Tres Amantes (+18)

Autor: LoreCullenVulturi
Género: Romance
Fecha Creación: 24/09/2013
Fecha Actualización: 30/12/2014
Finalizado: NO
Votos: 7
Comentarios: 28
Visitas: 32476
Capítulos: 33

Casi sintió que estaba en un tablero de ajedrez, que jugaba para el destino, y él era una de sus fichas, un simple peón. Él tuvo que ver un par de veces para corroborar que la muchacha castaña que abrazaba un par de libretas en torno a su pecho, y que reía por las ocurrencias de los chicos que la rodeaban, esa chica, era la misma niña a la que él había atendido en sus prácticas médicas en un orfanato de Seattle. «Es imposible», pensó aquel médico. Pero no había nada imposible en el mundo que conocía, nada que no pudiera pasar y, casi como si no lo hubiese pensado antes, aquella castaña giró su rostro y lo observó. 


"La vida es un enorme tablero de ajedrez..". Eso Edward lo tenía muy claro, pero nunca había experimentado tal cosa, no hasta que sus ojos se encontraron con los de Bella en aquella Universidad. Pero ella había huido de él sin razón aparente; las dudas embargaban su mente, sin saber que tendría más de que preocuparse, cuando su ex-prometida, Tanya, llegara a la ciudad.

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Capítulo 26: Verdades Dolorosas

CAPITULO XXVI

—Edward…

— ¿Estás bien? —  la voz de él interrumpió lo que Isabella estaba a punto de decir.

La castaña lo observó durante unos segundos, sumida en el silencio, esforzándose porque el rostro crispado en dudas y en dolor de Edward, no nublara su mente, impidiéndole ordenar sus ideas y decir lo que tenía que decir en un momento como ese. Necesitaba, deseaba que Edward le dijera que aquellos exámenes eran mentira, que Tanya no estaba embarazada pero, él mismo le había dicho que se había acostado con la rubia; era en ese momento en el que la mente de la castaña, su parte lógica le decía que existían parejas que pasaban meses intentando concebir ¿era posible que aquella rubia lo hubiese logrado en la primera oportunidad? ¿Acaso tenía tan mala suerte Isabella?

— ¿Es cierto? — quiso saber.

A esas alturas, Edward ya estaba enterado de lo que aquella muchacha sabía, no podía negárselo, pero no sabía cómo mirarla después de eso. Isabella se acomodó en la cama, sentándose para observar directamente al cobrizo, de pie frente a ella; en ese momento ella se sintió pequeña, como si la presencia de Edward fuera demasiado apabullante; no se conformó entonces con sentarse, se puso de pie frente a él y, aunque un mareo la embargó, no cedió espacio de su territorio. Se había plantado firme, esperando una respuesta.

—Lo es— dijo él, apenas en un hilo de voz.

Edward bajó el rostro avergonzado e Isabella contempló como los brazos de él caían a un lado de su cuerpo; abatido como estaba, no era capaz de verle la cara.

— ¿Planeabas decírmelo? — la voz de la castaña sonó dura, aunque habría querido que sonara dulce, condescendiente, no era así, sentía celos de Tanya, rabia de que estuviese logrando lo que quería.

Él notó el cambio en la voz de Isabella y alzó su rostro en seguida para verle, los ojos de él estaban cristalinos, y en ese momento ella supo que algo peor habría de venir —Tenía que hacerlo Bella, lo siento…

— ¿Qué? — él no dijo nada. Isabella adelantó un paso su posición, solo para quedar más cerca del cobrizo — ¿Qué fue lo que hiciste? — insistió empezando a sentir como era la desesperación la que hacía que sus palabras salieran con rapidez, se sentía ansiosa y los ojos cristalinos de Edward no ayudaban a su sosiego.

—Debo casarme con ella.

La habitación reinó en silencio; la castaña apenas fue capaz de observar el rostro del cobrizo; prefirió desviar la mirada y perderla en un punto muerto de la estancia. No podía creer lo que estaba escuchando, ¿se casaría? ¿Y ella? Se vio obligada a tragar un par de veces mientras luchaba por encontrar su voz, por reprimir los sollozos que sus lagrimas silenciosas se habían encargado de acallar mientras escurrían por sus mejillas, rogando porque Edward fuese incapaz de verle.

— ¿Por qué? — su pregunta dibujó una máscara de tristeza en el rostro del cobrizo.

—Es mi hijo, Bella— aquellas palabras parecían quemar su garganta cuando las pronunció. La castaña lo notó cuando él hizo una mueca y su entrecejo se frunció más de la cuenta, casi como si no pudiese creer lo que estaba pasando, casi como si no supiera lo que él mismo había hecho. Como si no deseara hacerse responsable de las consecuencias. Pero estaba cumpliendo, él se lo estaba diciendo, se haría responsable aunque una parte de Isabella gritara que no deseaba que lo hiciera, que deseara que él fuese un egoísta por primera vez, que fuese un mal hombre.

Pronto se sintió miserable, más pequeña de lo que nunca pensó poder sentirse; se sentía ridícula al creer que Edward la pondría por encima de su propio hijo, más ridícula aún por desear secretamente que aquel niño se quedara sin un padre solo por una ráfaga egoísta que había invadido su mente momentáneamente.

—Entonces esto es una despedida— dijo ella apenas en un hilo de voz.

Edward la escuchó perfectamente —No quiero que te alejes.

La sonrisa que ella mostró en ese momento fue amarga y el supo muy pronto que aquello no era algo que le pudiera pedir a aquella muchacha que bastante se estaba esforzando por no quebrarse en ese momento muy a pesar de que en su rostro, los rastros de lagrimas eran evidentes. Ella había llorado en silencio, y estaría a punto de hacerlo otra vez.

—Lo siento… Sabes que no puedo prometerte eso.

—Sé que soy egoísta pidiéndolo. No quiero hacerte daño.

— ¿Más del que ya me has hecho? — El tono de Isabella fue acusador, pero él entendía lo que decía y aguardó en silencio que ella pudiese desahogarse —Quisiera decir que son cosas que pasan, quisiera poder admitir que algo así pudo haberle pasado a cualquiera Edward, pero no es así. Embarazaste a esa mujer de la manera más absurda que existe…— los ojos de Bella centellearon, pero él no dijo nada — ¿Tanto te costaba aceptar lo nuestro? ¿Preferiste dejarte llevar por lo que su cuerpo te ofrecía? Edward… te has buscado lo que te está pasando y, lo lamento, pero esta vez no puedo aplaudir tu valor en afrontar las consecuencias de tus actos. No puedo hacerlo porque afrontarlas es lo mínimo que puedes hacer.

El cobrizo la observó, conteniendo las palabras, —Sé que fui un idiota… Sé que debí haber reaccionado a lo nuestro y aceptarlo desde el primer momento, pero el “debí” no existe Bella. No puedo regresar el tiempo— tragó en seco ante el peso de su propia afirmación — ¿Puedo pedirte que me perdones?

Isabella volvió sus ojos al rostro consternado del cobrizo, tuvo repentinas ganas de gritarle, de decirle que nunca podría perdonarle; pero, a pesar de que él se había equivocado, ellos ni siquiera estaban juntos cuando eso pasó y, a pesar de ello, él había tenido el valor de aceptar lo que hizo cuando iniciaron la relación; en ese sentido ¿por qué tendría que perdonarlo? —Me duele Edward, y sabes que me afecta— suspiró agobiada —pero no tengo nada que perdonar… lo que hiciste, ni siquiera lo hiciste cuando estuvimos juntos; y ahora… bueno, ahora solo es consecuencia de ese pasado, el que no compartimos.

Él la miró durante unos segundos, pero ella no dijo más nada. La castaña se aproximó en silencio al closet y sacó una maleta; él sabía lo que estaba haciendo, estaba seguro que ella no compartiría la cama con un hombre absurdamente comprometido y, aunque él quisiera lo contrario, él tampoco podía permitir que Isabella fuese “la otra”, porque ella siempre había sido la única.

Se escabulló entonces por la puerta de la habitación, sin decir palabra alguna. Los chicos Cullen esperaban a Edward en la sala, en compañía de Jasper y Rosalie, quienes parecían ajenos a toda la tención que se vivía en la casa; Edward le dirigió una mirada rápida a Alice y eso bastó para que ella se liberara del aprisionamiento de los brazos de Emmett y corriera a abrazar a su hermano mayor. El cobrizo intentó contener la respiración, pero algunas lágrimas silenciosas corrieron por su rostro mientras su hermana le rodeaba.

— ¿Estás bien? — Alice se separó de él y estudió su rostro; él no respondió, sus lágrimas decían muchos más —Hermano… ¿Se lo has dicho? ¿Cómo lo ha tomado?

— ¿Cómo quieres que lo tome, Alice?

Emmett se cruzó de hombros en seguida y su vista viajó escaleras arriba, en ese momento el resto también siguió la línea de su mirada y se encontraron con el cuerpo de la castaña bajando una pesada maleta. Em casi corrió a ayudarle, ella le dirigió una mirada de agradecimiento.

— ¿Qué es todo esto? — la chica Cullen atrajo la atención de Isabella.

—Son mis cosas. Creo que es mejor que me vaya— Bella no supo en ese momento como fue que la voz le salió lo suficientemente fuerte como para que la menor de los hermanos pudiera escucharle. Emmett rodeó los hombros de la castaña con sus brazos y la estrechó delicadamente contra su pecho.

— ¿Estás segura de que quieres hacer esto? —preguntó en un susurro, aunque sabía que el resto posiblemente lo había escuchado.

Isabella guardó silencio durante unos segundos, sin saber cómo responder a la pregunta de aquel muchacho —Es lo mejor— dijo al final.

Unas horas después, la castaña podía llorar en paz, a solas y echada en su cama. Su apartamento estaba tal como lo recordaba; hacía mucho que no había ido al lugar y necesitaba algo de limpieza, pero podía dormir en él, o al menos llorar sin ser interrumpida por nadie. Tuvo la idea de llamar a Jane o a Alec, pero la descartó cuando las lágrimas corrieron con más fuerza, no deseaba que nadie la consolara, muy a pesar de que sus mejores amigos eran grandiosos en ello, ella solo quería llorar, sacar todo cuanto tenía dentro.

Y lo hizo. Lo hizo hasta que se quedó seca y no fue capaz de derramar una lágrima más. Su cabeza después de eso era un meollo, Alice la llamó los días siguientes para ver cómo estaba pero Isabella nunca contestó el teléfono, supo lo que la chica Cullen quería por los mensajes de voz que le había dejado. Tuvo, además, que contarle a Jane y a Alec lo sucedido con Edward y desde ese momento parecieron odiar a Tanya aún más; no los juzgaba, cierta parte de ella también le odiaba, le odiaba por quitarle lo que era suyo.

Era viernes, el último día en la Universidad; hacía algo de frío por el invierno venidero pero Isabella lo llevaba bastante bien. La castaña caminaba con aire distraído por el campus, llevaba puesta una gabardina oscura y una bufanda para evitar enfermarse.

—Bella— una voz conocida la llamó en seguida.

No era Edward, él había renunciado a Yale después de su ruptura, según le dijo a Emmett  era para no hacerle más difícil la situación a Isabella, aunque esta última creía más bien, que era para evitar la mayor parte del tiempo a su prometida.

—Alice— la castaña se giró en seguida para encarar a la chica Cullen.

—Ha pasado una semana, ¿por qué no me contestas las llamadas? — la chica se veía molesta, pero Isabella no podía mentirle, no a ella. Observó como su acompañante se puso las manos en torno a la cintura, a la espera de una explicación.

—Lo siento. No he estado muy bien últimamente y…

—Precisamente por eso— Alice interrumpió las palabras de la castaña —Verás Bella, sé que cuentas con Jane y todo eso. No te digo que ella no sea tu amiga, pero no me dejes fuera por favor. Olvídate de mi apellido, fuiste y eres mi amiga antes de ser “lo que sea” de mi hermano.

Los ojos de la castaña se cristalizaron, no quería hablar de Edward —No quiero hablar de él, Alie.

La chica Cullen asintió inmediatamente, dando el tema por zanjado —Ahora dime, ¿vendrás a Forks con nosotros?

Lo había olvidado. Isabella había quedado en ir al lugar de nacimiento de los chicos Cullen y pasar la navidad con ellos; después de lo sucedido, dudaba de que algo como eso fuese factible, aunque una parte de su mente le gritaba que debía aceptar, que le debía demostrar a Tanya que no le había derrotado.

—Claro— aceptó al final.

Alice lanzó un pequeño chillido y empezó a parlotear sobre aviones, avionetas y cosas a las que Isabella no prestó atención; su mente estaba centrada en cómo le demostraría a aquella “perfecta” rubia, que no le había destruido, en lo absoluto.

—Nos vamos en dos días— fue la frase que captó la atención de Isabella —Nos veremos en el aeropuerto y… Bella, debes saber que Tanya viene con nosotros.

La castaña suspiró, eso lo sabía, lo intuía, y precisamente por eso había aceptado —Nos veremos en el aeropuerto. Pásame un texto con la hora para encargarme de los boletos.

La chica Cullen se encargó de negar con la cabeza —Edward se ha encargado de todo, tu nombre fue el primero que registró. Todo está listo.

El nombre “Edward” le generó una punzada de dolor a Isabella, pero sonrió, lo mejor que pudo hacerlo. No era sencillo. 

Capítulo 25: El Abismo Capítulo 27: Forks

 
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