Tres Amantes (+18)

Autor: LoreCullenVulturi
Género: Romance
Fecha Creación: 24/09/2013
Fecha Actualización: 30/12/2014
Finalizado: NO
Votos: 7
Comentarios: 28
Visitas: 32470
Capítulos: 33

Casi sintió que estaba en un tablero de ajedrez, que jugaba para el destino, y él era una de sus fichas, un simple peón. Él tuvo que ver un par de veces para corroborar que la muchacha castaña que abrazaba un par de libretas en torno a su pecho, y que reía por las ocurrencias de los chicos que la rodeaban, esa chica, era la misma niña a la que él había atendido en sus prácticas médicas en un orfanato de Seattle. «Es imposible», pensó aquel médico. Pero no había nada imposible en el mundo que conocía, nada que no pudiera pasar y, casi como si no lo hubiese pensado antes, aquella castaña giró su rostro y lo observó. 


"La vida es un enorme tablero de ajedrez..". Eso Edward lo tenía muy claro, pero nunca había experimentado tal cosa, no hasta que sus ojos se encontraron con los de Bella en aquella Universidad. Pero ella había huido de él sin razón aparente; las dudas embargaban su mente, sin saber que tendría más de que preocuparse, cuando su ex-prometida, Tanya, llegara a la ciudad.

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Capítulo 14: Una Mala Decisión

CAPITULO XIV

Sentado en el sillón de la sala de reuniones, Edward había intentado buscar un lugar tranquilo luego de lo que le había dicho a Isabella, aquellas palabras en serio le habían quemado, pero eran necesarias. Él no podía engañarse él y tampoco lo podía hacer con Isabella, era cierto, sentía cosas por ella, incluso más fuertes de las que alguna vez sintió por Tanya, se había enamorado de esa chiquilla vuelta mujer, de esa persona que había logrado salir adelante a pesar de la dura viva que le tocó, pero nada hacía enamorado de esa chica cuando sabía que lo suyo no serviría. Ella era muy joven, sus prioridades no podían ser las mismas que las de Edward, él solo quería un trabajo estable, una familia, una bonita casa, pero ¿ella? ella a pesar de todo, seguía siendo una adolescente, tal como Alice, lo más seguro es que hiciera una locura igual y terminara en prisión. Edward nunca acabaría en prisión por daños a la moral, él era un hombre, hecho y derecho; Isabella era una adolescente aún, una que debía enfocarse en terminar su carrera, él no sería quien la desviaría de eso.

Pero cuanto pesaba aquella convicción, era sencillo decir que lo haría, pero le rasgaba el alma haberlo dicho frente a ella, le dolía ver sus ojos, le dolían esos labios que nunca más serían besados por la misma chica que lo había hecho minutos atrás. La puerta de la estancia se abrió y sus ojos se cruzaron con los de la rubia que había interrumpido la conversación que tenía con Isabella en la biblioteca, Tanya lo observaba detenidamente, sin comprender la razón de su encierro.

—Hey Eddie— saludó acercándose al sillón donde él se había acomodado —Pensé que estarías con Marie.

Edward negó con la cabeza y se encogió de hombros —Ella tenía que estudiar para un examen— mintió, últimamente las excusas de los exámenes estaban a la orden del día —Tenía otro rato libre y decidí venir a leer un rato.

—¿Y el libro? — Tanya preguntó suspicaz; ciertamente, Edward no tenía ni un solo libro a la mano —Cariño, no me mientas, ¿qué sucede contigo? — el tono de preocupación con el que la rubia se dirigió al cobrizo, le hizo saber a él que ella no preguntaba solo por cotillear, parecía realmente preocupada por lo que le pasaba. «Tal vez es ella la indicada», pensó mientras sus ojos se cruzaban con los de ella.

—Es solo que, estuve pensando Tanya. ¿Por qué terminamos?

Ella se mostró sorprendida con la línea que había adquirido la conversación, en ningún momento se imaginó rememorando con Edward la razón de su ruptura. Ella sabía de sobra porque había sido, pero él creía que lo suyo se había enfriado y por eso era oportuno terminar. Sin embargo, había una razón de fondo para esa situación, razón que ella no le diría.

—Supongo que la rutina nos hizo fríos y no supimos como combatirla— «Buena respuesta Tany», se dijo a sí misma.

El cobrizo se quedó pensativo durante unos segundos; él sabía bien a donde quería llevar la conversación, pero no deseaba que la rubia pensara que él la estaba presionando, ni que aceptara porque se sentía así. Sin embargo, una parte de él le gritaba que ella estaría más que feliz de aceptar una propuesta como la suya, se lo había demostrado la noche del sábado, cuando salieron a cenar.

—Tanya, ¿por qué no lo intentamos?

El rostro de la rubia fue todo un poema. Pasó de su color natural a un pálido en el que Edward casi pensó que ella se iba a caer de espaldas al suelo y se quedaría allí, echa piedra, sin mover ni un solo músculo de su rostro; luego pasó al rojo carmesí, sus mejillas se habían inyectado de sangre y la verdad es que él nunca la había visto tan roja en su vida. Ella aún no había recuperado su color natural cuando volvió a hablar.

—¿Hablas en serio? — su voz sonó como un murmullo.

«Ojalá no fuera en serio», pensó para sí mismo —Claro que hablo en serio— reafirmó él, contrario a lo que sus pensamientos le decían. «Necesito olvidar a Bella, y tal vez esta es la única forma» se dijo. Se sentía un patán por utilizar a Tanya para olvidarse de otra mujer, tal vez debería decírselo, encararla, advertirle. Y lo haría, Edward no podría mentir durante mucho tiempo —Pero debes saber algo— alcanzó a decir. Los ojos azules de Tanya se cruzaron con los de él y esperó ansiosa sus palabras —Yo… yo me enamoré de otra persona.

En ese momento el rostro de la rubia era inescrutable, Edward no podía saber si ella estaba furiosa por lo que le acababa de decir, o decepcionada, o agradecida. «¿Por qué estaría agradecida? Demonios Edward, piensa», se dijo a si mismo casi decepcionado de que su mente fuera tan estúpida en ocasiones. El cobrizo volvió su atención a Tanya, quien en ningún momento le había quitado los ojos de encima a Edward.

—¿Y por qué me eliges entonces? — preguntó ella, su voz sonaba pausada, ni siquiera se notaba si se estaba conteniendo o no.

—Porque sé que no tengo futuro con esa otra persona; y no puedo dejar ir a la mujer que creo que es la indicada.

—¿Entonces por qué me dices que te has enamorado de otra? — la voz de ella empezaba a adquirir un tono herido, algo que él lamentó profundamente. Lo menos que quería era hacerle daño a otra mujer, menos el mismo día.

—Sentí que era más cruel mentir y decir que te sigo amando.

—Edward…— empezó ella —Yo lograré que tu vuelvas a amarme— hablaba con tanta convicción que por un momento él estuvo seguro de que sería así —Pero solo dime algo… ¿Es Isabella? ¿Es ella a quien amas?

Él no supo que decir, podía imaginarse todo excepto que Tanya supiera que la mujer por la que él había perdido la cabeza era Isabella. Pero ella no podía saberlo todo, ella solo lo decía porque Alice Cullen la había confundido con esa otra mujer; si Tanya hubiese sabido quien era realmente Isabella, la hubiese descubierto cuando Edward presentó a la chica bajo el nombre de “Marie”. Edward procesó la información demasiado rápido, supo a lo que la rubia se refería y asintió con lentitud, a sabiendas de que Tanya nunca conocería a Marie bajo el nombre de “Isabella Swan”.

—Entonces ya lo sabes Edward. Yo voy a ser quien haga que olvides a Isabella— las manos de Tanya acunaron el rostro del cobrizo y, segundos después, su boca buscó la de él.

Era la segunda vez que Tanya lo besaba e internamente, deseaba ser él quien tuviera la iniciativa de besar a la mujer y no que siempre fuese lo contrario. Pero no podía hacer nada, él no sentía lo mismo que la rubia sentía por él, y no podía exigirse a sí mismo hacer algo que simplemente no le nacía hacer. Aquella relación había sido una excepción, porque aunque no hubiese querido estar con Tanya, tenía que hacerlo, por su salud mental y la de la propia Isabella.

La mujer se separó de él y le regaló una sonrisa, él hizo un esfuerzo para devolvérsela. Le era muy difícil aquella situación, se sentía repentinamente mal, mal por lo que le acababa de hacer a Bella, mal por la situación en que ponía a Tanya y mal por el mismo, porque sabía que le esperaba un maldito infierno. La rubia se levantó y extendió la mano hacia el cobrizo.

—Venía a buscar mi maletín, pero creo que me llevo algo mejor que pilas de exámenes— comentó ella — ¿Me acompañas a mi auto? — Edward asintió y tomó su mano para acompañarla fuera.

El hombre nunca se habría imaginado que, justo después de haber retomado su relación con Tanya y salir caminando al campus, de la mano de la exuberante rubia, Isabella estaría en un extremo del estacionamiento, observándolo todo como quien observa una procesión. Ella no sabía que pensar, solo lo veía a él, tomado de la mano de la misma mujer de la que había dicho  que sentía cosas por él pero que, sin embargo, él no tenía nada con ella. Isabella sintió que él le mintió, le mintió con descaro, le mintió cuando le dijo que nunca pasó nada, que Tanya solo marcaba su territorio; « ¿Qué tiene que marcar?», se preguntó a si misma «Él ya es suyo», se auto respondió. 

Se había pasado unos cuantos minutos sollozando en el hombro de Jacob Black en la biblioteca, y ahora se sentía una estúpida llorando por alguien que, obviamente, tenía a otra persona en su vida. Ella estaba tan atenta a lo que sucedía ante sus ojos que no se percató de una castaña que se posó a su lado, Isabella le sacaba unos centímetros, pero ella no tuvo tiempo de detallarla.

— ¿Ves lo mismo que yo? — preguntó la recién llegada.

—No lo sé… ¿Una fila de autos, tal vez? — quiso cambiar el tema.

—Hablo de la rubia pomposa que se guindó del brazo de mi hermano.

Por un momento, Isabella se quedó de piedra. Si no estaba mal, estaba hablando con Alice Cullen, la chica de la que Edward le había contado la tarde anterior en su consultorio, ella era la hermana menor del cobrizo e Isabella tuvo la necesidad de girar su rostro y observar a Alice. La chica le sonrió a Bella en seguida.

— ¿Entonces? ¿Qué opinas? ¿Solo un polvo o es serio? — quiso saber Cullen.

Isabella carraspeó, hubiese preferido no tener que responder eso —Si es tu hermano, debes saber que es un profesor. Dudo que en su condición vaya exhibiendo mujeres que solo serán un polvo en su vida— «Eso y que es su ex novia», quiso decir, pero se lo ahorró. Después de todo, Isabella sabía que Alice no estaba enterada de la situación con Tanya y, además, creía que la rubia ya no era más la “ex novia”.

—Tal vez tengas razón— comentó la chica —Mi nombre es Alice Cullen— claro que, Isabella ya sabía eso.

—Soy…— estuvo a punto de decir su nombre real, pero se corrigió en seguida —Marie Dwyer— «Sonrisa, debes sonreír, Isabella», se dio a sí misma, orden que acató con rapidez, pues en seguida le sonrió a la chica Cullen.

—No te había visto por acá, ¿en qué facultad vas?

—Salud— respondió Isabella con rapidez. Notó como Alice fruncía el entrecejo, como si estuviese atando unos cuantos cabos. ¡Lo tenía! Claro que lo tenía.

—Así que conoces a Edward— advirtió la muchacha.

Isabella asintió con lentitud, no podía decirle a Alice que conocía a su hermano desde hacía mucho tiempo y que de hecho, su nombre no era Marie sino Isabella Swan —Si, lo he visto un par de veces— mintió.

Vaya arte que era mentir, Isabella mentía, Edward mentía, todos mentían. «El mundo está lleno de mentiras», se dijo a sí misma, «Una más o una menos no hará una diferencia», pensó. Pero aquello era un grave error, un mundo a base de mentiras era un castillo de naipes que podía derrumbarse en cualquier momento. De hecho, sus vidas estarían por derrumbarse y ninguno de ellos se había dado cuenta. Por un lado, Edward con Tanya, la mentira más grande; luego Isabella Swan y su vida inventada, otra mentira; Edward y su propia vida, una mentira más; y, algo peor que sus mentiras, algo que los destruiría a ambos, una verdad: “me enamoré de un imposible”.

— ¿Estás bien? — Alice parecía preocupada.

Isabella se había envuelto tanto en sus propios pensamientos que no había escuchado una sola palabra lo que la chica Cullen había dicho — ¿Eh?... Sí, claro, estoy bien— intentó corregir, pero la mirada suspicaz de Alice le advirtió que no se había creído ese cuento.

—No, no lo estás— puntualizó la chica —Mira, no te pido que me cuentes tu vida. De hecho, eso sería extraño ya que nos acabamos de conocer pero…

—Alice— la interrumpió Isabella —Estoy bien.

—Marie, solo digo que tengo la tarde libre y podemos ir a ver algunos episodios de “no te lo pongas” mientras ordenamos pizza.

La chica Cullen fue tan tierna en su ofrecimiento que Isabella solo pudo sonreírle, ella ni siquiera la conocía y ya la invitaba a hacer planes juntas, «¿Acaso todos los Cullen son iguales?», pensó Bella, pero en ese momento se hubo arrepentido, «No, no todos son unos mentiroso» se repitió.

—Me encantaría— aceptó la muchacha.

Alice ensanchó su sonrisa y señaló su deportivo amarillo, de hecho, era el que más resaltaba —Vamos entonces— indicó. Tal vez demostrarle a Edward que estaba tan cerca y a la vez tan lejos, le recordaría lo idiota que fue dejando ir a alguien como Isabella Swan por una… escoba con patas.

—Vamos— secundó ella. 

Capítulo 13: La Primera Ruptura Capítulo 15: Descubriendo Secretos

 
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