Tres Amantes (+18)

Autor: LoreCullenVulturi
Género: Romance
Fecha Creación: 24/09/2013
Fecha Actualización: 30/12/2014
Finalizado: NO
Votos: 7
Comentarios: 28
Visitas: 32479
Capítulos: 33

Casi sintió que estaba en un tablero de ajedrez, que jugaba para el destino, y él era una de sus fichas, un simple peón. Él tuvo que ver un par de veces para corroborar que la muchacha castaña que abrazaba un par de libretas en torno a su pecho, y que reía por las ocurrencias de los chicos que la rodeaban, esa chica, era la misma niña a la que él había atendido en sus prácticas médicas en un orfanato de Seattle. «Es imposible», pensó aquel médico. Pero no había nada imposible en el mundo que conocía, nada que no pudiera pasar y, casi como si no lo hubiese pensado antes, aquella castaña giró su rostro y lo observó. 


"La vida es un enorme tablero de ajedrez..". Eso Edward lo tenía muy claro, pero nunca había experimentado tal cosa, no hasta que sus ojos se encontraron con los de Bella en aquella Universidad. Pero ella había huido de él sin razón aparente; las dudas embargaban su mente, sin saber que tendría más de que preocuparse, cuando su ex-prometida, Tanya, llegara a la ciudad.

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 9: Maldita sea, Alice

CAPITULO IX

El cuerpo de Alice se movió con rapidez por aquel pasillo. El piso estaba tenuemente iluminado por los rayos de sol que se colocaban por los ventanales torpemente cubiertos por las cortinas que Agatha, el ama de llaves, había corrido la noche anterior. El silencio inundaba el lugar, y lo único que parecía interrumpirlo eran el sonido de los pies de la menor de los Cullen, danzando con rapidez hasta detenerse frente a la puerta de Edward. Un toque. Dos toques. Nadie abrió la puerta de la habitación de su hermano; empezando a mostrarse ansiosa por la situación, Alice colocó su delicada mano sobre el pomo, la giró y, un click después, la puerta estaba abierta.

Adentro, un cuerpo reposaba apaciblemente, enredado entre las sábanas blancas. La menor de los Cullen reconoció la cabellera cobriza que sobresalía de aquellas telas claras que cubrían el cuerpo; carraspeó creyendo por un momento que Edward fingía dormir, pero su hermano ni siquiera se removió.

La habitación estaba completamente a oscuras, y apenas podían detallarse las sombras de los objetos que ocupaban espacio en aquel sitio. Alice tuvo mucho cuidado cuando empezó a moverse por la habitación para llegar hasta el ventanal que solía iluminar la estancia por las mañanas. A Edward siempre le habían agradado los lugares claros; en Forks, donde creció, los Cullen habían adquirido una buena casa en medio del bosque, parecía más bien una casa de retiro, pero a la madre de los chicos, Esme, le agradaba poder tener un lugar donde podía sentarse en silencio; el lugar era muy tranquilo, y la habitación que Edward tenía allí era envidiable, estaba rodeada de enormes ventanales y solo había una pared en el lugar, la única que sostenía la puerta para entrar a la habitación. En esa pared, había una estantería enorme con algunos libres de medicina básica que su padre, Carlisle, le había obsequiado, música clásica y algunas fotografías en familia.

Alice recordaba bien la habitación, siempre había sido la misma. Aquel ventanal que ahora ella observaba, no era ni la sombra de lo que su casa en Forks era. La castaña corrió las pesadas cortinas oscuras y la luz dio directo al rostro de Edward; casi como un reflejo, la chica se giró para estudiar la reacción de su hermano, pero él apenas se removió, cambió la postura entre las sábanas y volvió a dormir.

Como un intento ávido por que su hermano prestara atención a ella, la menor de los Cullen subió a la cama del chico y saltó en ella un par de veces. El colchón se hundía cada vez más con el peso de la muchacha, a pesar de que ella no estaría pesando más de 45 kg.

El quejido de Edward se alzó rompiendo el silencio de aquella habitación y los pies descalzos de Alice abandonaron la cama del chico para posarse en el suelo, justo frente al cobrizo. Una mirada de reojo bastó para que ella se percatara de la luz que entraba por la puerta de la habitación, misma que había quedado abierta tras su entrada a la estancia; en una reacción rápida, Alice se estiró para cerrarla y volvió la mirada enseguida al chico.

—Buenos días, dormilón— saludó mientras acariciaba la frente de su hermano.

—Alice, ¿Qué haces aquí?

—¿Por qué tardaste tanto en despertar? — contraatacó ella.

—Alice—insistió él.

—Bueno, está bien— la chica mordió su labio inferior durante unos segundos antes de volver a hablar —Quiero que me invites a desayunar. Hay una cafetería cercana por aquí…

Aquella frase quedó en el aire cuando la mirada de Edward se cruzó con la de la castaña, Las intenciones de la menor de los Cullen estaban muy claras; la curiosidad de conocer a Isabella y ver la reacción del cobrizo estaba dominando a Alice. Sin embargo, Edward creía entender lo que estaba pasando y, es que no era difícil intuir que Emmett le había contado a la chica sobre la nota que él había recibido la noche anterior.

La idea de contarle todo a Alice no era algo que le agradara en sobremanera a Edward, su hermana hacía demasiadas preguntas y muy seguramente terminaría por contárselo a Emmett; el cobrizo no quería tener que pasar el resto de su vida teniendo que explicarle a su hermano que entre Isabella y él no hay ni habría nada diferente a una amistad «O al menos eso creo…», cerró la línea de sus pensamientos con aquella nota mental.

Era muy difícil de explicar lo que pasaba por su cabeza en ese momento; por un lado, Edward tenía que controlar la situación con Tanya, pues ya había detectado las intenciones de la mujer, por otro, estaba esa necesidad inexplicable de proteger con Isabella y estar con ella, algo que no podía o, en realidad, no quería explicarse a sí mismo; y, como cereza del pastel, allí estaba Rosalie, empezando lo que parecía ser una relación con Emmett, pero sin decirle que en algún momento, hace pocas semanas, para ser francos, se había enredado con el mayor de los Cullen.

«Son tres historias… Como tres amantes. Maldición, Alice.», pensó volviendo la atención a su hermana, que esperaba ansiosa la respuesta de él.

—Claro, conozco el lugar— aceptó con rapidez.

Edward cuidaba muy bien sus pasos, y su hermana no pensaría lo que no es si él se comportaba como siempre lo había hecho. «Cortés y educado, Edward. Cortés y educado.», se repitió a sí mismo antes de salir de la cama y despedir a Alice.

Una hora después, era él quien esperaba a la chica en la sala de aquel piso. Había conseguido el pent-house después de que sus padres hicieran un gran aporte a su vida profesional, argumentando que un profesional necesitaba un “buen lugar” para vivir. Era una lástima que a esas alturas ninguno supiera cual era la verdadera profesión de Edward. Carlisle era médico, era muy posible que entendiera a su hijo, pero no era eso lo que al cobrizo le preocupaba. Él se había marchado a New York a estudiar periodismo, si desde un principio él hubiese aceptado que quería estudiar medicina, la mentira no hubiese sido mayor. Ahora lo difícil no era la decepción de haber estudiado algo distinto, porque eso estaba muy bien, lo difícil era la decepción de aceptar que había mentido de forma estúpida todo este tiempo y, claro, sin motivo aparente. Ahora, después de todo ese tiempo, ni siquiera él entendía bien cuál era la razón por la que había engañando a su propia familia.

—Pensé que te habías arrepentido— la voz de Alice sacó a Edward de sus ensoñaciones.

—No. Estaba esperándote.

—Se veía como si estuvieras pensando en una forma de escapar.

Alice lo había evaluado con tanta rapidez que fue sencillo detectar el entrecejo fruncido de su hermano, algo que le dijo al instante que a él le estaba preocupando algo. Edward solía ser muy cerrado en cuanto a sus cosas se trataba, y a ella en ocasiones le era bastante difícil que él consiguiera desahogarse aunque fuese a medias con ella.

—Ed, sé que te preocupa algo— se adelantó a decir ella.

El cobrizo suspiró y asintió con pesadez —Alice, tengo que decirle todo esto a mis padres. Es algo que ya no puede durar.

—¿Hablas en serio? — los ojos de la castaña estaban abiertos como par de platos.

—¿Qué se supone que diga cuando mi madre me ceda la dirección de la revista? ¿Con qué licencia periodística voy a ejercer, Alice? Es una locura— la voz de él había bajado tanto que ahora parecían estar contándose un secreto entre murmullos.

—Lo sé Edward. ¿Crees que no he pensado en eso?... Pero es que, demonios… Es muy difícil decir que mentimos durante tanto tiempo— la voz de la chica denotaba preocupación, pero Edward se apresuró a negar con la cabeza.

—No tenemos que decir que ustedes lo sabían. De hecho, aún así, lo saben desde hace poco.

—Edward, esa sería una mentira a medias. ¡Seguiríamos mintiendo! — casi chilló la menor de los Cullen.

Después de unos segundos observándose directamente, los ojos azules de los hermanos no demostraron una solución aparente. El cobrizo apartó la vista casi con frustración y se dejó caer en uno de los sillones de la estancia; Alice lo siguió para arrodillarse frente a él y posicionar sus codos en las rodillas flexionadas de su hermano. Los ojos de la chica volvían a centrarse en el rostro de Cullen.

—Hermano, encontraremos la forma— intentó ser optimista.

—Lo haré este año. En Forks— puntualizó él.

No tenía caso seguir discutiendo al respecto, el cobrizo había tomado una decisión y no tenía caso intentar que él cambiara de opinión. Alice se levantó de donde se había arrodillado y observó a su hermano durante unos segundos, suficiente para que entendiera que tenían una cita pendiente. Unos minutos después, habían abordado el auto y Cullen conducía en dirección a esa cafetería, apenas a unos metros del edificio donde vivían.

—No lo entiendo. Pudimos haber caminado— comentó la chica desde el asiento del copiloto.

—Lo sé, pero tengo cosas que hacer en el hospital. Me iré directamente.

Ella lo había intuido, por el maletín con el que él cargaba cuando salió del piso; mismo que ahora reposaba en la parte de atrás del volvo de su hermano.

—¿Quieres que te lleve a la Universidad? — preguntó él, aunque sabía de sobre manera que, si su hermana no había traído sus cosas era por dos razones. La primera, era que él tendría que pagar la cuenta y, la segunda, alguien vendría por ella.

—Jasper vendrá por mí— comentó de forma distraída.

—¿Necesitas que te busque? — quiso saber Edward, aunque sabía de sobra la respuesta.

—Iré con Jasper a ver a Rosalie.

«Jasper, Jasper, Jasper», pensó frunciendo el entrecejo cada vez que su mente le recordó que su hermanita estaba saliendo con alguien cuya cara denotaba estreñimiento. El tipo no le caía mal al cobrizo, pero estaba saliendo con su hermanita, era lógico que no hiciera una fiesta para celebrar que pasaran tanto tiempo juntos, «¿Alice es virgen?», se preguntó Edward durante unos segundos, pero aquello no era algo que le pudiera preguntar a su hermana, él no era de esa clase de “hermanos”.

El volvo aparcó justo frente a la cafetería donde Isabella trabajaba; era primera vez que veía el nombre del lugar, «Ben’s Dinner», leyó él en su mente. La cafetería ocupaba el piso inferior de un edificio de tres pisos; había dos más por encima del local y estos solían estar ocupados por los dueños de la cafetería. Al menos eso era lo que acostumbraban en el centro, Edward no estaba seguro en un caso como ese; tal vez esos pisos estaban ocupados por personas que no podían pagar un alquiler más costosos y se conformaban con vivir encima de una cafetería. Aquello no parecía ser tan malo, tenían el desayuno bastante cerca, y por lo visto, la cena también.

Para cuando Edward cayó en cuento, Alice ya había bajado del volvo y observaba, pegada al auto, el establecimiento. El cobrizo notó como la chica evaluaba los ventanales y las sombrillas rojas y blancas que habían colocado en las mesas exteriores, para el área de fumadores. Una vista más al lugar y Alice giró el rostro para encontrarse con su hermano, le hizo una rápida seña y argumentó que moría de hambre, aunque claro, él entendió que aquello solo era una forma de presionarle para que no se arrepintiera y huyera.

Adentro, una camarera los guió amablemente hasta una mesa vacía y para el chico no pasó desapercibida la mirada que Alice intercambió entre él y la muchacha que trabajaba en el lugar. El cobrizo sonrió a la chica solo para fastidiar un poco a su pequeña hermana y tomó asiento justo después de que la camarera los dejó argumentando que iría en busca de los menús. Edward pasó una vista por el lugar, como un intento de visualizar el rostro de Bella, pero no lo logró.

—¿Buscas a alguien? — preguntó Alice, con todo el interés que podía demostrarse en un caso como ese.

La menor de los Cullen actuaba como si en ese lugar fuese a encontrar a la amante de su marido infiel. Eso le generaba algo de gracia a Edward pero en cierto modo lo irritaba por el simple hecho de que no creía natural que Alice se tomara ese tipo de atribuciones. Si él no había querido hablar al respecto, no creía oportuno que su hermana se lo sacara a la mala.

—Sí, buscaba a alguien que pudiera atendernos— se zafó enseguida.

Ni Edward ni Alice lo sabían, pero Isabella no trabajaba ese día en la cafetería, por lo que la sorpresa que se llevarían no vendría de parte de la castaña.

—¿Una camarera? — preguntó la menor de los Cullen, de forma suspicaz. 

El cobrizo alzó una ceja en dirección a su hermana —Si, Alice. Así se llaman las personas que trabajan en las cafeterías— zanjó el tema con dureza, a lo que su hermana solo fue capaz de asentir con la boca ligeramente abierta por la sorpresa de aquella ruda respuesta —Alice, no me creas estúpido. Sé que Emmett te habló de la nota…

Y quería seguir diciendo más, pero pronto la figura de una mujer que caminaba hasta su mesa lo dejó helado.

—¿Qué hace aquí? — preguntó en voz alta, pero nadie hizo caso a su pregunta. Su hermana ya se estaba girando para encarar a la mujer.

«Maldita sea, Alice » pensó en seguida.

Capítulo 8: Conspiración Familiar Capítulo 10: Gracias por llorar

 
14443069 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10759 usuarios