Tres Amantes (+18)

Autor: LoreCullenVulturi
Género: Romance
Fecha Creación: 24/09/2013
Fecha Actualización: 30/12/2014
Finalizado: NO
Votos: 7
Comentarios: 28
Visitas: 32471
Capítulos: 33

Casi sintió que estaba en un tablero de ajedrez, que jugaba para el destino, y él era una de sus fichas, un simple peón. Él tuvo que ver un par de veces para corroborar que la muchacha castaña que abrazaba un par de libretas en torno a su pecho, y que reía por las ocurrencias de los chicos que la rodeaban, esa chica, era la misma niña a la que él había atendido en sus prácticas médicas en un orfanato de Seattle. «Es imposible», pensó aquel médico. Pero no había nada imposible en el mundo que conocía, nada que no pudiera pasar y, casi como si no lo hubiese pensado antes, aquella castaña giró su rostro y lo observó. 


"La vida es un enorme tablero de ajedrez..". Eso Edward lo tenía muy claro, pero nunca había experimentado tal cosa, no hasta que sus ojos se encontraron con los de Bella en aquella Universidad. Pero ella había huido de él sin razón aparente; las dudas embargaban su mente, sin saber que tendría más de que preocuparse, cuando su ex-prometida, Tanya, llegara a la ciudad.

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Capítulo 19: Visita de Cortesía

CAPITULO XIX

El cuerpo de Isabella se removió entre las sábanas, la noche anterior, después del cumpleaños de Rosalie, Edward la había llevado a su apartamento. Un pequeño loft con vigas altas y piso de madera, él no se había podido quedar para admirar el lugar porque era demasiado tarde para hacerlo, aún a pesar de que Isabella había deseado internamente que se quedara. Ahora, la muchacha empezaba  a abrir los ojos con los rayos del sol colándose por la ventana que había olvidado cubrir con las persianas. Tanteó torpemente hasta dar con su celular, puesto en el borde de la pequeña mesa junto a su cama; la castaña tuvo que hacer malabares para que su celular no terminara en el suelo. Cuando observó la pantalla del aparato, una sonrisa idiota apareció en su rostro.

«He estado pensando en ti toda la noche. Lograste quitarme el sueño, Bells. 

Escríbeme cuando despiertes. Te amo.»

No era otro más que Edward el que había escrito aquel mensaje, y a ella no le tomó más de dos segundos pensar en que debía responderle, un “ya desperté” fue enviado y en menos de un minuto, el tono de su celular inundó la habitación. En la pantalla se leía claramente “Edward”.

— Buenos días, Ed — saludó ella con ánimos renovados.

— ¿Cómo has amanecido? — podía imaginarse la sonrisa del cobrizo dibujada en su rostro.

—Yo estoy bien, ¿y tú? — Se mordió su labio durante unos segundos — ¿No has dormido nada?

—Alice no me dejó tranquilo ni un minuto y luego, cuando pude dormir, las ganas de estar contigo me lo impedían — el sonrojo no tardó en subir al rostro de Isabella, y ella agradeció mentalmente que él no estuviera allí para observarla —Los chicos saldrán hoy a la playa, me preguntaba si quieres venir.

El silencio se hizo del lado de la línea, Isabella se encontró a sí misma conteniendo la respiración antes de responder —Si... sí, claro. Solo dime que Alice no tiene ningún bikini en especial que quiere que use— la castaña pudo escuchar la risa de Edward a través del teléfono y sonrió tontamente.

—Mientras estés conmigo, estarás protegida de mi hermana.

Después de quedar ese domingo y cortar la comunicación; Isabella se apresuró a alistarse, le tomó unos 15 minutos decidir entre cual bikini debería ponerse, se sintió abrumada y por un segundo pensó que en serio necesitaba la ayuda de Alice, incluso podía soportar la ayuda de Rosalie. El bikini blanco la hacía ver demasiado pálida, pero tenía buen corte; el azul, por su parte, no era su color favorito pero le sentaba bastante bien; pronto, se vio a sí misma rebuscando al final del armario hasta dar con un bikini rojo que había comprado en el verano pero que no había usado aún. El rojo era perfecto, lo supo apenas se lo probó.

Elegir un vestido no fue más fácil que elegir un bikini; al contrario, fue difícil considerando el hecho de que empezaba a hacer frío y se sentiría estúpida con una sudadera en la playa. Finalmente, vestida con un bikini rojo y un vestido de tirantes blancos, esperaba no ser demasiado ridícula. Sentía la necesidad de estar bien, de verse bien para Edward su… novio ¿acaso era su novio? «No, él está con Tanya aún. ¿O no?», la duda comenzó a embargarla y casi tuvo un episodio cuando alguien llamó al timbre del loft.

Respiró profundo un par de veces y se vio obligada a moverse hasta la puerta del lugar. De piedra se quedó cuando la persona que estaba en la puerta, no era la misma que había imaginado ver. Tanya estaba de pie, con aires de superioridad en aquel pasillo que daba con su apartamento, Isabella supo por el rostro de la rubia, que aquella no era una visita de cortesía.

— ¿Qué haces aquí? — fue lo primero que se le ocurrió decir a la muchacha.

La mirada de desprecio se centró  en Isabella, Tanya no esperó que la muchacha la invitara a pasar, simplemente la empujó y se abrió paso dentro del loft. El rostro de la castaña posiblemente denotaba perplejidad, no entendía como era que aquella mujer había dado con su apartamento y mucho menos como se atrevía a entrar así.

—Vine a ver donde era el escondite de la zorra que me quiere quitar lo que me pertenece— la voz de aquella chica sonaba dura; la rubia estaba de espaldas a Bella, pero esta última podía imaginarse su cara de asco mientras observaba el lugar.

— ¿Qué sucede contigo? — Por supuesto, Swan sabía lo que sucedía, pero no iba a comentarlo — ¿Cómo supiste donde vivo? — para ese momento, Isabella ya había empezado a alzar la voz, lo que hizo que Tanya se diera la vuelta y mostrara una sonrisa de suficiencia.

—Tengo mis contactos— se encogió de hombros sin más. Pareció notar algo a espaldas de Swan, pues en seguida aquella sonrisa que la muchacha había querido arrancar con sus propias uñas, se había ensanchado.

Isabella se giró en seguida y, justo frente a ella se encontró con la expresión molesta de Edward. El cobrizo acababa de llegar en busca de la chica y ahora se encontraba con Tanya esparciendo su veneno, estaba molesto de lo que consideraba un acoso hacia Isabella, no sabía quién demonio se había creído aquella rubia.

—Tanya, ¿Qué haces aquí? — la voz de Edward sonó dura, una voz que la castaña nunca le había escuchado utilizar al cobrizo.

— ¿Es que acaso todos se sorprenden de verme? — La mujer puso los ojos en blanco y pareció abrazar su bolso, como si tuviera que sostenerse de algo real —Espera, ¿y qué haces tú aquí, Edward? — Esta vez la pregunta había rebotado y el tono del rostro del cobrizo empezaba a adquirir un matiz rojizo, se estaba poniendo furioso con la impertinencia de la rubia —No me digas. Viniste a ver a esta zorra, es que…

—No te permite que le hables así— Edward la había interrumpido y, sin que Isabella cayera en cuenta, él había dado un paso protector y la había colocado a sus espaldas.

Tanya liberó una carcajada que no cortaba la tensión que se había generado en el ambiente, aquella risa carecía de alegría. Era como ver a una villana de cuentos celebrando la desgracia de sus protagonistas, regocijándose en los males que le aquejaban. Aquella mujer alzó sus cejas sugestivamente.

—Solo vine a hacerle una advertencia a Marie— una sonrisa fingida se posó en el rostro de Tanya —Quería que se alejara por las buenas de ti, y en serio espero que lo haga— en ese momento, Isabella entendía poco y nada de lo que Tanya decía pues solo estaba consciente de que Edward había dado otro paso para tomar una de las muñecas de aquella rubia, su voz sonó peligrosamente controlada cuando respondió.

—No quiero más amenazas, Tanya— demasiada lentitud en sus palabras, Isabella casi podía imaginarse su mirada sombría observando los ojos de la mujer —Lamento tener que decírtelo aquí, y ahora; pero es mejor que tu y yo dejemos las cosas como estaban.

El rostro de la rubia pareció contraerse durante unos segundos, pero pronto, su mirada se centró en Isabella, aún de pie en la puerta del loft —No creas que esto va a quedarse así, Marie— en ese momento, fue cuando la castaña pareció reaccionar y una sonrisa retadora apareció en su rostro.

— ¿Y qué vas a hacer Tany? — aquel tono sarcástico no calmó a la rubia en lo absoluto.

—No juegues conmigo niña— habló entre dientes.

— ¿Y si no, qué?

Isabella había retado a Tanya, y a esta última no parecía gustarle que se creyera con suficientes atributos como para ganarle en algo, mucho menos en cuanto a Edward se refería. El cobrizo jaló sin demasiada delicadeza el brazo de Tanya e Isabella se hizo a un lado cuando supo que él iba a sacarla del lugar antes de que siguiera diciendo otra palabra.

Por un momento, la castaña tuvo miedo de que esa vena de antaño pudiera más que Edward y, su caballerosidad no le permitiera subir a la rubia al auto y mandarla al demonio. Ella no pudo seguir dejando que su imaginación flotara pues, allí, de pie en la puerta aún, de espaldas al pasillo, alguien rodeó su cintura. Un perfume de hombre la embargó y en ese momento supo que se trataba de su chico, obligándola a mantener los pies en la tierra, a quedarse con él.

—Disculpa eso— susurró en el oído de Bella.

Ella tuvo que respirar profundo un par de veces, intentando controlar el mal sabor de boca que aquella mujer le había dejado; tenía miedo que los sollozos de impotencia alertaran a Edward y supiera en seguida que las cosas iba mal, pero ella no necesitaba sollozar para que el cobrizo detectara el silencio ensombrecido que se había puesto entre ellos después de la salida de Tanya.

— ¿Qué va mal? — quiso saber él.

—Todo esto, Edward— podía sentir como él detuvo la respiración unos segundos antes de que ella siguiera hablando —No quiero que esa mujer me señale como la “zorra” que le quitó lo que es suyo— utilizó entonces el mismo adjetivo denigrante que aquella mujer usó.

Edward colocó ambas manos en los brazos de Isabella y la obligó a verle; sus ojos estaban crispados en una vergüenza que la castaña nunca había visto, y supo entonces que las palabras que había dicho le habían llegado a él como una daga, tal vez se sentía culpable de lo que había pasado.

—Yo no soy de ella, Bells. Deberías saber eso.

—No eres un objeto.

—Esto…— tomó una de las manos de Isabella y la colocó sobre su corazón, sin hacerle caso al comentario anterior de la chica —Es tuyo. Y si mi vida es tuya, no hay nada más que importe ahora.

Los ojos de ella se habían llenado de lágrimas, y una corría por su mejilla cuando Edward se adelantó a secarla con su mano; la detuvo allí, la abrió durante unos segundos y Bella inclinó el rostro para acunarse en ella.

—No quiero que llores— dijo él, pero ella mantenía sus ojos cerrados, aún sin verle —Muchos menos por Tanya.

Isabella no hizo caso de aquellos palabras, solo pasó sus brazos por el cuello del cobrizo atrayéndolo a su rostro, sus besos eran el bálsamo para aquel trago amargo.

 

Capítulo 18: Claro de Luna Capítulo 20: La Carta

 
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