Tres Amantes (+18)

Autor: LoreCullenVulturi
Género: Romance
Fecha Creación: 24/09/2013
Fecha Actualización: 30/12/2014
Finalizado: NO
Votos: 7
Comentarios: 28
Visitas: 32472
Capítulos: 33

Casi sintió que estaba en un tablero de ajedrez, que jugaba para el destino, y él era una de sus fichas, un simple peón. Él tuvo que ver un par de veces para corroborar que la muchacha castaña que abrazaba un par de libretas en torno a su pecho, y que reía por las ocurrencias de los chicos que la rodeaban, esa chica, era la misma niña a la que él había atendido en sus prácticas médicas en un orfanato de Seattle. «Es imposible», pensó aquel médico. Pero no había nada imposible en el mundo que conocía, nada que no pudiera pasar y, casi como si no lo hubiese pensado antes, aquella castaña giró su rostro y lo observó. 


"La vida es un enorme tablero de ajedrez..". Eso Edward lo tenía muy claro, pero nunca había experimentado tal cosa, no hasta que sus ojos se encontraron con los de Bella en aquella Universidad. Pero ella había huido de él sin razón aparente; las dudas embargaban su mente, sin saber que tendría más de que preocuparse, cuando su ex-prometida, Tanya, llegara a la ciudad.

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Capítulo 20: La Carta

CAPITULO XX

Los brazos de Edward rodeaban la cintura de Isabella; se encontraban echados en una toalla sobre la arena desde hacía ya 20 minutos. Después de la visita de Tanya, Edward había insistido en que era buena idea ir a la playa con los chicos; Isabella no habría querido que el resto se enterara del fatídico episodio en su apartamento, así que se las ingenió para aparentar que todo estaba bien y terminó acostada en el pecho de Edward, rodeada por la arena de la playa. La castaña no deseaba realmente que se enteraran de lo sucedido y se acercaran para preguntarle incansablemente si estaba bien, porque no lo estaba y, aunque se empañara en decir lo contrario, sabía que terminaría por quebrantarse. Por eso se aferraba a los brazos de Edward en ese momento, como si el fuese lo único real; los ojos de ella estaban cerrados, pero a lo lejos podía escuchar las risas de Alice y algunos gritos de Emmett, ella solo pasaba su mano distraídamente por uno de los brazos que rodeaba su cintura, dejando pequeñas caricias en él.

A unos metros de la orilla, Emmett luchaba con Rosalie mientras la rubia amenazaba con apalearlo si dañaba su peinado; el cobrizo pensó por un segundo que, si quitabas el sonido de todo, la escena de Emmett y Rosalie resultaba hasta romántica, claro que, si colocabas el sonido devuelta y escuchabas el “Maldita sea, Emmett” de la rubia, aquello no resultaría tan tierno.  Edward estaba absorto en lo que su hermano hacía mientras Isabella mantenía una caricia constante en su brazo, no prestaba mucha atención a otro cosa.

— ¿Por qué esa cara?

La pregunta hizo que el cobrizo saltara, haciendo que la castaña entre sus brazos se removiera durante unos segundos. Jasper estaba agachado justo al lado de Edward y mostraba una media sonrisa; al chico se le había olvidado lo sigiloso que podía ser el novio de su hermana.

—Solo estoy pensando— argumentó Cullen, lo menos que quería era tener que explicar que su mente empezaba a preocuparse por lo que Tanya podría hacer para dañar a Isabella, ella se lo había dicho antes de subirse furiosa a su auto esa mañana.

—Pareciera que ese pensamiento te tiene afligido— Edward le lanzó una mirada a Jasper e inclinó ligeramente la cabeza hacia Isabella, el rubio comprendió en seguida, Cullen no hablaría con la castaña presente.

Antes de que Jasper consiguiera levantarse para dejar solo al cobrizo, Alice llegó dando unos cuantos saltos y tomó asiento justo detrás de Edward; por un momento el chico la vio de reojo y notó como luchaba por acomodarse en la arena, sabiendo que era algo incómodo si no tenía una toalla debajo.

—Cuando veníamos vi unos restaurantes cerca de la bahía. Juro que si me quedo dos horas más aquí, terminaré siendo del color de un camarón— Alice extendió sus brazos teatralmente, como si quisiera demostrar que su color de piel había cambiado demasiado en esa mañana. Isabella abrió los ojos y giró un poco el rostro para observar la piel de la chica Cullen.

—A mi me parece que solo estás un poco bronceada, Alie.

La menor de los Cullen hizo un puchero en dirección a su hermano y Edward puso los ojos en blanco; Jasper soltó una pequeña risa y se adueñó de la cintura de Alice, le susurró algo que el cobrizo no entendió y, por la risita tonta de su hermana, agradeció no haberlo hecho. Ese tipo de gestos le recordaba el golpe que le dio a Jasper mientras estaban en la jefatura de policías, ahora no existía rencor entre ellos, pero Edward prefería ignorar el hecho de que él y su hermanita intimaban.

—Vamos chicos, me muero de hambre y Rosalie en serio los matara si no puede comerse su ensalada a las 12 en punto— la voz suplicante de Alice, hizo que el cobrizo entornara los ojos.

Una hora después, todo estaba recogido; las sombrillas playeras estaban acomodadas en el jeep de Emmett, los bolsos de las chicas estaban en los respectivos autos, y no parecía haberse quedado nada. Un minuto después de que Edward había pensado que estaban listos, Emmett empezó a correr hacia la playa nuevamente argumentando que las cervezas se habían quedado. Luego del incidente, finalmente estuvieron listos para partir.

El restaurante que Alice había mencionado no estaba tan lejos de la playa, solo a unos 10 minutos en auto. Tenía apariencia de taberna y parecía ser un lugar bastante acogedor; los chicos fueron guiados por una camarera hasta dos mesas unidas, cubiertas por un mantel blanco; después de tomar asiento, le fueron proporcionados los menús del lugar.

— ¿Has pensado en lo que va a pasar cuando el decano se entere?

La voz de Jasper había hecho que Edward volviera su atención al rubio, Isabella en un principio no comprendió a lo que se refería el chico, pero notó como el cobrizo vacilaba en su respuesta.

—Debo renunciar antes de que eso pase— su voz sonó calmada, pero la castaña se había removido a su lado y ahora lo observaba con la interrogante pintada en su rostro —Va contra las reglas emparentar de este modo con estudiantes— él acarició la mejilla de Isabella, pero la postura de esta no se relajó.

— ¿Entonces vas a renunciar por mi? — preguntó.

Alice, sentada del otro lado de la mesa, justo frente a Bella, se adelantó a negar con la cabeza —Edward ha hablado de dedicarse de lleno a la medicina. Renunciar a Yale es algo que ha estado planeando— Swan sabía que aquel era un débil intento porque ella no se sintiera culpable por la decisión del cobrizo.

—Como sea, Edward no puede renunciar justo ahora— la voz de Emmett hizo que todos los presentes voltearan a verlo; él había pasado su brazo por la cintura de Rosalie y se mostraba cómodo con la situación —El decano no va a aceptar su renuncia cuando ya estamos finalizando el semestre, y verse forzado a despedirte sería contraproducente, ¿qué hará con los exámenes finales? — por un momento Isabella se sorprendió de la sobriedad de la explicación, no sabía si ese era el mismo Emmett que salió corriendo del Jeep minutos atrás porque se habían quedado las cervezas.

Ante la explicación del chico Cullen, Jasper asintió con lentitud —Emmett tiene razón. Quien tiene las riendas de esto eres tú, Edward— aquello no pareció agradarle al cobrizo.

—Tal vez tengan razón, no quisiera dejarlos a todos en manos de quien sabe qué clase de profesor en los exámenes finales— respondió él algo absorto.

—Que considerado, Doctor Cullen—Rosalie rodó los ojos en seguida —Admite que lo que no quieres es dejar a Bella sola con Tanya— los ojos de aquella rubia viajaron de Edward a Isabella en un segundo.

Swan intentó aparentar que no deseaba decir nada, pero en su cabeza danzaba la idea de comentar lo que había pasado en su apartamento horas atrás —Sé cuidarme sola, Rosalie. Gracias— fue lo único que dijo. La rubia alzó sus cejas sugestivamente y se refugió aún más en los brazos de Emmett.

—No importa, igual estaré cerca— de reojo, Isabella notó como Edward elevaba un poco la comisura de sus labios, él, al igual que ella, habían detectado la disposición de Rosalie de defender a Bella, eso constituía una especie de “aceptación” por parte de la rubia, a pesar de las malas miradas que le había dirigido a la castaña desde un principio. Swan no dijo nada, pues se vio interrumpida por la llegada de la camarera que tomaría sus órdenes.

La conversación fluyó bastante amena después de que aquella camarera trajo sus pedidos; Rosalie comió una ensalada, Jasper y Alice compartieron un bote de alitas de pollo, Edward comió un filete y, Emmett y Bella terminaron por pedir una hamburguesa con papas fritas cada uno. Isabella notaba la mirada de Rosalie sobre Emmett y casi podía imaginársela diciendo “veremos cómo demonios bajas toda esa grasa”, pero Em era parte del equipo de futbol americano, y entrenaba bastante duro. Por un momento, la castaña se sintió observada, creyó que se trataba de Rosalie, pues le había parecido ver por uno segundo una cabellera rubia; pero cuando levantó la vista, notó que Rose había envuelto sus brazos alrededor del cuello de Emmett y su vista estaba centrada en el rostro de él.

— ¿Estás bien? — preguntó Edward cuando notó el rostro confundido de Bella, ella hizo un esfuerzo por recuperarse y asintió.

—Si… es que, estaba pensando en que mañana tengo un examen y…

—Necesitas que te lleve a casa— interrumpió él; la castaña asintió con lentitud y, después de las despedidas de los chicos, se encaminaron hasta el volvo de Edward.

En todo el camino hasta el estacionamiento, Isabella tuvo la sensación de que alguien la seguía con la mirada, pero se prometió a sí misma que pensaría que no era la mirada de otro que no fuesen sus amigos, con quienes estuvo sentada almorzando ese día.

Edward conducía sin decir palabra alguna, parecía estar bastante pensativo; Isabella, habiéndolo notado, se movió apenas un poco en el asiento del copiloto y reclinó su cabeza en el hombro derecho del cobrizo, él bajó la mirada por apenas dos segundos y los ojos claros de él se encontraron con los de la muchacha, que observaba de su posición el rostro perfecto del hombre a su lado.

—Te amo— susurró ella.

Él sonrió, era primera vez que lo decía.

Edward la dejó abajo, en la entrada del edificio, pues ella insistió en que no era necesario que la acompañara. Un ataque de pánico la embargó cuando estuvo frente a las puertas de su apartamento; después del episodio con Tanya, y la rara sensación en el restaurante, podía imaginarse su loft destruido y a una rubia histérica esperándola. Respiró profundo un par de veces y contó hasta 10 antes de meter la llave en la cerradura y girar el pomo de la puerta; «Aquí vamos», pensó.

Cuando entró al lugar, dejó en el suelo el pequeño bolso que había llevado a su salida a la playa; su vista se paseó por cada uno de los rincones, aún sin cerrar la puerta. Su piso estaba tal como ella lo recordaba, a excepción de una carta en el suelo, ella no la había dejado allí; pero a Isabella le tomó unos cuantos segundos darse cuenta que la habían pasado debajo de la puerta. Abrió la carta en seguida, pero solo había una frase:

«Él es mío, siempre lo fue.»

Las manos de la chica temblaron y el papel cayó al suelo, intentó respirar profundo, pero su pecho no parecía responder bien a eso. La vista de Isabella viajó al suelo y se encontró con la carta nuevamente, la tomó y la revisó completamente. No había remitente. Pero ella sabía bien de quien se trataba; la rabia y el miedo empezaron a embargarla, nunca había vivido una situación igual, se sentía acosada. Pensó en llamar a Edward, pero eso solo lo preocuparía más; no quería quedarse en casa después de eso, pero no podía contar con Alice porque el cobrizo se enteraría.

Isabella cerró los ojos intentando pensar con claridad; «Cálmate Bella, cálmate», pero las lagrimas de impotencia empezaron a correr por sus mejillas. En unos segundos, ya se había dado la vuelta y había tomado el elevador pero ir hasta la recepción; con el papel en sus manos, la castaña no dudó en acercarse al hombre detrás del escritorio en el vestíbulo.

—Sr. O’Connel— el hombre, distraído con el periódico de esa mañana, volvió la vista en dirección a Isabella — ¿Recuerda a las visitantes de esta mañana?

El hombre, de pelo blanco, frunció levemente el ceño —Buenas tardes Srta. Dwyer. Es muy difícil decirlo, mi mente ya no es tan ágil— ella mordió su labio inferior.

—Pero puede recordar a una mujer exuberante ¿no es así?

Escuchó entonces una risotada y observó como el hombre de la recepción asentía —Casi siempre lo hago, ¿en qué puedo ayudarla?

— ¿Recuerda a la rubia que subió a visitarme? Era una mujer alta, de piernas largas, muy bonita, llevaba…. — intentó recordar —Llevaba un vestido ceñido al cuerpo.

—Ah sí, claro. La Srta. Denali. Fue muy amable en presentarse, no todos prestan atención a un viejo como yo— el Sr. O’Connel parecía realmente feliz de que Tanya hubiese volteado a verle.

— ¿Recuerda si volvió a subir luego de que bajó?

El hombre negó con la cabeza —Ella subió y estuvo unos minutos con usted, luego vi que un hombre subía. Salieron juntos, él la llevaba del brazo y ella parecía molesta; luego se fue y él volvió a subir.

— ¿Y después? — insistió Isabella.

—Usted bajó con él— reafirmó el Sr. O’Connel —He estado sentado aquí toda la mañana, y esa Señorita no volvió  a aparecerse por aquí.

El rostro de Isabella estaba confundido; «Tal vez envió a alguien», pensó. Los ojos de la chica volvieron a enfocarse en el hombre de la recepción.

— ¿No hubo nada sospechoso cuando me fui? — preguntó la castaña, mientras apretaba la carta con fuerza entre sus dedos.

—Para nada Srta. Dwyer… ¿pasa algo? — Isabella negó con la cabeza y partió con rapidez.

Allí, en su apartamento, al cerrar la puerta, la castaña tomó asiento en uno de los sillones de la estancia; colocó sus codos sobre las rodillas y adelantó apenas su cuerpo para que su cabeza se ocultara entre sus manos. Aquella posición era deprimente, estaba consternada y sentía miedo. Inconscientemente, se levantó hasta el bolso que había dejado en el suelo, justo al lado de la puerta y sacó su celular; el número de Edward estaba en marcado rápido.

— ¿Hola? — se escuchó del otro lado de la línea.

— ¿Te interrumpí?

—Nunca interrumpirías nada Bella, por ti dejaría de hacer cualquier cosa— ella apretó sus labios para no liberar un sollozo — ¿Estás bien? — el silencio había parecido alertar a Edward.

—Estoy bien; es solo… hay cosas que no entiendo del tema y consiguen preocuparme.

—No lo tomes tan a pecho, Bells. Tómate un descanso.

—No puedo, apenas he comenzado.

— ¿Necesitas que te explique algo? Puedo ir para allá si quieres.

Aquello le habría encantado a Isabella, pero no podía dejar que Edward viera el manojo de nervios en el que se había convertido su novia. Negó con la cabeza a sabiendas de que él ni siquiera podría verla.

—No. No creo que pueda concentrarme contigo aquí.

Una risa se escuchó del otro lado de la línea —Te amo.

Ella tardó en contestar —Y yo a ti.

La castaña cortó la comunicación antes de que él pudiera preguntar algo más. De pie, de espaldas a la puerta del loft, Isabella observó todo nuevamente; ese lugar no era tan seguro como habría pensado el primer día que estuvo allí, la castaña sentía casi como si hubiesen profanado su hogar. Sin pensarlo demasiado, marcó otro número en su celular.

— ¿Puedo quedarme contigo esta noche? — preguntó.

 

Capítulo 19: Visita de Cortesía Capítulo 21: Blusa Café

 
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