Tres Amantes (+18)

Autor: LoreCullenVulturi
Género: Romance
Fecha Creación: 24/09/2013
Fecha Actualización: 30/12/2014
Finalizado: NO
Votos: 7
Comentarios: 28
Visitas: 32459
Capítulos: 33

Casi sintió que estaba en un tablero de ajedrez, que jugaba para el destino, y él era una de sus fichas, un simple peón. Él tuvo que ver un par de veces para corroborar que la muchacha castaña que abrazaba un par de libretas en torno a su pecho, y que reía por las ocurrencias de los chicos que la rodeaban, esa chica, era la misma niña a la que él había atendido en sus prácticas médicas en un orfanato de Seattle. «Es imposible», pensó aquel médico. Pero no había nada imposible en el mundo que conocía, nada que no pudiera pasar y, casi como si no lo hubiese pensado antes, aquella castaña giró su rostro y lo observó. 


"La vida es un enorme tablero de ajedrez..". Eso Edward lo tenía muy claro, pero nunca había experimentado tal cosa, no hasta que sus ojos se encontraron con los de Bella en aquella Universidad. Pero ella había huido de él sin razón aparente; las dudas embargaban su mente, sin saber que tendría más de que preocuparse, cuando su ex-prometida, Tanya, llegara a la ciudad.

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Capítulo 2: Confusas Confesiones

CAPITULO II

No supo cuando se quedó dormido, pero estuvo consciente de ello cuando unos golpes apresurados en la puerta de su habitación le hicieron abrir los ojos. « ¿Qué demonios…?», pensó el cobrizo mientras se levantaba de su cama y abría con pesadez la puerta. Dentro, Alice recorrió el lugar y tomó asiento en el escritorio del médico.

— ¿Y bien? — quiso saber la muchacha. Edward alzó una ceja en su dirección sin comprender — ¿Es que acaso no me dirás cómo es que entras y te encierras en tu habitación como alma que lleva el diablo? ¿Qué demonios sucede contigo Edward?— la hermana del doctor lo observaba con el entrecejo fruncido y su voz no era muy amigable.

—No sé qué es lo que quieres que te diga— habló él con tranquilidad, algo que no le agradó a Alice.

—Lo que quiero es que me digas quién es esa tal “Isabella” y la razón por la que quedas como un imbécil por su culpa—finalmente, ella se había enterado de la escena que él había hecho en los pasillos de la facultad. Menuda suerte.

—Fue un error ¿Sí? Eso le sucede a cualquiera; confundí a una muchacha con alguien más y eso me hizo quedar como un imbécil— explicó Edward mientras tomaba asiento en su cama.

Por suerte, el entrecejo de su hermana se relajó, al parecer ella había entendido la posición de su hermano o eso era lo que el ruso esperaba. Después de unos cuantos minutos de plática, Edward vió partir a su hermana luego de escuchar su decisión de salir con Rosalie esa noche; él solo sonrió manteniendo consigo la esperanza de que efectivamente, Alice no sabía nada de lo que había pasado con aquella rubia amiga. Esa noche durmió pesadamente; como si una carga demasiado fuerte recayera en sus hombros; él se había vuelto un mentiroso experto, primero con lo de su carrera, luego mintió acerca de donde estaba viviendo, mintió sobre su trabajo y también le miente a su hermana sobre sus relaciones; cualquiera que observase objetivamente la situación, no lo vería más que como un cobarde, un poco hombre que no era capaz de decir lo que pensaba y, «ciertamente, lo era»; con ese último pensamiento, se levantó antes de que la alarma sonara.

Era sábado y la luz del sol aún no se veía reflejada en los cristales de su ventaba, eso quería decir que se había levantado mucho antes de lo que acostumbraba. Involuntariamente, los ojos de Edward buscaron aquel pequeño aparato cuya molesta alarma se encargaba de levantarlo todos los días, eran las 4:30 am. El elevador sonó en el piso y él no pudo evitar levantarse de la cama; vestía no más que su ropa interior y su cabello estaba demasiado despeinado, no, él no estaba presentable pero, nadie tendría porque presentarse en su piso a esa hora. Edward abandonó su habitación y bajó las escaleras hasta la sala; desde el último escalón observó como Rosalie sostenía el cuerpo de Alice a duras penas, mientras la menor de los Cullen se recargaba en el hombro de la rubia en lo que parecía ser un sueño profundo.

—Pero que borrachera se ha metido— dijo el cobrizo mientras caminaba hasta Rosalie.

—Lindo atuendo— respondió la muchacha mientras le lanzaba una mirada coqueta a Edward.

—Has visto más que eso, rubia—el joven le dedicó una fuerte mirada antes de tomar a Alice en brazos y empezar a caminar escaleras arriba — ¿Puedes conducir? — preguntó antes de desaparecer por el pasillo que los llevaría a las habitaciones.

—No te necesito, Cullen—habló la chica; segundos después, Edward escuchó el elevador.

Dejar a la morena en su habitación fue un trabajo sencillo; ella estaba tan ebria que ni siquiera se percató cuando el hombre la recostó en su cama, enseguida ella tomó posesión de sus sábanas y eso le indicó al médico que era hora de que partiera. Una vez fuera de la habitación de su hermana, sus pies lo guiaron hasta la cocina mientras su mente divagaba en la llegada de las chicas; la verdad es que, con el poco tiempo que tenía en New Haven, compartiendo el piso con sus hermanos, ya se había acostumbrado a las salidas nocturnas de Alice y Emmett, las borracheras de su hermana y las idioteces de su hermano y, aunque no le agradase que los más jóvenes de los Cullen estuvieran en su “casa”, debía soportarlos por el hecho de que ellos conocían su secreto y a él no le convenía una decepción de su madre, no proveniente del “hijo perfecto”. Fuera de eso, eran sus hermanos menores, jamás podría negarse a darles una habitación en su propia casa si ellos se lo pidieran.

Abrió el refrigerador y sacó una jarra de zumo de naranja;  tras beberse un vaso, la mirada de Edward se perdió en un punto de la habitación, no se encontraba estudiando nada en ese momento, simplemente recordaba la última vez que había visto a Isabella, él ni siquiera se había despedido de ella, había partido de una manera casi cobarde tal vez para no afrontar una despedida inminente. Estaba tan molesto con aquel recuerdo que al colocar el vaso de zumo sobre la encimera, terminó por quebrarlo, los fragmentos impactaron contra su mano derecha y al intentar recogerlos la sangre empezó a salir «Maldita sea», pensó haciendo una mueca.

El cobrizo se debatió entre marcharse al estudio en busca del botiquín de primeros auxilios o recoger los fragmentos de vidrio con su mano sana; pero concluyó que hacer lo último solo lo arriesgaría a dejar un rastro de sangre por toda la cocina. Con cara de pocos amigos, él se dirigió al estudio, justo al lado de las escaleras; sabía que el botiquín se encontraba en una de las estanterías, de forma que se apresuró a tomarlo y a desinfectar la herida. Era algo superficial, pero sabía que le costaría hacer uso de su mano derecha en tanto no cicatrizara; Edward cubrió con gasa la herida y volvió todo a su lugar antes de que sus hermanos despertaran. Aunque, sabía de antemano que los dos Cullen tardarían por lo menos unas 7 horas más en despertar, a pesar de que tenían clase temprano en la Universidad.

Horas después su altercado en la cocina no pasó desapercibido para una de las mujeres del servicio, mucho menos cuando observó la mano del cobrizo.

—Joven, ¿se encuentra bien? — preguntó la mujer con un tono de voz que parecía ser auténtico.

—No se preocupe Agatha. Vuelva a su trabajo, yo estoy bien— dijo el hombre mientras se levantaba del sillón donde había tomado asiento.

Tras despedirse de la mujer, Edward, vestido ya con unos pantaloncillos y zapatos para correr, salió del piso en dirección a la playa. Su edificio no estaba demasiado lejos del lugar; pero se había llevado su auto como un acto estúpido, pues la mano le dolía demasiado como para conducir, y resultaba que no se le daba muy bien hacerlo con la mano izquierda. Una vez aparcó el volvo a unos metros de la playa, le dio gracias a Dios por no tener que manejar más.

Afuera, el ambiente estaba algo frío, pero alguien como Edward, proveniente de un clima tan frío, para él unos 15° eran un especie de verano en Forks, de forma que no prestó atención y se echó a correr a unos metros de la orilla de la playa. Lo hizo así por lo menos unos cinco minutos, hasta que su cuerpo, tan falto de aire, le exigió que se detuviera; Edward flexionó sus rodillas y se encorvó de tal forma que sus manos las tocaron, su cabeza gacha observaba la arena y de vez en cuando le daba una mirada a sus zapatos. Eso, hasta que la voz de una muchacha llamó su atención.

—Buenos días— saludaba ella.

Edward no tardó en erguirse para observar a aquella pelirroja que lo observaba sonriente. Había dado en el blanco, pues ese rostro lo recordaba perfectamente, vamos, que no había pasado tanto tiempo desde la última vez que lo vió.

—Victoria— saludó el hombre regalándole una sonrisa galante a la joven —¿No se supone que a esta hora los universitarios duermen? — preguntó el cobrizo con un dejo de humor en su voz.

—Supongo que sí, pero... Eh, bueno, quise salir a caminar—se encogió de hombros la muchacha.

La conversación no fue nada de otro mundo; de hecho, Edward no pensó que iba a durar más de cinco minutos, hasta que ella comentó algo que llamó poderosamente su atención.

—Ayer me preguntaron por usted. No creí que fuera tan popular, profesor.

—¿Ayer? — recordó entonces lo que había tenido de extraño su día. «Empezó con aquella castaña y terminó con Victoria», pensó.

—Sí, de hecho, no me lo va a creer. Entré a su clase solo porque alguien más me lo pidió— la muchacha rió como si hubiese contado el mejor chiste de su vida, pero él solo frunció el entrecejo.

— ¿Y quién está tan interesado en saber de mi?

—Interesada— corrigió ella —Pero no puedo decirle más, solo sepa que tiene una admiradora— bromeó la pelirroja y alegó que tenía que marcharse a estudiar —Ha sido un placer volver a verlo, profesor— se despidió ella, pero él estaba tan absorto en las anteriores palabras de Victoria que ni siquiera fue capaz de despedirse de la misma forma.

Una vez solo, se sintió repentinamente abofeteado por las palabras de aquella muchacha. No entendía bien lo que estaba pasando, ni siquiera entendía a medias. La información que tenía hasta ese momento era muy escasa: básicamente, había visto a una muchacha que parecía conocer, pero todo indicó que no se trataba de la misma persona, sin embargo, la muchacha huyó y él no pudo hablarle. Luego una chica cualquiera entra a una clase que claramente había terminado y que de paso no era la suya, lo llama por su apellido como si lo conociera, y ahora se entera que esa muchacha no lo hizo porque estuviera perdida, sino porque alguien más la había enviado. Todo era demasiado raro.

Edward se dejó caer en la arena mientras la brisa fría alborotaba su cabello; sus ojos se centraron en el mar, lo observaba como si aquel océano fuese a darle la respuesta a sus dudas. En ese momento sentía como si todo el peso de sus verdades y de sus misterios estuviera pasándole factura; tal vez era el momento para decirles a sus padres la verdad; « ¿Qué sería de Alice y Emmett?», pensó casi inmediatamente, si sus padres llegaban a enfurecerse por sus mentiras, él estaría exponiendo a sus hermanos a una represalia igual o mayor por haber encubierto a Edward, « ¿Cómo podrán explicar que estuvimos tanto tiempo en el mismo lugar y nunca nos vimos? ¿Cómo aparentar que esa mentira es una verdad?», negó con la cabeza por la línea de sus pensamientos; el cobrizo recogió sus piernas y las pegó a su pecho abrazándose a ellas, aún sin retirar la vista de aquel mar cuyas olas se hacían cada vez más fuertes.

«… No puedo decirle más», escuchó en su mente una vez más. Su celular sonó y él lo tomó con rapidez, leía perfectamente el nombre “Alice” en la pantalla. «Debes venir al hospital. Ahora », escuchó antes de que ella cortara la comunicación. No sabía lo que estaba pasando, ni siquiera como era que Alice estaba en el hospital si la había dejado en el piso antes de salir, ¿le había pasado algo a Emmett?.

 

 

Capítulo 1: Fichas de Ajedrez Capítulo 3: El pasado vuelve

 
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