Tres Amantes (+18)

Autor: LoreCullenVulturi
Género: Romance
Fecha Creación: 24/09/2013
Fecha Actualización: 30/12/2014
Finalizado: NO
Votos: 7
Comentarios: 28
Visitas: 32469
Capítulos: 33

Casi sintió que estaba en un tablero de ajedrez, que jugaba para el destino, y él era una de sus fichas, un simple peón. Él tuvo que ver un par de veces para corroborar que la muchacha castaña que abrazaba un par de libretas en torno a su pecho, y que reía por las ocurrencias de los chicos que la rodeaban, esa chica, era la misma niña a la que él había atendido en sus prácticas médicas en un orfanato de Seattle. «Es imposible», pensó aquel médico. Pero no había nada imposible en el mundo que conocía, nada que no pudiera pasar y, casi como si no lo hubiese pensado antes, aquella castaña giró su rostro y lo observó. 


"La vida es un enorme tablero de ajedrez..". Eso Edward lo tenía muy claro, pero nunca había experimentado tal cosa, no hasta que sus ojos se encontraron con los de Bella en aquella Universidad. Pero ella había huido de él sin razón aparente; las dudas embargaban su mente, sin saber que tendría más de que preocuparse, cuando su ex-prometida, Tanya, llegara a la ciudad.

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Capítulo 17: El Principe y el Lobo

CAPITULO XVII

Una semana había pasado desde el incidente con Alice y Tanya en el estudio. Edward recordaba perfectamente cuando su hermana le dijo a la rubia que recogiera sus bragas, Tanya lo miró en busca de ayuda y, en vista de que él no dijo nada, se marchó indignada. Si, dejó las bragas debajo del sillón y a Emmett se le ocurrió que era buena idea enviársela en una caja de regalos a modo de “disculpas”; cuando Tanya recibió el regalo a la mañana siguiente estaba tan furiosa con el supuesto descaro de Edward, que hasta ese día, no había vuelto a hablarle. Ahora, Alice parecía bastante feliz de no tener una cuñada que quisiera violarse a su hermano y, justo en ese momento, revoloteaba de un lado a otro mientras colocaba algunos globos en las vigas del piso Cullen. Honestamente, Edward también se sentía aliviado de no tener a Tanya respirándole encima, era cierto, él se había dejado llevar con todo el asunto pero fue poco después cuando se sintió un completo idiota, amando a otra mujer mientras lo hacía con alguien que no tenía la culpa de sus sentimientos, estaría hiriéndolas a ambas después de un tiempo. Desde entonces, él se había propuesto mantener a raya a Tanya, cosa que había resultado sencillo en vista de que ella no contestaba sus llamadas.

Era sábado y faltaban unas cinco horas para la supuesta cena que Jasper había organizado en honor a su hermana; Edward se encontraba en su estudio mientras escuchaba el bullicio que Emmett y Jasper hacían con el movimiento de las cajas de cerveza y las botellas que iban a ir a la barra que Alice había mandado a pedir.

—Toc-toc— la voz de Isabella lo sacó de sus ensoñaciones. 

Después de lo sucedido con Tanya, Isabella había pasado mucho más tiempo en casa y es que, ella le había contado a Alice toda la verdad, o al menos parte de ella; había sido Edward el que le dijo a su hermana lo que sentía por la chica Swan así que, su hermana, con complejos de Cupido, se había encargado de mantener muy cerca de si a Isabella y, por consiguiente, de Edward. Ahora estaba ella, radiante mientras asomaba la cabeza por una de las puertas corredizas del estudio.

—Hey Bella. Pasa— Edward notó como ella vaciló durante unos segundos, pero entró con paso decidido — ¿Por qué esa cara? — Ella parecía haber cambiado su rostro en fracciones de segundo, ahora parecía algo preocupada y eso conseguía alterarlo a él. La muchacha tomó asiento en una de las sillas frente al escritorio.

—Alice ha corrido atrás de mí toda la tarde, intentando que me ponga uno de sus vestidos favoritos para la fiesta de Rosalie.

— ¿Y cuál es el problema? — Edward miró durante unos segundos el rostro de la castaña y su atención empezaba a desviarse tras el hecho de que sus ojos marrones parecían haber adquirido una tonalidad un poco más clara, se veían más profundos ese día. No se dio cuenta que la estaba mirando con demasiada atención hasta que notó el rubor en las mejillas de la chica.

—Edward, detente— habló con una voz apenas audible.

Él sonrió, una sonrisa arrebatadora y, durante unos segundos, ella casi pudo sentir como se le iba la respiración; su pulso se aceleró y el rubor no hizo amago de esfumarse de sus mejillas «Contrólate, Isabella. Contrólate», se dijo a sí misma, pero no hubo intención de hacerlo. Su pulso se aceleró aún más cuando el rostro de Edward se inclinó ligeramente y se acercó un poco más a ella, interesado en saber lo que sucedía.

— ¿En qué piensas? — quiso saber.

—Pienso en que no sé cómo decirle a tu hermana que tengo una cita hoy y no puedo venir a la fiesta.

El corazón de Edward dio un vuelco, pero había algo más creciendo en su interior: celos. Desde  que había visto de nuevo a Isabella, hace ya un par de semanas, no había visto a nadie que la rondara, y ahora que ella le decía que tenía una cita, él parecía estar consternado. El cobrizo intentó ordenar la línea de sus pensamientos, luchando por no demostrar lo repentinamente cabreado que estaba.

— ¿Con quién? — su voz, en lugar de salir normal, había soñado con cierta molestia.

Isabella notó aquello al instante; «¿Está celoso?» se preguntó, pero no tuvo tiempo de responderse

—Jacob Black.

Cullen alzó una ceja de forma inmediata, Jacob Black era el capitán de futbol americano, por tanto era uno de los más populares del campus. Todos conocían a Black y él, como hombre, conocía también las historias detrás de aquel muchacho y su popularidad, él era un patán, solía conquistarlas a todas y follárselas una por una. Un instinto protector le decía que no podía permitir que Isabella saliera con Black solo porque sí.

—Isabella no vayas— ella frunció el entrecejo; «Claro imbécil. Te va a hacer caso la misma mujer a la que le dijiste que no tenías nada con Tanya, la misma que prácticamente te vió follando con ella», se maldijo a sí mismo por la idiotez que acababa de decir.

— ¿Perdón? — Ahora la cara de Swan no estaba roja de vergüenza, se le veía visiblemente molesta —Lo siento Edward, pero tu a mi no me das ordenes.

Edward negó con la cabeza, luchando por controlar la situación —Es que pensé que podías traerle—  el rostro de la chica se suavizó al instante, él había dado en el clavo. Ahora era ella la que se sentía como un idiota por casi haberle arrancado la cabeza a Cullen —Alice te matará si te vas de acá y me matará a mí por no habértelo evitado— bromeó él. Aquella sonrisa, la misma que volvía loca a Isabella, volvía a aparecer en los labios del cobrizo.

—Tienes razón— aceptó Swan mordiendo levemente su labio inferior —Debes pensar que soy una histérica…

Ciertamente, ella casi había explotado y había convertido aquello en un episodio de gran histeria, pero no había pasado a mayores y, aunque a Edward no le agradaba la idea de tener a Black entre los suyos, prefería eso mil veces antes de dejar que Isabella saliera sola con él.

—Eres perfecta tal como eres— la mirada de él se encontró con la de ella y, como si una alarma sonara en su cabeza, Swan se puso de pie.

—Es hora de que llame a Jake— sin más, se retiró, dejando a Edward con la palabra en la boca.

«No podía quedarme allí —se recriminó a sí misma— Si lo hacía era muy posible que me le abalanzara encima a sus labios». Isabella suspiró ahora que no estaba bajo el ojo estudioso del joven Cullen, ahora caminaba alrededor del piso mientras observaba el techo, adornado por globos y confeti que Alice se empañaba en esparcir por el lugar.

—Alice, hay algo que no entiendo— la muchacha devolvió la vista a Isabella en seguida —Si todos estamos aquí, ¿Quién distrae a Rosalie?

La menor de los Cullen sonrió y se encogió de hombros tomando algunas botellas que Jasper y Emmett habían dejado fuera de su lugar. Rosalie era alguien muy vanidosa, desde que había conocido a Isabella y su historia, solo la había tolerado porque comprendía que no había tenido la misma vida privilegiada que los Cullen y los Hale tenían, sin embargo, seguía sin tolerar el estilo desabrido de Swan. A ella le hubiese encantado Tanya, si no fuese porque la otra rubia y su complejo de superioridad cabreaban a cualquiera.

—Está en el salón de belleza. Dijo que iría a hacerse la manicura para cuando tuviera que brindar por ella misma— Isabella puso los ojos en blanco y se dejó caer en uno de los peldaños de las escaleras, los sillones del piso ya no estaban a la vista, estaba apilados en el estudio, justo donde Edward estaba en ese momento; en lugar de eso, había una amplia pista de baile en el centro del lugar.

Unas horas después, el lugar estaba repleto e Isabella se mantenía a un lado de todos, intentando no entorpecer los bailas o quedar bañada con cerveza por las personas que parecían haberse embriago muy rápidamente. Rosalie había llegado hacía ya 20 minutos y aún seguía rodeada por un séquito que se apilaba para felicitarla, de forma que ella esperaba pacientemente su turno. Allí, durante unos cuantos segundos, se vio eclipsada por unos ojos que la miraban del otro lado del salón.

Edward había salido de su estudio para mezclarse entre la gente y, pudo haber seguido sosteniéndole la mirada a Isabella si una mano sobre su hombro no le hubiese hecho girarse. Se quedó de piedra observando a la rubia que acompañaba a Emmett, una rubia que no era Rosalie. Tanya lucía radiante en un vestido ceñido al cuerpo, pero no era a ella a la que él esperaba encontrarse esa noche, la mujer que quería ver estaba del otro lado del salón.

—Hermano, tuve que decirle a Tanya que yo fui el de la idea de las bragas— habló Emmett por sobre la música —Así que, ella ha venido por ti tigre.

Habiendo dicho aquello, Emmett se retiró  con rapidez. Tanya se quedó frente a Edward, casi esperando una reacción buena o mala del cobrizo, pero él no dijo nada. De forma que ella tomó la iniciativa y rodeó el cuello del hombre con sus brazos, sus labios se encontraron o, mejor dicho, los labios de ella encontraron los de él y a Edward le tomó un par de segundos caer en cuenta de que lo estaban besando y no era cualquier persona la que lo hacía, era “su novia” aunque le costara aceptarlo. De forma que correspondió el beso por obligación.

Del otro lado del salón, Isabella lo observaba todo. No culpaba al hermano de Edward, pues tenía entendido que el grandulón no sabía nada sobre los sentimientos que ella tenía hacía el cobrizo, pero no podía dejar de dolerle lo que estaba viendo. Pronto, un muchacho con chaqueta de cuero le estorbó la línea de su visión, quiso golpearle la rodilla para hacerlo a un lado, pero, cuando alzó la vista, la sonrisa de Jacob Black le hizo sonreír de vuelta.

Swan estuvo caminando de la mano de Jake durante unos minutos, no le gustaba sentirse en esa posición, contaba los segundos para soltar aquella mano y salir corriendo, especialmente porque sentía la mirada de Edward clavada en su espalda. Estaba distraída observando como Rosalie recibía el enésimo regalo de la noche cuando la mano de Jacob la obligó a girar el rostro, de un segundo a otro, los labios de este se habían estampado con los de la chica y su brazo derecho había aprisionado el cuerpo de Isabella, obligándola a pegarse a su cuerpo. Aquel beso era forzado, algo que ella no esperaba ni quería, golpeó con la fuerza que pudo los brazos de Jacob, demasiado definidos como para inmutarse por el leve pinchazo de los puños cerrados de Swan.

Lo que menos esperó era ver a un Edward furioso que apartara a Black y lo lanzara al piso, no sin antes haberle propinado un golpe en aquellos labios que antes habían abusado de la confianza que Isabella le había dado. La mirada del cobrizo se centró en Bella, que observaba la escena entre horrorizada y agradecida; se dio cuenta en seguida que ellos tres eran el centro de atención, pues todos los estudiantes de Yale observaban la escena. Sin embargo, a Edward no pareció importarle, se acercó a la chica y colocó ambas manos sobre el rostro de la castaña, obligándola a verle.

— ¿Estás bien? — preguntó él.

Un leve asentimiento bastó para que instintivamente, Isabella se pegara al pecho del cobrizo, quien no dudó en rodearla con sus brazos. 

Capítulo 16: Las Bragas en el Sillón Capítulo 18: Claro de Luna

 
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