Tres Amantes (+18)

Autor: LoreCullenVulturi
Género: Romance
Fecha Creación: 24/09/2013
Fecha Actualización: 30/12/2014
Finalizado: NO
Votos: 7
Comentarios: 28
Visitas: 32484
Capítulos: 33

Casi sintió que estaba en un tablero de ajedrez, que jugaba para el destino, y él era una de sus fichas, un simple peón. Él tuvo que ver un par de veces para corroborar que la muchacha castaña que abrazaba un par de libretas en torno a su pecho, y que reía por las ocurrencias de los chicos que la rodeaban, esa chica, era la misma niña a la que él había atendido en sus prácticas médicas en un orfanato de Seattle. «Es imposible», pensó aquel médico. Pero no había nada imposible en el mundo que conocía, nada que no pudiera pasar y, casi como si no lo hubiese pensado antes, aquella castaña giró su rostro y lo observó. 


"La vida es un enorme tablero de ajedrez..". Eso Edward lo tenía muy claro, pero nunca había experimentado tal cosa, no hasta que sus ojos se encontraron con los de Bella en aquella Universidad. Pero ella había huido de él sin razón aparente; las dudas embargaban su mente, sin saber que tendría más de que preocuparse, cuando su ex-prometida, Tanya, llegara a la ciudad.

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Capítulo 3: El pasado vuelve

CAPITULO III

Edward había regresado a su piso luego de la llamada de Alice; una ducha rápida le había servido para despejarse apenas un poco de las dudas que embargaban su mente. Para cuando estuvo listo y salió de su habitación, Agatha no tardó en informarle que Alice había vuelto a llamar. El cobrizo maldijo mentalmente el hecho de no saber la razón de la insistencia de su hermana; pero se despidió cortésmente de la mujer y abandonó su piso.

Conduciendo hacia el hospital, la mente del cobrizo intentaba esquivar los pensamientos cargados de duda que amenazaban con adueñarse de su mente, contario a eso, encendió su auricular al tiempo que recibía la llamada de su hermana «Buenos días, bella durmiente», saludó con ironía; pero del otro lado de la línea no escuchó más que los gritos de Alice «Cálmate Alice, voy camino al hospital. ¿Qué sucede?», habló con voz serena; sin embargo, ella no pareció calmarse y, segundos después,  Edward entendió por qué; Alice le había gritado que por su culpa, Rosalie había sufrido un accidente.

El rostro del cobrizo posiblemente se descompuso entre la sorpresa y la preocupación; solo estuvo consciente de lo que hacía cuando desconectó el auricular y los neumáticos rechinaron en el pavimento, el velocímetro marcó el tope del límite permitido en aquella zona; él estaba conduciendo víctima de la preocupación que su hermana había generado. Con aquella velocidad, no tardó más de 10 minutos en llegar al hospital que Alice le había indicado y mucho menos en bajar del auto y correr adentro.

Edward llegó a la zona de emergencia con la respiración entrecortada, se notaba que había estado corriente por las gotas de sudor que empezaban a brotar en su frente.

— ¿Qué ha pasado? — preguntó clavando la vista en su hermana, quien se refugiaba en los brazos de un tipo que el cobrizo ni conocía.

—Te diré lo que ha pasado—la hermana del hombre estaba histérica, y sus ojos enrojecidos por el llanto le alertaron a Edward que no estaba bien —¿Cómo no se te ocurrió llevarla a casa? — recriminó con voz acusadora.

Emmett se había levantado de su asiento y se interponía entre su hermano mayor y Alice, que estaba lo suficientemente molesta como para no escuchar razones. Em sabía mejor que nadie que Edward no sería capaz de levantarle una mano a su hermana, a pesar de lo que ella pudiera decir en un momento como ese, pero también conocía a su hermana, y sabía que ella si era capaz de levantarle una mano a Edward.

—¿Cómo no se me ocurrió? —el cobrizo la miro entre consternada por la noticia y perplejo por las palabras tan absurdas que ella acababa de decir —Te diré cómo. Empezando por el hecho de que te ahogabas de borracha y terminando porque ella ignoró mi disposición a conducir.

El solo mencionar que su hermana había estado ebria cuando ocurrió el accidente, bastó para que ella intentara echársele encima; pero Emmett la retuvo con la suficiente fuerza como para alejarla del camino de Edward. El hombre chasqueó la lengua y le dio la espalda a la escena; estaba rodeado por jóvenes, todos estudiaban en Yale y la escena que acababa de dramatizar no era precisamente digna de un profesor, pero no podía hacer más, no cuando tenía una hermana histérica recriminándole por algo en lo que él no tenía culpa.

Un suspiro salió de los labios de Edward, y pronto sintió como una mano daba un par de palmadas en su hombro izquierdo.

—No le hagas caso. Ya sabes como es.

—Lo sé Emmett. Pero me está haciendo quedar como el culpable de todo frente a todos estos críos— alcanzó a decir en negativa a la reacción de Alice

—Dale espacio ¿sí?, Será mejor que veas cómo va todo... Doctor Cullen—Emmett le guiñó el ojo derecho a Edward y él supo en seguida a qué se refería su hermano.

Los pies del hombre lo guiaron hasta la sala de emergencias justo después de colocarse aquel traje azul tan característico de los médicos. Allí, justo al fondo, se encontraba el nuevo ingreso del ala de emergencias, una joven de unos 21 años con politraumatismos generalizados tras sufrir un accidente en su deportivo aproximadamente a las 5:00 am del día  viernes, era Rosalie.

—Fuiste demasiado terca como para admitir que me necesitabas.

Ella no dijo nada, estaba dormida por la cantidad de sedantes que le habían colocado para mermar el dolor. Él observó el rostro de la chica, tenía una expresión de serenidad plasmado en él, serenidad que no iba acorde con la cantidad de golpes y moretones que tenía en el cuerpo. Desde su posición, Edward podía observar como el pómulo de la muchacha se había hinchado y había adquirido una tonalidad morada, su labio estaba roto y sangrante, tenía unos puntos de sutura en la frente y sus brazos no se habían llevado la mejor parte; su brazo izquierdo tenía un yeso, y Edward pudo imaginarse que un auto había impactado del lado de conductor, mientras que su brazo izquierdo tenía un golpe a nivel de su codo, casi como si la palanca del automóvil la hubiese golpeado. El cabello de Rosalie estaba enmarañado y sus ojos… abiertos.

—¿Qué me pasó? — su voz sonaba débil, apenas podía hacer el esfuerzo de hilar las palabras.

—Será mejor que no digas nada. Has tenido un accidente.

—Mi auto…

—..No importa— completó Edward mientras se acercaba a ella y acariciaba su cabello —Lo importante es que estás bien.

— ¿Bien? — repitió ella y su mirada se encontró con la de él.

—Dentro de lo que cabe— explicó regalándole una sonrisa.

Sabía que Rosalie habría tenido ganas de golpearlo y borrarle aquella sonrisa del rostro, pero no podía hacerlo, no en un tiempo, y en parte él había tenido responsabilidad en ello, aunque intentara negárselo a él mismo y al resto.

Edward estuvo con ella hasta que su celular comenzó a sonar y la administración de Yale comenzó a acosarle con el hecho de que tenía que ir a impartir la clase. Él intentó excusarse argumentando que un familiar había sufrido un accidente, pero nada sirvió, de forma que tuvo que disculparse con su hermana y decirle que él tenía que marcharse a la universidad. Además, Rosalie estaría tan sedada ese día que habría sido un milagro que pudiese intercambiar un par de palabras con él, fuera de eso, muy posiblemente no se despertaría hasta mañana.

Más tranquilo y sabiendo que la muchacha estaba fuera de peligro, Edward condujo en dirección a Yale. La universidad estaba tranquila y no parecían haberse enterado de lo sucedido con Rosalie, cosa que el hombre agradeció; pronto se vió en medio del mismo pasillo donde el día anterior creyó haber visto a Isabella, por lo que apresuró el paso sin darse cuenta que una mujer caminaba en su dirección con actitud distraída. Inminentemente tropezaron el uno con el otro y los papeles de Edward acabaron en el piso.

—Lo siento mucho, debí haber visto por donde caminaba— dijo el cobrizo mientras recogía las carpetas que debió haber metido en su maletín.

—No es nada, discúlpame tú.

Esa voz llamó la atención de Edward durante unos segundos, alzó su mirada esperando encontrar un rostro demasiado conocido para él, un rostro que había añorado durante mucho tiempo. Y efectivamente, allí estaba ella, tan rubia como la recordaba, con una sonrisa adornando su rostro.

—¿Tú? — fue lo único que pudo decir.

La mujer abrió ligeramente sus labios aún sin poder creer la presencia de Edward en aquel lugar. Hacía ya cuatro años que habían terminado su relación y dos que habían perdido el contacto, ahora se reencontraban en el lugar en el que menos pensaron.

—Tanya, ¿me has estado siguiendo? — preguntó con humor aquel hombre, a lo que ella golpeó el hombro de él con una fuerza que no tenía.

—Si claro Cullen, no he tenido mejor cosas que hacer que seguirte durante todo este tiempo— bromeó la mujer; sabía, por su rostro, que ella tampoco terminaba de creerse el hecho de que ambos estuvieran allí — ¿Cómo es que no te he visto antes? — preguntó con un tono casi de indignación, a lo que el liberó una corta carcajada.

—Tengo muy poco tiempo aquí. De hecho, no conozco a casi nadie.

—Me cuesta creer que estés aquí— habló al tiempo que le sonreía con sinceridad.

Tanya había sido la prometida de Edward en la universidad, pero se habían separado porque la relación se había enfriado demasiado sin razón aparente; el cobrizo no deseaba casarse con alguien que de la noche a la mañana enfriara la relación, no esperaba eso de su vida de casado, de forma que, fue él quien terminó la relación. Pero ahora se encontraban y era como si el tiempo no hubiese pasado, aún a pesar de que él la había conseguido olvidar, ella seguiría siendo su primer amor, y el cariño los uniría por eso. 

—A mí también me cuesta creerlo. Pero ven, que no me has dejado darte un abrazo.

— ¡Es que tu no me lo has querido dar! — bromeó la mujer para abrir sus brazos y dejar que Edward rodeara su cintura pegándola a su cuerpo; honestamente, no parecía ser un abrazo amistoso, pero él no reparó en eso; dejó un suave beso en una de las mejillas de la mujer y se separó al tiempo que ella le dirigía una mirada divertida, casi como si quisiera decirle “Sigues siendo el mismo”, pero no lo hizo.

Contrario a lo que pudiera pensarse, Edward iba demasiado retardado por lo que había sucedido con Rosalie, de forma que si no llegaba a su próxima clase, todo lo que lo unía a New Haven acabaría explicado en una carta de renuncia con su firma plasmada.

—Me gustaría quedarme Tanya, pero seré hombre muerto si no llego a mi próxima clase. ¿Estás libre mañana?

—Sí, claro. Tengo el mismo número, sirve que nos ponemos al corriente.

Edward asintió y volvió a abrazarla, pero esta vez de forma rápida, antes de partir.

Capítulo 2: Confusas Confesiones Capítulo 4: Conociendo al Estreñido

 
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