Tres Amantes (+18)

Autor: LoreCullenVulturi
Género: Romance
Fecha Creación: 24/09/2013
Fecha Actualización: 30/12/2014
Finalizado: NO
Votos: 7
Comentarios: 28
Visitas: 32485
Capítulos: 33

Casi sintió que estaba en un tablero de ajedrez, que jugaba para el destino, y él era una de sus fichas, un simple peón. Él tuvo que ver un par de veces para corroborar que la muchacha castaña que abrazaba un par de libretas en torno a su pecho, y que reía por las ocurrencias de los chicos que la rodeaban, esa chica, era la misma niña a la que él había atendido en sus prácticas médicas en un orfanato de Seattle. «Es imposible», pensó aquel médico. Pero no había nada imposible en el mundo que conocía, nada que no pudiera pasar y, casi como si no lo hubiese pensado antes, aquella castaña giró su rostro y lo observó. 


"La vida es un enorme tablero de ajedrez..". Eso Edward lo tenía muy claro, pero nunca había experimentado tal cosa, no hasta que sus ojos se encontraron con los de Bella en aquella Universidad. Pero ella había huido de él sin razón aparente; las dudas embargaban su mente, sin saber que tendría más de que preocuparse, cuando su ex-prometida, Tanya, llegara a la ciudad.

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Capítulo 18: Claro de Luna

CAPITULO XVIII

Black seguía sentado en el estudio del piso Cullen mientras Jasper trabaja en limpiar la herida sangrante que Edward había dejado en el labio del chico; tras lo que él había intentado hacer con Isabella, el cobrizo estaba tan furioso que se rehusó a ser él quien limpiara lo que había hecho. Contrario a eso, cerró sus brazos en torno a la cintura de Isabella, aspirando fuertemente su aroma a fresas.  El cuerpo de Cullen se encontraba inclinado sobre un mueble de madera en el extremo del estudio, bastante separado de la posición de Black, quien lo observa con cara de pocos amigos; Isabella, reposaba sobre el cuerpo de Edward, dejando que los brazos de él se cerraran en torno a su angosta cintura.

Tanya se había marchado hacía ya unos minutos, se sintió absurda cuando el que era su novio salió en defensa de alguien con la que, según ella, no debería tener nada que ver. Ahora, indudablemente, Bella ocupaba el puesto que debía corresponderle a Tanya; internamente creía que era la rubia la que debía descansar sobre los brazos del cobrizo, pero se sentía bien que él no hiciera ningún amago de separarse, eso solo le decía que lo disfrutaba tanto como ella.

—No creo que Black te hable después de esto.

La voz de Edward, susurrante en el oído de Isabella, solo la hizo estremecer; era como si estuviera viviendo un sueño en ese momento, ni siquiera ella sabía la razón por la que no se había separado del cobrizo a pesar de las miradas interrogantes de todos los presentes en la fiesta de Rosalie. Afuera, la música seguía sonando alto; la celebración no se había detenido a pesar del incidente con Black; Alice no lo consideró justo y Jasper la secundó considerando lo mucho que su novia se había esforzado porque todo saliera perfecto. Después de semejante espectáculo, Edward tendría que pedirle disculpas a su hermana.

—No me importa que no me hable— respondió Isabella de vuelta. Su voz había sonado baja, procurando no atraer la atención de Black del otro lado de la sala, aunque, notaba de sobra como los ojos del muchacho no se apartaban de los brazos del cobrizo rodeando la cintura de Isabella.

—Pensé que iban en serio— esta vez, en lugar de solo un susurro, Edward besó el pequeño espacio entre el lóbulo de la oreja y la nuca de la muchacha. Un estremecimiento evidente lo hizo liberar una corta risa, ella se sonrojó al instante.

—Yo también pensé que Tanya y tú iban en serio.

Edward pareció tensarse bajo el cuerpo de Isabella, un movimiento de él la hizo levantarse y un par de segundos después, ella se había girado para quedar frente a él. El cobrizo le hizo una seña en dirección a las puertas corredizas del lugar y la muchacha lo siguió; escaleras arriba, el pasillo que conducía a las habitaciones no tenía luz alguna, y el ruido que se escuchaba no era otro que el de la música fuerte coreada por el bullicio de la gente cotilleando acerca de temas que a Bella no podían importarle menos. Mientras caminaban en medio de la oscuridad, con Edward adelantado un par de pasos, Isabella notó como él echaba una de sus manos hacia atrás esperando que ella la tomara.

La chica no dudó en entrelazar sus dedos con los de aquel cobrizo; adelante, en la posición de Cullen, el joven sonreía complacido y algo esperanzado de que aquello estuviera pasando, sabía que estaba perdiendo la cabeza, pero la estaba perdiendo por Isabella Swan, y consideraba que no había mejor forma de hacerlo entonces.

Dentro de la habitación, le tomó un par de segundos tantear la pared para encender la luz, él había afinado sus sentidos para detectar si habían otras personas en el lugar; era una fiesta, una fiesta adolescente y él sabía lo que pasaba en esos casos. Gracias al cielo, nadie había decidido tomar su habitación para un polvo. Edward observó de reojo a Isabella, de pie a sus espaldas, aún sin soltar su mano; en un movimiento rápido, Cullen se separó de ella para cerrar la puerta y tomó asiento en su cama. La castaña lo observó con una interrogante planteada en el rostro, pero él extendió su brazo y tomó una de las manos de ella, jalándola suavemente había conseguido sentarla en su regazo.

Ella no protestó ante su roce y eso lo hizo sonreír; Isabella giró apenas su cuerpo para poder observar el rostro de aquel cobrizo, él tenía la mirada fija en los ojos chocolates de ella, pero una pregunta rompió rápidamente aquel eclipse.

— ¿Te acostaste con Tanya?

El rostro de Cullen se mantuvo impasible, como si no hubiese nada que ella pudiese decir que lo afectara entonces. Pero nada había podido estar más lejos de la realidad, la pregunta que Isabella había hecho logró descolocarlo, pero tuvo que recuperarse muy pronto para responder a ella. Con una sonrisa abatida, Edward asintió con lentitud, no tenía que mentir en ese momento, no a esa mujer que tan pronto se adueñó de su propio ser.

— ¿Ese día? ¿En el estudio? — Edward abrió la boca para responder a sus dudas, pero Isabella se adelantó y negó con la cabeza, cubrió la boca del cobrizo con una de sus delicadas manos y sus ojos observaron la mirada clara de aquel chico —No, espera, no digas nada. Eso no tiene por qué interesarme. Es… pasado ¿no?

Aquella pregunta poseía una nota casi de desespero, como si deseara que en ese momento fuera Edward el que le dijera que Tanya, y todo lo que había pasado con ella, eran parte de un pasado que él no pretendía seguir removiendo. Pero el pasado siempre volvía, de lo contrario, ella no estaría sentada sobre él en ese momento ¿o sí? Edward  intentó sonreír, pero la mano de Isabella sobre su boca se lo impidió; ella se dio cuenta inmediatamente y quitó la mano, escondiéndola detrás de su espalda, como si fuese el arma de un crimen.

Verla así, sonrojada por haberse atrevido a preguntar aquello, tan tierna e inocente, le robó una arrebatadora sonrisa a Edward, sonrisa a la que ella no pudo resistirse. Los labios de Isabella buscaron los de aquel cobrizo, quien no se resistió a lo que la muchacha le hacía sentir; se creía dueño de aquellos labios, y lo demostraba con cada movimiento. Las manos de Edward se cerraron en torno a la cintura de Bella y ella se pegó más al cuerpo de él, sus respiraciones estaba entrecortadas cuando se separaron para tomar aire. Edward unió su frente con la de Isabella y en ese momento los ojos de ambos permanecían cerrados.

—Bella…

—No digas nada— interrumpió ella, sus manos viajaron a ambos lados del rostro de Edward, como si quisiera acunarlo y grabar cada rasgo de aquella perfecta cara.

—No puedo seguir así, Bella. No puedo estar separado de ti, fingiendo que deseo una vida con Tanya, cuando con la única que deseo estar es contigo.

Él había abierto sus ojos y con aquellas palabras, ella también sintió que debía hacerlo; observó la verdad en los ojos claros de Edward y mordió su labio inferior con actitud nerviosa, nunca nadie le había dicho tal cosa y su corazón se hinchaba al darse cuenta que el único hombre que se lo había dicho, era el único hombre al que había amado.

—Entonces no lo hagas— los brazos de Isabella rodearon el cuello del cobrizo, atrayendo su rostro aún más hacia ella —No te alejes, por favor.

Con aquellas palabras, los labios de Edward volvieron a buscar los labios de Isabella y volvieron a unirse como si se tratara de uno solo, como si siempre se hubiesen conocido, como si se pertenecieran. Era un beso lento, sin desespero, sabían que nadie interferiría en él, de alguna forma, estar en ese momento juntos les hacía creer que nadie podría entrar por esa puerta y obligarles a separarse. De alguna forma, era así.

—No lo haré, mi Bella— los ojos de Edward miraban fijamente los de ella y en supo entonces que él decía la verdad.

Ella quiso reír, quiso llorar, su corazón retumbaba tan fuerte que casi sentía como aquel hombre podía escucharlo; pero solo ella podía estar consciente de los sentimientos que el cobrizo despertaba en ella, nunca se lo había dicho y no sabía si aquel era el momento oportuno para hacerlo. Solo lo miró, y parecieron comprenderse con eso. Simplemente bastó.

No era momento de hablar de lo que sucedería, ella no deseaba romper aquella burbuja hablando de otra cosa, pero la puerta se abrió y los ojos de Isabella se cruzaron con los de Alice. La menor de los Cullen observó con rapidez la escena y el rubor subió hasta las mejillas de la castaña cuando se dio cuenta de que Alice observaba como Edward sostenía su cintura y ella se sentaba en su regazo; Isabella bajó el rostro en seguida, pero un chillido de la menor de los Cullen la hizo sonreír.

—Entonces era lo que me imaginaba— aquello no era una pregunta — ¿Tú y Bella? — esta última alzó ligeramente el rostro cuando escuchó su nombre, y la sonrisa de Alice la hizo tranquilizarse un poco, pues la chica parecía bastante feliz de que algo así estuviera pasando.

Edward suspiró debajo del cuerpo de Bella y ella casi pudo imaginarlo rodando los ojos ante la pregunta de su hermana — ¿Qué sucede? — dijo él para zanjar el tema en seguida; el cobrizo apretó un poco más la cintura de Isabella, y ella sabía que con eso solo le estaba diciendo que no era necesario que se marchara, como seguramente estaba pensando que serían los planes de Bella. Aunque, ella estaba tan embelesada con el perfume de Edward, que marcharse fue en lo menos en lo que pensó. 

—Rosalie los busca a gritos. Ya partiremos el pastel— anunció la menor de los hermanos —Dense prisa— ordenó antes de salir de la habitación.

Isabella y Edward intercambiaron una mirada rápida, él sonrió y acarició una de las mejillas sonrojadas de ella y pronto se encontraban de pie, caminando de la mano por aquel pasillo oscuro que, ahora, parecía estar más iluminado que nunca.

Capítulo 17: El Principe y el Lobo Capítulo 19: Visita de Cortesía

 
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