Tres Amantes (+18)

Autor: LoreCullenVulturi
Género: Romance
Fecha Creación: 24/09/2013
Fecha Actualización: 30/12/2014
Finalizado: NO
Votos: 7
Comentarios: 28
Visitas: 32457
Capítulos: 33

Casi sintió que estaba en un tablero de ajedrez, que jugaba para el destino, y él era una de sus fichas, un simple peón. Él tuvo que ver un par de veces para corroborar que la muchacha castaña que abrazaba un par de libretas en torno a su pecho, y que reía por las ocurrencias de los chicos que la rodeaban, esa chica, era la misma niña a la que él había atendido en sus prácticas médicas en un orfanato de Seattle. «Es imposible», pensó aquel médico. Pero no había nada imposible en el mundo que conocía, nada que no pudiera pasar y, casi como si no lo hubiese pensado antes, aquella castaña giró su rostro y lo observó. 


"La vida es un enorme tablero de ajedrez..". Eso Edward lo tenía muy claro, pero nunca había experimentado tal cosa, no hasta que sus ojos se encontraron con los de Bella en aquella Universidad. Pero ella había huido de él sin razón aparente; las dudas embargaban su mente, sin saber que tendría más de que preocuparse, cuando su ex-prometida, Tanya, llegara a la ciudad.

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Capítulo 30: Pasión Prohibida

CAPITULO XXX

Las manos de Edward se movieron en torno a la cintura de Isabella; era primera vez que la veía desnuda y ahora absorbía cada detalle como si no quisiera perderse de nada, su evaluación no tardó en hacer sonrojar a la castaña, ella intentó bajar la mirada, pero él fue más rápido y llevó una mano al mentó de ella, obligándole a posar aquellos ojos marrones en su rostro. Su otra mano, posada en la cintura de la chica, viajó al rostro de la misma y acarició el sonrojo de sus mejillas.

—Eres perfecta— susurró él, seguro de que la escucharía.

Una sonrisa tímida se posó en los labios de la castaña; era primera vez que estaba con un hombre, había empezado a tomar la píldora desde que se mudó con Edward solo porque tenía la esperanza de que una de esas noches, compartieran más que besos. Ahora estaba allí, entregándose a él casi de forma descarada, como haría una prostituta, pero no le importaba, porque sabía que Edward no la veía como tal.

Las manos de él abandonaron el rostro de la chica y viajaron nuevamente a la cintura de la castaña, pegándola más a su cuerpo; ella pudo sentir la erección del cobrizo en su pierna y gimió inconscientemente. Con los labios a escasos centímetros de la boca del chico, ella buscó aquella boca casi con desesperación; sumados en un beso pasional, ambiguo, presas de un deseo que los guiaba a una oscuridad que lucía cada vez más atractiva.

—Tal vez esto sea un error— susurró él intentando alejarse, Isabella fue rápida, sus brazos rodearon el cuello del chico y se pegó más a él.

—No lo hagas— murmuró cuando sus ojos se encontraron.

Aquello pareció infundirle valor al cobrizo; en un movimiento rápido, sus manos se cerraron en torno a los muslos de Isabella y la subió sobre él, ella rodeó el cuerpo del joven con sus piernas. Se encontraban empapados por aquella ducha, pero él no prestó atención cuando salió escurriendo con la castaña entre sus brazos. Edward la depositó con cuidado en la cama y sus ojos volvieron a encontrarse, ella sintió que no deseaba que él se alejara, sintió que aquel momento podía esfumarse si lo permitía. Las manos de la chica volvieron a tirar del cuello de Edward, obligándolo a permanecer sobre ella; Isabella abrió las piernas para que el cobrizo pudiera posicionar su cuerpo de forma cómoda, pero sus movimientos eran tortuosos, expuesta como estaba Isabella lo único que quería era sentirlo dentro de ella, necesitaba más de él y sus besos no parecían ser suficientes.

Las manos del cobrizo recorrieron los costados del cuerpo desnudo de la castaña, se detuvieron en sus pechos, masajeándolo con suavidad hasta que la fuerza fue aumentando a medida que el beso que se daban lo hacía también; todo cuanto hacían parecía estar sincronizado en ese momento. Edward llevaba el control de la situación y hace mucho que Isabella había abandonado el mundo que conocía, ella parecía flotar en una nube de placer; el cobrizo se había alejado de la boca de ella y ahora recorría un camino de besos desde el lóbulo de su oreja hasta sus pechos.

Los pezones de Isabella estaban duros y él no tardaría en notarlo; su boca ávida capturó uno de ellos y la mano de la chica viajó a la cabeza del joven, sus dedos se enredaron en la cabellera cobriza de Edward mientras la mano de él viajaba por el abdomen plano de aquella chica; un gemido escapó de los labios de ella cuando sintió como los dedos de Edward tocaban aquella parte de su anatomía, su toque no era brusco, era suave y tortuoso; ella experimentaba sensaciones que nunca antes había pensado y tenía que reprimir los gemidos que amenazaban con salir.

Él se dio cuenta de forma inmediata lo que le hacía sentir a ella, por lo que no dudó en abandonar sus pechos y bajar hasta posicionarse entre sus piernas. Los labios de él besaron lugares inhóspitos y los gemidos que Bella luchaba por acallar se incrementaron audiblemente; ella no era la única que disfrutaba, un escalofrío recorrió la columna de Edward  con el último gemido de Isabella, ella estaba al borde del éxtasis y él también lo estaba.

—Te necesito— susurró ella con voz ronca. Contenida.

Él la observó durante unos segundos y ella detectó la duda en sus ojos.

—Me estoy cuidando Edward, por favor— murmuró casi suplicante, presa de una pasión tan desenfrenada que no podía detenerse en ese momento.

Refrenarse era imposible; él tomó los muslos de Isabella y la orilló hasta el borde de la cama, se colocó entre sus piernas y presionó contra su entrada de forma lenta; los ojos de la castaña se cerraron fuertemente, dejándose llevar por un dolor que parecía ser mermado por el placer que tener a Edward allí, para sí, le generaba. Las embestidas de él pasaron de ser lentas a rápidas, casi desesperadas; los gemidos de Isabella se incrementaron y tuvo que morder su labio inferior con fuerza para permanecer aún ese mundo, por no dejar que esa nube de placer se la llevara por completo y le hiciera gritar el nombre del hombre que tenía consigo.

La castaña sintió como algo pareció empezar a construirse en su vientre bajo, era una sensación que nunca había experimentado, pero que le gustaba; le abrumaba saber que sus pensamientos podían llegar a ser tan bajos, pero al mismo tiempo no podía dejar de disfrutar aquel momento, no podía evitar regocijarse aún cuando sabía que estaba haciendo algo prohibido.

Los movimientos intensos de Edward se relajaron cuando ambos llegaron al éxtasis; ella se sentía repentinamente mareada, pero feliz, es como si hubiese recibido la mejor bofetada de su vida, y a él no le quedó más que tumbarse al lado de la castaña, intentando regular su respiración ahora entrecortada. Cuando Isabella lo miró, el cobrizo sonreía; ella colocó su cabeza sobre su pecho y él la rodeó con sus brazos, estrechándola suavemente contra él.

—Te amo— susurró él, besando el cabello oscuro de la muchacha.

—Te amo— repitió en un hilo de voz.

Esa noche, Isabella durmió entre los brazos del hombre que amaba, pegada a su cuerpo, sintiendo cada uno de sus movimientos. Internamente, ambos sabían que eso estaba mal, era algo que la castaña había deseado hacer, que Edward había estado soñando con hacer, pero él tenía un compromiso y no iba a tratar a aquella chica como su amante, valía demasiado para hacerlo. Pensó entonces que aquel no era el momento, pero cuando abrió los ojos y la poca luz del día no había inundado su habitación aún, Isabella ya estaba despierta en sus brazos, observando aquel rostro perfecto.

—Buenos días— sonrió ella.

—Hola cielo— saludó el cobrizo al tiempo que besaba sus labios.

Se quedaron en silencio durante unos segundos, solo se observaron; Isabella decidió romper el silencio.

—Edward yo… sé que fue muy arriesgado lo que hice.

— ¿Crees que me arrepiento?

Ella frunció el ceño intentando evaluar el rostro del interpelado —No lo sé, Tanya es… y yo…— sus palabras se desvanecieron y una mueca desfiguró la sonrisa que antes había tenido.

—Tú eres la mujer que amo, Bella. De lo único de lo que me arrepiento es de no haberlo visto antes.

Ella no tenía que preguntar a qué se refería él con “antes”, sabía que era “antes” de Tanya, “antes” del embarazo, “antes” de las equivocaciones. Pero, ¿qué importaba el antes? Era algo que no podían hacer desaparecer, el daño ya estaba hecho y no podrían resarcirlo; Edward tendría que casarse con Tanya, aunque el corazón de Isabella se encogiera.

—Esto no puede ser ¿verdad? — preguntó con miedo a que él respondiera su pregunta.

—Puede ser… pero no lo quiero. Bella, no puedo tener una relación contigo estando atado a Tanya, no quiero que tú seas la “otra”. Quiero que seas la única.

La castaña alzó una de sus manos y acarició el rostro de él; el cobrizo reaccionó al tacto e inclinó su rostro ligeramente para sentir la delicada mano de Isabella sobre su rostro.

—No quiero que esto sea una despedida— habló ella con voz contenida.

—No lo es.

— ¿Tenemos hasta la boda?

Él suspiró y asintió con lentitud.

Edward giró apenas su rostro para observar la hora en su celular, eran las 6:00 am, pronto empezarían a despertar el resto de los chicos, llegaba a creer incluso que, sus padres ya estaban despiertos. Isabella entendió la señal rápidamente, se levantó y se vistió con la misma ropa que traía anoche y, tras besar a Edward por última vez, salió en silencio por el largo corredor que conducía a la habitación que compartía con Alice.

Las luces estaban apagadas cuando llegó, la chica Cullen aún no despertaba; por lo que Bella se apresuró a entrar en el baño y ducharse; se tomó su tiempo, lavó su cabello con el shampoo que había llevado y dejó que el agua caliente fluyera por su cuerpo durante unos cuantos minutos. Para cuando regresó a la habitación, envuelta en una toalla y secando su cabello con otra más corta, Alice estaba sentada en el borde de la cama con pose expectante.

La chica había cruzado sus piernas y sus brazos,  ahora observaba a una Isabella repentinamente acalorada. La castaña notó como Alice alzó una ceja en su dirección y no pudo más que maldecir internamente.

—Buenos días, Alie— le saludó amablemente mientras se dirigía al closet donde había desempacado el día que llegaron, mientras los Cullen hablaban en algún lugar de la casa.

— ¿Es todo lo que vas a decir?

Isabella no la veía, pero sus mejillas estaban encendidas en un rojo intenso mientras buscaba la ropa interior y los jeans que se pondría ese día. Alice carraspeó para atraer la atención de la castaña y, después de un suspiro teatral, Isabella se giró para verle.

— ¿Qué quieres que te diga?

—No dormiste aquí, Bells— susurró como si alguien pudiera escucharles —Es obvio que pienso que estabas con Edward— la chica Cullen le guiñó un ojo a su acompañante y esta se adelantó a negar con la cabeza —No seas absurda, es obvio que estabas con él…. ¡Oh Por Dios! — Chilló en vista de que Isabella no dijo nada — ¿Has logrado que desista de la idea de casarse?

La sonrisa aún estaba en el rostro de Alice, pero todo en la castaña se ensombreció, Bella no había logrado nada; de hecho, esa no fue su intención cuando entró a la ducha con Edward. Tomó lo que tenía a la mano y se dejó caer en la cama junto a Alice, la chica la evaluó durante unos segundos e hizo un puchero casi imperceptible mientras pasaba uno de sus brazos por los hombros de Isabella y la abrazaba.

—Lo siento…— se disculpó en voz baja, aunque aquello no era culpa de la chica Cullen.

Isabella negó con la cabeza, como si no le diera importancia a ello, pero se quedó un rato en silencio entre los brazos de Alice; algunas lágrimas silenciosas corrieron por sus mejillas y, por primera vez, la atolondrada chica Cullen no dijo nada, tal vez no tenía nada que decir, tal vez ni ella misma era capaz de encontrarle consuelo a su amiga. 

Capítulo 29: La Excursión Capítulo 31: Intrigas

 
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