir al mercedes gris, conducido por Emmett; no había espacio en él, el grandulón iba en el asiento del conductor y Rosalie en el de copiloto; Esme y Tanya se subían atrás y, aunque quedaba un espacio para Bella, Alice negó diciendo que Jasper se iría con ellos.

Ante la artimaña, Isabella supo en seguida que la pequeña Cullen había fraguado su plan. Edward tomó el volante del mercedes negro y Alice casi empujo a Bella al asiento del copiloto mientras ella y Carlisle entraban atrás. La castaña notó en seguida como los nudillos blanquecinos del cobrizo se aferraban al volante y supo en ese momento que había sido un error; en silencio, y sin atraer la atención del resto, Bella se hizo con el cinturón de seguridad y centró la mirada en la carretera que se abría paso ante ellos.

Edward conducía de forma rápida, más de la que la castaña hubiese deseado; Carlisle, que se había enfrascado en una plática animada con Alice, pareció darse cuenta y se inclinó sobre sí mismo para palmear el hombro de su hijo. El cobrizo disminuyó la velocidad considerablemente, pero sus nudillos continuaron fuertemente apretados; en un ademán inconsciente y, al ver como las venas de su mano nívea se marcaban, Isabella estiró uno de sus brazos y trazó un recorrido con su dedo desde los nudillos hasta la vena que subía por aquel duro brazo. Contrario a lo que pensó, Edward no huyó a su acercamiento, su espalda ni siquiera se tensó, con ella no actuaba como actuaba con Tanya, con Isabella no se incomodaba.

Tenían compañía, Isabella no lo olvidaba, pero no había notado como los ojos de Carlisle se clavaban en la caricia que aquella muchacha le estaba dando a su hijo. Edward observó a Isabella de reojo y mostró aquella sonrisa ladina que tanto ella conocía, aquella sonrisa que le mataba lentamente. El cobrizo soltó una de sus manos del volante y la posó entre ellos dos, era una clara invitación para que ella la tomara y, aunque sabía que estaba mal, Isabella no dudó en hacerlo.

Carlisle casi se atragantaba con lo que acababa de ver, su mirada viajó inmediatamente al rostro de Alice, quien mostraba una sonrisa socarrona. Ante la mirada inquisidora de su padre, la menor de los Cullen notó que él tenía preguntas que hacerle, preguntas que Edward tendría que responder. Alice suspiró y negó con la cabeza, gesticuló un “hablamos luego”, cosa que no relajó en absoluto a Carlisle.

Fueron dos horas de trayecto, unas dos horas en la que ni Edward ni Bella soltaron su agarre; tal vez eran las únicas dos horas en las que podían mantenerse en su burbuja porque, al llegar a casa, Edward volvería a tomar la mano de Tanya e Isabella se hundiría en su soledad.

Para cuando el cobrizo aparcó el mercedes en la entrada de la casa, la palabra “maravillada” fue poco para la expresión del rostro de Bella. Era una hermosa casa de tres pisos, con ventanales enormes y claramente bastante iluminada. Esme los esperaba en el recibidor y el resto de los chicos ya habían bajado sus maletas, solo quedaban las que estaban en el auto de Carlisle. Isabella se distrajo con la conversación de Alice y su madre, y no se percató cuando Edward se quedó para bajar las maletas.

—Pensé que Tanya era tu prometida.

Aquella era la voz del padre del cobrizo, el chico trabajaba en bajar sus maletas, las de su hermana y la de Bella, pero las palabras de Carlisle lo hicieron detenerse en su labor. El hombre estaba a espaldas de su hijo, lo que lo obligó a él a girarse lentamente; no esperó entonces ver el semblante serio de su padre, él solía ser comprensivo, pero estaba seguro que no entendería algo como eso.

—No la amo— puntualizó él.

—Entonces, ¿por qué te comprometiste?

—Está embarazada.

El color huyó del rostro de Carlisle, el rostro de aquel hombre pasó de ser normal, a la palidez y luego al rojo, su furia estaba contenida, Edward cerró los ojos esperando lo peor. 

Capítulo 26: Verdades Dolorosas Capítulo 28: Confesiones

 
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