Tres Amantes (+18)

Autor: LoreCullenVulturi
Género: Romance
Fecha Creación: 24/09/2013
Fecha Actualización: 30/12/2014
Finalizado: NO
Votos: 7
Comentarios: 28
Visitas: 32474
Capítulos: 33

Casi sintió que estaba en un tablero de ajedrez, que jugaba para el destino, y él era una de sus fichas, un simple peón. Él tuvo que ver un par de veces para corroborar que la muchacha castaña que abrazaba un par de libretas en torno a su pecho, y que reía por las ocurrencias de los chicos que la rodeaban, esa chica, era la misma niña a la que él había atendido en sus prácticas médicas en un orfanato de Seattle. «Es imposible», pensó aquel médico. Pero no había nada imposible en el mundo que conocía, nada que no pudiera pasar y, casi como si no lo hubiese pensado antes, aquella castaña giró su rostro y lo observó. 


"La vida es un enorme tablero de ajedrez..". Eso Edward lo tenía muy claro, pero nunca había experimentado tal cosa, no hasta que sus ojos se encontraron con los de Bella en aquella Universidad. Pero ella había huido de él sin razón aparente; las dudas embargaban su mente, sin saber que tendría más de que preocuparse, cuando su ex-prometida, Tanya, llegara a la ciudad.

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Capítulo 32: Escape

CAPITULO XXXII

Edward soltó a Tanya con repulsión, lo que había hecho le había sacado completamente de sus casillas. Sus celos habían causado que su hermano lo mirara con recelo, que le pidiera una explicación al respecto; aquella rubia se soltó del agarre del cobrizo y empezó su salida triunfal hacia su habitación, mientras dejaba a una Emmett cada vez más tenso, ahora de pie frente a su hermano.

—Hace tiempo, Rosalie y yo tuvimos algo que ver— aceptó el cobrizo con desgano —Fue mucho antes de que tú si quiera te plantearas tener algo con ella.

— ¿Por qué no me lo dijeron? — insistió Emmett.

Rosalie suspiró del otro lado de la habitación y eso bastó para atraer la atención del chico Cullen —Yo había empezado una amistad con Alice, y no quería que pensara que lo había hecho solo para poder estar con Edward. Lo que tuvimos fue pasajero, pasó una sola vez y nunca más volvimos a hablar de eso— Rosalie evaluó el rostro de Emmett durante unos segundos —Em, por favor, esa mujer lo único que quiere es fastidiarnos la vida. No le basta con jodérsela a Edward, también busca hacerlo con nosotros— la rubia ni siquiera prestó atención a la mirada reprobatoria del cobrizo, ella solo cruzó la habitación y se posicionó frente a Emmett; él no quiso verla, giró su rostro y su mirada se centró en un punto de la habitación; pero Rosalie llevó su mano al rostro del chico y lo giró con suavidad —Tú hermano no te haría eso, tampoco a Bella, ¿crees que yo podría hacértelo a ti? ¿Traicionarte?

Ese fue el momento justo en el que el resto decidió salir de la habitación; Isabella tenía una máscara de confusión en el rostro, nunca se habría imaginado que Rosalie y Edward podrían “intimar” tanto, pero una parte de sí se regocijaba en que el cobrizo le haya dicho unas cuantas cosas a Tanya, aunque ella luego haya salido huyendo como cobarde. La castaña suspiró mientras caminaba hasta la cocina, pero unos brazos que la rodearon desde su espalda la hicieron detenerse.

— ¿Te ha gustado el drama? — murmuró Edward en su oído.

Isabella se giró para quedar frente a él y besó sus labios fugazmente — ¿Por qué nunca me contaste lo tuyo con Rosalie?

Él parecía haber estado esperando esa pregunta, sonrío con condescendencia y se encogió de hombros —Nunca tuvo importancia, fue una vez…

—Pero fue tu amante— le corrigió ella.

—Resulta que tengo tres amantes.

Isabella rodó los ojos por el comentario y se encaminó hasta su habitación; se sentía repentinamente cansada y hace noche ni siquiera cenó.

Los días siguientes pasaron rápidos; el mes de Diciembre transcurría entre los preparativos para la cena navideña y los preparativos de la boda. La única que hablaba de ese último evento era Tanya, el resto prefería callar porque sabía cuánto pesar le suponía a Edward tener que atar su vida a una mujer como ella. Cuando la noche buena llegó, las cosas no fueron más sencillas, Tanya había invitado a su familia porque esa noche, a parte de la celebración de la víspera de Navidad, habían planificado la petición “formal” de la mano de Tanya Denali; una noticia que no le cayó muy bien a Edward, pues  no se hallaba a sí mismo, rodilla en suelo, proponiéndole matrimonio a una mujer que le había generado tan repentino odio.

Y allí estaba Isabella, bajando las largas escaleras de la Casa Cullen, vestida con un vestido azul ceñido al cuerpo y su cabello castaño cayendo en ondas sueltas, se sentía ridícula en aquel vestido, pero el rostro iluminado de Edward al pie de la escalera le indicó lo contrario. Lamentó en seguida que el cobrizo no estuviera esperándola a ella, sino a Tanya, que bajaba un par de escalones atrás de la castaña, con un vestido rojo cuyo escote dejaba poco y nada a la imaginación.

Los Denali ya estaban allí, habían llegado un par de días antes y se estaban quedando en un Hotel de Port Angels; por lo que Isabella recordaba, los padres de Tanya eran Carmen y Eleazar, la rubia tenía una hermana, Kate, muy parecida a ella y un cuñado, el esposo de Kate, Garrett. Ahora todos ellos se encontraban a unos metros de la escalera, observando cómo Edward tomaba a regañadientes la mano de su “prometida”.

Esme hizo pasar a todos al comedor, habían tenido que obtener más sillas en vista de la horda de nuevos visitantes que tenían; al haber tantas personas en casa, nadie cocinó esa noche, todo lo habían pedido del restaurante favorito de Esme en Port Angels, y lo habían traído a finales de la tarde. Lo único que tendrían que hacer sería meter el pavo al horno para calentarlo e ir a la bodega, a escasos metros de la casa, por unas cuantas botellas de vino.

Para cuando todo estuvo listo, se encontraban todos sentados alrededor de una bonita mesa de caoba. Carlisle le hizo una seña a Edward, cosa que pasó desapercibida para todos excepto para Isabella, a quien se le apretó el estómago cuando notó la mano del cobrizo deslizarse en el bolsillo interno de su traje y ponerse de pie. Esme alzó su copa y la golpeó suavemente con uno de los cubiertos que tenía a la mano; los invitados prestaron atención de forma inmediata.

Edward había abierto la pequeña caja de terciopelo se la enseñaba a Tanya, quien mostraba una sonrisa radiante.

—Con el permiso de Carmen y Eleazar, Tanya…

Isabella ya sabía lo que venía después, pero no era tan masoquista como para soportarlo. Se levantó en silencio, ante la mirada atónita de los Denali y abandonó la habitación sin un rumbo fijo. Tuvo la esperanza, solo por un momento, de que Edward dejara aquella propuesta a medio plantear y corriera tras ella, pero era algo absurdo pensar que él le daría la espalda a su nueva familia y a la mujer que sería su esposa.

La castaña abandonó aquella casa, corrió lo más rápido que pudo para internarse en aquel bosque oscuro, pero no le importaba. No se dio cuenta de que estaba lloviendo hasta que sintió algo húmedo por su rostro, maldijo aquel pueblo de cielo gris y humedad, daba a su sufrimiento un toque mucho más dramático y no era algo que la ayudaba a reponerse. Entre la maleza, Isabella intentó encontrar un camino hasta algo, no sabía qué, tal vez un claro, tal vez un sitio donde podía echarse y llorar en paz; pero ella no tenía buen equilibrio, terminó tropezando con una rama caída y su zapato de tacón quedó en el suelo. Ni siquiera se inmutó cuando sintió el frío ahora que no tenía calzado, se retiró el otro tacón y agradeció no tener que cargar con ellos, solo retrasaban su caminata cada vez que se enterraban en el lodo que la llovizna había hecho con la tierra del lugar.

Ya no nevaba, hacía un par de semanas que no lo hacía, y era lo único que podía agradecer Isabella en ese momento. Sucia por el lodo, descalza y con las partes de su piel sangrantes por el aruñado de las ramas de los árboles, la muchacha seguía intentando mantenerse de pie mientras las gotas de la lluvia se combinaban con sus lágrimas silenciosas. 

Un tronco caído fue el consuelo que consiguió ella cuando se echó en el suelo y apoyó sus codos en él, ocultando su rostro entre sus manos mientras su pecho se movía con cada sollozo. Absurdamente soñó que las cosas podían haber sido diferentes, quiso creer que lo que en realidad había pasado era que ese día, cuando Edward le dijo que se había enamorado de un imposible, en la biblioteca de la universidad, ese mismo día ella lo había buscado y le había dicho que nada era imposible, quiso creer que ella no había sido una cobarde y que él no había sido un egoísta por intentar protegerse a él de aquello que consideraba “imposible”, tal vez el objetivo del cobrizo no fue protegerse, tal vez intentaba que Bella llevara una vida normal, pero las cosas habían tomado un rumbo muy distinto cuando el desistió de su plan y unió su vida a la de Bella. Lo suyo no había durado, no, no porque ellos no lo desearan, sino porque los errores pasaban facturas.

No era momento de buscar culpables, aunque Isabella sabía bien que no habían más culpables que ellos, ambos, por ser tan cobardes como para luchar por lo que tenían. ¿Por qué Edward no iba por ella? ¿Por qué la dejaba sola en medio de aquella lluvia? Tal vez no le importaba tanto después de todo. Pensar en eso último le arrebató un sonoro sollozo a Isabella; la muchacha se abrazó a sí misma y lloró con ganas, con sollozos amortiguados por el sonido de la lluvia que ahora caía con más fuerza contra aquel bosque oscuro. No había luz que le indicara un camino a Isabella y, hasta ese momento fue que se dio cuenta de que estaba temblando por el frío.

Frágil como estaba, fue incapaz de levantarse; toda ella estaba hecha un desastre. El cabello que antes había llevado perfectamente acomodado con rizos sueltos, ahora estaba enmarañado a causa de la lluvia, su maquillaje se había corrido, partes de su vestido azul se habían rasgado por las ramas, sus pies y piernas estaban sucios del por el lodo, así mismo su atuendo había quedado completamente destruido. Incluso sus uñas parecían completamente descuidadas. Isabella sollozó una vez más, y en realidad no supo cuantas veces más lo hizo, solo se dejó caer en unos brazos que conocía bien. Morfeo.

El momento en el que aquel joven de pelo oscuro se acercó a ella y la levantó, ella no lo supo, apenas fue consciente de que no estaba en el suelo, pero resultó incapaz de detallar más. La luz de la luna era demasiado opaca y la lluvia seguía cayendo a cántaros; Isabella cerró los ojos una vez más y se dejó llevar. Aquel joven continuó un camino que pareció eterno, esquivaba la maleza como si conociera aquel bosque mejor que nadie y caminaba por senderos que Isabella hubiese sido incapaz de divisar.

A lo lejos había unas luces, varias casas, pero no era nada ostentoso, de hecho, eran casas pequeñas muy diferentes a la Casa Cullen. Estaban muy lejos de aquella parte del bosque que servía de patio trasero a aquella familia; Isabella había caminado mucho más de lo que había creído, y ahora, inconsciente como estaba, se encontraba a merced del joven que la llevaba en brazos.

—Papá— aquel muchacho llamó la atención de un hombre canoso que se sentaba alrededor de una fogata. Todos los hombres que acompañaban al aludido, enfocaron la silueta del muchacho y le lanzaron una mirada a Harry Clearwater; su hijo, Seth, había salido en busca de madera para la fogata que hacían los chicos de la reserva en la playa, pero al encontrarse con aquella muchacha, había sido incapaz de abandonarla a su suerte, ahora se encontraba allí, tendiéndosela a su padre.

Harry le hizo una seña a Seth y le indicó que la llevara adentro, el joven la acomodó directamente en su habitación y Sue, la madre del muchacho, llegó al instante. El rostro de la mujer dibujó la sorpresa cuando vio el estado de aquella joven.

—Oh Dios, pobre niña— se acercó con rapidez, apartando a su hijo mientras tomaba asiento en el borde de la cama y tocaba el rostro de la chica —Seth hijo, prepara la tina con agua caliente. Esta niña está helada.

El joven le dirigió una última mirada a la muchacha, y abandonó la habitación.   

 

                                                                    

Capítulo 31: Intrigas Capítulo 33: La Búsqueda

 
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