Tres Amantes (+18)

Autor: LoreCullenVulturi
Género: Romance
Fecha Creación: 24/09/2013
Fecha Actualización: 30/12/2014
Finalizado: NO
Votos: 7
Comentarios: 28
Visitas: 32481
Capítulos: 33

Casi sintió que estaba en un tablero de ajedrez, que jugaba para el destino, y él era una de sus fichas, un simple peón. Él tuvo que ver un par de veces para corroborar que la muchacha castaña que abrazaba un par de libretas en torno a su pecho, y que reía por las ocurrencias de los chicos que la rodeaban, esa chica, era la misma niña a la que él había atendido en sus prácticas médicas en un orfanato de Seattle. «Es imposible», pensó aquel médico. Pero no había nada imposible en el mundo que conocía, nada que no pudiera pasar y, casi como si no lo hubiese pensado antes, aquella castaña giró su rostro y lo observó. 


"La vida es un enorme tablero de ajedrez..". Eso Edward lo tenía muy claro, pero nunca había experimentado tal cosa, no hasta que sus ojos se encontraron con los de Bella en aquella Universidad. Pero ella había huido de él sin razón aparente; las dudas embargaban su mente, sin saber que tendría más de que preocuparse, cuando su ex-prometida, Tanya, llegara a la ciudad.

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Capítulo 12: Rompiendo Pelotas

CAPITULO XII

Edward tocó la puerta del apartamento un par de veces; en el vestíbulo le habían dicho cual era el número de Tanya Denali después de que, claro, inventara que era el novio arrepentido que le llevaría vino y chocolates. Por eso, llevaba una caja de bombones en una mano y, hacía maromas para sostener la botella entre su brazo y su torso, en vista de que su mano derecha, aún no estaba del todo buena como para sostener cosas, a pesar de que ya estaba mucho mejor. Un toque. Dos toques. Al tercero, Tanya abrió la puerta. A Edward le fue imposible evitar observar el cuerpo de la rubia, de hecho, lo hizo de forma descarada, ella vestía apenas una bata de encaje rojo y su cabello rubio caía revuelto hasta su cintura.

—Edward— se sorprendió ella de verlo allí.

El cobrizo tuvo que hacer un esfuerzo para retirar la vista de los pechos de Tanya y observar sus ojos azules, mismo que lo estudiaban como si deseara saber en lo que estaba pensando —Quise disculparme por lo que sucedió esta mañana— explicó él, agarrando con su mano derecha la botella que tenía pegada a su torso con su brazo izquierdo. Levantó entonces la caja de bombones y la botella de vino tinto.

—¿Con chocolate y vino? — Ella alzó una ceja perfectamente delineada en dirección al hombre —¿Estás seguro que solo es para disculparte?

—Lo juro— «pero ahora que te he visto, tal vez recordemos viejos tiempos… Basta.», Edward luchó por desviar la línea de sus pensamientos, le sonrió a la rubia y ella lo hizo de vuelta.

Tanya se hizo a un lado e invitó a pasar con rapidez al cobrizo, quien no tardó en acceder. El piso que ella habitaba era agradable, tenía el estilo de la mujer en todos lados, y eso lo creía Edward, que la conocía bastante bien. A Tanya siempre le había gustado el arte y la música clásica, de hecho, ahora que él se daba cuenta, la rubia tenía un piano de cola blanca en el centro de su sala. Ella notó como la vista de Edward se desviaba al piano, y sonrió cerrando la puerta con rapidez; con sigilo, se acercó a la espalda del chico y colocó ambas manos sobre los hombros del cobrizo. Ante el roce de Tanya, la espalda de Edward se tensó al instante, no porque no quisiera, sino porque sabía cómo iba a acabar eso, y él no era de los que se echaban un polvo y ya.

Intentó esquivar la situación y se adelantó a dejar los chocolates y el vino sobre la mesa de café justo frente al sillón. La rubia lo había seguido de cerca, así que se echó en el sillón de junto, acostándose con cuidado de no mostrar más de lo que su bata de encaje mostraba –que ya era demasiado-. Desde ese punto, cuando Edward se giró, le pareció encontrarse con una diosa recostada en el sillón, pero no era más que Tanya, Tanya siendo muy provocativa, de hecho. El cobrizo carraspeó, pensando en que debería darse una ducha con agua helada al llegar a casa.

—No pensé que vendrías— comentó ella centrando la vista en el rostro de su acompañante.

Edward se encontraba de pie frente al sillón que Tanya ocupaba, separado apenas por una mesa de café que le restringía abalanzarse sobre ella, «Gracias al cielo», pensó. El cobrizo asintió con lentitud ante las palabras de la mujer.

—Sí. No creí justo dejarte ir sin disculparme por la confusión de Alice. Sé que fue un momento incómodo.

Tanya se levantó mostrando gran agilidad, y Edward tuvo ganas de abofetearse a sí mismo cuando observó las piernas de esa mujer. Él estaba de pie y ahora ella estaba justo a su lado, el cobrizo se giró con lentitud para quedar frente a ella; él era unos centímetros más alto que Tanya y desde allí podía ver el nacimiento de sus senos, algo que a ella no parecía importarle. « ¿Cómo va a importarle? ¡Si eso es lo que quiere!», se dijo a sí mismo. Pero no hizo nada, él no se apartó, a lo que ella sonrió victoriosa. Él era hombre, y los hombres se pueden manejar cuando había deseo de por medio, pero él aún estaba allí, aún luchaba por no ceder ante ella.

—Ven, quiero enseñarte algo— ella buscó la mano izquierda de Edward y la tomó; empezó a caminar, pero él no se movió — ¿Tienes miedo de que te muerda?

Sembrado donde estaba, su celular comenzó a sonar y en ese momento le agradeció a todos los santos haber interferido entre las intenciones de Tanya y las suyas propias. Edward metió su mano derecha en el bolsillo de su pantalón, pero la rubia liberó su mano izquierda para sostener su muñeca derecha, era una advertencia, ella no deseaba que él contestara su celular.

—Puede ser importante— argumentó él.

—¿Más que yo? — allí estaba la mirada desafiante de Tanya.

—Puede ser Alice.

Edward no le dio tiempo a la rubia de protestar; contestó la llamada al tercer tono y su mandíbula cayó ligeramente desencajada cuando escuchó la voz de Alice contando que estaba en prisión por “no sé qué cosa a la moral”, eso fue lo más que su hermana describió del caso. Edward no sabía si era algo sencillo o si tendría que buscar un abogado, de lo único que estaba seguro era de que mataría a Alice Cullen cuando la viera, pero en ese momento, solo tenía que salir del piso de Tanya.

— ¿Pasa algo? — preguntó la rubia con el entrecejo fruncido.

—Sí, mi hermana está en prisión— anunció él.

Unos minutos después, el cobrizo se encontraba conduciendo en dirección a la jefatura de policías; Tanya había insistido en acompañarle, pero él argumentó que ese no era sitio para mujeres como ella. Claro que, ella solo lo dejó ir si él prometía que regresaría y, aunque él dijo que lo haría, internamente sabía que argumentaría que lo de Alice le llevó más tiempo y no regresaría al piso de Tanya, no después de que esa mujer casi lo violó.

Era la primera vez que el pisaba la jefatura de policía y esperaba, por el bien de sus hermanos, que fuera la última. Edward imaginaba encontrarse a Alice al borde del llanto y a Emmett tocando una armónica en una esquina de la celda, vaya sorpresa que se llevó el mayor de los Cullen cuando, al entrar al lugar, el que estaba detrás de las rejas era Jasper y Alice rendía una declaración. Emmett estaba en la parte de afuera, mofándose del rubio.

— ¿Así que la encontraron con tu pito en su boca? ¡Maldito pervertido! — y allí iba otra risotada de Emmett; pero a Edward no le gustó escuchar que Jasper tenía su pito en la boca de su hermanita.

La cara del cobrizo estaba de todos colores cuando Alice corrió a abrazarlo, ni siquiera fue capaz de mirar su boca.

—Oh, ¡Miren quien llegó! Nuestra casi papá, Edward aquí está el maldito que metió su pito en la boca de tu casi hija— Emmett señalaba con un dedo acusador a Jasper quien, al contrario de Edward, había perdido todo el color de su rostro.

En un principio, el mayor de los Cullen no dijo nada, se limitó a pagar la fianza de Alice y Jasper. De hecho, su rostro estaba tan inexpresivo que Alice empezaba a temer lo per. Cuando todo estuvo listo y el policía dejó en libertad a Jasper, Edward se unió a sus hermanos, en el momento menos esperado, le propinó un fuerte golpe al rubio en su maldita boca y acto seguido, ante la reacción lenta de los policías, lo hizo en su pito. El hombre que había abierto la celda, se aproximó a Edward y lo retuvo para que no siguiera surtiéndose al rubio novio de su hermana, argumentando que quien se quedaría en prisión por agresión era él.

Pero Edward se había descargado, y ahora Jasper se revolcaba de dolor en el suelo, no solo por su labio roto y sangrante, sino por su pito posiblemente desviado, tanto que ya no podría meterlo en la vagina de su hermanita. Emmett, quien no había dejado de reir desde que vió a Jasper tras las rejas, ahora sacaba una foto de su hermana consolando al rubio en el suelo.

—Alice, nos vamos— anunció Edward, pero la pequeña Cullen no tenía intención de irse.

Emmett, claro, al ver que Edward estaba tan cabreado, tomó la decisión de tomar la cintura de su hermana menor y llevársela a rastras hasta el volvo de su hermano mayor. Alice chillaba en el camino, tal como lo hacían las niñas cuando le quitabas a su muñeca favorita.

—Ya, ya Alie. Ricitos de oro va a estar bien— intentó calmar Emmett, pero eso solo hizo que la chica Cullen se enfureciera más.

El chico usó toda su fuerza para contener a Alice y, después de unos minutos la chica comprendió que Emmett ya no estaba bromeando y había dejado de ser el hermano dulce y bromista, Edward había dejado de ser el condescendiente. Ambos estaban aparentemente furiosos con su hermana menor.

Al llegar al piso, en lugar de dejar que la chica corriera a encerrarse a su habitación, Edward obligó a su hermana a tomar asiento en uno de los sillones de la sala. Él estaba de pie y justo a su lado, lo hacía Emmett, ambos cruzados de brazos.

—¿Qué? — dijo ella, cortante.

— ¿Tienes que preguntar “qué”? — Contraatacó el cobrizo, en sus ojos se veía la molestia por la situación — ¿Tienes idea de lo que hiciste?

—Sí, se la chupó a su novio— esta vez era Emmett el que hablaba, pero su comentario no gustó nada, ni siquiera a Alice quien, lo había disfrutado bastante.

—“Ese no es tu asunto” ¿Recuerdas, Eddie? — habló la muchacha, recordando apenas una parte de la conversación que ella había sostenido con su hermano mayor, justo cuando él había logrado que ella llorara.

—Resulta, Alice, que yo pagué la maldita fianza de tu novio. Así que te tengo noticias, si es mi asunto— la chica se mantuvo callada, porque sabía que Edward tenía la razón —No soy tu padre, pero Carlisle no está aquí, así que vives bajo mi techo y eres mi responsabilidad. ¿Qué hubiese pasado si yo no hubiese estado en New Haven? ¿y si hubiese estado en New York? ¿Hubieses llamado a papá para que pagara tu fianza? ¡Piensa Alice, ya no eres una niña!

Los ojos de la chica volvieron a llenarse de lágrimas. Edward la había hecho sentir pésimo dos veces en el mismo día, y con pocas horas de diferencia.

—Claro, ¡Nada de lo que hago está bien! — chilló contrariada.

—No Alice, chupársela a tu novio en público es lo que no está bien.

—¿Tú también Emmett? — Sus ojos se encontraron con los de su hermano, su compañero, él era el que solía entender lo que le pasaba, pero ahora no hacía lo mismo —¡Estas de parte de Edward!

Emmett puso los ojos en blanco y negó con la cabeza —¿Crees que a Ed y a mí nos agrada tener que sacarte de prisión porque hacías un espectáculo en la vía pública? Alice, no te prohibimos que vivas tu vida, que salgas, que tengas novio. Te prohibimos que quedes en prisión, es lo único que hacemos.

—¿Entonces si no hubiese estado en prisión no hubiese importado que se la chupé a Jasper? — Alice alzó una ceja en dirección a Edward.

—Si no hubieses estado en prisión, yo no hubiese enterado que se la chupaste a Jasper. Y a uno no le duele lo que no sabe, ¿O si, Emmett?

El otro chico Cullen negó con la cabeza para apoyar la teoría de su hermano. Alice resopló y se levantó del sillón para caminar hasta su habitación.

—No quiero que salgas a ningún lado esta noche, Alice. Y es una orden— la chica escuchó las palabras de Edward y asintió resignada a que, después de todo, él le había salvado el culo. Sin más, subió las escaleras hasta su habitación.

Emmett se dejó caer en el sillón que su hermana había ocupado segundos atrás, ni siquiera él podía creer que la pequeña Alice fuese capaz de tal cosa. Miró a Edward durante unos segundos, él tenía la mirada perdida, ahora su mente volvía a estar con Isabella, seguía preguntándose dónde demonios se había metido.

—Ahora nuestra hermana tiene un prontuario policial— habló Emmett.

Edward solo asintió, ni siquiera eso le interesaba en ese momento. 

Capítulo 11: Sexo en el Jeep Capítulo 13: La Primera Ruptura

 
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