Tres Amantes (+18)

Autor: LoreCullenVulturi
Género: Romance
Fecha Creación: 24/09/2013
Fecha Actualización: 30/12/2014
Finalizado: NO
Votos: 7
Comentarios: 28
Visitas: 32465
Capítulos: 33

Casi sintió que estaba en un tablero de ajedrez, que jugaba para el destino, y él era una de sus fichas, un simple peón. Él tuvo que ver un par de veces para corroborar que la muchacha castaña que abrazaba un par de libretas en torno a su pecho, y que reía por las ocurrencias de los chicos que la rodeaban, esa chica, era la misma niña a la que él había atendido en sus prácticas médicas en un orfanato de Seattle. «Es imposible», pensó aquel médico. Pero no había nada imposible en el mundo que conocía, nada que no pudiera pasar y, casi como si no lo hubiese pensado antes, aquella castaña giró su rostro y lo observó. 


"La vida es un enorme tablero de ajedrez..". Eso Edward lo tenía muy claro, pero nunca había experimentado tal cosa, no hasta que sus ojos se encontraron con los de Bella en aquella Universidad. Pero ella había huido de él sin razón aparente; las dudas embargaban su mente, sin saber que tendría más de que preocuparse, cuando su ex-prometida, Tanya, llegara a la ciudad.

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Capítulo 6: No es placer haber besado. El placer es haberte encontrado.

CAPITULO VI

Miró impaciente su reloj; era la segunda vez que lo hacía desde que había estacionado su volvo frente a los edificios cercanos a la Universidad, tal como Tanya se lo había indicado. Eran las 7:55 pm y él llegó mucho antes de lo planeado. Edward reconocía su error, ahora pasaba su tiempo observando el volante de su auto, detallando los detalles del tablero o mirando a través del vidrio, todas las personas que caminaban ataviadas con abrigos dado el frío de la noche. El cobrizo escuchó un repiqueteo contra el cristal de la ventana del copiloto, su cabeza se giró con lentitud y la silueta de una mujer conocida lo hizo sonreír; su mano desactivó los seguros del volvo y después de un “click”, Tanya abrió la puerta y tomó su lugar junto a Edward.

—Tan puntual como siempre— elogió la mujer.

—Sigo siendo el mismo.

El cobrizo condujo con calma mientras Tanya insistía en que le fuese dicho a dónde irían. Él no prestó demasiada atención a su petición, sólo argumentaba de vez en cuando que era un buen lugar y que esperaba que le agradara; después de unos minutos, la rubia pareció familiarizarse con la idea de que Edward no daría su brazo a torcer, así que prefirió sacar otro tema de conversación. La familia, por ejemplo. Edward conocía a Kate y a Irina, las hermanas de Tanya, pero no  tenía idea de que Irina había fallecido hace poco, así que sacar el tema a colocación hizo que el rostro de Tanya cambiara completamente.

—Ella murió, Edward.

El silencio entre ellos se hizo incómodo; el cobrizo sabía que lo que dijo fue una indiscreción, pero él no tenía idea de que algo como eso pudo haber pasado en el tiempo en el que él y Tanya perdieron el contacto.

—Lo siento de verdad— se disculpó apenado.

—No te preocupes. No pudiste haberlo sabido— la rubia se encogió de hombros y suspiró —Estaba de vacaciones en Italia, tuvo un accidente— contó Tanya, algo pensativa.

Edward no volvió a sacar el tema de Irina durante todo el camino; lo menos que quería era poner incómoda a su acompañante y de paso, ganarse un sentimiento de culpabilidad por haberlo hecho. Tras unos 15 minutos de camino, por fin vislumbraron el establecimiento; Edward aparcó justo en frente y bajó del auto con rapidez para abrir la puerta de Tanya, quien sonrió con coquetería. O al menos así lo percibió el cobrizo, en lo único que pudo pensar en ese momento fue en la palabra “raro”.

Adentro, el ambiente estaba tal como Edward lo recordaba; era un excelente lugar, no cabía duda; podía escucharse la música de piano aún desde la entrada. La Hostess trabajó con rapidez y los ubicó en una mesa en el centro de la estancia, lo cual el cobrizo agradeció mentalmente, dada que tenían una muy buena vista del pianista.

—Es un lindo lugar.

Tanya llamó la atención de Edward, él se había distraído con la figura del pianista y la melodía que creaba en ese momento. El hombre volvió la vista a su acompañante, girando apenas su rostro para verla y, asintió con lentitud.

—Lo que más me gusta es la música— explicó él.

La rubia conocía lo suficiente a Edward como para saber que él y el piano eran uno solo; por lo que el mismo chico le había contado, él tocaba el piano desde que era muy joven, así que no era una sorpresa que una de las poderosas razones por las que había elegido el sitio esa noche, era por el piano.

—Lo sé Edward, supongo que no has cambiado en tus gustos.

— ¿A qué te refieres?

—El tiempo te cambia…— la mujer guardó silencio durante unos segundos —Pero tú no pareces haber cambiado. Y eso me gusta— la mirada de Tanya se había posado en los ojos claros de Edward.

En ese momento, el cobrizo no supo qué decir. Lo que la rubia intentaba estaba muy claro para cualquiera; ella estaba decidida a conquistar a Edward, pero él, a pesar de que entendía perfectamente las intenciones de Tanya, no quería reconocerlas abiertamente pues, si lo hiciera, tendría que plantearse a sí mismo una interrogante muy difícil de responder: «¿Quiero lo mismo?».

Él agradeció al cielo y hasta al coro de ángeles cuando una camarera los interrumpió para darles la bienvenida y contarles sobre la especialidad de la casa. Después de unos minutos de debatir con Tanya sobre el mejor vino, decidieron lo que cenarían y beberían. Ella había insistido en que bebieran algo más “fuerte”; Edward en primera instancia no comprendió tanta insistencia, aunque una parte de él le gritara algo como, “Esta te quiere enredar, no te dejes”; justo esa parte era la sensata en ese momento, porque el Edward que todos conocen, el que no desconfía, se negó alegando que tenía que conducir esa noche. Demasiado civilizado.

— ¿Sigues tocando el piano? — preguntó Tanya con interés.

Él negó con la cabeza y se encogió de hombros. Después de unos minutos, la camarera volvió a acercarse con las copas de vino y la botella; se retiró después de que Edward le hubiera agradecido.

—No tengo un piano en mi piso— explicó el joven.

—Pero supongo que no lo has olvidado.

—No. Nunca lo olvidé.

—Hubiese sido romántico que lo hicieras en nuestra boda.

Aquel terreno era demasiado peligroso; Edward llevó una de sus manos a su nuca, su espalda estaba tensa. No había ido a esa cita ni la había invitado a ella para hablar de su “nosotros”, solo quería retomar una amistad, pero claramente ella no estaba dispuesta a eso. Edward se encogió de hombros y tomó la copa frente a él entre sus dedos, bebiendo apenas un sorbo de su contenido. Era una simple excusa para mantener sus labios ocupados y no tener que hacer comentarios al respecto de lo que Tanya acababa de decir.

— ¿Dije algo malo? — preguntó ella.

Su inocencia era fingida, por supuesto que sabía que había incomodado a Edward. Ella lo conocía bien y sabía cómo se comportaba cuando estaba incómodo. Sin embargo, el cobrizo negó con la cabeza y colocó la copa nuevamente en su lugar.

—No, es solo que no lo había pensado.

Las palabras de Edward no fueron ni medianamente creíbles, pero ella sonrió y aparentó haber zanjado el tema. Claro que, lo seguiría intentando más adelante. La camarera que los había atendido minutos atrás, regresó con una canastilla pequeña de pan y una barra de mantequilla en un platillo, lo colocó en medio de la “pareja” que cenaba en esa mesa y partió.

—Así que estás trabajando en Yale— comentó Tanya, como un intento de hacer conversación.

—Sí, hace poco. No esperaba haberte encontrado allí.

—Oh, vamos Edward, no esperabas haberme encontrado en ningún lugar.

Lo que ella había dicho no era del todo una mentira, así que el cobrizo liberó una baja carcajada y se encogió de hombros. Después de la ruptura con Tanya, él se había marchado al orfanato; en ese momento, tras recordar su tiempo en el orfanato, el nombre “Isabella” volvió a llenar su mente. No había pensado en ella desde que entró a su guardia en el hospital, y su mente no había elegido un momento más inoportuno para recordársela.

—¿En qué piensas? — quiso saber Tanya.

—En qué estás muy hermosa esta noche.

Touché. Aquello había sido lo primero que se le había ocurrido a Edward, pero había causado un buen efecto en la conversación; pues Tanya bajó el rostro durante unos segundos, como si quisiera ocultar una sonrisa que, de hecho, él se dio cuenta que lo estaba haciendo. La rubia volvió a alzar el rostro y negó con la cabeza mirando al cobrizo.

— ¿En serio pensabas en mí? — los ojos de ella estaban brillosos en ese instante.

— ¿En quién más si no?

«Isabella », gritó su mente, pero él no hizo caso.

Tanya se acomodó en su asiento cuando observó a la camarera traer la cena. Edward intentó que la conversación fuera sobre trivialidades, hablaban de sus vacaciones, de sus trabajos y, cada que ella intentaba pisar el terreno amoroso, Edward salía con un muy ocurrente « ¿Qué tal está tu salsa?», lo dijo tantas veces esa noche que Tanya lo entendió como una especie de clave que, traducida, era algo cómo: «Siguiente tema, por favor.».

Eran cerca de las 10 cuando salieron del restaurante, fue una buena cena y, dentro de lo que cabe, Edward pudo mantener a raya los deseos de Tanya de hablar sobre ellos y su “relación”. Sin embargo, él no estaría a salvo durante mucho tiempo más.

Cuando llegaron a los apartamentos donde Tanya vivía, él bajó con rapidez y le abrió la puerta del copiloto a la rubia. Como un caballero, Edward le acompañó hasta la puerta del edificio; Tanya lo miró durante unos segundos, sus ojos se cruzaron con los de él y, lo que menos se esperaba era que los labios de ella besaran los suyos. La primera reacción de él fue quedarse como piedra, si, ella estaba besando una piedra; después de unos segundos, la postura de Edward se relajó, pero en lugar de corresponder aquel beso, sus manos se cerraron en torno a los brazos de ella y la alejaron con lentitud.

—Tanya…

—No, no digas nada— le interrumpió ella, y en fracciones de segundo ya estaba desapareciendo en el interior de su edificio.

La mente del cobrizo, y él mismo, se trasladaron en silencio hasta su piso. Esa noche durmió lo que pudo, que no fue demasiado. Temprano, antes de que sus hermanos se levantaran, él ya había salido de casa y caminaba hasta una cafetería cercana, apenas a dos cuadras de su edificio. El lugar estaba prácticamente vacío cuando él entró y se hizo con una mesa en el extremo de la estancia, justo al lado del enorme ventanal que daba con la calle.

Un suspiro escapó de los labios del cobrizo. La noche pasada apenas había llegado a su piso, se hubo encerrado en su habitación; su mente estaba confundida por lo que había pasado la noche anterior con Tanya, no porque le hubiese gustado el beso o porque no le hubiese gustado, sino porque lo había tomado completamente por sorpresa. La intención del cobrizo nunca había sido besar a Tanya, ni esperaba que ella lo hiciera; por lo que resultaba extraño que las cosas hubiesen terminado así. Edward no quería rechazar a Tanya, mucho menos considerando el hecho de que estuvo comprometido con ella, habían pasado demasiadas noches juntos, se habían besado demasiadas veces, pero ese beso fue diferente. Ellos ya no eran nada, y ella había actuado dejando mucho que decir. Las cartas estaban echadas, Edward ya estaba claro en las intenciones de aquella dama.

— ¿Puedo ayudarle en algo?

El cobrizo mantenía su rostro cubierto con sus manos y sus codos estaban puestos sobre la mesa de aquella cafetería, parecía agobiado por una difícil situación y una camarera se había acercado para ver que se encontrara bien. Pero esa voz él la había escuchado antes. Edward separó su rostro de sus manos con lentitud, casi con dramatismo; sus ojos buscaron la figura de aquella camarera y el rostro de esta se contrarió en el mismo instante en el que su mirada se encontró con los ojos claros de él.

«Isabella», pensó.

La primera reacción de ella fue alejarse, pero él fue más rápido y en fracciones de segundos ya estaba de pie, reteniendo el brazo de ella, impidiéndole partir. Isabella frunció el ceño y lo miró durante unos segundos. Después de observar a su alrededor, Edward entendió por qué; habían atraído miradas de forma demasiado evidente. El cobrizo soltó con delicadeza el brazo de ella y volvió a tomar asiento; estaba claro que él no iba a dejar que aquella muchacha se fuera, de forma que, señaló el asiento frente a él. Ella hizo una mueca cargada de duda, pero él movió su cabeza ligeramente reafirmando su invitación; después de unos segundos de pie, el cuerpo de la castaña se movió para acomodarse en el asiento frente a Cullen.

Él esperó a que Isabella hablara, pero ella nunca lo hizo; contrario a eso, agachó la cabeza como si esperara el sermón de su padre. Edward carraspeó para atraer la atención de ella, quien alzó a duras penas su rostro, casi como si no quisiera ver completamente su rostro.

— ¿Por qué huyes? — preguntó él.

—No cualquiera me toma por el brazo y me obliga a sentarme.

Ella intentaba huir por la tangente, pero Edward no se lo permitiría. Isabella tendría que responder y dejar sus evasivas.

—Hablo de la Universidad— reafirmó el cobrizo.

—Yo…— calló durante unos segundos; Isabella parecía no tener claro que era lo que debía responder en un caso como ese. Suspiró —No quería ser descubierta— murmuró.

El rostro de Edward posiblemente fue un poema; él no entendía el punto de la castaña y, en cuanto a su explicación sobre “ser descubierta”, él no hacía más que confundirse. Edward negó con la cabeza y se inclinó sobre la mesa para observarla más de cerca.

—Bella…

—No— interrumpió ella. La muchacha frunció levemente el ceño cuando volvió a hablar —No me llames por ese nombre. Aquí nadie me conoce como Isabella— se adelantó a decir.

—Pero ese es tu nombre.

—Lo sé. Pero después de que te fuiste, una familia se hizo cargo de mí. Desde hace mucho que mi nombre no es Isabella Swan.

Aquella era demasiada información para procesarla en pocos segundos. Edward se quedó callado intentando organizar sus ideas; por lo que había escuchado, ella no había respondido a su llamado porque nadie conocía su nombre, y eso significaba que nadie conocía su pasado. «Aceptar que me conocía en ese momento era aceptar que su nombre era Isabella Swan», pensó enseguida. La mirada de Edward volvió a centrarse en el rostro de la muchacha.

— ¿Cuál es tu nombre? — preguntó él.

—Marie…— mordió su labio durante unos segundos —Marie Dwyer.

Edward suspiró y se reclinó en su asiento. Resultaba que estaba frente a una muchacha que, a pesar de ser la misma que conoció en el orfanato, ni siquiera se llamaba igual y tenía una vida que él no conocía. Una vida con una familia de la que ahora solo sabía el apellido “Dwyer”. El cobrizo miró durante unos segundos a Isabella.

— ¿No ibas a decírmelo? — su voz sonó baja.

—No quería hacerlo en la Universidad.

— ¿Dónde? — insistió él.

—Quería buscarte y citarte en otro lugar, Edward. En serio quería decírtelo— ahora ella sonaba demasiado consternada; se notaba que esa información no había salido de sus labios si no era “nunca”, no era desde hacía ya mucho tiempo. Él hizo una mueca.

—No tenías por qué decírmelo.

—Pero quería hacerlo— reafirmó ella.

En un ademán inconsciente, el cobrizo tomó la mano de la chica, que se movía inquieta sobre la superficie de la mesa. Los ojos de ambos se encontraron durante unos segundos; a Edward le pareció estar viendo a la misma niña inocente que había visto años atrás, y a ella, a ella le parecía estar viendo a aquel príncipe que siempre estaba para ella. La mano de Isabella se cerró en torno a la de él, apretándola débilmente. Edward sonrió.

 

 

Capítulo 5: Las enfermeras son libres Capítulo 7: El Mensajero

 
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