Tres Amantes (+18)

Autor: LoreCullenVulturi
Género: Romance
Fecha Creación: 24/09/2013
Fecha Actualización: 30/12/2014
Finalizado: NO
Votos: 7
Comentarios: 28
Visitas: 32467
Capítulos: 33

Casi sintió que estaba en un tablero de ajedrez, que jugaba para el destino, y él era una de sus fichas, un simple peón. Él tuvo que ver un par de veces para corroborar que la muchacha castaña que abrazaba un par de libretas en torno a su pecho, y que reía por las ocurrencias de los chicos que la rodeaban, esa chica, era la misma niña a la que él había atendido en sus prácticas médicas en un orfanato de Seattle. «Es imposible», pensó aquel médico. Pero no había nada imposible en el mundo que conocía, nada que no pudiera pasar y, casi como si no lo hubiese pensado antes, aquella castaña giró su rostro y lo observó. 


"La vida es un enorme tablero de ajedrez..". Eso Edward lo tenía muy claro, pero nunca había experimentado tal cosa, no hasta que sus ojos se encontraron con los de Bella en aquella Universidad. Pero ella había huido de él sin razón aparente; las dudas embargaban su mente, sin saber que tendría más de que preocuparse, cuando su ex-prometida, Tanya, llegara a la ciudad.

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Capítulo 4: Conociendo al Estreñido

CAPITULO IV

Haber encontrado a una parte tan importante de su pasado lo hacía pensar que tal vez, y solo “tal vez”, no estaba equivocado con lo de Isabella; «Puede que no me haya escuchado… Puede que lo hubiese hecho y tenía otra clase», se planteó a sí mismo en un intento vago de buscarle una explicación a aquellos ojos interesados que lo observaron pero que segundos después, se habían perdido entre la gente en un furtivo intento de huir de él. Pero no, aquello no tenía sentido, si la castaña que él había visto era Isabella, la misma chica del orfanato, no tenía sentido que ella hubiese huido de él.

Hacía ya un par de horas que Edward estaba en su habitación; las clases en la Universidad habían terminado y él tenía guardia nocturna en el hospital, de forma que había llegado a casa a darse un buen baño y a comer algo. Sin embargo, se encontraba de pies frente a su escritorio, con una pequeña caja puesta sobre él. El entrecejo de Edward se encontraba fruncido mientras destapaba la caja y extraía una de las fotos de su interior; era una foto del orfanato, en ella se le veía a él rodeado con cuatro niños, pero solo una captaba su atención; «es imposible que me haya vuelto loco. Es ella» pensó al tiempo que cerraba sus ojos con fuerza, frustrado por saberse dueño de una verdad que parecía ser una mentira. Edward echó la foto de nuevo en aquella caja y la cerró con fuerza volviéndola a su lugar, justo en una estantería al fondo de la habitación, donde guardaba además sus libros de medicina.

Se volvió en dirección a la puerta de su habitación, dispuesto a salir de ella. Tenía entre en su mano izquierda las llaves de su auto y rogaba mentalmente porque no hubiese ninguna emergencia en el hospital, pues no podría actuar bien con la mano derecha en ese estado. Recordar su cortada le provocó un ardor en ella, pero sabía que aquello había sido más psicológico que físico, pues de haber mantenido ocupada su mente con todo lo que la había estado embargando, no hubiese recordado el pequeño detalle en su mano derecha.

— ¿Vas al hospital?— escuchó apenas salió de su habitación. Emmett lo miraba desde el fondo del pasillo, justo frente a la puerta de su habitación.

—Sí, tengo guardia.

— ¿Qué le pasó a tu mano?— Emmett se había acercado lo suficiente a Edward cómo para señalar su mano con su mirada.

—Tuve un accidente esta mañana— explicó el cobrizo con rapidez mientras empezaba a caminar en dirección a las escaleras.

—Espera, no puede conducir así.

Edward se giró inmediatamente para observar el rostro de su hermano. Sus ojos claros, tan parecidos a los de él, centellearon con la luz del pasillo; el cobrizo inclinó ligeramente su rostro tratando de entender sus palabras.

— ¿Te preocupo yo o es que quieres tener una excusa para ver a Rosalie?

Si de algo se podía jactar Edward, era de ser una persona muy intuitiva y observadora; de un tiempo para acá había observado la actitud de Emmett con aquella rubia, y él no era así con todas. Para Em, Rose era alguien especial, aunque no se atreviera a decirlo.

—Siempre ves cosas donde no las hay.

—No me creas estúpido, Emmett.

— ¿Te acompaño o no? — preguntó con un tono cortante. Edward sonreía sintiéndose triunfador de aquel encuentro; lanzó las llaves del volvo con su mano izquierda, y Emmett las atrapó enseguida —No, Doctor Cullen. Iremos en mi Jeep— se adelantó a la posición de Edward y le enseñó las llaves del volvo, justo a la altura de su rostro —Tómalas antes de que lo estrelle— aquello bastó para que Edward las tomara enseguida.

Se sentía absurdo ataviado con un atuendo digno de un médico: pantalón de vestir, zapatos lustrosos, camisa perfectamente estilizada y una corbata oscura. Vestido como un profesional, y subido sobre un jeep que no iba ni siquiera acorde con la situación; aquel auto era sin duda mucho más representativo de Emmett que de él.

— ¿No está cómodo Doctor Cullen? —la voz de Emmett resonó en el interior del auto. Atrayendo rápidamente la atención de Edward.

—No; solo estaba pensando.

Eso fue todo lo que dijeron en el camino; al cobrizo no le pasó desapercibido el hecho de que Emmett hizo lo posible por conducir de forma rápida, tal vez para zanjar la cortina de tensión que se estaba formando entre él y su hermano. Edward se debatía internamente entre varios detalles; el primero, Isabella, estaba seguro de que era la misma joven que había visto en la Universidad, pero la duda lo atacaba en ese momento; en segundo lugar, Rosalie,  creía que Emmett sentía cosas por la rubia pero, ¿cómo se sentiría su hermano cuando se enterara que ellos habían tenido algo y que él no se lo dijo?; y luego, Tanya, que había hecho que una parte de él saltara; no sabía si a esa rubia la había olvidado del todo, y eso lo volvía loco.

Una vez en el hospital, Emmett se despidió de Edward y el cobrizo se dio a la tarea de visitar a los pacientes que ocupaban el ala de observación. Una vez se desocupó de su labor, se tomó un tiempo para marcharse a la cafetería, donde se hizo con un café bien cargado; disfrutaba de él cuando una día surcó su mente y fue inevitable que el nombre de “Tanya” se adueñara de sus pensamientos. Había quedado con ella que la llamaría para organizar algo el sábado, pero no había cumplido con su promesa. La mano izquierda de Edward tanteó la bata blanca que se había echado encima, hasta que dio con su teléfono celular; a él le tomó unos minutos dar con el número de aquella rubia y unos cuantos segundos en decidirse si debía llamar o solo enviar un texto.

Suspiró, y el primer tono del celular sonó en su oído. Había decidido llamarle y ahora esperaba que Tanya contestara; pero ella nunca lo hizo. Edward colocó su celular frente a él, argumentando que tal vez la rubia estaba dormida, a diferencia de él, que tendría que pasar la noche en el hospital.

Él bebía el último sorbo de su café cuando su celular recibió un texto; el cobrizo lo tomó enseguida y leyó con rapidez en voz baja. Tanya se disculpaba por no haber tomado el celular antes, y cerraba el mensaje con un “espero que nuestra cita siga en pie”; por supuesto que seguía en pie, de forma que Edward se tomó unos minutos para responderle, «Paso por ti a las 8», envió al final; ella le había dicho que se estaba quedando en los apartamentos cercanos a la Universidad, y el cobrizo sabía cuáles eran.

No tenía mente para pensar en ese momento lo que haría con Tanya; pero sabía que era un error pedirle ayuda a Alice, su hermana no estaba enterada de que él estuvo comprometido en la universidad y, considerando lo sucedido con Rosalie, la menor de los Cullen no debía de tener mente para otra cosa que no sea estar con aquella rubia. «Rosalie», pensó el médico antes de levantarse. Los pies de Edward lo guiaron hacia el ala de emergencias, justo donde esperaba encontrarse a sus hermanos y, efectivamente, allí estaba Alice, nuevamente refugiada en los brazos de un tipo que Edward no conocía, el mismo tipo de esa mañana.

—Alice— llamó Edward, haciendo que la chica despegara su rostro del pecho de su acompañante y observara al cobrizo.

— ¿Dónde has estado?

—Te dije que tenía que ir a la Universidad—explicó él, acercándose deliberadamente a la chica.

Ella se encontraba ya de pie, y parecía estar esperando la reacción de su hermano; Edward parecía notar que los músculos de la muchacha no estaban lo medianamente tensos que estaban esa mañana, lo que le indicaba que, a pesar de que Rosalie se encontraba en el ala de emergencia, ya no había peligro.

—Lo siento— alcanzó a decir la menor de los Cullen antes de lanzarse a los brazos de su hermano. Él sabía que sus disculpas no eran más que por la reacción “explosiva” de esa mañana.

Edward rodeó el menudo cuerpo de la chica, pero sus ojos se centraron en el muchacho rubio que se había levantado de su asiento y ahora parecía la sombra de su hermana.

—No te preocupes— dijo el cobrizo, pero su intención era otra —Ahora dime, ¿quién es ese que me mira con cara de estreñido? — murmuró.

Las palabras de Edward le arrancaron una carcajada a Alice, quien se separó de él para extenderle una mano a aquel muchacho rubio, él la tomó enseguida y se aproximó a la posición de la chica. El brazo derecho del rubio rodeó la cintura de Alice casi con sobreprotección, pero el entrecejo de Edward se mantuvo sereno, a pesar de que amenazaba con fruncirse en cualquier momento.

—Edward, él es Jasper Hale. El mellizo de Rosalie... — la castaña calló durante unos segundos, como si deseara tantear el terreno —Y mi novio— agregó con rapidez.

El rostro del cobrizo posiblemente fue un poema; no entendía como era que él no sabía que Rosalie tenía un hermano, y peor aún, cómo era que él no sabía que el hermano de Rosalie era el novio de Alice. El rubio con cara de estreñido le regaló un seco asentimiento a Edward, a lo que el cobrizo solo fue capaz de cruzarse de brazos.

— ¿Y Jasper, debo suponer que esperabas que Alice te presentara? ¿O es que no podías hacerlo tú mismo?

Aquella voz no era la de Edward, el joven médico había quedado enmudecido tras la confesión de su hermana menor. Quien hablaba en ese momento era Emmett, que había salido del ala donde Rosalie descansaba y ahora se aproximaba al encuentro del resto de los Cullen.

—Alice quería hacerlo.

Era la primera vez que Edward escuchaba la voz de aquel rubio desde que estaba en el hospital; ni siquiera esa mañana lo había escuchado hablar. Pero él no quiso aportarle más “peros” al asunto; esa vida le pertenecía a Alice, solo esperaba que el tal Jasper fuera tan protector con todo como aparentaba serlo con su propio cuñado. Emmett le dio unas fuertes palmadas en el hombro a Jasper, algo que no parecía ser en broma a pesar de que él reía cómo el que le contaba un chiste a un buen amigo. Desde el punto de vista de Edward, Emmett aprovechó las palmadas para golpear con fuerza al imbécil que se había ganado a la menor de los Cullen.

Capítulo 3: El pasado vuelve Capítulo 5: Las enfermeras son libres

 
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