Tres Amantes (+18)

Autor: LoreCullenVulturi
Género: Romance
Fecha Creación: 24/09/2013
Fecha Actualización: 30/12/2014
Finalizado: NO
Votos: 7
Comentarios: 28
Visitas: 32458
Capítulos: 33

Casi sintió que estaba en un tablero de ajedrez, que jugaba para el destino, y él era una de sus fichas, un simple peón. Él tuvo que ver un par de veces para corroborar que la muchacha castaña que abrazaba un par de libretas en torno a su pecho, y que reía por las ocurrencias de los chicos que la rodeaban, esa chica, era la misma niña a la que él había atendido en sus prácticas médicas en un orfanato de Seattle. «Es imposible», pensó aquel médico. Pero no había nada imposible en el mundo que conocía, nada que no pudiera pasar y, casi como si no lo hubiese pensado antes, aquella castaña giró su rostro y lo observó. 


"La vida es un enorme tablero de ajedrez..". Eso Edward lo tenía muy claro, pero nunca había experimentado tal cosa, no hasta que sus ojos se encontraron con los de Bella en aquella Universidad. Pero ella había huido de él sin razón aparente; las dudas embargaban su mente, sin saber que tendría más de que preocuparse, cuando su ex-prometida, Tanya, llegara a la ciudad.

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 24: Momento Incómodo

CAPITULO XXIV

Jane se había marchado luego de disculparse con Alice, argumentando que ya había quedado con Dimitri. La chica Cullen no le dio demasiada importancia al asunto e Isabella se había tomado su tiempo para revisar la clase del viernes pasado, los exámenes finales estarían cerca y ella tenía que concentrarse lo suficiente en ello. Internamente, la castaña sabía que aquella no era más que una forma de intentar dejar de pensar en lo que había pasado esa tarde en su piso; «Tal vez no deba decírselo a Edward, tal vez no deba preocuparlo», sopesó la idea durante unos segundos, incluso llegó a morder su labio inferior con nerviosismo, pero el tono de un mensaje en su celular fue como una especie de presagio para ella. Isabella frunció el ceño y sacó el aparato del bolsillo trasero de su jean.

«Olvidé decirlo. Dile a tu médico lo que está pasando Bella, a menos que quieras que lo haga yo. Recuerda que no tengo tacto para esas cosas.»

Jane. No podía ser otra persona la que escribía ese tipo de cosas; la castaña dejó de prestarle atención al mensaje y volvió a guardar su teléfono en su bolsillo. Los ojos de la chica se centraron en el libro que tenía sobre su regazo; se había sentado con las rodillas flexionadas y los pies sobre el sillón, con aquella postura a duras penas podía leer el contenido del libro, pero solo le interesaba ver algunas letras, lograr que su mente se distrajera.

Isabella contuvo la respiración cuando el sonido del elevador le anunció que alguien había llegado al piso. Escuchó pasos a sus espaldas pero no tuvo necesidad de girarse, ni siquiera de cambiar de posición en el sillón, ella sabía quién era. Edward se encaminó hasta el cuerpo de espaldas a él y caminó en torno a los muebles de la sala, su mirada se encontró con la de Isabella y sonrió. No le fue difícil interponerse entre la mesa de café y el sillón, se agachó entonces frente a la castaña; en un principio no dijo nada, solo abrió la palma de su mano y la alcanzó hasta el rostro de Isabella, ella dejó que su mejilla tocara aquella piel del cobrizo en un gesto tierno.

— ¿Me dirás por qué no me esperaste? — la burbuja había explotado.

Edward alejó la mano del rostro de la chica y ella inclinó ligeramente el rostro para estudiar las facciones del hombre, quería saber si, a pesar de que su voz había sonado bastante normal, su rostro ocultaba cierta molestia. Nada. Él la observaba con cariño, con devoción, amor.

—Hay algo que tengo que… enseñarte— la voz de ella titubeó y Cullen lo notó —Está en tu habitación. En mi bolso— se refería al documento que Tanya le había enviado.

Edward asintió ligeramente —Entonces me doy un baño y me enseñas que es eso que te hizo venir tan pronto— Isabella asintió y lo miró levantarse; en un impulso, extendió su mano y retuvo el brazo de él. Se levantó del sillón, dejando caer el libro al suelo y besó aquellos labios que tanto había ansiado besar, un beso desesperado, lo podía sentir cuando él la tomó por la cintura y la acercó a su cuerpo. Casi podían verse las chispas entre ellos cuando un carraspeo los interrumpió. Él no la había soltado cuando ambos giraron los rostros en dirección al dueño de ese carraspeó.

—Tendré que vigilarlos muy de cerca— Emmett tenía una sonrisa cómplice en el rostro y miraba a Bella como si hubiese descubierto que ella también tenía un lado “picante”. Ella suspiró.

Después de una rápida despedida, Isabella miró de reojo como Edward subía las escaleras en dirección a su habitación. Por un momento, pareció tener una ilusión, demasiado real, de lo que se sentiría  recibir a su esposo todas las tardes después de un pesado día de trabajo, besarlo como lo hizo y verlo subir las escaleras en dirección a la habitación que compartían mientras ella recogí el desastre de papeles que había dejado en la mesa de café frente al sillón donde había estado sentada mientras lo esperaba. Fue una ilusión demasiado real, demasiado vívida, pero no podía saber si entre los planes de Edward Cullen, estaba tener un futuro con ella.

Isabella estaba tan absorta en sus propios pensamientos que no supo cuando Emmett se marchó; después de pasear la vista por la estancia y saberse sola, recogió su libro y unos cuantos papeles, los aprisionó contra su pecho y empezó a caminar escaleras arriba. Caminaba por el pasillo y esta vez lo podía detallar mejor, la última vez que estuvo allí fue el sábado, durante la fiesta de Rosalie, había sido además, la única vez en la que había entrado a la habitación de Edward.

Con la mano sobre el pomo de la puerta, Isabella entró a la habitación. Podía escuchar la ducha abierta en algún lugar de la estancia; lugar que detectó cuando notó una puerta abierta en la pared izquierda de la habitación, era un baño, lo demostraba cierto vapor que salía entre la puerta. Imaginarse a Edward bañándose, con todo lo que la palabra “baño” incluía –él, desnudo, mojado- hizo que un escalofrío recorriera la columna de Isabella, quien dio un respingo en seguida. Se acercó casi de puntillas a la cama y dejó el libro y los papeles, dándose la vuelta para cerrar la puerta sin hacer ruido. Se decía a sí misma que no sabía entonces la razón por la que se comportaba tan sigilosa, pero internamente sabía que quería observar a Edward sin que él tomara preocupaciones solo porque alguien más estaba en su habitación. Él le había dicho a ella que estaría tomando un baño, tal vez su intención era que ella se quedara en la sala mientras él se duchaba.

Su mente se siguió debatiendo unos segundos más y no se dio cuenta cuando el sonido de la ducha cesó, pero en el momento en que lo vio, supo que su respiración también se había detenido. Los ojos de él estudiaron algo sorprendido la presencia de Isabella en aquella habitación y aquel momento pareció ser una eternidad. Ella había bajado su vista hacia el inicio de su toalla blanca, lo único que cubría la parte de su cuerpo que, secretamente, ella hubiese deseado ver. Cuando él descifró la línea de la mirada de la castaña, Isabella se vio a sí misma reflejada en los ojos de Edward, había sido capturado, él también había notado como los ojos de ella se desviaban a la toalla. Avergonzada por saberse descubierta, el sonrojo delator  subió a su rostro y pintó sus mejillas de rojo encendido; rogó porque él no lo hubiese notado y en un débil intento de ocultarlo, bajó su rostro.

Pareció haber durado más tiempo del que duró, parecieron minutos y no segundos los que transcurrieron cuando él salió del baño, ella observó su toalla y automáticamente bajó la vista sonrojada; la tortuosa vergüenza había durado más en su mente que lo que había durado en el mundo que habitaban.

Su vista, clavada en el piso de la habitación estaba tan entrenada para no alzar la vista y encarar aquella mirada, que no buscó los ojos de él ni siquiera cuando Edward caminó hasta ella y alzó su rostro con su mano derecha. Ni siquiera porque él sostenía el mentón de Isabella, la castaña fue capaz de verle.

—Bella— llamó él. Pudo detectar entonces el tono divertido en su voz y por un segundo, solo por un segundo, el alivio la inundó, consciente de que él no estaba furioso por su intromisión en la habitación. Sin embargo, y aún cuando deseó que el alivio fuese mayor que la vergüenza, el sonrojo no escapó de sus mejillas.

—Me estás mojando— fue lo primero que se le ocurrió decir. En un vago intento de observar la reacción del cobrizo, los ojos de Bella danzaron hasta el rostro de él y allí se detuvieron; él tenía una sonrisa encantadora, una especie de invitación a algo; algo que ella podía corroborar cuando lo veía allí de pie, mojado y solo cubierto por una toalla blanca que podía desaparecer en cualquier momento.

Él se había acercado peligrosamente a sus labios pero seguía sin tocarlos, su espalda estaba rígida y se veía tan imponente que la castaña no era consciente de cómo tenía que actuar en un momento como ese. Tal vez debía dejarse llevar o tal vez debía pedirle a Edward que la sostuviera porque sus piernas estaban temblando que tanto, que dudaba de que pudieran sostenerla durante mucho rato más.

—Bella…— empezó a decir él nuevamente, pero ella lo acalló cuando llevó sus brazos hacia su cuello, no estaba tan tiesa después de todo —Bella, ¿Me dejas pasar? Debo vestirme.

Fue entonces cuando se percató que se había movido hasta cubrir la puerta hacia el vestier de Edward. Se sentía repentinamente estúpida, y rechazada, claro, también se sentía rechaza. Ella había estado a un paso de desnudar su alma –y su cuerpo- , a un paso de “dejarse llevar” y él solo había dicho que iba a vestirse. No sabía qué caso tenía quedarse bajo su mirada; lo liberó de su agarre y empezó a caminar hacia la puerta de la habitación, pero una mano retuvo su brazo y no fue necesario girarse para saber que el dueño de esa fuerza era Edward.

—Espérame en el estudio— su voz parecía contenida, pero ella no dijo nada, simplemente partió.

De pie, en medio de su habitación, Edward se detuvo unos segundos para observar la puerta por la que Isabella había salido segundos atrás. Ella era joven y, ciertamente, él también lo era, pero podía jactarse de tener un grado más de sensatez que ella no tenía; para él, la castaña no era un juego, no se trataba de un polvo o dos, no deseaba que ella lo viera solo como un objeto sexual ni creyera que él la veía de esa forma. Pero no podía decírselo, no con una única prenda que lo cubriera, no con una toalla que amenazaba con caerse en cualquier momento.

Maldijo internamente. El cobrizo sentía que contenerse iba a ser difícil, más teniéndola tan cerca. Nunca fue difícil con Tanya, la rubia era algo “fácil”, pero ella nunca tuvo la inocencia que tenía Isabella, a Edward nunca le preocupó cuidar de Tanya como le preocupaba cuidar de Isabella, de cada pensamiento, de cada sentimiento que tuviera hacia él.

En medio de aquella diatriba, se alejó de su posición y se metió en el vestier dispuesto a cubrirse con algo más que no fuese un pedazo de tela blanca.

Para cuando estuvo listo y bajó hasta el estudio, Isabella ya lo esperaba. Sentada en el sillón donde alguna vez él lo había hecho con Tanya, Edward tuvo ganas de decirle que se levantara de allí, de hecho, tuvo ganas de donar el sillón, pero no lo hizo. No estaba allí para hablar de Tanya, o por lo menos eso era lo que él creía, y lo creía así hasta que su mirada se cruzó con los ojos de Isabella, cuya desesperación contenida lo alertó.

—Bella, ¿Qué pasa? — preguntó él mientras cerraba las puertas corredizas del estudio y tomaba asiento en el sillón, junto a ella.

La castaña giró apenas el rostro para verle y su cabeza buscó el pecho de Edward; él no dudó en pasar un brazo sobre los hombros de ella, pegándola más al calor que su cuerpo emanaba — ¿Qué sucede? — insistió, esta vez con la preocupación palpable en la voz.

—No quiero separarme de ti, en serio no quiero— murmuró ella, sus ojos estaban cerrados y empezaba a temblar ligeramente. Un sollozo salió de sus labios.

—No vas a alejarte de mí, ¿qué estás diciendo?

—Esa mujer volvió a enviarme algo Edward— Isabella hablaba sin mirarle, refugiada en el pecho del cobrizo —Un sobre con mi acta de adopción. Sabe quién soy, sabe que soy Isabella.

Él se tensó bajo el cuerpo de la muchacha, intentó pensar en una solución, pero no logró más que apretarla contra su pecho, acunándola con cada sollozo que salía siguiente a sus palabras —Vas a quedarte acá Bella, ella no va a poder tocarte mientras estés conmigo.

—Lo está haciendo— insistió ella —Va a intentar cambiar mi secreto por lo que más amo en el mundo.

Edward entornó sus ojos — ¿Qué es lo que más amas en el mundo?

Ella se separó de él y observó sus ojos.

Él sabía la respuesta.

 

Capítulo 23: Color de Rosas Capítulo 25: El Abismo

 
14442697 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10759 usuarios