Tres Amantes (+18)

Autor: LoreCullenVulturi
Género: Romance
Fecha Creación: 24/09/2013
Fecha Actualización: 30/12/2014
Finalizado: NO
Votos: 7
Comentarios: 28
Visitas: 32463
Capítulos: 33

Casi sintió que estaba en un tablero de ajedrez, que jugaba para el destino, y él era una de sus fichas, un simple peón. Él tuvo que ver un par de veces para corroborar que la muchacha castaña que abrazaba un par de libretas en torno a su pecho, y que reía por las ocurrencias de los chicos que la rodeaban, esa chica, era la misma niña a la que él había atendido en sus prácticas médicas en un orfanato de Seattle. «Es imposible», pensó aquel médico. Pero no había nada imposible en el mundo que conocía, nada que no pudiera pasar y, casi como si no lo hubiese pensado antes, aquella castaña giró su rostro y lo observó. 


"La vida es un enorme tablero de ajedrez..". Eso Edward lo tenía muy claro, pero nunca había experimentado tal cosa, no hasta que sus ojos se encontraron con los de Bella en aquella Universidad. Pero ella había huido de él sin razón aparente; las dudas embargaban su mente, sin saber que tendría más de que preocuparse, cuando su ex-prometida, Tanya, llegara a la ciudad.

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Capítulo 22: Decisiones

CAPITULO XXII

La castaña intentaba a duras penas sacar la mancha marrón que había quedado en su blusa blanca después de lo sucedido con Tanya; llevaba unos 10 minutos encerrada en el baño luchando con una servilleta empapada para que la mancha que tenía en su prenda blanca, se borrara por lo menos un poco. Sin embargo, nada parecía servir e internamente, Isabella sabía que la blusa había quedado manchada de por vida, nunca sería igual; «Genial, un recuerdo de por vida del odio de Tanya», se dijo a sí misma; frustrada, arrojó la servilleta en la papelera antes de echarse el bolso al hombro  -ahora más pesado con el libro adentro- y darle un empujón a la puerta con su hombro para salir de allí.

El pasillo, antes desierto, ahora estaba frecuentado por muchos estudiantes que caminaban presurosos de un lado a otro. La muchacha se encontró con varios rostros conocidos, Mike Newton la había observado del otro lado del pasillo y había gritado un saludo al que Isabella respondió solo con una sonrisa; Ángela la había detenido solo para preguntarle algo sobre el examen que tendrían a las 11 y Jessica Stanley, la capitana de las porristas, había hecho un par de comentarios malintencionados hacia la castaña; el primero, sobre su “apestoso” olor a café y en el segundo, había inquirido que había algo entre Isabella y Jacob y solo por eso la llamó “zorra” después de argumentar que Leah se estaba esforzando bastante por retomar la relación con  el capitán del equipo de futbol americano.

Las palabras de Jessica no pudieron importarle menos a Isabella; se sentía con demasiados problemas como para hacerle caso a la bonita muñeca ataviada con un uniforme de porristas. «Jacob y Leah pueden irse a la mierda», pensó la castaña mientras aceleraba el paso para alejarse del tortuoso pasillo.

Debía admitirlo, su día no iba para nada bien. Al menos fue un respiro el hecho de que en el examen no se sintió tan desconfiada de las repuestas, tal vez no solo aprobaría, sino que tendría una buena calificación. Con un peso menos, Isabella abandonó la facultad de salud y se encaminó hacia el estacionamiento; por un momento la esperanza de encontrar a Edward recostando su cuerpo contra su volvo hizo que los pies de la castaña se movieran más rápido, pero observar a lo lejos a Alice frente a su porsche le recordó la conversación de la noche anterior con el cobrizo, cuando le decía que él tendría guardia en el hospital y no podría pasar por ella.

—Hey Marie— La menor de los Cullen saludó a Isabella mientras rodeaba el cuerpo de la chica con sus brazos. Habían acordado que, en la universidad, independientemente de que no hubiera nadie cerca, a Isabella solo podría llamarse “Marie”, para no correr riesgos.

—Alice— saludó la chica cuando se separó de la hermana del cobrizo. Aquella chica pareció oler algo que la hizo volver la atención directamente a los ojos de Bella, pintando un interrogante inmediatamente aquel pequeño rostro —Déjame explicarte.

«Piensa, Bella. No puedes decirle lo de Tanya», la chica mordió su labio dispuesta a mentir al respecto, pero en seguida notó como Alice alzaba una de sus cejas y la evaluaba de pies a cabeza; su rostro y su espalda tensa la delataba, y la chica Cullen era muy suspicaz.

—Bella, te ruego que no me mientas.

—No te mentiré. Es solo que fui una estúpida, me tropecé y eché el café encima. Es todo.

Alice entornó los ojos, no le creía.

—Es todo, lo juro— insistió Bella.

Después de unos minutos de zozobra por parte de Swan, Alice decidió que lo mejor era creerle, pues su hermano la mataría si llegaban tarde y de sobra sabía que le iba a llevar más de 5 minutos sacarle la información a Bella. Decidida, le indicó a la chica que subiera al auto, aunque en su mente estaba un claro «Ya hablaremos luego».

Cuando pasaron por frente el edificio donde Isabella vivía, la chica frunció levemente el ceño. A la chica Cullen le tomó unos segundos informarle que había habido un cambio de planes y Edward quería almorzar con ambas; la verdad es que, tal como estaban las cosas, a la castaña no le haría mejor otra cosa que el hecho de ver a Edward y estar junto a él, así que agradeció internamente que de un momento a otro, los planes hubieran cambiado.

El restaurante al que llegaron era muy bonito, su fachada era clásica e Isabella pudo detectar el olor de la comida italiana en el aire apenas entró seguida por Alice. Esta última se presentó con la hostess del lugar, una rubia que estaba sobre un púlpito mientras revisaba una lista y buscaba el apellido “Cullen” con ojos entrecerrados; después de dar con él, le pidió a ambas chicas que la siguieran y pronto se vieron frente a una mesa para cuatro solo ocupada por Edward. Allí, con su cabello cobrizo revuelto y una camisa de vestir blanca que llevaba con dos botones sin abotonar, los ojos de él se cruzaron con los de Isabella al instante, el rostro de ella pareció iluminarse, porque él sonrió.

La Hostess no tardó en dejarlos solos y Edward se puso de pie para recibir a su hermana y a su novia; Alice fue la primera en adueñarse del cuello del cobrizo con sus brazos para rodearlo en un abrazo que él correspondió en seguida, luego tomó asiento a un lado y le dejó espacio a Bella para saludar al joven; ella ya se mostraba algo ansiosa cuando se acercó a él. Edward parecía relajado, pero su ceño se frunció cuando notó la mancha de la blusa de Bella, aquel gesto le hizo recordar a la castaña, a cuando Alice la observó en el estacionamiento. Ella suspiró y besó los labios del joven de forma rápida, sus ojos volvieron a encontrarse y él entendió claramente el “no preguntes” en la mirada de su chica.  

La charla durante el almuerzo había fluido amena hasta que Alice argumentó que tenía que encontrarse con Jasper y se adelantó a despedirse de sus acompañantes. Una vez solos, Isabella bajó la vista hasta sus patatas fritas mientras la removía con su tenedor, sabía lo que Edward quería decir y ella no quería mentirle, no a él.

—¿Me dirás lo que pasó? — la voz de él sonó paciente, como si esperara el momento oportuno para seguir hablando.

—¿Tengo que decirlo? — preguntó ella, aun sin levantar la vista de su plato.

—Bella…

—Derramé el café— mintió ella.

Él pareció notar como la castaña intentaba ocultar su rostro, ella no era capaz de sostener la mentira mientras lo veía a la cara. Edward alargó su mano hasta el rostro de ella y levantó la mandíbula de Isabella, obligándole a verle.

—No te creo— pronunció sin retirar la vista de aquellos ojos chocolate.

—Edward… Fue Tanya— soltó de repente.

Ella notó como la espalda de Edward se tensaba y su mirada se volvía más dura —¿Te ha hecho algo más? — quiso saber. En unos segundos Isabella se debatió entre si debía dejar las cosas por la paz o contarle sobre la carta; « ¿Y si dijo esto “por la paz” y Jane tiene razón? ¿Y si todo esto empeora? ¿Y si las cartas continúan?», cerró los ojos intentando pensar con claridad pero, la mano del cobrizo que había abandonado su mandíbula, ahora viajó hasta su brazo, como si intentara reconfortarla con algo.

—Si…— él prestaba real atención a las palabras de la castaña —Cuando me dejaste ayer, después de la playa, encontré una carta en mi piso. Era extraño, no tenía remitente, pero decía “Él es mío, siempre lo fue”, ¿quién crees que fue? Si no es ella… ¿Quién pudo enviarme algo así? — el tono de ella ya había adquirido el desespero y él lo había notado.

—Cálmate Bella— ella no se dio cuenta que las lagrimas empezaron a salir hasta que él secó una que corría por su mejilla.

—No Edward, siento que esa mujer me asecha. Tú la viste en mi apartamento… ¿Cómo encontró la dirección?

Él no podía creer lo que estaba escuchando, sentía el desespero en las palabras de Bella y le preocupaba que esto siguiera afectándole, veía como Tanya hacía lo posible por arrinconar a la castaña e impactar en sus nervios, poniéndola ansiosa y frágil.

—Tal vez debamos llamar a la policía— propuso ella.

Edward negó con la cabeza con rapidez —No tenemos pruebas para implicarle; ciertamente, te hizo una visita a tu apartamento, pero no hay delito en ello, la ley no dice nada sobre conseguir direcciones y visitar gente. Y en cuanto a la carta…— suspiró ordenando sus ideas —No tiene remitente, ¿está escrita a mano? — Ella negó con la cabeza y él cerró los ojos momentáneamente —Entonces tampoco hay forma de demostrar que fue ella. Bella, cielo, no tenemos nada para demostrar que Tanya te está asechando. Yo no puedo golpearla por lo que te está haciendo, aunque a veces quisiera hacerlo…

Isabella rió durante unos segundos.

—Con el hecho de que quieras golpearla, me basta.

—No estoy con la violencia, Bells— le sonrió con complicidad —Pero deberías encargarte tú.

Ella había atendido bien el mensaje, pero simplemente no podía ir y golpear a Tanya en la Universidad, su beca estaba en juego. «Bien, tal vez pueda hacerlo fuera», pensó y una sonrisa se cruzó en su rostro al tiempo que Edward se acercaba para besarla. Ella correspondió el beso con aplomo y luego se dejó rodear por aquellos brazos durante unos minutos.

—Tal vez deberías quedarte en mi piso— murmuró él contra su oído.

Ella no hubiese querido otra cosa que quedarse con él, pero le preocupaba el hecho de que aquella rubia se enfureciera más. Durante unos segundos se sintió estúpida; « ¿Qué demonios importa lo que hagamos Edward y yo? ¿Qué importa donde me quede? No puedo darle cabida en mi vida a otra persona para que la maneje a su antojo, mucho menos a la ex novia histérica de mi novio», con aquella nota mental, Isabella sonrió.

— ¿Sólo por mi seguridad? — preguntó ella en un tono cómplice.

—Solo por tu seguridad— susurró él en su oído.

—Tal vez no sea necesario, puede quedarme en el piso de Alec— ella notó como Edward se tensó al instante y una carcajada salió de sus labios —Es gay, Edward.

Unos segundos después, él estaba coreando las risas de Bella.

Al final del almuerzo habían decidido que él pasaría buscando a Isabella a su apartamento apenas terminara su guardia; ella tenía que terminar un informe para su clase de neonatología, así que agradeció que el cobrizo no la retrasara demasiado en su despedida. De pie, frente a su edificio, la castaña observó como el volvo doblaba en la esquina al final de la calle y desaparecía; con renovadas fuerzas para enfrentar el que era “su hogar”; Isabella dio media vuelta y empezó a caminar hasta el interior del edificio.

Unos minutos después, había salido del elevador y se encontraba frente a la puerta del lugar; la abrió con rapidez y su vista, como la tarde anterior, volvió a pasearse por el sitio. Esta vez no había ninguna carta y un suspiro de alivio salió de su garganta; cerró la puerta tras de sí y se encaminó hasta su habitación. Isabella parecía muy atento al aspecto de su piso, pero todo estaba bien, tal como ella lo había dejado la noche anterior.

Una vez bañada y con un atuendo nuevo, metió un par de cambios de ropa para la Universidad, no sabía por cuánto tiempo estaría en el piso Cullen, pero esperaba que no fuera demasiado; sus padres pagaban el alquiler de aquel apartamento y era absurdo dejarlo solo por una “acosadora”. La puerta del lugar sonó y la castaña observó el reloj, eran las 3:25 pm y si Edward hubiese terminado su turno antes, le hubiese avisado. Para cuando llegó a la puerta, un sobre había sido deslizado por debajo y ahora reposaba en el suelo del piso. Tragó en seco y respiró profundo; la mano de Bella tomó el pomo de la puerta y con un rápido movimiento, la abrió.  

Capítulo 21: Blusa Café Capítulo 23: Color de Rosas

 
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